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ILUSTRACIONES or
JOAQUÍN SILVA
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Actis, Beatriz
Misterio en el cementerio/ Beatriz Actis ; ilustrado por Joaquín Silva. - la ed. - Boulogne :
Estrada, 2018.
96 p.: il. ; 19 x 14 cm. - (Azulejos. Serie Naranja; 66)
ISBN 978-950-01-2219-1
Actividades .............................................. 85
Actividades para comprender la lectura ............ .86
Actividades de producción de escritura ..............88
Actividades para relacionar con otras asignaturas. 90
La autora
1 la obra
BEATRIZ Acns nació en 1961, en Suncha-
les, provincia de Santa Fe. Actualmente
vive en Rosario. Es profesora en Letras,
editora y especialista en promoción de la
lectura y enseñanza de la literatura. Es-
cribió libros sobre literatura y educación,
y más de treinta libros de literatura para niños y para adultos, entre
otros Criaturas de los mundos perdidos, Lágrimas de Sirena y Para
alegrar al cartero. En esta misma colección, publicó una versión de
Alicia en el país de fas maraviffas; otra de Alicia a través del espejo,
ambos de Lewis Carroll, y algunas de cuentos tradicionales de los
hermanos Grimm.
Ha escrito artículos periodísticos sobre temas de cultura para diver- ·
sos diarios de Rosario y Santa Fe. Fue becaria del Fondo Nacional de
las Artes y jurado en distintos concursos literarios.
Misterio en el cementerio 17
rlll El género del terror
El género del terror se define principalmente por el efecto que
provoca en el lector: e~ miedo, la inquietud o la incertidumbre fren-
te a lo narrado. El ser humano experimenta temor frente a lo des-
conocido, frente a lo que pone en peligro su existencia o lo que re-
sulta inexplicable y en algún aspecto amenazador. Los orígenes del
género del ter[or se remontan a los orígenes mismos del miedo. Sin
embargo, muchos autores creen ver el inicio del terror en el gótico.
Este género surge a fines del siglo XVIII y tiene características bien
definidas. Se ambienta en grandes castillos oscuros y a veces semi
abandonados, presenta personajes monstruosos o sobrenaturales
y desarrolla situaciones que generan miedo. EJemplos de Hteratura
gótica son las novelas Frankenstein, de Mary Shelley, y Drácufa, de
Bram Stoker.
Posteriormente, el género del terror fue explorando nuevos te-
mas relacionados con la psicología y la percepción de elementos so-
brenaturales. Edgar Allan Poe, por ejemplo, fue uno de los autores
más destacados del siglo XIX.
Hoy en día, el terror sigue siendo un género muy popular y
autores como Stephen King han escrito numerosas historias que
provocan esa particular sensación en sus lectores.
8 I Beatriz Actis
11 Narrar lo inquietante
Dentro del género del terror, lo inquietante se manifiesta como
un temor más sutil. Ya no se trata de un monstruo, un fantasma o
un suceso absolutamente sobrenatural que sorprende al lector. Lo
inquietante se muestra como un hecho que sale discretamente de
lo normal y que genera en quienes lo perciben una extraña sensa-
ción de incomodidad.
lQué cosas nos inquietan? Todo aquello que se sale de lo espe-
rable. Por ejemplo, es esperable que al mirarnos al espejo nos vea-
mos reflejados, pero ... ly si nuestro reflejo llegara un segundo más
tarde? Es esperable que todos proyectemos una sombra, pero ... ly
si la sombra hiciera un movimiento diferente al nuestro? Estas pe-
queñas percepciones de un desorden en lo esperado son las que
nos gene~an inquietud.
Para narrar lo inquietante, el autor suele partir del realismo y de
un relato de lo cotidiano. Todo parece normal. Pero entonces, algo
se vuelve extraño, sutilmente diferente a lo esperado: un gato nos
mira fijo en lugar de ignorarnos al pasar, encontramos un mensaje
que coincide con un presagio o un hormiguero crece hasta generar-
nos la idea de una invasión premeditada de hormigas. Así nace lo
inquietante.
