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DÍAS FELICES

LOS USOS DEL ORDEN: DE LA ESCUELA


DE CHICAGO AL FUNCIONALISMO

NORBERTO CAMBIASSO
ALFREDO GRIECO Y BAVIO

eudeba
Eudeba
Universidad de Buenos Aires

1a edición: julio de 1999


1a reimpresión corregida: marzo de 2000

® 1999, 2000
Editorial Universitaria de Buenos Aires
Sociedad de Economía Mixta
A. Rivadavia 1571/73 (1033)
Tel:4383-8025 / Fax: 4383-2202
www.eudeba.com.ar

Diseño de tapa: Juan Cruz Gonella


Imagen de tapa: Fotografía de Robert Frank, en Les Américains, 1958
Corrección y composición general: Eudeba

ISBN 950-23-0958-8
Impreso en Argentina.
Hecho el depósito que establece la ley 11.723

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema


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INDICE

Nota preliminar ........................................................................................ 9

CAPITULO I. INTRODUCCIÓN. UNA TRADICIÓN NORTEAMERICANA


DE CIENCIAS SOCIALES, 1915-1960 .......................................................... 15

CAPITULO II. TODO LO QUE NACE SE CORROMPE.


EL CICLO DE LA DESORGANIZACIÓN SOCIAL EN WILLIAM I. THOMAS
Y FLORIAN ZNANIECKI . ............................................................................ 27

1. Valores y actitudes . ......................................................... ................ 28


2. Sociología y Psicología Social ............................................ ................ 29
3. Un programa teórico y metodológico ................................ ................ 29
4. La destrucción o el amor. La familia versus el matrimonio .. ................ 30
5. Los desórdenes de la organización .................................... ................ 31
6. La definición de la situación . .. .......................................................... 32
7. Desorganización familiar y desorganización comunal ........................... 32
8. Una reorganización raigal . ................................................................. 33
9. Los usos de la religión ...................................................................... 34
10. Reorganización y adaptación ........................................................... 36
11. Desorganización social y desvío individual ........................................ 37
12. Asimilación y desmoralización .......................................................... 38

CAPÍTULO III. GANGLAND, O LOS FELICES REINOS DEL DESVÍO.


DE LA ESCUELA DE CHICAGO AL FUNCIONALISMO Y
LA TEORÍA DE LA ROTULACIÓN ................................................................ 41

1. Al conocimiento por el escándalo ....................................................... 41


2. La pandilla es mi familia.The Gang (1927) de Frederick Thrasher ......... 43
3. La vida es una historia criminal.Las historias de vida de Clifford Shaw . 49
4. Desigualdad y distribución urbana del desvío. La ecología criminal de
Cottrell, McKay, Shaw y Zorbaugh ..................................................... 52
5. En las mejores familias. Criminalidad profesional y crímenes
de los profesionales: las teorías de Edwin Sutherland ......................... 55

CAPÍTULO IV. ELTON MAYO, EL ESLABÓN PERDIDO:


DEL PRINCIPIO DE DESORGANIZACIÓN SOCIAL A LA SOCIEDAD
FUNCIONALMENTE ESTRUCTURADA ......................................................... 63

1. El método: la clínica y el laboratorio .................................................. 64


2. El síntoma: una aproximación clínica a las relaciones industriales ........ 65
3. El diagnóstico: la disyunción entre destrezas técnicas y sociales .......... 67
4. La enfermedad: desorganización social y anomia ................................ 68
5. La cura: la sociedad integrada a través de sus grupos primarios .......... 71
6. De la desorganización a la anomia. Una crítica de Elton Mayo
a la Escuela de Chicago .................................................................... 73

CAPITULO V UNA ANOMIA INERME.


EL FUNCIONALISMO DE ROBERT K. MERTON ........................................... 75

CAPÍTULO VI. COMUNICACIÓN SIN OPINIÓN PÚBLICA ............................. 81

1. Introducción ...................................................................................... 81
2. Las teorías antagónicas de Ferdinand Tönnies y Walter Lippmann ....... 91
3. La Norteamérica pragmatista ............................................................ 104
a) Charles Sanders Peirce. El requisito de la cooperación ..................... 104
b) Charles Horton Cooley. Sociedad mental y mentalidad social ............ 111
c) George Herbert Mead. De la Escuela de Chicago
hacia el interaccionismo simbólico ...................... ............................ 118
d) John Dewey. Las consecuencias indirectas de la acción ................ 127
4. La Escuela de Chicago . ..................................................................... 136
a) El dualismo entre orden cultural y orden ecológico .......................... 136
b) La multitud y ciertas formas de comportamiento colectivo ............... 145
Excursus metodológico: marco teórico e investigación empírica ....... 152
c) El público y otras formas de comportamiento colectivo .................... 155
d) Una conclusión parcial ................................................................... 157
5. Mass Communication Research .................... ...................... ............. 163
a) La discusión en torno al estatuto epistemológico
de la comunicación .................................. .................................... 163
b) La prioridad del efecto sobre cualquier otro tipo de aproximación ..... 167
c) La cuestión metodológica. El fracaso de las explicaciones
causales en el funcionalismo ........................................................... 170
d) El redescubrimiento del grupo primario ........................................... 176
e) La disolución socio-psicológica de la opinión pública ......................... 179

CAPITULO VII. CONCILIACIÓN OBLIGATORIA.


LA TEORíA POLíTICA DEL FUNCIONALISMO . ............................................. 181
1. El hueco entre teoría y praxis ........ ..... ............................................. 181
2. La crítica al individualismo clásico .. ..... ............................................. 185
3. El problema de la cohesión social .. ..... ............................................. 186
4. Critica del pluralismo clásico .......... ..... ............................................. 189
5. El problema de la estabilidad política ... ............................... ............. 192
6. Comportamiento colectivo y sociedad de masas ................................. 194
7. El fin de las ideologías ...................................................................... 197

CAPITULO VIII. RELIGIÓN Y COHESIÓN SOCIAL:


UN PROYECTO INCONCLUSO. EL FUNCIONALISMO,
DE ALEXIS DE TOCQUEVILLE A NIKLAS LUHMANN .................................... 203

CAPITULO IX. EL REDESCUBRIMIENTO DEL GRUPO PRIMARIO.


