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Introducción
En el presente trabajo intentaré sintetizar el estado actual del derecho del agua en la
República Argentina tratando de abarcar la totalidad de los aspectos a considerar, aunque,
en rigor del espacio disponible, lo haré en forma esquemática o resumida. Ello permitirá
contar con una presentación completa y simplificada para el lector extranjero.
He querido resaltar en el título un concepto que vengo sosteniendo que el agua es una, por
ello el singular (Pastorino, 2009, b), y he querido remarcar la importancia del recurso
resaltando que se trata de un derecho “del” agua y no de un derecho “de” aguas,
introduciendo la idea de que contamos con un derecho objetivo que tiene al recurso en el
centro de su interés, abordando no sólo las consideraciones referidas al dominio, sino
también su aprovechamiento y tutela. Valga la explicación para aclarar que no entiendo con
dicha nominación que el agua cuenta con un derecho subjetivo de sí misma para hacerse
valer o respetar por los demás, pero tampoco que el agua está regulada como mero objeto
de apropiación o uso por parte de los seres humanos, sino que existe una valoración sobre
el recurso que impone la creación y desarrollo de un derecho específico que tiene en mira
las características y problemáticas propias del recurso.
Pero a pesar del concepto de unicidad del agua, lo cierto es que contamos con un esquema
institucional derivado de la Constitución Nacional que adoptó el federalismo y, por otra
parte, tenemos una cantidad de aguas compartidas con otros países de la región. Por lo
tanto, para presentar este derecho del agua, vamos a ir analizando, partiendo de la Carta
Magna, la legislación federal o nacional, la provincial, la interprovincial y la internacional,
intentando cerrar con las decisiones judiciales más trascendentes y aportando la doctrina
que entendemos en más relevante tanto en el mismo texto como en la bibliografía.
BO 02-03-1973
2
BO 18-03-1980
3
BO 03-01-2003
endorreicas. En el mismo sentido, la ley 26.639 de preservación de los glaciares y del
ambiente periglaciar.
* Definir el régimen de la responsabilidad por daños, especialmente en caso de
inundaciones derivadas por obras públicas o privadas, que se dirime a través de las reglas
del Código Civil. Existen, al respecto, innumerable casos judiciales resueltos por tribunales
de todo el país, fundamentalmente a partir de inundaciones de campos (Pastorino, 2012, b);
* Establecer los delitos por contaminación de las aguas, tal como lo hacen el Código Penal
y la ley 24.0514 de residuos peligrosos. Así, el art. 200 CP dispone que “será reprimido con
reclusión o prisión de tres a diez años, el que envenenare o adulterare de un modo peligroso
para la salud, aguas potables o substancias alimenticias o medicinales, destinadas al uso
público o al consumo de una colectividad de personas”. En tanto que el art. 55 de la ley
24.051 consigna que “será reprimido con las mismas penas establecidas en el art. 200 del
Código Penal, el que utilizando los residuos a que se refiere la presente ley, envenenare,
adulterare o contaminare de un modo peligroso para la salud, el suelo, el agua, la atmósfera
o el ambiente en general. Si el hecho fuere seguido de la muerte de alguna persona, la pena
será de diez a veinticinco años de reclusión o prisión”. El artículo siguiente refiere al delito
cometido por negligencia o impericia y el art. 57 a la responsabilidad de la persona jurídica
disponiendo que “cuando alguno de los hechos previstos en los dos artículos anteriores se
hubiesen producido por decisión de una persona jurídica, la pena se aplicará a los
directores, gerentes, síndicos, miembros del consejo de vigilancia, administradores,
mandatarios o representantes de la misma que hubiesen intervenido en el hecho punible, sin
perjuicio de las demás responsabilidades penales que pudiesen existir”.
BO 17-01-1992
El Código Civil sancionado en 1869 y que entrara en vigencia en 1871, decidió sobre el
dominio de las aguas, al tratar de las cosas, adoptando un sistema acorde con la filosofía
reinante en la época y que había sido consagrada antes en la Constitución Nacional; esto es,
favorecer la privatización de las tierras y tutelar en forma intensa y amplia, la propiedad
privada individual. Así las cosas, resolvió que muchas de las aguas formaban parte del
dominio del propietario fundiario. Ello no obstante, ya a la época de la sanción del Código,
algunos “cuerpos” de agua eran visualizados como entes propios y estratégicos y concitaron
la declaración de un dominio público sobre los mismos.
