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NÚMERO 022 2006


Revista Internacional de Psicoanálisis en Internet

Manual de psicoterapia de la relación de padres e hijos [Dio


Bleichmar, E., 2005]
Autor: Díaz-Benjumea, Lola J.

Palabras clave

Bleichmar, E. d., Accion terapeutica. ansiedad de separacion, Apego, Capacidades de


parentalizacion, Clinica infantil, Entonamiento emocional, Fantasias de seduccion,
Narcisismo, Regulacion emocional, Sensibilidad materna, Sensualidad/sexualidad, Tecnica.

Este manual es una inmensa aportación al campo del psicoanálisis, no sólo del
psicoanálisis infantil, por varias razones.

En primer lugar, ofrece una puesta al día de las teorías psicoanalíticas en relación a
los conocimientos actuales de una amplísima gama de campos dentro de la
psicología: la neurociencia, la psicología del desarrollo, la psicología cognitiva y las
investigaciones empíricas sobre psicopatología. El repaso que da a los saberes en
curso de la psicología en general, entre ellos las amplias contribuciones de la propia
autora, es exhaustivo, nos permite tener reunidos en un solo libro la casi totalidad de
las aportaciones que en la últimas décadas se han producido en todos los campos
relacionados con el nuestro y que son aplicables al trabajo que realizamos en la
consulta.

En segundo lugar, la autora aplica a la teoría y la técnica del psicoanálisis infantil dos
enfoques que son paradigmáticos del psicoanálisis contemporáneo, porque
constituyen la expresión del pensamiento complejo: por un lado la visión modular de la
mente, representada en el enfoque modular transformacional del psicoanálisis, y por
otro el modelo relacional o intersubjetivo.

En tercer lugar, el libro ofrece toda la información necesaria para el trabajo en la


clínica de niños y adolescentes. Esto no significa que sea un libro receta o que evite la
necesidad de la supervisión para los clínicos que se inician, lo que sería un objetivo
imposible. Significa que, además de conocimientos sobre teorías de la organización
psíquica, de la psicopatología y de la cura, aporta claves prácticas para la evaluación
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de casos, indicadores de riesgo, modos de organizar la información obtenida,


objetivos de tratamiento según la especificidad de la historia y el cuadro, reflexiones
sobre nuestra actitud como terapeutas, todo ello ilustrado con historiales clínicos que
ejemplifican sus propuestas.

La posición de la autora está siempre en un movimiento continuo entre lo


intrasubjetivo y lo intersubjetivo sin eludir ninguno de los dos campos, entre el
reconocimiento y valoración de los autores clásicos y su cuestionamiento y revisión
adaptando las teorías de siempre a los avances nuevos del conocimiento, nunca
cayendo en el reduccionismo ni deslizándose a la postura cómoda de instalarse en
una perspectiva y perder de vista las demás.

Como ejemplo de esto está la deconstrucción que realiza de un concepto de plena


importancia y actualidad en la clínica infantil como es el apego, que, como toda noción
que irrumpe con fuerza generando investigación y dando respuestas nuevas, produce
inevitablemente la tendencia a la sobre explicación reduccionista, evitadora de
matices, que a la larga tanto daño hace a nuestros esquemas teóricos sobre la
realidad clínica. En esta misma línea, deconstruye conceptos que se suelen usar de
forma generalizadora, perdiendo aspectos que pueden diferenciarse, como son el
concepto de ansiedad, el de búsqueda de atención o el de sensibilidad materna.

Entre sus propuestas técnicas, es tremendamente enriquecedora su idea de analizar


los problemas vinculares como desencuentro de motivaciones entre padres e hijos, lo
que nos dirige a la identificación de cuáles son las motivaciones principales
implicadas. También lo es clasificar los trastornos de la parentalidad, por un lado,
como conflictos de las motivaciones implicadas y, por otro, como falta de desarrollo de
las capacidades, con lo que eso supone de cara al abordaje.

Atendiendo a toda su argumentación, se muestra claramente que, si tenemos en


cuenta lo procedimental por un lado y lo intersubjetivo por otro, esto nos lleva
ineludiblemente al objetivo de psicoanalizar el vínculo en el tratamiento de niños.

Lo que sigue es un intento de resumen imposible en el que, al menos, se identifiquen


los temas claves que recorre en la obra, deteniéndonos algo más en los que
constituyen contribuciones teóricas específicas de la autora.

Ya en la introducción, Dio Bleichmar aclara lo que será su propuesta desarrollada en


todo el trabajo, el objetivo central del tratamiento en la infancia es analizar la relación
del niño con el adulto que lo cuida, porque la subjetividad de aquél se desarrolla en
relación con éste. Ahora bien, en esta relación están implicados todos los módulos
psíquicos articulados, lo que significa que lo que frecuentemente se engloba por como
apego, llamando así a la totalidad de la relación, abarca en realidad muchas
capacidades y motivaciones. De modo que la autora aboga por no englobar el
trastorno de la relación con la etiqueta generalizadora “trastorno del apego”. Incluso
dentro de la misma dimensión del apego ella especifica distintos componentes, desde
la capacidad del adulto para transformar los estados afectivos, para acariciar, o para
establecer intersubjetividad. El planteamiento, por tanto, consiste en entender que
cuando hay un trastorno temprano, éste lo es siempre del vínculo y acabará creando
un trastorno del apego en el niño, pero hay que identificar qué área específica es la
conflictiva.

Capítulo 1. El sistema motivacional de la regulación emocional

En este capítulo, la autora hace una revisión de los avances de la neurociencia en los
últimos años sobre el procesamiento de las emociones, acudiendo a autores como
LeDoux, Damasio y Pankseep. La ciencia del cerebro ha mostrado que, tal como
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Freud sostuvo, las emociones son la conciencia de algo que básicamente es


inconsciente, pero las emociones no sólo son conciencia de excitación sexual, sino de
estados corporales originados en diversas fuentes. A la luz de los avances de esta
disciplina, el concepto psicoanalítico clásico de pulsión se fragmenta en numerosos
procesos de placer y displacer regulados independientemente.

Entre los descubrimientos neurocientíficos que más interesan por su aplicación al


campo psicoanalítico, está el del doble circuito cerebral para el procesamiento
emocional: uno a través de la vía más rápida que va directamente a la amígdala y otro
más lento que pasa por el córtex. Este descubrimiento de LeDoux muestra que hay un
inconsciente diferente del inconsciente freudiano dinámico, motivado; diferente porque
es un inconsciente que se activa automáticamente ante estímulos que provienen tanto
del cuerpo como del medio y no por procesos defensivos. Relacionado con esto está
el hecho de que el estrés, a la vez que entorpece el recuerdo explícito, puede reforzar
el recuerdo emocional inconsciente de la experiencia. Y también que, si bien el
hipocampo, responsable de los recuerdos conscientes, está inmaduro durante los dos
primeros años de vida, la amígdala sin embargo está completamente desarrollada
desde el principio.

La autora resalta la importancia de las emociones en la primera infancia como señales


interpersonales que actúan entre la figura cuidadora y el hijo. Los estados afectivos se
manifiestan corporalmente y son interpretados por la madre que acude a cada llamada
del infante. La madre es la reguladora de los estados fisiológicos y emocionales del
bebé y por esta vía se convierte en figura de apego. Aquí la autora señala la
importancia de separar la necesidad de regulación fisiológica y la de apego como
sistemas separados, aunque articulados.

La relación madre-bebé se establece mediante expresiones emocionales de cada


miembro de la díada que son interpretadas por el otro, ya que el bebé tiene
habilidades innatas para interpretar gestos que expresan las emociones primarias y la
madre está en un momento de especial sensibilidad y atención a todo lo que su hijo
siente y expresa. Esta comunicación no verbal mediante la que se regula
emocionalmente al bebé es inconsciente para ambos. La madre, al ser reguladora
externa de los estados fisiológicos del infante, regula también su nivel de activación, y
esta función materna, tan importante en esta etapa de la vida del hijo, no está
directamente relacionada con que la madre sea más o menos afectiva, se trata de
tener la habilidad de regular los afectos, de manejar la ansiedad del bebé cuando esté
ansioso o irritado, de interpretar sus señales, de saber cuándo y cómo activar o bien
calmar.

La autora acude al concepto de entonamiento emocional desarrollado por Stern,


conductas por las que la madre comparte el estado afectivo del hijo pero que no
consisten en una imitación de actos de éste, porque los gestos de la madre tienen
algo en común con los del hijo pero no todo, al producirse una traducción transmodal
de un tipo de percepción a otra. La importancia de la descripción pormenorizada de
este fenómeno radica en que viene a aportar una base empírica a la propuesta
psicoanalítica de la comunicación de inconsciente a inconsciente, pues desde ahora
esto no se ve como lectura simbólica de una mente por otra sino como transmisión
subcortical, no consciente, de información a través de gestos expresivos y
comunicativos por los que uno de los miembros de la pareja comunica que comparte
el estado afectivo del otro –no solo el afecto discreto (alegría o sorpresa)- sino el perfil
de activación afectivo –el ritmo, la intensidad, etc. El entonamiento sirve además para
modular las emociones, es un medio por el que la madre apacigua, estimula o
mantiene el tono del hijo. Otro fenómeno, el de la referencia social, por el que el
infante acude al rostro del adulto para calibrar el significado de una situación si ésta es
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peligrosa o inofensiva, viene también a confirmar la transmisión de inconsciente a


inconsciente.

De todo esto se concluye que los trastornos de ansiedad en la infancia se deben a


factores múltiples, como la mayor o menor capacidad para el apaciguamiento que el
bebé trae desde su nacimiento en su bagaje innato, pero también a la manera en que
su figura de apego funciona en cuanto a la identificación, reconocimiento y regulación
de sus estados emocionales. De nuevo, aquí la autora hace un señalamiento
importante: que el comportamiento de apego excesivo del niño no necesariamente
significa que éste se halla preocupado por él vínculo sino que la proximidad física se
busca para protegerse de una amenaza exterior que puede tener origen diverso, como
la relación con compañeros en el colegio o la dificultad para las tareas escolares.

