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COMERCIO 1.

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La política económica de la corona castellana respecto a las colonias, se
correspondía con las ideas mercantiles de la época.

El ideal, era el poder y la autarquía nacionales, al igual que en la actualidad, no


obstante, lo que variaba, eran los medios para conseguirlos. (Haring)

El poder nacional significaba poder militar y naval, el cual era mantenido por el
dinero y el dominio de determinados productos esenciales, los cuales debían
asegurarse mediante una política económica que ofreciera protección
preferente a ciertas industrias y actividades.

Sólo el oro y la plata eran considerados verdaderas riquezas, en el marco de la


teoría mercantilista.

Cada nación debía encargarse de guardar el metálico que poseía y conseguir


la mayor cantidad posible.

El objetivo se lograba prohibiendo en una primera etapa, la exportación de los


mencionados metales y en una segunda, logrando una balanza comercial
favorable, apoyada en la producción de artículos que aumentaban las
exportaciones. (Haring)

El mercantilismo es esencialmente un sistema proteccionista que deseaba


asegurar el bienestar de la comunidad, pero a la vez, suponía la intervención
radical en los intereses privados. Apuntaba al comercio de exportación.

Se estimaban entonces a las colonias, como fuentes potenciales de riqueza y


seguridad para la madre patria.

Ofrecían mercados cerrados para la industria y la agricultura española.

Suministraban artículos necesarios como algodón, tinturas y cueros. También


productos tropicales como azúcar, cacao y tabaco. Pero sobre todo, las
provincias americanas, producían inmensas cantidades de metales preciosos.

La Corona por lo tanto, trató de crear para España, el monopolio de todo


comercio y navegación con las Indias, para acaparar la mayoría del oro y la
plata de las minas americanas.

De esta manera desarrollaron los primeros Hasburgos, un rígido sistema


comercial, a partir del cual, toda la riqueza de América debía ser absorbida por
España. Todo el comercio exterior de las colonias estaba reservado a la madre
patria. La exportación de oro y plata a países extranjeros, fue absolutamente
prohibida. Esta política monopolista continuó hasta el fin del régimen colonial y
el principio mercantilista, se abandonó en los días más ilustrados del siglo
XVIII.

Las mencionadas características, seguidas de un país relativamente no


industrial como España, condujeron a resultados imprevistos y desastrosos.
Por ejemplo, la industria de Castilla se hundió en los siglos XVI y XVII, debido a
la falta de una política económica consistente. Los mismos reyes Católicos,
cegados por su fanatismo religioso, habían debilitado a España, expulsado a
moros y judíos, sus mejores mercaderes y agricultores.

Los Hasburgos que los siguieron, con impuestos ruinosos tendientes a


mantener una serie inacabable de costosas guerras extranjeras, y con sus
bruscas oscilaciones entre el comercio libre y el proteccionismo, condujeron a
la industria y a la agricultura, a una completa decadencia.

El poderío marítimo español desapareció y su comercio se convirtió en una


sombra de lo que podría haber sido.

España entonces, no podía exportar sus propias manufacturas a las colonias,


debido a que sus debilitadas industrias, apenas alcanzaban para sus propias
necesidades. Para eliminar estas deficiencias, sus comerciantes recurrieron a
fuentes extranjeras y como la ley prohibía el intercambio entre las colonias y los
comerciantes de otras naciones, los mercaderes españoles a menudo se
convirtieron en simples intermediarios de casas comerciales extranjeras.

A cambio de las manufacturas de Flandes, Francia, Italia, Inglaterra y


Alemania, España daba sus propios productos, como lana, vino, fruta seca, y
los de las Indias, como azúcar, algodón, tinturas, etc. Pero también tenían oro y
plata, aunque se prohibía su exportación, y salieron del reino para hacer frente
a sus obligaciones con el extranjero en grandes sumas.

El comercio de España con América, fue una maquina más o menos pasiva, un
artificio por medio del cual se canalizaba, bajo fiscalización real, el suministro
de mercaderías al resto de Europa. Contribuía poco al desarrollo de la industria
o al acrecentamiento del bienestar del pueblo.

“Todo lo que los españoles traen de las Indias, adquirido con largas, prolijas y
peligrosas navegaciones, y lo que juntaron con sudor y trabajo, lo trasladan los
extranjeros a su patria con descanso y con regalo, haciéndose en sus
provincias, suntosísimos palacios con la riqueza de España”. Fernández de
Navarrete.

Se tendieron líneas cada vez más estrechas. El tráfico con América se convirtió
en todos sus aspectos, en un monopolio puesto en manos de las más grandes
casas comerciales de Sevilla. Desde mediados del siglo XVI, además, nadie
podía cruzar el Atlántico para comerciar, a menos que embarcara mercaderías
por un cierto valor mínimo (300 mil maravedís).

La principal agencia administrativa para la reglamentación y desarrollo de este


comercio fue la Casa de Contratación, probablemente por ser la más rica y
populosa ciudad de Castilla. Fue la primera institución con sede en España,
creada específicamente para el gobierno del Imperio americano.

Recibía y cuidaba de todos los ingresos en oro, plata y piedras preciosas


enviadas a la Corona, y percibía los impuestos por convoy, los derechos de
aduana y otros gravámenes. Sus funcionarios podían proponer al rey cualquier
medida que juzgaran necesaria para la organización y desarrollo del comercio
americano. Se convirtió entonces en una especie de ministerio especial de
comercio, subordinado más tarde al Consejo de Indias.

Se desarrolló un capitalismo colonial rapaz, que veía sus posibilidades de


beneficio en el oro, la plata, perlas y otros productos preciosos del Nuevo
Mundo, y al principio, también en la adquisición de esclavos. No obstante, los
poderes monárquicos en ascenso, delimitaron la esfera en que podía operar el
lucro capitalista privado. (Richard Konetzke)

Las crecientes necesidades fiscales de los Estados, movieron a los monarcas a


asegurarse una parte de las ganancias de las expediciones transoceánicas,
efectuadas con su autorización y respaldo.

La economía privada debía quedar excluida. Sin embargo, los reyes, no podían
sufragar los altos costos de las nuevas expediciones descubridoras, y tuvieron
que dar parte a la economía privada.

Los monarcas establecían su monopolio sobre la extracción o el intercambio de


ciertas materias primas y por regla general, lo adjudicaban a particulares y
consorcios, con el pago de los correspondientes derechos.

Pocos monopolios estatales alcanzaron un significado hacendístico tan grande


como el del tabaco. (Kontezke)

Las minas pertenecían al patrimonio de la corona y esta regalía adquirió,


gracias a los ricos yacimientos, una significación económica especialmente
destacada. Pero rara vez, se laborearon esos metales preciosos en empresas
estatales. Por lo común, la Corona concedía a sus súbditos el derecho de
explotar libremente las riquezas del subsuelo, pero debía entregarle un quinto
del producto.

A través de este monopolio, orientado al lucro, el sistema impositivo del Estado


influytó poderosamente sobre la vida económica de las colonias. El celo fiscal
de la dominación colonial española, orientado exclusivamente a obtener la
mayor recaudación posible, constituyó un grave obstáculo para el desarrollo
económico de las posesiones americanas. Tan sólo en el siglo XVIII, se
generalizó en el gobierno metropolitano, el sentimiento de que si se quería que
prosperara la monarquía y aumentase su población, se debía aligerar la
insoportable carga de impuestos.

Aunque la monarquía española fomentó mediante algunas medidas el


desarrollo económico de las provincias americanas, el interés financiero de la
metrópoli, fue siempre el elemento preponderante y decisivo.

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