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aperturas psicoanalíticas
Inicio / Presentación
Palabras clave
Este manual es una inmensa aportación al campo del psicoanálisis, no sólo del
psicoanálisis infantil, por varias razones.
En primer lugar, ofrece una puesta al día de las teorías psicoanalíticas en relación a
los conocimientos actuales de una amplísima gama de campos dentro de la
psicología: la neurociencia, la psicología del desarrollo, la psicología cognitiva y las
investigaciones empíricas sobre psicopatología. El repaso que da a los saberes en
curso de la psicología en general, entre ellos las amplias contribuciones de la propia
autora, es exhaustivo, nos permite tener reunidos en un solo libro la casi totalidad de
las aportaciones que en la últimas décadas se han producido en todos los campos
relacionados con el nuestro y que son aplicables al trabajo que realizamos en la
consulta.
En segundo lugar, la autora aplica a la teoría y la técnica del psicoanálisis infantil dos
enfoques que son paradigmáticos del psicoanálisis contemporáneo, porque
constituyen la expresión del pensamiento complejo: por un lado la visión modular de la
mente, representada en el enfoque modular transformacional del psicoanálisis, y por
otro el modelo relacional o intersubjetivo.
En este capítulo, la autora hace una revisión de los avances de la neurociencia en los
últimos años sobre el procesamiento de las emociones, acudiendo a autores como
LeDoux, Damasio y Pankseep. La ciencia del cerebro ha mostrado que, tal como
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La autora señala aquí que la historia del apego empieza entonces a converger cada
vez más con el terreno clásico del psicoanálisis al indagar en el inconsciente a partir
de las incoherencias, puntos oscuros, lapsus, etc. del discurso, algo que caracterizó
los primeros trabajos de Freud sobre la histeria. La entrevista de apego, dice la autora,
“al crear las condiciones que permiten observar el contraste entre la memoria
declarativa y la memoria episódica, permite poner de manifiesto en el discurso las
estrategias asumidas para el ocultamiento a la conciencia de conflictos dolorosos y no
asumidos.” (p.138).
Posteriormente, la obra de Daniel Stern vino a mostrar que una teoría del desarrollo
podía considerar a la vez lo interpersonal y lo intrapsíquico, que no había que optar
entre lo uno o lo otro como antes se había considerado. La autora se detiene en el
trabajo de Stern, que demostró que toda la crianza temprana se basa en la acción
reguladora del sí mismo por parte de los adultos hacia el infante, lo que produce en él
la experiencia subjetiva de estar con y de ser regulado por otro. De este modo, a partir
de las múltiples actividades en común entre el adulto y el niño, lo que éste va
representándose -al principio con un tipo de representación procedimental o
perceptivo-motora y emocional, posteriormente simbólica- no es una distorsión de la
realidad sino la relación misma tal cual es.
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Tras esta revisión de aportaciones teóricas, la autora plantea una integración en base
al modelo de sistemas paralelos múltiples de Bleichmar. El ser humano entra en
relación desde su nacimiento y va almacenando su experiencia interactiva al principio
en un modo implícito, procedimental y emocional, que le permite anticipar la
experiencia del encuentro con el otro y la satisfacción o el placer que encontrará.
Cuando la capacidad simbólica se va adquiriendo, a estas formas de representación
se suman las simbólicas, surgirán entonces las fantasías. Los esquemas relacionales
se van haciendo así más complejos, incluyendo contenidos cognitivos o verbalizables,
pero también un rico entramado de fantasías en forma de imágenes, que son
significados que el infante atribuye a lo que le sucede en su encuentro con el otro y
que queda incorporado a sus estrategias de estar con el otro. Aquí la autora introduce
la aportación de Laplanche de los “mensajes enigmáticos” que surgen cuando los
cuidados corporales del bebé despiertan fantasías de deseo en el adulto que el niño
recibe sin entender pero que lo estimulan.
