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se acercasen de dos en dos, vestidos de blanco.

El prelado habló brevemente al pueblo fiel, invitando a todos a declarar si sabían algún
impedimento contra los que iban a ser promovidos al presbiterado y enalteciendo luego la
dignidad sacerdotal. Sobre la cabeza de cada uno de ellos fue imponiendo sus manos, acción
imitada por los presbíteros asistentes.
Tras una plegaria, les impuso sobre el alba la estola, cruzándola sobre el pecho (Accipe iugum
Domini...), y la casulla sobre pecho y espalda (Accipe vestem sacerdotalem...). Imploradas las
bendiciones del cielo y cantado el himno Veni Creator Spiritus, ungió las manos de Fr. Martín
con el óleo de los catecúmenos, y luego, haciéndole tocar el cáliz y la patena, le dijo: «Recibe la
potestad de ofrecer sacrificios a Dios y de celebrar misas tanto por los vivos como por los
difuntos» (Accipe potestatem offerre sacrificipm...).
Siguió el ofertorio y el resto de la misa, concelebrando los neosacerdotes con el obispo.
Después de la comunión se sentó el obispo en el faldistorio delante del altar mayor e impuso de
nuevo las manos sobre la cabeza de Fr. Martín arrodillado, diciéndole: «Recibe el Espíritu Santo
(Accipe Spiritum sanctum); a quien perdonares los pecados, les serán perdonados, y a quienes se
los retuvieres, les serán retenidos».
No es difícil adivinar las emociones que entonces embargaban el alma del neosacerdote. Las
reveló él pocos días después a sus amigos, invitándolos a participar en la fiesta de su primera
misa, que, por comodidad de su padre, se retrasó casi un mes, hasta la dominica cuarta después de
Pascua (2 de mayo). Humilde reconocimiento de la propia indignidad, admiración y pasmo ante
la sublimidad del sacerdocio, profunda gratitud al Señor, que a tan excelsa dignidad le ha
levantado: tales son los sentimientos que descubrimos en su carta al sacerdote Juan Braun, uno de
los vicarios de la colegiata de Nuestra Señora de Eisenach.
Está fechada el 22 de abril y dice así:
«Al santo y venerable sacerdote de Cristo y de María Juan Braun, vicario de Eisenach,
carísimo mío en Cristo... Habiéndose dignado Dios, glorioso y santo en todas sus obras,
exaltarme a mí, infeliz y absolutamente indigno pecador, llamándome a tan sublime ministerio
por sola su gran liberalidad y misericordia, tengo la obligación de cumplir el oficio que se me ha
encomendado a fin de mostrar mi agradecimiento —en lo poquito posible a este polvo— a la
inmensa magnificencia de la divina bondad. Por lo cual, conforme a la decisión de mis
superiores, se ha señalado la próxima dominica cuarta, que llamamos Cantate, para iniciar mi
sacerdocio bajo el patrocinio de la divina gracia. La razón de escoger esta fecha para ofrecer mis
primicias ha sido la comodidad de mi padre... Tú me ayudarás con tu grata presencia y con tus
oraciones, a fin de que nuestro sacrificio sea aceptable ante los ojos de Dios».
Termina ofreciéndole hospedaje en el convento e insinuándole que puede comunicar la noticia
de su primera misa a los franciscanos y a los del colegio Schalbe.
También a su antiguo maestro de Eisenach, Wigand Guldenapf, le ofrecía hospedaje en la
breve carta que le escribió seis días más tarde.
De su familia no sabemos que asistieran ni su madre ni sus hermanos y hermanas. Quizá las
mujeres no fueron invitadas, ya que no podían entrar en la clausura ni hospedarse en el convento.
Quien vino fastuosamente desde Mansfeld, distante unos 50 kilómetros, fue su padre, Hans
Luder, con una comitiva de veinte personas a caballo, a quienes él pagó los gastos de la comida y
del viaje (dos días de ida y dos de vuelta).
Es lícito pensar que la antigua herida causada por la separación del hijo se le había cicatrizado,
por más que Lutero dirá posteriormente lo contrario. Olvidando las amarguras de dos años antes,
quiso ahora reconciliarse con Martín, volviendo a darle el tratamiento de vos o usted (Ihr), que le
había negado cuando el disgusto de la entrada en el noviciado. Prueba de su satisfacción y de su

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