O POR QUÉ TODO TERMINA DONDE NUNCA EMPEZÓ ............................... 209 .
1. Algunas preguntas clásicas ................................................................ 209
2. Algunas constataciones imprevistas ................................................... 212
3. Charles Horton Cooley, padre reconocido
del grupo primario .......... ................................................................ 216
4. William Graham Sumner.
La disolución del. grupo primario en los mores ................................... 220
5. El grupo primario en la antropología social funcionalista. La Teoría
de la Institución de Bronislaw Malinowski : ........................................ 224
El imperio de la ley como freno al imperio institucional
del grupo primario ....................................................... .................... 229

6. Conclusión .................................................. ............... .................... 233


Norberto Cambiasso / Alfredo Grieco y Bavio

CAPITULO III
GANGLAND, O LOS FELICES REINOS DEL DESVIO.
DE LA ESCUELA DE CHICAGO AL FUNCIONALISMO
Y LA TEORIA DE LA ROTULACIÓN

1 . AL CONOCIMIENTO POR EL ESCÁNDALO

No hay desviados infelices. Esta parece ser la desdichada constatación de años de es-
tudios empíricos irradiados por la virtuosa Universidad de Chicago. Una decepción pareja
a la que reconocía, casi por los mismos años, el psicoanálisis freudiano: el perverso satis-
fecho no se analiza. Pero si un pesimista cultural como Freud negaba la existencia misma
de la dicha, en Chicago no se podía dejar de agregar: los desviados no conocen la verda-
dera felicidad. Una felicidad identificada en suma a una teoría de las necesidades nada
disimilar, esta vez, a la que formulaba un tenaz contradictor de Freud, el antropólogo so-
cial Bronislaw Malinowski, quien también había sido el profeta, el mesías y el exégeta de
la observación participante, el método que Chicago, como una Iglesia, sabría convertir en
el canon cuyo pontífice máximo era Robert E. Park.
Las instituciones son para Malinowski los medios de los que se vale la sociedad para
satisfacer necesidades básicas y comunes. La que sigue es una lista de estas últimas:
"respirar, comer, beber, tener relaciones sexuales, descansar, obrar, dormir, orinar, de-
fecar, escapar del peligro y evitar el dolor" (en la declaración de principios "What is Hu-
man Nature?", recopilada en el póstumo A Scientific Theory of Culture and 0ther Essays,
Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 1944, pp. 36-42). Pero cuando los
medios sociales existentes no satisfacen esas necesidades para enteros "grupos sociales"
-que no son definidos muchas veces más que per accidens, por el solo hecho de compar-
tir esas necesidades insatisfechas-, hay desorganización.1 Este es otro modo de conside-
rar la desorganización tal como la entendían Thomas y Znaniecki, que sin embargo no es
en absoluto contradictorio.
Se puede adelantar ya el desenlace de las investigaciones de los de Chicago, un acor-
de final en el que van a coincidir con el funcionalismo: el himno al grupo primario como
quizás paradójica pero no inesperada resolución de los problemas de una sociedad que
saben irrecuperablemente compleja. Pero el camino que lleva a este final no es dogmáti-
co, como en el comunitarismo. Tampoco es tradicionalista o neotradicionalista, ni mucho
menos fundamentalista. Así como Charles Péguy insistía en que en el corazón del cristia-
nismo no está el santo, sino el pecador, los sociólogos de la Escuela de Chicago encuen-

1
Las instituciones, por otra parte, jamás “satisfacen” las necesidades. sino que son, vistas de otro modo, -el me-
dio más efectivo y generalizado, dentro de la sociedad dada, de coartar esas mismas necesidades.

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tran al grupo primario, cuyo prototipo es la familia, estudiando a los desviados: gangs,
prostitutas, taxi-dancers, hobos, habitantes de los slums y de los ghettos, huelguistas.
La relación con el desvío es así ambivalente, de un modo -que nunca lo será-que nun-
ca podrá serlo- en el funcionalismo. Elton Mayo es uno de los primeros en enrostrarle a
Chicago su vocación "patológica' -y uno de los primeros en aprovecharse de ella para
otros fines-. Si por una parte se leen en negativo, como zafiros en el barro, las virtudes
del grupo primario degradadas pero incrustadas en medio de los delincuentes, por otra
se constata que no puede deplorarse la ausencia de esas mismas virtudes.
Esta es una constante desde el primer estudio empírico, The Hobo (1923), hasta el
que se considera el cierre de la serie, veinte años después, Street Corner Society (1943).
Nels Anderson constata que los linyeras suelen formar parejas homosexuales estables y
solidarias; William Foote Whyte, que la vida en el slum italiano (por ejemplo, la de los
comederos “precapitalistas”) puede ser mejor que fuera de él. Sin embargo, ambos se
encuentran allí en una impasse que los obliga a impugnar los proyectos autónomos. Y
simplemente porque éstos están en contra de una heteronomía que ya la mera constata-
ción de hecho deja expuesta al juicio y al cuestionamiento. Una ambivalencia muy seme-
jante a la que enfrentarán después -y a la luz de la cual serán evaluadas- las teorías de
la rotulación, de la subcultura y de la Etnometodología (en particular, aquí, la noción de
"reflexividad"). Hay que señalar que estas teorías fueron anticipadas por Chicago: un
ejemplo especialmente claro es la obra de Edwin Sutherland.

2. LA PANDILLA ES MI FAMILIA. THE GANG (1927)


DE FREDERICK THRASHER

Tal vez ninguna otra investigación retornó más nítidamente al grupo primario a través
de su espejo ennegrecido pero no deformado que The Gang: A Study of 1313 Gangs in
Chicago (1927) de Frederick Thrasher. El gang [pandilla] es una respuesta espontánea
aunque organizada a la desorganización social. Ofrece un sustituto de algo que la socie-
dad no consigue darles a los integrantes de la pandilla. Protege de los comportamientos
desagradables y represivos. Llena una falta y ofrece una escapatoria.
Park anticipa ya en el prólogo que la pandilla era una formación típica. Es por ello que
detrás de las prolijidades del estudio empírico se esconde una teoría social de la desor-
ganización y de su remedio. Como su reverso noble, la familia, la formación de las pandi-
llas es “espontánea”, "natural" y no deliberada y artificiosa como los temidos sindicatos-.
Son el resultado de la solidaridad nacida de los encuentros azarosos pero inevitables de
los jóvenes en las calles, la asociación privada y secreta que surge de conocerse en los
espacios públicos y abiertos. Si la familia tiene como origen al matrimonio, las pandillas
tienen en su génesis un pacto de fidelidad cara a cara. Y si las familias son modos de es-
tablecer alianzas ofensivas-defensivas entre grupos, el momento constitutivo de la pandi-
lla, el que establece que con la fidelidad deje de ser una mera colección de personas, es
la irrupción súbita del conflicto, el encuentro, con otros grupos promovidos, ellos tam-
bién, y en el mismo momento; a pandillas. La pandilla procura la fraternidad que ha re-
taceado esa misma sociedad que les había prometido engañosamente libertad e igualdad
en partes iguales.
Además de las pandillas rivales, el otro Otro que lleva a la conciencia de sí es la poli-
cía. En primer lugar, porque la policía sospecha de toda agrupación no "biológica" o

