Sei sulla pagina 1di 15

Centro de Estudios del Cambio

Sociedad Chilena de Sexología y Educación Sexual


Diplomado en Sexualidad Humana

2° Monografía
“En medio del camino: la pareja.”

Alumna: Carolina Beatriz Pacheco Araneda.

24 de Octubre, 2005.
Siguiendo en la misma línea de entrelazar los contenidos del diplomado con mi
experiencia en estos momentos de mi vida, es que he decidido reflexionar en torno al
espacio de la relación de pareja. Apoyándome para ello en varias ocasiones en los aportes
del Dr. Thomas Trobe, conocido actualmente como Krishnananda.
La relación de pareja es a mí parecer un gran espejo, el espacio existente en la
adultez para mirar y ver nuevamente todos aquellos dolores, miedos, rabias, deseos, etc.,
que vivimos en nuestra infancia en la o las primeras historias de amor de nuestras vidas.
Creo que así como aprendimos a relacionarnos con el amor, nos relacionaremos con nuestra
pareja en la actualidad. Y, dado que la humanidad aun no ha pasado de curso en el tema del
amor, al parecer no existe niño o niña en el mundo que haya tenido padres con sus propios
amores resueltos. Debido a esto, pareciera que todos, sin excepción, llevamos en nuestro
interior una niña o un niño con un dolor o una herida dentro. Una herida de amor. Quizá
difiera en tamaño y profundidad, pero parece que nuestra realidad es que allí está. Y
habitualmente está bastante escondida, dado que para poder sobrevivir como bebes
absolutamente dependientes y profundamente sensibles aprendimos a crear una coraza
(máscara, personalidad, ego, etc.) que nos protegerá de ese medio adverso en el que en
ocasiones nos encontrábamos. Junto con esta “coraza” desarrollamos también mecanismos
para satisfacer o compensar todas aquellas necesidades que existían en nosotros pero que
el/los otro/s, por alguna razón, o no se daban cuenta de aquellas necesidades, o no estaba
dentro de sus posibilidades el satisfacerlas.
Cabe destacar la semejanza sustancial existente entre las anteriores y siguientes
palabras con los planteamientos de la Teoría de las Relaciones Objetales, en donde se
“enfatiza la importancia de la relación de objeto en el desarrollo psicológico del ser
humano, el que tiene lugar en el vínculo afectivo primario del hijo con su madre. […] Este
vínculo se expresa tanto en la relación del objeto interno como con el objeto externo, y
determina la cualidad de la interacción sujeto-objeto. Además, a la base de cualquier
relación posterior significativa, siempre estará actuando el vínculo afectivo primario del
niño con su madre, debido a que por ser el primero, queda en un nivel muy profundo del
aparato psíquico como un organizador de todo el funcionamiento mental, siendo un modelo
de interacción con la realidad”.1
El aporte de Krishnananda a lo mencionado en el párrafo anterior ha sido el incluir
dentro del proceso psicoterapéutico el espacio de la meditación y espiritualidad humanas.
El libro que he utilizado se titula “Face to Face with Fear. A loving journey from Co-
Dependency to Freedom”. Dado que dicho texto aun no está traducido al español no podré
exponer citas textuales del autor. En relación a él, Krishnananda se forma como psiquiatra
en Harvard alrededor de 1970, luego, después de haber conocido los aportes occidentales
en psicología y psiquiatría decide viajar a oriente en busca de una “intuición”. En India
conoce a Osho, con quien comparte la historia de amor más profunda que puede existir,
según sus palabras, la relación amorosa entre un discípulo y su maestro. A partir de esta
experiencia, de su formación psiquiátrica, de su trabajo en talleres psicoterapéuticos, y
sobre todo desde su propio camino de crecimiento y desarrollo personal es que plantea un
modelo en torno a los vínculos primarios y las relaciones de amor adultas.
Krishnananda plantea que el camino que todos nosotros estamos recorriendo es
básicamente el regreso hacia un espacio que existe en nuestro interior y que hemos perdido,
y propone un modelo que intenta describir la vía de regreso hacia ese espacio tan anhelado.
Podría decirse, el regreso a casa.
