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Rolando Astarita [Blog]

Marxismo & Economía

Origen del dinero, cuestiones históricas

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En una nota anterior (aquí) presenté las principales diferencias teóricas


sobre la génesis del dinero entre Smith, Menger y los neoclásicos, por un
lado, y Marx, por el otro. En esta nota amplío el tema con los aspectos
históricos del surgimiento y evolución del dinero. Una cuestión que está en
el centro de las discrepancias entre la concepción marxista del dinero y los
enfoques ortodoxos, por un lado, y de la Teoría Monetaria Moderna, por el
otro. Empiezo con la diferencia entre la explicación “a lo Adam Smith” y el
enfoque de Marx.

El marxismo sobre la “propensión a comerciar” y el origen del dinero

El primer punto a destacar es que Marx fue crítico de la naturalización de las relaciones mercantiles
en que incurre la economía burguesa, sea clásica, neoclásica o “austriaca”. Tengamos presente que
Adam Smith (también Ricardo) pensaba que, desde el fondo de los tiempos, los productores tuvieron
la propensión “natural” a comerciar, y que esto dio lugar al surgimiento del mercado y el dinero. Una
idea que se sigue sugiriendo en los manuales neoclásicos de Economía.

El enfoque de Marx, en cambio, es que no existe tal propensión “natural”. En crítica a Ricardo, dice
que este “[h]ace que de inmediato el pescador y el cazador primitivos cambien la pesca y la caza como
si fueran poseedores de mercancías, en proporción al tiempo de trabajo objetivado en esos valores de
cambio” (Marx, 1999, nota p. 93, t. 1; énfasis añadido). El punto central de Marx es que la posesión de
mercancías no es una relación inmediata en la historia humana, sino mediada por la propiedad privada
de los medios de producción. Por eso, la circulación de bienes bajo la forma social de mercancías no
existía al interior de comunidades en las que el suelo era propiedad en común, y el trabajo también
era en común. En esas sociedades la reglamentación de obligaciones comunitarias –por ejemplo,
dotes, reparaciones por agravios, dones- era cualitativamente distinta de la que existe entre propietarios
privados de mercancías. Marx destaca esta diferencia: “tal relación de ajenidad recíproca [la del
mercado]… no existe para los miembros de una entidad comunitaria de origen natural, ya tenga la
forma de una familia patriarcal, de una comunidad índica antigua, de un Estado inca, etcétera” (1999,
p. 107). En estas formaciones sociales el suelo era propiedad del Estado-soberano, y el comercio entre
sus miembros estaba muy reducido, o era inexistente (véase Godelier, 1971, que sintetiza las ideas de
Marx al respecto).

Samir Amin (1986) también observa que en “los modos de producción de comunidad primitiva” los
intercambios mercantiles eran inexistentes o muy reducidos; y que la distribución del producto
dentro de las colectividades se realizaba según unas reglas íntimamente relacionadas con la
organización del parentesco” (p. 10). A su vez, y de manera más particularizada, Vilar (1982) señala
que en las sociedades precolombinas no existía el intercambio mercantil entre sus miembros.

De todo esto se desprende que no hay razón entonces para sugerir –como parecen hacerlo algunos
defensores de la TMM- que la explicación histórica de Marx y los marxistas sobre la génesis del
dinero es similar a la que presenta el enfoque ortodoxo.

El comercio a distancia

Si el intercambio mercantil al interior de las comunidades antiguas era casi inexistente, ¿dónde
apareció? La respuesta de Marx es que surgió a medida que las comunidades entraban en contacto.
“El intercambio de mercancías comienza donde terminan las entidades comunitarias, en sus puntos
de contacto con otras entidades comunitarias o con miembros de estas” (Marx, 1999, p. 107, t. 1). En
este respecto, el análisis de Marx en El Capital tiene como punto de partida la que llama la forma
“simple, o contingente” del valor, la cual corresponde a los intercambios ocasionales entre comunidades. Es
contingente porque solo por azar los bienes se intercambian de acuerdo a los tiempos de trabajo
invertidos. Luego, a esta forma le sigue la forma desplegada, que corresponde a la repetición más o
menos regular de los intercambios. Es la que da lugar a que muchas mercancías puedan tener el rol
de equivalentes (expresan valor, sirven de medios de intercambio). Lo cual habría preparado el
terreno para el surgimiento del dinero. El dinero existe cuando una o dos mercancías –típicamente el
oro y la plata- sirven de medios para expresar el valor de todas las mercancías.