Capítulo 2. El sistema motivacional del apego

Tras exponer un caso ilustrador, la autora hace una revisión pormenorizada de la


historia de la teoría del apego. Empieza con Bowlby y su noción del apego como un
sistema de base innata que garantiza la proximidad a otro ser humano a quien se
discrimina y se prefiere sobre los objetos inanimados y sobre los demás, sistema
motivacional que se articula pero no coincide con otros que el infante, y después el
adulto, encuentra realizados mediante la relación con su figura principal, como son la
regulación emocional o el placer sensual.

Explica el significado histórico que tuvo dentro del psicoanálisis la teorización de


Bowlby, en especial su planteamiento del apego como una motivación independiente
del hambre y la sexualidad. A esto sigue una descripción detallada del trabajo de
Mary Ainsworth y otros, su diseño del procedimiento de la situación extraña, a través
del cual se establecieron las distintas categorías de apego: seguro, inseguro-evitativo,
inseguro-ambivalente/resistente y el posteriormente descrito como apego
desorganizado. Continúa con el trabajo de Mari Main y otros, su “entrevista de apego
para adultos”, que significó un movimiento en la década de los 80 en el sentido de
ampliar la primera concepción, que estudiaba la conducta y la motivación
biológicamente determinada, hacia el terreno de las fantasías y las representaciones
inconscientes del apego. Se describe también pormenorizadamente en qué consiste la
entrevista y las categorías de apego que establece en los padres a partir de sus
narrativas.

La autora señala aquí que la historia del apego empieza entonces a converger cada
vez más con el terreno clásico del psicoanálisis al indagar en el inconsciente a partir
de las incoherencias, puntos oscuros, lapsus, etc. del discurso, algo que caracterizó
los primeros trabajos de Freud sobre la histeria. La entrevista de apego, dice la autora,
“al crear las condiciones que permiten observar el contraste entre la memoria
declarativa y la memoria episódica, permite poner de manifiesto en el discurso las
estrategias asumidas para el ocultamiento a la conciencia de conflictos dolorosos y no
asumidos.” (p.138).

Dio Bleichmar se detiene en el estudio del momento histórico en que confluyeron la


teoría de apego de Bowlby y la imperante teoría kleiniana de relaciones objetales. En
su explicación, el hecho de que la primera no tuviera entonces aceptación dentro del
mundo psicoanalítico se debió a la radical posición kleiniana que consideraba el
mundo interno como un sistema cerrado donde se desarrollan procesos
autogenerados, desatendiendo el papel de los otros externos reales y considerándolos
como epifenómenos de los procesos internos, lo que contrastaba con la orientación
empírica de Bowlby. Ambas posiciones eran a su vez reflejo de las diferentes
muestras de población que estudiaban los respectivos autores: Bowlby observaba los
niños deprivados de orfanatos, lo que le llevó a interesarse por una motivación que
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aseguraba la autoconservación, y los psicoanalistas estudiaban niños de hogares


intactos y se interesaron por cómo la sexualidad se imponía a lo autoconservativo.

La creación del “grupo independiente” dentro de la Sociedad Británica, constituido por


autores como Fairbain, Guntrip, Balint, Winnicott y Bollas, significó el comienzo de una
tendencia hacia el mayor reconocimiento de la experiencia vivida como estructurante
de la fantasía, el apartarse del innatismo fuerte, lo cual motivó que ambas posiciones
fueran acercándose. La autora sostiene que las posiciones de Winnicott sobre las
relaciones objetales son plenamente compatibles con la teoría del apego de Bowlby.
Para ella, el divorcio entre las posiciones psicoanalíticas y las del apego se basa en el
origen y concepto de la fantasía inconsciente –que en la teoría clásica era
intrapsíquico- pero en tanto las investigaciones empíricas fueron adquiriendo
importancia para confrontar o confirmar las teorías psicoanalíticas, las concepciones
sobre la fantasía se transformaron.

Esto lleva a Dio Bleichmar a analizar el concepto de fantasía inconsciente y su


desarrollo dentro del psicoanálisis. Empieza con su surgimiento dentro de la teoría
kleiniana, que la concebía como de origen interno, viendo el mundo subjetivo como
básicamente intrapsíquico, mientras que el papel de la experiencia real era sólo de
correctivo de las ansiedades producidas por estas fantasías, concebidas como
manifestaciones de tendencias constitucionales innatas.

Posteriormente, la obra de Daniel Stern vino a mostrar que una teoría del desarrollo
podía considerar a la vez lo interpersonal y lo intrapsíquico, que no había que optar
entre lo uno o lo otro como antes se había considerado. La autora se detiene en el
trabajo de Stern, que demostró que toda la crianza temprana se basa en la acción
reguladora del sí mismo por parte de los adultos hacia el infante, lo que produce en él
la experiencia subjetiva de estar con y de ser regulado por otro. De este modo, a partir
de las múltiples actividades en común entre el adulto y el niño, lo que éste va
representándose -al principio con un tipo de representación procedimental o
perceptivo-motora y emocional, posteriormente simbólica- no es una distorsión de la
realidad sino la relación misma tal cual es.

Se va creando la experiencia de estar con otro, y lo que anteriormente teóricos como


Mahler o Winnicott vieron como estado de indiferenciación o simbiosis, Stern lo ve
como representaciones en las que el bebé se mantiene separado del otro porque hay
desde el principio indicios perceptuales que revelan que el otro sigue una pauta
temporal, espacial, de intensidad, de movimiento, diferente a la suya, y que el estado
afectivo es una invariante que pertenece al sí mismo.

Stern describe las “representaciones internas generalizadas” (RIG), recuerdos que no


son específicos de situaciones concretas sino estructuras basadas en el promedio de
las experiencias de estar con el otro que generan expectativas probables de acciones,
sentimientos, etc. Un concepto similar es el de los “modelos internos de trabajo” de
Bowlby, que hacen referencia también a representaciones enactivas de la interacción
basadas en experiencias vividas en la relación con la figura de apego, que sirven a su
vez para generar expectativas. Por último, otro concepto similar es el que aporta
Lyons-Ruth de “representación relacional actuada”. Esta autora estudia el carácter
implícito o procedimental del saber que va acumulando el infante en su relación con el
otro, un tipo de memoria diferente de la declarativa o simbólica que no se limita a los
primeros años de la vida, que evoluciona y cambia por sí misma y no necesariamente
a través del acceso a la representación simbólica o verbal, constituyendo un tipo
paralelo de conocimiento gobernado por sus propias reglas, que aunque influye y se
deja influir por el conocimiento explícito, no es nunca una influencia completa. Todas
estas expresiones hacen referencia pues a los mismos procesos.

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Tras esta revisión de aportaciones teóricas, la autora plantea una integración en base
al modelo de sistemas paralelos múltiples de Bleichmar. El ser humano entra en
relación desde su nacimiento y va almacenando su experiencia interactiva al principio
en un modo implícito, procedimental y emocional, que le permite anticipar la
experiencia del encuentro con el otro y la satisfacción o el placer que encontrará.
Cuando la capacidad simbólica se va adquiriendo, a estas formas de representación
se suman las simbólicas, surgirán entonces las fantasías. Los esquemas relacionales
se van haciendo así más complejos, incluyendo contenidos cognitivos o verbalizables,
pero también un rico entramado de fantasías en forma de imágenes, que son
significados que el infante atribuye a lo que le sucede en su encuentro con el otro y
que queda incorporado a sus estrategias de estar con el otro. Aquí la autora introduce
la aportación de Laplanche de los “mensajes enigmáticos” que surgen cuando los
cuidados corporales del bebé despiertan fantasías de deseo en el adulto que el niño
recibe sin entender pero que lo estimulan.

De este modo, cuando el registro simbólico en forma de fantasía tiene ya lugar, las
expectativas que el niño tiene ante el encuentro no dependen exclusivamente de sus
recuerdos relacionales implícitos, sino también de los significados relacionados con
este encuentro, de las fantasías construidas, que tienen el poder de provocar
emociones que cargan las expectativas y modelan el encuentro. No hay lugar por
tanto para asignar un estatus privilegiado a ninguna de estas dimensiones de saber en
particular, como ya recuerda la autora que señaló Stern. Este autor propuso que el
cambio de un procedimiento relacional implícito a través de la psicoterapia padres-
hijos se podía conseguir tanto a través de que el terapeuta se dirija a la representación
que tienen los padres de su experiencia, o bien a la relación transferencial de los
padres con el terapeuta, o a la propia interacción entre los padres y el niño, el cambio
se puede pone en marcha por todas estas vías.

Con el auge del paradigma relacional, la teoría del apego también se dejó influir en
cuanto a que el énfasis dejó de estar en el niño para observar a ambos miembros de
la pareja y dar importancia al papel de los padres reales en cuanto a la configuración
de la relación.

La autora pasa entonces a deconstruir el objeto externo, a analizar las capacidades de


parentalización, para lo cual aplica el enfoque modular-transformacional. Sostiene que
hay que superar una perspectiva reduccionista, unifactorial, para incluir, dentro de lo
que se considera una madre o un padre suficientemente bueno, a aquel que puede
desempeñar toda una serie multivariada de funciones, de acuerdo a los múltiples
sistemas motivacionales del hijo: la regulación emocional, el apego, el narcisismo, el
erotismo. Se trata de superar términos sobreinclusivos como “figura de apego” o bien
“objeto bueno” y “objeto malo” y pasar a considerar a los padres como objetos
múltiples con grados diferentes de eficacia en relación a las distintas motivaciones del
niño.

A continuación sigue un análisis de la obra de Stern, que en La constelación maternal


analiza el estado psíquico que se despierta en la madre cuando tiene a su hijo, el cual
conlleva la activación de una serie de intereses y de temáticas sobre las que se
preocupa, y que son vistas por la autora desde la perspectiva de los diferentes
sistemas motivacionales de la madre: la heteroconservación (cómo mantener vivo a su
bebé), su ideal de maternidad, su propio sistema de apego y su identidad de mujer.