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"trascendente": le niega permanencia, legitimidad, la adscribe a un lugar que es, por de-
finición y no por accidente histórico, intersticial. Para la policía, la fratría nunca es de
pleno derecho. La policía es un elemento federador en el interior de cada pandilla, y con-
federador de todas ellas entre sí. Y la oposición a la policía en nada se demuestra mejor
que en la acción colectiva que define a la pandilla: el robo. La apropiación es la forma
privilegiada de la delincuencia.
Del conflicto y de la acción colectiva, nace una moral para la pandilla. Y esa moral se
convierte para los integrantes en el orden social natural. La paradoja es que este orden
fue la respuesta a la desorganización social. Y queda poco claro dónde encontrarían los
integrantes de la pandilla en la society at large, en la Gesellschaft, la solidaridad, la tra-
dición (la pequeña historia que lleva de la "espontaneidad" a la formación de los líderes),
la estructura, el espíritu de cuerpo y la conciencia de grupo si no es en la familia. Pero ya
en Thrasher esto es un deseo más que una constatación. La familia, cuya naturalidad le
parece irrefragable, es, por eso mismo, el reino de la necesidad y no de la libertad.
Por supuesto, hay una, tradición de respuestas afirmativas a esta pregunta, que inten-
tan escapar al calor sofocante del hogar redescubriéndolo y reclamando su eficacia en
otros, ámbitos (cf. la noción de Bund [fratría] de Hermann Schmalenbach). Por ello Mayo
lo encuentra en los grupos de trabajadores, a través de los cuales el management consi-
gue hacer cumplir mejor sus consignas que si apela a una racionalidad que siempre le
resultará ajena al trabajador de línea (por los mejores motivos: es ella la que conduce
rectamente a su alienación). Samuel Stouffer lo encuentra en el ejército: la solidaridad
con mi camarada es más fuerte que el amor a la patria cuando se trata de cumplir con
una operación militar.
En el prólogo al libro de Thrasher, Park también apuntaba el desideratum ecológico:
las pandillas, como todas las formas de asociación humana, deben ser estudiadas en un
hábitat. Thrasher quiere hacer una historia natural de las pandillas, no menos natural
que las necesidades que estas formaciones procuran satisfacer. Para ello, descubre, entre
el centro y la periferia de Chicago, en un esquema concéntrico al que no son ajenas otras
ciudades norteamericanas, un tejido conjuntivo (nueva metáfora biológica). Las pandillas
son el resultado del intersticio, la manifestación de la frontera cultural, moral y económi-
ca de un hábitat deteriorado y de población cambiante. Cada pandilla posee su territorio
propio, que conoce bien, y del que no se aleja demasiado.
Aunque las pandillas son formaciones típicas, hay muchos tipos de pandillas. Pero las
diferencias se centran en sus modos de relación y no en sus modos de existencia. Hay
pandillas secretas, y otras que, como un club, aspiran a una legitimidad en los términos
de la comunidad. Algunas tienen el orgullo de su aislamiento, y otras forman ligas y fede-
raciones, y hasta establecen alianzas con los poderes políticos.
Dentro de la pandilla tipo, la oposición más fuerte es la que establece la duración.
Thrasher parece complacerse en señalar que las pandillas no son durables, que no perdu-
ran sino que son efímeras. En primer lugar, y de una manera previsible, en comparación
con las instituciones de una solidez incontestada: la familia, la iglesia, la escuela, el taller
y todas las del mundo del trabajo.

Una solidez que es muchas veces más ideal que real, más teleológicamente
postulada que efectivamente advertida en las redadas empíricas de los de
Chicago. La familia, cada vez que es vista de cerca, es un foco de desorgani-
zación. El estudio clásico es el de E. R. Mowrei: Family Disorganization: An In-
troduction to a Sociological Analysis (Chicago, University of Chicago Press,
1927). La debilidad de la escuela y de los programas edificantes de los traba-
jadores sociales es un tópico muy presente en Thrasher, pero que recorre to-
das las tesis de la Escuela. De la importancia de la Iglesia se habló al tratar de

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Thomas y Znaniecki. Desde la perspectiva de la desviación, el catolicismo


(como el de los campesinos polacos "transplantados” o el de los irlandeses) y
el judaísmo tienen la ventaja dé ser religiones a la vez ritualísticas y minorita-
rias en Estados Unidos, que enfatizan la importancia de la memoria colectiva
para la identidad al mismo tiempo que incurren en las seducciones del desvío
respecto de un mainstream hostil. La "anarquía" de las denominaciones pro-
testantes, en cambio, favorece un individualismo cuyas resonancias económi-
cas y hasta científicas tanto señalaron Weber, Tawney y Merton. Pero para
percibir su plena eficacia social habrá que esperar en la sociología y en la teo-
ría de la Comunicación hasta el esplendor funcionalista en la década del '50.
Sin embargo, fue un contemporáneo de Chicago, el teólogo protestante H. Ri-
chard Niebuhr, quien en The Social Sources of Denominationalism (New York
and Cleveland, Henry Holt and Company, 1929) atendió primero que nadie a
los procesos de diferenciación social en el interior de los grupos religiosos.
Según Niebuhr, el fenómeno de las denominaciones o iglesias libres refleja el
efecto de la tradición social, la influencia de la herencia cultural y el peso de
los intereses económicos en la definición de la verdad teológica, ya que re-
produce en el interior de las agrupaciones religiosas las divisiones clasistas,
raciales, sociales y económicas. Así Niebuhr puede distinguir las iglesias de los
desheredados, de las clases medias, de los afroamericanos, o de los inmigran-
tes. Esta reproducción religiosa de las diferencias sociales no es registrada por
Niebuhr sin escándalo. Para él representa una secularización interna del cris-
tianismo, en tanto que implica una cómoda adecuación al sistema de castas.
Es una contradicción sólo aparente: el sistema de castas de una sociedad que,
como la norteamericana, se proclama sociedad sin clases. Porque las denomi-
naciones son en realidad-si trasladamos y deshacemos una distinción preferi-
da de Weber y de Troeltsch- Iglesias de tendencias sectarias, sectas instala-
das en la sociedad. Algo perfectamente congruente con el pluralismo religioso
proclamado, o admitido, por los Estados Unidos. En cuanto al mundo del tra-
bajo, Mayo encontrará en los pequeños grupos el mejor universo y aliciente
para que los obreros cumplan con las metas del management.

Pero el carácter sorprendentemente efímero de las pandillas -que tan gratificante le


resulta a Thrasher- se mantiene aun si se mide su duración con respecto a las propias
expectativas de la pandilla y de cada uno de sus integrantes. Las pandillas tienen una
fractura constitutiva porque su solidaridad está mal fundada: sus lealtades no son infali-
bles y la autoridad de sus líderes muchas veces demuestra ser provisoria. ¿Por qué ocu-
rre esto? La respuesta de Thrasher parece nuevamente de un hegelianismo recóndito pe-
ro firme: porque no han estado (suficientemente) expuestas al conflicto, que se convierte
así en el criterio que permite separar a las pandillas difusas, de las que hay centenares
en Chicago, de las solidificadas, cuyo desarrollo más amplio las convierte en verdaderas
y bien aceitadas máquinas de combate.
La tragedia con final anticipado que Thrasher salió a constatar 1313 veces se deja re-
sumir en una única trama con una única hamartía (o culpa trágica): ningún modelo social
deseable es capaz de controlar la hybris de la energía juvenil desempleada pero que no
encuentra objeto.2 Pero, para perdición de los héroes trágicos, esta energía tiene ocasión
de expresarse de la manera más libre y espontánea en el seno de las pandillas.

2
En su prólogo, Park anticipaba uno de esos argumentos racionalistas que más gustan a Foucault y a los enemi-
gos de la Ilustración: si pueden conocerse y estudiarse, entonces las pandillas pueden controlarse.

