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Amor
¿Ha habido alguna vez un misterio más grande?
¿Hay alguien que no haya deseado descifrar los secretos del amor?
¿Podría alguien crear una fórmula para el amor?
¿Qué dice el judaísmo y la Torá sobre el amor?
Sí, puedes leer eso de nuevo. A pesar de todo lo que has visto, sentido u oído
sobre el esplendor, el encanto, la fascinación y la magia del amor, a fin de cuentas
éste es una obligación.
Dios nos instruye, de hecho nos ordena, amarnos el uno al otro. Y al hacerlo
agrega junto al mandamiento cierta información que no pareciera ser atingente.
Esto nos incita a hacer lo que mejor hacemos los judíos: ¡preguntar!
El versículo anterior es uno de los más de 5.000 versículos que hay en la Torá, y
es uno de los más cautivadores. Léelo de nuevo y fíjate si te molestan las mismas
cosas que nos perturban a nosotros.
1. ¿Cómo “amar” puede ser una obligación? O bien uno ama a alguien o bien
no lo hace. ¿Quién escuchó alguna vez sobre legislar sobre una emoción?
No es algo que puedas obligar a alguien a hacer.
2. El mismo versículo de la Torá que nos obliga a amarnos el uno al otro
también dice: “No te vengues y no guardes rencor”. ¿Qué tiene que ver
vengarse o guardar rencor con amar a nuestro prójimo? ¿Qué hacen estos
mandamientos juntos en el mismo versículo?
3. ¿Por qué el versículo dice: “…ama a tu prójimo como a ti mismo?”. La Torá
nunca utiliza palabras extra; entonces, ¿qué viene a agregar la frase “como
a ti mismo”?
4. Las palabras del texto original en hebreo ‘veahavta lereeja’, las cuales
suelen traducirse como “ama a tu prójimo”, en realidad deberían traducirse
como “ama a tu amigo”. ¿Por qué la Torá se refiere a nuestro prójimo como
nuestro “amigo”?
5. El versículo termina con las palabras: “Yo soy Dios”. ¿Qué tiene que ver
esto con amar a tu amigo?
A primera vista, la idea de forzar cualquier emoción parece absurda, por no decir
imposible. Exigir que alguien “sienta” algo pareciera ser completamente contrario a
lo que son los sentimientos. Pero sin embargo, si Dios nos ordena hacerlo, debe
ser porque es posible.
Y lo es.
Considera el siguiente ejemplo:
Tienes dos hijos: una niña de 6 años y un niño de 9. Un día entras a la casa y
escuchas gritos. La voz de tu hijo es la más alta, por lo que naturalmente le llamas
la atención a él primero.
¡No dirías nada similar a eso! Probablemente dirías lo que la mayoría de los
padres dicen en momentos como ese:
—¡¿Por eso odias a tu hermana?! ¡Es una tontería! ¡Tienes que amar a tu
hermana!
Entonces no es sólo que exigir amor no es algo imposible, sino que es algo que la
mayoría de nosotros hacemos todo el tiempo. Más aún, es precisamente cuando
aceptamos la obligación de amar a alguien que comenzamos a entender el
proceso de cómo amar.
Los padres, aún antes de que nazcan sus hijos, están comprometidos
naturalmente a amarlos y, por lo tanto, están decididos a enfocarse principalmente
en las virtudes de sus hijos.
Sin embargo, la verdadera pregunta es: ¿Cómo podemos activar este proceso en
todas nuestras relaciones para que podamos amar “a nuestra voluntad”? Para
hacerlo necesitamos tomar conciencia de las dinámicas que se desarrollan dentro
de una persona que acepta la obligación de amar.
[No es tan simple como suena, pero tampoco es tan complicado como podrías
pensar].
Esto explica cómo es posible que la Torá nos obligue a amar a alguien. La forma
en la que elegimos ver a otra persona está completamente bajo nuestro control.
Para desarrollar el sentimiento de amor, la Torá nos obliga a enfocarnos en las
virtudes de los demás. Consecuentemente los amaremos. Y cuanto más
íntimamente conozcamos a alguien y sus virtudes, más profundo será nuestro
amor. La cultura occidental en cambio, está muy influenciada por las ideas
seculares, en este caso en particular, por el concepto griego de amor: Cupido. Ya
conoces la historia. Cupido revolotea con sus alas, le dispara una flecha a un
hombre y a una mujer, ¡y listo!, están enamorados.