Por eso, históricamente, y como destaca Amin, en el mundo antiguo el comercio a distancia jugó un
rol de primer orden en la circulación y distribución del excedente del que se apropiaban las clases
dominantes. Amin precisa asimismo que, si bien no se trató de un modo de producción, fue “el modo
de articulación entre formaciones autónomas” (p. 12). Pero por eso también, ese comercio a distancia
fue clave para el surgimiento del dinero. Lo cual ocurrió por encima o por fuera de los sistemas estatales
de recaudación impositiva, o de emisión de dinero fiduciario.

En base a lo anterior, tiene interés describir las principales características del comercio “mundial”
(utilizando un anacronismo) tal como existió durante el segundo milenio y la primera parte del
primer milenio a. C., en Mesopotamia, Egipto y Persia. Según Aglie a y Orléan (1990), los
comerciantes eran agentes intermediarios que ejercían su profesión por estatuto y estaban
organizados en gremios (véase p. 215 y ss.). Sus ingresos provenían de comisiones establecidas sobre
el valor de los objetos comercializables; las mercancías estaban estratificadas en categorías, y las
tomaban a su cargo a cambio de una caución de igual valor. O sea, no había riesgo económico. Las
evaluaciones de los objetos que se intercambiaban en ese comercio eran fijas y las cantidades por
intercambiar estaban predeterminadas (véase ibid.). Los activos y pasivos, eran contabilizados por
instituciones financieras que hacían operaciones de clearing y pagaban con plata u oro el comercio de
larga distancia. Esas instituciones se encargaban también del intercambio de medios de pagos entre
los Estados, los cuales tenían distintas tasas de conversión entre los metales (véase p. 216). Los altos
dignatarios, que también eran terratenientes, adelantaban sumas del tesoro al sector comercial, por lo
cual recibían intereses. Esto es, existía capital comercial y capital dinerario a interés, formas “ante-
diluvianas” del capitalismo, que se beneficiaban del comercio entre las comunidades. El dinero -oro y
la plata- servía como unidad de cuenta (incluso para compensar operaciones), medio de pago y
medio de atesoramiento.

De conjunto, aunque todavía no se trata de una relación mercantil plenamente “desplegada” –las
operaciones se realizaban bajo vigilancia del poder político- estamos ante una forma social de
naturaleza muy distinta de las que regían al interior de las comunidades primitivas.
Vilar también observa, refiriéndose al reino de Hammurabi, que “aunque la plata servía quizá para
los pagos interiores, se reservaban pequeñas cantidades de oro, materia más rara, para los pagos
exteriores (que actualmente diríamos ‘internacionales’). De tal forma que el imperio de Hammurabi,
con sus lingotes de oro en los sótanos del palacio, y este oro reservado para los pagos internacionales,
anuncia ciertos fenómenos modernos: nuestros bancos estatales. En cambio, nosotros tenemos mucha
moneda circulante, mientras que el sistema estatal en Egipto, en Asiria y en China, reducía a casi
nada, como entre los incas, el papel de esta moneda interior” (p. 34).

Todo indicaría entonces que, por fuera de lo que podía legislar el Estado, el oro, o la plata, se
impusieron como dinero “mundial” a partir del comercio a distancia. Más aún, el cobro de impuestos
(que en las sociedades campesinas en realidad eran rentas de la tierra) muchas veces se realizaba en
especie, en tanto el soberano intercambiaba con otras comunidades utilizando el oro como dinero
(véase Godelier, pp. 77-78).

Por otra parte, el comercio “hacia afuera” parece haber socavado la cohesión de las viejas
comunidades. Lo cual, si bien no generó necesariamente capitalismo (una cuestión que subraya
Amin), dio lugar a la mercantilización creciente de la producción interna, y con ella, a la circulación
de dinero. Citamos de nuevo a Godelier: “Los pueblos pastores fueron los primeros en transformar
sus bienes en dinero y en bienes muebles fácilmente enajenables. Algunos pueblos se especializaron
en el comercio, pero este comercio no modificaba el modo de producción de los pueblos bárbaros
respecto a los cuales jugaban el papel de intermediarios. En todos los casos las relaciones monetarias
actúan como un disolvente sobre las relaciones sociales tradicionales. Cuando el capitalismo
desarrolla el comercio mundial, este en una primera fase no afecta a los modos de producción
antiguos, aunque después los destruye a pesar de su resistencia” (p. 78).

