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LA RESPONSABILIDAD PENAL DEL DEPORTISTA: EL

EJEMPLO DEL BOXEADOR (*)

José Manuel Paredes Castañón


Universidad de Oviedo

SUMARIO
I. Introducción. II. Riesgo generalmente permitido, riesgo excepcionalmente
permitido y caso fortuito. III. Análisis de casos: 1-2. Golpes no peligrosos. 3.
Riesgos imprevisibles. 4. Riesgos no controlados por el boxeador. 5. Otra vez
sobre los riesgos imprevisibles. 6. Riesgos permitidos. 7. ¿Hay un deber de
evitar el resultado? 8-9. Las medidas de cuidado necesarias. 10. Participación
indebida en un combate. 11. El boxeador tiene unos conocimientos
especiales. 12. El boxeador tiene una cualificación superior a la exigida. 13-
14. Infracción de reglamentos y responsabilidad penal. 15-16. Relevancia del
consentimiento de los contrincantes. 17. Distintas posiciones jurídicas en
relación con la práctica del boxeo. IV. Conclusión.

Yo he sostenido en diversas ocasiones que es posible y necesario examinar


también desde el punto de vista del Derecho Penal la actividad deportiva, con el fin de
deslindar aquellos peligros inherentes a la propia actividad que resultan aceptables hasta
cierto punto, y aquellos otros casos en los que la conducta de los intervinientes en el
juego o deporte es de tal índole que resulta completamente intolerable en atención al
respeto que merecen determinados intereses para el Derecho (fundamentalmente, la vida
y la integridad física). Y que, en definitiva, no hay razón alguna dotada de peso
suficiente que justifique que las conductas que se desarrollan en el seno de la vida
deportiva, sometidas sin vacilación alguna al régimen común de contratos, de
sociedades, de relaciones laborales, etc., deban quedar sustraídas a la aplicación de lo
que constituye el instrumento último de protección de los intereses más importantes -el
Derecho Penal.

(Publicado en Revista Española de Derecho Deportivo 5 (1995), pp. 81-97)

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Sin embargo, todo lo dicho quedaría como una mera posición de principio,
estimable, sí, pero carente de consecuencias prácticas, si no se intenta profundizar en la
problemática peculiar que plantean los juegos y deportes en relación con la lesión de
intereses jurídico-penalmente protegidos. Y, más en concreto, si no se realiza un
examen detenido de las distintas posibilidades y supuestos que pueden producirse
dentro de la compleja relación entre conducta deportiva y Derecho Penal. Dicho sea de
paso, esta ausencia de estudio detenido y casuístico ha sido la norma general hasta hoy:
y así, a las razones de índole sociológica que explican la falta de interés de los órganos
de persecución penal se les ha unido un lamentable abandono de ese estudio específico
que reclamo, de la problemática que el delito plantea cuando se desarrolla en el seno del
deporte; llegándose así a una situación de general impunidad.
Es por ello por lo que, en lo que sigue, se intentará realizar una primera
aproximación al análisis de casos concretos de responsabilidad penal por la realización
de actividades deportivas. Para ello, se va a partir de lo que ha constituido el campo de
batalla tradicional de las polémicas jurídico-penales en materia de actividades
deportivas, cual es el mundo del boxeo. Y ello, porque es el boxeo el deporte, si no más
peligroso, sí aquel en el que más a las claras se autoriza a un sujeto a poner en peligro, e
incluso a lesionar, a otro por la única razón -al menos aparentemente- de que ello forma
parte de un juego. Así, es aquí precisamente donde se pueden obtener indicaciones
preciosas sobre los límites que la condición deportiva impone a las normas penales; y,
sensu contrario, donde hallaremos los criterios que convierten el ejercicio de un deporte
en conducta penalmente intolerable, prohibida y merecedora por tanto de una pena.

II

1. Para realizar mi análisis, partiré de los siguientes supuestos (casos estos que,
como se comprenderá, no son en absoluto excepcionales en la cotidianidad del boxeo):

Caso 1: El boxeador A golpea al boxeador B. B sufre como consecuencia la


fractura del hueso nasal, precisando de asistencia quirúrgica para su curación.

Caso 2: El boxeador C golpea al boxeador D. D sufre como consecuencia una


grave lesión cerebral, a resultas de la cual fallece en pocas horas, a pesar de recibir la
atención médica adecuada.

2. Nuestro punto de partida, en la consideración jurídico-penal de estas


conductas, ha de ser la constatación del siguiente hecho: que tanto uno como otro caso

