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regencia, de la que formaban parte su madre, Catalina de Lancaster, y su tío, el infante Don
Fernando. Este último, conquistó, en el año 1410, de la plaza de Antequera, tomada a los
musulmanes de Granada, pasó a ser rey de Aragón en 1412 en virtud de lo acordado en el
Compromiso de Caspe. Pero Fernando dejó en Castilla a sus hijos, los llamados «infantes de
Aragón», muy bien instalados. Eran estos infantes Juan, duque de Peñafiel; Enrique, maestre de
la Orden militar de Santiago, y Sancho, maestre de la Orden militar de Alcántara. Pronto va a
surgir un enfrentamiento entre los «infantes de Aragón», que querían ser imprescindibles en el
gobierno de Castilla, y el monarca Juan II, el cual tuvo como hombre de confianza a don Alvaro de
Luna. Este personaje era de origen aragonés que escaló rápidamente posiciones en la corte del
monarca castellano. Alvaro de Luna tenía como principal objetivo fortalecer al máximo el poder
regio. La relación entre el rey de Castilla y su favorito fue tan estrecha que, según se dice en la
Crónica del halconero de Juan II Pedro Carrillo de Huete, no se conoce hombre que tan gran
poderío tuviese, ni tanto amado fuese de su Rey como él hera. Paralelamente hubo algunos
sectores de la nobleza castellana que, en determinados momentos, estuvieron al lado de los
«infantes de Aragón», lo que suponía enfrentarse a su propio monarca.