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Misterio en el cementel:'io

Y otras historias inquietantes


· Beatriz Actis

ILUSTRACIONES or
JOAQUÍN SILVA

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azulejos
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Coordinadora de Literatura: Karina Echevarría


Autora de secciones especiales: María Soledad Silvestre
Corrector: Mariano Sanz
Coordinadora de Arte: Natalia Otranto
Diagramación: Karina Domínguez

Actis, Beatriz
Misterio en el cementerio/ Beatriz Actis ; ilustrado por Joaquín Silva. - la ed. - Boulogne :
Estrada, 2018.
96 p.: il. ; 19 x 14 cm. - (Azulejos. Serie Naranja; 66)

ISBN 978-950-01-2219-1

1. Narrativa Infantil Argentina. l. Silva, Joaquín, ilus. 11. Título.


CDD AB63.9282

~ COLECCIÓN AzULEJOS - SERIE NARANJA

© Editorial Estrada S. A., 2018.


Editorial Estrada S. A. forma parte del Grupo Macmillan.
Avda. Blanco Encalada 104, San Isidro, provincia de Buenos Aires, Argentina.
Internet www.editorialestrada.com.ar
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.
Impreso en Argentina. / Printed in Argentina.
ISBN 978-950-01-2219-1

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la


transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico,
mediante fotocopias, digitalización y otros métodos, sin el permiso previo yescrito del editor. Su
infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.
La autora y la obra .................................... .5
Biografía ............................................... : .. 1
El género del terror ..................................... 8
Narrar lo inquietante.................................... 9

La obra ................................... :...............11 ·


. t e hº1st ona
"lins .. t e" ........................ . 13
. de un Jtne

"Lo desconocido" ...................................... 23


"Séptimo hijo varón" ................................. .41
"Al aire libre" ..... :..................................... 51
"M·1st erro . " .......................... .15
. en e1cernent erro

Actividades .............................................. 85
Actividades para comprender la lectura ............ .86
Actividades de producción de escritura ..............88
Actividades para relacionar con otras asignaturas. 90
La autora
1 la obra
BEATRIZ Acns nació en 1961, en Suncha-
les, provincia de Santa Fe. Actualmente
vive en Rosario. Es profesora en Letras,
editora y especialista en promoción de la
lectura y enseñanza de la literatura. Es-
cribió libros sobre literatura y educación,
y más de treinta libros de literatura para niños y para adultos, entre
otros Criaturas de los mundos perdidos, Lágrimas de Sirena y Para
alegrar al cartero. En esta misma colección, publicó una versión de
Alicia en el país de fas maraviffas; otra de Alicia a través del espejo,
ambos de Lewis Carroll, y algunas de cuentos tradicionales de los
hermanos Grimm.
Ha escrito artículos periodísticos sobre temas de cultura para diver- ·
sos diarios de Rosario y Santa Fe. Fue becaria del Fondo Nacional de
las Artes y jurado en distintos concursos literarios.

Misterio en el cementerio 17
rlll El género del terror
El género del terror se define principalmente por el efecto que
provoca en el lector: e~ miedo, la inquietud o la incertidumbre fren-
te a lo narrado. El ser humano experimenta temor frente a lo des-
conocido, frente a lo que pone en peligro su existencia o lo que re-
sulta inexplicable y en algún aspecto amenazador. Los orígenes del
género del ter[or se remontan a los orígenes mismos del miedo. Sin
embargo, muchos autores creen ver el inicio del terror en el gótico.
Este género surge a fines del siglo XVIII y tiene características bien
definidas. Se ambienta en grandes castillos oscuros y a veces semi
abandonados, presenta personajes monstruosos o sobrenaturales
y desarrolla situaciones que generan miedo. EJemplos de Hteratura
gótica son las novelas Frankenstein, de Mary Shelley, y Drácufa, de
Bram Stoker.
Posteriormente, el género del terror fue explorando nuevos te-
mas relacionados con la psicología y la percepción de elementos so-
brenaturales. Edgar Allan Poe, por ejemplo, fue uno de los autores
más destacados del siglo XIX.
Hoy en día, el terror sigue siendo un género muy popular y
autores como Stephen King han escrito numerosas historias que
provocan esa particular sensación en sus lectores.

8 I Beatriz Actis
11 Narrar lo inquietante
Dentro del género del terror, lo inquietante se manifiesta como
un temor más sutil. Ya no se trata de un monstruo, un fantasma o
un suceso absolutamente sobrenatural que sorprende al lector. Lo
inquietante se muestra como un hecho que sale discretamente de
lo normal y que genera en quienes lo perciben una extraña sensa-
ción de incomodidad.
lQué cosas nos inquietan? Todo aquello que se sale de lo espe-
rable. Por ejemplo, es esperable que al mirarnos al espejo nos vea-
mos reflejados, pero ... ly si nuestro reflejo llegara un segundo más
tarde? Es esperable que todos proyectemos una sombra, pero ... ly
si la sombra hiciera un movimiento diferente al nuestro? Estas pe-
queñas percepciones de un desorden en lo esperado son las que
nos gene~an inquietud.
Para narrar lo inquietante, el autor suele partir del realismo y de
un relato de lo cotidiano. Todo parece normal. Pero entonces, algo
se vuelve extraño, sutilmente diferente a lo esperado: un gato nos
mira fijo en lugar de ignorarnos al pasar, encontramos un mensaje
que coincide con un presagio o un hormiguero crece hasta generar-
nos la idea de una invasión premeditada de hormigas. Así nace lo
inquietante.

Misterio en el cementerio 19
-,
Misterio en el cementerio ,

Y otras historias inquietantes .


Beatriz Actis
Triste historia de un jinete

El hombre del que voy a contarles una historia era, ver-


daderamente, un hombre malo. Nadie sabía bien por qué.
Parece que a veces ni siquiera hace falta algún motivo, para
serlo: haber sufrido en la niñez, o haber recibido un golpe
fuerte en la cabeza, o haber nacido un martes trece o en una
noche de tormenta. Era malo porque era malo nomás.
Este hombre vivía en la isla del Alto Verde, que es muy
· grande y está poblada de sauces y de pájaros que cantan
desde el amanecer hasta el crepúsculo; una isla que queda
justo enfrente del puerto de Santa Fe y a la que se puede
llegar cruzando un riacho.
Este individuo no tenía ni nombre siquiera. 'Era tan mal-
humorado y violento que todos se habían olvidado de cómo
se llamaba y temían que, ante la menor intención de diri-
girle la palabra (y, por ejemplo, preguntarle su nombre), el
Viejo -porque así lo llamaban con temor y con desprecio-
les voltease la cara de una escupida o mucho peor: de un
rebencazo.

Triste historia de un jinete l 13


Yel caballo que tenía ... Un zaino nervioso, de pelo brillan-
te, que respondía al sugestivo nombre de Mandinga 1. Por-
que había que verlo al animal paseándose por los caminitos
sinuosos de la isla, con la soberbia del que se sabe guiado
por un hombre temido. Sinceramente, era verlo y pensar
que ese potro. no podía llamarse de otrá manera más que
Mandinga.··
El Viejo se dedicaba a la caza. Lo que cazaba eran carpin-
chos sobre todo, y vendía los cueros en el pueblo, aunque
a veces también los cambiaba en el boliche por azúcar, por
alcohol o por yerba. Y dicen que cuando este hombre malo,
sobre quien les estoy contando una historia, cazaba carpin-
chos, era terriblemente despiadado y cruel.
Cuando el Viejo volvía del boliche, por la madrugada, y
cabalgaba rumbo a su casa -que estaba en el extremo más
solitario y alejado de la isla- recorría siempre el mismo cami-
no. Todas en el Alto Verde lo sabían. Acicateaba al zaino con
su fusta violenta cada vez, y el zaino era una ráfaga de furia
en el medio de la noche, las crines brillando con la luna.
En ese trayecto repetido, cerca de la costa, en un monte-
cito tupido de sauces, timboes y ceibas, el jinete tenía que

1 En América, el diablo.

14 I Beatriz Actis
agacharse para pasar por debajo de una rama gruesa como
un tronco que atravesaba el camino.
Se oía resonar entonces en el medio de la brisa el galo-
pe del caballo zaino, y podía adivinarse el movimiento pre-
ciso del Viejo al inclinar la cabeza para esquivar la rama.
Después se escuchaba el galope. cada vez más lejano que
indicaba que el Viejo había esquivado con éxito la rama y
que seguía azotando con el látigo el camino y el caballo,
rumbeando para el lado de su rancho.
La noche en que sucedió lo que sucedió,_ es decir, la his-
toria pavorosa que -me van a disculpar- les.tengo que con-
tar, los vecinos de la isla estaban reunidos en el patio de la
capilla porque celebraban la fiesta del Santo Patrono. Meta
baile y meta trago, se imaginan; hasta el cura párroco se
animó a bailar un chamamé. La luna iluminaba la reunión,
igual que los farolitos de colores, y todo Jo que se escu-
chaba eran las risas, las guitarras y los acordeones, y un
cantor que a veces cantaba y a veces recitaba coplas llenas
de picardía.
De pronto se hizo un silencio en el medio de la fiesta. Fue
como si todos se hubiesen puesto de acuerdo en que tenían
que callarse y dejar de cantar y de bailar, y fue también
como si el aire se espesara en un instante.

Triste historia de un jinete l 15


Se escuchó entonces en el medio del silencio el ruido de
un golpe seco. Y todos presintieron que no se trataba del
sonido producido por la corriente del río, ni por un ave, ni
por un fruto cayendo, ni era ningún ruido común y corriente
de cristiano. Ydesde el más chico al más anciano, a todos se
les puso la piel de gallina. Ysupusieron que esta vez el Viejo
-que, por supuesto, por amargado no había sido invitado a
la fiesta- había vuelto del boliche seguramente con algunas
copas de más. Y que no había podido esquivar a tiempo la
rama baja que cruzaba el camino en medio del montecito. Y
que la rama, como un machete afilado, le había cortado la
cabeza de un solo golpe.
La noche en la que el Viejo se convirtió para siempre en
"El Decapitado", quienes habían asistido a la fiesta del San-
to Patrono tuvieron sueños extraños.
En ellos aparecería la figura borrosa de un carpincho.
Pero no era igual a los carpinchos que el Viejo cazaba con
crueldad. Era gigante. Los carpinchos comunes y corrientes
son pequeños, parecidos a ratones, con el agregado de que
poseen la habilidad de andar por tierra y por río, y tienen el
pelaje color marrón. En cambio, el carpincho con el que soñó
la gente del pueblo la noche en la que el Viejo se volvió "El
Decapitado" era no solo gigante sino blanco como una nube.

Triste historia de un jinete l 17


Algunos, al despertar, recordaron el sueño con inquietan-
te nitidez. Pero no comprendieron su significado. Consulta-
ron sobre él a la mujer más vieja que habitaba en la isla. La
anciana se estremeció al oír el relato de ese sueño colectivo
y rompió su habitual silencio para describirles a un verda-
dero animal mitológico. Esto dijo la anciana:
-En el Alto Verde no tenemos sirenas, centauros, caballos
alados ni Ul)icornios, pero sí tenemos al Gran Carpincho Blan-
co, que posee unos poderes que harían temblar al mismísimo
minotauro. También se lo conoce~como: el dueño de los car-
pinchos, o con su nombre mocoví2, que es: Kopiaga Leta'a.
La anciana explicó también que hay. quienes juran que
el Gran Carpincho Blanco protege a su especie en las islas
invadidas por los cazadores furtivos. Castiga a los que cazan
en exceso o fuera de época o que lo hacen salvajemente y
matan a las crías.
-Pero el Gran Carpincho Blanco nunca podrá ser atrapa-
do -advirtió la anciana-, y allí reside su poder: sabe que
puede engañar a los cazadores y sabe que va a vivir para
siempre. Si alguien llega a herirlo, solamente encontrará en
el lugar un reguero de sangre, nunca su cuerpo. Esto es

2 Pueblo indígena que habita en el Paraguay y norte argentino.

18 1Beatriz Actis
solo una trampa. Porque los cazadores que, guiados por la
codicia de conseguir otro, sigan el rastro de la sangre del
Gran Carpincho, lo harán hasta perderse en los esteros más
alejados. Esos esteros de los que ya nunca podrán regresar.
La anciana que contaba la historia del Gran Carpincho a
los habitantes del Alto Verde hizo un silencio.
Al día siguiente del baile, un vecino encontró al zaino del
Viejo andando sin rumbo por lugares cercanos a la costa,
sudoroso todavía, con las riendas colgando al costado del
cuerpo. Había que verlo al Mandinga solo, extraviado y sin
saber adónde ir. No parecía .el mismo animal soberbio de
antes.
El hombre superó su temor y salió a buscar al jinete per-
dido. Encontró el cuerpo decapitado del Viejo al fado dél
montecito, como todos habían imaginado la noche del bai-
le. Pero la cabeza no estaba por ningún lado. El hombre bus-
có por los alrededores, con temor y con cuidado. Pensó que
la cabeza arrancada del Viejo había rodado bajo las patas
del zaino y que a un costado del camino se parecería a una
piedra o tal vez a un nido de hornero que se hubiera caído
de un árbol después de la tormenta.
Pero la cabeza de El Decapitado nunca apareció. La gente
de la isla pensó que a lo mejor se la habían devorado las