Este régimen fue afectado por la reforma de dicho Código de 1968, operada por el decreto-
ley 17.711.5 Dicha reforma materializó la preocupación de ciertas observaciones críticas de
la doctrina y antecedentes reformistas, orientados más a los usos de tipo consuntivo, sobre
los que el reconocimiento de un derecho de propiedad bastante extendido sobre las aguas
ponía serios límites. Fundamentalmente avanzó sobre las aguas subterráneas y sobre “toda
agua susceptible de satisfacer un interés general” las que se declararon públicas, abriendo
una extensa y aún irresuelta discusión sobre la constitucionalidad de dicha innovación.
Sin poder tratar cada una de las cuestiones que la doctrina ha descripto y sobre las que se
generaron innumerables discusiones, para lo cual remitimos a las obras clásicas del derecho
de aguas y a aquellas más recientes y completas (Marienhoff, 1939; Spota, 1941; Allende,
1971; López, 1987; Mathus Escorihuela, 2007), sintetizamos a continuación la situación
respecto al régimen dominical dado por el Código Civil vigente:
* Aguas de dominio público de los estados (federal o provinciales, según el lugar en que las
mismas se encuentren, art. 2339 CC), pudiendo permitir éstos su uso y explotación a los
particulares a través de permisos o concesiones. En esta categoría se encuentran, de acuerdo
al art. 2340 CC:
- el mar territorial;
- los mares interiores;
- los ríos (además de sus cauces);
BO 26-04-1968
- las aguas que corren por cauces naturales;
- las aguas subterráneas (aunque el mismo artículo reserva el derecho, sometido a un
ejercicio regular, del propietario del fundo superficiario de extraer las aguas subterráneas
en la medida de su interés y con sujeción a la reglamentación);
-las aguas susceptibles de satisfacer un interés general;
- los lagos navegables.
* Aguas del dominio privado (de los particulares o de los estados, si se tratara de inmuebles
no afectados al dominio público):
- las lluvias que caen en terrenos privados (art. 2635 CC);
- las aguas de vertientes que nacen y mueren dentro de una misma heredad (art.
2350 CC);
- las aguas que surgen en terrenos particulares mientras no constituyan un curso de
agua por cauce natural (art. 2637 CC) y
- los lagos no navegables (art. 2349 CC), aunque para algunos autores y ante la
indefinición del mismo código, podría interpretarse que éstos tampoco pertenecen al
propietario del fundo en el que se encuentren ya que el artículo sólo les otorga el uso y goce
de los mismos.
* Finalmente, existiría un régimen particular en el art. 2636 CC que establece que “todos
pueden reunir las aguas pluviales que caigan en lugares públicos, o que corran por lugares
públicos, aunque sea desviando su curso natural, sin que los vecinos puedan alegar ningún
derecho adquirido”, lo que podría interpretarse como una liberalidad por parte del Estado.
A pesar de que este régimen dominical en el Código Civil ha sido más o menos aceptado,
no dejó de plantear dudas que volvieron a surgir nuevamente a partir de 1994 cuando la
Constitución Nacional dispuso expresamente que los recursos naturales son del dominio
originario de las provincias (art. 124).
Al quedar presentado el cuadro enunciado por el Código Civil como un catálogo de aguas
que integran el dominio público, motivado ello por la excepcionalidad de dicho dominio y
por la necesidad de que sea una ley la que afecte las cosas al mismo, el capítulo quedó
redactado como uno propio del derecho público o administrativo, incluido en un código de
naturaleza privada o civil. Según López (1987), la tesis que avala dicha decisión del
redactor del Código Civil si bien mayoritaria, fue contestada por Carlos Silveyra y
Guillermo Cano, entendiendo que calificar a los bienes como públicos o privados es una
facultad privativa del poder público provincial que nunca fue delegada por las provincias en
la Constitución y que se refiere directamente a una determinación esencial como la
composición de su patrimonio público. En tanto que, el principal argumento que se ha
sostenido para justificar su inclusión en el Código Civil, que debe regular a las personas y
los bienes privados, es que no se podía, y menos en tiempo fundacionales, regular el
dominio privado sin antes delimitarlo, es decir, sin antes decidir qué bienes no lo
integrarían. Ello en virtud de la regla que todos los bienes que no integran el dominio
público, son privados, consagrada por el mismo Código Civil en su art. 2347.
