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INTRODUCCIÓN

I
Cuando hoy día reflexionamos sobre la estructura de las emociones humanas
y de su control, y cuando tratamos de elaborar teorías acerca de ellas,
solemos creer que las observaciones sobre los seres humanos contemporáneos
en las sociedades desarrolladas constituyen un material empírico suficiente.
Esto es, partimos descuidadamente del supuesto de que resulta posible
construir teorías generales sobre las estructuras emotivas y de control del
hombre en cualquier sociedad, tomando como fundamento investigaciones
sobre las estructuras emotivas y de control de seres humanos en una fase
específica
del desarrollo social, de seres humanos de nuestra propia sociedad
como se nos presentan aquí y ahora. Sin embargo, existen observaciones en
abundancia, relativamente fáciles de comprobar, que muestran que el modelo
y las pautas de control de emociones pueden ser distintos según las clases
sociales de que se trate en una sola sociedad. Tanto si nos ocupamos del
problema
del desarrollo secular de los países europeos o del de los llamados
«países subdesarrollados» en otras partes del planeta, encontramos siempre
este tipo de observaciones. La cuestión que éstas plantean entre otras es la
de saber cómo y por qué en el curso de tales transformaciones generales a
largo plazo y en una dirección (para las que hemos aceptado el concepto de
«evolución» como término técnico) ha cambiado en un sentido determinado
la emotividad del comportamiento y de la experiencia de los seres humanos,
la regulación de las emociones individuales por medio de coerciones internas
o externas y, con ellas, en cierta medida también la estructura de todas
las manifestaciones humanas. Estos son los cambios a los que nos referimos
en el habla cotidiana cuando afirmamos que los hombres de nuestras sociedades
son hoy «más civilizados» que ayer o que los de otras sociedades son
«menos civilizados», quizá incluso más «bárbaros», que los de la propia. El
matiz valorativo de tales enunciados es claro; los hechos a los que se remiten
no lo son. Esto depende, en parte, de la circunstancia de que las investigaciones
sociológicas empíricas sobre transformaciones a largo plazo de las
estructuras de la personalidad, y en especial de las regulaciones emotivas de
los seres humanos, todavía tropiezan con graves dificultades en el estadio
actual de los estudios sociológicos. El interés de la sociología actual se concentra
sobre procesos a plazo relativamente corto y, fundamentalmente, sobre
problemas que se refieren a una circunstancia concreta de las sociedades.
Las transformaciones de larga duración de las estructuras sociales, así como
de las estructuras de personalidad, han desaparecido por completo del horizonte
actual de la investigación.

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