Triste historia de un jinete l 19


hormigas coloradas, los rapaces o las aves nocturnas. O qui-
zás, había rodado hasta el río y la había llevado la corriente,
como si fuese. un camalote .
Lo enterraron al Viejo al lado del rancho, que ahora es
una tapera abandonada. Le clavaron sobre la tierra removi-
da del sepulcro una cruz construida con ramas de sauc;:e. Se
dice que durante anchos días y largas noches pudo verse al
zaino deam.bulando perdido en los alrededores de la tumba.
Después de un tiempo, el caballo, de algún" modo misterio-
so, se esfumó como si se lo hubiese llevado el viento o si se
lo hubiera tragado la tierra.
Pero la anciana conoce la verdad de lo que esa noche
ocurrió en el montecito. Ella ha resuelto el misterio porque
ha vivido una vida larga y puede darse cuenta de las cosas
que los más jóvenes apenas notan al pasar. Ve lo que los
ot:os no pueden ver. Descubre los secretos.
La verdad es que el Gran Carpincho Blanco se le apareció
al Viejo aquella noche en el medio del camino y el-Viejo,
de la sorpresa y el susto, se llevó por delante la rama, que
lo decapitó. El Carpincho robó después la cabeza y la llevó
hacia el lado oscuro de los esteros, a ese lugar de donde no
se vuelve nunca. El Viejo no puede ddrmir tranquilo en su
tumba porque el Gran Carpincho se ha vengado de él y de

20 1Beatriz Actis
su crueldad como cazador. Se ha vengado incluso más allá
de la muerte.
Por eso, cuando se escucha en el medio de la noche al-
gún ruido inexplicable que parece un chasquido, la gente
en el Alto Verde comenta: "Ahí pasa El Decapitado". Es oír
el chasquido y ver aparecer la figura del jinete sin cabeza
que se recorta en el paisaje de la isla. Es el Viejo que galopa
sobre el zaino, convertido en ánima en pena, y que regresa
al Alto Verde para buscar la cabeza que no tiene. Quiere
encontrarla para reposar en el sueño de la muerte con el
cuerpo completo y el alma sin heridas. Pero no puede.
-La eternidad -dice la anciana- es un lugar del que no.
se vuelve.
Lo desconocido

Me asombran las cosas que se encuentran por las ve-


redas si uno camina con la cabeza gacha, a riesgo de cho-
carse uria columna de alumbrado o a varios transeúntes
que vienen en dirección contraria. A modo de ejemplo: con
Santi -mi compañero inseparable- un día encontramos en
distintos lugares, a lo largo de varias cuadras, cartas de la
baraja. Todas tenían el número cinco: 5 de oro, 5 de basto,
5 de espada, 5 de copa, 5 de diamante, 5 de trébol... Toda-
vía estamos tratando de inventar algún juego de naipes que
use solo esas cartas (y sea divertido).
Con Santiago también juntamos chapas· ovaladas, esas
que estaban al lado de la puerta de entrada de las casas vie-
jas, que tienen el número y, a veces; el nombre de la calle.
Las encontramos tiradas por ahí.Tal vez se cayeron de algu-
na pared o los dueños de casa las abandonaron cuando las
r_eemplazaron por números más modernos. Ahora, algunas
adornan el patio de mi casa. Cada persona que sale al patio
puede leer la dirección de otra casa, hallada al pasar, que

Lo desconocido 123
.no es la nuestra. Como, por ejemplo, "Avenida del Trabajo"
con fondo azul y letras blancas que resplandecen todavía, y
números cualquiera como 573 o 241 o 96.
LQuién habrá vivido en tal o cual lugar?, me pregunto
ante las chapas antiguas con las direcciones. lHabrá ha-
bido allí alguien que alguna vez fue un chico como yo? Y
también, en un patio lejano en el tiempo, lhabrá habido
mascotas c9rreteando o macetas con plantas o bicicletas ... ?
Me da una enorme curiosidad pensar en otras vidas.
La otra tarde hice mis búsquedas por las veredas sin nin-
guna compañía porque Santiago se fue a la casa de sus
abuelos, en el sur de la provincia, por las vacaciones de
invierno. y pasó algo particular: estaba caminando cerca del
Parque de la Ribera y empezó a seguirme un gato. Era ana-
ranjado. Fue extraño porque uno casi siempre se encuentra
a !os perros caminando solos por la calle y, raramente y
menos de día, se ven gatos. Pero este me siguió y de pronto
comenzó a maullar, como diciéndome algo. Me di vuelta y
lo miré. Es decir, nos miramos. Tenía unos ojos rarísimos,
oscuros, distintos a los.ojos amarillos o verdosos de lama-
yoría de los gatos que conozco. Y los ojos daban un poco de
miedo, algo no estaba bien en esa mirada. Parece exagerado
o insólito, pero estaba claro que el gato se dirigía a mí y a

24 I Beatriz Actis
nadie más: ni a un muchacho que en ese momento pasó
corriendo a nuestro lado ni a una señora que llevaba a un
bebé en cochecito. Fue como si solamente existiéramos en
el mundo el gato y yo.
Con un maullido ronco dio media vuelta y se metió en
un caminito de grava que atraviesa de manera sinuosa el
parque. Caminaba un trecho y se daba vuelta para obser-
varme, como indicando que lo siguiera. No volvió a maullar.
Le hice caso (no sé bien por qué, tal vez por intriga, por
aburrimiento o incluso por temor). Anduve por el senderito
y vi cómo, al rato, el gato se detuvo frente a una casilla pe-
queña con forma de pajarera. Tenía una puertita de vidrio
que decía: "Lea y devuelva". Yo había visto alguna vez que
en los parques están esas "casitas de ·libros": la gente deja
ahí material de lectura (libros, revistas) y la idea es que
quien lo lleva, una vez que lo leyó, vuelva a ponerlo en ese
lugar. Son mini-bibliotecas al aire libre.
El gato miraba la casilla con sus ojos penetrantes y me mi-
raba a mL La abrí y encontré un único libro, pequeño, de tapa
amarilla y sin ilustraciones. Me aproximé a un banco; era una
tarde de julio, nublada, pero por un momento asomó el sol y
aproveché para sentarme y comenzar a leer, Cuando abrí el
libro, el gato había desaparecido. Esto fue lo que leí:

Lo desconocido 1 25
LA BAUENA QUE DEVORABA EL MUNDO
Efaf, el dios de los tehuefches3, vio con asombro un día
que el mundo se hallaba despoblado. (Esto sucedió hace
muchísimos años, en el inicio de los tiempos). El dios revisó
cada rincón de fa inmensa Patagonia y comprobó, preocu-
pado, que casi no había hombres ni mujeres ni niños, y que
eran escasos los animales y también fas plantas.
Uno de los pocos seres que encontró, reposando en fa
meseta, fue Goos, fa ballena, que en aquella lejana época
no era un animal marino sino terrestre.;Le resultó misterio-
so que alrededor de fa ballena el paisaje fuera un desierto
y que reinase allí un silencio absofuto. Efaf desapareció de_
pronto -para eso era un dios y poseía todos los poderes- y
se quedó largo rato espiando efcomportamiento de Goos.
Ef grandioso animal, sin saber que era vigilado por un
dios invisible, comen{Ó a boste{ar exageradamente, tal
ve{ por sueño o tal ve{ por aburrimiento, ya que nadie
quedaba en aquel fugar para hacerle compañía. Al abrir
su enorme boca, Goos aspiró el frío aire patagónico. Y con
él, aspiró también fas pocas matas de pasto duro que lo
rodeaban, los pequeños insectos que merodeabarJ por ahí

3 Pueblo indígena que habitó en la Patagonia.

Lo desconocidó 127
e, incluso, una bandada de pájaros que en ese momento
atravesaba e! ciefo.
Efaf comprendió entonces que cada ve.( que e! enorme y
somnoliento Goos boste(aba ... itragaba,junto a! aire, todo
aquello que encontraba a su paso!
E! dios tehuelche, de inmediato, puso manos a fa obra
para solucionar tan devastador problema. Se transformó
en tábano. -para eso era un dios y·poseía todos !os po-
deres- y, escondido en er cuerpo de ese pequeño insecto
volador, se acercó a Goos. Revoloteó cerca de su cara con
un (Umbido molesto y persistente.
La ballena abrió su boca.(a, ta! ve< para boste(ar, ta! ve(
para protestar por ese ruidito (Umbón que no fa dejaba des-
cansar tranquila ... En ese momento Efaf, convertido en tába-
no, se metió dentro de ella. La boca parecía fa entrada de
una caverna. Lo cubría fa oscuridad, húmeda y envolvente.
< •

E! tábano agitó sus alas con cuidado y se dispuso a hacer


fo que debía para sortear cualquier peligro. Se adentró más
y más en e! interior de! cuerpo de fa ballena. Comen(aron a
escucharse, entonces, unos ruidos cercanos. Efaf no estaba
solo. Y decidió clavar su aguijón en e! cuerpo de Goos.
E! anima!, molesto, abrió fa boca para quejarse y fa fU(
que entró de! exterior iluminó, como una gran lámpara,

28 1Beatriz Actis
todo e[ interior. Efaf pudo contemplar a niños, mujeres y
hombres, apretuja.dos allí, junto a grandes y pequeños
anima fes, junto a árboles altos y plantas diminutas, todos
elfos, habitantes de fa Patagonia que habían sido tragados
por fa baffena.
El dios que se había convertido en tábano puso nueva-
mente manos a fa obra. Volvió a cfavar su aguijón en e[
interior def cuerpo de fa ballena, pero no una sola ve<_,sino
muchas. Volaba como enloquecido y picaba, picaba, picaba
sin parar.
Goos sintió tantas molestias y cosquillas que ya no
aguantó más y abrió, bien abierta, su boca descomunal.
Efaf aprovechó para hacer salir a todos aquellos que esta-
ban atrapado$. Y por último voló él también hacia el exte-
rior. Antes de irse, miró cómo fa baffena cerraba su boca
·.
como quien cierra una puerta.
iLos hombres ya poblaban, otra ve<., fa tierra!
¿pero qué sucedió con. Goos? ¿cómo pudo evitar Efaf
que fa ballena siguiera devorando el mundo?
Decidió que su fugar sería, desde aquel momento, el
mar. Desde entonces, Goos navega por fa inmensidad de
los océanos, lejos de fa tierra firme, explorando e[ fondo
y fa superficie, conociendo los secretos del agua y de fas

Lo desconocido 129
criaturas que la habitan. De ese modo, pudo olvidar su
voracidad.
Y así sucedió gracias a Efaf, que poseía todos los pode-
res y por eso era el dios de los tehuelches.