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parecen ser, al menos en principio, de aquellos subsumibles en tipos penales y, por
consiguiente, penalmente sancionables. En efecto, el primero de los casos atañe al delito
de lesiones (arts. 147, 617 CP); el segundo, al de homicidio (art. 138 CP). Y, desde el
punto de vista del tenor literal de los tipos penales en cuestión, no parece existir ningún
obstáculo relevante a la admisión de la tipicidad de las conductas que aquí analizamos;
pues, en efecto, la primera de las conductas es subsumible sin duda en el concepto de
“causar a otro una lesión que menoscabe su integridad corporal o su salud física o
mental”, al igual que la segunda lo es en la expresión “matar a otro”.
Se trata, por tanto, en realidad de dilucidar la cuestión de si toda conducta que
resulta en principio subsumible, desde el punto de vista gramatical (semántico), en un
determinado tipo penal ha de ser necesariamente sancionada con una pena o si, por el
contrario, existen o pueden existir razones suficientes (plasmadas o no en textos legales)
que nos obliguen a restringir la punición sólo a algunos de esos casos. Cuestión esta en
la que, planteada en general, ya desde un primer momento hay que optar por la segunda
de las alternativas, en virtud de las disposiciones recogidas en el Libro 1 del CP -Parte
General-, que limita en muchas ocasiones (eximentes, atenuantes, reglas concursales . ..)
las consecuencias punitivas a las que conduciría una interpretación meramente
gramatical de los tipos legales de la Parte Especial.
Sin embargo, la cuestión aparece de forma levemente distinta en los casos que
ahora nos ocupan, los casos de actividades deportivas. Pues sucede que, en realidad, no
es posible hallar -al menos, no directamente- en nuestro CP ninguna disposición
específica que atenúe la pena o exima de ella por el mero hecho de que la lesión o la
muerte se produzcan en el transcurso de una actividad deportiva. De modo que, de
nuevo, podría surgimos la duda de si no es cierto (como históricamente se ha sostenido)
que la conducta deportiva lesiva, y en concreto la del boxeador, por ser peligrosa para
bienes jurídico-penalmente protegidos y por ser generalmente intencional, merece una
sanción penal; o que al menos lo merece cuando se produzca efectivamente un resultado
lesivo -una lesión o una muerte.

3. Naturalmente, una conclusión de esta índole es imaginable, pero, ya a primera


vista, no parece acorde con el sentimiento de justicia socialmente imperante. En efecto,
resulta evidente que de ese consenso social acerca de la justicia forma parte, entre otras
ideas, la de que en determinados sectores de la vida social, es preciso aceptar -y
autorizar, por lo tanto- riesgos superiores a los comúnmente admitidos como lícitos, en

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virtud de la existencia de intereses preponderantes; idea esta que, en la Dogmática
penal, ha sido acogida bajo la expresión riesgo permitido. Y, precisamente, uno de los
sectores prototípicos para la aplicación de la idea de riesgo permitido es el de las
actividades deportivas.
Así, ha sido siempre doctrina absolutamente dominante la de que los deportes
peligrosos merecían autorización, a pesar de su peligrosidad -extraordinaria en
ocasiones. Las justificaciones para ello han variado según los momentos y los puntos de
partida: costumbre, adecuación social, consentimiento, ejercicio de un derecho, riesgo
permitido. De cualquier forma, al final todas ellas siempre han podido ser reconducidas
a dos grandes ideas: la del consentimiento individual y efectivo del sujeto lesionado (en
el riesgo o en la lesión) y la de la autorización procedente de quien dicta el Derecho (la
sociedad, la Constitución, la ley).
Sin entrar ahora a fondo en la polémica entre ambas corrientes, diré tan sólo que,
en mi opinión, la explicación sobre la base de la existencia de una decisión colectiva de
autorizar ciertos riesgos -aquí, deportivos- justifica de forma más convincente y
satisfactoria la licitud de conductas peligrosas en el ámbito del deporte. Y, si esto es así,
habrá que considerar precisamente desde esa perspectiva, de la coherencia entre la
regulación penal del hecho deportivo y su tratamiento social, constitucional y, en
general, por el resto del Ordenamiento jurídico, la cuestión de la punibilidad de
conductas lesivas y penalmente relevantes -subsumibles en tipos penales- que tienen
lugar en el transcurso de actividades deportivas.

4. Partiendo, por lo tanto, ya de esta forma de considerar el hecho deportivo


desde el punto de vista penal, y volviendo a los casos que aquí nos ocupan (uno de
lesiones y otro de homicidio, los dos en el contexto de un combate de boxeo), creo que,
para empezar, merece la pena destacar lo siguiente: que, en el contexto concreto que
aquí analizamos, los dos casos no son considerados de forma idéntica, incluso aunque al
final llegásemos a la conclusión de que ninguno de los dos es merecedor de sanción
penal; al menos, no lo son socialmente. Y que dicha diferente consideración tiene
mucho que ver con las ideas de habitualidad y de adecuación social. En efecto, mientras
que en el primero de los supuestos -el boxeador A que fractura el hueso nasal al
boxeador B- lo sucedido puede ser considerado como parte relativamente normal de un
combate de boxeo, no ocurre lo mismo conlo que sucede en el segundo caso -la muerte
del boxeador D-. Y ello, sin duda, condiciona la forma en que se valoran ambos casos.

