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los dibujos con nombres ya acuñados por otros que van apareciendo en la Presentación en la BN
cordillera, piensa: “No quería ver formas que otros bautizaron, quería Confesiones de un renegado
configurar los seres como a mí me parecía, quería darles nombres yo”. Ella VISTO & OIDO
parece necesitar, siguiendo a Nietzsche, “no depender del afuera, producir VISTO & OIDO
desde adentro”. Y aunque esta pretensión de “originalidad” también la irrita,
no puede dejar de mirar, de escuchar y de configurar. Este berretín que
consiste en entrenar la mirada, une a la narradora de este cuento, “La
excursión larga”, incluido en Turistas (Adriana Hidalgo) con su autora, Hebe
Uhart. Hay un modo de narrar que, como en el uruguayo Felisberto
Hernández, se desliza siempre por las fronteras vinculantes de las
metáforas, saltando sobre el lenguaje corriente, en detrimento del adjetivo,
que siempre clausura el significado.
Una mujer no es “fea”; además cabría preguntarse qué tipo de fea es, qué
“información” o imagen suministra al lector ese adjetivo tan vago como
amplio. Uhart pinta esa fealdad, la describe, sin mencionarla, tratando de
que se pueda ver. “Hubiera sido linda en el siglo XVI, con su cara blanca, sus
dos rosetones que se le formaban en los cachetes y su frente amplia.” El hijo
de la ama de casa del cuento “Turistas y viajeros” no es loco, “le falta un
piolín” o “le falta un jugador”. En el relato “Reunión de consorcio”, Azucena
tiene “cara de luna llena”; la paraguaya Bernardina recuerda a un hombre
que “se alunaba muy mucho con el viento norte”, un vecino de Ibicuy que
gritaba “la calle es mía”, o cuenta que su marido “no era dueño de su
lengua”; en “Turismo urbano”, la joven narradora de veintiséis años recuerda
cómo conoció a Ignacio, un poeta que “era maestro de introducciones
porque no había pasado el primer año de Letras”, y a Felipe, “que tenía ojos
como de ave, pero no de ave vigilante y serena: eran ojos llenos de tics, a
veces reforzados por un movimiento de mandíbula”. En los nueve cuentos
que integran Turistas, el nuevo libro de Uhart, casi todos los personajes
viajan literalmente, creen que tienen que comportarse como si la situación
fuera natural, tratan de no ser el típico turista con anteojeras, aunque no
puedan evitarlo. Unos van a Europa –Nápoles–; otros rumbean por Florida,
el Abasto, el Tortoni y la Avenida de Mayo; Bernardina se aventura a probar
suerte limpiando casas de familia en Buenos Aires. Pero también hay
desplazamientos más sutiles, del conurbano al centro o a la costa atlántica.
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Desde el balcón del departamento de Uhart, un noveno piso del barrio de
Almagro, se ve la cúpula de la brasileña Iglesia Universal del Reino de Dios,
que ocupa el enorme galpón donde funcionó el Mercado de las Flores. “No
sé si tendré toda la vida ganas de viajar. Ultimamente me gusta viajar con un
objetivo; antes lo hacía de cualquier manera, iba al río o me tiraba en la
playa. Ahora viajo cuando me piden alguna nota para el diario El País
(Uruguay), como el viaje que hice a Ecuador. Me gustan las ciudades,
grandes o pequeñas, donde haya gente y cafés para sentarme”, dice la
escritora a Página/12. Como si fuera la barra de un pequeño bar donde la
anfitriona agasaja a sus invitados, sobre la mesa del living hay gaseosas,
agua, café, masitas de coco y alfajores de chocolate. Cuando alguien se
sienta a charlar con Hebe, ingresa a otra dimensión. El tiempo queda entre
paréntesis y las anécdotas se van por las ramas y vuelven al tronco de los
cuentos de su último libro. “Para algunos personajes he investigado mucho,
como con Bernardina. Primero leí a (Augusto) Roa Bastos para tomar el
idioma paraguayo, después me compré una guía para situarla donde yo
quería, en Ibicuy. Y me traje una señora que trabaja en casa y como me
gustó lo que me contó, la usé como base. Pero también usé mucho lo que leí
en los diarios de Asunción. Porque en el castellano de Paraguay hay una
cadencia guaraní. Ellos dicen: ‘Mar-che una pit-za para la o-cho’. Es decir
cortan, pero no solamente importa la cadencia sino las expresiones –explica
Uhart–. En los diarios se puede leer ‘apresaron a la roba-coches’, no a la
ladrona, forman una palabra con dos. Una mujer misteriosa, una mujer que
no le tomás el punto, es una mujer-tiniebla, esa expresión es muy linda, es
preciosa. Como me gustan mucho los paraguayos, al principio pensé hacer
un cuento sobre una fiesta de la colectividad paraguaya, pero después me
mi cuenta de que era mejor escribir sobre una inmigrante; era más
complicado, pero más lindo. Así que leí mucho para escribir ese cuento.”