El modelo es simple, nos pide que nos imaginemos que estamos parados al centro
de tres círculos concéntricos entre sí. Tales círculos serían irradiados desde nosotros. La
capa externa la denomina de protección, lugar en que habita el adulto compensado. La
segunda capa es la de los sentimientos y la vulnerabilidad, lugar en que habita el niño/a
vulnerable y/o herido. Finalmente el centro corresponde al espacio de la meditación y del
ser, el hogar del eterno testigo. Desde este lugar, expresa Krishnananda, podemos observar
todo lo que ocurre fuera y dentro de nosotros con distancia y perspectiva, y en su forma
más evolucionada este espacio nos otorga un estado de armonía y aceptación de nosotros
mismos y nuestras vidas, un lugar de tranquilidad, paz y silencio interior. Este lugar es
aquel que tantos místicos a lo largo de la historia de la humanidad han descrito como un
estado de unión total con la existencia.

1
Apuntes Diplomado de Sexualidad Humana. “Teoría de las relaciones objetales”. Universidad Diego
Portales, 1996. p. 16.
Centro de
meditación
y del ser.

Capa de
vulnerabili
dad.

Capa de
protección.

El camino, afirma Krishnananda, es volver a ese centro. Sin embargo vivimos casi
todo el tiempo en la capa externa, protegidos y en permanente control evitando contactar
con nuestros miedos. Incluso ya ni siquiera nos damos cuenta de que habitamos en esta
capa, ni de como o cuando llegamos allí, creemos que eso somos, se nos ha vuelto habitual.
Sin darnos cuenta podemos pasar toda nuestra vida en la capa externa de protección, como
lo hace la mayoría de los seres humanos.
Krishnananda plantea que vivir en la capa de protección nos resulta seguro y
familiar, no obstante es vacío y, eventualmente, de una u otra forma la vida se encargará de
hacernos saber que algo anda mal. Pero pasar a la siguiente capa trae como consecuencia la
aventura de traer a la memoria tiempos tempranos en los que nuestra vulnerabilidad no fue
respetada y experimentamos profundos sentimientos de traición. Tememos recordar estos
sentimientos, expresa el autor, debido a esto un “algo” que habita dentro de nosotros se
encarga permanentemente de que no entremos en esos estados de pánico y ansiedad,
manteniéndonos calmos en la capa conocida y segura.
Sin embargo desde otro lugar en nuestro interior sabemos que para completar
nuestro camino de vuelta a casa no existe otra vía que la de explorar la capa del medio…
“en medio del camino”.
Krishnananda relata que una desconocida y misteriosa fuerza (que aflora desde el
inconsciente según Jung) nos empuja hacia el centro, esta fuerza viene desde nuestro ser
más elevado y tiene el coraje de darle la cara y hacerle frente al pánico y miedo que allí
encontraremos. Nos pasamos la vida, comenta el autor, danzando entre aquella fuerza que
nos mantiene inconscientes y seguros, y aquella fuerza que nos lleva hacia la verdad más
profunda y hacia lo desconocido, que al parecer es lo único real.
En relación a la capa de protección Krishnananda expresa que es el medio a través
del cual aprendimos a proteger nuestra vulnerabilidad, el que nos permite tener cierto
control sobre aquellas energías que nos provocan tanto terror y dolor. Para llevar a cabo lo
anterior lo que hacemos es externalizar tales energías, ya sea en acciones, distracciones,
pensamientos, dramatización, sexo, comida, etc. Expresa el autor que otra de las formas
efectivas para protegernos de nuestra vulnerabilidad es adoptando un rol, una falsa imagen
o self, tales como: ser poderoso, víctima, sexy, buen cuidador, espiritual, encantador,
carismático, inteligente, divertido, atlético, etc. De esta manera cualquier medio que
fortalezca nuestro ego nos servirá para escondernos, dependemos de esta imagen de
nosotros mismos y sin ella nos sentiríamos aterradoramente expuestos. Sin embargo es
fundamental mencionar que sin esta capa de protección, el terror y sufrimiento
experimentado de niños habría terminado por destruirnos, debido a esto debemos
agradecerle por habernos protegido. No obstante, desafortunadamente nos hemos
identificado tanto con esta capa externa que vivimos inconscientemente creyendo que no
somos otra cosa. Peor aún, esta capa también mantiene las energías de cuidado y amor sin
poder entrar, por lo que nos quedamos solos y sin contención. Permanecemos encerrados
dentro de este lugar, desconectados de nuestra propia vitalidad y sentimientos, y del libre
flujo de nuestro ser creativo.
