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Patología en la toma de decisiones

La toma de decisiones es una de las tareas más difíciles y estresantes que

tiene que realizar el ser humano. Si no se realiza de forma adecuada,

puede ser causa de problemas psicológicos. En esta página el Dr. García

Higuera muestra como se puede dar este proceso de generación de

patología por hacer el proceso de toma de decisiones de forma

inadecuada.

La toma de decisiones consiste en encontrar una conducta adecuada para

resolver una situación problemática, en la que, además, hay una serie de

sucesos inciertos. El análisis de qué es lo que está haciendo la persona y

de qué manera se ha bloqueado es nuestra primera tarea para ayudarle,

y un modelo de cómo se toman las decisiones nos puede ayudar a saber

por donde indagar. Hay modelos clásicos (Hastie, 2001) que se basan en

el esquema de resolución de problemas de D´Zurilla y Goldfried (1971) y

que se ha incorporado a la terapia cognitivo conductual con todos los

méritos (Nezu, 2004). Por supuesto que en la práctica clínica no se puede

olvidar nunca que las personas no nacieron para ajustarse a los modelos y

que hay que determinar para cada paciente como se ha bloqueado,

teniendo en cuenta que cada persona afronta la resolución de problemas

de una forma diferente, basada en su experiencia y su historia de

aprendizaje. Es el análisis de su método concreto, o la falta de él, lo que

nos va a permitir ayudarle eficazmente.


En el modelo clásico de toma de decisiones, primeramente se plantea un

objetivo, que podría ser también el enfrentamiento de una amenaza, real

o imaginaria, probable o no. Después, se comienza la elaboración de un

plan, que consiste en determinar mentalmente un curso de acción que nos

permita conseguir la meta propuesta. Para ello, se comienza analizando la

situación: hay que determinar los elementos que son relevantes y obviar

los que no lo son buscando relaciones lógicas y causales que nos permitan

influir en ellos. Después se elaboran acciones alternativas que podrían

conducir al objetivo y se extrapolan para imaginar los posibles resultados

que se obtendrían con ellas. Luego, estos se evalúan para elegir la

conducta más idónea. Cuando se actúa llevando a cabo el plan, se valoran

los resultados obtenidos para determinar si son necesarias acciones

posteriores y para aprender para el futuro (se puede ver este modelo más

detalladamente en "Toma de decisiones" ).

Ya en la elección del objetivo nos podemos encontrar con bloqueos

importantes cuando nos encontramos ante un conflicto de valores, por

ejemplo, acabar con una relación de pareja no satisfactoria y evitar a los

hijos los problemas que conllevará un divorcio. En esos casos, la

clarificación de sus valores y el compromiso con ellos puede ser de gran

ayuda y los trabajos que plantea en este terreno la terapia de aceptación

y compromiso (ver, por ejemplo, Wilson y Luciano, 2002) son de un valor

terapéutico incalculable.

Tomar decisiones es por sí mismo un proceso que, hasta cierto punto, nos

tranquiliza porque es el inicio del afrontamiento de un problema: ya

estamos haciendo algo (pensar) para solucionar lo que nos agobia.


Aunque a veces no dirigimos la preocupación hacia el objetivo que nos

causa malestar. En efecto, a veces, podemos llegar a preocuparnos de

sucesos muy poco probables, rehuyendo hacerlo de problemas

acuciantes a los que no queremos o no podemos enfrentarnos (Borkovec,

Alcaine, y Behar, 2004). Si nos preocupamos porque es posible que

caigamos muy enfermos, no nos quedará tiempo para pensar que las

relaciones con la pareja no son nada agradables y que no se ven

posibilidades de mejorarlas. Se evita así la experiencia de la ansiedad al

preocuparse de eventos menores para no afrontar aquellos que nos

causarían mayor ansiedad y que no son solucionables. Preocuparse de los

problemas que no se pueden resolver causaría, además, una evaluación

negativa de las propias capacidades, al constatar que no se puede

enfrentar lo que en realidad acucia. Preocupándose de problemas

terribles, aunque poco probables, se cree que se está haciendo todo lo

posible para solucionar sus problemas; aunque, en realidad, se estén

evitando. La quintaesencia de este proceso consiste en que los humanos

podemos crear estrés para excluir un dolor posterior mayor (Borkovec,

Alcaine, y Behar, 2004). Los pacientes que han caído en esta trampa

acuden a la terapia cuando el miedo a la enfermedad o a la muerte es tan

fuerte que le impide funcionar con normalidad. La labor del psicólogo está

en lograr que superen ese miedo y también identificar si existe un

problema que evitan.

