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SABER HACER FEMENINO CON LA RELACIÓN.

LAS TRES R: ASTUCIA,


ESTRAGO Y ARREBATO*
por Marie-Hélène Brousse | 23 Sep, 2016 | Lazo AMP

Voy a establecer rápidamente las coordenadas en el seno de las cuales se situará el desarrollo que
quisiera hacer respecto a algunas soluciones femeninas con la relación sexual, a las que
llamaré saber hacer. La afirmación de Lacan, “no hay relación sexual que pueda escribirse”,
afirmación que sirve de fundamento para el discurso analítico, produjo, en el momento de su
enunciación, el efecto de una bomba y de un escándalo. Sin embargo, y conforme a la
demostración lógica que Lacan hizo de ello entonces, hoy se verifica en el discurso del amo
contemporáneo, lo cual, una vez más, él había anticipado. No desarrollaré el aspecto que la
multiplicación de los modos de goce sexuales no correlativos a la diferencia hombre-mujer y a la
norma edípica permite verificar en la psicopatología de la vida amorosa de hoy en día. La
creencia en una relación sexual entre hombres y mujeres necesitaba de la univocidad del Nombre
del Padre, incluso si, desde que Freud lo observara, la clínica analítica de los parlêtres extrajera
el sentido opuesto. Hoy, por lo tanto, la idea de que no hay relación sexual entre hombres y
mujeres se ha vuelto casi una evidencia, lo que desde luego no quiere decir que la fórmula se
comprenda mejor.
Es necesaria aquí una oposición entre relación y lazo, incluso una alternativa: si la relación puede
escribirse, entonces el lazo, es decir, el discurso, ya no es necesario; si la relación no puede
escribirse, entonces, y cito a Lacan en el Seminario 18, De un discurso que no fuera del
semblante, “es pues en un discurso donde los entes hombres y mujeres, naturales, si puede
decirse así, tienen que hacerse valer como tales” [1]. Esta oposición entre relación y lazo se
presenta según otras: escritura y lenguaje, letra y palabra. En la medida en que no puede
escribirse bajo la forma de una relación en lenguaje matemático o incluso lógico, lo sexual es
objeto de un decir, e incluso constituye, en tanto que significación imposible, el fundamento de
todo sentido, o del sentido por el que no escatima esfuerzos el discurso del amo, es decir,
también el inconsciente al que satura. Es porque la necesidad sexual no es, como Lacan lo dice
en ese mismo seminario [2], “mensurable”, que de esa indeterminación se deriva la
imposibilidad de inscribir una relación. En cambio, si bien no es posible escribirla como una
función, es posible “enunciarla” [3]. El lenguaje no da cuenta de lo sexual como relación y, por
la misma razón, produce la dimensión de lo sexuado como conjunto de ficciones. Por lo tanto, es
en el nivel de los enunciados, de la enunciación, de la palabra y sus usos, que lo sexuado
organiza el discurso. La fórmula “no hay relación sexual” tiene entonces como reverso “hay lazo
que es sexuado”. Las soluciones subjetivas femeninas que vamos a considerar se sitúan en un
discurso y, como tales, dependen del semblante y de la ficción. Constituyen un saber hacer
allí que, desplegándose en el universo del discurso del inconsciente, apunta y designa, desde el
lazo social, un vacío que constituye la relación faltante.

La astucia y el silencio
Hace algunos años, había sido llevada a trabajar un pasaje del Emilio de Jean-Jacques Rousseau
en el cual comparaba una manera femenina y masculina de hacer con la ley y lo prohibido. No
retomaré ese ejemplo, pero desarrollaré otro, fruto de la observación. Dos niños de la misma
edad, entre tres o cuatro años, una niña y un niño, pasan sus vacaciones con otros niños. En la
casa donde viven hay numerosos juguetes. Constantes disputas y rivalidades que engendran
peleas a propósito de esos objetos, llevaron a los adultos a cargo a pronunciar una regla: “Los