Acuñación y surgimiento de la moneda

Existiendo ya dinero (oro y plata, en particular) como dinero “mundial”, la acuñación metálica estatal
surgió en ciudades griegas de Jonia y en Lidia, durante el siglo VII a. C. La misma habría sido el
producto de la emisión embrionaria privada, y la proliferación de piezas de moneda de contenido
débil; de la libertad de detentación de esas piezas por miembros de la sociedad; y de la compra y
venta de los bienes alimentarios con esas monedas (Aglie a y Orléan, p. 218). Según estos autores, la
acuñación privada habría significado un impulso a la disgregación de la solidaridad social, y la
acuñación estatal de moneda la forma de conjurar el peligro de la violencia recíproca. Esta
explicación se inscribe en su explicación más general, que dice que el origen de todo orden social es la
“rivalidad mimética”, algo así como el deseo de imitar el deseo del otro, lo que estaría en el origen de
una violencia esencial. Sin compartir esta interpretación, destacamos sin embargo, el dato histórico:
antes de ser estatal la acuñación fue embrionaria bajo la forma privada. Y surgió como un producto de
transacciones, habiéndose ya desarrollado el dinero en las relaciones mercantiles a distancia. Sobre
esta cuestión Vilar observa también que, por un lado,” la aparición de la moneda propiamente dicha
fue tardía; [y] tuvo lugar en los márgenes comerciales del mundo antiguo y no en los imperios
interiores: el comercio crea la moneda más que la moneda el comercio” (p. 35). El cobro de impuestos
no parece haber jugado el rol en la aparición del dinero, ni de la moneda, que le asigna el cartalismo.

Por otra parte, desde el principio de la acuñación hubo desconexión entre el valor instituido de las
monedas acuñadas en relación con las equivalencias establecidas entre metales no acuñados. O sea,
existía una tensión entre el valor mercantil del metal y su valor monetario instituido (véase Aglie a y
Orléan, p. 222). Pero el hecho de que existiese esa tensión pone en evidencia que el valor de la
moneda no pudo ser establecido simplemente por la voluntad del poder político, con independencia de alguna
referencia al valor del metal. Aquí entraba en juego la calidad de la acuñación oficial, “y a partir de allí la
solidez política de la ciudad” (ibid.). Por eso, el mercado de metal era la relación “por la cual se
precipitaban las crisis económicas”. Salvando las distancias, estamos ante la típica “corrida” hacia
una “garantía de valor”; la cual se impone a pesar de las disposiciones oficiales de convertibilidad o no al
respaldo. En este punto es de notar que el propio Knapp reconoce que cuando se acuñaron las
primeras piezas monetarias, la principal consideración fue que debía ser posible reconocer
inmediatamente la naturaleza y cantidad del metal que antes se había utilizado por su peso. Aunque
con la acuñación ya no era necesario examinar o pesar el material, durante mucho tiempo se siguió
suscitando la cuestión de si las piezas eran válidas de acuerdo a su peso, o si lo eran “por
proclamación” (esto es, por el acto político legislativo del Estado; véase Knapp, p. 35). Lo cual está
indicando la relevancia de una referencia “material” al valor.

Volviendo ahora a Aglie a y Orléan, también señalan que el Tesoro público era una garantía del
funcionamiento fiduciario de la moneda “con un carácter esencialmente simbólico” (ibid.). Otra
prueba de que con la mera voluntad política del Estado no se podía sostener el valor de la moneda
emitida. Cuando se acuña la moneda, de hecho, se establece una relación entre el valor que la
moneda dice representar y el valor que efectivamente contiene. Y si la moneda se transforma en mero
signo, su valor se establece por referencia a un respaldo. Knapp es consciente de este hecho. Por eso,
se opone a llamar “símbolos” a los billetes o monedas que circulan en lugar del oro o la plata, ya que
esa expresión sugiere la “idea equivocada de que tales medios de pago están allí simplemente para
recordar otros mejores y más genuinos” (p. 33). Pero el carácter de signo se reafirmaba, de hecho,
cuando se testeaba la convertibilidad al “material respaldo” del billete, o la moneda.