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Esta tragedia será repetida también una y otra vez por films que se dirigieron
a dar
cuenta -en un más acá de todo programa e intención explícita-de la "exclu-
sión" en el horizonte del "neoliberalismo", del "capitalismo salvaje anglosa-
jón", del "pensamiento y discursos únicos" en la segunda mitad de la década
de 1990. Es precisamente un fondo de estabilidad monetaria y crecimiento
macroeconómico -y no sus contrarios- lo que permitió la despreocupada liber-
tad de asociación que exhiben la escocesa Trainspotting, la francesa La Haine,
la hongkonguesa Happy Together, las argentinas Buenos Aires viceversa, Piz-
za, birra y faso, Cinco pal peso o Mala Epoca. Pero, de una manera inexplica-
ble, y sólo vinculada por accidente a una crisis exterior, en todos ellos la soli-
daridad de la pandilla se quiebra súbitamente y sus integrantes son baleados
o diezmados. Y en ninguno de ellos había faltado el contraste estridente de la
intimidad pandillera con las instituciones "burguesas", o caretas, travestidas
de los prestigios biológicos y mentidamente vitalistas de la "naturaleza". Que
Thrasher tenga para esto sólo un lamento (Park, más expeditivo, llama a la
policía, o clama por una policy) y no un explicación, es una ilustración oblicua
de que la sociología norteamericana, treinta años después -en el reinado de
Robert K. Merton y del funcionalismo-, todavía no haya podido entender la
anomia durkheimiana como ilimitación de los fines, y había preferido conside-
rarla como limitación de los medios.

Las pandillas son para Thrasher una manifestación de los conflictos culturales entre los
distintos grupos de inmigrantes. Por cierto, para continuar el ejemplo, en ninguno de los
films citados faltan las consideraciones ecológicas, de estratificación del hábitat de acuer-
do con el origen, de transgresión de territorios, de errores insalvables en la comunicación
y en la interpretación de las transgresiones de los espacios, donde la traducción es un
lazo de supervivencia y donde traducir mal es morir. Pero también del enfrentamiento
con una sociedad que, como en los 90 la europea o la del Mercosur, ha pagado una ma-
yor tolerancia de las "diferencias" con la mala moneda de la tolerancia de la pobreza -ese
escándalo y esa urgencia para la generación perdida de 1970.
Thrasher concluye que los integrantes de las pandillas son delincuentes, pero delin-
cuentes inescapables, el resultado nítido de las condiciones confusas en las que se en-
cuentra la vida norteamericana. Una confusión que resulta de factores de desorganiza-
ción: la familia (inadecuada, deficientemente familiar), la religión (desfalleciente en sus
contenidos aunque pueda seguir triunfante en sus ritos), la pobreza, el medio ambiente y
los espacios públicos (físicos) deteriorados (una causa que poco a poco se hará central en
el pensamiento progresista norteamericano hasta hallar una apoteosis en The Affluent
Society (Boston, Houghton Mifflin Company, 1958, de J. K. Galbraith), una educación
inútil (porque, como subrayaron un Mayo o un Dewey, no es una educación para la vida,
sino para la escuela).
Es aquí donde Thrasher, y con él la tradición de Chicago, sí se encontrará con la teoría
de Durkheim, para quien el crimen es un hecho normal, aunque patológico. La constata-
ción de la normalidad del crimen es de orden estadístico. Que se haya constatado en el
pretérito no implica su perpetuidad. El crimen surge para Durkheim del fundamento re-
gular de cada sociedad. La demostración de esto es la constancia relativa de la tasa de
crímenes en un grupo dado. Según el sociólogo francés, "un hecho social es normal para
un tipo social determinado, considerado en una fase determinada de su desarrollo, cuan-
do se produce en la generalidad de las sociedades de esa especie consideradas en la fase
correspondiente de su evolución" (Les Regles de la Méthode Sociologique, París, Alcan,

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1895). El crimen se constata en todas las sociedades globales. Y esto también prueba
que la criminalidad no es un hecho accidental ni procede de causas fortuitas.

3. LA VIDA ES UNA HISTORIA CRIMINAL. LAS HISTORIAS


DE VIDA DE CLIFFORD SHAW

Bajo el seguro influjo de Thomas y Znaniecki, y alentado por el mismísimo Park, Clif-
ford Shaw descubre y constata que la historia de vida es un nuevo dispositivo en el cam-
po de la criminología. Sin embargo, las consideraciones de Shaw resultan a la distancia
menos anacrónicas de lo que esperan, y siguen esperando, los denostadores profesiona-
les de la Escuela de Chicago (cf. Lee Harvey: Myths of the Chicago School of Sociology,
Aldershot, Avebury, 1987). Aunque Shaw insiste en que los datos de vida deben estar
verificados o cruzados por datos escolares, médicos, familiares, históricos, psicológicos,
sabe que el mayor interés reside precisamente en lo inverificable, en aquello que la in-
vestigaciones cuantitativas pueden iluminar de forma marginal -y esto sólo ocasional-
mente-: las hipérboles, las invenciones, las racionalizaciones y los prejuicios. Es que, de
acuerdo con un principio de Thomas muchas veces aludido por los de Chicago, "si los
hombres [sic] describen su situación como real, ésta es real [para ellos y para los de-
más] en sus consecuencias".3
Los narradores protagonistas de las obras de Shaw, tan inevitablemente parecidas a la
literatura picaresca del Siglo de Oro español en su secuencia de familia desorganiza-
da/pequeños robos/fraternidades ladronas/intentonas fracasa-
das/cárcel/confesión/acomodamiento, saben que pueden haber exagerado los hechos.
Pero no sus propios sentimientos con respecto a esos hechos y, en todo caso, esa hipér-
bole es indicativa del punto de vista, que es el que aquí importa, del actor social .4
Las historias de vida permiten un acceso directo a un tesoro precioso y de otro modo
inaccesible: las actitudes individuales, los sentimientos de ese "delincuente juvenil" que
luego hallará su hipóstasis en la sociología y en las policies estatales de la década de
1950, pero también en los medios de masas, desde la revista Life (tan efectivamente du-
plicada para nosotros al sur del Río Grande con Life en Español) hasta Hollywood (basta
con pensar en el clásico James Dean de Rebel without a Cause [Rebelde sin Causa], Mar-
lon Brando en The Wild One [El Salvaje], o en el también clásico, también homoerótico
`Glenn Ford de The Blackboard jungle [Semilla de Maldad]). Por todo ello, Shaw insiste
en que el relato está escrito en primera persona, sin traducción a la tercera persona de
un investigador obsesionado por una inalcanzable "objetividad", o al menos por la “neu-
tralidad valorativa”.

Shaw es un antecedente tan necesario como olvidado de la presentación na-


rrativa de resultados criminológicos, o más ampliamente sociológicos, que co-
nocerá un boom en la década de 1960 con clásicos como The Twisting Lane
(1969) de Tony Parker. También de una literatura testimonial, a veces llama-
da con falsa inocencia de grabador, que muchas veces se presentará como
generoso medio para que otro (inadvertido, excluido, oprimido, y, casi por de-
finición, sin voz entre los que sí vociferan y publican en Occidente) hable con

3
William I. Thomas: The Child in America, New York, Knopf, 1828.
4
CL Clifford Shaw: The Jack-Roller: A Delinquent´s Boy Own Story, Chicago, University of Chicago Press, 1930.