Terminé de leer envuelto en una especie de fascinación


porque me encantan los mitos y las leyendas, me atrae la
idea de qu~ existen otras explicaciones para los sucesos del
mundo o que, directamente, existen otros mundos, hasta
ahora desconocidos. Sin embargo, mi curiosidad no estaba
satisfecha. Cambié mis planes (que antes eran seguir reco-
rriendo las veredas para ver qué cosas extrañas había en el
suelo y llevarlas a casa), devolví el libro y seguí por el cami-
nito al encuentro de otra casilla. Del gato, ni noticia: estaría
escondido bajo un arbusto esperando la llegada de la noche
o de alguien más para guiarlo por un camino de historias.
o

No había mucha gente en el parque, el día estaba desa-


pacible: cuando se nublaba, se sentía mucho el frío. Mien-
tras andaba por ahí, pensé en todas las veces que habíamos
compartido aventuras con Santiago (ies que nos conocía-
mos desde el jardín!). No solo deambulábamos por plazas y
parques: una vez fuimos juntos a la chacra de sus abuelos
durante las vacaciones de verano. Me acuerdo bien porque

30 1Beatriz Actis
fue la primera vez que en mi casa me dejaron pasar una
semana lejos de la ciudad con la familia de un amigo, sin la
compañía de mamá y papá. Cada mañana explorábamos el
terreno como si fuera una jungla virgen o algún otro lugar
de un continente desconocido. Junto a Santi, en esos cami-
nitos en medio del campo, aprendí muchas cosas: se puede
masticar el tallo del hinojo salvaje, como lo haría un conejo;
se pueden comer unas flores dulces, rojas y a veces de co-
lor lila, que se llaman verbenas, como lo haría una cabra.
Además, mientras se camina, se pueden buscar flechillas,-
que son unas hierbas silvestres que se pegan en la ropa
como si alguien las arrojara con un arco (o, mejor dicho,.
con un arquito). También se pueden juntar los pequeños
frutos verdes del paraíso y con ellos jugar a una guerra de
bolas de nieve en miniatura, en un lugar donde nunca hubo
ni habrá nevada.
En medio de los recuerdos del campo, caminé por una
larga vereda que corre paralela al río, en la parte superior
de la barranca. En un momento me llamó la atención una
mancha anaranjada que cruzaba, veloz, entre las matas: era
el gato de ojos extraños que corría en mi misma dirección.
Lo alcancé y vi que se escab~llía entre la cerca y bajaba por
una escalerita que lleva a una franja angosta de playa. Ahí

Misterio en el cementerio l 31
está construido un refugio de pescadores. La casa parece
colgada de la barranca.
Me asomé a través de la cerca: abajo, en la playa, ha-
bía canoas y redes de pesca, y no solo eso: también una
multitud de gatos anaranjados que formaba otra especie de
red. No pude distinguir al "mío" -el que me había guiado
hasta el libro-, entre tantos. Todos tenían los ojos cerrados
por~ue dormían aprovechando un breve momento de sol.
VarirJ~> estaban acurrucados en un manojo de cuatro· o cin-
co, come ~n un juego de encastres o en un rompecabezas;
no había ni un pequeño espacio entre unos y otros. Eran
madejas de gatos con un pelaje naranja y atigrado dándose
calor y queriendo dormir en medio del frío de las tardes de
invierno. Se les iluminaba el pelaje, que se volvía un destello
amarillo. Pensé que si Santi hubiese estado conmigo, habría
pr9puesto jugar desde arriba a "encontrar el gato naranja
- bajo la barranca". Es que estaban entremezclados y en to-
das partes, dispersos en rincones, techos, pies de escaleras,
botes, arbustos, caminitos de madera sobre la arena.
Volví a la vereda en busca de una casilla más. Cuando la en-
contré, un poco más adelante, adiviné a través de la puerta de
vidrio ("Lea y devuelva") un libro pequeño de tapas amarillas.
Ycuando lo abrí, me enfrenté a otra leyenda de la Patagonia.

32 1Beatriz Actis
ESP{RITU DEL BIEN, ESP{RITU DEL MAL
La fucha entre el bien y el mal, encarnados en fa fu{ y fa
sombra, parecía haberse aplacado en aqueffos días del inicio
de los tiempos, en los confines de fa Patagonia. Pero no era
así: solo estaba adormecida, a fa espera de algún aconteci-
miento que fa hiciera despertar. Y de pronto, algo sucedió:
Aoni, una joven tehuelche, paseaba por el bosque, domi-
nio de fa sgmbra. Sorprendida, vio cómo fa fU{ atravesaba
el espeso foffaje. Tomó un rayo entre sus manos y, al ha-
cerlo, este se convirtió en una flecha resplandeciente. Atra-
pó muchas y, dueña de un manojo de flechas, continuó su
marcha a través del bosque.
Como si estuviera jugando, arrojaba fas flec!Jas, una
tras otra, hacia fo alto. Cuando fo hacía, caía una cascada
de fu{ sobre su cuerpo. Los árboles, a su alrededor, res-
plandecían. Hasta que los rayos del manojo se acabaron y
volvió fa oscuridad: se había hecho de noche.
Aoni, durante fa caminata, se había adentrado en fo
profundo del bosque. Estaba perdida. Caminaba lentamen-
te, con paso inseguro. Las sombras cubrían el paisaje y fo
volvían tenebroso. Una potente DO.( rompió el silencio:
-¿Qué buscas, en mi bosque, a estas horas?
Era el Espíritu del Mal que fa interrogaba, ffeno de furia.

34 1Beatriz Actis
Aoni respondió con un hilo de va{:
-Me extravié y·no sé cómo regresar a mi pueblo ... Solo
deseo que salga ef sol para encontrar el camino de vuelta.
La VO{ maligna volvió a hablar, y esta ve< sonó como
un rugido:
-Te irás ahora mismo; pero mañana, con fa primera cla-
ridad, te iré a buscar. Como castigo por haber penetrado
sin permiso en mis dominios, vivirás aquí, en fa oscuridad
del bosque, para siempre.
De inmediato, tal como fo anunciara el Espíritu del Mal,
Aoni se encontró en su pueblo, alrededor de una fogata,
junto a su gente. Todavía asustada, contó fo que había
sucedido. Efjoven guerrero Orkey juró protegerla. Huyeron
a fa medianoche, atravesando el vaffe.
Apenas amaneció, el Espíritu del Mal ffegó al pueblo
para cumplir su vengan<ª· Af no encontrar aAoni, derritió
fa nieve de fas picos más aftas de fas montañas. Ef agua
del deshielo formó un fago que cubrió fa tierra que antes
había habitado la tribu.
Lejos de allí, Orkey y Aoni, agotados por haber camina-
do durante fa noche, se detuvieron a descansar. Ef agua
helada avan{aba hacia elfos, persiguiéndolos, con fa inten-
ción de sepultarlos en elfondo del fago. Pero, como una ex-

Lo desconocido l 35
p.fasion de fu<., apareció el Espíritu del Bien. Con un hacha
de piedra gigantesca, el Bien abrió una grieta en fa pared
de roca que contenía al fago.
Orkey y Aoni, transformados en agua, pudieron escapar,
fluyendo a través de fa grieta. Y así nació el río Futafeufú.

Cerré el libro y miré hacia el lado del río, luminoso entre


los colores apaciguados de la tarde. Imaginé que, mientras
tanto, debajo de la barranca, en el refugio de pescadores,
dormía bajo el último sol del invierno la comunidad de ga-
tos naranja. Y tuve la inexplicable certeza de que cada uno
de ellos debía ser cómplice, de alguna manera misteriosa,
del fervor por leer que asaltaba a los paseantes en el Parque
de la Ribera. Yo era el vivo ejemplo de ello.
Era hora de volver a casa. Sin embargo, una especie de
fuerza que parecía dirigir mi voluntad me arrastró hacia una
nueva casilla (lla última?), seguramente un poco más ade-
lante, siempre por los caminitos invernales del parque. Ahí
hallé otro libro. Era anaranjado. Quise leerlo pero ya se había
escondido el sol, definitivamente, y todavía no se habían en-
cendido las luces del parque. Decidí llevar el libro a mi casa
-como si fuera alguna de las reliquias' que solíamos encon-
trar con Santi en las veredas- para leerlo tranquilo a la noche,

36 1Beatriz Actis
aunque me juré a mí mismo que al día siguiente lo devolvería
a su lugar, como se· pedía a los lectores en la puertita.
Mamá me mandó un mensaje preguntando dónde estaba
y a qué hora iba a volver. Apuré el paso, mi casa queda a
tres cuadras del parque. Me metí el libro en el bolsillo de la
campera. Antes de hacerlo, espié como pude, en la penum-
bra del atardecer, el título: "Runaturunco".
Un grupo de gente danzaba de manera circular en un
rincón del parque y cantaba algo susurrante que parecía un
rezo. Pensé: ¿será que este fugar es mágico? Siempre iba
al parque, era un paseo habitual, y sin embargo empecé a
mirar todo a mi alrededor con ojos de extrañeza; era como.
si los espacios no fueran los mismos. Estaba por llegar a mi
casa cuando me di cuenta de que me seguían. Miré para
atrás varias veces y en una ocasión vi la silueta de un gato
agazapado entre los árboles de la vereda. Quise acercarme
pero se escabulló. Llegué a la puerta de mi casa y me quedé
mirando la calle en dirección al parque a ver si lo distinguía.
Algunas sombras me parecían las del gato, pero no estaba
seguro. lHabría sido él, el de los ojos que daban miedo? Pa-
recía estar vigilándome, o tal vez no a mí sino al libro. Entré
(hacía frío y era tarde). Esto fue lo que leí aquella noche:

Lo desconocido l 37.
RUNATURUNCO
Un hombre !!amado Juan del Monte no salía nunca de su
casa sin una bolsita de tela rústica y gruesa que guardaba
con mucho cuidado en el bofsiffo del pantalón. Dentro de fa bol-
sita ffevaba escondido su secreto más preciado. No era nada
que uno pudiera imaginar: era un.pequeño cuero de tigre.
Cuando el hombre se cansaba de su condición de huma-
no, se revolcaba sobre el cuero bajo fa fu<_ de fa funa, decía
unas palabras desconocidas para el resto de los mortales
y se levantaba transformado en un gato salvaje. En qui-
chua4, el nombre de este hombre-tigre era Runaturunco./
¿pero dónde había conseguido el Runaturunco aql.!ef
cuero con poderes mágicos? Se fo había entregado etrfus-
mísimo Mandinga como parte de un trato. Juan del Monte
había vendido su alma al diablo para poder convertirse en
tigre y sentirse invencible.
Su único enemigo era efjuego. Si el cuerito mágico ffe-
gaba a quemarse, Juan del Monte debería entregarse para
que fo mataran. El fuego sería, desde el día del pacto dia-
bólico, su peor enemigo, su amena<_a: siempre iba a correr
el riesgo de cambiar elfuego por fa vida.

4 Pueblo indígena del Perú.

38 1Beatriz Actis
En tanto, y día tras día, el Runaturunco solo espera el
instante nocturno ·en que su boca de hombre sin afma se
convierte en fauces de tigre. Entonces puede abandonarse
al deseo de toda su vida de ser un gato Jera{ que no fe
teme a fa muerte.

Me desperté a la madrugada por las pesadillas. En mi


sueño aparecieron grandes felinos: un yaguareté, un tigre
de Bengala, un tigre de Siberia. Cada uno estaba en su lu-
gar: en medio de la selva americana o bajo el sol de la India
o en las estepas siberianas, pero de golpe saltaron hacia
donde yo estaba (por esas cosas inexplicables que suceden
en los sueños, que superponen espadas y tiempos) y me
rodearon. Yo estaba indefenso en un ~;itio que podría hí;lber
sido la casa de pescadores de la barranca, en el parque,
pues a mi alrededor muchísimos gatos naranja como tigres
se revolcaban, amontonados, y me observaban con unos
ojos de fuego. Cuando los tres felinos grandes estaban a
punto de atacarme, me desperté, sobresaltado.
lPor qué el gato anaranjado me guiaba por las casillas?,
pensé al recuperar la conciencia, mirando el libro también
anaranjado sobre la mesa de luz. lQuería que yo -que al-
guien- conociera la historia del hombre-tigre? El recorrido

Lo desconocido l 39
por cada casilla lhabía tenido por propósito llegar a ese
cuento final? ¿y por qué me siguió después, de vuelta a mi
casa (aunque no lo había visto con claridad, sabía que era
él entre las sombras)? lQuería acaso proteger el libro, que
quedase en el parque, que no me lo llevara a mi casa? Me
sentía lleno de desconcierto, de confusión.
De ahí en más, no pude pegar un ojo. Empezó a amane-
cer. Desde ql!e había despertado por la pesadilla, mi cabeza
no dejó de pensar en todo lo sucedido el día anterior, era
como si el mundo tal como lo conocía hasta ese momento
hubiera empezado a tambalear: mi parque escondía secre-
. tos, los gatos parecían tener algo que decir... De pronto es-
cuché que alguien subía las escaleras de a dos peldaños,
como saltando: solo podía ser Santiago, que siempre subía
así. Abrió la puerta del dormitorio y dijo:
-:;-Llegué.
Todavía tenía la mochila del viaje colgada en los hom-
bros. Era muy temprano, acababa de regresar de la casa de
sus abuelos y ya se había venido a casa. Mamá, que estaba
abajo, en la cocina, preparando el desayuno, lo había hecho
pasar. Todo eso me contó a borbotones.
Después hablé yo, y relaté la historia del gato, los libros y
el parque. Santiago abría los ojos, asombrado. Cuando ter-