Krishnananda comenta que la defensividad atrae más defensividad, por lo que el
conflicto comienza cuando dos personas que habitan en su capa externa se encuentran,
ocurriendo por lo general que somos rechazados, ya que en lugar de mostrar nuestra
vulnerabilidad mostramos aquel falso self completamente defendido. Creemos estar
abiertos, sin embargo vamos todos defendidos esperando que sea el otro quien dé el primer
paso de exposición. Y luego, comenta el autor, nos indignamos por que el otro no cumple
con nuestras expectativas de encuentro. Queremos que nuestros corazones se encuentren, lo
que resulta imposible desde la capa externa. Cada vez que deseamos que el otro cambie,
que cumpla con nuestras expectativas, que intentamos controlarlo, manipularlo, ofenderlo,
avergonzarlo, distanciarlo, dañarlo o juzgarlo, estamos funcionando desde nuestra capa
externa. Lo que se traduce en que estamos atacando al otro.
Krishnananda plantea que no es fácil observar nuestra capa de protección debido a
que despierta muchas defensas, y propone que para trabajar terapéuticamente con ella el
camino es no juzgarla ni intentar cambiarla, sino que tomar conciencia de ella, aceptarla y
aprender como y porque existe esta forma de funcionar en nosotros.
La capa del medio es la de la vulnerabilidad, el hogar del niño interno herido y
asustado según Krishnananda. En estado puro la energía de esta capa fluye libremente en
una expresión continua de sentimientos y emociones, en ausencia de represión el niño/a
responde espontáneamente frente a lo que va ocurriendo en su mundo interno y externo. Es
el lugar de la alegría, el placer, enojo, tristeza, creatividad, silencio, todo ello yendo y
viniendo según las circunstancias vayan cambiando. Si fuimos nutridos y sostenidos en la
exploración y expresión de todas estas emociones tan propias de lo humano, y fueron todas
estas energías presentes en nosotros amadas, atendidas y comprendidas, podríamos haber
permanecido en aquel estado puro y de confianza de la segunda capa.
Krishnananda señala que cuando el estado de vulnerabilidad esta acompañado de
confianza, es vivido y experienciado con receptividad, expansión, suavidad y alegría. En
contraste, cuando la vulnerabilidad no está acompañada de confianza la emoción que surge
es el miedo, lo que nos lleva a temer al estado de vulnerabilidad, y en consecuencia
intentamos no entrar en el. Nuestra confianza ha sido dañada, y con ello nuestra
vulnerabilidad traicionada.
Krishnananda expresa que esta traición existe en primera instancia debido a que por
siglos la sociedad y la religión han empujado a las personas hacia el conformismo, por
medio de reprimir todas aquellas energías de libertad, sexualidad y autenticidad. Para ello
se ha utilizado el poder del miedo y la culpa, los que han sido inoculados en todos nosotros
a través de nuestros padres, profesores y figuras religiosas, quienes también recibieron esta
herencia sin ser concientes de ella. Continúa el autor expresando que este miedo y culpa se
han instalado a partir de la amenaza de que, de no “obedecer”, seremos separados de la
fuente de nutrición, amor, aprobación y “salvación”. Los adultos que nos rodearon
pensaron estar haciendo lo mejor al reprimir ciertas energías que natural y espontáneamente
fluían a través nuestro. Y nosotros finalmente terminamos rindiéndonos ante la demanda
adulta, y en nuestro estado de inocencia y receptividad entregamos nuestra vitalidad y
espontaneidad a cambio de amor y aceptación.