Dio Bleichmar pasa a analizar dos visiones extremas de la maternidad: la


omnipotencia materna y la madre deprimida. En cuanto a la madre omnipotente, visión
generada tanto desde la teoría kleiniana como la lacaniana, denuncia que es una
visión patográfica, porque aunque puedan verse en consulta casos así, no es una

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etapa general por la que pasen las madres el sentir que el hijo es todo para ella. El
niño tiene fundamento para pensar que su madre es omnipotente, porque en su propia
indefensión tenderá a verla a ella como omnipotente para renegar de su sentimiento
de fragilidad; pero la teoría ahí se ha hecho eco de lo que es una fantasía del niño
para preconizar un estado de la madre, aunque haya madres que sí suponen que su
función implica una disponibilidad absoluta y la postergación de cualquier necesidad
personal, llevadas por el ideal de la maternidad que ha imperado en la sociedad como
parte del ideal de género femenino.

Propone la autora que este ideal normativo, lo que se espera socialmente de una
madre, atraviesa a todas las madres y es causa a su vez de la frecuencia de las
depresiones maternas. De ahí la necesidad de analizar las condiciones subjetivas que
llevan al conflicto en el vínculo de apego, dentro del cual el conflicto entre ser mujer y
ser madre que se presenta en cada mujer no siempre se resuelve satisfactoriamente.

El siguiente punto de análisis es la ansiedad de separación. Se revisa el concepto


desde las teorizaciones clásicas psicoanalíticas, como la teoría de Mahler del proceso
de separación-individuación con su fase de simbiosis y su cuestionamiento por
autores posteriores como Stern y Lyons-Ruth, que no ven la fenómenos de simbiosis
como normales en las relaciones padres-hijos. Ante la pregunta de por qué el
alejamiento del adulto produce ansiedad en el niño, los autores (Freud, Spitz, Klein)
han ofrecido distintas respuestas. En este punto la posición de la autora, ya trabajada
en su obra anterior Temores y fobias. Condiciones de génesis en la infancia (1991), es
que en un principio la angustia del niño se debe no al sentimiento de pérdida del
objeto, ya que aún no hay una representación simbólica del otro como separado de su
propia acción, sino a la percepción de que su actuación no es eficaz a la hora de
provocar la presencia materna. Lo que surge es, por tanto, un sentimiento de
impotencia que da lugar a tres temores: de soledad, a los extraños y a la oscuridad.
De manera que el cambio cognitivo implicado en el fenómeno de la ansiedad de
separación es el reconocimiento del objeto como independiente de la propia acción;
pero como lo que produce ansiedad es que el niño atribuye causa de la desaparición a
lo que es contingente y anterior a la desaparición, es decir a la oscuridad, ésta a partir
de entonces genera angustia. Así, Dio Bleichmar sostiene que estos temores son
inevitables en el desarrollo, no son fruto de procesos simbólicos complejos que hoy
día no pueden mantenerse ante lo que se sabe sobre desarrollo cognitivo del niño.

Siguiendo con la actualización de la teoría de Mahler, Lyons-Ruth propone cambiar la


fase de separación-individuación por la de vinculación-individuación, porque lo que se
consigue al final es precisamente el establecimiento del vínculo afectivo sólido. En
este proceso, cuando el niño descubre que depende totalmente del adulto y esto da
lugar a la ansiedad temprana, hay que añadir los factores reales que están presentes
en dicho momento evolutivo -¿es el adulto inestable emocionalmente?, ¿puede o no
tener en cuenta las necesidades evolutivas del infante? Dependiendo de la situación
del adulto se darán vínculos de apego seguros o inseguros, así como esbozos de
psicopatología.

La autora pasa a analizar el papel de la ritualización de la separación nocturna, y,


dentro de ésta, el concepto de objeto transicional de Winnicott, el cual ella concibe
según la teoría cognitiva del desarrollo de la capacidad simbólica de Leslie: en el
fenómeno del objeto transicional, el niño desacopla una representación mental de otra
–la del osito como objeto físico y como objeto transformador de estados emocionales-
pero lo que aún no hace es categorizar como interno el desacoplamiento, cuando lo
haga será juego simbólico.

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La expresión de la ansiedad de separación es normal a los tres años en niños que han
desarrollado un vínculo de apego seguro. Propone la autora que, según esto, una
historia de vínculo seguro no garantiza la contención y autorregulación de la ansiedad,
por lo que la regulación de la ansiedad y el apego son dos sistemas que evolucionan
en paralelo en niños y funcionan en paralelo en adultos.

Por otro lado, la ansiedad de separación puede estar expresando otro tipo de
ansiedades que no son por pérdida e indefensión, sino narcisistas, como es el caso en
situaciones de celos. Esto lleva a la autora a decir que la ansiedad es un
“homogeneizador clínico”, que ha motivado a distintas escuelas a explicar todo según
la ansiedad –todo se debe a la ansiedad de castración, o persecutoria y depresiva, a
la angustia de ser, a la ausencia de respuesta empática, a la ruptura del vínculo de
apego. Su propuesta es evitar el reduccionismo y analizar microscópicamente qué tipo
de ansiedad es la que en cada caso y momento se está desplegando. Por ejemplo,
una conducta común en el niño como es querer irse a la cama de los padres puede
ser una vía para satisfacer deseos de apego, pero también el apego puede ser una vía
para buscar un contacto sensual a través de la proximidad física.

La conclusión, por tanto, es que la conducta de apego puede servir para varios
sistemas motivacionales en diferentes momentos, aunque esté dirigida a la misma
persona, por lo que en una tarea diagnóstica habrá que precisar cuál es la fuente de
intranquilidad en la expresión de ansiedad de separación.

A continuación, la autora revisa un trabajo de Winnicott en que éste relata su


psicoanálisis a una niña pequeña, por considerarlo un precedente en la historia del
psicoanálisis del trabajo conjunto con los padres en el tratamiento de un niño. Va
desgranando lo que es plenamente actual, como la flexibilidad con que Winnicott
establece el encuadre de tratamiento, con lo que hoy día puede ser visto de otro
modo. Uno de estos factores que en su tiempo no se consideraron tiene que ver con
concebir al niño inmerso en un estadio cognitivo que le hace ver la realidad de una
determinada manera distinta a la del adulto, y no porque se esté defendiendo, no por
causas dinámicas, sino porque eso corresponde a su momento evolutivo. Era propio
de la época –el caso es del año 64- no tener en cuenta esto, no sólo a la hora de
explicar los síntomas, sino a la hora de intervenir. Con las interpretaciones directas al
inconsciente no se tiene demasiado en cuenta si la niña entiende lo que se le dice, por
ejemplo dando respuestas que aportan un posible significado inconsciente de un juego
simbólico sin discriminar en qué nivel se está refiriendo, en un momento en que, como
dice la autora: “Uno de los procesos cognitivos más importantes de la primera infancia
es establecer adecuadamente los distintos órdenes de la experiencia humana: la
realidad del mundo físico, la realidad del mundo interpersonal, la realidad de ficción y
la realidad psíquica.” (p. 194). Sostiene, pues, que son necesarias intervenciones por
parte del terapeuta que ayuden a delimitar más claramente las distintas realidades en
una edad en que precisamente el niño no tiene recursos para discriminar la diferencia
entre sentimientos conflictivos expresados en la fantasía y el sueño y cómo estos no
afectan a las personas reales.

Otro punto que cambiaría sería el haber tenido en cuenta a los padres desde un
principio del tratamiento, porque haberles explicado los sentimientos de la niña les
hubiera facilitado a éstos una reflexión sobre sus propios sentimientos de culpa,
hubiera aumentado su comprensión de la pequeña y facilitado así un cambio de
actitud, un aumento de la capacidad de manejar las ansiedades de la niña.

En su revisión del caso clínico de Winnicott, Dio Bleichmar analiza la teoría kleiniana
en que se basaba dicho autor, cuestionando temas como el ya señalado de la falta de
adaptación del terapeuta al nivel cognitivo de la niña, bajo el objetivo de poner en

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palabras los estados emocionales; el considerar que toda fantasía de la niña es


reproducida en la transferencia y que toda fantasía persecutoria está basada en
deseos agresivos proyectados.

Por otro lado, el caso clínico de Winnicott es planteado también como un ejemplo no
ortodoxo de la técnica psicoanalítica y la autora ve las innovaciones que merecen ser
resaltadas como plenamente actuales: la percatación de que hay angustia de
separación sin contenido agresivo, la secuencia entre emoción y comportamiento sin
intencionalidad agresiva, o la atención a la realidad interpersonal.

Finalmente, analiza cuáles son los factores que están implicados en la capacidad de
parentalización, aludiendo al concepto de “sensibilidad materna”, al que considera
como algo sumamente complejo que tiene que ver con una gama amplia de sistemas
psíquicos de la madre -heteroconservación, narcisismo, sensualidad, regulación
emocional- que, integrados, llevan a la generación del tipo de vínculo de apego en los
hijos. En base a esto, la última parte del capítulo está dedicada a delimitar cuáles son
los indicadores clínicos que nos sirven para evaluar el estado del vínculo en los niños,
añadiendo además una relación de los materiales y tests disponibles para la
evaluación del apego.

Capítulo 3. El sistema motivacional del narcisismo

Este capítulo empieza también con un historial clínico ilustrador, el caso de un niño
sirve a la autora para ejemplificar la existencia de dos sistemas biopsicológicos
separados, que evolucionan ontogenéticamente por un lado en asertividad y por otro
en agresión. La asertividad, sostiene, es parte de un sistema motivacional relacionado
con la expresión del sí mismo, que se construye en un apego seguro que permite que
se establezcan espacios de actividad, asociado a emociones positivas y eufóricas. Es
el placer de la actividad descrito por Piaget y una de las fuentes más importantes de la
autoestima.

Con esta diferenciación, Dio Bleichmar se introduce en la conceptualización del


narcisismo. En Freud, el narcisismo estaba unido a la sexualidad y al punto de vista
energético del psiquismo, creando confusiones que se resuelven con una concepción
funcional: el narcisismo como mantenimiento de la integridad, estabilidad y estado de
bienestar de la representación de uno mismo, entendiéndose la motivación narcisista
como la movilización psíquica puesta en marcha para el equilibrio de la representación
del sí mismo.