Como se dijera apenas antes, ahora que la Constitución Nacional determina el dominio
originario sobre los recursos naturales de las provincias, se suma un argumento más a favor
de la tesis minoritaria, puesto que deberían poder las provincias determinar el modo de
disponer y proteger sus recursos decidiendo sobre un aspecto tan central del mismo. Ello no
obsta, sin embargo, al argumento esgrimido por la tesis mayoritaria, ya que el dictado del
Código Civil ha sido atribuido al Congreso Nacional por la originaria ley suprema. Claro
que nunca se determinó el contenido que debería tener y que resulta un tema más propio del
derecho público; pero también se debe decir que si la explicación dada por la tesis
mayoritaria fue aceptada, estimo yo también por un criterio organizacional, no habría un
argumento definitivo que pudiera sostener que aún con una declaración expresa sobre el
dominio de los recursos naturales, al Congreso no se le pueda haber delegado la función de
clasificar los bienes de acuerdo a su titularidad dominial, lo que ha hecho a través del
Código Civil. Esta cuestión seguramente traerá más de alguna interpretación judicial en un
futuro más o menos cercano.
Por mi parte, desde hace un tiempo pregono la posibilidad de que se elimine el sistema
clasificatorio dominial y apropiativo del agua para pasar a verla como un elemento más de
la naturaleza, que conlleve competencias nacionales, provinciales y municipales pero
respecto a su gestión y cuidado y con un criterio de titularidad en cuanto a la
responsabilidad al respecto, con participación de toda la ciudadanía por tratarse de un
recurso limitado que satisface plurales intereses y que se ha convertido en un valor común.
Al respecto he presentado una ponencia en las audiencias públicas desarrolladas para
estudiar un anteproyecto de código unificado civil y comercial (Pastorino, 2012, a).
Sin lugar a dudas, los temas más conflictivos con relación a las aguas son los dos
introducidos con la reforma del decreto-ley 17.711: el de las aguas subterráneas y el de
“toda agua que tenga o adquiera la aptitud de satisfacer usos de interés general”.
Las aguas subterráneas antes de la reforma indicada, por la falta de una mención expresa,
podían quedar comprendidas dentro de la propiedad del superficiario en virtud de la
disposición del art. 2518, aún no derogado, y que en su primera parte dispone “la propiedad
del suelo se extiende a toda su profundidad, y al espacio aéreo sobre el suelo en líneas
perpendiculares. Comprende todos los objetos que se encuentran bajo el suelo, como los
tesoros y las minas, salvo las modificaciones dispuestas por las leyes especiales sobre
ambos objetos”. En línea acorde, el art. 2637 todavía reconoce de propiedad del
superficiario a las aguas que “surgen” o “broten”, según la versión actual o anterior a la
reforma del decreto-ley 17.711.
La disputa por las aguas subterráneas y los avances de los conocimientos científicos
habrían motivado, sin embargo, otras interpretaciones. Así, López (1987) menciona a
algunos autores que, ya antes de la reforma, las consideraban públicas por aplicación del
inciso 3º -inciso donde casualmente se las incorpora luego- siempre que corrieran por
cauces naturales “subterráneos”. Pero el mismo autor recuerda también la postura de otros
doctrinarios y de la Corte Suprema que en el caso “Provincia de Mendoza contra Compañía
de Ferrocarriles Gran Oeste Argentino y Buenos Aires al Pacífico” (JA T. XII, p. 648)
seguían sosteniendo la propiedad del superficiario.
El texto actualmente vigente las convierte en públicas por lo que, si se sostiene que antes
eran privadas, puede interpretarse como una expropiación sin indemnización y, por lo tanto
contraria al texto del art.17 de la Constitución Nacional. Máxime en la interpretación que
ubica a las aguas subterráneas dentro de la categoría de las aguas que tienen o pueden
adquirir aptitud de satisfacer necesidades generales, implicando una declaración en
abstracto que viola el “principio de justicia por compensación” que crea la inviolabilidad de
la propiedad garantizada en el art. 17 CN. (Moyano, 2012).