En este momento nuestra vulnerabilidad queda cubierta por una capa de vergüenza y
conmoción, permaneciendo debajo de estos dos sentimientos una profunda sensación de
traición, dolor, rabia y desesperación. El dolor y la rabia de haber sido abusados,
descuidados, rechazados, inapreciados, incomprendidos; haber sido presionados para
responder antes de tener los recursos, a conformarnos, y de reprimir nuestra sexualidad
junto con casi todos nuestros medios de expresión y descarga. Krishnananda relata que todo
este dolor y esta rabia permanecen guardados en la capa del medio. Si hubiéramos nacido
en una sociedad sana y de padres “iluminados” lo descrito anteriormente no habría
ocurrido, pero inevitablemente ocurrió, y nosotros terminamos cubriendo de culpa, miedo,
frialdad e inercia todos aquellos sentimientos que no pudimos expresar o vivenciar.
La mayoría de nosotros, sino todos expresa Krishnananda, de una u otra manera ha
recibido el mensaje de niños de que había algo incorrecto en nosotros, de que no estábamos
bien de la manera que éramos. Este mensaje fue repetido en numerosas ocasiones, y en los
peores casos llego a través de un abuso sexual, psicológico o emocional, sintiéndonos no
queridos ni cuidados. Para el gran resto de nosotros tales mensajes llegaron por el hecho de
no haber sido vistos o comprendidos, y por haber sido exigidos de hacer o ser de una
manera no coherente con lo que realmente nos estaba ocurriendo en cada momento. Estos
mensajes inicialmente llegaron desde el exterior, desde nuestros padres, cuidadores,
profesores y lideres religiosos, pero luego estos mensajes entraron en nosotros y
comenzaron también a venir desde nuestro interior. De manera tal que perdimos contacto
con nuestra energía vital, nuestros sentimientos, y con nuestra auténtica individualidad.
Debido a ello crecimos con una profunda creencia de que existía algo incorrecto en
nosotros, y acarreamos esta mala interpretación de la inconciencia e ignorancia de nuestros
padres y cuidadores en nuestra capa del medio como una profunda herida de indignidad.
Continúa el autor mencionando que existe otra herida que permanece relacionada
con la recién nombrada. Esta herida fue producida al habernos sentido abandonados,
dejados de lado, deprivados y separados de la fuente de amor. Existiría un terror enorme al
interior de nosotros frente a la idea de ser alejados de esta fuente de amor. Sin embargo, la
mayoría de nosotros se mantiene desconectado de este profundo miedo y dolor, al parecer
sólo vuelve a salir a la superficie cuando nos permitimos acercarnos nuevamente a alguien
con quien poder compartir esta fuente de amor.
Para algunos de nosotros expresa Krishnananda es fácil comprender y ver
claramente en su historia la realidad de un padre-madre física, emocional o
psicológicamente ausente, para otros de nosotros esta claridad no esta presente.
Posiblemente es parte del haber nacido en este cuerpo y haber sido separados, no sólo de
nuestras madres, sino de aquella vivencia de unicidad con la existencia. Por ende, expresa
Krishnananda, quizá toda sensación de rechazo, abandono y abuso posterior al nacimiento,
solo revivirá y profundizará la herida inicial del nacimiento. El dolor fue tan grande de
niños que para poder seguir viviendo nos vimos obligados a crear una tercera capa que
protegera esta profunda vulnerabilidad y sensibilidad.
Por lo tanto, todos, en mayor o menor medida hemos sufrido la deprivación e
indignidad. En los talleres terapéuticos dictados por el autor y su equipo se busca volver a
conectar con esta segunda capa de sensibilidad y vulnerabilidad. En una atmósfera de amor
y comprensión compasiva se van gradualmente sanando las inhibiciones y se va volviendo
hacia la energía vital de cada participante. Cuando validamos la conmoción y vergüenza de
nuestro niño interno herido, vuelven a aparecer nuestra vitalidad, potencia sexual,
asertividad, creatividad, nuestra locura, y la capacidad de amar y disfrutar profundamente
de cada experiencia. A medida que el peso de nuestra culpa y miedo al rechazo y
desaprobación disminuyen, somos capaces de tomar mayores riesgos en cuanto a la
expresión de nuestra energía vital. Comenzamos a redescubrirnos, y a vivir nuestra propia
verdad cada vez más.