De este modo, cuando el registro simbólico en forma de fantasía tiene ya lugar, las
expectativas que el niño tiene ante el encuentro no dependen exclusivamente de sus
recuerdos relacionales implícitos, sino también de los significados relacionados con
este encuentro, de las fantasías construidas, que tienen el poder de provocar
emociones que cargan las expectativas y modelan el encuentro. No hay lugar por
tanto para asignar un estatus privilegiado a ninguna de estas dimensiones de saber en
particular, como ya recuerda la autora que señaló Stern. Este autor propuso que el
cambio de un procedimiento relacional implícito a través de la psicoterapia padres-
hijos se podía conseguir tanto a través de que el terapeuta se dirija a la representación
que tienen los padres de su experiencia, o bien a la relación transferencial de los
padres con el terapeuta, o a la propia interacción entre los padres y el niño, el cambio
se puede pone en marcha por todas estas vías.
Con el auge del paradigma relacional, la teoría del apego también se dejó influir en
cuanto a que el énfasis dejó de estar en el niño para observar a ambos miembros de
la pareja y dar importancia al papel de los padres reales en cuanto a la configuración
de la relación.
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etapa general por la que pasen las madres el sentir que el hijo es todo para ella. El
niño tiene fundamento para pensar que su madre es omnipotente, porque en su propia
indefensión tenderá a verla a ella como omnipotente para renegar de su sentimiento
de fragilidad; pero la teoría ahí se ha hecho eco de lo que es una fantasía del niño
para preconizar un estado de la madre, aunque haya madres que sí suponen que su
función implica una disponibilidad absoluta y la postergación de cualquier necesidad
personal, llevadas por el ideal de la maternidad que ha imperado en la sociedad como
parte del ideal de género femenino.
Propone la autora que este ideal normativo, lo que se espera socialmente de una
madre, atraviesa a todas las madres y es causa a su vez de la frecuencia de las
depresiones maternas. De ahí la necesidad de analizar las condiciones subjetivas que
llevan al conflicto en el vínculo de apego, dentro del cual el conflicto entre ser mujer y
ser madre que se presenta en cada mujer no siempre se resuelve satisfactoriamente.
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La expresión de la ansiedad de separación es normal a los tres años en niños que han
desarrollado un vínculo de apego seguro. Propone la autora que, según esto, una
historia de vínculo seguro no garantiza la contención y autorregulación de la ansiedad,
por lo que la regulación de la ansiedad y el apego son dos sistemas que evolucionan
en paralelo en niños y funcionan en paralelo en adultos.
Por otro lado, la ansiedad de separación puede estar expresando otro tipo de
ansiedades que no son por pérdida e indefensión, sino narcisistas, como es el caso en
situaciones de celos. Esto lleva a la autora a decir que la ansiedad es un
“homogeneizador clínico”, que ha motivado a distintas escuelas a explicar todo según
la ansiedad –todo se debe a la ansiedad de castración, o persecutoria y depresiva, a
la angustia de ser, a la ausencia de respuesta empática, a la ruptura del vínculo de
apego. Su propuesta es evitar el reduccionismo y analizar microscópicamente qué tipo
de ansiedad es la que en cada caso y momento se está desplegando. Por ejemplo,
una conducta común en el niño como es querer irse a la cama de los padres puede
ser una vía para satisfacer deseos de apego, pero también el apego puede ser una vía
para buscar un contacto sensual a través de la proximidad física.
La conclusión, por tanto, es que la conducta de apego puede servir para varios
sistemas motivacionales en diferentes momentos, aunque esté dirigida a la misma
persona, por lo que en una tarea diagnóstica habrá que precisar cuál es la fuente de
intranquilidad en la expresión de ansiedad de separación.
Otro punto que cambiaría sería el haber tenido en cuenta a los padres desde un
principio del tratamiento, porque haberles explicado los sentimientos de la niña les
hubiera facilitado a éstos una reflexión sobre sus propios sentimientos de culpa,
hubiera aumentado su comprensión de la pequeña y facilitado así un cambio de
actitud, un aumento de la capacidad de manejar las ansiedades de la niña.
