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Recordar, olvidar, memorizar, todas éstas son palabras muy comunes dentro de nuestro
lenguaje cotidiano. Recordamos eventos de nuestra infancia, del día de ayer, de hace unas
horas; olvidamos ciertos datos, fechas, etc.; memorizamos un tema para un examen, un
número telefónico, las caras de las personas, etc., incluso podemos tener recuerdos falsos, o
bien recordar de forma distorsionada los eventos.
La palabra memoria viene del latín memorĭa. Esta palabra está formada a partir del adjetivo
memor (el que recuerda) y del sufijo –ia usado para crear sustantivos abstractos. Esto también
dio origen al verbo memorare (recordar, almacenar en la mente). Si pensamos en la memoria
como un “lugar” donde podemos almacenar información, también debemos pensar en el
“vehículo” por el cual podemos acceder a ella, el medio por el que traemos “cosas” al presente.
La memoria ha sido, a lo largo de la historia, una de las facultades que más han atraído la
atención del hombre. Aristóteles se ocupó de ella en un tratado llamado De la memoria y la
reminiscencia, definiéndola como: La presencia en el espíritu de la imagen, como copia del
objeto cuya imagen es; y la parte del alma a la que pertenece la memoria, es el principio mismo
de la sensibilidad por el cual percibimos la noción del tiempo. La preocupación aristotélica fue
recogida por la escolástica y ha llegado hasta hoy, cuando se identifica a la memoria con un
aprendizaje, haciendo más o menos énfasis en su dimensión temporal. Cabe señalar, además,
que el estudio de la memoria ha partido de metodologías cuantitativas que se han preocupado
por la medición y han soslayado el estudio de lo que sucede en la caja negra del cerebro; así,
se habla de inputs (datos introducidos) y outputs (datos retenidos y evocados posteriormente).
Esta primera dimensión de los estudios fue iniciada por Hermann Ebbinghaus, cuyo libro Sobre
la memoria (1855), consigna los primeros estudios experimentales y una serie de métodos que
habrían posteriormente de ser perfeccionados: el método de la memorización, el del
reconocimiento y el del ahorro.
Otros autores de diversas líneas teóricas se han ocupado de este campo de estudio.
De la postura conductual está el conductismo radical de Skinner que considera que no existe
memoria como tal, sino aprendizaje, que implica todo cambio en la conducta del sujeto, se
parte de visión positivista, que sólo se puede estudiar lo que es observable, medible y
cuantificable y no toma en cuenta los procesos cognitivos, conocido comúnmente como la
“caja negra”.
Para la teoría cognitiva, el sujeto es quien organiza, integra y estructura su aprendizaje a través
de esquemas, y para ello requiere un sistema de procesamiento que está integrado
básicamente por tres estructuras que se conocen: memoria sensorial, memoria a corto y a
largo plazo. Consideran el olvido como un proceso más de aprendizaje, pues es también una
modificación de esquemas para adaptarse a las situaciones cambiantes. Cuando se van
incorporando nuevos datos a la memoria, en el reajuste que se realiza, la información se
transforma recordándose integrada muchas veces de manera distinta a como se introdujo,
habiéndose eliminado datos superfluos o poco significativos y quedando únicamente aquellos
que engendran emociones que ya de por sí les brindan relevancia. Es así como se van
organizando esquemas y estructuras mentales, de manera compleja, con elementos que
paulatinamente se incorporan y de los cuales se hace una selección al organizarlos y
clasificarlos mentalmente. La memoria está fuertemente ligada con el desarrollo genético del
sujeto, evolucionando hacia una forma de equilibrio del individuo, relacionado con el desarrollo
de sus funciones cognoscitivas. La memoria depende de las formas de organización de la
actividad mental (aspectos motores, intelectuales, afectivos, personales y sociales).