Para evitar ese tipo de reclamo, la misma reforma adoptó en el texto ciertos recaudos, los
que, a mi juicio, de todas formas, son insuficientes. Dejó a salvo “el ejercicio regular del
derecho del propietario del fundo de extraer las aguas subterráneas en la medida de su
interés y con sujeción a la reglamentación”. Qué se entiende por “ejercicio regular” y por
“la medida de su interés”, cuál es el alcance de la reglamentación y si ésta puede poner un
costo al uso del agua, constituyen algunas discusiones que la misma reforma abrió en la
doctrina. También, ciertas interpretaciones, a mi juicio no del todo acordes con los restantes
alcances del ejercicio del derecho de propiedad que, vale la pena recordar, según el Código
Civil es exclusivo, perpetuo y absoluto con sólo las limitaciones que surgen del Código y
del ejercicio del poder de policía que, obviamente, no puede excluir el dominio mismo.
Se distinguió, por ejemplo, diciendo que el superficiario no puede considerarse expropiado
si al tiempo de la reforma no explotaba o extraía el recurso subterráneo, relacionando esto
con la teoría de los derechos adquiridos. Creo que esta postura olvida la disposición del art.
2510 que dispone que “el dominio es perpetuo, y subsiste independientemente del ejercicio
que se pueda hacer de él. El propietario no deja de serlo, aunque no ejerza ningún acto de
propiedad, aunque esté en la imposibilidad de hacerlo, y aunque un tercero ejerza con su
voluntad o contra ella, a no ser que deje poseer la cosa por otro, durante el tiempo requerido
para que ésta pueda ser adquirida por la prescripción”.
Considero todavía más inviable el argumento de Moisset de Espanés (López, 1987) que
cree que las aguas subterráneas no alumbradas antes de la reforma, es decir, no
aprovechadas, al no ser susceptibles de tener valor no eran directamente cosas por el art.
2312. Choca esta interpretación con el art. 2510 citado e introduce un argumento de una
gravedad institucional superlativa si por analogía se aplicara a todas las cosas adheridas a
una propiedad que su dueño no utiliza.
Creo que, entonces, el camino posible para plantear la validez de la reforma o su carácter
no expropiatorio es analizar si en el caso las aguas integran un cauce subterráneo e insistir
con esa teoría que las encuadraba en el dominio público antes de la reforma en tal supuesto.
Caso contrario, se tendrá que reconocer que cualquier afectación patrimonial que por
aplicación del nuevo texto del inciso 3º del art. 2340 se le ocasione al superficiario, deberá
conllevar su indemnización. Obviamente, la excepción está dada por el art. 2510 citado y es
la de la usucapión.
Aún más grave es el caso de las aguas que tengan o adquieran la aptitud de satisfacer usos
de interés general. Desde ya, si esas aguas eran antes de la reforma considerada privadas,
no puede cambiárseles el régimen sin indemnización, pero mucho menos se puede dejar
sometida esa consecuencia –el paso de ser privadas a ser públicas- a un hecho futuro
indicado con el vocablo “adquieran” y a las necesidades variables de una sociedad en
expansión. Acá comparto la opinión del querido maestro López que dice al respecto que se
debe considerar esta incorporación del decreto-la ley 117.711 como una declaración
genérica de utilidad pública, de las tantas que abundan en el derecho agrario, quedando la
afectación librada a la discrecionalidad de las autoridades públicas que evaluarán el caso
concreto, debiendo, eventualmente, indemnizar al sujeto privado expropiado.
Para concluir, estimo que si la intención del legislador de 1968 fue la de avanzar en un
sistema que contemple a todas las aguas de dominio público debido al interés superior que
las mismas tienen para nuestra sociedad y para los procesos ambientales, hubiera hecho un
enorme favor a las generaciones actuales optando por otro sistema. Hubiera podido declarar
todas las aguas, sin distinciones complejas y hasta absurdas, del dominio público pudiendo
haber reconocido todos los derechos posibles respecto al uso a los superficiarios del
momento y de por vida, declarando el bien intransmisible por actos entre vivos o por
sucesión hereditaria. En ese caso sí, los sucesores no tendrían derecho, y se hubiera evitado
una discusión que, luego de cuarenta años no sólo perdura sino que empieza recién a
demostrar sus consecuencias, ya que es éste el tiempo en que se hace evidente la escasez
del agua (Pastorino, 2009).