Hay varios factores, que son básicos en la toma de decisiones, y que nos

pueden llevar a bloquearnos: la incertidumbre inherente a todo el

proceso, la pérdida que toda elección conlleva, porque si elegimos

perseguir el objetivo A, dejamos a un lado el B; y si hacemos C, no


haremos D, y finalmente el riesgo a equivocarnos, fracasar y no lograr el

objetivo propuesto.

Hay personas que soportan muy mal la incertidumbre. Hay que recordar

que esta debilidad, para algunos autores, es el factor fundamental que

lleve al trastorno de ansiedad generalizada (Dugas, Gagnon, Ladouceur y

Freeston, 1998). La aceptación y exposición al caso peor es un camino

terapéutico adecuado y eficaz para aprender a vivir con la incertidumbre.

Afrontar el abandono de un objetivo por elegir otro será sencillo, si lo que

se elige está de acuerdo con nuestros intereses a largo plazo, es decir,

con nuestros valores; pero, cuando la pérdida de lo que dejamos atrás es

importante, nos podemos aferrar indefinidamente al proceso de toma de

decisiones intentando inútilmente conjugar lo incompatible. El

aprendizaje de la aceptación del sufrimiento por la pérdida en una terapia

psicológica puede ser necesario para poder salir de este bloqueo.

El miedo a fallar puede ser totalmente paralizante. Podemos buscar

inútilmente la lógica en una situación irracional, esperando datos que

nunca llegarán, podemos delegar en otros la decisión para que se

equivoquen ellos, podemos aplazar indefinidamente y repetidamente

nuestra actuación, etc. Sabemos de la eficacia de nuestra labor de

psicólogos para enseñar a vivir afrontando los riesgos que conlleva vivir

con plenitud y responsabilidad.

Aún superados los problemas que tenemos y llevado a cabo el plan,

podemos encontrarnos con problemas psicológicos. Cuando evaluamos

los resultados obtenidos, lo hemos de hacer basados en los hechos


medibles y objetivos. Podemos caer en la tentación de tener

exclusivamente en cuenta el sentimiento o la sensación que nos ha

quedado; lo hacemos de forma automática, es decir, sin un pensamiento

consciente. Este error explica la perseverancia en la tarea que se da en

algunas patologías como el trastorno de ansiedad generalizada o el

trastorno obsesivo compulsivo (Martin y Davies, 1998; Martin, Ward,

Achee y Wyer, 1993; Davey, Field y Startup, 2003, Sugiura, 2003), porque

las sensaciones y sentimientos pueden ser debidos a otros factores, como

la incertidumbre del resultado, nuestro exceso de perfeccionismo o a

nuestro estado general por otros sucesos ocurridos en nuestra vida. Las

personas que tienen un trastorno obsesivo compulsivo saben que el ritual

asegurador (lavarse las manos, cerrar la puerta, entrar en pensamientos

repetitivos, etc.) se ha hecho; pero no obtienen la sensación de

tranquilidad que da la desaparición de la amenaza, por lo que siguen

repitiendo el rito, buscando el cambio de sensación. Lo de menos es que

las manos estén limpias, ya los saben, lo importante es que la sensación

de ansiedad desaparezca. La no aceptación de los pensamientos,

sentimientos, sensaciones y emociones que conlleva el riesgo es lo que

mantiene a las personas con un comportamiento obsesivo en la duda

eterna y les dificulta la toma de decisiones. La exposición a al miedo al

fracaso y el entrenamiento en la aceptación de pensamientos,

sentimientos, sensaciones y emociones es un medio importante para

enfrentar estos problemas, podemos ver técnicas concretas en García

Higuera (2004).

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