Sigue una descripción de las aportaciones de Kohut, en cuya teoría el narcisismo es


un ejemplo más en que la estructuración de la subjetividad se produce a partir del otro,
es decir, en que una función interna nace como modo de relación interpersonal. La
concepción endógena, intrapsíquica, del narcisismo está hoy día superada, y la autora
se detiene en las funciones descritas por Kohut, especularización e imago parental
idealizada. Describe las invariantes del narcisismo: cohesividad o coherencia,
continuidad en el tiempo, agencia, unidad corporal y mental; y los componentes:
autoconcepto; autocentramiento en las relaciones con los otros que evoluciona hacia
la reciprocidad y empatía; autoestima y capacidades, ideales y ambiciones.

A continuación, la autora hace un recorrido minucioso por la obra de Stern El mundo


interpersonal del infante, donde muestra el surgimiento del sí mismo en sus diferentes
fases. En la concepción de la primera -el sí mismo emergente- se rompe con la idea
de Malher de fase autística o la de Freud de narcisismo primario, y se cuestiona lo
patográfico y especulativo de estos esquemas clásicos. La investigación actual
muestra un infante que viene al mundo preparado para percibir de modo discriminativo
y amodal, lo que le hace tener una experiencia global e integrada del otro. Se detiene
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en el concepto de Stern de afectos de la vitalidad, que engloba los aspectos


energéticos, dinámicos y rítmicos de los afectos, rompiendo con las clasificaciones
académicas de la experiencia psicológica –cogniciones, afectos, percepciones,
acciones- para dar una imagen distinta, sintética, del mundo interno del infante.

En la descripción de la segunda fase -el sí mimo nuclear- se muestra cómo va


surgiendo la integración experiencial de las invariantes del sí mismo a partir de las
regularidades en la crianza. La autora se detiene en el concepto de Stern de
Representaciones Inactivas Generalizadas (RIG), unidad básica de representación del
sí mismo y del otro nucleares.

Le sigue la fase de sí mismo subjetivo, con la descripción de las manifestaciones de la


intersubjetividad y entre ellas, especialmente, otro rico concepto aportado por el autor:
el entonamiento afectivo. Por último, el sí mismo verbal, con el nacimiento de la
capacidad semiótica y con ello de dos tipos de experiencia, la directamente vivenciada
y la representada.

Dio Bleichmar se detiene en la etapa del espejo de Lacan, sosteniendo que bien
entendida ésta hace referencia a la identificación especular y conecta con lo aportado
por Winnicot y Kohut. Los adultos, dice, no sólo lanzan mensajes valorativos globales
y particulares al niño sino que, con su deseo de que el niño se desarrolle, disparan la
propia motivación del niño para su crecimiento. Esto muestra una vez más la
naturaleza profundamente intersubjetiva de la subjetividad.

El siguiente concepto estudiado es el del self reflexivo, denominado desde la


psicología cognitiva como “teoría de la mente” y desarrollado en psicoanálisis por
Fonagy y otros. Se analiza el proyecto madre-hijo de Londres llevado a cabo por este
autor, en el que se correlacionaban los distintos grados de desarrollo del self reflexivo
de los padres con el tipo de apego desarrollado posteriormente por el hijo. La autora
sostiene que con el concepto de función reflexiva la seguridad afectiva adquiere un
sentido más amplio que el que surge de la teoría del apego: significa que el niño
considerará que su propio mundo mental y el del otro –el campo de las intenciones,
los deseos, las creencias- es un campo seguro de exploración.

Buena parte de este capítulo está dedicada al análisis del género como una dimensión
desde un principio indisoluble de la identidad. Aquí nos ofrece desarrollos que fueron
ampliamente elaborados en su obra anterior El feminismo espontáneo de la histeria.
Siguiendo el trabajo de Money, explica los conceptos de atribución de género, núcleo
de la identidad y rol de género. Alude al equívoco general en el campo del
psicoanálisis, al confundirse el amplio uso del concepto dentro de las ciencias sociales
con el concepto en sí, lo que llevó a pensar que no era un término útil para el estudio
de la subjetividad. Para la autora, desde que Money lo usó, el concepto hace alusión a
algo plenamente psicológico y subjetivo, algo que, tal como aporta Money con sus
investigaciones sobre los trastornos de género, tiene que ver con cómo se construye
el género en el individuo según la historia de relaciones intersubjetivas que lo han
marcado y que condicionan también el desarrollo de su sexualidad, como se muestra
en el concepto de atribución de género.

Siguiendo a Money, el núcleo de la identidad de género está constituido ya sobre el


año de edad, cuando el niño empieza a tener una representación de sí mismo y del
otro como pertenecientes a uno de los dos tipos de seres humanos –aunque aún sin
contar con los atributos físicos sexuales-. Y, a partir de ahí, en la etapa preedípica se
organiza también el ideal de género, prototipo que se toma como modelo al que tiende
a conformarse el yo, todo esto independientemente de la vivencia del conflicto edípico.

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En este marco, Dio Bleichmar introduce el concepto de identificación proyectiva de M.


Klein como origen de la noción de mecanismo intersubjetivo, por el que se inducen
estados emocionales y cognitivos en el otro. Los adultos proyectan sobre el niño sus
propios fantasmas sobre lo que significa ser mujer u hombre, fantasmas creados a
partir de su propia historia.

Enfatiza la autora que el género es normativo, en cuanto que los códigos de género
transmitidos, que hablan de lo que se espera de un varón o una mujer, funcionan
como ideales, como imperativos morales. En este sentido sostiene “Creo que somos
las mujeres las mejores exponentes de la naturaleza humana, es decir, ejemplos vivos
de la prevalencia del poder de la representación de género sobre la pulsión.” (p. 293),
aludiendo a cómo la sexualidad ha estado especialmente reprimida en la mujer porque
el imperativo de género femenino la ha considerado contraria a la feminidad, como se
muestra en los casos de histeria que Freud estudiaba en el siglo XIX. Efectivamente,
hay una doble moral, reglas distintas sobre la sexuación dependiendo del género al
que se pertenezca, que son reglas sociales, que se transmiten intersubjetivamente y
que son asumidas por la subjetividad en la historia de desarrollo de cada sujeto.

La última parte del capítulo está dedicada a la evaluación clínica del sistema narcisista
del niño. Esta evaluación pasa por:

- Los deseos. Deseo de ser deseado y, cuando esto se constituye, deseos de


exploración del mundo. Deseos de autoafirmación cuando el nacimiento del yo
provoca la entrada en el oposicionismo como forma de sentir su propio deseo.
Deseo de preferencia total frente al relegamiento ante hermanos o ante el otro
miembro de la pareja parental. En este sentido, la autora alerta sobre el equívoco
de considerar el conflicto edípico –celos- en términos de deseo erótico, cuando lo
que prevalece en esta etapa es la dimensión narcisista, el deseo de atención
preferencial.

- Las actividades narcisistas, como el juego. El modo, la calidad de la actividad de


juego que presente el niño es un buen indicativo de su estado de buen desarrollo –
si es compulsivo, si está presente. También son indicadores del equilibrio entre sus
motivaciones narcisistas y su apego, en la dialéctica entre el deseo de hacerlo todo
solo o la búsqueda de ayuda cuando la necesita.

La autora aporta claves que sirven para medir qué manifestaciones son normales y
cuáles pueden alertar de posibles problemas en cada edad. De este modo, un
oposicionismo normal a una edad más temprana ya no lo es cuando el niño es mayor
de 4 ó 5 años, manifestando entonces fallos en la regulación de las necesidades
narcisistas. Estos fallos tienen que ver con dificultades de los adultos para
relacionarse con la afirmación del infante, con el choque de dos sistemas narcisistas -
el de los padres y el del niño- que pueden desembocar en que el propio niño no
reconozca las necesidades del adulto, y llevar también a conflictos internos del niño
entre sus sistemas narcisista y de apego, o el de regulación de sus necesidades
fisiológicas, como se da en los trastornos de alimentación, del que la autora pone una
historia clínica como ejemplo.

Por último, dentro de la evaluación del sistema narcisista en el niño, expone cómo
cursan distintas modalidades de trastornos narcisistas tempranos –trastornos de
exaltación narcisista, depresión narcisista- las manifestaciones primeras de
desequilibrio y también ofrece claves terapéuticas para el tratamiento de estos
trastornos.

Capítulo 4. El sistema motivacional de la sensualidad-sexualidad

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Dio Bleichmar nos ofrece en este capítulo sus propias aportaciones elaboradas en su
obra La sexualidad femenina. De la niña a la mujer. Sostiene que las zonas erógenas
se han sobredimensionado en la teoría psicoanalítica como determinantes de la
sexualidad en relación con la poca importancia que se da a la relación con el adulto.
De ahí que hoy día haya que concebir la sexualidad temprana en una forma más
amplia que la concibió Freud.

Una diferencia principal se refiere a la distinción entre sensualidad y sexualidad,


aportación de Lichtenberg. El placer sensual es un motivo más poderoso y frecuente,
mientras el placer sexual es más intermitente, y las bases neurobiológicas de ambos
placeres son distintas, lo que la autora muestra con una detenida explicación. Lo
importante del concepto de sensualidad y su desarrollo es que viene a explicar el
origen del afecto de ternura, que está ausente en la teoría. La sensualidad de la díada
juega un papel en la constitución del vínculo de apego. La madre transmite un placer
de contacto al niño, y comienza a erogeneizar, a dotar su cuerpo de experiencias
sensoriales intensas que después éste intentará reproducir.

Enfatiza Dio Bleichmar que el autoerotismo, como todas las dimensiones auto del
sujeto, es un tiempo segundo a un primer tiempo de la experiencia en la relación con
el otro, que activa y estimula condiciones predeterminadas pero que necesitan de una
interacción real para desarrollarse. Concibe el autoerotismo no como algo simple, sino
compuesto de muchas dimensiones: tiene base biológica, evolución, se activa por
experiencia, el adulto tiene un papel en la estimulación o falta de ella, se articula con
otras motivaciones y capacidades, e incluso puede estar presente como mera
respuesta fisiológica sin contenido mental alguno.