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Naturalmente, este fenómeno, de índole más sociológica que propiamente
dogmática, podría ser un juicio infundado normativamente, irrelevante desde el punto
de vista de la aplicación técnica del Derecho Penal. Sin embargo, creo que hay razones
suficientes para sostener que, por el contrario, responde a razones valorativas profundas,
que justifican esa sensación social de que nos hallamos ante hechos de distinta
naturaleza (pero -lo veremos- ambos lícitos). Pues lo que ocurre en realidad es que la
licitud procede en cada uno de los casos de una fuente diferente: en el segundo -
homicidio-, únicamente del límite máximo al deber jurídico-penal de conducta
constituido en todo caso por lo que es previsible ex ante en la posición ocupada por el
sujeto en el tráfico jurídico (aquí, la de boxeador); en el primero -lesión-, por el
contrario, y aunque la lesión era perfectamente previsible, e incluso prevista y querida,
del hecho de que el atentado contra la integridad corporal y la salud del boxeador B se
deriva de una actividad socialmente deseable, el deporte, por lo que, en virtud de una
ponderación de los intereses en juego, el Ordenamiento jurídico estima aceptable dicha
clase de lesiones como coste social e individual de la actividad (siempre, claro está, que
se den determinadas condiciones de licitud), estableciendo un nuevo límite a lo que es
penalmente exigible. Así, el homicidio es lícito (al menos, no es subsumible en el tipo
penal) por ser un homicidio fortuito (imprevisible, incontrolable); y, al contrario, la
lesión corporal lo es porque, pese a la previsibilidad de la misma, constituye un riesgo
permitido -en el sentido estricto de la expresión- sobre la base de los intereses
preponderantes existentes que llevan a autorizada.
Se podría pensar en principio que la diferenciación entre ambas fuentes de
exclusión de la antijuridicidad es puramente académica, puesto que en definitiva los
efectos de la licitud son los mismos. No obstante, realmente tal distinción sólo es
irrelevante cuando hayamos concluido ya que la conducta no está penalmente prohibida,
no antes. Conclusión esta a la que, corno advertía más arriba, no es posible llegar
automáticamente, dada la insuficiencia de las reglas legales expresas para restringir el
ámbito de las conductas subsumibles en el tenor literal de los tipos penales. Por ello, en
ese proceso de determinación de la antijuridicidad de la conducta, el conocimiento de
las razones valorativas profundas que nos han de llevar a la conclusión de la licitud es
no sólo relevante, sino de la máxima importancia, ya que nos permite argumentar
fundadamente a favor o en contra de tal conclusión. Es decir, respecto de los casos que
examinamos, nos permite discutir en el primero de ellos –lesiones- sobre la base de
argumentos de índole material (valoración constitucional y social de la actividad

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deportiva, relaciones de utilidad y de costes, ponderación de intereses,…); mientras que
en el segundo -homicidio- nos conduce necesariamente a cuestiones tales corno la
previsibilidad y la controlabilidad de los riesgos derivados de los golpes propios del
boxeo, la infracción o respeto a las reglas del juego, la capacidad del sujeto para
conocer dichos riesgos, la diligencia que le era exigible para ello, las medidas de
cuidado que debía haber adoptado para evitar todo riesgo de muerte,…
Precisamente, pasaré a continuación a examinar diversas variantes de los casos
inicialmente propuestos para, sobre la base de argumentos corno los que acabo de
indicar, concluir si cada una de las conductas es o no penalmente antijurídica.

III

1. Primera variante: El boxeador C golpea al boxeador D con intención de


matarle, pero utilizando un golpe antirreglamentario, pero absolutamente inocuo para la
vida. (La conducta es atípica.)
Nos hallamos aquí ante un supuesto de falta de peligrosidad abstracta de la
conducta de C. En estos casos, la conducta de C resulta siempre penalmente irrelevante,
puesto que no es subsumible en (la fase ejecutiva de) ningún tipo de la Parte Especial
del CP, y tampoco en el de homicidio. Cuando, corno es el caso, la falta de peligrosidad
se da incluso en abstracto, no existe responsabilidad penal alguna, incluso aunque pueda
llegar (por otras causas concurrentes) a producirse el resultado lesivo.

2. Segunda variante: El boxeador C golpea al boxeador D con ánimo de matarle


y utiliza para ello un golpe en principio peligroso. Sin embargo, en el caso concreto, al
boxeador D, por su complexión física especialmente fuerte, dicho golpe le resulta
inocuo. (Tentativa inidónea de homicidio.)
Se trata de un supuesto en el que, existiendo una peligrosidad abstracta en la
conducta, la misma no se actualiza en el caso concreto. En estos casos, la conducta será
susceptible de calificarse, si existe dolo, como tentativa inidónea, punible conforme al
art. 16 CP; y, en caso de producirse el resultado, podría llegar a calificarse como delito
cons\.lmado, doloso o imprudente).

3. Tercera variante: El boxeador C golpea al boxeador D con un golpe que está


prohibido únicamente por dar una ventaja a quien lo utiliza, no porque cree peligro

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alguno para la vida. Sin embargo, como consecuencia del golpe y de su mala
colocación, D resbala y se golpea fuertemente contra el suelo en la cabeza, a
consecuencia de lo cual fallece. (El homicidio no está consumado: si hay dolo, habrá
responsabilidad por tentativa.)
En este caso, y a diferencia de los anteriores, sí que existe ya un peligro concreto
para bienes jurídico-penalmente protegidos inherente a la acción realizada por el
boxeador C; prueba de ello es que, en el ejemplo, el peligro llega incluso a actualizarse
en una relación causal que culmina en un resultado lesivo. Lo que ocurre, sin embargo,
es que dicho riesgo resultaba, en una perspectiva ex ante, objetivamente imprevisible
para cualquier persona que se colocase en la situación del sujeto actuante -el boxeador
C. De este modo, y en virtud de los principios que rigen la imputación jurídico-penal de
resultados a acciones humanas, habrá que concluir que, al tratarse de un resultado
objetivamente imprevisible, el mismo carece de relevancia a los efectos de la
responsabilidad penal; es decir, que el boxeador C responderá, a lo sumo, por una
tentativa de homicidio si tenía intención de matar y el golpe ofrecía alguna peligrosidad
abstracta para la vida -lo que rara vez sucederá-; o, en otro caso, permanecerá impune.