40 1Beatriz Actis
miné, se quedó apenas unos segundos en silencio, mientras
sacaba algo del bolsillo exterior de la mochila. Era una carta
pero más grande que las de la baraja y con un dibujo que
no me resultaba familiar.
-La encontré recién, en la vereda de tu casa -dijo-. Es
el diablo.
Me dio miedo. Santi explicó que era una carta de tarot:
-Arcano se llama cada figura. Mi abuela las tiene e~ su
casa, por eso las conozco. Estoy seguro de que este es el
diablo.
Igual, buscamos en Google y ahí aparecieron todas. Los
dibujos cambiaban un poco, pero ahí estaban la luna, la
muerte, el loco, el mago ... Ysí, esa era el diablo.
Me quedé todavía más preocupado. Lo que había_ vivido
el día anterior en el parque había sido extraño y me resultó
inquietante. Ahora, el hallazgo de la carta no parecía simple
casualidad, y al conectar los dos hechos la situación se vol-
vía más perturbadora. No parecía solamente producto de mi
imaginación (Santi pensaba lo mismo): tenía que haber una
relación entre el gato de ojos malvados y el libro con la his-
toria del hombre que hizo un pacto con el diablo y se volvió
tigre. iPor algo me siguió un gato y no un perro! Santiago
opinó que todo debía estar vinculado también con la carta

Lo desconocido 141
del diablo en el tarot que estaba justo sobre mi vereda, has-
ta donde el gato me había seguido.
-Hay que deshacerse del libro del Runaturunco -dije.
Santiago fue más concreto:
-Lo llevamos enseguida a la casilla del parque.
Yo también lo había pensado en esa madrugada de in-
somnio. Pero durante la mañana me sentía amenazado, en-
tonces propuse:
-lY si lo enterramos en el patio? Para que nadie lo en-
cuentre, para que no vea la luz.-
Santi no parecía. convencido, pero no dijo nada.
Me puse un buzo y bajamos. En el rincón más alejado del
patio, donde nadie podía vernos desde la casa porque nos
tapaba el limonero, empecé a remover unas malezas para
cavar un pozo y esconder el libro. "Para que nadie más lo
lea"~ pensé aliviado. Santi, al verme arrancar los primeros
yuyos, insistió con su idea:
-Creo que hay que devolverlo a su lugar. El gato no va a
querer que el libro esté fuera del parque.
El comentario de Santi me hizo dudar. Me dio miedo
que el gato viniera a buscar el libro a mi casa. Pensé en mi
mamá y en mi hermana, solas, en presehcia de un enviado
del diablo, porque eso era el gato del parque para mí.

42 1Beatriz Actis
Acepté la idea de Santi. El que iba a ser el lugar para la
tumba del libro quedó lleno de maleza cortada y algunos te-
rrones de tierra removida. Justo al lado estaba la pared con
chapas con nombres de calles antiguas, y una se destacaba:
era la que decía "Camino Negro". Miré la tierra revuelta y
pensé que, si mamá preguntaba, siempre podía echarle la
culpa al perro. Entramos a casa y, aunque estábamos apu-
rados, nos pusimos a comer cereales con leche.
-Vamos a devolver el libro y después podemos montar
guardia para vigilar el parque y los movimientos en la comu-
nidad de gatos de la barranca -dije.
-También podemos ver si el gato persigue a los que se
acercan a la última casilla -dijo Santi-. Tenemos que ar-
mar un equipo y tener vigiladas todas las casillas.
-Claro. Podemos llamar a Pitu, a Cele y a Tadeo -dije
yo. Pensar en más amigos para ayudarnos me tranquiliza-
ba. Después de las vacaciones de julio, nos iban a quedar
unos meses nomás para vernos a diario, porque en diciem-
bre terminaríamos séptimo y vendrían las vacaciones de
verano. El año próximo, Santi y yo nos íbamos a ir juntos
a otro colegio, para empezar el secundario, pero el resto
del grupo se separaba porque cada uno se iba a un colegio
distinto.

Misterio en el cementerio 143


Seguimos conversando. Se nos ocurrían otras ideas que
enseguida abandonábamos:
_¿y qué pasa si cambiamos los libros de las casillas?
lNo lo desorientaremos al gato?
Juntos, con Santi, siempre fuimos indetenib!"es'. los bus-
cadores de pequeños misterios, los aventureros de las vere-
das. Aunque ahora nos enfrentábamos a un misterio mayor
y no teníamos ninguna certeza. iPero nos sentíamos "La
banda de los lectores justicieros"!
Fuimos al parque, lo cruzamos sin mirar ni atrás ni a los
costados y llegamos hasta la última casilla. Al principio nos
pareció que estaba vacía; depositamos en el interior el libro
anaranjado. Cuando estábamos por cerrar la puertita que
decía "Lea y devuelva", vi en un rincón dos bollitos de papel.
Los saqué y me los metí en el bolsillo del pantalón. Recién
de~pués de haber dejado el libro, nos animamos a acercar-
nos al refugio de pescadores en la barranca. Nos asomamos
lentamente a través de la cerca. Había un solo gato en la
playita, entre las redes (¿adónde se habían ido, de golpe,
todos los otros?). Tenía los ojos oscuros muy abiertos y mi-
raba para arriba, hacia el lugar donde estábamos nosotros.
Salimos corriendo.
Nos detuvimos bastante más lejos, en una zona donde la

I
44 Beatriz Actis
gente hacía gimnasia, así no nos sentíamos tan solos. Santi
me dijo:
-A ver los bollitos de papel que agarraste ...
Los saqué del bolsillo; le di uno a Santiago. Primero lo abrió
él, lo alisó y leyó en voz alta: "Aceptar el desorden y el caos".
Después abrí el mío. Con letra temblorosa estaba escrito:
"El mundo, como antes lo habías vivido, no existe más".
Los tiramos en un cesto de basura. iEsta vez no hicímos
caso al "Lea y devuelva"! Nos miramos sin decir nada, pero.
los dos teníamos la inexplicable certeza de que los gatos
del Parque de la Ribera escondían un secreto. De gatos a ti-
gres, y de tigres a hombres, había algún tipo de parentesco
monstruoso, de diabólica complicidad ...
Volví a sentir algo p~recido a la primera vez que fui a la
chacra de los abuelos de Santiago: el campo no era campo
sino un continente desconocido. Pero aquella vez la sensa-
ción de sorpresa era placentera; esta vez, en cambio, me
llenaba de duda y de temor.
Volvimos a casa en silencio. Teníamos que llamar a Pitu
y al resto de la banda, organizar nuestros pasos futuros ...
Santiago fue el primero en hablar:
-lQué quiere el gato? -lo dijo con enojo-. lTentar a un
humano para que se convierta en Runaturunco?

Misterio en el cementerio 145


Asentí con la cabeza.
-El libro es la carnada.
Después lo pensé mejor:
-O espera la llegada de uno, de un hombre en especial:
el que quiere convertirse en tigre.
-lY quién escribió los mensajes en los bollos de papel?
-preguntó Santiago-. lAlguien que aceptó el pacto y se
convirtió en la pestia?
Yo agregué otra posibilidad en forma de pregunta:
-lO el mismo gato para amenazarnos?
Mientras íbamos para casa intentamos revisar las vere-
das, como siempre, pero esta vez no solo no encontramos
nada que nos sorprendiera sino que no nos podíamos con-
centrar en esa actividad. Algo había cambiado en nosotros,
y tal vez era para siempre. Nos despedimos en la puerta
porq~e Santi. seguía para su casa, que queda en el barrio.
Entonces empecé a decir en voz alta lo que hasta el momen-
to había sido mi temor secreto:
- l.E ra un gato o era ....7
-l ... un diablo en el cuerpo de un gato?
Nos ganó otra vez el silencio. Cada vez más preguntas ... y
unas pocas respuestas temblorosas.

46 1Beatriz Actis
Séptimo hijo varón

El muchacho se llamaba Cipriano Leguizamón y era


sobre todo un solitario. Vivía en el pueblo y trabajaba en
una fábrica en donde elaboraban lácteos: quesos, helados,
manteca, yogurt, dulce de leche. Cuando sus compañeros
de la fábrica lo invitaban a salir juntos para divertirse (por
ejemplo, para jugar a las cartas en el boliche o participar en
las carreras cuadreras en el campo) él siempre decía que
no. A sus espaldas, sus compañeros lo llamaban Cipriano
el Amargo.
El pueblo estaba rodeado de campos en donde los tam-
beros se levantaban a la madrugada para ordeñar las va-
cas y enviar los grandes tarros de leche a la cooperativa. La
cooperativa era la fábrica de productos lácteos en la que
trabajaba Cipriano. Él cumplía su horario de trabajo y nunca
participaba de la vida social del pueblo. Solamente los do-
mingos por la tarde se ponía su único traje -el "domingue-
ro"-, se sentaba en el banco más alejado y observaba a las
familias dar la vuelta al perro alrededor de la plaza.

Séptimo hijo varón l 47 ·


Había una familia entre todas. Era la de los Bleckmann.
Había una muchacha entre todas. Era la menor de las siete
hermanas de esa familia y se llamaba Amelia. Cipriano solo
salía de su encierro cada domingo para ir a la plaza y ver
pasar frente a sus ojos la dulce figura de Amelia Bleckmann.
Circulaban rumores sobre Cipriano en el pueblo. Nadie
conocía detalles sobre su vida. El joven había llegado al lu-
gar hacía pocq más de un año, desde los montes del norte.
Vivía solo en una casita ubicada justo en donde el caserío
se convertía en descampado, y nunca hablaba sobre su ori-
gen ni su pasado. Los compañeros de la fábrica empezaron
a tener sospechas ante su comportamiento diferente al de
los demás.
Una noche, en el club se celebraba la Fiesta del Coopera-
tivismo. Tanta le insistieron a Cipriano para que asistiera, y
ade~ás él tenía tantas ganas de ver a Amelia, que rompió
su aislamiento y fue al baile. La celebración transcurría sin
sobresaltos, y hasta alguno se atrevió a llamar a Cipriano
"el Semiamargo" (como el chocolate que usaban en la fá-
brica para hacer los postrecitos de leche) porque parecía
que había cambiado un poco su actitud: se había animado
a formar parte de una ronda, en el centro de la pista, para
ver bailar a una pareja virtuosa.

48 1Beatriz Actis
Pero en un momento de la noche, Amelia -que lo ob-
servaba desde la otra punta del salón y se sentía unida a
Cipriano por una pasión secreta- notó en la mirada del mu-
chacho un brillo de fiebre, de una fiebre que no era la del
cuerpo. Y esa mirada le produjo escalofríos. En ese mismo
instante, Cipriano el Semiamargo desapareció del salón, sin
avisar, sin saludar a nadie siquiera.
Era una noche de viernes. Había luna llena.
Cuando terminó el baile, una familia de tamberos que regre-
saba en sulky hacia su casa, vio a un perro grande y oscuro que
corría en medio del campo. Se les atravesó por el camino y el
caballo corcoveó, aterrorizado. El perro mostró sus dientes filo-
sos y aulló como un lobo. El caballo entonces se paralizó, como
petrificado, y hubo que azotarlo para que volviera a marchar.
El perro huyó hacia el lado del cementerio. Su pelaje brillaba
bajo la luz de la luna. Su figura y sus movimientos les dieron
<

mucho miedo a los ocupantes del sulky. Pero el tambero ven-


ció el temor, tomó su escopeta de caza y le apuntó. El disparo
hirió una de las patas delanteras del perro, que con dificultad
se alejó del lugar entre aullidos que quebraron el silencio de
la noche. La familia de tamberos vio al perro herido entrar al
cementerio a través de un hueco en el muro. Después desapa-
reció detrás de las paredes misteriosas del camposanto.

50 1Beatriz Actis
Al día siguiente, el tambero contó la historia del perro al
hombre que llegó hasta el tambo para buscar los tarros de
leche. El hombre llevó la leche a la fábrica y relató la historia
del perro a los obreros, que se fueron contando unos a otros
la noticia. Hacia el mediodía, ya todos sospechaban que se
trataba del lobizón. Las voces crecían desde la duda hasta
el convencimiento. Unos decían que el lobizón deambulaba
en la noche sin rumbo fijo. Otros, en cambio, afirmaban
que caminaba siete kilómetros de ida y siete kilómetros de
vuelta. Alguien dijo estar seguro de que visitaba cemente-
rios para escarbar en las tumbas en busca de los huesos de
los muertos. Hubo quien desconcertó a los que escuchaban
diciendo que a veces no solo se transformaba en perro sino
en gallo o en burro.
En tanto, Cipriano, en un rincón, oía lo que se hablaba, se-
rio y callado como siempre (después de su huida en el medio
del baile, la gente había vuelto a llamarlo Cipriano el Amar-
go). Ese día trabajaba más lentamente que de costumbre
porque mantenía tieso uno de los brazos, y realizaba todos
sus movimientos con la mano derecha solamente. Sus pier-
nas temblaron cuando el más viejo de los presentes senten-
ció después de un silencio: "Si el lobizón está enamorado de
una mujer, se va a ir a morir enfrente de la puerta de su casa".