La autora hace un seguimiento del caso el pequeño Hans de Freud, mostrando cuáles
de las propuestas freudianas se mantienen hoy día y cuáles han quedado superadas.
Le reconoce los méritos y virtudes de ser el primer intento de aplicar las explicaciones
psicoanalíticas directamente a un niño y mostrar directamente el pensamiento infantil
sobre la sexualidad, pero también muestra las insuficiencias de la teoría freudiana
clásica a la luz de los conocimientos actuales. Estas limitaciones fundamentalmente
se resumen en dos puntos:

1- Revisión del concepto de libido sexual como una pulsión de origen


exclusivamente endógena que sigue un orden de desarrollo lineal: oral, anal, fálico-
vinculado a las zonas erógenas del cuerpo en un proceso intrapsíquico. La
perspectiva intersubjetiva actual sitúa a la figura de apego como el agente que
estructura la respuesta sexual del infante, lo que ha permitido poner de relieve la
frecuencia e importancia de los abusos sexuales sufridos por los niños en la
familia.

2- La orientación androgénica de la concepción de la sexualidad infantil.

O sea, el historial del pequeño Hans muestra sólo los planteamientos del varón, no de
la niña, y tampoco muestra el papel de los adultos en las incertidumbres por las que
atraviesan los niños. La curiosidad sexual infantil, sostiene, surge de dos fuentes: el
escenario adulto y la estimulación y excitación sentida por el niño en la zona genital.
Se produce en dos tiempos. En el primer tiempo del desarrollo el niño vive el erotismo
de su cuerpo, pero carece de significado o comprensión de la naturaleza de esa
experiencia, es una experiencia erótica sin comprensión de su significado sexual. En
el segundo momento, de mayor dificultad para observar por el adulto, el niño descubre
la relación existente entre el placer y la función sexual. Es un tiempo de saber sobre el
coito sin experiencia del mismo, al contrario del primer tiempo. El niño desplegará una
fantasía sobre lo que según su mente que se desarrolla en la escena adulta y que
Freud consideró como una teoría infantil a la que llamó escena primaria.
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En cuanto al primer tiempo, en el caso del pequeño Hans se muestra la importancia


de lo anatómico, se observa el miembro sexual y se lo valora por su papel en la
micción, por lo que facilita de manejo, de experiencia lúdica al dirigir el chorro en la
orina, de erogeneidad en la experiencia habitual de turgencia, o sea, se valora un
atributo que permite un uso exhibicionista e instrumental con mayor control personal.
La valoración que se da al miembro redunda en una valoración del esquema corporal
y de la autoestima del yo. Para la autora, la expresión “envidia del pene” hoy día sólo
se puede mantener en este periodo en este sentido: el pene en cuanto a cosita de
hacer pipí, en cuanto a su significado uretral. Por tanto dos momentos, uno de la
diferencia anatómica de los sexos y otro en que el niño atribuye a la diferencia
anatómica el significado de los órganos genitales y su función en la sexualidad.

En la niña todo es diferente. Pero destaca la autora que en la valoración de la


diferencia no se ha resaltado suficientemente la ambigüedad valorativa a que está
expuesto el cuerpo y la desnudez femenina –esconderse para orinar mientras que en
otras situaciones, en que el varón está protegido en su vestimenta, mostrarse y
exhibirse. En la misma dirección de cuestionamiento de lo androcéntrico de la teoría,
otra puntualización que hace la autora se refiere a que, a partir del clásico de Freud,
se ha ejemplarizado de modo unilateral los pensamientos prelógicos, evolutivos, que
despliegan los varones sobre la diferencia de los sexos, y se ha otorgado poca o
ninguna importancia a las fantasías de los niños varones, prelógicas también, de ser
ellos madres. Hans muestra un hondo deseo de tener hijos, cuidarlos y ser mamá.
Posteriormente, se ve en la exigencia de elegir entre ser como una mujer y tener hijos
o como un hombre y tener pene, cuando se enfrenta a la irreductible diferencia entre
los sexos. Entonces alimenta su identidad de varón con los modelos a su alcance,
rechazando así toda idea que lo acerque al papel maternal. La causa de esto Freud la
veía en la ansiedad de castración por los temores incestuosos hacia la madre, pero
Dio Bleichmar se pregunta por qué la renuncia a la madre como pareja sexual conlleva
rechazar toda forma de atención y cuidado a los hijos. La única explicación, sostiene,
es que la feminidad/masculinidad, en términos dicotómicos y jerarquizados, no es
consecuencia de descubrir la diferencia anatómica en el papel reproductor de los
sexos, sino de la necesidad de afirmar una identidad de género.

Dio Bleichmar revisa la concepción de la escena primaria o teoría infantil sobre la


violencia sexual, enfatizando que la descripción que hace Freud es de un varón; en el
caso de la niña la concepción sádica del coito cobra más importancia ya que la
violencia doméstica se ejerce universalmente sobre las mujeres, sobre las madres y, si
a eso se añade la violencia que se observa en los medios de comunicación, la escena
primaria sádica parece una constante generalizada en la mente de las niñas en la
actualidad más que nunca.

La concepción de Melanie Klein de la escena primaria era atribuir al niño odio,


agresión, mientras que Dio Bleichmar sostiene que habría que pensar si no se trata
de miedo, de persecución. En concreto, la autora propone que el deseo en la niña está
mezclado con el temor, y la fantasía inconsciente muestra una mezcla de ambos ya
que, como Bleichmar señaló, en la fantasía lo temido adquiere carácter de certeza
tanto como lo deseado. En la niña, la parálisis, el sometimiento, la seducción en las
fantasías, no son sólo manifestaciones de deseo sino también de temor. Como en la
fantasía originaria, la niña es pasiva y padece violencia, la fantasmática masoquista es
para la autora la forma habitual en que se sexualiza la feminidad.

La sexualidad para la niña es doblemente amenazante, en tanto pulsión y en tanto


violencia a padecer. Para la autora, las tesis de Karen Horney siguen siendo válidas,
ya que el formato de sexualidad a que la niña se enfrenta no sólo la excita, sino que la
asusta. Propone que, a partir del temor que le inspira la escena sexual, la niña recurre
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al romanticismo y la mistificación, encubriendo la falta de control y la violencia con la


idealización del amor. Esto explica el papel fascinador que tiene para la mujer el amor
romántico.

Sostiene la tesis de que es la dimensión persecutoria, de violencia, lo que hace que la


niña reprima y entre en la latencia. Y que el fantasma o fantasía inconsciente de la
niña es conformado a partir de significados externos, preexistentes, que escinden las
representaciones de la feminidad por un lado en mujeres honradas, castas, y por otro
en la mujer fácil, prostituta, etc. A diferencia del varón, la niña asocia
inconscientemente el deseo con ansiedad persecutoria –todo lo malo que puede
recibir, las amenazas a nivel tanto de integridad física como para su autoimagen- y de
ahí que encuentre en la idealización del amor la máxima garantía para su narcisismo
de género y para su integridad corporal.

En cuanto al complejo de Edipo, la autora sostiene que no es sólo el sistema sexual el


que está en juego, sino que perturba otras necesidades y motivaciones, como el
narcisismo y el apego. En el análisis que hace Freud del pequeño Hans no se resalta
el comportamiento perturbador del adulto, Freud no considera que los padres tengan
un papel con sus propias actitudes en la generación de síntomas, porque su visión era
que la emergencia de los deseos desde el interior del sujeto eran la causa única e
inevitable de la neurosis infantil. Frente a lo prefijado por la biología, y frente a la
sexualidad como único sistema motivacional en las tesis freudianas, la autora
propone, en primer lugar, que la situación edípica supone un conflicto en el que está
implicado más de un sistema motivacional y, en segundo lugar, que los padres tienen
un importante papel como elementos externos que pueden ser perturbadores y llevar
al niño al conflicto. El adulto, dice la autora, se halla atravesado por su propio
inconsciente y su propia sexualidad reprimida entra en juego, como se observa en la
actitud de la madre de Hans.

Dio Bleichmar plantea repensar lo que el mito de Edipo revela sobre universales
humanos, el mito como instaurador del tabú del incesto, en el que los niños aprenden
que han de rehusar a la intimidad sexual con los padres. Para ella, lo que el mito pone
de relieve es la frecuencia del conflicto de los adultos y las evidencias actuales del uso
de los niños para prácticas sexuales adultas. Por tanto, cuando aparece exacerbación
del erotismo en los niños, la autora plantea que lo primero es cuestionarse si hay
participación consciente o inconsciente del adulto en esos comportamientos. El
exceso de estimulación en el niño puede aparecer como conductas compulsivas,
porque lo que se le impone al niño excede lo que su psiquismo puede organizar y
asumir, por tanto hay que plantearse y descartar en primer lugar si hay algún tipo de
abuso.

Pero también puede haber una influencia externa que no consista en abuso sexual. La
autora plantea lo que desarrolló en su trabajo “Los efectos de la mirada sexual del
adulto sobre la subjetividad de la niña”: que hay una seducción que se ejerce sobre la
niña cuando ella, por un lado, está inmadura para responder sexualmente pero, por
otro, comprende plenamente el carácter sexual del comportamiento masculino. Ocurre
sobre todo en el campo de la mirada. La mirada del adulto varón, generalmente de la
familia, inaugura para la niña el saber que su propio cuerpo es capaz de provocar
placer, incitación. Es una situación que no está vinculada a conductas de cuidado
corporal, como ocurría en la relación con la madre, y el carácter que tiene es desde un
principio enteramente sexual. En este tiempo, tanto el padre como la niña son
conscientes de la experiencia. “Para la niña, la experiencia de la mirada seductora ha
implantado en su subjetividad una codificación de su cuerpo que la acompañará gran
parte de su vida: su cuerpo tiene un carácter provocador” (p. 373). Pero lo traumático
para ella es que, si bien es una experiencia inicialmente pasiva, su mente la codifica
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como un acto activo y deja sentimientos de culpa y vergüenza. No se trata de un


impulso que puede controlar sino de una identidad que produce malestar, relacionada
con su propio cuerpo. “La provocación de la niña se funda en un atributo, no en una
intencionalidad ni en un deseo.” (p. 374). La niña cree que su padre ha sucumbido a
su seducción, capta la complicidad de éste y sabe que está prohibida, es un saber
compartido con el padre a escondidas de la madre. Sabe que ambos son
transgresores, pero sólo se culpabiliza a sí misma.

