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¿Cuál es el aporte del pasado al presente? El rol de la arqueología dentro de los procesos de
organización de las comunidades originarias en el Valle Calchaquí Norte, Prov. de Salta.
Introducción
Desde hace una década ha comenzado a tener lugar en la Argentina un proceso de
reconstitución de la identidad indígena. Esto ha dado lugar al surgimiento de comunidades
de Pueblos Originarios y organizaciones mayores que las integran. Estas organizaciones
han comenzado a desarrollar una práctica de reclamos muy activa y visible en torno a la
recuperación del territorio, pero también se ha dado, de una manera menos difundida, una
práctica de reflexión y transformación de las representaciones que distintas esferas del
mundo blanco occidental han impuesto sobre lo indígena. El objetivo de este trabajo es
reflexionar acerca del rol de la arqueología dentro de este contexto, primero como una
crítica al quehacer académico para luego construir un trabajo en conjunto con las
comunidades que refuerce las conexiones con el pasado a través de cuestionamientos e
interpretaciones sobre éste en conjunto.
Nuestra disciplina ha tenido un rol significante en la creación de las representaciones de los
pueblos originarios actualmente cuestionadas: como poblaciones congeladas en el pasado,
sin agencia en el presente; su cultura material disociada de los sujetos y estática en las
vitrinas de los museos; y el acceso a su historia y su pasado apropiada y mediada por los
arqueólogos, como la única forma validada desde la ciencia (Acuto 2010).
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FFyL. UBA claudiaamuedo@gmail.com
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IMHICIHU. CONICET. facuto@gmail.com
11º Jornadas Rosarinas de Antropología Sociocultural – Rosario – 2011
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La región septentrional del Valle Calchaquí comenzó en los últimos años un proceso de
constitución de comunidades de Pueblos Originarios. Dentro de este proceso nuestro equipo
de investigación no fue ajeno a una serie de cuestionamientos internos acerca del tipo de
arqueología que queremos ejercer y para quienes. Esto llevó a una serie de actividades
conjuntas con las comunidades indígenas en formación del área, así como con la Unión de
Pueblos de la Nación Diaguita, organización que nuclea a las comunidades Diaguitas del
Noroeste Argentino con la finalidad de brindar herramientas a través de la arqueología que
ayuden a fortalecer el proceso de constitución de las comunidades indígenas, su identidad y
conexión con el pasado. Esto último responde a los pedidos que los referentes del
movimiento han tenido con nuestro equipo de investigación. Sin embargo, parte de este
trabajo ha apuntado a crear canales para que la historia de los Pueblos Originarios sea
escrita en conjunto, abandonando la postura monológica de nuestra disciplina, combinando
el saber académico con el saber local (historia oral, formas de hacer y cosmovisiones),
creando una verdadera arqueología pública y multivocal como un aporte clave para
entender los restos que los antiguos dejaron en el paisaje.
La historia no contada.
La historia de los pueblos originarios es una historia no contada oficialmente. A lo largo de
500 años, y sobre todo a partir de la constitución del Estado-Nación Argentino, y de un
proyecto ilustrado y positivista que buscaba construir una identidad blanca, moderna y de
raíces europeas, se produjo en Argentina un proceso sistemático de erosión y erradicación
de la identidad indígena, la que fue relacionada con la barbarie y el atraso que impedía el
desembarco eficiente de la modernidad (Balazote y Radovich, 1992). Estas políticas han
impactado seriamente en las identidades indígenas del área andina argentina, como es
evidente en la desaparición de la lengua originaria; la imposición desde las instituciones
educativas de la Historia Occidental (el Viejo Mundo, la Conquista, la Independencia y la
conformación del Estado-Nación Argentino); la identificación de lo indígena con el atraso y
la marginación; y la atribución de la cultura material del pasado (sitios y objetos) a
poblaciones extintas y primitivas (Acuto, 2010).
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Desde hace ya unas décadas las ciencias sociales comenzaron un cuestionamiento del canon
occidental, donde la Historia de Occidente, entendida como un proceso lineal y teleológico,
se descubre como un mito más (Hill, 1998). Sin embargo, la arqueología como disciplina
en América Latina sigue apoyando al colonialismo, el modelo civilizador y las historias
nacionales, construyendo sentidos en esa sintonía y silenciando las historias locales
(Gnecco, 2008:98). Como colectivo, aún no asumimos por completo la inserción y las
consecuencias que ejerce nuestro trabajo a nivel social y político dentro de las situaciones
particulares donde se insertan nuestras investigaciones. Conclusiones relacionadas, por
ejemplo, con la importancia de un sitio pueden ser relevantes a la hora de asumir su
protección o destrucción, aún en detrimento de lo que las comunidades identificadas con
éstos puedan tener.