Séptimo hijo varón l 51


Ytembló todo su cuerpo cuando uno de los hombres juró
por la memoria de sus antepasados que la única manera de
matar al lobizón era con una bala y un cuchilio bendecidos,
pero que el que lo hiciese debía apuntar y tirar a la sombra,
del lado que le diera la !una.
Todas giraron sus cabezas para observar a Cipriano en
ese momento. Algunos con firmeza desafiante y otros con
timidez, aperas. Estaban mirando el brazo izquierdo de Ci-
priano, que colgaba al costado de su cuerpo con un aspec-
to sospechoso que ya no se podía disimular. Debajo de la
manga asomaba su mano vendada. Y la cara del muchacho
· estaba pálida de dolor. Un obrero muy joven pensó: "iQué
pena! Podría haber sido el ahijado del Presidente".
El capataz de la cooperativa cuenta aún hoy a quien quie-
ra escucharlo que esa mañana Cipriano le pidió permiso para
retirarse un momento, y desde ese instante no se lo volvió a
ver no solo en la fábrica sino en ningún otro rincón del pue-
blo. Un obrero encontró en su lugar de trabajo unas diminu-
tas gotas de sangre. No había dudas: Cipriano era el perro.
La noticia recorrió el pueblo como una ráfaga de viento.
Fueron a buscarlo a su casa. Sus pocas pertenencias habían
desaparecido. Se había ido del mismo modo que había llega-
do: escondido, asustado, como escapando de una maldición.

52 I Beatriz Actis
Quién sabe en qué pueblo lejano estaría repitiendo su his-
toria: huir durante, toda la vida de su destino de séptimo
hijo varón.
Las noticias llegaron también hasta la casa de los Bleck-
mann. Amelía bordaba.en un sillón de la galería. No levantó
los ojos de su labor mientras le contaban la terrible revela-
ción sobre la identidad de Cipriano. Amelía, desde ese día,
no volvió a ser la misma.
Pasaron los meses. Parecía que la historia de Cipriano
se iba olvidando de a poco en el pueblo. Todas los habi-
tantes (también los obreros de la fábrica) seguían con sus
rutinas. Yasí llegó el día en que Amelia Bleckmann cumplió.
los quince años. Su familia lo celebró con una reunión en la
casa, a la que asistieron algunos vecinos y parientes, y por
supuesto sus padres y sus seis hermanas. Era un viernes de
otoño, pero la temperatura recordaba el verano: hacía calor
aunque el suelo estaba cubierto de hojas amarillas.
Mientras los demás disfrutaban de la fiesta, Amelia se
acercó a la ventana abierta que miraba hacia el campo. Era
cerca de la medianoche. En el cielo brillaba la luna llena.
Una figura se recortaba entre las sombras: era un animal
que caminaba con el hocico en el suelo. La muchacha supo
entonces que Cipriano se había recuperado de sus viejas

Séptimo hijo varón l 53


heridas y había vuelto a buscarla. En la oscuridad se lo veía
como una bestia temible, la lengua afuera, los ojos fosfores-
centes de lobizón como relámpagos.
Amelia Bleckmann, séptima hija mujer de su familia, cerró
los ojos y suspiró por primera vez con felicidad y con alivio.
Mientras se asomaba a la ventana, su cuerpo se transformó
en un ave negra que salió volando hacia la inmensidad de
la noche, como solo lo hacen las brujas los viernes de luna
llena, una vez que se enamoran.

Séptimo hijo varón 155


Al aire libre

Noelia tuvo la idea la tarde en que las hormigas casi se


comen por completo el algarrobito del fondo, que venía cre-
ciendo sano y parejo hasta que las hormigas invadieron el
barrio.
-Traemos un oso hormiguero, y solucionado el problema
-dijo.
Yo tengo un especial respeto por todas las formas de.
la naturaleza, menos por esas hormigas coloradas, antipá-
ticas, come-plantas, que se multiplican por millones y se
devoran hasta el pasto seco de los canteros.·
El hormiguero gigante tenía como tres metros de diáme-
tro y estaba en el medio de la canchita, justo al lado de la
escuela. Los chicos ni podíamos jugar a la pelota, porque el
hormiguero quedó justo en el medio del terreno, y los parti-
dos se volvían extraños con los jugadores recorriendo unos
caminos retorcidos detrás de la pelota.
Si hacías bicicross, las hormigas se te subían por las rue-
das; si pasabas caminando por al lado, se te trepaban por el

Al aire libre l 57
pie hasta el tobillo, a la rodilla; si te movías te picaban; si te
picaban, sonabas porque te dejaban unas ronchas rosadas
que te ardían, y encima te ligabas el reto de tu mamá o de
la maestra por estar jugando tan cerca del hormiguero.
Bueno, esa tarde Noelia tuvo la idea y entonces nos fui-
mos los cuatro: ella, Ramón, Carlos Miguel y yo hasta el pue-
blo para hablar con el veterinario, que tenía su veterinaria
just0 al lado de la Comuna. Dije: "Voy a hablar yo", porque
a Nc:dia a veces no le salen las palabras y seguro que en el
media de !a charla decía "vitirinario".
Caminamos bordeando la ruta (nuestro barrio es el más
· alejado del pueblo, y todos lo llaman "El barrio de la Escue-
lita"). Hay más o menos dos kilómetros hasta llegar desde
nuestras casas hasta la Comuna. Mientras andábamos, Ra-
món encontró en la banquina, casi oculta entre los yuyos,
una bolita multicolor.
<

-El que la encuentra se la queda. El que la pierde, se


arrepiente -dijo, mientras se la guardaba en el bolsillo. Yo
pensé en cómo habría ido esa bolita a parar ahí.
En los postes estaban posadas muchas lechuzas, quietas
como estatuas. Ramón hacía como que les iba a tirar con
la bolita. Pero Carlos Miguel contó que había que tener cui-
dado y que cuando pasaba una lechuza volando no había

58 1Beatriz Actis
que burlarse de ella, porque una noche pasó una lechuza y
una señora la oyó y, dijo con tono de amenaza que le iba a
tirar sal en las plumas. Y a la mañana siguiente, una mujer
toda vestida de negro que parecía una bruja se le apareció
en la casa y le dijo: "Vengo a buscar la sal que anoche me
prometiste". Y del susto, la señora se murió ahí mismo de
un ataque al corazón. Noelia no dijo nada, pero parecía un
poco asustada.
Cuando llegamos al pueblo nos quedamos un rato sen-
tados en una vereda, esperando, porque aunque ninguno
lo confesaba, nos daba un poco de vergüenza ir a la veteri-
naria. Muchas veces habíamos conversado sobre las venta"
jas que debía tener vivir en el pueblo, por ejemplo: si uno
quería ir a pasear al centro, caminaba dos cuadras para un
lado. Y si quería hacer un picnic, tranquilo, en el medio del
campo, caminaba dos cuadras para el otro ladb, y listo.
Al fin, entramos a la veterinaria, que era un local chiqui-
to rodeado por un gran patio. Carlos Miguel le preguntó al
empleado si tenían osos hormigueros disponibles. "Disponi-
bles para qué", dijo el empleado y todos pensamos que no
era, lo que se dice, una persona simpática.
Yo me adelanté y pregunté por "el doctor". El tipo me
miró, puso todavía más cara de perro malo (por eso segura-

Al aire libre 159


mente lo habían elegido para cuidar la veterinaria), se aso-
mó a través de una puertita que había en el fondo y casi
gritó:
-iGente!
Después, haciendo un movimiento de cabeza, nos indicó:
-Pasen.
Entramos tímidamente, de a uno. En el saloncito apenas
había lugar p.ara todos. Un hombre estaba apoyado contra
la camilla y yo supe, no más verlo, que era el veterinario.
A través de la ventana podía observarse el patio, enorme,
atravesado por caminitos rodeados de yuyos. A un costado
·había un corral en donde se veía, recostado, a un guazun-
cho5; más lejos, un estanque con patos. Nosotros estába-
mos de veras acostumbrados a las aves del monte: cha ratas,
paca-á, coloradas (que tienen un silbido particular que yo
podría reconocer en cualquier parte), además de palomas y
cotorras.
-A mí me dicen Pato -dijo Carlos Miguel y le agarró
como un ataque de risa. Nosotros por supuesto ya lo sabía-
mos, aunque casi siempre le decimos Carlos Miguel y nunca
Pato, pero igual nos dio una risa, y Ramón mientras tanto

5 Especie de venado nativo de América, en peligro de extinción.

60 1Beatriz Actis
le caminaba un poquito por atrás a Carlos Miguel moviendo
el cuerpo como si füera un pato y haciendo cuá-cuá, que le
salía muy bien.
El hombre se sonrió. Ramón lo miraba con asombro, con
admiración: el doctor tenía un guardapolvo verde y en las
manos unos guantes de goma finita. Mientras nos hablaba
se iba sacando despacito los guantes:
-Sí, lqué quieren? -dijo, y yo me quedé mudo porque
no podía dejar de mirar los guantes a medias enrollados y
transparentes que iban dejando ver de a poco los dedos
blancos del veterinario. Me acuerdo que pensé: "Cuando sea
grande, quiero ser doctor".
Como pasaba el tiempo y yo me callaba y me callaba, al fi-
nal el único que se animó a abrir la boca fue Ramón, que dijo:
-Necesitamos un oso que se coma las hormigas.
El doctor se terminó de sacar los guantes ylos tiró aden-
tro de un tacho de basura que estaba en el costado. Pensé:
"Cuando se dé vuelta, los junto del tacho y me los llevo". Y
seguro que Ramón pensaba lo mismo porque no dejaba de
mirar en dirección al tacho, y también es seguro que pensa-
ba: "Los lavo y quedan como nuevos".
El doctor se metió las manos en los bolsillos, parecía que
no podía tener las manos en el aire, al aire libre. Nos miró

Al aire libre 161


uno por uno. Ni Ramón ni yo estábamos distraídos mirando
el tacho, ahora lo mirábamos fijo al doctor, igual que Noelia
y que Carlos Miguel. En medio del silencio de la tarde lo úni-
co que se escuchó fue el silbido de una colorada, entonces
Carlos Miguel explicó:
-A mí me dicen Pato.
Pero con una vocecita tan baja, tan suave, que fue como
si nadie lo hubiera dicho, ni lo hubiera oído, y esa vez no
nos reímos todos, como antes, sino que nos dio un poco
de vergüenza. El doctor preguntó entonces de dónde ve-
níamos, cuáles eran nuestros nombres y dónae-estaban las
hormigas. Yo junté coraje y más o menos le expliqué todo.
Noelia, sin que el doctor le preguntara, también le dijo que
Ramón y ella eran hermanos, y Carlos Miguel y yo, dos pri-
mos, y también cuántos años teníamos y que vivíamos por
"El b<arrio de la Escuelita". El doctor lo único que nos volvió
a preguntar fue en qué grado estábamos.
Después de pensar un poco dijo que íbamos a ir todos
juntos hasta el hormiguero de la canchita para ver "de qué
se trataba ese asunto", y que de paso les iba a avisar a los
de la Comuna. Nosotros nos miramos sonrientes y sobre
todo la miramos a Noelia, que había sido' la de la idea, y es-
tábamos de lo más agradecidos porque todo estaba salien-

62 1Beatriz Actis
do lo más bien, mejor incluso de lo que habíamos pensado,
a pesar de que en ningún momento el doctor había hecho
referencia al oso hormiguero sino solamente a "ese asunto".
El doctor se alejó de la camilla y caminó hacia la habitación
del frente, mientras nos hacía señas para que lo siguiéramos.
Ahí habló en voz baja con el empleado y lo único que entendi-
mos fue que le decía que "avisara a la Comuna". Después dijo:
-Vamos.
Y fuimos hasta una camioneta que estaba estacionada
enfrente. A Ramón, a Carlos Miguel y a mí nos subieron en
la parte de atrás, la de la chata. En la cabina de adelante
iba manejando el doctor y al lado, sentadita, muy seria, iba
Noelia. Del oso hormiguero, ni noticias. Yo empezaba a sen-
tir un poco de desconfianza.
Antes de subir a la chata el doctor nos había pregunta-
do exactamente dónde era que quedaban nuestras casas,
y nosotros le habíamos explicado. Viajamos en silencio. No
hacía frío, pero con la camioneta en movimiento, el aire se
volvía fuerte y cortante y era como un viento que te despei-
naba y te daba cachetadas.
Al fin llegamos a la canchita, no era lejos (y en auto, pa-
recía muchísimo más cerca que caminando). Nos bajamos
y le mostramos al doctor el hormiguero gigante. Le caminó

Al aire libre 163


todo alrededor, como si lo estuviera revisando. Apenas po- .
díamos estar parados ahí al lado porque se nos subían las
hormigas por las piernas y teníamos que sacudirlas a cada
rato, aunque el doctor nó se quejaba para nada, se ve que
estaba acostumbrado.
Al ratito, el doctor dijo que bueno (pero no: qué bueno
qué) y que se tenía que volver al pueblo. Mientras subía a
la camionetQ, me animé a preguntarle cuándo iba a traer al
oso para que se comiera las hormigas.
-Tenés muchas ganas de recuperar la canchita, vos -me
dijo el doctor mientras encendía un cigarrillo, tapándoselo
con una mano para que el viento no lo apagara. Amagó aca-
riciarme la cabeza, pero no sé por qué lo esquivé.
-lDe quién sos hincha?
-De Central -le contesté-. Canalla.
Al doctor le dio risa.
<

-Pensé que ibas a nombrar a algún equipo de Buenos


Aires, no de Rosario.
-Rosario es grande como Buenos Aires -dije.
El doctor me miraba, seguía sonriendo.
-lVos fuiste alguna vez a Rosario? -preguntó.
-No -le dije-. Pero me lo imagino. -Y después agre-
gué-: Yo puedo imaginarme muchas cosas.