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juguetes de la casa son de todos los niños”. Observarán la estructura de tipo “para todo”, que
sitúa a la frase del lado de lo universal. El niño está en una habitación, absorbido por la
utilización de un juguete. La niña llega, mira, toma su juguete y, ante sus gritos, le dice: “Los
juguetes son de todos los niños”, y luego se va con su botín. ¿Qué ha hecho? Bajo la frase que
repite, ley universal, hace surgir otra dimensión, no enunciada. Cortocircuita el “paratodo” que
no existe, mediante un acto que es el signo del “un niño”, existencia de lo singular, aquí de la
singularidad de un deseo marcado por la competencia por el objeto que Lacan analiza de modo
tan nítido en el Seminario La Angustia. Llamaré a esta solución la “astucia”, puesto que este acto
en ningún caso pone en tela de juicio la ley universal como tal, sino que más bien se apoya en la
formulación misma de esta ley, y sin embargo la revela como ficción, al mismo tiempo que
reintroduce allí una dimensión que dicha ley ignora. En el ejemplo extraído del texto del Emilio,
es introduciendo un espacio en blanco en la cadena de la demanda oral bajo la forma de un
silencio, que el sujeto devuelve al Otro la carga de explicitar la demanda que él mismo prohibió
en su formulación. La astucia implica entonces, en primer lugar, un saber de la falta y su
aceptación; en segundo lugar, una utilización de la palabra que borra la posición singular del
sujeto que permanece no dicha; en tercer lugar, un manejo de la falla en el Otro de la ley y del
lenguaje. Supone una familiaridad con la función castración en la relación con el objeto. Estas
soluciones son antiguas y llevan la marca del discurso histérico. Citemos a Lacan: “están las
consecuencias para la posición femenina de la mujer del hecho de que no sea más que a partir de
ser una mujer como ella puede instituirse en lo que es inscribible por no serlo, es decir, quedando
apartado de lo que atañe a la relación sexual. De donde resulta el hecho, bien legible en la
función tan preciosa de las histéricas, de que son ellas las que respecto de la relación sexual
dicen la verdad. […] En lo que respecta a hacer de todohombre, ella es tan capaz como
el todohombre mismo, a saber, mediante la imaginación.” [4] La cuestión es que ya no
necesariamente le interesa hacer de todohombre, y la imaginación tampoco, cuando lo que busca
es, a falta de un simbólico, un real que no fuera del semblante. Volvamos a esta misma niña. A la
edad de la identificación con la Princesa y de la supremacía del rosa chicle, en la que había
entrado precozmente, su creencia en los atributos fálicos a veces incluso la habían llevado a
vestirse con tres vestidos, uno sobre otro. Al ingresar a la escuela primaria, sus padres,
respetando esta orientación, le habían ofrecido un cuaderno provisto de una llave, que se
proponía como diario íntimo de una princesa, su confidente. Algunos años más tarde, estaba
tirado en un placard, abandonado y en desuso. Tuve la curiosidad de echarle un vistazo. Hacía
tiempo que había perdido su llave. Pocas cosas escritas, pero una frase se repetía con el correr de
las páginas, frase escrita en caligrafías distintas, jubilosas: “El príncipe azul es un cretino”. Debo
decir que eso me atrapó. Por cierto, es un secreto, no es para gritarlo a los cuatro vientos, como
lo hago ante ustedes. Pero me vi tentada de ver allí una modificación en la posición histérica. Al
leer el breve texto que Jacques-Alain Miller escribió recientemente sobre Sarah Palhin, veo allí
el mismo movimiento de levantamiento del velo sobre la castración y de cuestionamiento del al
menos uno, en suma, una relación con la función fálica sin la creencia en la excepción de la
función.
Dos referencias clínicas me permitirán avanzar un poco más sobre esta solución por medio de la
astucia. Una paciente viene a consultar porque, desde hace algún tiempo, la relación con su
marido se ha deteriorado, lo que la hace sufrir mucho, puesto que ella ama a este hombre.
Reduciré los datos a lo esencial: con ocasión de una mudanza, encontraron cartas viejas dentro
de un baúl que había permanecido por años en la cabecera de la cama conyugal. Entre esas
cartas, algunas eran de un ex y breve amante, anterior a su matrimonio. Ella había olvidado su