Ahora bien, para la autora, la niña no sólo se culpabiliza ella sino que es culpabilizada
al estar en un medio social en que las mujeres están siempre siendo miradas,
observadas, en todos los medios. La niña acaba implantando dentro esa mirada, que
se convierte en un objeto interno, unos ojos que la miran incluso cuando está sola,
que tiene un contenido a la vez excitante y persecutorio. La niña, por tanto, debe de
negar el significado sexual de la mirada o reprimir, no mirar, pero de cualquier modo
no puede liberarse de seducir.

En resumen, Dio Bleichmar plantea que, dadas las características de cómo se


construye el significado sexual en la niña, existe toda una gama de fantasías de
seducción relacionadas con el carácter exógeno de la estructuración de la sexualidad
humana y los diferentes grados de hiperestimulación a la que pueden haber sido
sometidas, terminando con los casos de claro abuso sexual. Tras la aportación de un
caso clínico de una niña con perturbaciones en el área de la sexualidad, la autora
ofrece indicadores de la hiperestimulación o abuso sexual para usar en la clínica, así
como criterios para valorar la verosimilitud del relato presentado por el niño sobre el
posible abuso.

A continuación, hace una revisión del concepto de histeria. Siguiendo los desarrollos
que planteó anteriormente en su obra El feminismo espontáneo de la histeria, explica
la conversión como un mecanismo de vinculación entre dos tipos de conjuntos de
representaciones, la anatómica y fisiológica por un lado y la que escenifica al sujeto en
temas de agresividad, narcisismo, sexualidad, etc. Plantea cuatro mecanismos
básicos por los que se puede producir un síntoma conversivo: simbolización,
identificación con el otro, identificación con un recurso del otro y beneficio secundario
exclusivamente.

Cuestiona que en psicoanálisis se haya equiparado la fijación a la etapa genital infantil


del desarrollo psicosexual y la histeria en el caso de las niñas. Para la autora, aun
considerando que los deseos son múltiples cuando el psiquismo va desarrollándose,
las necesidades de protección y afectiva siguen vigentes incluso en la etapa edípica,
así como los demás sistemas motivacionales, y dando primacía a la sexualidad se
corre el riesgo de profundizar en su ambivalencia con la madre en un momento en que
lo más importante puede ser potenciar la cercanía afectiva.

Sostiene que, desde el enfoque modular del psiquismo, es necesaria una


reconstrucción de la categoría “búsqueda de atención”, que en el psicoanálisis
siempre ha sido interpretada como vinculada a motivaciones edípicas, libidinales,
sexuales, mientras en el conductismo es una manipulación del adulto que éste debe
evitar para desensibilizar. La búsqueda de atención, sobre todo en los niños dado su
desarrollo evolutivo, puede responder primero a la necesidad de mantener la
proximidad con la figura de apego, así como de reconocimiento narcisista, o de
restablecimiento del equilibrio emocional. Buscar la atención admite una pluralidad de
significados y se halla vinculado a distintas fuentes motivacionales que necesitan ser
reconocidas en su especificidad.

Sin embargo, la autora sí considera que puede haber una especificidad en la


búsqueda de atención para cada motivación implicada, y en la clínica hay señales que
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avisan de una motivación sexual en ello. Ante la frecuencia del abuso sexual,
especialmente en las niñas, propone que en casos de comportamientos indicadores
como coqueteo excesivo, masturbación compulsiva, interés inusitado en temas
sexuales, etc., es conveniente atender a la posible participación consciente o
inconsciente de padres, hermanos varones, no atribuir directamente la génesis a la
madre, que es lo que tradicionalmente se ha hecho en psicoanálisis.

La autora revisa el caso publicado por Borstein en el 46 sobre una niña de 8 años. A
partir del estudio de este caso, obtiene cuatro consecuencias que creo interesante
referir porque pueden ser generalizables:

1) Por el abuso, queda imposibilitada la tramitación de los deseos incestuosos por


medio de la represión del complejo de Edipo. Se da una fijación a las demandas
incestuosas, la niña queda presa de una necesidad compulsiva de reencontrarlas.

2) Al dominar los deseos incestuosos, la niña tiende a utilizar los comportamientos de


seducción para la búsqueda de satisfacción de otras motivaciones como apego,
reconocimiento narcisista y regulación emocional.

3) Llegará un momento en que la gratificación incestuosa se inscriba en su psiquismo


como una de las máximas transgresiones y el sentimiento de culpa y vergüenza se
instalará en ella, con el riesgo de que busque castigo en relaciones compulsivas
perjudiciales para su narcisismo, a lo que pude unirse la inculpación externa del
abusador y entonces los sentimientos de culpa podrán ser insoportables.

4) Tanto la necesidad de gratificación sexual como los sentimientos de culpa separan


a la niña de la madre, perdiéndola como figura de apego con la que poder contar. Este
distanciamiento hostil le hará sentirse aun más necesitada de apego, afecto y
protección, que al no poder recibirlo de ella la lanza aún más a la búsqueda de
proximidad sexual con hombres.

El trauma sexual, sostiene, es uno de los más severos porque afecta a la víctima en la
totalidad de las relaciones interpersonales con sus figuras de apego. Hay una
diferencia en la vivencia subjetiva si ocurre por alguien ajeno a la familia o
perteneciente a ella. Si es extrafamiliar tiene similitudes con el resto de los casos de
síndrome postraumático. En el caso de que sea intrafamiliar, al ser el sistema de
apego activado con situaciones de estrés, dolor o miedo, se crean las bases para la
disociación. Los niños se atribuyen culpabilidad, se idealiza al objeto persecutorio, se
proyecta la culpa sobre la madre y se tiende a falsificar el juicio sobre la experiencia.
Entonces, el cuadro de síntomas se aparta del síndrome postraumático y se asimila a
los cuadros de histeria disociativa, con trastornos cognitivos, emocionales, somáticos
e interpersonales.

La autora describe las características del juego postraumático y aporta una lista de
criterios de evaluación del abuso sexual, así como de criterios para evaluar lo
verdadero del discurso del abuso sexual. Por último, aborda el tratamiento del trauma
sexual, exponiendo las consecuencias intrapsíquicas para la víctima, las diferencias
en los casos de varones y niñas y los efectos para la familia. Plantea qué tipo de
actitud, de escucha y de niveles de actuación son aconsejables para la terapia de
estos casos. Especialmente analiza la vivencia de la culpa cuando la niña ha vivido
excitación sexual; la relación con el abusador y la confusión que se produce frente a lo
que ella sabe y lo que los demás saben; la relación con el objeto protector –la madre-
y las dificultades contratransferenciales que surgen en el trabajo con estos casos.

Capítulo 5. La clínica infantil: clínica de la relación de padres e hijos

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Dio Bleichmar diferencia el enfoque vincular que ella plantea del de la terapia familiar
o de pareja, ya que en su propuesta no se considera a la familia como un todo, se
caracteriza por poner el foco en la relación entre los padres y el niño. Al considerar el
analista la relación como su paciente, se evitan problemas comunes en el
psicoanálisis infantil como que los padres se sienten excluidos o ajenos a la terapia.
Los terapeutas -dice- nos hallamos situados imaginariamente en el lugar de un padre
o una madre con más experiencia o capacidad que los reales, pero esto puede
despertar en los padres todo tipo de angustias, constituyendo su transferencia, de ahí
que sea importante el poder situarse en el papel de padres comprensivos que saben,
sin reproches, ayudar a crear las condiciones para llevar la situación bloqueada a una
mayor apertura. La alianza terapéutica radica en no dejar a los padres fuera del
proceso sino, que por el contrario, participen activamente en el mismo.

A lo largo de este capítulo, la autora va delineando las características de la técnica del


tratamiento vincular. En cuanto a la primera entrevista, sostiene que el formato debe
ser variable, dependiendo de la edad y el motivo de consulta, lo que pone como un
ejemplo más de la diversidad en el método diagnóstico de acuerdo a la especificidad
del caso.

Dio Bleichmar va exponiendo los puntos importantes a tener en cuenta al recoger la


historia evolutiva en la entrevista con los padres, esta última no planteada como
diferente del formato tradicional pero variando en cuanto a la multiplicidad de registros
en que puede clasificarse y codificarse la información. Se trata, dice, de recoger el
relato espontáneo de los padres sobre los problemas de sus hijos para ver el vínculo
que tiene cada uno de ellos con el niño.

La orientación de la investigación se centra en recoger datos que puedan dar un


esquema del vínculo afectivo, comienzo, evolución y estado actual, entendiendo por
vínculo afectivo la totalidad de la relación, no sólo el sistema de apego, sino el
conjunto de sistemas motivacionales del niño y los padres. Resalta la importancia de
percatarse de si los padres tienen función reflexiva, si por sí solos pueden establecer
relaciones entre los sucesos acaecidos y los problemas del niño. Otro punto de
importancia en la reconstrucción de los hechos vividos y su interpretación es la
confrontación entre la memoria declarativa y la episódica –hasta qué punto las
interpretaciones establecidas, los significados generales, pueden ejemplificarse con
anécdotas ilustrativas.

En cuanto a la información sobre las etapas de la libido, aunque se tenga en cuenta,


resalta la autora que en la actualidad no sólo interesa el cuerpo erógeno, el placer
oral, anal… sino cómo se constituyó con relación al contacto corporal y a la mirada
placentera de la madre y del padre. También interesa el cuerpo neurovegetativo –las
emociones, la ansiedad, así como saber cómo se ha valorado la masculinidad o
feminidad por los padres, cómo ha determinado esto el narcisismo de su identidad de
género. En resumen, la escucha se amplía, ya que no todo se limita al sistema sexual
o a la polaridad amor-odio.

Sostiene Dio Bleichmar que interesa saber cómo se produce el traspaso de lo que
comenzó siendo relacional a lo intrasubjetivo. Captar las fantasías a partir de las
cuales la madre ha dado significado a los acontecimientos de la crianza. Recoger qué
tipo de encuentro se produce entre padres e hijos, qué afectos prevalecen, los apoyos
y colaboración con que contaba la pareja madre/hijo para su buen curso. Plantea la
autora que la consulta terapéutica debería cumplir la función de proporcionar, sobre
todo a la madre, parte del apoyo que necesita. Para esto es necesario transmitirle a la
pareja una comprensión genuina de lo difícil que resulta ser padres y ofrecerles
instrumentos de ayuda.