Digo dominio público porque era la hipótesis imperante en ese momento. En el presente,
creo que se podría optar por soluciones -a mi juicio- mejores, como la de considerar el agua
un bien común de carácter inapropiable, garantizando simplemente los usos a partir de una
adecuada reglamentación del Estado y con un sistema de decisión, gestión y participación
ampliamente participativo, postura que hemos presentado en las audiencias públicas por la
reforma al Código Civil (Pastorino, 2012, a).
A las provincias les compete el dominio efectivo y las decisiones sobre el agua y la
regulación de sus usos y, por ende, el otorgamiento de permisos y concesiones. En forma
concordante, se entiende que poseen la materia administrativa y el poder de policía excepto
en las actividades cuya regulación fue expresamente cedida a la Nación. Entre tales
funciones de policía, el control de la contaminación como también la autorización y
posterior supervisión de las actividades que se desarrollan en su territorio y que pueden
impactar en el ambiente y en particular en las aguas. Por otra parte, las provincias se dan
sus propias instituciones (art. 122 CN) pudiendo, por ende, definir libremente lo que
consideren el mejor modo de organizar institucionalmente el gobierno del agua. También
pueden complementar las normas de presupuestos mínimos dictadas por la Nación. Les
compete la gestión y decisión sobre el agua, los cursos y sus ciclos, pudiendo intervenir
autorizando obras públicas o realizándolas por sí, entre tantos otros ejemplos que pueden
mencionarse, recordando que a ellas (las provincias) le cabe toda competencia no delegada
expresamente a la Nación.
Estas competencias pueden expresarse en distintas leyes provinciales, pero la importancia
del recurso fue tendiendo a fomentar su unificación y puesta bajo alguna autoridad
específica.
Ante la decisión del Código Civil de reservar ciertas aguas al dominio privado, algunas
primeras leyes provinciales optaron por regular sólo las aguas públicas y específicamente
las superficiales, ello sobretodo porque las subterráneas, antes de la reforma de 1968 eran
consideradas por la doctrina mayoritaria pertenecientes a los propietarios superficiarios. En
tanto, el art. 2339 del Código Civil ya reconocía que los bienes públicos pertenecían a las
provincias o a la Nación según el territorio en el que se encuentren.
Sobre aguas definidas como públicas, es claro que los poderes provinciales como titulares
de dicho dominio público son muy superiores ya que claramente abarcan la disponibilidad
y no sólo una regulación de policía de las actividades o usos que puedan hacer los privados
sobre su dominio. También recordamos que en el caso de dominio público, el derecho al
uso del recurso se deberá resolver a través de instituciones de derecho administrativo
(público), fundamentalmente la concesión y los permisos que alcanzan en materia de aguas
una particular fisonomía.
Más modernamente, se avanzó sobre esta posibilidad, es decir, buscando contemplar
regulaciones completas del recurso, reconociendo la unicidad del mismo y manteniendo el
Código Civil diferentes posibilidades en cuanto a la titularidad del dominio, el criterio fue
el de regular las aguas públicas a partir de los poderes derivados de la dominialidad estatal
y las privadas a través del poder de policía. Claro que -sin poder en estas breves páginas
ahondar en esta cuestión de derecho administrativo- el poder de policía daría facultades de
control respecto al uso, imponiendo conductas y obligaciones, pero quedaría controvertido
que dicho poder llegue al punto de limitar o condicionar la disponibilidad de los bienes
privados más allá de una razonable tolerancia que, bajo la forma de restricción, tenga
alcance general, se disponga por ley y no termine por desvirtuar los derechos de disposición
y aprovechamiento de la propiedad misma reduciendo considerablemente el beneficio
económico que ella podría ofrecer o prestar. De esta diferenciación entre regulación en
relación al dominio público o en relación al poder de policía surgirían consecuencias
también concretas de otra índole, como la posibilidad o no de establecer un canon por el
uso del recurso. En el caso de que las aguas sean públicas, el mismo estará aceptado,
mientras que difícilmente pueda admitirse un canon a pagar por las aguas propias.