Para el mundo occidental, el amor es un golpe del destino. No hay una explicación
lógica. No hay un esfuerzo involucrado. El amor no se basa en compromiso ni en
ningún entendimiento profundo de la persona que amas.
Pregúntale a un padre:
—¿Alguna vez tus hijos te han mantenido despierto toda la noche, gritando,
tosiendo y volviéndote loco?
—Sí.
¿Por qué estos tres mandamientos aparecen en el mismo versículo? ¿Qué tienen
en común?
¡Por supuesto que no! Tu otra mano es tan parte de ti como todo lo demás.
¡Vengarse sería una locura!
Ahora, toda esta charla sobre unidad te puede sonar irreal, pero eso es realmente
lo que Dios quiere de nosotros. Este estado de armonía por alguna razón continúa
eludiéndonos, y nosotros, como pueblo, estamos más y más hundidos en el
abismo de la desunión y la disonancia. Es triste.
Basta con prestar atención a las consecuencias del ataque terrorista a las Torres
Gemelas para ver este punto con claridad. Los ciudadanos de todo Estados
Unidos dejaron inmediatamente de lado sus diferencias y se alinearon en torno al
presidente y a la democracia. Coaliciones de todos los colores, razas y credos
imaginables se formaron en los frentes locales, nacionales e internacionales. La
lealtad política y las inclinaciones previas no estuvieron a la altura del súper
patriotismo que generaron los enemigos de Estados Unidos. Así de grande es el
poder de la unidad cuando lo necesitamos.
Los padres se relacionan naturalmente de esta forma con sus hijos. No importa
cuán mal se comporten los niños, los padres no dejan de amarlos. ¿Molestias? Sí.
¿Reprimendas? Por supuesto. Pero los padres normales no se vengan de sus
hijos. No guardan rencor, porque se relacionan con sus hijos como una extensión
de sí mismos, por lo que lastimar a nuestros hijos es en realidad herirnos a
nosotros mismos. Como los padres no desean vengarse, pueden olvidar las cosas
malas y enfocarse en las buenas. Por eso para los padres es fácil amar a sus
hijos.
Esta misma dinámica puede funcionar con cualquier relación. Con padres e hijos
el proceso es más instintivo. Pero cuando se trata del matrimonio, ¡el potencial
para la unidad es más grande todavía! A diferencia de la relación padre-hijo, los
integrantes del matrimonio se eligieron mutuamente, ¡lo cual permite que el
potencial de unidad sea aún mayor! Pero naturalmente, implica mucho más
trabajo...
La palabra hebrea reeja, ‘tu amigo’, transmite de forma más precisa el mensaje de
que “estamos juntos en esto” —que estamos en el mismo equipo— que la frase tu
vecino. Y ese es el sentimiento que todos deberíamos tener por los demás.
Obviamente la amistad, al igual que el amor, es otro tema sobre el cual hay mucho
para aprender. Y los dos temas están conectados inexorablemente. Obtener un
entendimiento más profundo sobre la dinámica de la amistad nos ayudará en
nuestra odisea para alcanzar el amor real.
Las siguientes historias sobre amistad, tomadas del folklore judío, brindan un poco
más de claridad al significado de la amistad y del amor. La primera nos ayudara a
responder la pregunta Nº4 y la segunda nos ayudara con la pregunta final. Ambas
hablan sobre los ingredientes del amor y sobre por qué Dios le da tanta
importancia a que nos amemos unos a otros.
Una vez un padre estaba intercambiando ideas con su hijo sobre el tema de la
amistad.
—¿Yo? Durante toda mi vida he trabajado muy duro y sólo conseguí medio
amigo.
—Pero papá, todos te quieren. Eres un hombre maravilloso. ¿De qué estás
hablando... ¿sólo medio amigo? Y en todo caso, ¿qué es medio amigo?
—Mira hijo, tienes que saber si tus amigos son realmente tus amigos. Un
amigo en los malos momentos es un verdadero amigo. ¿Por qué no haces la
prueba y ves si tus amigos son realmente amigos?
El padre tuvo una idea. Siendo que esta historia tuvo lugar durante la ocupación
romana de Israel, hace más de 2.000 años, debes saber que los romanos eran
especialmente estrictos en lo que se refiere a la ley y el orden. Si agarraban a un
asesino o a un ladrón, imponían un juicio rápido y duro sobre él. Y le hacían lo
mismo a cualquiera que fuese cómplice del crimen. Era un asunto serio.