En su revisión del caso clínico de Winnicott, Dio Bleichmar analiza la teoría kleiniana
en que se basaba dicho autor, cuestionando temas como el ya señalado de la falta de
adaptación del terapeuta al nivel cognitivo de la niña, bajo el objetivo de poner en
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Por otro lado, el caso clínico de Winnicott es planteado también como un ejemplo no
ortodoxo de la técnica psicoanalítica y la autora ve las innovaciones que merecen ser
resaltadas como plenamente actuales: la percatación de que hay angustia de
separación sin contenido agresivo, la secuencia entre emoción y comportamiento sin
intencionalidad agresiva, o la atención a la realidad interpersonal.
Finalmente, analiza cuáles son los factores que están implicados en la capacidad de
parentalización, aludiendo al concepto de “sensibilidad materna”, al que considera
como algo sumamente complejo que tiene que ver con una gama amplia de sistemas
psíquicos de la madre -heteroconservación, narcisismo, sensualidad, regulación
emocional- que, integrados, llevan a la generación del tipo de vínculo de apego en los
hijos. En base a esto, la última parte del capítulo está dedicada a delimitar cuáles son
los indicadores clínicos que nos sirven para evaluar el estado del vínculo en los niños,
añadiendo además una relación de los materiales y tests disponibles para la
evaluación del apego.
Este capítulo empieza también con un historial clínico ilustrador, el caso de un niño
sirve a la autora para ejemplificar la existencia de dos sistemas biopsicológicos
separados, que evolucionan ontogenéticamente por un lado en asertividad y por otro
en agresión. La asertividad, sostiene, es parte de un sistema motivacional relacionado
con la expresión del sí mismo, que se construye en un apego seguro que permite que
se establezcan espacios de actividad, asociado a emociones positivas y eufóricas. Es
el placer de la actividad descrito por Piaget y una de las fuentes más importantes de la
autoestima.
Dio Bleichmar se detiene en la etapa del espejo de Lacan, sosteniendo que bien
entendida ésta hace referencia a la identificación especular y conecta con lo aportado
por Winnicot y Kohut. Los adultos, dice, no sólo lanzan mensajes valorativos globales
y particulares al niño sino que, con su deseo de que el niño se desarrolle, disparan la
propia motivación del niño para su crecimiento. Esto muestra una vez más la
naturaleza profundamente intersubjetiva de la subjetividad.
Buena parte de este capítulo está dedicada al análisis del género como una dimensión
desde un principio indisoluble de la identidad. Aquí nos ofrece desarrollos que fueron
ampliamente elaborados en su obra anterior El feminismo espontáneo de la histeria.
Siguiendo el trabajo de Money, explica los conceptos de atribución de género, núcleo
de la identidad y rol de género. Alude al equívoco general en el campo del
psicoanálisis, al confundirse el amplio uso del concepto dentro de las ciencias sociales
con el concepto en sí, lo que llevó a pensar que no era un término útil para el estudio
de la subjetividad. Para la autora, desde que Money lo usó, el concepto hace alusión a
algo plenamente psicológico y subjetivo, algo que, tal como aporta Money con sus
investigaciones sobre los trastornos de género, tiene que ver con cómo se construye
el género en el individuo según la historia de relaciones intersubjetivas que lo han
marcado y que condicionan también el desarrollo de su sexualidad, como se muestra
en el concepto de atribución de género.
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Enfatiza la autora que el género es normativo, en cuanto que los códigos de género
transmitidos, que hablan de lo que se espera de un varón o una mujer, funcionan
como ideales, como imperativos morales. En este sentido sostiene “Creo que somos
las mujeres las mejores exponentes de la naturaleza humana, es decir, ejemplos vivos
de la prevalencia del poder de la representación de género sobre la pulsión.” (p. 293),
aludiendo a cómo la sexualidad ha estado especialmente reprimida en la mujer porque
el imperativo de género femenino la ha considerado contraria a la feminidad, como se
muestra en los casos de histeria que Freud estudiaba en el siglo XIX. Efectivamente,
hay una doble moral, reglas distintas sobre la sexuación dependiendo del género al
que se pertenezca, que son reglas sociales, que se transmiten intersubjetivamente y
que son asumidas por la subjetividad en la historia de desarrollo de cada sujeto.