Algunos hitos de la historia monetaria

Siguiendo a Vilar, destacamos algunos hitos de la evolución monetaria a partir de la crisis y caída del
Imperio romano de Occidente. Por empezar, la creación, por Constantino, del solidus-oro, que
contenía 4,5 gramos de oro fino, y coexistía con monedas de cobre y de plata. El solidus fue
introducido con independencia del pago de impuestos (en realidad, renta) por parte de los
campesinos, ya que los mismos se pagaban en especie. Luego de la caída del imperio, los pequeños
reinos bárbaros acuñaron cada vez menos, y con cada vez más aleación; y después de Carlomagno ya
no se acuñó oro (Vilar, p. 40). Sin embargo, el solidus continuó siendo acuñado por Bizancio. Existió
una base material para ello: el oro de Occidente había sido drenado, incluso durante el apogeo del
Imperio romano, hacia Oriente, a cambio de productos preciosos (seda, especias). Por eso, el oro
acumulado en las ciudades orientales y en las minas de Nubia, Alto Egipto, permitió mantener la
solidez metálica del solidus. De nuevo, hubo una razón económica detrás de la aceptación y prestigio
de que va a gozar el solidus, que siguió siendo acuñado hasta 1203, y se convirtió en moneda
internacional, al punto que se lo ha llamado “el dólar de la Edad Media”. Su influencia iba desde
Inglaterra a India (Dwyer y Lothian, 2003). Aunque a partir de finales del siglo VII compartió su
posición de moneda mundial con el dinar, acuñado en varios lugares del mundo musulmán, y que
también mantuvo un contenido metálico estable durante siglos. El dinar estuvo sostenido en el oro
que los musulmanes habían conseguido de sus pillajes, de la producción de las minas de Nubia y del
oro que salía de los ríos de Sudán y Ghana y llegaba a Egipto y la Magreb atravesando el Sahara
(Vilar, p. 42). A su vez, y más en general, el oro seguía circulando de oeste a este, siempre a cambio de
productos preciosos. Por eso seguía siendo “el instrumento por excelencia del comercio general”, o
sea, “internacional”, para seguir con el anacronismo (p. 43).

Por lo explicado hasta aquí, parece innegable el rol que jugó la composición metálica de la moneda
para su aceptación como moneda “mundial”. Pero eso no parece encajar en la historia que cuenta el
cartalismo, y sí en la tesis de Marx de que, cuando se trata del dinero mundial, solo cuenta su
contenido (véase 1980, p. 139). Es que en la circulación interna, y hasta cierto grado, se acepta la
circulación de signos y promesas de pago del más diverso tipo. Pero en el plano mundial, es necesario
que la moneda se presente como encarnación pura de valor. Y este rol no lo puede jugar un simple
signo “en sí y por sí”, carente de valor. En este punto es de destacar que Knapp admite que la tesis
cartalista no puede explicar el uso de la pieza monetaria más allá de los límites del territorio del
Estado, esto es, donde no rige la ley “nacional” (pp. 40-1). Agrega que la forma cartal nunca puede
ser efectiva “internacionalmente”, dado que cada Estado es independiente de los otros. Reconoce que
esta es una limitación llamativa en comparación con el metalismo, y que no puede haber dinero
común a dos Estados (véase p. 41). Pero entonces es imposible explicar cómo y por qué se instalan, de
hecho, monedas que fueron internacionales, como ocurrió con el solidus o el dinar.

La explicación de Marx, en cambio, parece encajar mucho más adecuadamente en los hechos
históricos. La solidez mundial del solidus y el dinar (y otras a lo largo de la historia) no se debió a la
acción legislativa del Estado emisor, sino tuvo su sustento en sus valores intrínsecos. A su vez, la
caída del solidus como moneda mundial estuvo vinculada tanto a la reducción de sus pesos, y a la
alteración del contenido, en el final del siglo X. Era el resultado del debilitamiento económico y de las
dificultades crecientes para financiar los gastos del Estado. Algo similar ocurrió con el dinar,
aproximadamente para la misma época (Dwyer y Lothian, 2003). Parece imposible explicar estas
monedas como los simples token debt del cartalismo.

El caso de Malí, siglo XIII

Aglie a y Orléan sostienen que el orden mercantil “no tomó verdaderamente impulso hasta el siglo
XIII de nuestra era” (p. 224). Esto ocurrió en las ciudades mercantiles de Italia, en las ciudades del
Mar del Norte y del Báltico. Pero antes de tratar esa cuestión, presento el caso del reino de Malí, gran
productor de oro durante el siglo XIII. Según Amin, hasta el descubrimiento de América África
occidental fue el principal proveedor del metal amarillo desde la Europa del Medioevo hasta el
Oriente antiguo y el mundo árabe (véase Amin, p. 33). De ahí la importancia del comercio
transahariano. En este contexto, entre los siglos XIII y XIV el reino de Malí llegó a la cima de su
poderío económico. Malí comerciaba oro por sal (que escaseaba en el sur del país), telas, especies,
perfumes, dátiles, caballos, hierro, armas, entre otros bienes. La producción de oro entonces era vital.
Por disposición del poder político, las pepitas de oro pertenecían al rey y eran medio de
atesoramiento. Sin embargo, el pueblo podía quedarse con el polvo de oro, que servía como medio de
cambio. Aunque también la sal y ropa eran medios de cambio; y luego también sirvieron conchas
marinas. En cualquier caso, los agricultores pagaban sus impuestos en especie, de lo cosechado. Tenemos
aquí un ejemplo histórico de varios equivalentes, que parecen surgir de la circulación mercantil,
siendo distinto el medio en que se recaudaban los impuestos del dinero que se empleaba en el
comercio “internacional”.