Continuando con nuestro trabajo como constructores de la historia, existe de parte de la
disciplina arqueológica una adjetivación y periodización de las historias aborígenes que no
responden a motivaciones de esas mismas comunidades. Los conceptos utilizados dicen
más de nuestra posición dentro de los esquemas de la modernidad (progreso, evolución,
cambio tecnológico, clases sociales, etc.) que de aquellos esquemas ontológicos que
estudiamos y a los que queremos dar respuestas (Viveiros de Castro, 2011). Gnecco (2008),
como una forma de descolonializar la producción de conocimiento, sugiere pensarla como
una red de historias, una heterogeneidad multitemporal, donde cada una tiene la posibilidad
de imprimir su sello sobre otras las historias geopolíticamente ubicadas. En este sentido, un
punto de partida superador dentro de la arqueología sería abordar la investigación
aceptando la existencia de múltiples ontologías y no sólo abordar las historias locales de
una forma paternalista, considerándolas como simples cosmologías, visiones del mundo
que interpretan nuestra misma realidad pero de una manera exótica y tácitamente
equivocada.
La propuesta metodológica superadora sería, entonces, una Arqueología Multivocal. Pero,
en primer lugar, cómo podemos superar aquellos errores de control cultural (Bonfil Batalla,
1991) en los que han caído las ciencias sociales en su búsqueda de construcción colectiva,
donde no dejan de representarse los intereses civilizadores y la arrogante autoridad
académica, ya denunciados hace tiempo (Clifford, 1988; Gnecco, 2009), donde se limitan y
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neutralizan aquellos elementos poco útiles para nuestros objetivos cientificistas. Segundo,
cómo podemos superar ante los otros el pecado original (sensu Gnecco 2009) con el que
cargamos los académicos, el de haber seguido los impulsos civilizadores de la modernidad.
Por último, las buenas intenciones de una arqueología multivocal puede seguir el mismo
camino que aquellas minorías sociales que quisieron crear un campo propio de
interpretación, cuestionando los cánones aceptados de la academia, y aún así cayeron en la
reproducción de esas diferencias al interpretar el registro. No dejaron de pensar el pasado
desde su perspectiva del mundo, sin reflexionar acerca de la validez y la historicidad de sus
posicionamientos, como por ejemplo la arqueología feminista (Strathern 1987; Alberti
2001).
Las visiones locales pueden ser esencialistas en sus interpretaciones y reclamos, pero
responden a una coyuntura, y por esto no son menos válidas que las de nuestra ciencia.
Ambas surgen como respuesta a un momento y contexto particular. En todo caso, el
acompañamiento de la reflexión en la elaboración de las interpretaciones, de parte de las
comunidades originarias junto con los arqueólogos, puede generar una superación de esta
multivocalidad antes criticada. Es en esta instancia donde vemos las potenciales
herramientas que pueden reforzar la identidad de las comunidades, a través de una historia
construida también por ellos mismos. Siguiendo a Gnecco (2009), más allá de las críticas
de aislamiento que se pueden generar, apuntar a los contextos particulares es una forma más
que válida para que las historias locales no se disuelvan en las narrativas globales o se
escurran como un neoexotismo de lo que el colonialismo dejó, sino una herramienta para
empoderarlas frente a éstas. Para ésto, necesitamos construir una arqueología pública que
supere la idea de compartir nuestros trabajos de manera diluida y digerible para los no
académicos. Que sea pública en el sentido de que esté a disposición de todos los sujetos y
grupos sociales involucrados (Gnecco, 2008), conectando e involucrando saberes locales
con los académicos, de forma paralela y complementaria.
La última idea sobre la construcción de una ciencia arqueológica pública no deja de
considerar la relación de la cultura material activa en el presente, relacionada
significativamente con los sujetos vivos y no sólo con poblaciones y prácticas extintas.
Existen reclamos de las comunidades locales, no necesariamente originarias, sobre el
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cumplimiento las leyes y acuerdos en el que se instituye que los arqueólogos debemos
acordar con las comunidades los permisos y el tipo de intervención en los registros locales,
establecidos en esferas políticas superiores (nacionales, internacionales o académicas) (e.g.
Declaración de Río Cuarto 2005, Endere, 2002 en Curtoni, 2008). Sin embargo, no hay una
instancia o comité de ética donde éstos se pueda demandar para su cumplimiento, debiendo
caer en la buena voluntad de los equipos de investigación. Pero esto no quita que existe una
apropiación del registro arqueológico por parte de las comunidades, lo que antes sólo
formaba parte de nuestro objeto de estudio, estático ante los ojos académicos. Estamos ante
el dilema ético y necesario de discutir todo aquello que era exclusividad científica:
metodologías, excavaciones, manipulación de los restos humanos, preguntas,
interpretaciones, etc. (e.g. Haber et al., 2006).
En síntesis, dentro de nuestro ámbito de trabajo, estamos ante la oportunidad histórica de
cambiar nuestra perspectiva sobre quiénes son los verdaderos dueños de “lo arqueológico”,
corrernos del etnocentrismo y el proyecto civilizador original de nuestra disciplina y
adoptar un rol activo y político dentro de nuestros espacios de trabajo (Curtoni, 2008).