La última parte del capítulo está dedicada a la evaluación clínica del sistema narcisista
del niño. Esta evaluación pasa por:
La autora aporta claves que sirven para medir qué manifestaciones son normales y
cuáles pueden alertar de posibles problemas en cada edad. De este modo, un
oposicionismo normal a una edad más temprana ya no lo es cuando el niño es mayor
de 4 ó 5 años, manifestando entonces fallos en la regulación de las necesidades
narcisistas. Estos fallos tienen que ver con dificultades de los adultos para
relacionarse con la afirmación del infante, con el choque de dos sistemas narcisistas -
el de los padres y el del niño- que pueden desembocar en que el propio niño no
reconozca las necesidades del adulto, y llevar también a conflictos internos del niño
entre sus sistemas narcisista y de apego, o el de regulación de sus necesidades
fisiológicas, como se da en los trastornos de alimentación, del que la autora pone una
historia clínica como ejemplo.
Por último, dentro de la evaluación del sistema narcisista en el niño, expone cómo
cursan distintas modalidades de trastornos narcisistas tempranos –trastornos de
exaltación narcisista, depresión narcisista- las manifestaciones primeras de
desequilibrio y también ofrece claves terapéuticas para el tratamiento de estos
trastornos.
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Dio Bleichmar nos ofrece en este capítulo sus propias aportaciones elaboradas en su
obra La sexualidad femenina. De la niña a la mujer. Sostiene que las zonas erógenas
se han sobredimensionado en la teoría psicoanalítica como determinantes de la
sexualidad en relación con la poca importancia que se da a la relación con el adulto.
De ahí que hoy día haya que concebir la sexualidad temprana en una forma más
amplia que la concibió Freud.
Enfatiza Dio Bleichmar que el autoerotismo, como todas las dimensiones auto del
sujeto, es un tiempo segundo a un primer tiempo de la experiencia en la relación con
el otro, que activa y estimula condiciones predeterminadas pero que necesitan de una
interacción real para desarrollarse. Concibe el autoerotismo no como algo simple, sino
compuesto de muchas dimensiones: tiene base biológica, evolución, se activa por
experiencia, el adulto tiene un papel en la estimulación o falta de ella, se articula con
otras motivaciones y capacidades, e incluso puede estar presente como mera
respuesta fisiológica sin contenido mental alguno.
La autora hace un seguimiento del caso el pequeño Hans de Freud, mostrando cuáles
de las propuestas freudianas se mantienen hoy día y cuáles han quedado superadas.
Le reconoce los méritos y virtudes de ser el primer intento de aplicar las explicaciones
psicoanalíticas directamente a un niño y mostrar directamente el pensamiento infantil
sobre la sexualidad, pero también muestra las insuficiencias de la teoría freudiana
clásica a la luz de los conocimientos actuales. Estas limitaciones fundamentalmente
se resumen en dos puntos:
O sea, el historial del pequeño Hans muestra sólo los planteamientos del varón, no de
la niña, y tampoco muestra el papel de los adultos en las incertidumbres por las que
atraviesan los niños. La curiosidad sexual infantil, sostiene, surge de dos fuentes: el
escenario adulto y la estimulación y excitación sentida por el niño en la zona genital.
Se produce en dos tiempos. En el primer tiempo del desarrollo el niño vive el erotismo
de su cuerpo, pero carece de significado o comprensión de la naturaleza de esa
experiencia, es una experiencia erótica sin comprensión de su significado sexual. En
el segundo momento, de mayor dificultad para observar por el adulto, el niño descubre
la relación existente entre el placer y la función sexual. Es un tiempo de saber sobre el
coito sin experiencia del mismo, al contrario del primer tiempo. El niño desplegará una
fantasía sobre lo que según su mente que se desarrolla en la escena adulta y que
Freud consideró como una teoría infantil a la que llamó escena primaria.
