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Refiere Lutero que, al leer y meditar aquella Exposición del canon de la misa, su corazón

sangraba. No parece el libro de Biel muy propio para hacer sangrar al corazón, sino para
inundarlo de luz, suavidad y devoción; pero acaso la sublimidad del tema y el pensamiento del
próximo acercamiento al altar para ofrecer a la Majestad infinita el sacrificio del Calvario
despertaban en el hombre pecador la conciencia de su indignidad, con sentimientos de angustia y
de temor. Quizá lo leyó con sentido excesivamente individualista y poco eclesial; quizá no
atendió a palabras como éstas:
«Este es el sacrificio de los cristianos; muchos constituyen un solo cuerpo en Cristo... El
ministerio de tan alto sacramento lo recibió el dignísimo linaje de los sacerdotes, que tienen por
oficio preparar cada día a los mortales este pan de vida. ¡Oh indulgencia verdaderamente
celestial! ¡Oh colmo de la gracia! ¡Oh superexcelente gloria, que pueda el sacerdote tener a su
Dios en las manos y ofrecerlo y darlo a los demás!»
Expone Biel cuáles son los poderes del sacerdote sobre el Cuerpo místico de Cristo, cuáles las
condiciones para ejercer bien la potestad de orden y la de jurisdicción, cuáles los impedimentos
canónicos. «El sacerdote que ha de celebrar estos sacrosantos misterios no lleva vestidos
comunes, sino sagrados y santificados, que simbolizan la vestidura nupcial... Con el sacerdote
concelebran los circunstantes y los que están en comunión espiritual con él; no realizando lo que
es privativo del sacerdote, sino ofreciendo con él al Padre la hostia consagrada por el sacerdote, y
ofreciéndose también a sí mismos en sacrificio propiciatorio a Dios Padre».
Después de explicar el carácter sacerdotal, eternamente inauferible; las excelencias del
sacerdocio, el simbolismo de cada uno de los paramentos y vestes litúrgicas, entra en una
profunda y minuciosa exposición del canon de la misa, y no sólo del canon, sino de las oraciones
subsiguientes. A propósito del Pater noster escribe todo un tratado sobre la oración.

«Sacerdos in aeternum»
En qué días precisos le fueron conferidas las sagradas órdenes, no consta por ningún
documento. Señalar, como algunos historiadores, el 19 de septiembre de 1506 para el
subdiaconado, nos parece aventurado, pues ni siquiera sabemos si para esa fecha había ya hecho
la profesión solemne. Tenemos por más probable que recibió el subdiaconado el 19 de diciembre
(sábado de témporas de Adviento); el diaconado le fue conferido, probabilísimamente, el 27 de
febrero de 1507 (sábado de témporas de Cuaresma). Y al cabo de treinta y cinco días, o sea, el
sábado santo, 3 de abril del mismo año, recibiría el presbiterado, pues en tales ocasiones solían
los obispos administrar el sacramento del orden.
Antes de estas tres órdenes mayores, guardando los debidos intersticios, tuvo que recibir las
órdenes menores del acolitado, exorcistado, lectorado y ostiariado.
Al ser ordenado de sacerdote ese día 3 de abril de 1507, Fr. Martín contaba veintitrés años de
edad y cinco meses escasos. El concilio Tridentino exigía un año más, pero en tiempos anteriores
se daban frecuentes dispensaciones, particularmente a los frailes; así vemos que el capítulo
general de los agustinos tenido en Milán en 1343 sólo exigía para el sacerdocio haber cumplido
veintidós años.
Transcurrida la Cuaresma y la semana mayor en espíritu de penitencia, Fr. Martín vio
finalmente alborear el día primaveral de su sacerdocio.
Bajo las altas naves góticas de la catedral de Erfurt tuvo lugar la solemne ceremonia, siendo el
consagrante el obispo sufragáneo, Juan Bonemilch de Lasphe, antiguo rector y profesor de
teología de la Universidad.
Después de la epístola y del gradual de la misa, el obispo, sentado ante el altar mayor,
dedicado a Nuestra Señora, esperó a que los ordenandos —pues suponemos que serían varios—

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