El experimentar realmente aquel miedo y dolor que habita en nuestro niño interno
herido, comenta Krishnananda, nos permite poder soltar el control (dejar de controlar) y
entrar en nuestro corazón, lo que genera que se abra en nuestro interior un espacio de
compasión y entrega. De esta manera comienza a crearse el camino hacia el centro de
nuestro ser, vamos bordeando nuestros limites a la vez que se va suavizando nuestra
energía. Cuando logramos sobrepasar el miedo de dejarnos ir y de encarar nuestro temor, y
a nuestro niño herido, entramos profundamente en nosotros mismos. Se abre un espacio
enorme en el que somos capaces de aceptar que tanto el miedo como el dolor son
simplemente un aspecto más de la vida, de manera de que el permitirnos estar ahí no
significa que este estado displacentero permanecerá toda la vida.
Cuando aprendemos a aceptar y no luchar en contra del miedo, dolor, displacer y
decepción, e incluso contra nuestras mayores tragedias, simultáneamente permitimos que se
abra la puerta hacia nuestro centro del ser y la meditación. El explorar la segunda capa nos
lleva a conectar un espacio profundo de espiritualidad que jamás podrá ser “llenado” por
otro ser que no sea uno mismos. Nos acercamos cada vez más hacia el anhelo de nuestra
alma, anhelo que según Krishnananda es sanado en la práctica de la meditación, a través de
reconectarnos con la unicidad con/de la existencia.
Al referirse Krishnananda al centro del ser y de meditación, hace mención de aquel
espacio interior tan conocido por las religiones orientales que proponen a la meditación
como un camino de transformación. Ese camino que nos lleva a alcanzar aquel lugar
silencioso, de permanencia, de aceptación de la propia vida, de aquella abrumadora
compasión, en donde la sensación manifiesta es de dejar ir, de confianza y de “nada que
hacer ni lugar adonde ir, sólo ser y estar”. Los que han alcanzado dicho estado, expresa
Krishnananda, lo describen como una sensación de estar fuera del tiempo en donde la
habitual locuacidad de la mente se detiene. Ellos, relata el autor, han abandonado su
particular identidad personal, han abandonado la preocupación, planificación,
inseguridades, dudas, y solo viven cada momento apreciándolo en su totalidad. Sus vidas
progresan y fluyen perfectamente sin que ellos tengan que “hacer” nada, sólo observarla.
De niños y de manera inconsciente existíamos en este espacio, fuera de una
identidad o un nombre, simplemente éramos. Existíamos en un estado prístino de inocencia
y verdad. Luego nos identificamos con aquella personalidad que adoptamos. El camino de
vuelta al centro, plantea el autor, es el camino de regreso a este estado. Pero esta vez el
retorno no es desde la inconsciencia del niño, sino desde el conciente darnos cuenta del
adulto apoyado en su propia experiencia. Bello me resulta volver a observar cómo el
recorrido de un solo ser humano en sus pocos 80 años de vida, es el mismo recorrido
realizado por la humanidad desde el comienzo de su existencia.
Existen momentos, continúa el autor, en que podemos re-experienciar esta
sensación de unicidad, totalidad y de espacio fuera del tiempo, quizá durante la práctica de
la meditación, haciendo el amor, bailando, creando, o durante períodos de intenso dolor y
sufrimiento. Son pequeños destellos, pero luego vuelve a apoderarse la mente de todo el
sistema y retornan las identificaciones, compensaciones, apegos y miedos. Sin embargo,
expresa Krishnananda, estos pequeños momentos pueden brindarnos el coraje y valentía
para continuar el camino, nos regalan por segundos el sabor de aquel lugar al que nos
estamos acercando.
En los talleres realizados por Krishnananda se cultiva el centro del ser por medio de
prácticas diarias de meditación, lo que progresivamente genera una mayor amplitud en
aquel espacio interior, trayendo como consecuencia la capacidad de distanciarnos de las
tensiones propias de las situaciones cotidianas como también de los conflictos internos.