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sus propias palabras. En Latinoamérica, esta literatura tendrá una fraudulenta


culminación en Yo, Rigoberta Menchú (1983) de Elisabeth Burgos-Debray so-
bre (o por) la india guatemalteca Premio Nobel, después de best-sellers como
los del antropólogo cubano Miguel Barnet (Biografia de un cimarrón, sobre un
ex-esclavo o Gallego, sobre la emigración española a Cuba) y del latinoameri-
canista norteamencano Oscar Lewis (La familia Sánchez, sobre la violencia
doméstica mexicana, que provocó todo tipo de indignadas reacciones institu-
cionales, la ruptura en la editorial Fondo de Cultura Económica, y el nacimien-
to de su hija bastarda Siglo XXI, o La vida, sobre la emigración puertorrique-
ña a Estados Unidos). Otro de sus desarrollos laterales es el género investiga-
tivo y neo-periodístico de la no-ficción, que también habrían de explotar, a
partir de la década de 1950, autores tan disímiles como el argentino Rodolfo
Walsh, y los norteamericanos Truman Capote, Norman Mailer o Tom Wolfe.

Como los asesinos de Kansas en el famoso In Cold Blood (1966) de Capote, que le hi-
cieron ganar más de 15.000 dólares por palabra a su autor y acabaron en la cámara de
gas, Stanley, el entrevistado de Shaw, creía que gracias a las entrevistas y precisiones
que aportaba al sociólogo-detective obtendría una disminución de la pena. Esta prolijidad
interesada es la que permite fijar en qué el caso de Stanley puede ser considerado típico
de los delincuentes (juveniles) de Chicago:

1. Stanley fue educado en el barrio del que proviene el 85 por ciento de los arrestos de la
policía en 1926.
2. El 36 por ciento de los delincuentes (como Stanley) procede de una familia quebrada
(esto es, no formada por padre y madre "naturales").
3. La carrera de delincuente de Stanley empezó antes de ir a la escuela (y no fue inte-
rrumpida por ésta).
4. Todas las instituciones de "reeducación" fracasaron estrepitosamente con Stanley, co-
mo también en el 70 por ciento de los reclusos.
5. Stanley acabó por abandonar un hábitat y por desplazarse a un barrio de mala fama
de Chicago (West Madison Street), donde se convierte en un Jack-Roller (el delincuen-
te, generalmente un adolescente, que desnuda a los borrachos y se lleva su ropa y
pertenencias).

Pero no es sólo por las carreras individuales en el delito que se interesa Shaw. Tam-
bién le importa, en ésta y en su siguiente obra, The Natural History of a Delinquent Ca-
reer (New York, Greenwood Press, 1931), la formación de la opinión pública con respecto
al delito. En un sentido que continúa la tradición de Folkways (1906) de William Graham
Sumner y anticipa el funcionalismo que está a las puertas, para Shaw la esfera de la de-
finición legal de los delitos, como en suma todo el ámbito de lo jurídico y de lo político,
está sometida al peso inerte de los mores: en la medida en la que son eficaces, las leyes
no son más que la cristalización de las actitudes morales y emocionales (en una contra-
posición de opuestos integrados que no deja de recordar los values y attitudes para
Thomas y Znaniecki). Es sólo por referencia a esas actitudes que algunos actos y no
otros son calificados como criminales. Para Shaw la definición misma del crimen, como
ha sido concebida públicamente, lleva en sí la exigencia de un juicio severo. Y la opinión
pública, a través de los diarios y de la prensa amarilla, reacciona ante los delitos con una
emoción que no hace más que reforzar precisamente esas actitudes que están en la base
de la definición de los delitos. Shaw no omite destacar, sin embargo, que la emoción es
tanto más violenta cuanto más espectacular es el delito, independientemente de su gra-

Días Felices 12
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vedad reconocida en la escala penal. Así ocurre por ejemplo con los raptos y violaciones
de mujeres.

4. DESIGUALDAD Y DISTRIBUCIÓN URBANA DEL DESVÍO. LA ECO-


LOGÍA CRIMINAL DE COTTRELL, MCKAY, SHAW Y ZORBAUGH

El paso analítico siguiente es el que dan Shaw, Frederic Zorbaugh, Leonard Cottrell y
Henry McKay (Delinquency Areas, Chicago, University of Chicago Press, 1929) al consta-
tar las desigualdades ecológicas en la distribución urbana del delito. El resultado central
es simple: en los barrios ricos hay menos crímenes que en los pobres.
La respuesta al por qué de esta constatación es, sin embargo, mucho menos simple,
sobre todo si se comparan las tasas relativas en conjuntos amplios y diversificados de
zonas. Los barrios situados cerca de los centros comerciales e industriales, donde hay
concentración de riqueza, pero donde no residen los ricos, son los que registran mayor
criminalidad. Pero si se enfrentan zonas residenciales, la curva que se obtiene es abrup-
ta: a mayor nivel de ingreso, menor concentración y porcentaje de crímenes. 5 Y esto en
forma exponencial, y no lineal. Los motivos más intuitivos (en los barrios ricos o medios
hay mayor y mejor vigilancia, los ricos no necesitan robarse entre sí) no alcanzan en este
análisis de Shaw y sus colaboradores para explicar las diferencias. Una vez más, la res-
puesta es social. Es la desorganización, fundamentalmente familiar, unida -en un análisis
que recuerda a Fustel de Coulanges- a la ruptura de la tradición y a la ausencia de pro-
piedad de la vivienda (y no de ningún medio de producción) lo que explica las diferencias
de criminalidad.
Shaw y McKay van a publicar una segunda obra, Juvenile Delinquency and Urban
Areas: A Study of Rates of Delinquents in Relation to Differential Characteristics of Local
Communities in American Cities (Chicago, University of Chicago Press, 1942, con prólogo
de E. W Burgess, el otro gran teórico alarmista de la desorganización del núcleo familiar).
Aquí el análisis no se limita a Chicago, sino que se proponen fundar una ecología general
de la delincuencia y del crimen. Para ello extienden, a fines comparativos, su investiga-
ción a otras ciudades norteamericanas como Cleveland, Pittsburgh, Cincinnati, Richmond
o Boston.
Pero por sobre todo, enriquecen la investigación con nuevas preguntas, incorporadas
en casi dos décadas de estudio, y que conducen en línea recta a las que, ya en el contex-
to de la posguerra e incorporado el concepto de anomia, volverán a ser reformuladas en
el lenguaje ya explícitamente funcionalista de las Universidades de Harvard y Columbia:

1. ¿Son comparables las tasas de criminalidad entre las diferentes ciudades norteameri-
canas?
2. Esas variaciones, ¿corresponden en todas partes a diferencias económicas, sociales y
culturales?
3. Las tasas de natalidad y de inmigración, ¿modifican las tasas de delincuencia?

5
Por supuesto, aquí se habla de los delitos más materiales, e inmediatamente perceptibles, donde los bienes
jurídicos protegidos son la vida, la libertad, la integridad física, la "honestidad" sexual, y la propiedad. Queda en-
teramente por fuera la White Collar Criminality, la criminalidad de guante blanco que estudiará Edwin Sutherland
(donde la curva invertiría los porcentajes en unas y otras zonas), y la violencia estructural del sistema clasista del
desarrollo capitalista.

Días Felices 13
Norberto Cambiasso / Alfredo Grieco y Bavio

4. ¿Pueden existir tipos diferenciados de tratamiento de la criminalidad según las áreas


urbanas?

