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Sr. Juez:
En primer lugar debo destacar que los principios que los derechos de
peticionar, reunión y libertad de expresión fundan el estado de derecho en una
sociedad democrática, porque así están consagrados en la Constitución
Nacional y en diversos instrumentos internacionales con jerarquía
constitucional.
Debo destacar que durante años, los tribunales de otros Estados de
reconocida tradición democrática, han sostenido que el mantenimiento de
espacios de debate político abierto constituye, además de una oportunidad
esencial para la supervivencia de una República, un principio fundamental para
la consolidación del Estado de Derecho.
En efecto, pocas palabras pueden ser mejores para reflejar esta visión que
aquellas empleadas por el juez Douglas de la Corte Suprema de Estados Unidos
en su célebre opinión en el caso Adderley.
Allí dijo que: "el derecho de peticionar a las autoridades tiene una larga
historia y no se limita a escribir cartas o enviar telegramas a un representante
en el congreso, a hacer presentaciones ante las autoridades locales o a escribir
cartas al Presidente, Gobernador o Alcalde. Los métodos convencionales de
peticionar ante las autoridades pueden, y en muchos casos así ha sido, estar
fuera del alcance de una gran mayoría de los ciudadanos. Los legisladores
pueden hacer oídos sordos a los reclamos, las quejas formales pueden ser
canalizadas interminablemente a través de un laberinto burocrático, los
tribunales pueden permitir que las ruedas de la justicia se muevan muy
lentamente”. (Adderley v. State of Florida, 385 U.S. 39.)
En tanto los derechos de reunión y de peticionar a las autoridades tienen
como objetivo central la difusión de ideas y opiniones así como la manifestación
de críticas a los gobernantes, su protección se encuentra directamente asociada
con la libertad de expresión (Corte Europea de Derechos Humanos, Case of
Stankov and the United Macedonian Organisation Ilinden v. Bulgaria,
Judgment of 2 October 2001; Freedom and Democracy Party (OZDEP) v.
Turkey.).
Por otra parte y en este sentido, la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, ha señalado que es en interés del “orden público democrático”, tal
como está concebido por la Convención Americana, que se respete
escrupulosamente el derecho de cada ser humano de expresarse libremente.
Incluso ha afirmado que el debate político “... está indisolublemente
vinculado a la existencia misma de una sociedad democrática. Es más, la plena
y libre discusión evita que se paralice una sociedad y la prepara para las
tensiones Nino, Carlos; Fundamentos de Derecho Constitucional / Análisis
filosófico, jurídico y politológico de la práctica constitucional, Astrea, Bs. As.,
1992, págs. 484/5. y fricciones que destruyen las civilizaciones. Una sociedad
libre, hoy y mañana, es aquélla que pueda mantener abiertamente un debate
público y riguroso sobre sí misma” (Corte IDH, Opinión Consultiva OC-5/85,
“La colegiación obligatoria de periodistas (artículos 13 y 29 de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos), del 13 de noviembre de 1985. Serie A,
Nº 5, para. 69. )
Además, "una de las características principales de un sistema
democrático es la posibilidad que ofrece de resolver los problemas de un país
mediante el diálogo, sin recurrir a la violencia, aun cuando esos problemas
sean molestos. La democracia prospera a través del ejercicio de la libertad de
expresión. Desde ese punto de vista, no hay justificación para impedir la
manifestación de un grupo solamente porque intenta debatir en público la
situación de una parte de la población y de encontrar, de acuerdo a las reglas
de un sistema democrático, soluciones que sean capaces de satisfacer a todos
aquellos que resultan afectados." (Corte Europea de Derechos Humanos, Case
of Stankov and the United Macedonian Organisation Ilinden v. Bulgaria, ídem
nota 7, párr. 88.)
La democracia deliberativa encuentra una virtud instrumental en la
expresión del disenso, pues es uno de los reaseguros procedimentales básicos
para la obtención de decisiones políticas con mayor probabilidad de justicia.
En conclusión, entiendo que los denunciantes se equivocan cuando
desconocen a la constitución nacional, los instrumentos por ella incorporados,
los compromisos asumidos por la República Argentina, como los fallos
internacionales al respecto y en cuanto a la naturaleza democrática de las
actividades de reunión en las que participaron los manifestantes que celebraban
la fundación “Abuelas de plaza de mayo”, organismo que ha promovido y
organizado dicho evento.