Como ejemplo de lo que venimos marcando, citamos al Código Rural para los Territorios
Nacionales (ley 3.088 de 1894) que inicialmente rigió en varias de las actuales provincias y
dispuso sobre las aguas de ríos y arroyos (art. 214). En la primera ley de la provincia de San
Juan, (ley 312 de 1928) se trataron las aguas superficiales, incluyéndose referencias a las
aguas subterráneas más tarde, en el Código de Aguas (ley 4.392 de 1978 con
modificatorias). Por otro lado, algunos códigos de aguas, como el de Jujuy (ley 161 de
1950), determinan que rigen el uso de las aguas públicas, pero, además, dispone normas de
policía para las aguas privadas. En igual sentido, el de Santiago del Estero (ley 4.869 de
1980) regula las aguas públicas pero, además, las “restricciones” a las aguas privadas.
Como puede comenzar a percibirse, la idea de contemplar globalmente el agua hizo pasar
de simples leyes de aguas a códigos de aguas, siempre provinciales, que intentaban regular
la mayor cantidad de aspectos posibles de competencia provincial. Ello también modificó el
esquema legislativo respecto a otras materias, como el derecho agrario, ya que en algunos
códigos como el Rural de la Provincia de Buenos Aires, se contemplaba el uso agrícola del
agua, que perdió su vigencia al regularse en forma completa todos los usos en el Código de
Aguas de dicho estado provincial.
En el libro que he coordinado, Derecho agrario provincial (2011), se han compendiado
todas las legislaciones provinciales en materia agraria y de recursos naturales renovables
donde puede encontrarse la situación actual de las distintas provincias respecto al agua y
sus códigos.
Se señala a Mendoza como la pionera en el derecho interno de aguas por haber sancionado
la primera ley en la materia en todo el país, en 1884, y luego haber incorporado importantes
preceptos en su constitución provincial, donde figuran principios básicos y creando,
además, un órgano con autonomía política, estabilidad de sus autoridades (que se eligen por
períodos diferentes a los del gobernador provincial) y autarquía financiera: el Departamento
General de Irrigación.
Finalmente, en esta panorámica visión del derecho de aguas provincial, quiero citar
brevemente el esquema del Código de la Provincia de Buenos Aires, por ser la provincia
más extensa en territorio, con mayor diversidad de actividades productivas y más
población, a la vez de ser aquella en la que habito y cuyo derecho enseño.
En la Provincia de Buenos Aires, en 1998 y luego de un tortuoso y prolongado camino
legislativo, se sancionó el primer Código de Aguas, ley 12.257 que pretendió
comprenderlas en forma integral, regulando la “protección, conservación y manejo del
recurso hídrico” (art. 1). Es decir que, dejando para las disposiciones del Código Civil las
cuestiones atinentes al régimen dominial y las restricciones que aquél establece con
relación, sobre todo, a las relaciones de vecindad, se ocupa del uso, el cuidado, la gestión,
el aprovechamiento del recurso y las restricciones administrativas, reglamentando o
mejorando los límites de los derechos de dominio derivados del código de fondo.
Ello no obstante, y a pesar que el Código de Aguas deroga una gran cantidad de normas
preexistentes en su pretensión sistematizadora de la materia, queda aún vigente la ley 5.965
de 1958, de protección de las fuentes de provisión y de los cuerpos receptores de agua y de
la atmósfera, orientada fundamentalmente al control de la contaminación y con una
significativa tradición en este campo, a pesar de que ni las reglamentaciones de la misma,
ni mucho menos la concreta aplicación y control, se condicen con los postulados netos y
contundentes de ella.
Sin pretender comentar en forma acabada el Código, de 187 artículos, puntualizo sus
contenidos rescatando los aspectos que, creo, tienen un voltaje jurídico mayor.
El Código desarrolla bien un principio central sobre gestión de recursos naturales que es el
relacionado con el conocimiento del recurso y la gestión integral del mismo. En este
sentido comprende: planificación hidrológica (art. 5); inventario físico (art. 10); evaluación
de impacto y auditorías para realizar obras (arts. 93 y ss.); comités de cuencas hídricas y
consorcios (arts. 121 y ss.) y una serie de limitaciones administrativas al dominio (arts. 136
y ss.). También prevé que la Autoridad del Agua debe confeccionar cartas de riesgo hídrico,
previendo inundaciones (art. 6) y declarar vedas sanitarias prohibiendo el uso recreativo y
el abastecimiento doméstico o urbano, en salvaguardia de la salud pública (art. 7).