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Señala la importancia de saber cómo es el padre, si tradicional, en transición o


emancipado, así como saber también las expectativas que tenían los padres ante el
sexo-género del hijo, y cómo lo vivencian. Y hacer una inmersión en la cotidianeidad
del niño, como Aberasturi proponía.

En cuanto al rol del terapeuta, considera que su actitud ha de ser la de formar un


equipo con los padres ante un mismo problema. En la medida en que se detecta la
demanda parental inconsciente, el terapeuta se posiciona por un lado asumiendo
dicha demanda parcialmente para favorecer la alianza terapéutica, y tomando un rol
suplementario al de los padres si estos necesitan de una figura protectora.

La autora plantea la importancia de tener en cuenta la diferencia entre la historia


relatada y la actuada, ya que lo preverbal no se transforma en simbolización
automática ni globalmente. Por eso insiste en que en el relato que ofrecen los padres
no obtendremos toda la información que necesitamos. Estos datos sólo los
obtendremos en las entrevistas diádicas o en la visión de la familia en conjunto, donde
podemos observar directamente las formas de estar-con, los estados afectivos, los
modos de contactar que se producen fuera del control consciente.

En su análisis de las sesiones conjuntas, la autora se detiene en la descripción del


funcionamiento de las neuronas espejo de cara a procesos de identificación. Su
objetivo es explicar que hay representaciones que funcionan en la interacción, que son
formas de ser que surgen al estar con otro, representaciones relacionales que
funcionan como formas de acción-reacción y no llegan a simbolizarse. Es sólo en las
entrevistas vinculares cuando se tiene acceso a los microcomponentes de la
interacción, que hoy día se considera la principal fuente de la fantasía inconsciente,
frente a la visión clásica que la hacía surgir de las fuerzas pulsionales internas.
Además, el saber actuado evoluciona y cambia por sí mismo, no se basa en la
traducción a nivel simbólico para su transformación, lo que da lugar a una ampliación
de la teoría del cambio terapéutico, no basada ya sólo en la puesta en palabras de los
procesos inconscientes sino en la directa transformación de lo inconsciente por medio
de nuevas experiencias intersubjetivas.

Dio Bleichmar plantea diferenciar entre motivaciones y capacidades para la


parentalidad, en el primer caso se trata de instalar funciones o tratar conflictos, en el
segundo de aportar información. La autora propone evaluar las capacidades
parentales, para lo cual plantea la necesidad de refinar el concepto de “sensibilidad
maternal”, o de nociones como contención o sostén, con el fin de ampliar los registros
a detectar. Su propuesta es responder una pregunta clave: ¿qué sistemas
motivacionales entran en conflicto en hombres y mujeres que no pueden desear los
placeres de la maternidad y paternidad convirtiéndose éstos en una fuente de continuo
agobio y frustración? Y plantea agrupar las capacidades de parentalización de
acuerdo a los sistemas motivacionales. En esta línea, parte de dos posibilidades: a)
que la capacidad no se haya desarrollado y estamos ante un déficit de constitución, o
b) que las capacidades estén atrapadas por motivaciones en conflicto y por tanto se
realicen de forma crispada, con ansiedad y malestar. En este punto, la autora ofrece
un cuadro descriptivo de las capacidades de parentalización, que supone un
verdadero microanálisis de lo que a veces se engloba como apego o sensibilidad
materna, descomponiendo estos constructos en elementos múltiples diversos que se
clasifican según las áreas motivacionales de padres e hijos. Un objetivo del
tratamiento es poner a los padres como agentes terapéuticos naturales de sus hijos,
tras haber adquirido las herramientas necesarias.

Dio Bleichmar se detiene en el análisis de la diferencia entre las funciones materna y


paterna. Frente a las teorías clásicas como las de Lacan, propone las actuales

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basadas en investigaciones empíricas que muestran que los infantes desarrollan


vínculos de apego diferenciados con ambos padres, que se estructuran
simultáneamente. Esto significa que el patrón edípico tradicional queda modificado, ya
que el proceso de triangularización empieza casi a la vez que el de la díada, el niño
puede pronto sentirse excluido en ámbitos que son diferentes al sexual, como es el
grado de atención. Se concluye de aquí que el descubrimiento de la intimidad sexual
de los padres, aun teniendo importancia en sí mismo, no tiene la hegemonía que
antes se pensaba para el psiquismo.

A continuación, la autora aborda el tema de la transferencia en la clínica infantil y


juvenil. Aboga por tener en cuenta la pluralidad de factores presentes y cambiantes
que constituyen la relación terapéutica, y cita la aportación de Sandler y otros que
distinguen cuatro subtipos de relación del paciente con el analista: la de modalidades
habituales de relacionarse, la de las relaciones actuales, la de experiencias pasadas y
la neurosis de transferencia. A partir de aquí, relata la discusión entre Melanie Klein y
Anna Freud en la que ésta última sostenía que el niño tenía relaciones actuales
importantes con los padres y su superyó estaba inmaduro, por lo que hacía falta un
trabajo con aquéllos, no sólo con el mundo interno del niño. La postura de la autora es
que, además de coincidir con este último planteamiento, la figura del terapeuta es la
de otro adulto nuevo, distinto de los otros significativos de su entorno, que introduce
una interacción diferente que genera una línea de desarrollo diferente.

De ahí que la autora considere importante saber si el comportamiento del niño con el
terapeuta es similar al que tiene con los padres. Si no es así, es un indicador de que la
relación es distinta y está introduciendo un factor de interacción e intersubjetividad
nuevo que, junto con la interpretación de los aspectos transferenciales generará
procesos de cambio. Aquí lo importante es deconstruir en distintos componentes de
sistemas motivacionales lo que el niño transfiere o no al analista de sus objetos,
porque éstos no son sólo “buenos” o “malos”, sino complejos. En conclusión, el niño
tiende a repetir pero también a crear relaciones nuevas, y el analista funciona en un
doble rol, el de servir de base para la transferencia y el de aportar una nueva relación
que sea factor de cambio.

Respecto al tema de la transferencia, Dio Bleichmar alerta contra el excesivo peso que
se le ha dado para la comprensión del proceso, como era propio de la técnica
kleiniana. Especial importancia da a la transferencia de los padres, siempre presente
en el vínculo terapéutico, y a la necesidad de tenerla en cuenta para evitar que se
convierta en un obstáculo a la cura. Cambiar el foco del niño a la relación en la terapia
incluye tener en cuenta e intervenir sobre la transferencia parental.

La autora revisa el debate entre Anna Freud y Melanie Klein, en el que la primera
sostenía que la función en el tratamiento con niños era doble: trabajo con el mundo
interno y trabajo educacional, mientras Klein se opuso a esto al considerar
incompatible ambas posturas. Su posición es que hoy día los nuevos planteamientos
sobre el inconsciente no constituido, sobre los trastornos por déficit y sobre el
desarrollo infantil a partir de la intersubjetividad parental no permiten seguir
sosteniendo la posición de Klein, por el contrario hay fundamentos para apoyar a la
orientación terapéutica que potencia el desarrollo. Sería antiterapéutico, sostiene, que
el terapeuta no se involucrase en situaciones externas perturbadoras -abuso,
divorcios, etc.- en las cuales el factor traumático es fuerte, que no se comprometiera
activamente con la realidad externa del paciente.

El interrogante que surge ante esto es ¿qué efectos tiene sobre la transferencia y la
contratransferencia? Para Dio Bleichmar, el problema ha sido equiparar el trabajo con
niños al trabajo con adultos, como hizo Klein. Cuando se trabaja con niños, si el

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terapeuta evita todo papel de autoridad y es neutral y abstinente, esto se vive por el
niño como distancia emocional. La autora sostiene que el terapeuta no debe esperar
que se generen en la mente del niño espontáneamente las formas reparatorias, sino
proveerlas, plantea una actitud activa.

El siguiente punto analizado es la contratransferencia. Hoy día el concepto de


contratransferencia se ha ampliado con la introducción de la escuela intersubjetiva. Ni
la transferencia ni la contratransferencia se ven con fenómenos individuales, sino
resultantes de un encuentro en la intersubjetividad. El analista debe ser capaz de
disociarse, de desarrollar un yo observador que observa una pareja en interacción.
Esta perspectiva amplía y complejiza la contratransferencia del analista de niños.
Siguiendo a Racker, la autora plantea que ésta se presenta en dos modalidades, la
primera es la contratransferencia concordante –identificación con aspectos del
paciente, sentir sus angustias, etc., pero con el riesgo de que paciente y analista sean
lo mismo-; la segunda es la contratransferencia suplementaria –tomar lo que está
ausente en el paciente. Para la autora, la actitud analítica frente a la
contratransferencia concordante es preguntarse por qué se reactiva ésta y salir de la
identificación, mientras que ante la complementaria es trabajar con el paciente lo que
esté delegado, depositado en el terapeuta (como es el caso de adolescentes con
conductas de riesgo que preocupan al terapeuta). Sin embargo, Dio Bleichmar
considera que debemos agregar diferentes capacidades del analista para la práctica
eficaz, y aporta un listado de ellas.

A continuación, la autora se centra en la técnica del juego. Empieza describiendo qué


es el juego: actividad que forja capacidades para el desarrollo, actividad placentera
particular, el placer de ser causa de lo que sucede, actividad espontánea y
autogenerada, voluntaria, a partir de una motivación interna. Lo real se asimila a los
caprichos del sujeto, sus deseos son ley, por lo que produce capacidad de ensayo y
dominio de la realidad. Para Dio Bleichmar, es sobre todo la motivación narcisista la
que está implicada.

Clasifica los diversos tipos de juego en tres grandes clases: juego funcional, simbólico
y de reglas. El juego funcional es fundamentalmente narcisista porque se trata de una
expansión, un dominio que se logra, sea con el cuerpo o con la mente. Especialmente
se detiene en la explicación de los procesos mentales implicados en el juego
simbólico, la capacidad de desacoplar la representación que designa a un objeto o
cosa y hacerla funcionar como representando otra, proceso por el que se instituye el
inconsciente dinámico, repleto de símbolos de producción individual. El juego
simbólico es medio de expresión de realidades subjetivas a través de símbolos,
transforma lo vivido pasivamente en activo. Es afirmación del yo, también tiene valor
narcisista. El juego simbólico es similar al sueño en eso, pero diferente en que
funciona más como equilibrador de las ansiedades infantiles, el niño se sale con la
suya, puede invertir los términos con facilidad (excepto en el juego traumático). Por
último, el juego de reglas, en que la regla es producto de la elaboración grupal y se
incorpora la dimensión competitiva.