64 1Beatriz Actis
El doctor puso en marcha la ccmioneta. Noelia le pre-
guntó otra vez por el oso (a mí no me había contestado). El
veterinario sonrió y dijo:
-No, no prestamos al oso para esto.
Después explicó algunas cosas medio difíciles, dijo que
en la zona había pocos osos hormigueros:
-Es el límite austral del área de distribución -dijo, y des-
pués explicó que de por sí esa era una especie con "baja
densidad de población", y que a veces los cazadores los
atrapaban para venderlos en la capital, a pesar de que la
caza estaba prohibida.
Yo pensé: "Y a mí qué me importa", pero no lo dije, y creo
que tampoco era cierto, porque pensar en el oso perdido en
la ciudad me daba lástima, pero también estaba un poco
enojado con el veterinario.
Entonces el doctor dijo:
-Vamos a venir con una excavadora de la Comuna y va-
mos a romper el hormiguero.
-lY si no funciona? -dije yo.
-Entonces lo inundamos hasta que se derrumbe. lTenés
una manguera?
-Sí -le dije yo-, en mi casa tienen. '
Noelia se animó otra vez y le preguntó:

66 I Beatriz Actis
_¿y si no se derrumba?
-Le echamos un veneno.
La camioneta se estaba yendo. Noelia lo corrió un poco y
casi le gritó, ella, que es tan tímida:
-Usted es un mintiroso.
Porque cuando se pone nerviosa se equivoca con las pa-
labras. El doctor asomó la cabeza por la ventanilla:
-Mañana voy a volver, se los juro. Les vamos a sacar de
acá ese hormiguero asqueroso.
Pero Ramón se había puesto a llorar. El doctor lo miró y
después se pasó la mano por la frente, como secándose el
sudor, aunque no hacía tanto calor a esa hora de la tarde ..
Le miré ·de nuevo los dedos blancos, alargados de la mano,
en donde todavía se sostenía la colilla del cigarrillo.
-Van a poder jugar de nuevo en la canchita -dijo mirán-
dolo a Ramón- y las plantas les van a crecer sanas: no va a
haber más tantas hormigas, yo les prometo.
-Pero nosotros queríamos el oso -dijo Carlos Miguel.
En voz baja, como resignado, el doctor dijo:
-Bueno, vamos a ver.
Y la camioneta se fue del todo.
Después nos sentamos en los bordes de una zanja, y por
suerte Ramón ya había dejado de llorar. Noelia preguntó:

Al aire libre 167


-lAlguien vio, alguna vez, un oso hormiguero de verdad?
Y yo dije que casi casi era como si lo hubiese visto, por-
que una vez mi tío el que vivía en Colmena me contó que
en la Laguna La Loca -que queda bastante cerca de Colme-
na pero un poco más lejos de nuestro pueblo- había no
solo osos hormigueros sino carpinchos y zorros del monte.
Y Carlos Miguel aclaró con orgullo que el tío que 'vivía en el
pueblo de Colmena también era su tío.
-Yo sé que Colmena está cerca de otros lugares que se
llaman Tartagal, Golondrina y más allá ... iLos Amores! -dijo
Ramón mientras se reía y miraba primero a Noelia y después
me miraba a mí, a la vez que repetía más lentamente-: Los
Amoooressss.
Y Noelia se ponía un poco colorada, y a mí me dio por
mirar para abajo y hacer garabatos en la tierra con un pa-
lito.< Entonces fue cuando Carlos Miguel confesó que recién
cuando habíamos estado en la veterinaria, él había alean-,
zado a ver que en el patio, cerca del estanque de los patos,
había un oso hormiguero de tamaño mediano, y que ese
era seguro el que el doctor nos iba a llevar al día siguiente
para acabar de una vez por todas con el hormiguero y poder
volver a jugar en la canchita como si fuera el estadio gigante
de Rosario Central.

68 1Beatriz Actis
A mí se me iluminó la cara cuando escuché eso y Ramón
empezó a imitar d~ nuevo a un pato, para que todos nos
largásemos a reír y no pensáramos más en mentiras o en no
poder recuperar la canchita o en otras cosas feas por el estilo.
Después seguimos hablando de animales fabulosos, como
un chajá más grande de lo normal que una vez Ramón había
visto y que le dijeron que era una mujer a quien, como casti-
go, la habían transformado en ave.
-lPero quién hizo eso? -preguntó Noelia, un poco pre-
ocupada.
Ramón contó que había bajado un santo del cielo y como
era verano tenía mucha sed en la Tierra, así que encontró a.
una lavandera a un costado de la Laguna La Loca y le pidió
agua para beber, y que esa mujer le hizo una broma y le dio
agua enjabonada. El santo del cielo se la tuvo que tomar
igual, porque estaba de veras sediento, pero le dijo que por
pícara y por tacaña de ahí en más ella sería "lo mismo que
me has dado: pura espuma", eso le dijo.
Y la lavandera en ese mismo instante se convirtió en el
ave, y cuando quiso quejarse solo pudo decir: "Chajá, cha-
já", y de ahí viene ese dicho que siempre repite la maes-
tra cuando alguno se pone engreído, que es: "Pura espuma
como el ch ajá del monte".

Al aire libre l 69
Esa noche con Carlos Miguel nos dormimos temprano,
pero nos despertamos a la madrugada y nos quedamos con-
versando bajito, para no despertar a la familia. Nos sentía-
.- mos inquietos, sobre todo por saber qué iba a pasar ese día
con el oso y las hormigas, y además porque cuando estába-
mos en la zanja esa tarde nos habíamos quedado contando
historias extrañas de animales que todos-juraban que eran
ciertas, hast? que cayó la noche.
Entre esas historias extrañas, además de la de la mujer-
chajá, había una en que las vizcachas ayudaban a recupe-
rar a un niño pequeño que se había perdido en el monte,
ya que lo habían protegido en su m_adriguera (eso lo contó
Noelia), y otra en que un gato montés se aparecía por las
noches cerca del pueblo con los ojos brillantes, fosforescen-
tes, como un diablo (eso lo contó Ramón), y sobre todo la
del gato montés fue la que nos había hecho tener algunas
pe~adi!las.
Carlos Miguel me preguntó de pronto cómo me imagi-
naba yo que el oso iba a comerse a las hormigas, y yo le
dije que los osos hormigueros tenían una gran trompa, una
especie de cabeza larga, como si fuera un tubo, y que de la
boca les salía una lengua también larga y pegajosa (eso me
había contado mi tío el de Colmena), en donde se pegaban

70 1Beatriz Actis
las hormigas como en una trampera y así el animal podía
comérselas, y que en definitiva, los osos hormigueros eran
como los elefantes del monte, y esa descripción? creo, a Car-
los Miguel lo impresionó más que la historia de la bruja que
se convertía en lechuza, que él mismo había contado.
Desde el patio de mi casa, en una noche clara pueden
verse la escuela, el campito, la casa de Noelia y de Ramó,n y
las de los otros vecinos. El hormiguero bajo la luna se adivi-
naba como una ciudad oculta, misteriosa, llena de soldados
que planeaban atacar las plantas y los árboles de El barrio
de la Escuelita durante la mañana.
Al otro día era sábado, no teníamos escuela. Nos reuní- ·
mos bien temprano en el terreno, como siempre, y ni bien
llegué me puse a mirar todo como si fuera la primera vez,
y de algún modo lo era, porque las hormigas no estaban. A
todos nos pasó lo mismo.
Rodeamos las entradas del hormiguero en medio de un
silencio extraño, como si fuera el silencio que hay en los
cementerios, y Carlos Miguel con una rama de algarrobo re-
movió cada uno de los agujeros. Pero no estaban. Se habían
ido. La ciudad del hormiguero estaba vacía de soldados.
Estuvimos mirándonos un rato largo, callados, sorprendi-
dos. Hasta que Noelia se fue a sentar debajo de un árbol y dijo:

Al aire libre 171


-Yo anoche escuché unos ruidos raros.
Y Ramón dijo que sí, que él había visto a la madrugada
cómo en la camioneta volvía el veterinario y cómo de la
chata bajaba al oso hormiguero, y cómo el oso se comía
a las hormigas. Yo no me quería convencer, pero igual le
pregunté:
-lY el doctor tenía los guantes puestos? ,
-Por supuesto -dijo Ramón, y no sé por qué, pero le creí.
En ese momento Carlos Miguel contó que él no me había
dicho nada pero que esa noche, antes de que nos desper-
tásemos, se había levantado y desde la ventana había visto
una gran trompa alargada de donde salía una lengua que era
igualita a una víbora, y que esa lengua venía como volando
desde el lado de la ruta, del pueblo, pero volando cerquita de
la tierra, y que se metía de a poco adentro del hormiguero, y
que mientras tanto se escuchaban los gritos de ias hormigas
cuando la lengua las iba atrapando una ·por una. A Noelia
esta vez no le dio miedo sino un poco de risa, y le dijo:
-Eh, no seas mintiroso: las hormigas no gritan.
Pero Carlos Miguel ya no la escuchaba porque había ido
a avisarles a los otros chicos del barrio que ya había pasado
el peligro, pero sobre todor quería contarles la historia del
oso hormiguero y su trompa voladora. Ramón también se

Al aire libre 173


fue, pero a buscar la pelota. Noelia se quedó un rato calla-
da, bajo la sombra fresca del árbol, y después se me arrimó
despacito y me dijo que estaba de lo más contenta.
Entonces pensé que el ~actor no había faltado finalmen-
te a su promesa, y que los osos hormigueros y los demás·
animales fabulosos del monte existen, existen de verdad.

74 I Beatriz Actis
Misterio en el cementerio

En el cementerio del pueblo de San José del Rincón (que


los lugareños llaman simplemente Rincón) se levanta ~n
panteón, erguido entre las galerías de nichos y entre las
tumbas que duermen al ras de la tierra. En el panteón des-
cansa una urna rústica y pequeña. Adentro de la urna se
esconde un secreto.
Durante el día, las paredes exteriores de la bóveda res-
plandecen por los rayos del sol. Durante la noche, extra-
ñas luces asaltan el cementerio y los alrededores del pan-
teón y, un poco más lejos, iluminan las zonas. cercanas al
camposanto con sus reflejos a veces blanquecinos, a veces
azulados. Ante esas luces malas, los lugareños tiemblan de
espanto.
Sin embargo, algunos espíritus valientes se han atrevido
a recorrer los campos iluminados. en la quietud de la no-
che. Es el caso de Yosviak el Polaco, cuya increíble historia
quedó grabada en la memoria de los habitantes de la costa
litoraleña durante más de un siglo.

Misterio en el cementerio 175


La luz mala a veces resulta intermitente y tenue, y entonces
oscila y se traslada de un punto a otro, impulsada por la brisa
más leve. Los mortales comprenden que en esos brillos que
ondulan en la noche, sobre el campo, almas en pena mendigan
-su deseo, y su deseo es llamar la atención de un alma viva para
que les sirva de compañía, para no estar tan solas en su paseo
por la eternidad. Estas ánimas andan errantes porque sus pe-
cados no son tan graves como para merecer el infierno. Pero
sus .culpas tampoco les p~rmiten entrar en el paraíso.
Una noche, Yosviak el Polaco vio brillar las luces azules.
Supo que ese color indicaba no solo el deambular errante
de las ánimas sino la presencia de un tesoro escondido. Lo
supo por el relato de los lugareños.
Yosviak había llegado al Puerto de Colastiné, cercano a
Rincón, hacia fines del siglo diecinueve, después de una
larga travesía por mares remotos en un barco de bandera
inglesa, en busca de aventuras y de fortuna.
Ni bien llegó, se quedó trabajando en la zona del puerto,
aprendió el español y así pudo conocer muchas historias en
boca de la gente del lugar, entre ellas, la que indicaba que
luces azules en la noche guiaban hasta un tesoro escondido.
A Yosviak lo encandilaron la ambición y la codicia: quiso
apropiarse del tesoro.