Orden mercantil

Siguiendo a Aglie a y Orléan, hemos adelantado que hacia el siglo XIII tomó impulso en “orden
mercantil”, con centro en ciudades italianas. El florín de Florencia y el genovino de Génova pasan a
ser ahora las “monedas mundiales”. Tuvieron gran prestigio y fueron ampliamente aceptadas por
fuera de los Estados emisores. De nuevo, el contenido metálico, oro, jugó un rol importante en esa
aceptación (véase Dwyer y Lothian, 2003). Vilar señala que la acuñación de oro por Florencia y
Génova es la culminación de la recuperación de Europa desde el siglo XI. La mejora económica en
Europa (por caso, mejora de la productividad agrícola) genera una balanza excedentaria, que explica
la afluencia del oro. Las ciudades italianas captan los frutos de ese comercio. De nuevo, la actividad
económica explica más a la moneda, que la moneda a la actividad económica. A su vez, en el siglo XV
el genovino y el florín fueron desplazados por el ducado veneciano.

Paralelamente al ascenso económico, se produjeron innovaciones monetarias trascendentales que


fueron “invenciones privadas puestas en práctica por los comerciantes-banqueros italianos” (Aglie a y
Orléan, p. 224; énfasis añadido). Los puntos de partida de estas iniciativas fue la acumulación de
tesoros por parte del capital comercial. De esta manera “[u]n poder monetario privado pudo desafiar
la soberanía del monarca” (ibid.). Es claro que estas transformaciones del siglo XIII tienen su motor en
la acumulación de capital dinerario. La misma permitió que la iniciativa de la creación monetaria pasara a
manos privadas, a pesar de que la acuñación seguía siendo un derecho real (p. 225). Es que los comerciantes
banqueros comenzaron a emitir las letras de cambio, que terminarían siendo, hasta el siglo XIX, el
principal medio financiero para las transacciones internacionales (véase también Dwyer y Lothian).
Los florines o los genovinos servían entonces como medidas de valor para la emisión de las letras, y
para saldar los pagos netos, una vez hechas las compensaciones en las cuentas bancarias. Por esta vía
se reducía sustancialmente la circulación internacional de dinero metálico.

Pero con estos desarrollos aparece una nueva relación crédito deuda (Aglie a y Orléan, p. 226). Es
una relación que nunca había podido desarrollarse en la Antigüedad, donde las deudas “eran
compromisos personales a los ojos del derecho romano” (ibid.). Ahora la deuda que había aceptado el
vendedor del comprador, podía ser transferida a un tercero por el vendedor para pagar su propia
compra. Es la monetización del crédito, que estudiará largamente Marx en El Capital. A partir de este
desarrollo, se planteará entonces una nueva relación jerárquica entre monedas: la que existe entre los
créditos monetizados y la moneda “de alta potencia” en que se saldan definitivamente las
compensaciones. Estamos en camino hacia los sistemas monetarios modernos.

Las manipulaciones monetarias y “curas económicas milagrosas”

Lo hemos sugerido, pero es necesario subrayarlo: las manipulaciones monetarias, típicamente la