Misterio en el cementerio 19
-,
Misterio en el cementerio ,
1 En América, el diablo.
14 I Beatriz Actis
agacharse para pasar por debajo de una rama gruesa como
un tronco que atravesaba el camino.
Se oía resonar entonces en el medio de la brisa el galo-
pe del caballo zaino, y podía adivinarse el movimiento pre-
ciso del Viejo al inclinar la cabeza para esquivar la rama.
Después se escuchaba el galope. cada vez más lejano que
indicaba que el Viejo había esquivado con éxito la rama y
que seguía azotando con el látigo el camino y el caballo,
rumbeando para el lado de su rancho.
La noche en que sucedió lo que sucedió,_ es decir, la his-
toria pavorosa que -me van a disculpar- les.tengo que con-
tar, los vecinos de la isla estaban reunidos en el patio de la
capilla porque celebraban la fiesta del Santo Patrono. Meta
baile y meta trago, se imaginan; hasta el cura párroco se
animó a bailar un chamamé. La luna iluminaba la reunión,
igual que los farolitos de colores, y todo Jo que se escu-
chaba eran las risas, las guitarras y los acordeones, y un
cantor que a veces cantaba y a veces recitaba coplas llenas
de picardía.
De pronto se hizo un silencio en el medio de la fiesta. Fue
como si todos se hubiesen puesto de acuerdo en que tenían
que callarse y dejar de cantar y de bailar, y fue también
como si el aire se espesara en un instante.
18 1Beatriz Actis
solo una trampa. Porque los cazadores que, guiados por la
codicia de conseguir otro, sigan el rastro de la sangre del
Gran Carpincho, lo harán hasta perderse en los esteros más
alejados. Esos esteros de los que ya nunca podrán regresar.
La anciana que contaba la historia del Gran Carpincho a
los habitantes del Alto Verde hizo un silencio.
Al día siguiente del baile, un vecino encontró al zaino del
Viejo andando sin rumbo por lugares cercanos a la costa,
sudoroso todavía, con las riendas colgando al costado del
cuerpo. Había que verlo al Mandinga solo, extraviado y sin
saber adónde ir. No parecía .el mismo animal soberbio de
antes.
El hombre superó su temor y salió a buscar al jinete per-
dido. Encontró el cuerpo decapitado del Viejo al fado dél
montecito, como todos habían imaginado la noche del bai-
le. Pero la cabeza no estaba por ningún lado. El hombre bus-
có por los alrededores, con temor y con cuidado. Pensó que
la cabeza arrancada del Viejo había rodado bajo las patas
del zaino y que a un costado del camino se parecería a una
piedra o tal vez a un nido de hornero que se hubiera caído
de un árbol después de la tormenta.
Pero la cabeza de El Decapitado nunca apareció. La gente
de la isla pensó que a lo mejor se la habían devorado las
20 1Beatriz Actis
su crueldad como cazador. Se ha vengado incluso más allá
de la muerte.
Por eso, cuando se escucha en el medio de la noche al-
gún ruido inexplicable que parece un chasquido, la gente
en el Alto Verde comenta: "Ahí pasa El Decapitado". Es oír
el chasquido y ver aparecer la figura del jinete sin cabeza
que se recorta en el paisaje de la isla. Es el Viejo que galopa
sobre el zaino, convertido en ánima en pena, y que regresa
al Alto Verde para buscar la cabeza que no tiene. Quiere
encontrarla para reposar en el sueño de la muerte con el
cuerpo completo y el alma sin heridas. Pero no puede.
-La eternidad -dice la anciana- es un lugar del que no.
se vuelve.
Lo desconocido
Lo desconocido 123
.no es la nuestra. Como, por ejemplo, "Avenida del Trabajo"
con fondo azul y letras blancas que resplandecen todavía, y
números cualquiera como 573 o 241 o 96.