4. Cuarta variante: El boxeador C golpea al boxeador D con un golpe que está


prohibido por ofrecer algún peligro para la vida, y D fallece. Posteriormente se
demuestra que D estaba sufriendo en esos momentos un infarto, como consecuencia de
una enfermedad congénita y del esfuerzo físico realizado, y que el golpe de C tan sólo
agudizó dicho paro cardíaco, pero no lo ocasionó. (Cooperación imprudente a un hecho
fortuito: conducta atípica.)
Podrían plantearse aquí dos cuestiones distintas. En primer lugar, puede ocurrir
que, al igual que en la variante anterior, el resultado producido resulte objetivamente
imprevisible, de modo que no sea posible la imputación del mismo a la acción de C.
Pero también puede suceder que el golpe dado por C sea tan peligroso en ese momento
que, en verdad, parezca perfectamente previsible un resultado mortal. Y, sin embargo, la
posibilidad de afirmar la imputación jurídico-penal de ese resultado a la acción de C no
significa necesariamente que éste deba responder, al menos no de forma autónoma (a
título de autor, lo que, además, excluiría ya toda responsabilidad en el caso de que la
conducta no resulte dolosa). Al contrario, sólo cuando pueda afirmarse que C controló
positivamente el curso que tomaron los hechos será lícito decir que su posición era la
principal -la de autor- en el curso lesivo, y que por ello debe responder de todos los

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resultados producidos. Para afirmar esto, sería necesario que el comportamiento de C
hubiese dotado de su cariz lesivo al curso fáctico en cuestión; lo que, evidentemente, no
es el caso en el supuesto que ahora contemplamos, en el que el cariz lesivo (para la
vida) de dichos hechos aparece primordialmente en virtud del infarto -fenómeno
natural-, y no de una conducta humana.

5. Quinta variante: El boxeador C golpea al boxeador D utilizando un golpe


antirreglamentario y en principio no muy peligroso para la vida: Sin embargo, y como
consecuencia de una enfermedad cerebral que D padecía desde tiempo atrás, éste
fallece. Dicha enfermedad era comúnmente conocida en el mundo del boxeo en el país
de origen de D) pero no en el de C. (Hecho consumado, pero fortuito, por la ausencia
de previsibilidad del riesgo para el sujeto: la conducta es atípica.)
Nos hallamos ahora ante una variante que tiene alguna relación con las
anteriormente examinadas y que, sin embargo, es levemente diferente. Por una parte,
existe aquí una conducta que ex ante resulta objetivamente peligrosa para la vida. Por
otra parte, el resultado causado es también objetivamente previsible para el boxeador
medio (del país donde el combate se celebra), por lo que no existe obstáculo para
considerado como objetivamente imputable a la acción. Pero, en tercer lugar, sucede
que para el boxeador C, con la posición que ocupa (en este caso, en el ejercicio del
boxeo), y con los conocimientos que se le presuponen, no aparece como previsible la
enfermedad que D padece. Estamos, pues, ante un resultado lesivo objetivamente
imputable, pero ante una conducta no disvaliosa (no imprudente). De modo que
tampoco existirá responsabilidad. No obstante, la diferencia con los supuestos de
ausencia de imputación objetiva del resultado estriba en que, aquí, lo que falta es la
infracción del deber de conducta de ese boxeador concreto –de C) y sólo esto; de modo
que, si se tratase de otro boxeador (por ejemplo, uno del país de D) o del mismo C
cuando esté dotado de algún conocimiento extraordinario (si C, aun no estando
obligado, conociera la enfermedad de D) sí que existiría responsabilidad, y además por
el delito consumado.

6. Sexta variante: En el curso de un combate, el boxeador A golpea al boxeador


B con intención de fracturarle el hueso nasal, cosa que consigue. (Conducta lesiva
permitida: riesgo permitido.)

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Como ya antes apunté, nos encontramos aquí ante otro grupo de casos
completamente diferente. Pues, en realidad, no es posible alegar ninguno de los
argumentos que hasta ahora hemos manejado para fundamentar la impunidad de la
conducta. En primer lugar, tiene lugar una conducta gravemente peligrosa (tanto en
abstracto como en concreto) ex ante para el bien jurídico protegido, la integridad física.
Por otra parte, es evidente que se da la previsibilidad necesaria para afirmar que el
resultado efectivamente producido es imputable a la actuación de A y que es
precisamente esa actuación la que ha dotado de su carácter lesivo al curso posterior de
los acontecimientos. De igual modo, el peligro inherente a su acción es perfectamente
previsible para A; de hecho, no sólo le es previsible (conforme a los conocimientos que
se le presuponen por ostentar la posición que ostenta -de boxeador-), sino que de hecho
puede haber sido efectivamente previsto por él mismo. Y sin embargo) este dato es
irrelevante. Pues, de todas las maneras, la conducta de A está exenta de pena (y además,
permitida). Este fenómeno sólo puede ser explicado satisfactoriamente introduciendo
algún elemento adicional de juicio, hasta ahora no manejado, como es, en concreto, el
de la ponderación de los intereses en juego. En virtud de este principio, una conducta
que resulta subsumible en el tenor literal de un tipo de la Parte Especial del CP, y que
además no está amparada -al menos, no claramente- por ninguna eximente ni cláusula
expresa de la Parte General del mismo CP, queda exenta de pena y convertida en
penalmente atípica (y, casi siempre, además lícita para el resto del Ordenamiento
jurídico). Esto significa, en resumidas cuentas, que una decisión colectiva, plasmada en
la resolución judicial, viene a permitir determinadas conductas peligrosas que, de otra
manera, serían subsumibles en el umbral de lo que el CP considera como fase ejecutiva
de una conducta penalmente típica. Y ello, aunque no exista un consentimiento expreso
por parte de los boxeadores que intervienen en el combate acerca del nivel de riesgo en
el que el combate va a moverse; e incluso si uno o ambos boxeadores obran, cuando
lesionan a su contrincante, con plena intencionalidad.
Como es lógico, este tipo de soluciones (de exclusión de la antijuridicidad y de
la responsabilidad penal en virtud de la calificación como permitido del riesgo en
cuestión) han de limitarse a situaciones en las que los intereses sociales en juego (que
entran en conflicto con las exigencias de protección del bien jurídico) sean
suficientemente significativos y en las que, además, la ponderación entre los mismos
lleve a la conclusión de que merece la pena sacrificar en alguna medida la protección
del bien jurídico. Lo que ocurre es que el deporte (y el boxeo constituye el ejemplo más

