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Pintalo de negro.
“Troya, la caída de una ciudad”, en Netflix, generó polémica por presentar
actores negros como dioses griegos.

Revista Ñ · 30 jun. 2018 · 27Ñ · PATRICIA SUÁREZ

Sobre la polémica que desató Troya, la caída de una ciudad

La versión de la guerra de Troya made in Netflix -coproducida por la BBC- y estrenada


en el mes de febrero, provocó un escándalo. La serie se titula Troya la caída de una ciudad y
está basada en el texto clásico de La Ilíada y en mitos griegos sueltos. El mayor motivo de
escándalo, por si fuera poco, deja bastante confusos a los espectadores que dudan de su pro-
pia moral a la hora de indignarse, ya que se sienten racistas al hacerlo. Aunque la argumen-
tación de su indignación consiste en que la propuesta de actores negros en Troya rompe con
la verosimilitud del texto original y tradicional. Es que debido a las presiones del Sindicato
de Actores de los Estados Unidos, las producciones incluyen un cupo alto de actores proce-
dentes de las minorías, como afroamericanos, latinos, asiáticos, mujeres y personas con dis-
capacidad. De aquí que muchos de los héroes helenos y hasta los dioses griegos, tradicional-
mente rubios o caucásicos, están representandos por actores afroamericanos, entre ellos el
excelente David Gyase como Aquiles. El propio Zeus es negro, Atenea, Patroclo, Eneas, la
segunda amazona, y muchos más. La primera reacción del espectador ante tan elenco es in-
tentar recordar cuál era el color de piel de los hombres que habla La ilíada, un texto que su-
puestamente cuenta una guerra ocurrida en 1300 a C. Sabemos que los griegos eran de piel
clara, pero no rubios y que hasta tenían un cierto rechazo por las personas rubias y de ojos
claros, sus enemigos tradicionales, los bárbaros del norte. Sabemos que Helena era proba-
blemente rubia y que Aquiles también lo era porque en el texto se corta su cabellera dorada
en señal del luto por Patroclo. No mucho más sabemos del color de los griegos, y que toda la
raza humana provenga de unos primeros homínidos de piel oscura, no calma el pedido de

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historicidad del espectador. No obstante, ya en 2007 en una comedia de Hollywood sobre el


Arca de Noé (El regreso del Todopoderoso), vimos a Dios en la piel de Morgan Freeman; y
para rizar aun más el rizo, en la película La cabaña (Stuart Hazeldine, 2017), la actriz afroa-
mericana no sólo interpreta a Dios, sino que se hace llamar Papá. Pero ¿acaso otras ficcio-
nes que parecían más “normales”, cumplían con la caracterización de los personajes históri-
cos? Porque Cleopatra difícilmente haya tenido los ojos violetas de Liz Taylor en la película
homónima (1963) y el propio Jesucristo tuviera el aspecto anglosajón de Robert Powell (Je-
sus de Nazaret, 1977). Así que sí, espectador, en verdad el escándalo por los actores afro-
americanos, tiene un fondo de racismo, el mismo que provocaría cualquier minoría que se
pusiera en el rol de los personajes históricos reverenciados por Occidente. La verosimilitud
como regla del relato bien contado, se cumple cualquiera sea el color de piel y sexo del actor
en cuestión. No obstante, la provocación suscitada por la serie puso en conflicto el concepto
de representación tal como la entendemos, la convención. Troya la caída de una ciudad, al
fin y al cabo es una ficción, y en la ficción todo vale. Al menos definida desde los cánones
posmodernos, donde el naturalismo y el realismo pierden su relevancia. Todo este escande-
lete en torno al color de piel, hizo pasar por alto otras ahistoricidades que fueron en el senti-
do contrario: intentar aggiornar el guión a lecturas de políticas e históricas de La Ilíada pos-
teriores al relato homérico o que al menos no se mencionan en el texto. Por ejemplo, que el
verdadero motivo de la guerra haya sido la dominación troyana sobre el Estrecho de los
Dardanelos, que impedía a los griegos pasar a su antojo hacia el Asia. Para los antiguos, el
asunto se centraba en la figura de Helena, a la que Esquilo llama la “arruina-naves, arruina-
hombres y arruina-ciudades” y que hizo al sofista Gorgias, muchos siglos después, escribir
un encomio en su defensa y declararla inocente. Ella se marchó con Paris, sí, pero eso pudo
haber sido porque él la persuadió, porque él utilizó la fuerza y la raptó, o bien porque los
dioses dispusieron para ella ese destino: en cualquiera de los casos, Helena no es culpable.
Al negocio en el Estrecho de los Dardanelos, ni lo menciona.

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