Cabe traer a colación en este punto, lo afirmado por el juez William
BRENNAN al resolver la situación de un grupo de manifestantes que eran
acusados por haber bloqueado el tránsito vehicular en una ciudad. En dicha
oportunidad dijo que: “los métodos convencionales de petición pueden ser,
como suelen serlo, inaccesibles para grupos muy amplios de ciudadanos. Para
aquellos que no controlan la televisión o la radio, aquellos que no tienen la
capacidad económica para expresar sus ideas a través de los periódicos o
hacer circular elaborados panfletos, pueden llegar a tener un acceso muy
limitado a los funcionarios públicos” (En Adderley v. Florida, 385 U.S. 39
(1966), voto disidente.)
Este dato —afirmó BRENNAN— debe ser tenido muy en cuenta por la
justicia a la hora de fundar sus decisiones.
Cualquier decisión entonces, que implique continuar la persecución penal
en este tipo de casos, sobre la base del tipo penal previsto en el artículo 194 del
Código Penal, demostraría el peligro de permitir que una norma de esta
naturaleza sea utilizada para criminalizar opiniones, reclamos y legítimos
ejercicios del derecho de reunión por parte de sectores que no están de acuerdo
con el gobierno de turno.
En el caso en concreto, al haber vías alternativas, haberse desarrollado
pacíficamente, al corroborarse la inexistencia de daños materiales ni detenidos,
claramente no se ha cumplido con el tipo objetivo del delito en el que se
pretende encuadrar el hecho denunciado.
Además, debo recordar que si la Constitución Nacional reconoce el
derecho de huelga entre los derechos y garantías que enumera, no puede
entenderse entonces que la conducta desarrollada por el colectivo Abuelas de
Playa de Mayo –quienes por haber sido los organizadores del evento – se
encuentran imputados en términos de lo establecido por el artículo 72 del
Código Procesal Penal de la Nación al disponer que reúne dicha calidad
“cualquier persona que sea detenida o indicada de cualquier forma como
partícipe de un hecho delictuoso…”, sea la descripta en el tipo penal imputado
por las autoridades.
Aún advirtiendo una posible colisión de derechos, a mi criterio la
conducta no supera el análisis de la tipicidad exigida, tanto desde el punto de
vista objetivo como ya lo he mencionado como subjetivo.
Bajo ningún concepto la acción que en principio se atribuye e imputa a
las organizadoras del evento puede subsumirse en el tipo penal que protege la
seguridad de los medios de transporte, porque el impedir, estorbar o entorpecer
el normal funcionamiento del transporte público, no puede limitarse solo al
mero tránsito por la Avenida Corrientes como se da en este caso, ya que detrás
del conglomerado de personas que allí se reunió en dicha ocasión, tuvo como
finalidad la conmemoración del 40° Aniversario de la fundación, que ha
transitado un proceso de búsqueda de reparación y justicia ni más ni menos que
por los crímenes cometidos durante la última dictadura militar.
No dudo que a algunas personas puede molestarles, u otras tuvieron
demoras al retomar algunas cuadras para tomar líneas de colectivos para llegar
a sus destinos, pero esto a mi criterio no puede de ninguna manera encuadrar en
algún delito, ya que el tipo penal protege la seguridad del transporte.
Otra cuestión de vital importancia radica en el uso del espacio público
como comportamiento expresivo, lo cual también merece destacarse en este
dictamen.
Por citar un ejemplo, el Tribunal Constitucional español ha sido muy
ilustrativo en este aspecto.
En efecto, ha señalado que el uso del espacio público, cuando sobre él se
despliega una reunión política “...por su propia naturaleza, requiere la
utilización de los lugares de tránsito público y, dadas determinadas
circunstancias, permite la ocupación, por así decir instrumental de las
calzadas”, reconociendo que “...la celebración de este tipo de reuniones suele
producir trastornos y restricciones en la circulación de personas y, por lo que
aquí interesa, de vehículos” (Superior Tribunal Constitucional 59/1990, FJ 6;
66/1995, FJ 3)
Por ello, la utilización del espacio público –en el caso una importante
avenida de la Ciudad- es necesaria para expresarse, para ejercer, al fin y al cabo,
el derecho a la libertad de expresión.
Sobre el contenido expresivo de la manifestación, el máximo Tribunal
Constitucional de España, entendió que:
“Esta posición clave y básica de la libertad de expresión respecto de los
demás derechos, por ser el elemento clave de la institución opinión pública, ha
permitido al Tribunal Constitucional configurarlo como un derecho preferente,
la posición preferencial asignada al derecho fundamental reconocido en el art.
20.1 d) de la Constitución, si de una parte implica una mayor responsabilidad
moral y jurídica en quien realiza la información, de otra exige una rigurosa
ponderación de cualquier norma o decisión que coarte su ejercicio. Por ello,
cuando la libertad de información entre en conflicto con otros derechos
fundamentales e incluso con otros intereses de significativa importancia social
y política, respaldados, por la legislación penal, las restricciones que de dicho
conflicto puedan derivarse deben ser interpretadas de tal modo que el
contenido fundamental del derecho en cuestión no resulte, dada su jerarquía
institucional, desnaturalizado ni incorrectamente relativizado” (Superior
Tribunal Constitucional, 159/1986.)