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evidente de ello) es precisamente uno de los ámbitos donde mayor incidencia tiene este
fenómeno, del riesgo permitido; es decir, que se trata de una de las esferas de la vida
social en las que existe una mayor predisposición a sacrificar en alguna medida -y,
naturalmente, siempre con límites-los bienes jurídicos, e incluso bienes tan importantes
como la vida o la integridad física, en favor del fomento de la actividad en cuestión, el
deporte.

7. Séptima variante: Si el boxeador C golpea al boxeador D de un modo tan


peligroso que le pone en peligro de muerte (pero de forma permitida), ¿surge entonces
para él un deber de auxiliarle para que no muera? ¿Responde por la muerte, en caso de
que no le ayude? (Omisión del deber de socorro.)
Plantea este caso el problema de qué contenido debe considerarse que tiene el
deber jurídico-penal de conducta (y, consiguientemente, el de en qué casos puede
hablarse de antijuridicidad penal): en concreto, si la responsabilidad penal por el
resultado existe sólo cuando el sujeto crea positivamente -en los términos antes vistos-
el riesgo que se realiza en el resultado, o también cuando no evita dicho resultado,
pudiendo hacerlo. Naturalmente, la cuestión es altamente discutible, habiéndose
defendido ambas tesis. No obstante, en mi opinión hay que entender que sólo la
creación del riesgo de producción del resultado constituye una base suficiente para
hacer responder penalmente por el desvalor del resultado producido. Ello podrá
producirse por acción (el boxeador C golpea a D de un modo tan peligroso que le
provoca la muerte) o por omisión (el masajista del boxeador D, habiéndose ocupado de
la reanimación de éste, y tras haber comenzado con la misma, le deja abandonado
cuando ya todos los demás que podían ayudarle se han ido, a consecuencia de lo cual D
muere).
Pero, por el contrario, la mera no evitación del resultado producido, pudiendo
hacerlo, por sí sola no hace responder del mismo: el boxeador C que no atiende al
boxeador D no responde de la muerte que le sobrevenga a éste, aunque pudiera prestar
dicha asistencia, e incluso aun cuando estuviese obligado a prestarla (por ejemplo, en
virtud de lo dispuesto en el art. 195 CP, sobre la omisión del deber de socorro).
Responderá, en su caso, si su golpe cumplía con las condiciones que he enumerado en
los apartados anteriores (ser peligroso, resultar objetivamente adecuado para causar la
muerte, ser determinante de la misma, no ser ajustado a las reglas del juego,…); pero
sería ésta una responsabilidad por la acción previa, nunca por la omisión. Su conducta

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meramente omisiva, salvo en casos excepcionales -como el señalado antes- de creación
del riesgo mediante una omisión, será a lo sumo merecedora de responsabilidad penal a
título de omisión propia (generalmente, de omisión de socorro); no, en todo caso, en
relación con el resultado producido -aquí, la muerte de D.

8. Octava variante: El boxeador C posee una cualificación profesional (y,


consiguientemente, unas capacidades para golpear de modo lesivo) extraordinariamente
superior a la del boxeador D, perteneciendo incluso a otra categoría.
Se plantea en este supuesto el problema de las alternativas de actuación que un
sujeto actuante -aquí, el boxeador- posee a fin de que su conducta permanezca dentro de
lo que puede ser considerado riesgo permitido. En concreto, dichas alternativas son
principalmente dos: primero, la de abstenerse de actuar, y segundo, la de hacerla con el
cuidado adecuado. En nuestro caso: el boxeador C, debido al nivel de riesgo que
previsiblemente puede llegar a derivarse de su conducta (y puesto que su capacidad de
crear riesgos para D es mayor de la habitual) tiene, en primer lugar, la opción de no
boxear con D. Pero, en segundo lugar, puede también decidirse a boxear, y ello por sí
solo no implica necesariamente el nacimiento de responsabilidad penal alguna (incluso
aunque se acabe produciendo el resultado lesivo). Ahora bien, si se decide por esta
segunda opción, la de boxear, su conducta durante el combate deberá ser en todo
momento de tal índole que en ningún caso genere un nivel de riesgo mayor del habitual
y aceptado en otros combates de boxeo. De modo que, dada su condición física y
técnica, estará obligado a adoptar aquellas medidas necesarias para evitar dicho exceso
de riesgo para la vida: no utilizar golpes especialmente peligrosos, no colocarse en
situaciones de total superioridad en las que el contrario pueda verse abocado a una
completa indefensión,... En definitiva, que el boxeador C tendrá que velar porque no se
produzca, como consecuencia de su propia conducta, la superación de ese nivel normal
de nesgo.
Ahora bien, para velar por la preservación de esa situación pueden ser necesarias
conductas de diversa naturaleza: en ocasiones basta con que el sujeto no realice ninguna
conducta activa irregular que contribuya al riesgo; pero en otras es preciso que el propio
sujeto actúe para cambiar la situación de riesgo preexistente. Un ejemplo de lo primero
lo constituye la abstención por parte del boxeador de la utilización de golpes peligrosos
de ventaja. Y uno de lo segundo, la conducta del boxeador que se aparta al contrario de

