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11 de abril de 2017
“Los chicos se callan cuando la mirada del padre o del docente es ‘vos tendrías
que ser más abierto, flexible, jugar a lo que ellos dicen’. Ponemos la mirada en
ese chico que lo está padeciendo”, afirmó Zysman
La licenciada en psicopedagogía María Zysman será una de las especialistas
encargadas de llevar adelante la diplomatura virtual “Análisis y prevención del
bullying y ciberbullying”, brindada por la Universidad Nacional de Villa María
(UNVM).
-En los últimos tiempos es un término que se escucha cada vez más, pero,
¿qué es el bullying?
-Es una forma de violencia. No es sinónimo de violencia, sino una de las formas
que puede adoptar. Consiste en todo aquello que se le hace a un chico para
excluirlo de un grupo y hacerlo sufrir. Esto, con mecanismos que apuntan a la
humillación, a la denigración. Es de manera sostenida, no algo que empieza y
termina. Se necesita de un tiempo para lograr este objetivo de avergonzar y
exponer al ridículo al otro. Van probando qué le duele al otro, no es de manera tan
consciente, pero sí se van detectando los talones de Aquiles, los puntos flojos del
otro y para ocupar un lugar de privilegio en un grupo, hay quien dirige este
hostigamiento.
-¿Siempre se logra?
-Se logra si hay un montón de chicos que lo siguen, lo apoyan, se divierten, se
ríen, son testigos de este ridículo. Si no, pierde el sentido. Aparece cuando hay un
destinatario y alguien más que está mirando.
Para lograr que un compañero se quede solo y excluido, recurren a todos los
mecanismos posibles, desde lo físico, lo psicológico, lo verbal, lo simbólico. No hay
un bullying verbal y uno simbólico, sino que todas las acciones que apunten a
humillar a alguien van a formar parte de esta estructura.
“En general, cuando un chico busca molestar la vida de otro es porque algo le está
faltando, algo le está pasando”, sostuvo Zysman
-¿Cuáles son los signos de alarma que los profesores o los padres en sus
casas deben advertir?
-Las personas que sufren acoso cambian su forma de ser. Cambian la forma de
vincularse con la familia, con la tarea, con la escuela. Empiezan a quejarse. Pero
lo chicos que padecen bullying no se plantan frente a alguien y reconocen que es
eso lo que les está pasando. Es tan sutil. Por ahí se desvirtuó el uso de la palabra,
pero el que va cayendo en esto lo hace de una manera tan suave y retorcida que
el que lo sufre hasta cree que lo merece.
Cuando uno empieza a creer que los otros tienen razón en lo que dicen, no les
llama la atención. Lo demuestran con su conducta, con trastornos de sueño o de
alimentación. Tengo mis recaudos al dar los signos porque pueden ser de otra
cosa al mismo tiempo, pero cuando hay bullying, lo que tenemos que tratar es
que los chicos se expresen, que cuenten lo que les está pasando sin temor a que
nosotros los juzguemos.
Los chicos se callan cuando la mirada del padre o del docente es “vos tendrías que
ser más abierto, flexible, jugar a lo que ellos dicen”. Ponemos la mirada en ese
chico que lo está padeciendo. En su lugar hay que decir “te voy a ayudar, entiendo
lo que te está pasando”. Hay que poder charlar, no acusarlo.
También hay que evaluar el sufrimiento de los chicos acorde a la edad evolutiva
que ellos tienen. Lo que hace sufrir a una chica de 14 años no es lo mismo para
alguien de 50. Hay que estar abiertos al diálogo y a la escucha y al trabajo en
conjunto con los otros.
-Ahora se sabe más que antes. Vemos el fruto del trabajo de lo que estamos
llevando adelante. Lo que pasa es que paralelamente a la formación o la
capacitación, vivimos en una sociedad donde la intolerancia esta siendo moneda
corriente. Es muy difícil pretender o pensar que en la escuela va a estar todo
bárbaro y que los chicos van a saber escuchar cuando llegan a sus casas y ni su
mamá escucha a su papá o su papá al vecino. En los semáforos, en las esquinas,
estamos todos tan irascibles que es difícil transmitirles a los chicos que las cosas
pueden ser distintas. En eso veo un obstáculo.
