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El caso Bolsonaro en Brasil y el

resurgimiento del autoritarismo


ANTONIO LADRA (*)
Jair Bolsonaro será el próximo presidente de Brasil, ya no cabe duda alguna. Según las
encuestas, el 28 de octubre, día en que se celebrará la segunda vuelta, lo votaran más de 50
millones de brasileños.

¿Sorpresa? En absoluto. Después del caos político y la corrupción en que se ha hundido el


gigante norteño, no sorprende que los brasileños avalen a un candidato que promete algo
mejor, aunque no se sepa de qué se trata.

En pocos días el mundo se ha empapado de lo que ha hecho (no mucho) y de quién es un


desconocido para el común de la gente llamado Jair Bolsonaro, que arrasó con el candidato del
Partido de los Trabajadores de Brasil, Fernando Haddad. Bolsonaro es un militar retirado, se
manifiesta liberal en lo económico, nostálgico de la dictadura, racista, homófobo, machista,
misógino, y xenófobo.

Ahora, la pregunta: ¿los que lo apoyan, los que digitarán el voto verde con el nombre
Bolsonaro serán 50 millones de brasileños liberales en lo económico, 50 millones de racistas,
50 millones de homófobos, 50 millones de machistas, 50 millones de misóginos y 50 millones
de xenófobos?

A grandes rasgos los apoyos a Bolsonaro se pueden dividir en tres partes. Una parte, quizás la
menor, son los votantes de la derecha liberal, otra parte es un voto populista, anti-
establishment y hay una parte, quizás la mayoría de los apoyos, que es un voto antipetista.

Si se buscara un símil a Bolsonaro en el continente, ese podría ser Hugo Chávez. Ambos
militares, ambos llegan al poder, uno alabando a la pasada dictadura brasileña y el otro tras un
intento de golpe de estado. Los dos con discursos anti establishment y anticorrupción. La
diferencia está en los modelos económicos.

Pero al igual que lo fue Chávez, Bolsonaro es un populista con tendencias autoritarias y cuando
los populistas están en el poder atacan de diversas maneras a las instituciones democráticas.
Lo han hecho y lo hacen los populistas de derecha como Alberto Fujimori en Perú o Recep
Erdogan en Turquía y los de izquierda como Chávez, los pretendidos de izquierda como Nicolás
Maduro, en Venezuela, un Ortega en Nicaragua o un populista sin brazos, ni derecho ni
izquierdo, como Vladimir Putin en Rusia.

El archivo, ¡oh, el maldito archivo!, ha traído ahora los pensamientos de Bolsonaro a la luz. Hay
de todo como en una feria de usado, que puede ser el Rastro de Madrid o la Tristán Narvaja de
Montevideo, pero hay uno llamativo: “Es la esperanza para América Latina y me encantaría
que esta filosofía llegase a Brasil”, declaró Bolsonaro sobre Hugo Chávez en una entrevista al
diario O Estado de São Paulo, en 1999. Ahora, en el 2018 se ha desmarcado de ese
pensamiento. La gente cambia ha dicho. Es como dice la megaestrella uruguaya, José “Pepe”
Mujica, “como te digo una cosa te digo la otra”.

Bolsonaro, además de haber un mediocre militar que no pasó de capitán habiendo hecho
carrera en el escuadrón de Águilas Negras, abandonó el uniforme o lo “abandonaron” en el
año 1988 y al año siguiente fue elegido Concejal de Río de Janeiro. Su carrera política siguió
como diputado de escasa visibilidad durante siete legislaturas hasta que se convirtió en
presidenciable. Durante su trayectoria política vistió la playera de entre siete a nueve partidos
diferentes. En el año 2002 apoyó a Lula. A pesar de ello no cree en el sistema democrático, por
lo menos el que se gasta en Brasil.

Que Bolsonaro esté, entonces, a un pelo de ser presidente de una de las potencias del mundo
dice mucho sobre Brasil y de su sistema político, y dice más sobre una democracia corroída por
la falta de seguridad, la crisis económica y la corrupción, a tal punto que los electores no dudan
en apoyar a un candidato cuya única promesa es la mano dura.

¿Por qué los electores están mirando y apoyando a los Bolsonaro, a los Salvini en Italia a
Donald Trump en Estados Unidos, autoritarios populistas que dicen que van a solucionar todos
los problemas a través de un tweet?

Según el último relevamiento del Latinobarómetro, el apoyo a la democracia en la región ha


perdido ocho puntos en menos de diez años: de 61% en 2010 a 53 % en 2017. Al mismo
tiempo, la proporción de quienes se declaran indiferentes entre un régimen democrático y uno
no democrático ha subido nueve puntos en el mismo periodo: ahora es una cuarta parte de la
población.

¿En qué momento comenzó a resurgir el autoritarismo en estas sociedades? Puede haber
muchas respuestas, desde la creciente inseguridad hasta cuando la opinión pública pudo
constatar el modo en que la corrupción había socavado la democracia, cuando los gobernantes
no dejaban de recibir coimas o cuando usan los cargos y los dineros públicos para sí, aunque
sea para comprar un par de Toblerones, caso protagonizado por la ex viceprimera ministra
sueca Mona Sahlin o una malla de baño, con la actuación estelar del ex vicepresidente
uruguayo Raúl Sendic.

(*) Periodista uruguayo.

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