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sí para evitar que él mismo se encuentre en situación de manifiesta inferioridad y en alto
riesgo de recibir un golpe mortal.
La ausencia de estas medidas de cuidado convertirá la conducta del boxeador en
negligente, por elevar excesivamente el nivel de riesgo para su contrincante. Aunque,
naturalmente, dicha ausencia de medidas de cuidado no será por sí sola suficiente para
generar responsabilidad penal: sólo cuando, además -y sobre todo-, debido a esa falta de
medidas se cree el riesgo para la vida de D podrá existir alguna responsabilidad.

9. Novena variante: El boxeador C no comprueba (o no lo hace adecuadamente)


si en sus guantes hay algún objeto contundente (prohibido). Como consecuencia, y dado
que sí que había tal objeto, cuando golpea al boxeador D le causa la muerte. (Homicidio
imprudente.)
En relación con lo expuesto sobre la variante anterior, se comprueba aquí que las
medidas de cuidado a adoptar pueden tener el más diverso contenido, tanto de acción
como de abstención. Aquí, la conducta a la que el boxeador C estaba obligado era
activa: comprobar si en su guante había algún objeto peligroso. Sin embargo, el
incumplimiento de esa obligación no da lugar a responsabilidad por omisión, puesto que
el núcleo del injusto penal sigue residiendo en el golpe que C da a D, y que es el que le
ocasiona la muerte.

10. Décima variante: El boxeador C, desconociendo las reglas del boxeo por no
haberse informado adecuadamente al respecto, da al boxeador D un golpe prohibido y
muy peligroso, a resultas del cual éste fallece. (Homicidio imprudente.)
Nos hallamos aquí ante un supuesto levemente distinto de los anteriores: se trata
de un boxeador que carece de los conocimientos y de la preparación suficientes para
intervenir en un combate de boxeo -actividad peligrosa- y que, sin embargo, lo hace. La
peculiaridad del caso estriba en que en el momento en el que el sujeto actúa (esto es,
cuando C golpea a D y le mata) él no está capacitado para hacer otra cosa de lo que
hace: no puede evitado. Y, entonces, la responsabilidad penal por el resultado se deriva
de otro factor añadido: del hecho de que C haya asumido la posición de boxeador no
estando preparado para ello. Se trata, por lo tanto, de un supuesto de los llamados de
imprudencia por asunción (por asunción indebida de una posición). Y se debe repetir
aquí de nuevo algo que ya antes indiqué: que para que la conducta de C pueda ser
considerada penalmente antijurídica es preciso que él mismo haya asumido

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indebidamente (esto es, estándole prohibido, resultando imprudente) el papel de
boxeador en un combate de boxeo; pero que la conducta de C sólo será punible si,
además -y sobre todo-, causa el resultado lesivo (por sí sola, la asunción indebida de la
posición de boxeador dará lugar, acaso, a responsabilidad disciplinaria, nunca penal).

11. Undécima variante: El boxeador C, que sabe que D padece una enfermedad
cerebral, golpea repetidamente a éste en una zona determinada de la cabeza, sabiendo
que es muy probable que de ese modo se le produzca un ataque y la muerte, cosa que
realmente consigue. (Homicidio consumado, imprudente o doloso, según cuál sea el
grado de conocimiento y de aceptación del riesgo por parte de C.)
En este caso, la conducta de C, aun siendo idéntica desde el punto de vista
objetivo a la descrita en las variantes anteriores, posee un rasgo diferencial: a saber, que
C obra con un conocimiento acerca de la situación -y acerca del riesgo- que es superior
a la habitual en otros boxeadores y a la que es exigible para poder participar lícitamente
en un combate. Ahora bien, dicho conocimiento superior, en la medida en que no es
utilizado por C para eliminar riesgos (que para él son susceptibles de ser eliminados,
aunque no lo sean para la generalidad de los boxeadores), supone un tanto adicional de
responsabilidad, pues lo que para otros resulta imprevisible no lo es para él. De este
modo, el nivel de lo exigido -el deber jurídico-penal de conducta- es mayor para sujetos
con conocimientos especiales, y conductas que en otros boxeadores resultarían ajustadas
a Derecho (así, la de golpear a D en una determinada zona de la cabeza), se convierten
en antijurídicas al tener en cuenta esos mayores conocimientos de él.
De hecho, hay que considerar incluso la posibilidad de que en algunos casos la
conducta de C no sólo resulte antijurídica a título de imprudencia, sino incluso punible
como delito doloso: en efecto, cuando el grado de conocimiento de C acerca del riesgo
en el que pone a D (aquí, el de morir por una lesión cerebral) resulte elevado, y además
pueda decirse que C aceptó tal riesgo para el bien jurídico-penalmente protegido, no
habrá ningún obstáculo para castigar por delito doloso consumado.