Gran parte del trabajo que se realiza en estos talleres es para nutrir esta semilla, creando
prolongados espacios de silencio e introspección, en los que existe ausencia de toda
responsabilidad y actividad, simplemente hay que observar-se, conectar aquel testigo
eterno y silencioso de nuestra existencia. Comenta el autor que desde su experiencia,
mientras más se riega esta semilla mayor va siendo la necesidad en nosotros de permanecer
en el silencio.
Gradualmente, plantea Krishnananda, podemos ir desarrollando una forma de vida a
partir de los principios de la meditación, lo que sería el paso posterior a la práctica
periódica de ella. La capacidad de sentir, de conciencia y de paz otorgados por ella son
inmensos. Gautama el Buda llamó a la meditación “el único refugio”.
Siento que existen verdades que estremecen el alma, para mi esta es una de ellas.
Puede que haya escuchado esto muchas veces, pero en este momento de mi vida, estas
ideas y sentimientos han entrado profundamente en mi de una manera totalmente diferente
a las veces anteriores.
Krishnananda ofrece esta mapa como guía, de manera de que en cada momento de
nuestra vida seamos capaces de observar y sentir desde cual de los tres lugares está
fluyendo nuestra energía, buscando acercarnos cada vez más desde la capa externa de
protección, a través de la del medio de vulnerabilidad, hacia nuestro centro de silencio,
conciencia, amor y verdad. Plantea el autor que en todo momento estamos vibrando en
alguno de estos tres lugares, solo podemos desarrollar la conciencia para darnos cuenta de
ello, sin embargo aquella experiencia de igual manera ocurrirá. La meditación es la clave,
por medio de ella podremos aumentar nuestra capacidad de observar nuestra realidad y
sostener toda emoción, placentera o displacentera, que la vida nos entregue. Mientras más
se profundice la meditación mayor será nuestra vulnerabilidad, lo que aumentará también
nuestra capacidad de darnos cuenta desde que lugar de nosotros mismos estamos actuando,
o reaccionando.
Una clave entregada por el autor es el lugar en que se sitúa en cada situación nuestra
energía corporal. Cuando nos encontramos en la capa de protección nuestra energía vibra
en el plexo solar o en la cabeza. Cuando nuestra vulnerabilidad es amenazada suele
contraerse nuestro plexo solar y la energía sube a la cabeza como mecanismo de protección
o de corte del miedo y del dolor. La tensión crónica que podemos sentir en nuestros
hombros, cuello, cabeza y plexo solar, podría ser el resultado de años de inconsciencia en
los que sólo hemos sabido protegernos, creyendo que sólo somos aquella capa externa.
Para conectar con nuestra vulnerabilidad, Krishnananda comenta que debemos
llevar nuestra energía y atención hacia el pecho o el bajo vientre, ya que este sería el hogar
del niño interno herido, espacios que poseen una cualidad eminentemente femenina y
receptiva. Suelen ser lugares de mayor profundidad, y están más escondidos, por lo que
cuesta más sentirlos y conectarse con ellos.
Con este mapa en mente, podríamos observar en cada momento en que parte de
nuestro cuerpo se ubica nuestra energía, con lo que podremos ir conociendo con mayor
profundidad a nuestro niño interno y nuestros sentimientos. Si nos comunicamos desde el
plexo solar debido a que nos hemos sentido amenazados o hemos desconfiado de alguien,
el otro nos responderá desde el mismo espacio, lo que nos asegura el conflicto y las luchas
de poder. Por el contrario, si nos comunicamos desde nuestra vulnerabilidad, desde el
corazón o bajo vientre, será difícil que el otro se sienta amenazado, por lo que
probablemente responderá también desde su vulnerabilidad.
De manera de que, si nuestras heridas permanecen, cada vez que nos sintamos
amenazados, criticados, abusados, automáticamente nos moveremos hacia el plexo solar y
nuestra respuesta será el ataque o el colapso, es decir, el desborde emocional. Para sanar
nuestro plexo solar debemos permanecer alertas frente a estas reacciones de manera de
responder desde la conciencia y apropiadamente. Cuando nuestro plexo solar se ha sanado
permanecemos centrados, somos constantes, arriesgados y poderosos, a la vez que calmos y
asertivos. Nuevamente en contacto con nuestra integridad y unicidad. Podremos
protegernos con claridad y conciencia si es que lo requerimos, nuestra agresión y colapso
emocional será reemplazado por la asertividad de nuestra energía vital.
