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Libertad de indiferencia y libertad de calidad

1. La libertad de calidad

Es el concepto de libertad que encontramos en los filósofos clásicos griegos, en


los Padres de la Iglesia, en Santo Tomás de Aquino. Podríamos definirla como la
capacidad para hacer el bien moral. Soy libre cuando soy capaz de hacer el
bien que debo hacer.

Definición: La libertad se entiende como dominio sobre los propios actos: es


la capacidad que tenemos de movernos por nosotros mismos hacia nuestro fin,
de buscar y obrar el bien que conviene a nuestra naturaleza, creciendo así en
perfección.

El germen de la libertad. La libertad de calidad presupone las tendencias


naturales y arraiga en ellas: la tendencia natural a la verdad, al bien, a la
felicidad, etc. Lejos de poner obstáculos a nuestra libertad, tales disposiciones la
fundamentan. Somos libres no a pesar de ellas, sino gracias a ellas. Cuanto
mejor las desarrollemos, más libres seremos.

La libertad, fundada sobre las tendencias naturales a la verdad, al bien, etc., no


podrá ser calificada por la indiferencia, sino por el atractivo y el interés que la
persona experimenta por lo que es verdadero y bueno. De esta libertad
procederá una moral del atractivo y no una moral centrada exclusivamente en
la obligación.

Pero al comienzo de la vida moral estamos lejos de tener esa libertad. Nuestra
voluntad está prisionera de nuestras debilidades. La experiencia nos demuestra
de este modo la necesidad de una educación en el terreno moral. La libertad
debe ser educada, formada. El arte del educador será conducir a la persona a
que comprenda que el fin de la disciplina, de la ley, de las reglas, no es burlarse
de su libertad y menos todavía aplastarla, sino más bien ayudarla a crecer hacia
una acción de calidad.

Esta libertad no se da, sino que se conquista a medida que se adquieren las
virtudes.

La fidelidad se ve como un ejercicio positivo de la libertad. La perfección de la


libertad moral se manifiesta precisamente en la fidelidad a una vocación, en la
entrega a una causa digna de la persona humana, aun cuando sea de humilde
apariencia, en el cumplimiento de una tarea bien hecha al servicio de los demás.

Esta concepción de la libertad no engendra una moral de límites sino una moral
del progreso, que reposa sobre una generosidad que va más allá de lo
estrictamente exigido por la obligación, según la espontaneidad del amor
verdadero. Nada más opuesto al legalismo.

Al mismo tiempo, la ley no se considera una limitación de la libertad sino una


ayuda. El hecho de que sólo haya una carretera para ir a una ciudad no
menoscaba la libertad del viajero. Nadie le fuerza a tomar ese único camino, y si
lo hace es porque quiere ir libremente a esa ciudad y no a otra.

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Ejerzo mi libertad cuando domino mis pasiones y las pongo al servicio del bien
moral. Las pasiones, lejos de ser reprimidas o suprimidas, deben ser educadas.
Se comprende así que el que se deja dominar por las pasiones se convierte
(voluntariamente) en esclavo de las pasiones, y por tanto, no es verdaderamente
libre (lo que no quiere decir que no sea responsable de esa situación o que no
puede salir de ella).

La libertad de calidad engendra una moral basada en el atractivo de la verdad y


del bien, en el deseo de felicidad entendida como perfección moral de la
persona, centrada en torno a las virtudes.

No hay oposición entre Dios y la libertad humana. Dios es el creador de mi


libertad, y me la da para que, viviendo la ley moral que Él ha inscrito en mi
naturaleza, alcance mi finalidad: la glorificación de Dios, que lleva consigo mi
felicidad terrena y eterna.

Este concepto de libertad no engendra tensión entre el individuo y la sociedad. La


libertad es capacidad de darse a Dios y a los demás. En este don de sí, para el
cual nos capacita la libertad, está precisamente la perfección de la persona.

2. La libertad de indiferencia

Esta concepción de la libertad nace con Guillermo de Ockham (s. XIV), y está en
íntima relación con su concepción de la naturaleza humana como un conjunto de
tendencias egoístas. Primacía absoluta de la voluntad sobre las demás
facultades.

Definición: poder de obrar sin ninguna razón relativa al contenido del acto
realizado. Poder elegir por igual una cosa o su contraria. Soy libre si puedo hacer
lo que quiera.

 La libertad se hace consistir en una indeterminación o indiferencia


radical de la voluntad respecto de cosas contrarias. Queda calificada por la
indiferencia entre los opuestos. Es autonomía e independencia.

El deber moral no se concibe como la perfección que debo y que puedo realizar
gracias a mi libertad, sino como algo que se opone a mi libertad, que limita mi
libertad. Por eso, ante el deber que tengo que cumplir, la actitud será reducirlo al
mínimo indispensable. La moral se convierte en una cuestión de cálculo para
determinar los límites, los mínimos obligatorios.