76 1Beatriz Actis
En esa época, el puerto desarrollaba una gran actividad. Ma-
rinos extranjeros arribaban en barcos de distinta procedencia.
El ferrocarril cruzaba la laguna Setúbal, al lado de la cual crece
la ciudad de Santa Fe, y llegaba hasta los suburbios costeros:
hasta Colastiné y hasta Rincón. La zona cercana al puerto era
un hervidero de gente diversa que se entremezclaba con los na-
tivos. De los almacenes y los boliches se oían surgir canciones
nostálgicas cantadas en sus lenguas por los extranjeros. ,
El Polaco sabfa por las versiones oídas que quien ~e_ pro-
pusiese desenterrar el tesoro debería señalar el lugar exacto
durante la noche y volver a buscarlo al día siguiente. Y que,
después de señalar el lugar, no debería mirar hacia atrás, .
pues de lo contrario recibiría un castigo. Decidió correr los
riesgos y desenterrarlo. "No temo -pensó para darse cora-
je- a los fantasmas de estas tierras salvajes".
Al día siguiente de ubicar el lugar exacto, aebería cavar
en el sitio marcado y de ese modo encontraría el tesoro.
Exactamente eso hizo Yosviak el Polaco. Tiritaba mientras
perseguía las huellas de las luces azuladas. Así llegó hasta el
lugar indicado. Para liberarse de la maldición de la luz mala
rezó en su idioma y luego mordió la vaina de su cuchillo, ya
que esa era -lo había escuchado- la única defensa posible
contra aquellos peligros.

Misterio en el cementerio 177


Pero mientras cavaba (las gotas de sudor cayendo por
sus sienes) sintió remordimiento al socavar la tierra que lo
había recibido. Entonces pensó en su patria lejana y tuvo
fuerzas para seguir excavando: "Esta no es mi tierra. Mi tie-
rra está donde yacen mis muertos".
Yosviak el Polaco perforaba el suelo con desesperación
cuando un destello lo cegó. Fue como si la luz mala exage-
rase su clarigad azul hasta convertirse en un fuego impe-
tuoso que brotara de la tierra como la lava de un volcán.
Ese destello duró un segundo o duró la noche entera; el
Polaco, deslumbrado y casi inconsciente, no pudo saberlo
·con certeza. Cuando se apagó, Yosviak vio en el fondo del
pozo excavado, cubierta de tierra, una bolsa de arpillera.
Extendió los brazos hacia el hoyo y abrió la bolsa. Adentro
de la bolsa no halló el tesoro que deseaba sino un misterio
inesperado. Allí se ocultaban los restos de lo que una vez
había sido un hombre.
Los acontecimientos que siguen fueron vertiginosos,
como un torbellino que levanta polvareda sobre la tierra
reseca. Yosviak sintió que la bolsa le quemaba las manos.
La dejó abandonada junto al hueco y huyó hacia el boliche
en donde se reunía con los marinos, en' la zona cercana al
puerto. Temeroso de verse comprometido ante la justicia

78 I Beatriz Actis
por haber descubierto un cadáver descuartizado, confesó
su hallazgo ante U1;10s parroquianos. Así fue como, pausa-
damente, día tras día, fue corriéndose la voz sobre la exis-
tencia de esa bolsa misteriosa. El secreto dejó de pertenecer
a Yosviak el Polaco.
A nadie le importó demasiado I~ identidad del difunto.
"A los muertos no hay que nombrarlos", dijeron los más
ancianos. Desde aquellos tiempos lejanos comenzaron a lla-
marlo simplemente: El Embolsadito. Todos coincidieron en
que había que darle al pobre, al menos, una sepultura de
cristiano.
El contenido de la bolsa fue traspasado a una urna por
un pequeño grupo de paisanos que, en silencio, como un
cortejo, lo llevaron hasta el cementerio, en donde hasta el
día de hoy reposa con el sueño tranquilo de los muértos.
Hay quienes aseguran -antiguos pobladores- que la
bolsa había aparecido flotando sobre el lomo verde de un
camalote en el pico de la crecida. No se sabe de qué modo
llegó hasta la costa y, desde allí, hasta la tierra firme en don-
de alguien la enterró. Pero ni siquiera se sabe con certeza si
el río fue su camino.
Otros suponen que se trata,~a del cuerpo de un soldado
que vino hasta estas tierras en tren. Viejos pescadores de

Misterio en el cementerio 179


las islas afirman, en cambio, que era un tripulante llama-
do Juan Valdés. Nunca se supo quién ni por qué lo habían
matado: quizás fuese por asuntos de juego, de amores o de
dinero.
Pero muchos -la mayoría- son los que dicen que en rea-
lidad se trataba de un marinero francés. Cuentan incluso
que, en vida, el francés era capaz de tranquilizar a los ca-
ballos encabritados clavándoles la mirada, atrozmente,pe-
netrante y fija. Parece que tenía la mirada fuerte de los que
ven más allá, de los que vislumbran. Varios marinos y no
pocos lugareños dijeron haberlo reconocido entre la gente y
el bullicio del puerto por aquellos ojos extraños, por su aire .
ausente. Por eso suponen que los acontecimientos posterio-
res (a los que pronto me referiré) no son sorprendentes: el
francés ya en vida poseía algunas dotes mágicas.
Poco se sabe. O todo se sabe de a poco.
Nadie reclamó los restos que aparecieron en la bolsa: nin-
gún amigo, ni mujer, ni pariente, ni compañero. Mientras el
cortejo acompañaba la urna hasta el camposanto, uno de
los paisanos, preocupado por su hijo enfermo, le rezó a El
Embolsadito. Ysu hijo, al poco tiempo, se recuperó.
Pronto le hicieron fama de hacedor de milagros. "Le pe-
dían a El Embolsadito, y El Embolsadito les concedía", re-

Misterio en el cementerio 181


cuerdan los más ancianos. Desde entonces, su tumba es un
lugar sagrado. La gente acude al cementerio de San José del .
Rincón para pedir s1,1 protección. (Por eso muchos piensan
que se trata del cuerpo del francés, quien ya en vida -di-
cen- hacía milagros).
De día, iluminan el sepulcro los rayos del sol, que resal-
tan las leyendas escritas a mano y las placas grabadas con
inscripciones: "Gracias, Embolsado, por la ayuda que me
has dado". Por la noche -cuentan los que las vieron- las
luces malas, también llamadas fuegos fatuos, forman una
huella que lleva hacia el panteón. Marcan el camino hacia la
. tumba de El Embolsadito como una estela en el mar.
En cuanto a Yosviak el Polaco, que había venido del mar,
su rumbo se perdió por los riachos y los bañados de la zona.
Dicen que el hallazgo de la bolsa le cambió la vida. Que ya
no quiso aventura ni fortuna. Que no pensó en volver a su
lejana tierra ni en embarcarse para navegar por aquel océa-
no al que siempre había soñado regresar. Solo quiso perder-
se tierra adentro para olvidar su pasado, devorado por estas
tierras americanas inundadas de secretos.
Algunos dicen también que fue elegido por los fuegos noc-
turnos para ser el que encontrara los restos porque, como El
Embolsadito, Yosviak sería para siempre un extranjero.

82 1Beatriz Actis
Fue la gente del pueblo la que construyó la bóveda en la
que reposa El Embolsadito. Está cubierta de agradecimien-
tos: regalos, ofrendas, velas y flores por las plegarias escu-
chadas y las promesas cumplidas.
Así como la urna y los restos esconden un misterio (quién
fue en realidad aquel hombre, por qué lo asesinaron, qué es
lo que lleva a las ánimas en pena a rodear el panteón, como
protegiéndolo), la tumba tiene el don de cumplir los deseos
verdaderos.
Desde hace años y años, los jóvenes, los niños y los ma-
yores conocen estos sucesos. Y así los van relatando a los
·hijos, y estos, a los suyos, y estos, también, los narrarán
a sus hijos algún día, y de este modo fue como me enteré
de la historia de Yosviak el Polaco y de El Embolsadito. Los
rezos se elevan, resonando como ecos a lo largo de la costa,
y lo~ fieles transmiten de generación en generación estas
creencias.
Se los tenía que contar para sacarme la necesidad de
compartir este misterio y, también, para perderles el miedo
a las luces malas y a los fantasmas de la costa. Y ya se los
conté. Santo remedio.

84 I Beatriz Actis
•I ACTIVIDADES PARA COMPRENDER 1A LECTURA j

"Triste historia de un jinete"


1. lQuién es eljinete que da título al cuento? lQué saben sobre él
los habitantes de Alto Verde? lQué no saben, en cambio? Descrí-
banlo a él y a su caballo, antes del accidente.
2. lQué revela el sueño colectivo que comparten los vecinos de
Alto Verde? lCómo se relaciona ese sueño con eljinete?
3. Formulen un comentario sobre el cuento que incluya las siguien-
tes palabras: de~apitado - carpincho - venganza.

"Lo desconocido"
4. Enumeren los sucesos inexplicables que vive el protagonista del
cuento.
5. Lean el siguiente párrafo y fundamenten por qué en "Lo desco-
nocido" hay ficción dentro de la ficción.
Un mismo relato puede presentar varios niveles narrativos. Esto
sucede si el narrador, por ejemplo, le cede la palabra a un personaje
para que este a su ve.{ cuente otra historia y se convierta así tam-
bién en narrador. Se agrega una ficción dentro de la ficción, otra
historia dentro de la historia: a la que aparece primero en el relato,
se la llama relato marco; a la que está dentro, relato enmarcado.
6. lCuántos y cuáles relatos enmarcados aparecen en "Lo descono-
cido"? Consignen en cada caso: quién es el protagonista, cuál es el
conflicto y cómo se resuelve.

"Séptimo hijo varón"


7. "Circulaban rumores sobre Cipria no en el pueblo ..." lCuáles eran
esos rumores? Relacionen su respuesta con el título del cuento.

86 I Actividades
8. Expliquen por qué el brazo izquierdo de Cipriano le daba un
aspecto "sospechoso".
9. Aunque el título anticipa la historia de Cipriano, en el desenlace
cobra relevancia el personaje de Amelía Bleckmann. lPor qué?

"Al aire libre"


10. Enumeren los personajes y clasifíquenlos, según sean principa-
les o secundarios. Caractericen al narrador, señalando qué vínculo
mantiene con los otros personajes y cuáles son sus rasgos principa-
les en función de las acciones y comentarios que realiza. ,
11. lCuál es el problema que se presenta? lQué es lo que hacen
los protagonistas para intentar resolverlo y cómo se resuelve final-
mente? Fundamenten desde el propio punto de vista, si el desenla-
ce es realista o mágico.
12. Describan los escenarios que aparecen en el cuento: lqué carac-
terísticas presenta cada lugar? lEn qué se diferencian uno del otro? .

"Misterio en el cementerio"
13. "En el panteón descansa una urna rústica y pequeña. Adentro
de la urna se esconde un secreto... " lCuál es ese secreto y por qué
se relaciona con Yosviak el Polaco?
14. Por el pueblo circulan varias versiones que explican quién pudo
haber sido "el embolsadito". Enumérenlas y fundamenten por qué
la del marino francés es la hipótesis más convincente de todas.
15. Aunque el hallazgo del embolsadito se relacionó con las luces
malas y los espíritus errantes, su tumba se convirtió en un lugar
sagrado. lPor qué? Relacionen su respuesta con el párrafo final
del cuento.

Misterio en el cementerio 187


1 ACTIVIDADES DE PRODUCCIÓN DE ESCRITURA

"Triste historia de un jinete"


1. la mujer anciana de Alto Verde compara al Gran Carpincho Blanco
con otros seres mitológicos: sirenas, centauros, unicornios. En grupos, -
confeccionen un Diccionario de seres mitológicos, que tenga al menos
veinte entradas enciclopédicas. Tornen como modelo la siguiente:
r~~;éi~~:·eépfb~r,~;s7/'
k«-[i ~•;ff ,. -:,-,:";:-_;c:,,;¡p,~

rt~~r~J~J~:~tfü~\t~~~~,-~ ,~~f:i~,-~.
2. Cuenten la historia del caballo Mandinga. lCómo era de potrilla?
lCómo llegó a manos del viejo? lPor qué se volvió nervioso y soberbio?