LQuién habrá vivido en tal o cual lugar?, me pregunto
ante las chapas antiguas con las direcciones. lHabrá ha-
bido allí alguien que alguna vez fue un chico como yo? Y
también, en un patio lejano en el tiempo, lhabrá habido
mascotas c9rreteando o macetas con plantas o bicicletas ... ?
Me da una enorme curiosidad pensar en otras vidas.
La otra tarde hice mis búsquedas por las veredas sin nin-
guna compañía porque Santiago se fue a la casa de sus
abuelos, en el sur de la provincia, por las vacaciones de
invierno. y pasó algo particular: estaba caminando cerca del
Parque de la Ribera y empezó a seguirme un gato. Era ana-
ranjado. Fue extraño porque uno casi siempre se encuentra
a !os perros caminando solos por la calle y, raramente y
menos de día, se ven gatos. Pero este me siguió y de pronto
comenzó a maullar, como diciéndome algo. Me di vuelta y
lo miré. Es decir, nos miramos. Tenía unos ojos rarísimos,
oscuros, distintos a los.ojos amarillos o verdosos de lama-
yoría de los gatos que conozco. Y los ojos daban un poco de
miedo, algo no estaba bien en esa mirada. Parece exagerado
o insólito, pero estaba claro que el gato se dirigía a mí y a
24 I Beatriz Actis
nadie más: ni a un muchacho que en ese momento pasó
corriendo a nuestro lado ni a una señora que llevaba a un
bebé en cochecito. Fue como si solamente existiéramos en
el mundo el gato y yo.
Con un maullido ronco dio media vuelta y se metió en
un caminito de grava que atraviesa de manera sinuosa el
parque. Caminaba un trecho y se daba vuelta para obser-
varme, como indicando que lo siguiera. No volvió a maullar.
Le hice caso (no sé bien por qué, tal vez por intriga, por
aburrimiento o incluso por temor). Anduve por el senderito
y vi cómo, al rato, el gato se detuvo frente a una casilla pe-
queña con forma de pajarera. Tenía una puertita de vidrio
que decía: "Lea y devuelva". Yo había visto alguna vez que
en los parques están esas "casitas de ·libros": la gente deja
ahí material de lectura (libros, revistas) y la idea es que
quien lo lleva, una vez que lo leyó, vuelva a ponerlo en ese
lugar. Son mini-bibliotecas al aire libre.
El gato miraba la casilla con sus ojos penetrantes y me mi-
raba a mL La abrí y encontré un único libro, pequeño, de tapa
amarilla y sin ilustraciones. Me aproximé a un banco; era una
tarde de julio, nublada, pero por un momento asomó el sol y
aproveché para sentarme y comenzar a leer, Cuando abrí el
libro, el gato había desaparecido. Esto fue lo que leí:
Lo desconocido 1 25
LA BAUENA QUE DEVORABA EL MUNDO
Efaf, el dios de los tehuefches3, vio con asombro un día
que el mundo se hallaba despoblado. (Esto sucedió hace
muchísimos años, en el inicio de los tiempos). El dios revisó
cada rincón de fa inmensa Patagonia y comprobó, preocu-
pado, que casi no había hombres ni mujeres ni niños, y que
eran escasos los animales y también fas plantas.
Uno de los pocos seres que encontró, reposando en fa
meseta, fue Goos, fa ballena, que en aquella lejana época
no era un animal marino sino terrestre.;Le resultó misterio-
so que alrededor de fa ballena el paisaje fuera un desierto
y que reinase allí un silencio absofuto. Efaf desapareció de_
pronto -para eso era un dios y poseía todos los poderes- y
se quedó largo rato espiando efcomportamiento de Goos.
Ef grandioso animal, sin saber que era vigilado por un
dios invisible, comen{Ó a boste{ar exageradamente, tal
ve{ por sueño o tal ve{ por aburrimiento, ya que nadie
quedaba en aquel fugar para hacerle compañía. Al abrir
su enorme boca, Goos aspiró el frío aire patagónico. Y con
él, aspiró también fas pocas matas de pasto duro que lo
rodeaban, los pequeños insectos que merodeabarJ por ahí
Lo desconocidó 127
e, incluso, una bandada de pájaros que en ese momento
atravesaba e! ciefo.