El hijo pensó que era una gran idea y lo intentó. Noche tras noche, tomó el saco
con una cabra muerta en su interior y lo llevó donde sus amigos. Se demoró un
par de semanas y unas cuantas cabras, pero visitó a los 200 amigos.
Como podrás adivinar, ninguno quiso ayudarlo. Todos entendieron que no era su
culpa y que el otro hombre había comenzado la pelea, pero de ningún modo
estuvieron dispuestos a hacerse partícipes del asunto.
El padre dijo: —Seguro, ponlo a prueba. Ve a su casa y dile que eres hijo de
Jaim. Dile lo que pasó y ve si te ayuda o no.
—Oh, ¡el hijo de Jaim! Entra. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Bueno, la verdad es que no debería ayudarte, pero qué puedo hacer, eres
hijo de Jaim.
El hijo volvió donde su padre y le dijo: —Papá, ¿por qué lo llamas medio amigo?
¡Es el único que me ayudó!
—¿Qué te dijo?
—Dijo: “En realidad no debería ayudarte, pero eres hijo de Jaim, ¿qué puedo
hacer?”.
—Eso es medio amigo —dijo el padre—. Alguien que hace una pausa y dice:
“En realidad no debería hacer esto”, ese es medio amigo.
Una vez, cuando el amigo de Roma estaba visitando Siria, alguien lo acusó de ser
un espía de Roma y de estar planeando un complot en contra del emperador. Era
un hombre inocente y sólo se trataba de un falso rumor. Entonces, lo llevaron
frente al Emperador Sirio, quien subsecuentemente lo condenó a muerte.
El emperador estaba tan sorprendido por este arreglo que accedió a dejar ir al
judío romano.
—Te daré 60 días. Pon tus asuntos en orden. Si no estás de regreso para el
atardecer del día 60, tu amigo estará muerto.
Y así el judío romano emprendió rumbo y se fue corriendo donde su familia para
decir adiós y para poner sus asuntos en orden. Después de muchas lágrimas y
adioses, partió con tiempo de sobra antes de que terminasen los 60 días.
Esos eran los tiempos de viajar en galeras, y a veces podían pasar varios días
hasta que soplara el viento indicado. Como lo quiso la suerte, no hubo viento por
varios días, el barco se retrasó, y para cuando el judío llegó a Siria estaba
empezando el atardecer del día 60.
Como había sido acordado, los carceleros sacaron al amigo de Siria para la
ejecución. En esos días, una ejecución era un evento de gala, y temprano por la
mañana las multitudes comenzaron a reunirse. Finalmente, cuando estaban a
punto de realizar la ejecución, llegó corriendo el amigo de Roma.
—¡Mátame a mí en su lugar!
Por eso el mismo versículo que dice “Ama a tu prójimo” dice también “Yo soy
Dios”. La unidad y la amistad entre los hijos de Dios es tan valiosa que Dios
mismo dice, por decir así, “Si se aman unos a otros, Yo quiero ser su tercer
amigo”. Eso significa que si estamos unidos, tenemos el poder de Dios
respaldándonos.
La unidad es tan preciada para Dios que incluso cuando no somos tan buenos
como deberíamos, nuestra unión nos permite lograr mucho más de lo que
cualquier individuo piadoso, talentoso o grandioso podría alguna vez lograr solo.
En los deportes lo llamamos “trabajo en equipo”. Los equipos unidos a menudo
baten a oponentes con más talento y poder.
Hay muchos ejemplos de esto en la historia judía. Ahab —a pesar de haber sido
un rey malvado— fue más exitoso en la batalla que cualquier otro rey que haya
tenido el pueblo judío en su historia. ¿Por qué? Porque se benefició de la unión
excepcional que había entre la población judía. Dios le concedió a los judíos el
éxito militar a pesar de las siniestras intenciones de su líder. La unión es la
cualidad que más quiere Dios para todos Sus hijos. Puesto de manera simple,
cuando estamos unidos, Dios es nuestro “tercer amigo”.
La lucha interna y el conflicto entre nosotros es, por lo tanto, nuestro enemigo más
insidioso y debilitante. La discordia evita que seamos una fuerza predominante y
nos reduce a una colección de individuos que se encuentran absorbidos en sí
mismos.
Si estamos unidos, Dios está con nosotros. Si estamos divididos, estamos solos.