De las capacitaciones nos vamos siempre con cosas para pensar. Siempre
planteamos preguntas más allá de las respuestas. Que cada institución pueda
hacer una autocrítica y ver cómo resolver sus fallas. No por cumplir un protocolo o
un instructivo, sino reconocerse como si pasara en una familia.
Hay que escuchar lo que dicen las escuelas, los maestros, el preceptor y
comprometerme a trabajar junto con ellos. A veces es muy angustiante para los
padres descubrir que su hijo maltrata a otro y en la clínica lo vemos, se
sorprenden de verdad. No porque sean malos padres o estén desconectados, sino
porque los chicos tienen un mundo privado.
Hay que tener una presencia activa, no desde la vigilancia, sino desde el
acompañamiento. Que sepan que estamos, ya sea como docentes o padres.
Por ejemplo, lo que sucede con el ciberbullying, sucede desde una habitación.
¿Tiene que estar permanentemente la mamá adelante? No. Pero tenemos que ver
qué es lo que hace que un chico esté haciendo eso en vez de cualquier otra cosa.
-Tienen que interesarse. Ver cómo están con sus amigos. Si salen, ver en qué
estado vuelven. Como hablan del otro. No es fácil decirlo en general, porque cada
familia es única, cada chico es único. Pero sí pensar desde qué lugar se hace
amigo, que considera ser amigo de otros. Muchas veces con tal de pertenecer,
hacen cosas de las que no están del todo convencidos, pero no quieren quedar
afuera o excluidos. A todo esto hay que encontrar un modo de hablarlo en familia
y eso es lo que está costando mucho. Una familia que se escuche, que pueda
plantear sus errores, sus preocupaciones. Los adolescentes necesitan de la
presencia de los padres como nosotros la de los nuestros. Es complicado
establecer el límite hasta dónde me meto y dónde le doy su espacio.
-La problemática del bullying tiene muchos costados. Hay muchas cuestiones que
hacen que aparezca como síntoma de algo. Siempre existió, pero hoy está mucho
más complicado.
Se da entre chicas, chicos, todos por igual. Hoy escucho los pedidos de ayuda de
varones, remitiendo a situaciones que anteriormente pensamos que eran de
chicas, como qué tienen puesto, si saca lomo o no saca lomo. Varones que arman
grupos de WhatsApp para hablar mal de un chico.
Lo que es preocupante es que empiezan a tener estas conductas cada vez desde
más chicos que antes. Buscan ser adolescentes muy rápido y en esta búsqueda
está todo esto también. Cuando todavía la vida social de los chicos las manejamos
los padres tenemos mucho para aportar.
Si viene mi hija y dice “nos juntamos todas las del grado, pero yo no quiero que
venga una sola”, no hay que permitirlo. Dejar pasar estas cosas puede generar
situaciones que compliquen la vida de nuestro propio hijo, porque yo le enseñé
eso.
-¿Cuáles son las consecuencias que puede traer a una persona haber sido
víctima de bullying?
-Lo que se ve es que tienen una autoestima muy baja las personas que
atravesaron por esto en su infancia. Pero no es que si uno pasó por esta situación,
ya tiene destinado un tipo de vida horrible. Se me acercan chicos después de
talleres y me dicen “me hicieron bullying, ¿ya no puedo cambiar nada?”. Y la
respuesta por supuesto es que no es así, si fuera así no estaríamos hablando. Hay
mucho por hacer. Lo que va a determinar el mayor daño es si nadie escuchó sus
pedidos de ayuda, si nadie hizo nada, si no lo pudimos contar nunca. Hay gente
que tiene 50 ó 60 años y tiene la bronca guardada porque nunca lo pudo contar,
se larga a llorar. Pero no hay un solo desenlace.
Lo que los chicos dicen es “no es que no hablamos porque nos amenaza nuestro
compañero, sino que cuando lo hacemos no nos escuchan. ¿Para qué hablo si
nadie hace nada?”. Lo que tenemos que hablar con los chicos es que cuando
hablan es para resolver, no para que no pase nada.
“Cuando hay bullying, lo que tenemos que tratar es que los chicos se
expresen, que cuenten lo que les está pasando sin temor a que nosotros
los juzguemos”.