alteración de la aleación, o del peso, fueron utilizadas por los poderes políticos, una y otra vez, para
hacerse de fondos con los cuales enfrentar sus gastos en tiempos de crisis. Refiriéndose a las
manipulaciones monetarias durante la crisis del siglo XIV (pero la observación tiene alcance general),
Vilar señala que las mismas “corresponden a nuestras ‘inflaciones’, seguidas de ‘devaluaciones’, que
permiten pagar menos el trabajo, aunque parezca que se pague más, disminuir el peso de las deudas
y competir algún tiempo con los extranjeros, exportando a precios más bajos. Pero estas ventajas son
siempre momentáneas, a poco que la multiplicación de las monedas corrientes sin valor se convierta
en excesiva” (p. 49). Marx también se refiere a la “falsificación de dinero por parte de los príncipes,
practicada secularmente, que del peso originario de las piezas monetarias no dejó más que el
nombre” (1999, p. 122). También, anota que las “fantasías sobre el alza o la baja del precio de la
moneda”, consistentes en creer que por medio de las operaciones de acuñación se podrían “efectuar
curas milagrosas económicas” (nota, pp. 123-4). Esto es, las alteraciones del contenido metálico
terminaban depreciando el valor de la moneda, al margen y por encima de lo que dictaba el gobierno
de turno. Una vez más, la ley económica terminaba imponiéndose.

Termino diciendo que no encuentro la manera en que estas evoluciones históricas del dinero, y la
moneda, puedan ser explicadas con el esquema cartalista.

Bibliografía citada:
Aglie a, M. y A. Orléan (1990): La violencia de la moneda, México, Siglo XXI.
Amin, S. (1986): El desarrollo desigual, Barcelona, Planeta –Agostini.
Dwyer, G. P. y J. R. Lothian (2003): “International Money and Common Currencies in Historical
Perspective”, Federal Reserve Bank of Atlanta Working Paper 2002-7.
Godelier, M. (1971): Teoría marxista de las sociedades precapitalistas, Barcelona, Estela.
Knapp, G.F. (1924): The State Theory of Money, Londres, Macmillan.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Vilar, P. (1982): Oro y moneda en la historia (1450-1920), Barcelona, Ariel.

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del dinero, cuestiones históricas

Wri en by rolandoastarita

10/11/2018 a 12:46

Publicado en Economía
Tagged with Aglie a Orlean, cartalismo, dinero, Knapp, Marx, Vilar

4 comentarios

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Estimado Rolando, Sobre esta temática, te comparto una reseña de un libro de reciente
publicación. – Reseña de L. Zelmanovi , The Ontology and Function of Money. The Philosophical
Fundamentals of Monetary Institutions, Revista de Instituciones, Ideas y Mercados, No. 64-
65, Mayo-Octubre 2016, pp. 231-249, ISSN 1852-5970.

Un abrazo, Adrián Ravier

Adrián Ravier

10/11/2018 at 14:57

Responder
hola rolando, perdón por el fuera de tema aunque no tanto, ¿tuviste oportunidad de analizar el
último libo de Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio?

Mauro Oliver

10/11/2018 at 21:14

Responder
No sé quién es Antonio Escohotado.

rolandoastarita

10/11/2018 at 23:26

Sobre Eschotado, no quiera saber quien es. Es mi consejo. No se pierde nada.Es otro de los
innumerables académicos que se ha subido al carro del neoliberalismo, el cual le paga sus cuentas
(libros, conferencias, viajes,etc..) ‘a cuenta de’ despotricar, con argumentos y datos falsos, entre
ellos los que posee sobre el comercio, contra el socialismo. Para más inri y desvergüenza, y tal
como muchos otros liberales académicos, lo hace desde un puesto de profesor de Universidad
PUBLICA. Universidad Publica significa, por un lado, un concepto socialista (medios de
producción de sociales), una universidad solo afianzada en el siglo XX de un modo indirecto por
causa de la revolución socialista, y , que por otro lado, mientras no la privaticen, le garantiza al, en
mi opinión, sólo bocazas y charlatán Eschotado sus salarios de por vida, diga lo que diga o haga lo
que haga.
Muy buena nota sobre el origen del dinero y el comercio. Efectivamente, tal como expone y en
detalle, en la comunidades primitivas no existía el comercio. A mi entender, YA NO EXISTIA el
comercio. Es decir, en comunidades espacialmente pequeñas (cazadores, recolectores,
patriarcados y matriarcados familiares, comunidades indicas, El Estado Inca, etc.), siendo, quizás,
el comercio el primer contacto entre individuos y comunidades diferentes (según ud. y el propio
Marx ‘’El intercambio de mercancías comienza donde terminan las entidades comunitarias, en sus
puntos de contacto con otras entidades comunitarias o con miembros de estas” (Marx, 1999, p.
107, t. 1), a medida que dichos sujetos y entidades interconectan entre si avanzan
irremediablemente, por causa de una mayor eficiencia económica, hacia relaciones comunitarias
(socialistas y comunistas) que superan y mejoran la relaciones comerciales.
Un saludo,

antonio

11/11/2018 at 11:33

Responder

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