12. Duodécima variante: El boxeador A, que podía haber derribado al boxeador


B con un golpe rotundo pero no mortal, prefiere utilizar otro, más peligroso (pero aún
permitido). Como consecuencia, en vez de una contusión sin importancia, le causa a B
una fractura del hueso nasal. (Conducta peligrosa pero permitida: conducta atípica.)

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A diferencia de la variante anterior, en ésta lo que el sujeto posee de más
respecto de otros boxeadores no es un conocimiento acerca de la situación, sino una
especial capacidad de actuación; en este caso, de boxear. Esta diferencia es, sin
embargo, fundamental: pues, mientras que el sujeto está obligado a utilizar todos
aquellos conocimientos que están en su poder con el fin de evitar un exceso de riesgo
para su contrincante, dentro de ciertos límites -los límites del riesgo permitido- tiene
derecho a utilizar las capacidades que posee en la medida que desee. Y ello, con
independencia de que hubiese podido obrar igualmente de forma menos peligrosa, por
poseer capacidad para ello: si C se mantiene desde el punto de vista objetivo dentro de
las conductas permitidas, es irrelevante que tuviese capacidad para lograr el mismo
resultado (por ejemplo, el knock-out del adversario) con una conducta
significativamente menos peligrosa; cualquiera de sus dos conductas, la más peligrosa y
la menos, son perfectamente lícitas, constituyen riesgos permitidos.

13. Decimotercera variante: El boxeador A da un golpe prohibido por el


reglamento a su contrincante, el boxeador B, fracturándole el hueso nasal. Se demuestra,
sin embargo, que dicha consecuencia hubiera sido idéntica en el caso de haber dado un
golpe conforme al reglamento. (Tentativa imprudente, penalmente atípica, salvo que se
demuestre que concurría dolo en el sujeto, caso en el que responderá por tentativa de
lesiones.)
En esta variante, si se demuestra que la conducta antirreglamentaria de A no
incrementó para nada el riesgo de lesión corporal respecto de aquel que hubiese
generado un golpe ajustado al reglamento, no podrá imputarse el resultado producido a
la acción negligente de A (aunque, desde luego, ello ha sido discutido). De modo que A
sólo responderá penalmente en el supuesto de que su conducta fuese dolosa y no
meramente imprudente; en otro caso, y al no ser un hecho consumado, quedará impune.

14. Decimocuarta variante: El boxeador A golpea a su contrincante, el boxeador


B, con un golpe prohibido por el reglamento, con la intención de causarle una lesión.
Sin embargo, y en virtud, por ejemplo, de la inferioridad de las condiciones físicas de A
frente a B, el golpe de A sólo muy remotamente llega a amenazar la integridad física de
B. (Conducta peligrosa pero permitida: penalmente atípica.)
Trato de poner de manifiesto con este ejemplo algo de gran importancia en
materia de responsabilidad derivada de actividades deportivas: que no siempre -aunque

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sí sea lo más usual- la infracción del reglamento del deporte correspondiente genera,
cuando va unida a la producción de un resultado lesivo, responsabilidad penal. Por el
contrario, la determinación de lo que es o no penalmente antijurídico depende, más que
del requisito formal de la infracción reglamentaria, de la consideración material que el
riesgo creado le merezca al propio Derecho Penal. Naturalmente, esto no quiere decir
que infracción reglamentaria y antijuridicidad penal sean dos elementos completamente
independientes; al contrario, es obvio que existe una estrecha relación entre ambos. De
hecho, es cierto que en la mayoría de los casos la antijuridicidad penal exige como
condición necesaria la de la existencia de una infracción reglamentaria; y que, de otra
parte, muchas veces la presencia de una infracción de reglamentos conlleva, si se
produce un resultado lesivo, responsabilidad penal (en otro caso, sólo cuando se
demuestre la presencia de dolo).
Y, sin embargo, no siempre ocurre así. Por un lado, porque, en ocasiones en las
que formalmente no es fácil apreciar la existencia de una infracción del reglamento
deportivo, puede existir, si se dan las necesarias condiciones de prueba, responsabilidad
penal: así, por ejemplo, hemos visto ya un supuesto en el que el boxeador C poseía
conocimientos extraordinarios que le habrían permitido evitar el resultado mortal para
D. Además, por otra parte, no siempre la infracción del reglamento genera
responsabilidad penal, pues puede ocurrir (además de que falten otras condiciones para
la responsabilidad, o al menos para la responsabilidad plena por delito consumado: falta
de imputación objetiva, falta de la condición de autor,...) que, a pesar de la infracción, el
riesgo creado no supere aquel que está jurídicamente permitido; con lo que una
conducta antirreglamentaria no sería, sin embargo, delictiva, incluso aunque el sujeto
hubiese obrado con plena conciencia de dicho carácter antirreglamentario y del nivel de
riesgo que estaba creando.