–La afinidad tiene que ver con el temple: Leonor o Bernardina son personas
optimistas, y a mí me gustan esas personas que se construyen la casa, que
van de acá para allá, que no se quejan porque el padre las castigaba.
Cuando contaba que el padre de Bernardina tenía diecisiete hijos y que los
castigaba, que trenzaba un látigo para fajarlos, mis alumnas del taller decían:
“¡Qué cacique inmundo!”, y todas esas cosas que dicen los sectores medios.
Pero vos imaginate, ponete en el lugar de él, si no castiga un poco, si no
baja línea, con nueve mujeres, en cuatro años tiene cuarenta nietos (risas).
Mi vinculación parte del temple, de que son personas optimistas. El
inmigrante ve todo con ojos nuevos.
–Sí, hay lugares donde no podría ser otra cosa que turista. Si fuera a la
India, iría como turista porque como viajera me perdería y no entendería
nada. Como viajera me muevo con suerte diversa (risas). Este año estuve en
Quito y Cuenca (Ecuador), fui por mi cuenta, pero me conecté con gente de
allá y di una charla en Flacso, y me gustó mucho. Es un país muy trabajador,
como Bolivia. Siembran en la sierra, donde no entra un arado.
–¿Por qué a los argentinos no nos gusta que nos reconozcan cuando
estamos en otros países?
–Es muy raro porque los argentinos en el exterior dicen que si ven a otro
argentino, cruzan para la vereda de enfrente, como si fuera un enemigo
(risas). Los argentinos, que somos tan veleidosos, sobre todos los porteños,
cuando vamos al exterior queremos ser otros, nos convertimos en otra
persona. Mucha gente que va a Brasil se disfraza de brasileño con collares y
pulseras, cambia su look y se pone cosas que acá no se pondría. Hay un
deseo de convertirse en otra persona, en ciudadano del mundo, vaya a
saber. El porteño, viniendo de tantas etnias, es una mezcla rara. Si va a
Europa, va con la idea de buscar los orígenes. Fijate que nosotros decimos:
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“Argentina y el exterior”, como si fuera un espacio ilimitado, ¿o no? Lo mismo
pasa cuando decimos “Buenos Aires y el interior”, pero el interior es tan
distinto. De acá a cuarenta kilómetros es una cosa, de acá a ciento cincuenta
kilómetros es otra, y ni hablemos del sur o del norte. Pero decimos “Buenos
Aires y el interior”; no especificamos, más bien pensamos de manera muy
amplia. Y el mundo es tan grande y tan diverso, y el interior también. Se da
también un fenómeno opuesto: los exiliados se han pegado mucho, se ven
entre ellos, toman mate y tienen nostalgia. ¡Qué sé yo, los argentinos somos
muy raros! (risas).
–Ya le hice la autopsia a mi tía la loca, la usé tanto, pobrecita. Esa chica no
se podía ir porque quizá quería seguir aprendiendo de ese mundo fuerte y
raro. Yo tuve un novio muy marginal, y las mujeres jóvenes siempre tienen la
fantasía de redimir a los hombres, de volverlos otros. Yo creía que el alcohol
era una cosa que se tomaba un poquito y después se dejaba.
–En mi casa eran muy eficientes, mi mamá no dejaba que los chicos
entraran en la cocina para que no hicieran lío. Con ellos yo me sentía
eficiente. Igual me hinchaba que me mandaran a comprar bebidas. La
verdad que la ventaja era que me sentía muy práctica porque él no podía
hacer nada. Sólo me miraba como si yo fuera una sabia atómica que le
resolvía todos los problemas.
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