 Surge así la tensión entre la libertad y la ley: la ley se ve como límite y


obstáculo para mi libertad y no como algo que asegura mi libertad y la de
los demás.

Con esta concepción de libertad se establece un divorcio entre la moral y el


deseo de felicidad.

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 Antes se consideraba que las acciones moralmente buenas (y por tanto
libres) conducen a la perfección como persona y, por tanto, a la felicidad.
Buscar la felicidad propia y ajena, y hacer el bien se identificaban.
 En la nueva concepción, se entiende la felicidad como una tendencia
egoísta de nuestra naturaleza. Para que mi acción sea moral no debe estar
influida por el deseo de felicidad. Lo moral será cumplir el deber por el
deber (Kant).

Las relaciones entre la voluntad y las pasiones: antes se sostenía que las
pasiones podían ser buenas y adquirir un valor moral positivo si se educan y se
ponen al servicio del bien moral.
 Desde el punto de vista de la libertad de indiferencia, las pasiones
aparecen, ante todo, como impulsos de orden inferior, físico-
biológico, que se oponen a la libertad. Por tanto, deben ser
anuladas, reprimidas. Este es el origen del rigorismo moral.

Rechazo de las virtudes. Las virtudes desarrollan las inclinaciones naturales y


las llevan a su perfección. Para la concepción de la libertad como indiferencia,
cuanto mayor es la virtud, más influye sobre los actos (porque los hace más
fáciles) y más parece reducir la libertad.

 Así no se entiende que la acción de una persona virtuosa tenga más


mérito, más perfección, más valor, que la de una persona sin virtud
que hace un acto bueno aisladamente. Parece que este último, como
lo tiene más difícil, tiene más mérito. El mérito se hace proporcional
a la dificultad. Ser bueno consistiría en hacer cosas cada vez más
difíciles... De aquí también la tendencia a dar poco valor moral a las
acciones que se realizan habitualmente (el trabajo, la vida familiar,
los deberes ordinarios, etc.), y a pensar que difícilmente pueden ser
morales las acciones que resultan agradables. La alegría llega a
considerarse sospechosa.

Ruptura entre libertad y razón. Si la libertad es esencialmente indiferencia,


actuar de una determinada manera porque hay razones para actuar así se
considera una actuación menos libre.

La libertad de indiferencia engendra así el voluntarismo: hay que cumplir el


deber, no porque sea bueno, sino porque está mandado; hay que evitar lo
prohibido, no porque sea malo, sino porque está prohibido.

La libertad de indiferencia se concibe como dada o poseída totalmente desde el


primer momento de la vida consciente. Esta libertad no tiene necesidad de
crecimiento y educación.

 La educación se convierte en la acción de inculcar las leyes y las


obligaciones. Aparece como la obra de una voluntad extraña,
restrictiva si es que no enemiga. La libertad de indiferencia lleva así
a una educación que consiste en crear autómatas, personas que
cumplen el deber sin hacerlo propio.

La fidelidad como vínculo entre la voluntad y un bien, un ideal, una persona,


una forma de vida, una institución, una elección anterior, cambia de valor. Se

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convierte en una amenaza, precisamente porque todo vínculo o compromiso se
considera atentatorio de la libertad, pues reduce mis posibilidades de elección.
Para ser absolutamente libre no tendría que comprometerme con nada.

El hecho de que el hombre permanezca libre para decir no al bien (la


posibilidad de pecar) era considerado como una consecuencia de la imperfección
de la libertad humana, de la misma manera que el hecho de poder equivocarnos
es consecuencia de la limitación de nuestra inteligencia. En la doctrina de la
libertad de indiferencia, por el contrario, el poder de decir no al bien es incluso
esencial a la libertad. Es ahí donde se muestra su fuerza. Entonces, si no tengo
posibilidad de pecar, no soy libre.

La libertad como autonomía llevará a considerar a Dios como opuesto a la


libertad del hombre. No se podrá exaltar al hombre sin rechazar a Dios. Kant
niega que Dios sea legislador. Feuerbach, Marx, Nietzsche, etc., afirmarán de una
manera o de otra que hay que eliminar a Dios para exaltar al hombre.

Una consecuencia de concebir la libertad como autonomía, como afirmación de sí


contra lo que no es uno mismo, es la tensión que se engendra en la vida social:
o mi libertad o la libertad de los otros. La libertad de los otros aparece como un
límite y una amenaza.

Tensión entre individuo y sociedad. La libertad de indiferencia crea el


individualismo, que considera la sociedad como una creación artificial y una
constricción.

Por último, la libertad llega a considerarse, por parte de los que rechazan un fin
trascendente, como fin en sí misma. El fin de la persona sería ser libre, sin un
para qué. Así se explica que en esta línea se llegue a ver al hombre como un
absurdo, una pasión inútil: está condenado a ser libre para nada.

(Extractado de S. Pinckaers, Las fuentes de la moral cristiana)

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