"Lo desconocido"
3. El narrador y su amigo tratan de inventar un juego de naipes con
seis cartas que encontraron en la calle. Elijan una de las siguientes
opciones y elaboren las reglas de un juego que incluya la serie de
elementos.
a. dos dados, un tablero de tatetí, cuatro botones.
b.~cuatro botones, lápiz, papel, dos cartas.
c. un diccionario, dos dados.
4. Al narrador le atrae la idea de que haya otras explicaciones (no
científicas) para los sucesos del mundo, por eso le gustan las leyen-
das: porque responden a interrogantes como lpor qué la ballena vive
en el mar? Imaginen una leyenda que explique (elijan una opción):
a. lcómo surgió la nieve?
b. lpor qué el avestruz no vuela?
c. lpor qué la serpiente se arrastra?

88 1Actividades
"Séptimo hijo varón"
5. Imaginen y escriban una carta de Cipriano a Amelía Bleckmann,
explicándole el porqué de su partida.

"Al aire libre"


6. De camino a la veterinaria, Ramón encuentra una bolita multico-
lor y el narrador se pregunta cómo habrá ido a parar ahí. Imaginen
la historia de esa bolita: lquién era su dueño? lCambió en algún
momento de manos? lCómo llegó hasta el lugar en donde Ramón
la encontró?
7. Ramón cuenta una historia que explica la expresión "pura espu-
ma como el chajá del monte". Investiguen el sentido de las siguien-
tes frases y después inventen una historia que explique por qué
comenzó a usarse alguna de ellas (elijan una opción).
a. Estar en la luna.
b. iViva la Pepa!
c. Aquí hay gato encerrado.
d. Meter la pata.
e. No saber ni jota.

"Misterio en el cementerio"
8. Imaginen quién fue el marinero francés. Escriban su biógrafía
en una carilla consignando los datos más importantes de sú exis-
tencia: dónde y cuándo nació, cómo llegó a San José del Rincón, a
qué se dedicaba, cómo se relacionó con los lugareños, cuáles eran
sus vicios y cuáles sus virtudes y, finalmente, fecha y modo de su
muerte.
9. Escriban la historia de Yosviak después del hallazgo: ladónde
se dirigió?, lqué hizo de su vida? lPor qué lo conmovió tanto el
episodio del embolsadito?

Misterio en el cementerio l 89
1 ACTIVIDADES DE RELACIÓN CON OTRAS DISCIPLINAS

tARTES (CINE; LITERATURA) ,¡


~.· .. ·.......

"Triste historia de un jinete"


1. Miren la película La leyenda de Sleepy Hollow, dirigida por Tim
Burton y protagonizada por Johnny Depp. lQué similitudes y dife-
rencias encuentran con el primer cuento de esta antología?

"lo desconocido"
2. Ela/oren una lista de relatos conocidos que incluyan gatos (por
ejemplo, "El gato con botas" o el gato de Cheshire que aparece en
. Alicia en ei país de las maravillas). Extiendan la búsqueda más allá
de la literatura: len qué películas, en qué cómics, en qué caricatu-
. ras aparecen gatos? Después reflexionen en grupo: lpor qué este
animal es más recurrente que otros en las ficciones? lQué atribu-
tos tiene que lo vuelven misterioso e interesante?
3. Elal es un personaje recurrente en las leyendas tehuelches. Bus-
quen en la Biblioteca o en internet al menos otras dos historias
que, como la de Goos, lo incluyan como personaje. Compártanlas
entre todos, en una ronda de lectura.

"Séptimo hijo varón"/ "Misterio en el cementerio';


4. El lobizón y la luz mala son leyendas rurales: circulan por los
campos, junto a otras como la llorona, la solapa y el pombero.
Averigüen sobre estas leyendas: lde qué se tratan? lPor qué son
terroríficas? Armen una antología con todas las que encuentren,
incluidas las que aparecen en los cuentos de Actis.

90 1Actividades
"Triste historia de un jinete"/ "Lo desconocido"
S. Investiguen sobre los mocovíes y los tehuelches: lqué regiones
habitaban en sus orígenes? Ubíquenlos en un mapa de América
del Sur. Detallen las costumbres, creencias y prácticas sociales de
cada comunidad.

"Séptimo hijo varón"


6. Investiguen el proceso de producción que se lleva a cabo ep las
fábricas de lácteos. Elijan un producto de los que se mencionan
en el cuento (quesos, helados, manteca, yogurt o dulce de leche)
y detallen cómo son las plantas industriales que procesan ese ali-
mento, cuáles son las distintas etapas de producción, las normas
de seguridad y la distribución del producto desde que se obtiene la
materia prima hasta que llega al supermercado.

"Misterio en el cementerio"
7. Investiguen sobre la gran ola inmigratoria que llegó a la Argenti-
na a principios del siglo XX. lCuáles fueron las razones por las que
muchos extranjeros decidieron radicarse en nuestro país? lQué
acciones gubernamentales influyeron en el hecho? lQué estaba
sucediendo en sus lugares de origen, para que tantos extranjeros
decidieran emprender una nueva vida al otro lado del mundo?
· 8. Junto a las religiones oficiales, en toda sociedad pervive un "san-
toral profano". Esto es, la creencia y la devoción que siente la gente
frente a algunos "santos" no reconocidos por la Iglesia u otras ins-
tituciones religiosas. Suelen ser figuras muy carismáticas, que han
tenido una mueri:e violenta y una vida azarosa. Investiguen sobre

Misterio en el cementerio 191


el Gauchito Gil, uno de los santos profanos más conocidos, y com-
paren su vida con la de "el embolsadito": lqué tienen en común
ambas historias?

"Al aire libre"


9. En grupo, armen una infografía sobre el oso hormiguero. Inclu-
yan información sobre su anatomía, hábitat natural, alimentación,
reproducción- y comportamiento.
10. Tal como se deja ver en el cuento, el oso hormiguero es un
animal en peligro de extinción. Es decir, su existencia se encuen-
tra amenazada por múltiples razones (caza indiscriminada y baja
natalidad de la especie, entre otras). Investiguen sobre el tema y,
por grupos, profundicen en distintos animales que estén en una
-situación similar a la del oso hormiguero. Como actividad de cierre,
armen un folleto de concientización y enumeren las prácticas que
podemos llevar a cabo desde nuestro lugar para proteger a estas
especies amenazadas.
Títulos de la colección

Serie Naranja
l. IRIS RIVERA. Frankenstein. Una versión para chicos de la novela de Mary Shelley
2. VARIOS AUTORES. Cuentos de fútbol Para chicas y chicos
3. VARIOS AUTORES. Cuentos de miedo. Para asustarse de veras
4. N1cmAs ScHUFF. Historias de fa Guerra de Troya. Para vivir una y mil aventuras
5. VARIOS AUTORES. Cuentos de aoentura. Para vivir una y mil historias
6. VARIOS AUTORES. Poemas de todas partes. Los chicos leen poesía
7. N1colAs SCHUFF. Aventureros y enamorados. Historias de siempre para chicos de hoy
8. LAURA No. El nombre secreto. La aventura escrita en las runas
9. N1colAs SCHUFF. Monstruos argentinos. Una colección de espantos
10. N1colAs SCHUFF. Historias de la Biblia. Contadas para los chicos
11. IRIS RIVERA. Cuentos populares. De aquí y de allá
12. PAlRICIA SUÁREZ. Esta boca es mía. Y otras obras de teatro para chicos
13. JUAN JOSÉ BuRZJ. Miedo a la oscuridad. Y otros cuentos espeluznantes
14. FERNANDO SORRENTINO. El regreso. Y otros cuentos inquietantes
15. CLAUDIO WEISSFELD. Historias de pícaros. De todos los tiempos
16. N1colAs ScHUFF. leyendas urbanas. Historias que parecen increíbles
17. PABLO GIANERA. Historias del rey Arturo. Y de sus nobles caballeros
18. IGNACIO MIUIR. los viajes de Marco Polo. Y sus fantásticas aventuras
19. ARIEL BUFANO. lo Bella y la Bestia. Con la versión de la leyenda escrita por Jeanne-
Marie Leprince de Beaumont
20. IRIS RIVERA. Mitos y leyendas de la Argentina. Historias que cuenta nuestro pueblo
21. Esrn!AN VALENTINO. Sexto sentido. Y otros cuentos •
22. MARIANO DORR. Vengadores y fugitivos. Historias inolvidables de todos los tiempos
23. N1colAs SCHUFF. las aventuras de Tom Sawyer. Una versión para chicos de la novela de
Mark Twain
24. EVELYN GAuAzo. El libro de la selva. Una versión para chicos del relato de Rudyard
Kipling .
25. CLAUDIO WEISSFELD. los aventuras de Robín Hood. Una versión para chicos de la leyenda
medieval
26. IGNACIO MlillR. Moby Dick. Una versión para chicos de la novela de Herman Melville
27. JOSÉ FRAGUAS. los aventuras de Robinson Crusoe. Una versión para chicos de la novela
de Daniel Defoe
28. JuuAN MARTINEZ VAzaUEZ. los doce trabajos de Hércules. Una versión para chicos del
mito clásico
29. LAURA No. Ludópofis, fa ciudad de los juguetes. Una aventura en el futuro
30. ADElA BASCH. Las increíbles aoenturas de Don Quijote y Sancho Panza. Contadas para
los chicos
31. FLORENCIA ABBATE. Las siete maraoillas del mundo
32. FRANCO VACCARINI. La mecedora delfantasma
33. BEA1RIZ FERRO. Los cuentos de Perrauft
34. NICOLÁS SCHUFF. El conde de Montecristo. Una versión de la novela de Alejandro Dumas
35. IRIS RIVERA. El mono de fa tinta
36. ClAUDIO WEISSFELD. El corsario negro. Una versión de la novela de Emilio Salgari
37. FERNANDO SORRENTINO. Daoid Coppelfield. Una versión de la novela de Charles Dickens
38. GRACIElA REPúN Y ENRIQUE MEIANTONI. Héroes y heroínas
39. BEA1RIZ FERRO. Los cuentos de Grimm
40. RICARDO MARIÑO. Sangre india
41. Rurn KAUFMAN. Extraña misión
42. ARIEL BUFANO. Lp historia de Guillermo Tell y su hijo Guafterio
43. l.JLIANA CiNETTO. Seres fabulosos. De todo el mundo
44. BEATRIZ FERRO. Los cuentos de Andersen
45. HoRACIO CLEMENTE. Historias con perros y gatos
46. FRANCO VACCARINI. El muelle de fa niebla y otras historias de miedo
47. ADElA BASCH. Los diarios son extraordinarios
48. JuuAN MARTINEZ VÁZ.OUEZ. Las mitos griegos. Contados para vos
49. NICOLÁS ScHUFF. Entre el amor y el espanto. Nuevas leyendas urbanas
50. SILVINA RBNAUDI. Del campo y otras yerbas
51. DIEGO MUZZIO. la guerra de los chefs
52..SANDRA SIEMENS. Maracumbia
53. ÜMAR NICOSIA. Aoenturas al teatro
54. MARÍA VICTORIA RAMOS. Con letra de hormiga
55. EDUARDO ABEL GIMÉNEZ. El Bagrub y otros cuentos de humor (;)lógico
56. ÜCHE CALIFA. El mejor de los mundos imposibles
57. SEBASTIÁN LAlAURETTE. Bellacrín y fa Sombra
58. NICOLÁS SCHUFF. Los animales originales y otras historias
59. BEATRIZ Acns. Alicia en el País de fas maraoillas
60. DIEGO MUZZIO. Elefantes telefónicos
61. ANA MARfA AlVARADO. El niño de papel
62. MARK TWA!N, VERSIÓN DE NICOLÁS SCHUFF. las aoenturas de Huckleberry Finn
63. LEw1s CARROLL, VERSIÓN DE BEATRIZ Acns. Alicia a traoés del espejo
64. WILHEM y JACOB GRIMM, VERSIÓN DE BEATRIZ Acns. Más cuentos de Grimm
Primera edición.
Esta obra se terminó de imprimir
en marzo de 2018,
en los talleres de IRAP Servicios
Gráficos, Mitre 3367, San Martín,
provincia de Buenos Aires, Argentina
.. . . . -

Misterio en el
cementerio - .
· Y otras historias inquietantes
Beatriz Actis

Leyendas regionales y urban~~' re-


latos populares y presentinil~~lltos
extraños se materializan en estos
cueptos para generar inquietud en
los lectores. Lo fantástico no irrum-
pe, se cuela sutilmente en la trama
de lo cotidiano.

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