Dio Bleichmar considera que gran parte de las funciones que se han descrito quedan
comprendidas desde la perspectiva narcisista, porque el niño siempre logrará una
afirmación o restablecimiento del equilibrio de la representación del sí mismo. El juego
es realización de deseos, control imaginario sobre la realidad, liberador de conflictos,
intento de comprensión de experiencias vividas.

Por último, se abordan las dimensiones de la hora de juego en terapia y son


señaladas diversas funciones. Una dimensión evolutiva, por la que se puede evaluar
el nivel de desarrollo de diversas competencias del niño; una dimensión interpersonal,

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porque con el juego el niño se sitúa en relación al terapeuta y se pueden explorar


aspectos de la relación; y una dimensión psicoanalítica. En cuanto a esta última, la
autora enfatiza la importancia de registrar la secuencia lúdica, no tomar la actividad
globalmente sino en su carácter secuencial, enlazada en una serie dentro del proceso
de la relación. El juego sirve como prueba proyectiva, y esto significa que existe una
cierta fijeza o capacidad restringida del símbolo para la asociación libre o individual.
Ahora bien, para llegar a la decodificación precisa hay que estar atentos a la
secuencia y a la totalidad del material que aparece, incluida la información adicional
sobre su vida que podamos manejar.

A la luz de la visión modular y relacional del psicoanálisis también se modifica la


concepción de la hora de juego. Sigue siendo vía regia para el inconsciente como
decía Melanie Klein, pero hay que tener en cuenta las limitaciones como la polisemia
de los símbolos y la carencia de información pertinente sobre la vida del niño. Ante
esto, es importante el conocimiento de la vida cotidiana del niño fuera de consulta,
para evitar largos periodos de sesiones dedicadas a descubrir el significado
enigmático de un juego.

En cuanto al análisis del juego, la autora propone ver cómo se articulan en éste los
distintos sistemas motivacionales, examinarlo como sobredeterminado, pero además
en su encadenamiento secuencial como reacciones del propio psiquismo ante el
impacto que un sistema motivacional impone a los demás. De modo que los distintos
momentos del juego pueden aportar información sobre: a) sinergias y antagonismos
entre sistemas motivacionales, b) tipos de vínculo con el terapeuta, c) deseos y
reacciones del superyó ante los deseos.

Capítulo 6. Acción terapéutica

¿Cómo entendemos el proceso de cambio? Ante esta pregunta, Dio Bleichmar


propone centrarnos en el encuentro o desencuentro de los sistemas motivacionales de
padres e hijos como una llave que permite trabajar con continua articulación entre
factores intrapsíquicos e interpersonales.

La autora plantea que hay distintos enfoques terapéuticos que varían en función de
dos aspectos: la teoría sobre la que se basan y el puerto de entrada para conseguir
los objetivos. Para un sector, la clave es la modificación de las representaciones
parentales, como puerto de entrada y como objetivo terapéutico. Otro grupo de
autores considera que la terapia debe centrarse en las conductas interactivas
manifiestas, no sólo en la conducta de la madre sino también en la relación entre la
madre y el infante.

Frente a los distintos enfoques terapéuticos que plantean teorías sobre el cambio y
técnicas para conseguirlo, Dio Bleichmar sostiene que los nuevos paradigmas de
modularidad de la mente, los distintos tipos de memoria y el origen interactivo de la
subjetividad, exigen un planteamiento del desarrollo y la psicopatología en términos
relacionales, lo que lleva a desarrollar lo enfoques terapéuticos que toman en cuenta a
padres e hijos.

Analizando la terapia de padres e hijos desde el enfoque modular transformacional


resulta que el foco inicial es identificar el sistema motivacional principalmente
desregulado.

Se comienza siempre por los problemas del niño –lo contrario en el caso de bebés-.
Se parte del planteamiento de una alianza terapéutica en la que formamos un equipo
de tres adultos que tratan de entender qué siente el niño. Para la autora, cuando
notamos resistencias en la relación con los padres es porque no estamos identificando
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adecuadamente los sistemas motivacionales desajustados y nuestra actitud o


intervenciones no tienen peso motivacional, no les calma la angustia, y se duplica con
nosotros el malestar que sienten con sus hijos. Se trata de enfocar las resistencias
como indicadores de malestar en la relación, esto contribuye a disminuir la
interrupción de la consulta.

Plantea utilizar las manifestaciones de neurosis de transferencia del niño en el trabajo


con los padres. Al reconocer en las quejas de los padres con sus hijos las mismas
dificultades que se nos presentan a nosotros con el niño, evitamos posicionarnos
como modelo o figura idealizada que al mismo tiempo los persigue.

Plantea también utilizar la información parental para comprender el hermetismo del


juego. Si el simbolismo expresa contenidos relativos a la relación terapéutica podemos
tener acceso a la comprensión por la secuencia y por la contratransferencia, pero
cuando el juego o dibujo son medios de expresión o de tramitación de conflictos con
familiares y amigos y el niño no nos puede dar ninguna pista, la información obtenida
a través de los padres agiliza la labor.

En resumen, los principios terapéuticos propuestos por la autora son:

- Una técnica activa y participativa: espontaneidad, autenticidad, disponibilidad.

- Un encuadre variable, que responde a la especificidad psicopatológica y terapéutica.


Sí se mantiene la visión del encuadre como capaz de crear condiciones para la
terapia, la suspensión temporaria de la realidad adaptativa que permite crear un
espacio de reflexión.

- La pregunta sobre qué hace cambiar en el tratamiento de niños está insertada en el


debate actual en torno a en qué se basan los procesos de cambio en el psicoanálisis a
nivel general, bien en la aportación de la nueva relación o bien en el aumento de
autoconciencia por la interpretación. Para la autora, la clave radica en la diferente
concepción del mundo interno. Hoy se piensa como precipitado de relaciones
interpersonales reales, a las que el niño ha dado un significado propio que tenemos
que descubrir, para lo que nos valemos de la relación real que tiene con sus padres y
de la que establece con nosotros, que puede ser isomórfica o no a aquella. Si lo es,
hablamos de transferencia.

- Los instrumentos de cambio se amplían, se considera que la analista codetermina el


proceso porque participa de diversas formas en promover la comunicación y
transformación, su técnica es activa.

- En cuanto al papel del insight, ¿se puede esperar que en los niños el insight sea
objetivo o esto debería de ser una tendencia a desarrollar en los padres? La autora
piensa que, si bien establecer conexiones entre vivencias, sentimientos y conducta es
eficaz durante el proceso terapéutico, esta tarea no pasa a ser una motivación para el
niño, éste no se muestra dispuesto por sí mismo a un trabajo de introspección sino
que ésta es labor del terapeuta. Son los padres quienes pueden estar en mejores
condiciones para poner a prueba los beneficios de insight personal para comprender
mejor los procesos psíquicos de sus hijos.

Dio Bleichmar aborda la diferencia entre la psicopatología del conflicto y del desarrollo,
entre conflicto y déficit. Para la autora, cuando el trastorno deriva de la inhibición de
procesos psíquicos el cambio se consigue de forma diferente de los casos en que se
basa en la represión y distorsión defensiva. Cuando hay déficit es necesario identificar
claramente cuál es el sistema motivacional deficitario que ha creado una falla y
carencia de representaciones y contenidos mentales, pero también de procesos
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cognitivos. Entonces el planteamiento es tanto la implantación y desarrollo de la


capacidad en el niño como en los padres. Pero sostiene que nunca un trastorno por
déficit es puro y sin conflicto adicional alguno, sino que los déficits generan reacciones
para compensar o renegar, o sea procesos defensivos.

La técnica del psicoanálisis clásico para trabajar con los conflictos consistía en:
integrar contenidos rechazados, elaborarlos trabajando las ansiedades y defensas
para que se construyan nuevas herramientas, recomponer las representaciones de sí
mismo y los otros y provocar nuevas representaciones del sí mismo y los otros. En
cambio, en los trastornos por déficit nos encontramos con procesos mentales
ausentes. Se trata, entonces, de activar y producir capacidades que no se habían
implantado o desarrollado, lo que algunos autores llaman terapias del desarrollo.

Todo esto lleva a la autora de nuevo al debate entre Anna Freud y Melanie Klein en
cuanto a la disparidad o identidad entre el psicoanálisis de niños y el de adultos. Su
posición frente a ese debate es que ambas teorías ponían de manifiesto aspectos
esenciales del psicoanálisis infantil. Es verdad, como decía Klein, que el juego nos
introduce en la mente del niño, pero Anna Freud también tenía razón cuando decía
que las ansiedades y deseos del niño estaban vinculados a la relación real y actual
con los padres. El punto central que fundamenta la técnica del trabajo conjunto con los
padres es que existe una gran proporción del sufrimiento infantil que tiene que ver con
el disgusto, el rechazo y el desacuerdo que los padres tienen con el niño y no con algo
imaginado, producto exclusivo de las pulsiones y conflictos proyectados por el niño
sobre ellos.

Por último, la autora señala un cambio en lo que se ponía como foco en la tradición
psicoanalítica. La evaluación de la terapia se ha centrado siempre en el análisis de la
actividad desarrollada por el niño en la sesión, otorgando gran importancia a los
aspectos no verbales del aquí y ahora conmigo. Ahora bien, en la medida en que se
sabe que una parte importante de la acción terapéutica tiene lugar a partir de la
relación, se comienza a poner atención en la complejidad de lo que tiene lugar en
cada momento de encuentro o desencuentro. El esfuerzo ahora está puesto en una
suerte de desplazamiento de la clínica a la microclínica, al estudio del momento a
momento preconizado por los autores del Grupo de Boston.

 
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Lo femenino. Transformaciones e interfases.

¿Quo vadis? El futuro del psicoanálisis

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