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existencia, así como por otra parte había olvidado hasta el nombre de ese señor. Pero su marido
lo tomó a mal, reprochándole particularmente haberlo hecho dormir durante años, dice no sin
exageración, con esas cartas bajo su cama. ¿Qué dice ella? No comprende ni su ira, cuyos efectos
ella sufre sobre la relación que amaba, ni su acto, al cual comienza a percibir como formación
del inconsciente. Había olvidado, es cierto. No guardaba cariño por esas cartas bastante
insípidas, pero entonces ¿por qué las había conservado? Y, en ese sitio, en suma, no
verdaderamente escondidas. Un trofeo es el primer significante que le viene. Una venganza será
el segundo, que evoca el hecho de que, al comienzo de su relación, su marido distaba mucho de
serle fiel. Finalmente, si ese amante olvidado tenía una característica, era su anonimato durante
su primer encuentro sexual, anonimato asociado para ella al placer inédito que había
experimentado. Evidentemente, pensamos en La carta robada a la que vuelve Lacan, siempre en
el mismo pasaje del Seminario 18 [5]. Cito: “No es poca cosa anteponer la carta en cierta
relación de la mujer con lo que, como ley escrita, se inscribe en el contexto en que la cosa se
ubica, por el hecho de que es, en su carácter de reina, la imagen de la mujer como consorte del
rey. Algo se simboliza aquí de manera impropia, y típicamente en torno de la relación en cuanto
sexual […]. En este contexto, que una carta le esté dirigida adquiere el valor que designo, el de
signo.” Y entonces Lacan se cita a sí mismo: “Pues este signo – digo, se trata de la carta – es sin
duda el de la mujer, por el hecho de que en él ella hace valer su ser, fundándolo fuera de la ley,
que la contiene siempre, debido al efecto de sus orígenes, en posición de significante, e incluso
de fetiche.” La carta entonces procede de un acto de rebelión, rebelión contra su estatuto de
significante o de fetiche en el contexto de la ley. Pero aquí, hay más que la carta, signo de esa
rebelión y de su ser fuera de la ley. Aquí es ella misma y no un tercero quien oculta la carta,
poniéndola en este sitio singular. Es ella entonces quien destaca la deficiencia de la relación
sexual sin embargo promovida por el matrimonio. Por medio de la carta puesta en ese sitio, ella
funda la relación sexual “estatizada”, legalizada, sobre un signo que la socava, que muestra su
valor de ficción y, con ello, libera su ser. ¿Quién se sitúa en esta sombra que la carta produce
para su matrimonio? Evidentemente, su marido, quien, de este modo, tomaba para ella un valor
suplementario siendo feminizado, pero también ella misma, ya que lo había olvidado: por
consiguiente, recuperación de feminidad para ella misma también.
Otro elemento clínico: en su análisis, esta mujer sumamente respetuosa de la transmisión
patrilineal del apellido a los hijos, esta mujer para quien, dice ella, era impensable que sus hijos
no llevasen el apellido patronímico de su padre, del padre que ella les había escogido, se da
cuenta de que en la elección de los nombres negociados con el padre, una letra de sus nombres
remite a ella. El orden simbólico, la nominación del padre es respetada, pero curiosamente viene
a introducirse otra filiación paralela, silenciosa, no reivindicada. ¿Cómo no poner en relación
esta nominación invisible con el rechazo a formar parte de los medios de producción, o de
reproducción, sin que ese rechazo constituya en lo más mínimo un cuestionamiento a esta piedra
angular que es el Nombre del Padre? No un deseo fuera de la ley, sino un deseo a pesar de la ley.
Un último ejemplo clínico me permitirá pasar de esta clínica de la astucia a la del estrago. En
efecto, la característica de la astucia es mantener juntos lo sexuado como discurso del
inconsciente y su vía de verificación, como lo dice Lacan, “dedicada a captar dónde la ficción, si
me permiten, tropieza, y lo que la detiene” [6]. Esta verificación lleva a cabo el olvido, el
secreto, el silencio, la carta y la escritura. Implica una cierta ironía aplicada al discurso del
inconsciente, es decir, al significante amo, al que se cuida mucho de cuestionar o poner en
peligro.