Con respecto a nuestra vulnerabilidad, mientras nuestras heridas no sean sanadas
tendremos dificultad para experimentar y expresar nuestros sentimientos, quizá los
exageremos y expresemos histéricamente. Tendremos temor de abrirnos debido a que no
deseamos sentir dolor. Necesitaremos de paciencia, aceptación y amor de manera de poder
lentamente ir abriéndonos y sanando nuestro corazón y bajo vientre. Gradualmente
volveremos a sentir con mayor profundidad. Al sanar nuestra vulnerabilidad podremos
finalmente permitirnos a nosotros mismos sentir miedo y dolor sin querer arrancarnos de
ahí, a través de este proceso nos iremos centrando, y una maravillosa tranquilidad llegará a
nuestro ser.
De esta manera, una parte larga del camino consiste en desarrollar la capacidad de
contactarnos con nuestros sentimientos momento a momento, y expresarlos
apropiadamente. Continua Krishnananda expresando que desde esta aproximación, no
importa desde que lugar está saliendo nuestra energía, lo que importa es aprender a
reconocer aquello que nos está ocurriendo. No importa si es que estamos a la defensiva o
conectados, contracturados o en nuestro centro, abiertos o cerrados. Lo que importa es que
estemos en contacto íntimo con nosotros mismos, concientes y alertas con lo que nos
ocurre. Cada estado y cada reacción tienen una razón por la cual existir. El secreto está en
validar todo el conjunto de cosas que nos estén ocurriendo, que nos demos a nosotros
mismos el espacio y aceptación de la experiencia. En ese espacio fuera de presión ni juicio
ocurrirá nuestra sanación.
Cada uno de nosotros tiene su único proceso de sanación. Para ello, plantea el autor,
debemos desenterrar el material inconsciente reprimido y redescubrir nuestra vitalidad
perdida. Este proceso involucra también redescubrir el amor hacia nosotros mismos que
hemos perdido, y aquella larga búsqueda de “dios” o de la totalidad, de manera de
reconectarnos con el todo nuevamente. Es importante que permitamos que nuestro personal
y único proceso de sanación se desarrolle de su única y espacial manera.
Finalizando con las palabras de Krishnanada y muy agradecida por su aporte a mi
vida, quiero terminar refiriéndome a mi particular proceso.
El haber entrado en el amor en mi última relación de pareja me llevo a observar
aspectos de mi misma que no había visto antes. Muchas de las definiciones que tenía de mi
misma fueron fuertemente confrontadas. Me di cuenta de mi inseguridad, agresividad,
dependencia, posesividad, control, celos, descalificación, falta de amor y aceptación de mi
misma, la no aceptación e inseguridad con respecto a partes de mi cuerpo, etc. Con todo
esto la idea que tenía acerca de mi se desmoronó, y junto con gran parte del ego también se
derrumbó aquella identidad que más sanamente había forjado. Sentí que un círculo que me
rodeaba y desde el cual yo me afirmaba para existir (conformado por todas aquellas
definiciones que yo tenía de acerca de quien era) desapareció, con lo que comencé a caer en
un agujero que no tenía fin. Junto con ello aparecieron la angustia y el miedo. Terror de
muerte, me sentí sin estructura, lo que yo creía ser ya no era cierto. Reviví momentos de mi
infancia en que este terror de muerte era real, cuando la ausencia de mi mamá significaba la
muerte. Me di cuenta de que no había creado constancia objetal, que para no sentir el dolor
por la separación o pérdida del objeto amado deje de abrirme al amor. Y hoy amar aun
significa para mí pasar por ese terror de perder al objeto amado, por ende reacciono con
miedo de muerte.
Me di cuenta que había conformado gran fortaleza y belleza a lo largo de los años,
pero que esta estructura estaba sobre unos pilares muy débiles. Siento que el proceso en su
totalidad es muy positivo, lo siento como una iniciación, como una gran muerte del ego,
como una oportunidad para reconstruirme desde cero, desde la conciencia que elige que
piezas desea poner en la nueva estructura.
