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HISTORIA DE LA SEMANA SANTA

La Semana Santa es una vivencia comunitaria e íntima que se desarrolla en el país desde la llegada de los españoles y la cristianización
de las sociedades prehispánicas. En el siglo XVI, tanto las órdenes religiosas como los primeros obispos y doctrineros, en sus templos
o en sus misiones, al esforzarse por enseñar a los indígenas los principios doctrinales utilizaron las representaciones sobre el
sacrificio de Jesús –relatos, cánticos y procesiones– como un elemento para afirmar su incorporación a la comunidad cristiana
universal.

Establecida sólidamente la sociedad colonial, las fiestas de Semana Santa involucraron a todos los habitantes de las ciudades y del
campo. Se vivía con especial devoción el tiempo previo de preparación, así como el Domingo de Ramos, que era objeto de pomposos
oficios en las iglesias, llevando las familias sus ramos de olivo para la bendición de las palmas y recreándose la llegada del Señor a
Jerusalén. En Lima, a fines del siglo XVII, Jesús llegaba en un borrico de madera desde la Capilla de la Santa Cruz del Baratillo –
actualmente el Mercado del Baratillo, en el Rímac–, mientras en el interior del país, llegaba en un borrico vivo, provocando una gran
agitación y fervor en las parroquias. A veces el animal iba acompañado por un pollino, siendo ambos alimentados y cuidados con
esmero todo el año para esta tarea importante.

Los jueves y viernes santos, en los templos o en sus exteriores, se escenificaba la vida, pasión y muerte de Jesús. Había
escenificaciones curiosas, como en San Francisco de Lima donde se representaba el Paso de la Cena y, según Manuel Atanasio
Fuentes, la gente se arremolinaba para ver a Judas Iscariote con la cara encendida producto de un ají colorado que se le ponía en la
boca. Esa noche de Jueves Santo salían de los templos diversas procesiones, recordando el Vía Crucis, siendo los judíos
representados por figurones repulsivos de madera que en el camino eran atacados y maltratados por la gente. En Viernes Santo era
popular, a fines del siglo XVIII, el Sermón de las Tres Horas, composición de las Siete Palabras hecha en Lima por el jesuita Alonso de
Messía un siglo atrás y que se extendió por todo el orbe católico. En diversos templos del país se producían luego escenas de la
crucifixión y el descenso, con gran dolor de la feligresía, la que se quedaba luego esperando, hasta entrada la noche, la procesión
del Santo Sepulcro.

En Lima esta procesión era famosa, encargada a la noble Archicofradía de la Veracruz. Salía del templo de La Merced en un desfile
de autoridades civiles y eclesiásticas y un despliegue de incienso, estandartes, casullas y diversos ornamentos. Los vecinos colocaban
delante de sus casas velones de sebo dentro de latas para iluminar la ciudad hasta la diez de la noche en que la procesión pasara
por sus calles, entonces las luces se apagaban en medio de la solemnidad que provocaba la procesión al abrirse paso entre el gentío.

La vigilia de Sábado de Gloria, en muchos pueblos andinos, era acompañada de cánticos, representaciones teatrales, comida y licor.
Las cofradías y hermandades se organizaban convenientemente para la larga espera. En el día, las corridas de toros –como es
tradición en nuestros días–, las ferias populares y otras actividades permitían sobrellevar las horas hasta la misa nocturna y la llegada
del tiempo nuevo. A la medianoche por último, en Lima, los pulperos quemaban a Judas, terminando así la Cuaresma y el principio
de la alegre Pascua. En Huamanga, Cusco, Arequipa y otras ciudades las campanas al amanecer avizoraban el nuevo resplandor del
cristianismo, con el Señor, triunfante, saliendo de los templos a recorrer las calles y mezclarse con una feligresía que así, anualmente,
renovaba su fe y sentido de la trascendencia.

Con la llegada de la República, ni las inestabilidades políticas del siglo XIX ni la secularización de diversos espacios cotidianos
desplazaron el sentido central de la Semana Santa. Están para comprobarlo los sinceros testimonios de los viajeros extranjeros que
recorrieron las ciudades de Lima, Arequipa, Huamanga o Cusco, se desplazaron por los pueblos más pequeños del Perú y dejaron
relatos de esa vivencia religiosa compartida por personas de todas las edades o condiciones sociales. Como entendió posteriormente
el joven José Carlos Mariátegui, escribiendo sus crónicas sobre la Semana Santa y las procesiones de inicios del siglo XX, estas servían
para unir a la sociedad más allá de sus diferencias. Fiestas que ayudaban a la estabilidad en una realidad social compleja.

¿COMO SE CELEBRA LA SEMANA SANTA?

La Semana Santa es la conmemoración anual cristiana de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret. Por eso, es un
período de intensa actividad litúrgica dentro de las diversas confesiones cristianas. Da comienzo con el Domingo de Ramos y finaliza
el Domingo de Resurrección,1 aunque su celebración suele iniciarse en varios lugares el viernes anterior (Viernes de Dolores). La
fecha de la celebración es variable (entre marzo y abril según el año) ya que depende del calendario lunar. La Semana Santa va
precedida por la Cuaresma, que finaliza en la Semana de Pasión donde se celebra la eucaristía en el Jueves Santo, se conmemora la
Crucifixión de Jesús el Viernes Santo y la Resurrección en la Vigilia Pascual durante la noche del Sábado Santo al Domingo de
Resurrección. Durante la Semana Santa tienen lugar numerosas muestras de religiosidad popular a lo largo de todo el mundo,
destacando las procesiones y las representaciones de la Pasión.

Los días más importantes de la Semana Santa son el Jueves y Viernes Santo, donde se conmemora la muerte de Cristo, además, el
Sábado Santo, con la Sepultura de Cristo y el Domingo de Pascua con la Resurrección.

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