El estudio de Shaw y McKay confirma, como se sabía ya desde Burgess, que el desa-
rrollo de las ciudades norteamericanas, se manifestó por la creación de zonas de hábitat
muy diferenciadas. La estructura física de la ciudad está indisolublemente asociada a la
criminalidad. Esta es la conclusión a la que llegan fundándose en colecciones de datos
empíricos, pero también en cálculos estadísticos que vinculan los datos de la delincuencia
con las variables sociales y económicas. En las diferentes ciudades estudiadas -incluida
Richmond, en Virginia, donde en la población hay muy pocos inmigrantes y un 30 por
ciento de afroamericanos-, las tasas de delincuencia son mayores precisamente en las
áreas donde el orden social está sometido a un proceso de desorganización. La delin-
cuencia urbana se explica por factores sociales.
Habitar en determinadas zonas de la ciudad se convierte así en un pronóstico de delin-
cuencia. O, con más seguridad, de delincuentes (los estudios son siempre muy cuidado-
sos en distinguir dónde se cometen los crímenes, de dónde provienen los criminales, y
dónde habitan). Y una manera segura de proceder a una discriminación sin riesgos: los
empleadores, todavía en 1998, evitan sistemáticamente entrevistar a los postulantes cu-
yo domicilio pertenece a bien determinados códigos postales. 6 En esas zonas generado-
ras de delincuentes, las tasas de desempleo son más elevadas. También las de suicidio.
La población es más enferma, la mortalidad infantil más frecuente, las familias más diso-
ciadas y la criminalidad adulta muy difundida.
El análisis sociológico de Shaw y McKay presenta igualmente un aspecto más funda-
mental. En efecto, la asociación estadística constante que se observa entre la alta tasa de
inmigración de un barrio y su también alta tasa de delincuencia podría hacer pensar en
una relación de causa y efecto entre esos dos fenómenos. Si hay más negros o más hijos
de inmigrantes entre quienes son arrastrados ante los tribunales, sin embargo no es por
serlo que son acusados de delitos, sino por razones cuya clave está en la situación en
que viven.
Pero la segregación y la penuria económicas tampoco ofrecen la clave única para el
análisis del comportamiento delincuente, o para su etiología. Inclusive si quienes habitan
los barrios pobres tienen mayores dificultades para idealizar e integrar los valores de la
sociedad norteamericana. Los cambios rápidos en la composición demográfica, o el dete-
rioro del marco de vida, pueden ser factores de ruptura del orden social. Por otra parte,
los valores y las normas sociales no son las mismas en los barrios ricos, convencionales,
y en los barrios de alta criminalidad, donde la delincuencia y la violencia están glamori-
zadas y procuran a quienes las ejercen fama, prestigio, status y dinero. En esos barrios,
constatan Shaw y McKay con horror, la delincuencia se desarrolló bajo la forma de una
tradición social, inseparable del modo de vida de la comunidad.
En definitiva, según Shaw y McKay, para comprender y analizar los fenómenos de de-
lincuencia deben tomarse en cuenta tres tipos de factores:

1. El status económico;
2. La movilidad de la población; y
3. La heterogeneidad de su composición, que se manifiesta por una fuerte proporción de
inmigrantes.

Así, a una pobreza alta, una movilidad también alta, y una heterogeneidad profusa co-
rresponde la ineficacia de las estructuras comunitarias, que conduce a un debilitamiento

6
Sobre esta estrategia racista, cf. Michael B. Katz y Thomas J. Sugrue (eds.): W E. 8. Dubois, Race, and the City,
Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1998.

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del control social, que a su vez favorecerá la delincuencia (como el alcohol levanta los
frenos inhibitorios en el derecho penal clásico).
En la reorganización de la comunidad y en la rehabilitación de barrios enteros reside el
secreto del combate de la delincuencia juvenil. Y se privilegiarán las medidas preventi-
vas, para las cuales se alistará, en una cruzada, a las familias, el vecindario, la escuela y
las iglesias. El Chicago Area Project, un programa que Shaw mismo había animado en
1932, unía los propósitos de investigación científica y de cambio social, y fue dirigido por
los mismos residentes, convertidos en los mejores promotores: ya desde entonces -y era
una constante-, cuando se trata de organizar una caza de brujas, la sociedad norteame-
ricana responde.

5. EN LAS MEJORES FAMILIAS. CRIMINALIDAD PROFESIONAL Y


CRÍMENES DE LOS PROFESIONALES: LAS TEORÍAS DE EDWIN
SUTHERLAND

Para Edwin Sutherland, la ocasión no hace al ladrón. Tampoco basta una serie de gol-
pes aislados, aunque por detrás de ellos exista una mano maestra. Entre todos los de
Chicago, Sutherland es quien, por encima del funcionalismo, establece un vínculo más
seguro, aunque no siempre parejamente reconocido; con la teoría de la rotulación, la Et-
nometodología y las teorías de la subcultura en ese magma llamado hoy Estudios Cultu-
rales. En su monografía The Professional Thief (Chicago, University of Chicago Press,
1937) define a la profesión de ladrón por la vida de grupo que redunda en una institución
social que posee su técnica, su código, sus estatutos y sus nociones de status, sus tradi-
ciones y su organización.7
Sutherland fue criticado por hacer de la profesión de ladrón una actividad casi científi-
ca. Pero esto provenía de científicos sociales que descubrían hasta qué extremos sus
propias carreras eran delincuentes, y no porque Sutherland hubiera tomado el carrerismo
universitario como modelo. Lo central, para el ladrón, como para el profesor universita-
rio, no es el conocimiento específico, sino adquirir relaciones en su submundo.
Para ser ladrón - profesional, enfatiza Sutherland, hay que ser reconocido y recibido
por los otros ladrones profesionales. La de los ladrones es una vida de grupo, en la que
no se puede entrar y permanecer más que por consentimiento del grupo, y donde las
promociones están regladas según el aumento de la confianza. Para ser adoptado de
forma definitiva, la fórmula absoluta, necesaria y universal es la de ser reconocido por
sus pares por una parte, y por otra la de haber aceptado el conjunto de los estatutos de
la profesión y las normas del grupo. En esta síntesis de los abundantes materiales etno-
gráficos reunidos en la primera y mayor mitad de su libro, Sutherland insiste así en la
socialización del ladrón profesional como necesaria para su éxito, por encima, y casi con
prescindencia, de las habilidades técnicas que deba dominar. 8
7
Por detrás de la teoría de la profesión delincuente como institución está Malinowski. Pero no el que, para deleite
de lectores desprevenidos y administradores coloniales ávidos, fingía asombrarse de un otro en las islas Trobriand
que era siempre el mismo aburrido salvaje, tan parecido en suma a sus mezquinos contemporáneos de la London
School of Economics, sino el que había estudiado las concepciones institucionalistas anti-liberales de Bachofen,
Ihering, Savigny, Fustel de Coulanges y Maine.
8
Aquí el vínculo más evidente es con la sociología industrial de Mayo, con los estudios sobre el soldado ameri-
cano de Stouffer, o sobre el soviético de Edward Shils. Si las investigaciones de Sutherland conducen en línea
oblicua a los Estudios Culturales, en línea recta llevan, ellas también, al redescubrimiento del grupo primario.