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Dio Bleichmar plantea repensar lo que el mito de Edipo revela sobre universales
humanos, el mito como instaurador del tabú del incesto, en el que los niños aprenden
que han de rehusar a la intimidad sexual con los padres. Para ella, lo que el mito pone
de relieve es la frecuencia del conflicto de los adultos y las evidencias actuales del uso
de los niños para prácticas sexuales adultas. Por tanto, cuando aparece exacerbación
del erotismo en los niños, la autora plantea que lo primero es cuestionarse si hay
participación consciente o inconsciente del adulto en esos comportamientos. El
exceso de estimulación en el niño puede aparecer como conductas compulsivas,
porque lo que se le impone al niño excede lo que su psiquismo puede organizar y
asumir, por tanto hay que plantearse y descartar en primer lugar si hay algún tipo de
abuso.
Pero también puede haber una influencia externa que no consista en abuso sexual. La
autora plantea lo que desarrolló en su trabajo “Los efectos de la mirada sexual del
adulto sobre la subjetividad de la niña”: que hay una seducción que se ejerce sobre la
niña cuando ella, por un lado, está inmadura para responder sexualmente pero, por
otro, comprende plenamente el carácter sexual del comportamiento masculino. Ocurre
sobre todo en el campo de la mirada. La mirada del adulto varón, generalmente de la
familia, inaugura para la niña el saber que su propio cuerpo es capaz de provocar
placer, incitación. Es una situación que no está vinculada a conductas de cuidado
corporal, como ocurría en la relación con la madre, y el carácter que tiene es desde un
principio enteramente sexual. En este tiempo, tanto el padre como la niña son
conscientes de la experiencia. “Para la niña, la experiencia de la mirada seductora ha
implantado en su subjetividad una codificación de su cuerpo que la acompañará gran
parte de su vida: su cuerpo tiene un carácter provocador” (p. 373). Pero lo traumático
para ella es que, si bien es una experiencia inicialmente pasiva, su mente la codifica
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Ahora bien, para la autora, la niña no sólo se culpabiliza ella sino que es culpabilizada
al estar en un medio social en que las mujeres están siempre siendo miradas,
observadas, en todos los medios. La niña acaba implantando dentro esa mirada, que
se convierte en un objeto interno, unos ojos que la miran incluso cuando está sola,
que tiene un contenido a la vez excitante y persecutorio. La niña, por tanto, debe de
negar el significado sexual de la mirada o reprimir, no mirar, pero de cualquier modo
no puede liberarse de seducir.
A continuación, hace una revisión del concepto de histeria. Siguiendo los desarrollos
que planteó anteriormente en su obra El feminismo espontáneo de la histeria, explica
la conversión como un mecanismo de vinculación entre dos tipos de conjuntos de
representaciones, la anatómica y fisiológica por un lado y la que escenifica al sujeto en
temas de agresividad, narcisismo, sexualidad, etc. Plantea cuatro mecanismos
básicos por los que se puede producir un síntoma conversivo: simbolización,
identificación con el otro, identificación con un recurso del otro y beneficio secundario
exclusivamente.
avisan de una motivación sexual en ello. Ante la frecuencia del abuso sexual,
especialmente en las niñas, propone que en casos de comportamientos indicadores
como coqueteo excesivo, masturbación compulsiva, interés inusitado en temas
sexuales, etc., es conveniente atender a la posible participación consciente o
inconsciente de padres, hermanos varones, no atribuir directamente la génesis a la
madre, que es lo que tradicionalmente se ha hecho en psicoanálisis.
La autora revisa el caso publicado por Borstein en el 46 sobre una niña de 8 años. A
partir del estudio de este caso, obtiene cuatro consecuencias que creo interesante
referir porque pueden ser generalizables:
El trauma sexual, sostiene, es uno de los más severos porque afecta a la víctima en la
totalidad de las relaciones interpersonales con sus figuras de apego. Hay una
diferencia en la vivencia subjetiva si ocurre por alguien ajeno a la familia o
perteneciente a ella. Si es extrafamiliar tiene similitudes con el resto de los casos de
síndrome postraumático. En el caso de que sea intrafamiliar, al ser el sistema de
apego activado con situaciones de estrés, dolor o miedo, se crean las bases para la
disociación. Los niños se atribuyen culpabilidad, se idealiza al objeto persecutorio, se
proyecta la culpa sobre la madre y se tiende a falsificar el juicio sobre la experiencia.