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El estrago y la injuria
En una relación tormentosa y dolorosa, con un hombre que seguirá siendo el hombre central de
su vida, esta mujer esperará muchos años antes de decirle que ese niño que es el suyo y que
quiere más que a nada, no es de él: versión soft de Medea que vincula la astucia (el niño es aquí
la objeción silenciosa) al estrago de la elección de este hombre, y concluye con un claro ataque al
lazo simbólico por el cual se regula la transmisión y la producción. Contrariamente a la solución
astucia, la elección del estrago ataca el valor fálico que el objeto tiene para el sujeto, y funciona
disociando los objetos a de su valor fálico. Es entonces una mortificación del falo, en la cual el
imperativo superyoico de goce acaba con el deseo y su causa. Este imperativo viene de algún
modo a ocupar el lugar del Ideal del yo. Es por eso que el estrago hace volver al sujeto a una
falta de investidura narcisística de la imagen del cuerpo, una falta del yo ideal, conectado no al
Ideal del yo y al Nombre del Padre, sino directamente en cortocircuito con el superyó. En este
sentido, el estrago es una especie de empuje a la mujer, injurioso del orden simbólico y, por lo
tanto, del deseo, que ya no puede circular. Es el asesinato del cuerpo vivo por medio del verbo,
sin el recurso al corte fálico efectuado por la nominación. Sabemos que Lacan hizo del estrago
una solución femenina para aquello que, de lo real del sexo, no es saturado por el discurso. Pero
el lazo con un hombre toma entonces el color de este real. El estrago es entonces la relación que
una mujer produce con un hombre por medio del sacrificio consumado del tercero fálico, que
llegado el caso puede ser ella misma. Pero ser el objeto a sacrificar no hace sino volverlo más
necesario: eternizar el sacrificio del falo, tal es este método con el que hacer ex-istir lo femenino.
Hoy no diré más sobre este asunto, que fue trabajado varias veces por diferentes colegas, y del
que ya pude ofrecer en otra parte algunos elementos clínicos.

El arrebato y lo que no puede decirse


Este término también fue esclarecido hace un tiempo por Jacques-Alain Miller y Éric Laurent
durante una conversación de las secciones clínicas, así como por un artículo de Dominique
Laurent. Me parece justificado hacer a nivel del lazo sexuado, es decir, del discurso, una tercera
solución femenina. “No es decible precisamente lo que es místico”, dice Lacan en el Seminario
18[7]. La solución arrebato responde entonces a este punto de imposible en el decir. La
referencia de Lacan es a la obra de Marguerite Duras, pero podemos hacer entrar en este mismo
registro sus desarrollos sobre el misticismo en el Seminario Aun. En 2006, en Roma, Jacques-
Alain Miller dio una conferencia sobre una analizante de Lacan, sor Marie de la Trinité. LNA
publicó una carta inédita de Lacan a Marie de la Trinité, y Kristell Jeannot dirige un trabajo de
investigación sobre algunos de sus escritos disponibles. En su carta, Lacan evoca “ese lazo” del
cual destaca que el trabajo analítico no tiene por objetivo liberarlo sino descubrir qué pudo
volverlo, a partir de un momento dado, “tan patógeno”, de modo tal de permitirle “satisfacerse
allí, en lo sucesivo, con total libertad”. El análisis no interviene entonces sino para elucidar lo
que pudo entorpecer el funcionamiento de “ese lazo”, entorpecer esa solución por medio del
arrebato. Lacan remite ese entorpecimiento al voto de obediencia que había ocasionado “temas
de dependencia”. No es seguro que la solución por el arrebato incumba enteramente al orden del
inconsciente, puesto que atañe al no todo y entonces no incumbe al para
todohombreuniversalizante. Del mismo modo, no necesariamente toma apoyo en el valor fálico
del objeto a, materialización del fracaso de la relación que produce el éxito del lazo. Por lo tanto,
siguiendo a Lacan en el Seminario Aun, podemos hacer una clínica diferencial del arrebato,
modalidad femenina que se presenta en la neurosis, la psicosis o la perversión. En consecuencia,