En meditación también he entrado en el terror y la angustia, en la pérdida de la
identidad y miedo de muerte. Solo la respiración ha quedado en medio de ese pánico. Hoy
creo que ya no me resulta tan necesario formar una nueva definición de mi misma, como si
pudiera estar empezando a vivir solo en esa respiración, sin tener que mostrar ante mi ni al
mundo un “esta es la Beatriz”. Siento que eso me regalará una enorme libertad, tampoco
me exijo estar ahí, sólo en momentos he tenido la experiencia y me doy cuenta de lo
tranquila y liberadora que es.
Creo que en la vida y en la existencia existe un orden y una intencionalidad
invisibles, al que muchas veces le llamamos sincronía. Este orden, creo, hizo que durante
este período también se presentaran dificultades en todos mis dominios de existencia; casa,
universidad, pareja, familia, amigas, dinero, trabajo, y por supuesto internamente. Al estar
en “crisis de identidad” perdí toda aquella claridad con respecto a mi misma que creo ha
sido una característica mía los últimos años, por lo que no sabía hacia donde direcccionar
todo aquello que me estaba ocurriendo, era muy confusa al comunicarle lo que me ocurría a
mis relaciones, entré en una dinámica de no aceptación y frustración, y terminé saliéndome
completamente de mi misma en la dependencia de mi relación de pareja. Estando con él y
en su casa evadí todo lo que me estaba ocurriendo y me dejé de hacer cargo de mi realidad.
Pero mi inconsciente me permitió el autoengaño por muy poco tiempo, aumentó la
angustia. Me costó muchísimo separarme de él. Por fin estaba recibiendo ese amor que por
tantos años necesite y no tuve, pero nuestras visiones de mundo y momentos de vida eran
muy distintos, y mi inconsciente se encargo no solo de generar angustia sino que también
desapareció el deseo. Muchas señales me decían que no estaba nada de bien al relacionarme
de esa manera. Me doy cuenta que entre en una relación de pareja nacida desde mis
condicionamientos, tanto familiares como sociales. Y que en mi habita una niña interna con
una gran herida que sanar. He sentido y aun siento mucho dolor, también mucha rabia con
la vida. Porque me entrega amor a través de alguien del que me voy a tener que separar.
Reconozco y agradezco el aprendizaje, pero me duele mucho.
Durante todo este tiempo, después de separarme de mi pareja, he necesitado estar
sola. Obligándome al principio porque significo entrar en el terror a la soledad que
significaba la muerte, y en el corte de la dependencia que también fue horrible. Luego la
soledad se fue volviendo un lugar más tranquilo, seguro e incluso agradable. Necesito y
necesite estar con toda mi energía hacia dentro, solo quería hablar lo justo y necesario, las
personas incluso me molestaban.
La meditación y un par de referentes adultos fueron mi sostén, por los cuales me
sentí vista, valorada y, a pesar de lo difícil que me resulta, a ratos amada. Hoy doy gracias
aunque todavía existen momentos muy dolorosos y rabiosos. Durante las últimas dos
semanas he empezado a sentir más mi pecho y mi meditación se ha vuelto más profunda, a
ratos he entrado en estados de mucha plenitud, como con un calorcito en el corazón,
ausencia total de ansiedad, placer corporal y un estar más presente sólo en ese momento. La
primavera y el sol han aportado con lo suyo. También empecé una psicoterapia en que
trabajamos con mis sueños. Esto también me entregó mucha tranquilidad, por el espacio
simbólico que ella ocupa, por el lenguaje y visión de mundo compartidos con el terapeuta,
y porque confió plena y totalmente en mi inconsciente, por lo que deseo re-crearme desde
ese espacio interno que me conoce mejor, por ahora, que yo misma.
Hoy siento que mi único norte es el amor. Amor en y hacia mi, amor como energía,
como lugar desde donde relacionarme con los demás y con el mundo, amor como
mirada…..
Hoy siento que en mi la capacidad de conciencia ya se ha asentado, y que seguirá
solita su curso de crecimiento, pero el amor aun es algo muy desconocido para mi, y creo
también que desde siempre ha sido mi mayor anhelo.

Beatriz.

Potrebbero piacerti anche