Entonces, el cuadro de síntomas se aparta del síndrome postraumático y se asimila a
los cuadros de histeria disociativa, con trastornos cognitivos, emocionales, somáticos
e interpersonales.
La autora describe las características del juego postraumático y aporta una lista de
criterios de evaluación del abuso sexual, así como de criterios para evaluar lo
verdadero del discurso del abuso sexual. Por último, aborda el tratamiento del trauma
sexual, exponiendo las consecuencias intrapsíquicas para la víctima, las diferencias
en los casos de varones y niñas y los efectos para la familia. Plantea qué tipo de
actitud, de escucha y de niveles de actuación son aconsejables para la terapia de
estos casos. Especialmente analiza la vivencia de la culpa cuando la niña ha vivido
excitación sexual; la relación con el abusador y la confusión que se produce frente a lo
que ella sabe y lo que los demás saben; la relación con el objeto protector –la madre-
y las dificultades contratransferenciales que surgen en el trabajo con estos casos.
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Dio Bleichmar diferencia el enfoque vincular que ella plantea del de la terapia familiar
o de pareja, ya que en su propuesta no se considera a la familia como un todo, se
caracteriza por poner el foco en la relación entre los padres y el niño. Al considerar el
analista la relación como su paciente, se evitan problemas comunes en el
psicoanálisis infantil como que los padres se sienten excluidos o ajenos a la terapia.
Los terapeutas -dice- nos hallamos situados imaginariamente en el lugar de un padre
o una madre con más experiencia o capacidad que los reales, pero esto puede
despertar en los padres todo tipo de angustias, constituyendo su transferencia, de ahí
que sea importante el poder situarse en el papel de padres comprensivos que saben,
sin reproches, ayudar a crear las condiciones para llevar la situación bloqueada a una
mayor apertura. La alianza terapéutica radica en no dejar a los padres fuera del
proceso sino, que por el contrario, participen activamente en el mismo.
Sostiene Dio Bleichmar que interesa saber cómo se produce el traspaso de lo que
comenzó siendo relacional a lo intrasubjetivo. Captar las fantasías a partir de las
cuales la madre ha dado significado a los acontecimientos de la crianza. Recoger qué
tipo de encuentro se produce entre padres e hijos, qué afectos prevalecen, los apoyos
y colaboración con que contaba la pareja madre/hijo para su buen curso. Plantea la
autora que la consulta terapéutica debería cumplir la función de proporcionar, sobre
todo a la madre, parte del apoyo que necesita. Para esto es necesario transmitirle a la
pareja una comprensión genuina de lo difícil que resulta ser padres y ofrecerles
instrumentos de ayuda.
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De ahí que la autora considere importante saber si el comportamiento del niño con el
terapeuta es similar al que tiene con los padres. Si no es así, es un indicador de que la
relación es distinta y está introduciendo un factor de interacción e intersubjetividad
nuevo que, junto con la interpretación de los aspectos transferenciales generará
procesos de cambio. Aquí lo importante es deconstruir en distintos componentes de
sistemas motivacionales lo que el niño transfiere o no al analista de sus objetos,
porque éstos no son sólo “buenos” o “malos”, sino complejos. En conclusión, el niño
tiende a repetir pero también a crear relaciones nuevas, y el analista funciona en un
doble rol, el de servir de base para la transferencia y el de aportar una nueva relación
que sea factor de cambio.
Respecto al tema de la transferencia, Dio Bleichmar alerta contra el excesivo peso que
se le ha dado para la comprensión del proceso, como era propio de la técnica
kleiniana. Especial importancia da a la transferencia de los padres, siempre presente
en el vínculo terapéutico, y a la necesidad de tenerla en cuenta para evitar que se
convierta en un obstáculo a la cura. Cambiar el foco del niño a la relación en la terapia
incluye tener en cuenta e intervenir sobre la transferencia parental.