El ethos calchaquí
La provincia de Salta es reconocida por la diversidad de grupos originarios dentro de su
territorio, sin embargo los discursos sobre aboriginalidad a nivel gubernamental se orientan
hacia las comunidades con economías cazadoras-recolectoras y lenguas propias, como las
de chaco-salteña, inscribiendo a cada región provincial una impronta histórica y racial
(Lanusse, 2007). El “ser salteño” responde a un modelo de ascendencia hispana de corte
latifundista. Siguiendo a Lanusse, es posible observar que, entre lo hispano y lo indio,
surgen en los discursos hegemónicos salteños categorías identitarias que connotan distintos
tipos de mestizajes con sus correspondientes derivaciones morales y económicas: gaucho/
criollo/ patrón/ hispano y gaucho / kolla/ peón /indio acriollado.
Hemos de destacar la importancia del trabajo de Lanusse (2007) en la localidad de Cachi
porque nos plantea un estado de la cuestión inmediatamente anterior a la visibilización del
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El trabajo de campo se realizó en diferentes estadías entre enero del 2001 y marzo del 2004.
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Un primer paso de nuestro proyecto ha sido explorar los saberes locales para incluirlos
como fuentes de información para nuestras narrativas sobre el pasado. Es decir, así como
realizamos prospecciones, excavaciones y análisis de material, incluimos el saber local
como otro ingrediente más para producir conocimiento sobre el pasado (Acuto et al.,
2008b). Buscamos nutrirnos de las interpretaciones que gente local hace sobre la vida social
en el pasado. Pensamos que, debido a la continuidad cultural entre el pasado y el presente
en la región (al menos en algunos aspectos y prácticas), y al conocimiento y saber práctico
que da el habitar la misma geografía andina y rural, el aporte brindado por gente local
contribuyó significativamente a nuestro entendimiento de las experiencias pasadas. Para
esto invitamos a miembros de la comunidad a visitar los sitios junto a nosotros, para
caminarlos y conversar sobre su perspectiva acerca del carácter de la vida cotidiana en estos
lugares. Como fue explicado antes, esta no era la primera vez que estas personas recorrían
estos sitios, sino que los conocían muy bien. Estas caminatas y conversaciones nos
permitieron no sólo conocer las ideas sobre el pasado de estas personas, sino que nos
brindaron también un valioso conocimiento práctico sobre un amplio número de temas,
como: técnicas constructivas, las estrategias de localización de los sitios, formas de caminar
al interior de los sitios, la circulación de los sonidos, la manera de recorrer el paisaje,
estrategias defensivas, botánica local, leyendas, entre otros. Todo este conocimiento nos
abrió los ojos, dándonos cuenta de cuantas cosas hemos asumido o explicado a partir del
sentido común. Es decir, somos los arqueólogos los que finalmente utilizamos el sentido
común para explicar cosas que no sabemos (como por ejemplo estrategias de defensa en un
paisaje montañoso), pero un sentido común errado, por ser urbano y no conformado por la
tradición cultural y el sentido práctico generado al habitar en el lugar.
La idea del trabajo y construcción conjunta comenzó a concretarse a partir del Primer
Encuentro de Comunidades Diaguitas de la Provincia de Salta, al cual uno de los autores,
Félix Acuto, fue invitado para realizar una presentación sobre las conexiones culturales
entre las comunidades actuales y las pasadas. En este encuentro, y a partir de charlas con
algunas de las personas que lideran el proyecto de conformación de comunidades indígenas
en la región, organizamos una serie de talleres sobre el pasado prehispánico calchaquí, los
cuales aún se encuentran en curso. Estos se plantean en términos de intercambio de
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Conclusiones
Apuntamos así a generar narrativas donde otro tipo de conocimiento y voz sean
representados y valorados. Sin embargo, ¿cómo construir un conocimiento en el cual la
combinación de los saberes no la hagamos nosotros los arqueólogos recolectando
información oral de la misma manera que recolectamos artefactos enterrados, sino que se
haga en conjunto? Por eso, luego de este primer paso, decidimos llevar esta relación un
paso más allá para que no se tratase sólo de una suerte de “vampirimos intelectual”, tal
como suena eso de nutrirse de los saberes locales. Este segundo paso consiste en pensar,
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interpretar y escribir el pasado indígena local en conjunto con los miembros de las
comunidades originarias. La práctica reflexiva y la puesta en valor de éstos saberes,
ninguneado o ignorado por los sectores dominantes, vinculados a la historia de los grupos
subalternos, en este caso las comunidades originarias del Valle Calchaquí Norte, no sólo
nos otorga a nosotros, académicos, herramientas útiles para comprender mejor a los sujetos
detrás del registro material del pasado, sino que brinca a la comunidades un apoyo
fundamental en el fortalecimiento de su identidad.
Para concluir, esta etapa del proyecto recién se inicia y ya se presenta como un desafiante
universo de conocimiento, relaciones y debate. Parte de este desafío será crear a futuro
canales para que la historia de los Pueblos Originarios sea escrita en conjunto, con las
historias sobre el pasado producidas por la arqueología y sus métodos en paralelo e iguales
condiciones que aquellas historias narradas por los indígenas, sus saberes y tradiciones
orales. En última instancia esperamos incentivar a futuro la producción de una historia
indígena producida por indígenas.
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