Efaf comprendió entonces que cada ve.( que e! enorme y
somnoliento Goos boste(aba ... itragaba,junto a! aire, todo
aquello que encontraba a su paso!
E! dios tehuelche, de inmediato, puso manos a fa obra
para solucionar tan devastador problema. Se transformó
en tábano. -para eso era un dios y·poseía todos !os po-
deres- y, escondido en er cuerpo de ese pequeño insecto
volador, se acercó a Goos. Revoloteó cerca de su cara con
un (Umbido molesto y persistente.
La ballena abrió su boca.(a, ta! ve< para boste(ar, ta! ve(
para protestar por ese ruidito (Umbón que no fa dejaba des-
cansar tranquila ... En ese momento Efaf, convertido en tába-
no, se metió dentro de ella. La boca parecía fa entrada de
una caverna. Lo cubría fa oscuridad, húmeda y envolvente.
< •
28 1Beatriz Actis
todo e[ interior. Efaf pudo contemplar a niños, mujeres y
hombres, apretuja.dos allí, junto a grandes y pequeños
anima fes, junto a árboles altos y plantas diminutas, todos
elfos, habitantes de fa Patagonia que habían sido tragados
por fa baffena.
El dios que se había convertido en tábano puso nueva-
mente manos a fa obra. Volvió a cfavar su aguijón en e[
interior def cuerpo de fa ballena, pero no una sola ve<_,sino
muchas. Volaba como enloquecido y picaba, picaba, picaba
sin parar.
Goos sintió tantas molestias y cosquillas que ya no
aguantó más y abrió, bien abierta, su boca descomunal.
Efaf aprovechó para hacer salir a todos aquellos que esta-
ban atrapado$. Y por último voló él también hacia el exte-
rior. Antes de irse, miró cómo fa baffena cerraba su boca
·.
como quien cierra una puerta.
iLos hombres ya poblaban, otra ve<., fa tierra!
¿pero qué sucedió con. Goos? ¿cómo pudo evitar Efaf
que fa ballena siguiera devorando el mundo?
Decidió que su fugar sería, desde aquel momento, el
mar. Desde entonces, Goos navega por fa inmensidad de
los océanos, lejos de fa tierra firme, explorando e[ fondo
y fa superficie, conociendo los secretos del agua y de fas
Lo desconocido 129
criaturas que la habitan. De ese modo, pudo olvidar su
voracidad.
Y así sucedió gracias a Efaf, que poseía todos los pode-
res y por eso era el dios de los tehuelches.
30 1Beatriz Actis
fue la primera vez que en mi casa me dejaron pasar una
semana lejos de la ciudad con la familia de un amigo, sin la
compañía de mamá y papá. Cada mañana explorábamos el
terreno como si fuera una jungla virgen o algún otro lugar
de un continente desconocido. Junto a Santi, en esos cami-
nitos en medio del campo, aprendí muchas cosas: se puede
masticar el tallo del hinojo salvaje, como lo haría un conejo;
se pueden comer unas flores dulces, rojas y a veces de co-
lor lila, que se llaman verbenas, como lo haría una cabra.
Además, mientras se camina, se pueden buscar flechillas,-
que son unas hierbas silvestres que se pegan en la ropa
como si alguien las arrojara con un arco (o, mejor dicho,.
con un arquito). También se pueden juntar los pequeños
frutos verdes del paraíso y con ellos jugar a una guerra de
bolas de nieve en miniatura, en un lugar donde nunca hubo
ni habrá nevada.
En medio de los recuerdos del campo, caminé por una
larga vereda que corre paralela al río, en la parte superior
de la barranca. En un momento me llamó la atención una
mancha anaranjada que cruzaba, veloz, entre las matas: era
el gato de ojos extraños que corría en mi misma dirección.
