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Nadie silba como Silvia silba, pues el que silba como Silvia silba, es porque le
enseñó a silbar Silvia.
Sonia sacó su saco satinado, se quitó sus sandalias y se sentó. Sergio sirvió sendos
sakes, salchichones, saladitos, surubíes sin sal, selectas sardinas sancochadas.
Silvia, sonrojada, sorbió su sake sin sonreir. Sólo sentenció: soy solamente suya,
Sergio. Suspenda sus sibaríticos servicios.