Días Felices 15
Norberto Cambiasso / Alfredo Grieco y Bavio

Describiendo el mundo de los ladrones y las técnicas que utilizan en su profesión, evo-
cando en rico detalle las represiones de que son objeto, pero también las complacencias
de las que pueden beneficiarse, Sutherland traza al mismo tiempo el cuadro del orden
social en el cual la profesión se desarrolla. Enumera los sobornos que la delincuencia
vierte sobre los abogados, los banqueros, los policías, incluso, para escándalo de Suther-
land, sobre los jueces.
La conclusión es fácil, pero abrupta y sorprendente en el contexto de la Escuela de
Chicago y más aún en el del funcionalismo: este mundo, donde hasta los jueces están
corruptos, es el mundo de la desorganización social, caracterizado por la ausencia de
unidad para hacer reinar el bienestar general, y al que sólo sabe oponerse el crimen, que
sí está bien organizado.
Sutherland justifica su obra por cuatro razones:

1. Hace conocer a la burguesía un medio social que ignoraba.


2. Permite estudiar el marco y las características del grupo social de los ladrones.
3. Contribuye a la sociología arrojando luz sobre el funcionamiento de las instituciones
sociales.
4. Muestra que los métodos punitivos y las reformas administrativas son impotentes para
dominar la criminalidad (el siempre presente punto de vista de la policy, al que nunca
deja de llegarse).

Esta obra de Sutherland, sin duda la más conocida porque es la más espectacular, fue
también criticada por ceñirse a un relato descriptivo. Está basada sobre la narración au-
tobiográfica de un ladrón que ejerció el oficio durante más de veinte años. Pero de hecho
se integra perfectamente en el conjunto de la construcción teórica que Sutherland ha
elaborado sobre la criminalidad. En ella; nada ha tenido una influencia más duradera so-
bre el derecho penal y la criminología, que su construcción de la white collar criminality
Sutherland redactó, para el Dictionary of Sociology de Henry Pratt Fairchild, una defi-
nición del criminal de cuello blanco que resume sus años de investigación sobre el tema:

"El criminal de cuello blanco es una persona de clase socioeconómica superior


que viola la ley penal en el curso de sus actividades ocupacionales o profesio-
nales; el Estado, en la medida en que reacciona contra los crímenes de cuello
blanco, lo hace a través de oficinas y comisiones especiales; más que valién-
dose de la policía y de los tribunales penales". 9

En la definición se advierte con nitidez la presuposición fundante de la sociología de la


delincuencia en Sutherland: la criminalidad, antes que cualquier otra cosa, es el resulta-
do de un proceso social. Los crímenes de cuello blanco resultan de procesos diferentes de
aquellos que definen, en una rápida taxonomía, a lo que podría llamarse crimen "blue
collar", el crimen del obrero de overol. Sutherland es consciente de que la cuestión de la
white collar criminality perturba.10 La repugnancia es social y política, es de la sociedad y
del Estado. El motivo se encuentra en la resistencia a admitir dos quiebres:

1. El primero es el del mecanismo de control social que significa la educación, como


sistema reglado de humillaciones que culmina en premios y castigos. Porque la criminali-

9
Edwin Sutherland, “Criminal. White Collar”, en Henry Pratt Fairchild (ed.): Dictionary of Sociology, New York,
Philosophical Library, 1944. La. obra clásica de Sutherland es White Collar Crime, New York, Holt, Rinehart &_
Winston, 1949.
10
De hecho, la versión completa e inexpurgada del clásico de Sutherland fue publicada recién en 1983: White
Collar Crime: The Uncut Version, New Haven, Yale University Press.

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Norberto Cambiasso / Alfredo Grieco y Bavio

dad de cuello blanco es una consecuencia directa de la educación, y no de su ausencia. Y


los problemas de la educación (inferior) no se curan con más educación (superior). La
relación es inversa: cuanto mejor conoce el contador los mecanismos de la administra-
ción bancaria, mejores y más invisibles desfalcos puede ejecutar.

En la sociedad y en las social policies norteamericanas -y también por cierto


en la sociología y la teoría de la comunicación las soluciones a esta inquietud
exhibida a plena luz por Sutherland estarán matizadas por diversos grados de
antiintelectualismo. En los casos más abiertamente tradicionalistas, conserva-
dores, reaccionarios o fundamentalistas, incluso agradecerán las investigacio-
nes abiertas por el estudio de la White Collar Criminality, del Crime at the Top
(Una buena compilación de estudios de casos y planteos teóricos y metodoló-
gicos es la de John M. Johnson y Jack D. Douglas (eds.), Crime at the Top:
Deviance in Business and the Professions, Philadelphia, J. B. Lippincott,
1978). De algún modo, la derecha encuentra en esta nueva disciplina una
confirmación de la relativa inutilidad, o al menos ancilaridad, de la educación
profesional, intelectual, crítica, abstracta, independiente. Insistirá, con todo
tipo de variantes y matices, en la importancia del refuerzo, del fomento, con
recursos del Estado, de la religión y de la vida familiar, de los enclaves donde
nociones teológicas como "pecado" o dudosamente médicas como "vicio" tie-
nen un sentido fuerte. En resumen, al delinquent boy de Clifford Shaw no hay
que llevarlo a la escuela, sino al catecismo (versión religiosa) o a la “colonia”
o centro de fomento barrial (versión secularizada). La misma derecha insistirá
en la conservación de contenidos y de perspectivas de los mores en la educa-
ción media y superior.

Es curioso que, del funcionalismo al "progresismo" y las nuevas izquierdas que eclo-
sionaron a partir de 1960 -en Estados Unidos pero también en Europa-, cada vez que se
vio el mismo problema, se encontró la misma solución que la derecha. No importa que
sean, o puedan ser, vociferantemente anticapitalistas, que se proclame la muerte de la
familia para instalar a la neo-familia: la solución es siempre la intrusión en la esfera del
hogar, la negación de la autonomía y autodeterminación individual, el borramiento de los
derechos innatos, automáticos, imprescriptibles, que, como pesada herencia de la Ilus-
tración, estaba dispuesto a reconocer el Estado de Bienestar. Una meritocracia que en-
cuentra su justificación en sí misma (justificación formal y no sustantiva) penetra en to-
dos los ámbitos. En la Gran Bretaña laborista de Tony Blair, una ley de 1999 obliga a los
inválidos y discapacitados (las mismas personas a quienes se les regala la denominación
de "personas con habilidades diferentes" en la jerga políticamente correcta) a hacer mé-
ritos (evaluados en entrevistas mensuales) para conservar su pensión de invalidez. En el
mismo sentido funcionan las normas de preparación para el mundo del empleo precario
en los países escandinavos, por tanto tiempo ejemplos de socialismo democrático, o las
medidas de Social Security impulsadas por la administración del presidente demócrata
Bill Clinton.
En la respuesta al antiintelectualismo se enrolaron diversas tradiciones de la izquierda
y de la derecha, pero todas ellas caracterizadas, como Sutherland, por el liberalismo.

2. En segundo lugar, en una sociedad que se proclama sin clases (y en una sociología
que consistentemente cree que ese concepto puede ser convenientemente dejado de la-
do, para sustituirlo por el de status o por el de grupo, a veces en la fórmula status

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group),11 resulta escandaloso un análisis que demuestra, pero que a la vez se funda, en
la proposición de que el sistema judicial está construido, y es perfeccionado, para prote-
ger a unas clases de otras con el simple expediente de criminalizar (o patologizar) los
comportamientos de las inferiores, e intentar preservar a las superiores de la exposición
y el escarnio público (y en última instancia la decisión del público) que significa la compa-
recencia ante los tribunales.