Lo alcancé y vi que se escab~llía entre la cerca y bajaba por
una escalerita que lleva a una franja angosta de playa. Ahí
Misterio en el cementerio l 31
está construido un refugio de pescadores. La casa parece
colgada de la barranca.
Me asomé a través de la cerca: abajo, en la playa, ha-
bía canoas y redes de pesca, y no solo eso: también una
multitud de gatos anaranjados que formaba otra especie de
red. No pude distinguir al "mío" -el que me había guiado
hasta el libro-, entre tantos. Todos tenían los ojos cerrados
por~ue dormían aprovechando un breve momento de sol.
VarirJ~> estaban acurrucados en un manojo de cuatro· o cin-
co, come ~n un juego de encastres o en un rompecabezas;
no había ni un pequeño espacio entre unos y otros. Eran
madejas de gatos con un pelaje naranja y atigrado dándose
calor y queriendo dormir en medio del frío de las tardes de
invierno. Se les iluminaba el pelaje, que se volvía un destello
amarillo. Pensé que si Santi hubiese estado conmigo, habría
pr9puesto jugar desde arriba a "encontrar el gato naranja
- bajo la barranca". Es que estaban entremezclados y en to-
das partes, dispersos en rincones, techos, pies de escaleras,
botes, arbustos, caminitos de madera sobre la arena.
Volví a la vereda en busca de una casilla más. Cuando la en-
contré, un poco más adelante, adiviné a través de la puerta de
vidrio ("Lea y devuelva") un libro pequeño de tapas amarillas.
Ycuando lo abrí, me enfrenté a otra leyenda de la Patagonia.
32 1Beatriz Actis
ESP{RITU DEL BIEN, ESP{RITU DEL MAL
La fucha entre el bien y el mal, encarnados en fa fu{ y fa
sombra, parecía haberse aplacado en aqueffos días del inicio
de los tiempos, en los confines de fa Patagonia. Pero no era
así: solo estaba adormecida, a fa espera de algún aconteci-
miento que fa hiciera despertar. Y de pronto, algo sucedió:
Aoni, una joven tehuelche, paseaba por el bosque, domi-
nio de fa sgmbra. Sorprendida, vio cómo fa fU{ atravesaba
el espeso foffaje. Tomó un rayo entre sus manos y, al ha-
cerlo, este se convirtió en una flecha resplandeciente. Atra-
pó muchas y, dueña de un manojo de flechas, continuó su
marcha a través del bosque.
Como si estuviera jugando, arrojaba fas flec!Jas, una
tras otra, hacia fo alto. Cuando fo hacía, caía una cascada
de fu{ sobre su cuerpo. Los árboles, a su alrededor, res-
plandecían. Hasta que los rayos del manojo se acabaron y
volvió fa oscuridad: se había hecho de noche.
Aoni, durante fa caminata, se había adentrado en fo
profundo del bosque. Estaba perdida. Caminaba lentamen-
te, con paso inseguro. Las sombras cubrían el paisaje y fo
volvían tenebroso. Una potente DO.( rompió el silencio:
-¿Qué buscas, en mi bosque, a estas horas?
Era el Espíritu del Mal que fa interrogaba, ffeno de furia.
34 1Beatriz Actis
Aoni respondió con un hilo de va{:
-Me extravié y·no sé cómo regresar a mi pueblo ... Solo
deseo que salga ef sol para encontrar el camino de vuelta.
La VO{ maligna volvió a hablar, y esta ve< sonó como
un rugido:
-Te irás ahora mismo; pero mañana, con fa primera cla-
ridad, te iré a buscar. Como castigo por haber penetrado
sin permiso en mis dominios, vivirás aquí, en fa oscuridad
del bosque, para siempre.
De inmediato, tal como fo anunciara el Espíritu del Mal,
Aoni se encontró en su pueblo, alrededor de una fogata,
junto a su gente. Todavía asustada, contó fo que había
sucedido. Efjoven guerrero Orkey juró protegerla. Huyeron
a fa medianoche, atravesando el vaffe.