La autora revisa el debate entre Anna Freud y Melanie Klein, en el que la primera
sostenía que la función en el tratamiento con niños era doble: trabajo con el mundo
interno y trabajo educacional, mientras Klein se opuso a esto al considerar
incompatible ambas posturas. Su posición es que hoy día los nuevos planteamientos
sobre el inconsciente no constituido, sobre los trastornos por déficit y sobre el
desarrollo infantil a partir de la intersubjetividad parental no permiten seguir
sosteniendo la posición de Klein, por el contrario hay fundamentos para apoyar a la
orientación terapéutica que potencia el desarrollo. Sería antiterapéutico, sostiene, que
el terapeuta no se involucrase en situaciones externas perturbadoras -abuso,
divorcios, etc.- en las cuales el factor traumático es fuerte, que no se comprometiera
activamente con la realidad externa del paciente.
El interrogante que surge ante esto es ¿qué efectos tiene sobre la transferencia y la
contratransferencia? Para Dio Bleichmar, el problema ha sido equiparar el trabajo con
niños al trabajo con adultos, como hizo Klein. Cuando se trabaja con niños, si el
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terapeuta evita todo papel de autoridad y es neutral y abstinente, esto se vive por el
niño como distancia emocional. La autora sostiene que el terapeuta no debe esperar
que se generen en la mente del niño espontáneamente las formas reparatorias, sino
proveerlas, plantea una actitud activa.
Clasifica los diversos tipos de juego en tres grandes clases: juego funcional, simbólico
y de reglas. El juego funcional es fundamentalmente narcisista porque se trata de una
expansión, un dominio que se logra, sea con el cuerpo o con la mente. Especialmente
se detiene en la explicación de los procesos mentales implicados en el juego
simbólico, la capacidad de desacoplar la representación que designa a un objeto o
cosa y hacerla funcionar como representando otra, proceso por el que se instituye el
inconsciente dinámico, repleto de símbolos de producción individual. El juego
simbólico es medio de expresión de realidades subjetivas a través de símbolos,
transforma lo vivido pasivamente en activo. Es afirmación del yo, también tiene valor
narcisista. El juego simbólico es similar al sueño en eso, pero diferente en que
funciona más como equilibrador de las ansiedades infantiles, el niño se sale con la
suya, puede invertir los términos con facilidad (excepto en el juego traumático). Por
último, el juego de reglas, en que la regla es producto de la elaboración grupal y se
incorpora la dimensión competitiva.
Dio Bleichmar considera que gran parte de las funciones que se han descrito quedan
comprendidas desde la perspectiva narcisista, porque el niño siempre logrará una
afirmación o restablecimiento del equilibrio de la representación del sí mismo. El juego
es realización de deseos, control imaginario sobre la realidad, liberador de conflictos,
intento de comprensión de experiencias vividas.
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En cuanto al análisis del juego, la autora propone ver cómo se articulan en éste los
distintos sistemas motivacionales, examinarlo como sobredeterminado, pero además
en su encadenamiento secuencial como reacciones del propio psiquismo ante el
impacto que un sistema motivacional impone a los demás. De modo que los distintos
momentos del juego pueden aportar información sobre: a) sinergias y antagonismos
entre sistemas motivacionales, b) tipos de vínculo con el terapeuta, c) deseos y
reacciones del superyó ante los deseos.
La autora plantea que hay distintos enfoques terapéuticos que varían en función de
dos aspectos: la teoría sobre la que se basan y el puerto de entrada para conseguir
los objetivos. Para un sector, la clave es la modificación de las representaciones
parentales, como puerto de entrada y como objetivo terapéutico. Otro grupo de
autores considera que la terapia debe centrarse en las conductas interactivas
manifiestas, no sólo en la conducta de la madre sino también en la relación entre la
madre y el infante.