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no es suficiente con hablar del arrebato en general, porque hay varios arrebatos, y el de Lol no es
el de Santa Teresa. El nudo común de las diferentes modalidades de arrebato es sin duda que,
mientras que la astucia y el estrago se sitúan en el campo del decir, el arrebato se orienta hacia lo
que de La mujer no puede decirse, hacia los límites que en ese punto encuentra el discurso
mismo.
La escritura parece un elemento asociado esencial para esta solución, pero lo que busca
escribirse es el encuentro indecible y sus marcas, no la relación.
Astucia y estrago: lo que no puede escribirse, puede decirse bajo la forma de un discurso que
produzca el lazo sexuado; Arrebato: lo que de lo femenino no puede decirse en términos de para-
todo, una vacuidad del cuerpo busca escribirse. Ese vacío que se inscribe no es del orden de la
relación, incumbe más bien a una tentativa de soldadura [8]. ¿De qué orden es entonces allí la
escritura? Carta de amor, responde Lacan en Aún. Allí dice: “Que lo simbólico sea soporte de lo
que fue hecho Dios, está fuera de duda.” [9] ¿El arrebato sería entonces la elección de volverse
un cuerpo con lo simbólico, desaparecer soldándose a él? En ese caso, se esclarecería el hecho de
que todo principio de autoridad, ocasionando el problema de la dependencia o de la obediencia,
vuelve a llevar la ley allí donde no puede haber sino amor. Para concluir con una referencia más
contemporánea, y porque pienso que la solución arrebato puede funcionar en estructuras
diversas, mencionaré un breve episodio del último film de Tarantino, Death proof, el episodio
del juego denominado por dos de los personajes como “del bálsamo” que, para uno de los
personajes femeninos a destacar, consiste en agarrarse del capó de un auto encendido a toda
velocidad. No cualquiera: aquel mítico de una película de culto cuyo título permite la
interpretación de la curiosa experiencia que busca reproducir el personaje del film de Tarantino.
El título es “vanishing point”: punto de desvanecimiento. En relación al título de Hitchcock, “A
lady vanishes”, “Una mujer desaparece”, no se trata de la desaparición de una mujer, sino de un
truco de magia, desaparición de un objeto fastidioso. Es la búsqueda del punto de
desvanecimiento del sujeto en el éxtasis del cuerpo. Es una versión contemporánea del arrebato,
no sin la función fálica, pero fuera de la ley.
La astucia y el silencio, el estrago y la destrucción por medio de la injuria, el arrebato y la
vacuidad corporal del orden de lo indecible. Estas tres soluciones intentan hacer ingresar al
campo del discurso, pese a la ley sexual, aquello que le es heterogéneo.

Marie Helene Brousse. Miembro ECF y AMP. Ex AE.


Traducción: Lorena Buchner. Psicoanálisis
Inédito. http://www.psicoanalisisinedito.com/

Notas:
*Intervención pronunciada el 12 de junio de 2010 en la Jornada sobre la égida del Campo
Freudiano “Formas de la sexualidad femenina”, en Atenas, luego publicada en francés e inglés
en el NLS Messenger N°669, como trabajo de referencia hacia el VII Congreso de la New
Lacanian School celebrado en Ginebra el 26 y 27 de junio de 2010 bajo el título “Hija, madre y
mujer en el siglo XXI”. Disponible en: http://www.amp-nls.org/nlsmessager/2009/669.html N. de
la T.: Las ‘tres R’ a las que hace referencia el título del artículo aluden a la denominación de
dichos conceptos en francés: ruse, ravage, ravissement, respectivamente astucia, estrago y
arrebato.
1. Lacan, J., El Seminario, Libro XVIII, De un discurso que no fuera del semblante, Paidós,
Buenos Aires, 2009, p. 136.

5
2. Íbid., p. 121.
3. Íbid., p. 122.
4. Íbid., p. 132.
5. Íbid., p. 122.
6. Íbid., p. 123.
7. Íbid., p. 27.
8. Lacan, J., Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 210.
9. Lacan, J., El Seminario, Libro XX, Aun, Paidós, Buenos Aires, 1991, pp. 100-101.

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