Si algo demostró el juicio de destitución del presidente Bill Clinton que culmi-
nó con su absolución en 1999, es la inocultable actualidad de las alarmas del
criminólogo Sutherland. Por detrás de la retórica sobre el Perjurio y el Imperio
de la Ley, en el centro del impeachment estuvo el pecado sexual. Los Republi-
canos buscaron una alternativa legalista, en un mundo que percibían como
post-religioso; a la moralidad punitiva de los Diez Mandamientos y el Penta-
teuco. Esto lo percibieron, con diversos grados de lucidez y regocijo, las lla-
madas progresías del planeta. Pero, podría haber objetado un Sutherland re-
divivo, si el impeachment se convirtió en un ritual de confesión y redención
para cristianos nacidos de nuevo, la purga estuvo filtrada a través de la ma-
raña misma de las leyes que regulan la sexualidad, y que fueron favorecidas
por los Demócratas. En primer lugar, la ley del acoso sexual, de la que Clinton
y los suyos fueron los primeros campeones. Un punto oscurecido es que Clin-
ton, por su perjurio, le negó a Paula Jones el derecho de alegar acoso sexual,
esa oportunidad que rutinariamente se concede a las mujeres educadas, de
clase media alta, respetables, Demócratas, favorables al aborto: las Hillary
Clinton de este mundo y sus clientes políticos.
La singularidad de las élites que rodean a los Clinton no reside en los privile-
gios de clase de que gozan por su educación, conexiones, dinero y poder. Re-
side en que muchos de ellos son universitarios y abogados, tienen un acceso
propio a la ley, y controlan el acceso de los demás. A leyes que por lo general
son a la vez vagas, extensas y supertécnicas. Y esta gran contribución norte-
americana a la legislación está en manos de una Corte Suprema (y demás tri-
bunales inferiores) que contemplan a la vida ordinaria, como deploraba Sut-
herland en las décadas de 1930 y 1940, desde una altura que necesariamente
la empequeñece.

Según Sutherland, la delincuencia no está provocada por un comportamiento psicoló-


gico ni menos aún patológico. Si hay, como es innegable, un componente personal o in-
dividual (no es lo mismo) en la criminalidad, la influencia de la organización social y de la
herencia cultural sobre el individuo son factores determinantes. No se nace desviado o
delincuente, se lo deviene por "asociación diferencial", por aprendizaje, porque se está
expuesto a un medio criminal, que considera esta actividad como "natural" e impone al
sujeto un reservorio de significaciones sociales y de “definiciones de la situación”. 12 No se
es desviado o criminal por afinidad (o por filiación), sino por afiliación, que supone una

11
La superación es doble y paralela: superación de las clases (sobre todo del conflicto entre ellas) por la classless
society que es América, así como prescindencia de la noción por unas ciencias sociales que han encontrado (no
sólo rendidas ante Weber) un esquema conceptual que las deja más felices. Un exposición directa, e inocente de
todo autocuestionamiento corrosivo, es el capítulo "Status", en la clásica introducción a la sociología de Robert
Nisbet: The Sociological Tradition (New York, Basic Books, 1966). Un útil contraste es Études sur les Classes So-
ciales (París, Gonthier, 1966), de Georges Gurvitch. Libro también clásico -y publicado en el mismo año que el de
Nisbet-, hallamos allí casi la misma historia, pero contada desde una perspectiva más escéptica, menos arrogante
en sus puntos de llegada.
12
En el sentido de Thomas y Znaniecki, desarrollado luego por Thomas en The Unadjusted Girl: With Cases and
Standpoint for Behavior Analysis.

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Norberto Cambiasso / Alfredo Grieco y Bavio

conversión del sujeto, que se encuentra confrontado a varios mundos culturales diferen-
tes y en conflicto entre sí, a los que Sutherland llama "organizaciones sociales diferencia-
les", que poseen una integridad y funcionamientos que les son propios.
La ecología de la delincuencia elaborada en Chicago, pero muy en particular los estu-
dios y puntos de vista de Sutherland, enlazan, por sobre el funcionalismo que supo reinar
indiscutido en la década de 1950, con el interaccionismo simbólico (la "Segunda Escuela
de Chicago"), pero en particular con la teoría de la rotulación (labelling theory), que to-
mará apoyo sobre el conjunto de estos trabajos.13
La obra de Sutherland también será continuada desde otra perspectiva posterior, la de
la Etnometodología. Resulta inevitable aproximar la manera con la que considera la acti-
vidad de los ladrones, o de los estafadores de guante blanco, como "científica", reflexiva,
racional (accountable es la palabra inglesa, que no casualmente procede del lenguaje de
la filosofía política), con el tratamiento que la etnometodología hace de la reflexividad,
entendida como aquella propiedad que presenta el mundo social de servir a la vez de
marco de acción y de apoyo necesario a la descripción de esa acción. 14 La reflexividad
afirma la equivalencia entre describir y producir una interacción.
El método empleado por Sutherland es así particularmente interesante. Al pedirle al
ladrón profesional que describa en detalle su vida cotidiana, su praxis, su manera de
analizar el mundo que lo rodea (no para interpretarlo: el ladrón necesita transformarlo
para vivir de él), Sutherland convierte a su informante en asistente de la investigación. El
ladrón profesional se vuelve, por la descripción que hace de su mundo, un etnógrafo re-
flexivo del mundo en el que le toca vivir.
Tenemos de este modo, delante de nosotros, al sujeto empírico, tal como se presenta
a Sutherland y a todo lector de su relato. Pero también, y de manera mucho más intere-
sante y rica en consecuencias, al sujeto analítico. Aquel que nos muestra cómo analiza su
vida cotidiana con el fin de darle sentido, de poder llegar a decisiones en función del con-
texto y de su definición de la situación. Una racionalidad que debe reanudarse a cada pa-
so, reaccionar, e inventar soluciones.

13
Las obras comúnmente consideradas clave son las de Edwin Lemert: Social Pathology: A Systematic Approach
lo a Theory of Sociopathic Behavior, New York, McGraw-Hill, 1951 y Human Deviance: Social Problems and Social
Control, Englewood Cliffs, Prentice-Hall, 1967; Howard Becker: Outsiders: Studies in the Sociology of Deviance,
New York, Free Press, 1963; David Matza: Becoming Deviant, Englewood Cliffs, Prentice-Hall, 1969. La mejor
exposición sintética de los problemas de la Sociología de la Desviación, desde la perspectiva del interaccionismo
simbólico,, tal vez sea "On the Sociology of Deviation", en Kai T. Erikson: Wayward Puritans: A Study in the So-
ciology of Deviance, Boston, Allyn and Bacon, 1965. Una visión general de la "Segunda Escuela de Chicago" es
Gary Alan Fine (ed.): A Second Chicago School? The Development of a Postwar American Sociology. Chicago and
London, University of Chicago Press, 1995.
14
Para una útil historia de la Etnometodología, cf. Alain Coulon: L'ethnométhodologie, Paris, PUF, 1996, 4a. ed.
(pp. 34-38 sobre la reflexividad).

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