Frente a los distintos enfoques terapéuticos que plantean teorías sobre el cambio y
técnicas para conseguirlo, Dio Bleichmar sostiene que los nuevos paradigmas de
modularidad de la mente, los distintos tipos de memoria y el origen interactivo de la
subjetividad, exigen un planteamiento del desarrollo y la psicopatología en términos
relacionales, lo que lleva a desarrollar lo enfoques terapéuticos que toman en cuenta a
padres e hijos.
Se comienza siempre por los problemas del niño –lo contrario en el caso de bebés-.
Se parte del planteamiento de una alianza terapéutica en la que formamos un equipo
de tres adultos que tratan de entender qué siente el niño. Para la autora, cuando
notamos resistencias en la relación con los padres es porque no estamos identificando
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- En cuanto al papel del insight, ¿se puede esperar que en los niños el insight sea
objetivo o esto debería de ser una tendencia a desarrollar en los padres? La autora
piensa que, si bien establecer conexiones entre vivencias, sentimientos y conducta es
eficaz durante el proceso terapéutico, esta tarea no pasa a ser una motivación para el
niño, éste no se muestra dispuesto por sí mismo a un trabajo de introspección sino
que ésta es labor del terapeuta. Son los padres quienes pueden estar en mejores
condiciones para poner a prueba los beneficios de insight personal para comprender
mejor los procesos psíquicos de sus hijos.
Dio Bleichmar aborda la diferencia entre la psicopatología del conflicto y del desarrollo,
entre conflicto y déficit. Para la autora, cuando el trastorno deriva de la inhibición de
procesos psíquicos el cambio se consigue de forma diferente de los casos en que se
basa en la represión y distorsión defensiva. Cuando hay déficit es necesario identificar
claramente cuál es el sistema motivacional deficitario que ha creado una falla y
carencia de representaciones y contenidos mentales, pero también de procesos
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La técnica del psicoanálisis clásico para trabajar con los conflictos consistía en:
integrar contenidos rechazados, elaborarlos trabajando las ansiedades y defensas
para que se construyan nuevas herramientas, recomponer las representaciones de sí
mismo y los otros y provocar nuevas representaciones del sí mismo y los otros. En
cambio, en los trastornos por déficit nos encontramos con procesos mentales
ausentes. Se trata, entonces, de activar y producir capacidades que no se habían
implantado o desarrollado, lo que algunos autores llaman terapias del desarrollo.
Todo esto lleva a la autora de nuevo al debate entre Anna Freud y Melanie Klein en
cuanto a la disparidad o identidad entre el psicoanálisis de niños y el de adultos. Su
posición frente a ese debate es que ambas teorías ponían de manifiesto aspectos
esenciales del psicoanálisis infantil. Es verdad, como decía Klein, que el juego nos
introduce en la mente del niño, pero Anna Freud también tenía razón cuando decía
que las ansiedades y deseos del niño estaban vinculados a la relación real y actual
con los padres. El punto central que fundamenta la técnica del trabajo conjunto con los
padres es que existe una gran proporción del sufrimiento infantil que tiene que ver con
el disgusto, el rechazo y el desacuerdo que los padres tienen con el niño y no con algo
imaginado, producto exclusivo de las pulsiones y conflictos proyectados por el niño
sobre ellos.
Por último, la autora señala un cambio en lo que se ponía como foco en la tradición
psicoanalítica. La evaluación de la terapia se ha centrado siempre en el análisis de la
actividad desarrollada por el niño en la sesión, otorgando gran importancia a los
aspectos no verbales del aquí y ahora conmigo. Ahora bien, en la medida en que se
sabe que una parte importante de la acción terapéutica tiene lugar a partir de la
relación, se comienza a poner atención en la complejidad de lo que tiene lugar en
cada momento de encuentro o desencuentro. El esfuerzo ahora está puesto en una
suerte de desplazamiento de la clínica a la microclínica, al estudio del momento a
momento preconizado por los autores del Grupo de Boston.
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Revista de Psicoanálisis aperturas psicoanalíticas ISSN 1699-4825 - Diego de León, 44, 3 izq - Madrid 28006-
España
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