Además, si bien es cierto que la libertad de expresión no es un derecho
absoluto, obstruirlo por completo no se condice con ningún interés público ni
valor democrático.
Para ello, cualquier restricción légítima a los derechos involucrados en el
caso debe primero hacerse una delimitación de los criterios generales de
restricción dentro del prisma constitucional y del derecho internacional de los
Derechos Humanos.
En efecto, el Artículo 29.a de la CADH establece que para que una
restricción de derechos sea legítima no puede implicar un permiso a los Estados
para “suprimir el goce y ejercicio de los derechos y libertades reconocidos en
la Convención o limitarlos en mayor medida que la prevista en ella”. En
consecuencia, es necesario determinar cuáles son las limitaciones autorizadas
por la Convención para dichos artículos, ya sea en el texto mismo del artículo o
en otras disposiciones de la Convención que regulan de manera general las
restricciones o limitaciones permisibles.
En general se puede afirmar que las disposiciones que autorizan
limitaciones a derechos consagrados en un tratado de derechos humanos deben
ser interpretadas en forma restrictiva de manera que esos derechos no sean
limitados más allá de lo requerido (PINTO, M., Temas de derechos humanos
(1997) en LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS
HUMANOS, Banco Interamericano de Desarrollo (BID) (Rodríguez-Pinzón,
Martin & Ojea Quintana, ed. 1999); Nadine Strossen, Recent U.S. and
International Judicial Protection of Individual Rights: A Comparative Legal
Process Analysis and Proposed Synthesis, 41 Hastings L.J. 805 (1990);
Alexandre Charles Kiss, Permissible Limitations on Rights, en THE
INTERNATIONAL BILL OF RIGHTS: THE COVENANT ON CIVIL AND
POLITICAL RIGHTS 290 (Louis Henkin ed. 1981).
Ello implica que las medidas de restricción deben ser “necesarias”, y en
este sentido la Corte Interamericana ha determinado que no basta que la medida
sea conveniente, suficiente o útil para proteger el derecho, sino que debe ser
“estrictamente necesaria”.
Adicionalmente, una medida necesaria y lo menos intrusiva posible debe
ser proporcional, de forma tal que el derecho protegido no sea rebasado por un
interés legítimo del gobierno que compita directamente con el derecho en
cuestión. Dicho interés debe tener una importancia especial para el gobierno y
se refiere solo a aquellos “intereses legítimos” establecidos en el Artículo 32.2
de la Convención Americana (u otros que se establezcan en disposiciones que
consagren derechos específicos): los derechos de otros, la seguridad de todos y
las justas exigencias del bien común . Sin embargo es necesario recordar que,
según el criterio de la Corte, en la medida que un artículo de la Convención
autorice limitaciones específicas a cierto derecho, el Artículo 32.2. debé ser
aplicado con más cautela para restringir dicho derecho.
Por último, las autoridades nacionales al justificar una limitación a un derecho
protegido deberán demostrar que el fin y objeto de la norma (protección del bien
común) es el de evitar un daño cierto o tangible a la sociedad.
En efecto, dado que la legislación interna no puede prever toda
eventualidad en la cual pueda resultar aplicable, el nivel de precisión requerido
por la jurisprudencia internacional "depende en gran medida del contenido de
la norma en cuestión, el ámbito de aplicación de la misma y el número y estatus
de aquellos a los cuales está dirigida" (Corte Europea de Derechos Humanos,
Haushman and Harrup v. United Kingdom, Judgment of 25 November 1999,
párr. 31.)
Ello así en tanto que cuando el Estado utiliza una norma penal como
fundamento para restringir derechos esenciales para el desarrollo de una
sociedad democrática, tales como el derecho de peticionar a las autoridades, el
derecho de reunión pacífica y el derecho a la libertad de expresión, el nivel de
precisión requerido para definir las conductas que resultan prohibidas por dicha
norma es el más estricto posible. (Grayned v. City of Rockford, 408 U.S. 104).
Por estas razones, este Ministerio Público debe analizar el alcance del
Artículo 194 del Código Penal de la Nación y su aplicación efectiva a la luz de
dichas consideraciones y en el presente hecho en el que repito, no hubo daños,
no hubo incidentes, no hubo detenciones, no hubo alarma , no hubo peligro
común y hubo selección.
IV. Petitorio:
En razón de todo lo expuesto, solicito al Sr. Juez que desestime la
denuncia efectuada por entender que no ha existido delito alguno.