15. Decimoquinta variante: El boxeador B interviene en un combate de boxeo


engañado acerca de las condiciones físicas de su contrincante, el boxeador A, y
pensando que se combate bajo la condición de que no habrá golpes en la cabeza. La
existencia de este engaño es conocida por el boxeador A. A pesar de esto, A golpea a B
en la cabeza con un golpe permitido, que le provoca la fractura del hueso nasal.
Se trata aquí de discutir la relevancia que la ausencia de consentimiento (o, lo
que es lo mismo, la existencia de un consentimiento radicalmente viciado) de los
intervinientes que en un deporte tiene sobre la antijuridicidad o licitud de los resultados

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lesivos derivados de dicha actividad deportiva. Al respecto, pueden señalarse dos
interpretaciones divergentes. La primera afirma que la ausencia de consentimiento por
parte de los intervinientes en una actividad peligrosa (pero que se mueve dentro de los
límites del riesgo permitido) excluye la licitud de conductas que en otras condiciones
hubieran resultado ajustadas a Derecho; de modo que el boxeador A sería responsable
por las lesiones causadas a B igual que si hubiese utilizado un golpe peligroso
antirreglamentario.
Otra es, sin embargo, la interpretación que, a mi entender, ha de propugnarse.
Desde mi punto de vista, la ausencia de consentimiento no excluye por sí sola la licitud
de acciones peligrosas que objetivamente están permitidas (aquí, el golpe de A contra
B). Ello, naturalmente, no significa que dicha falta de consentimiento sea
completamente irrelevante. En primer lugar, es obvio que en ocasiones existirá un delito
de coacciones o de amenazas (arts. 172 y 169-171 CP, respectivamente): si el boxeador
B es obligado a boxear mediante el uso de violencia o de intimidación. En segundo
lugar, además, y por lo que se refiere a las lesiones sufridas por B, habrá también
algunos casos -ciertamente pocos- en los que A sea considerado penalmente responsable
de dicho resultado lesivo: a saber, cuando sea posible interpretar que A instrumentalizó
a B (mediante coacción, error,…) para colocarle en una situación peligrosa -por encima
de lo permitido- para su integridad física, convirtiéndose en autor mediato doloso de las
lesiones de B.

16. Decimosexta variante: El boxeador D acepta participar en un combate de


boxeo en que no se seguirán las reglas habituales del boxeo, sino que se permitirán sin
límites todo tipo de golpes peligrosos. En dicho combate, su contrincante, el boxeador
C, le golpea de tal forma -y en contra del reglamento- que le provoca la muerte.
(Conducta peligrosa pero excepcionalmente permitida: penalmente atípica.)
En este supuesto la existencia de un consentimiento del sujeto pasivo acerca de
la intervención en una actividad peligrosa generalmente no permitida excluye la
antijuridicidad penal de la conducta de C, convirtiéndola en excepcionalmente permitida
(desde el punto de vista penal). Se discute aquí únicamente el alcance que debe tener el
consentimiento de D: si ha de alcanzar al resultado o basta con que se refiera al riesgo.
En mi opinión, y por razones que aquí no pueden ser expuestas con detenimiento, creo
que es preferible la segunda opción.

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17. Decimoséptima variante: ¿Tiene un profesor de boxeo respecto de sus
alumnos las mismas facultades de actuación que un boxeador normal frente a su
contrincante?
Lo que se pone de manifiesto con este ejemplo es que el espectro de conductas
peligrosas pero permitidas varía según la posición ocupada en el tráfico jurídico -incluso
en un mismo sector del mismo- por el sujeto actuante. Así, conductas que serían
perfectamente lícitas para un boxeador durante un combate profesional dejan de serio
cuando las mismas se producen en el curso de una clase de boxeo. Y lo mismo
podríamos decir en relación con diferentes categorías de boxeadores, con diferentes
clases de combates, etc. Naturalmente, el fundamento de esta diferenciación estriba en
la distinta ponderación de los intereses en juego (que a su vez se basa en la existencia de
desniveles de capacidades en los sujetos intervinientes y de riesgo inherente a la
conducta de cada uno de ellos). De este modo, ello obliga al juez a considerar siempre el
caso concreto, con sus circunstancias y las facultades y deberes derivados para cada
sujeto interviniente en la actividad deportiva de la posición que en la misma ocupa. En
definitiva, a tratar de forma adecuadamente diferenciada conductas que sólo en
apariencia -esto es, físicamente- son idénticas, pero que no lo son desde un punto de
vista valorativo.

IV

Como se verá, los supuestos que pueden plantearse en materia de


responsabilidad penal derivada de la actividad deportiva pueden ser muy diversos. La
conclusión general que ha de extraerse, por ello, de este primer estudio diferenciado de
casos es la siguiente: en esta materia, como en general en todo el Derecho Penal, no es
posible operar únicamente con criterios estrictamente formales (de infracción o respeto
a las reglamentaciones deportivas), sino que hay que acudir a consideraciones
materiales (de niveles de riesgo, de cognoscibilidad y controlabilidad del mismo, de
intereses concurrentes ... ) para determinar el ámbito de lo penalmente antijurídico y de
lo penalmente atípico. Y esta consideración material de los supuestos implica
necesariamente la aplicación de soluciones diferenciadas, siempre respetuosas con el
tenor literal de los tipos penales (que, ciertamente, en esta materia no suelen representar
un gran obstáculo para el intérprete, al predominar los tipos puramente resultativos),

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pero más adecuadas para satisfacer todos los intereses en juego y las exigencias de la
justicia del caso concreto.

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