Otras definiciones intentan poner certeza a los derechos dominiales: publicación de
mediciones relativas al límite externo de playas y riberas (art. 11); catastro de aguas (art. 10
y ss.); fijación de la línea de ribera que puede ser de oficio o a petición de interesado (art.
18 y ss.); inscripción de concesiones de agua en un Registro Público del Agua (art. 22 y
ss.); regulación de permisos y concesiones para el uso de aguas públicas y definición de las
mismas como intuitu re (art. 25 y ss.) y previsiones para el caso de disminución del agua
disponible.
Luego el Código regula las obras, acueductos, servidumbres, etc.; todo lo que, sometido a
la Autoridad del Agua, puede devenir en resoluciones de conflictos o en nuevos
cuestionamientos, por lo que el Código organiza un régimen y procedimiento
contravencional (art. 158 y ss.) habilitando la vía contencioso administrativa a las
decisiones definitivas de la Autoridad del Agua (art. 162).
Conclusiones
En el presente trabajo he realizado una síntesis escueta de todo el derecho del agua en
Argentina. Me disculpo por cualquier insuficiencia en la explicación o mayor grado de
detalle y desarrollo pero he cumplido con el espacio asignado.
El mayor valor del trabajo es, precisamente, el de realizar dicha presentación, a la vez
actualizada. Como surge de la bibliografía, existe bastante material de estudio en la materia
pero no una reseña actual, a partir de la reforma constitucional y la sanción de la ley de
presupuestos mínimos 25.688 y que también contemple la jurisprudencia analizada, todo en
un mismo trabajo.
En los últimos cuatro años he dirigido un equipo de investigación interdisciplinario que ha
desarrollado un proyecto titulado “La problemática del agua ante el crecimiento
poblacional y el modelo de desarrollo vigente. Impactos jurídicos” que sigue en la
actualidad por otros cuatro años con el título de “Agua y Ambiente: respuestas jurídicas
ante la crisis del agua”. De lo investigado allí tengo la convicción que el derecho del agua
está llamado a generar importantes cambios en breve. Desde nuestro proyecto nos
preparamos para seguir analizando dichos cambios. Seguramente, dicha percepción sea
compartida por otros investigadores en otras partes del mundo.
Nuestro desafío entonces está dado por estar alertas, con la mente abierta y tratando de
interpretar la nueva realidad actual con una forma moderna y no con viejos moldes
conceptuales de arraigada tradición pero tal vez estructurados en esquemas que hoy limitan
la posibilidad de gestionar el agua como un valor esencial para la vida humana, la de las
especies animales y vegetales, los ecosistemas, el desarrollo económico y también
espiritual de todos.
BIBLIOGRAFÍA
Fuentes Legislativas.
Legislación Nacional
- Código Civil de la República Argentina.
- Código Penal de la República Argentina.
- Constitución de la Nación Argentina. 1994.
- Ley N° 3088. Código rural para los territorios nacionales.
- Ley N° 17711. Reforma del Código Civil.
- Ley N° 20094. Ley de navegación.
- Ley N° 22190. Régimen de prevención y vigilancia de la contaminación de las aguas u
otros elementos del medio ambiente por agentes contaminantes provenientes de buques y
artefactos navales.
- Ley N° 24051. Residuos peligrosos.
- Ley N° 25688. Régimen de gestión ambiental de aguas.
- Ley Nº 26168. Ley de la cuenca Matanza Riachuelo.
- Ley N° 26639. Régimen de presupuestos mínimos para la preservación de los glaciares y
del ambiente periglacial.
Legislación Provincial
- Ley N° 161. Código de Aguas de la provincia de Jujuy.
- Ley Nº 4869. Código de Aguas de la provincia de Santiago del Estero.
- Ley N° 5965. Ley de protección a las fuentes de provisión y a los cursos y cuerpos
receptores de agua y a la atmósfera, de la provincia de Buenos Aires.
- Ley N° 12257. Código de Aguas para la provincia de Buenos Aires.
- Ley Nº 4392. Código de Aguas de la provincia de San Juan.
Legislación Internacional
- Estatuto del río Uruguay. 1975.
- Tratado de la Cuenca del Plata. 1969.
- Tratado del río de la Plata y su frente marítimo. 1973.