Apenas amaneció, el Espíritu del Mal ffegó al pueblo
para cumplir su vengan<ª· Af no encontrar aAoni, derritió
fa nieve de fas picos más aftas de fas montañas. Ef agua
del deshielo formó un fago que cubrió fa tierra que antes
había habitado la tribu.
Lejos de allí, Orkey y Aoni, agotados por haber camina-
do durante fa noche, se detuvieron a descansar. Ef agua
helada avan{aba hacia elfos, persiguiéndolos, con fa inten-
ción de sepultarlos en elfondo del fago. Pero, como una ex-
Lo desconocido l 35
p.fasion de fu<., apareció el Espíritu del Bien. Con un hacha
de piedra gigantesca, el Bien abrió una grieta en fa pared
de roca que contenía al fago.
Orkey y Aoni, transformados en agua, pudieron escapar,
fluyendo a través de fa grieta. Y así nació el río Futafeufú.
36 1Beatriz Actis
aunque me juré a mí mismo que al día siguiente lo devolvería
a su lugar, como se· pedía a los lectores en la puertita.
Mamá me mandó un mensaje preguntando dónde estaba
y a qué hora iba a volver. Apuré el paso, mi casa queda a
tres cuadras del parque. Me metí el libro en el bolsillo de la
campera. Antes de hacerlo, espié como pude, en la penum-
bra del atardecer, el título: "Runaturunco".
Un grupo de gente danzaba de manera circular en un
rincón del parque y cantaba algo susurrante que parecía un
rezo. Pensé: ¿será que este fugar es mágico? Siempre iba
al parque, era un paseo habitual, y sin embargo empecé a
mirar todo a mi alrededor con ojos de extrañeza; era como.
si los espacios no fueran los mismos. Estaba por llegar a mi
casa cuando me di cuenta de que me seguían. Miré para
atrás varias veces y en una ocasión vi la silueta de un gato
agazapado entre los árboles de la vereda. Quise acercarme
pero se escabulló. Llegué a la puerta de mi casa y me quedé
mirando la calle en dirección al parque a ver si lo distinguía.
Algunas sombras me parecían las del gato, pero no estaba
seguro. lHabría sido él, el de los ojos que daban miedo? Pa-
recía estar vigilándome, o tal vez no a mí sino al libro. Entré
(hacía frío y era tarde). Esto fue lo que leí aquella noche:
Lo desconocido l 37.
RUNATURUNCO
Un hombre !!amado Juan del Monte no salía nunca de su
casa sin una bolsita de tela rústica y gruesa que guardaba
con mucho cuidado en el bofsiffo del pantalón. Dentro de fa bol-
sita ffevaba escondido su secreto más preciado. No era nada
que uno pudiera imaginar: era un.pequeño cuero de tigre.
Cuando el hombre se cansaba de su condición de huma-
no, se revolcaba sobre el cuero bajo fa fu<_ de fa funa, decía
unas palabras desconocidas para el resto de los mortales
y se levantaba transformado en un gato salvaje. En qui-
chua4, el nombre de este hombre-tigre era Runaturunco./
¿pero dónde había conseguido el Runaturunco aql.!ef
cuero con poderes mágicos? Se fo había entregado etrfus-
mísimo Mandinga como parte de un trato. Juan del Monte
había vendido su alma al diablo para poder convertirse en
tigre y sentirse invencible.
Su único enemigo era efjuego. Si el cuerito mágico ffe-
gaba a quemarse, Juan del Monte debería entregarse para
que fo mataran. El fuego sería, desde el día del pacto dia-
bólico, su peor enemigo, su amena<_a: siempre iba a correr
el riesgo de cambiar elfuego por fa vida.
38 1Beatriz Actis
En tanto, y día tras día, el Runaturunco solo espera el
instante nocturno ·en que su boca de hombre sin afma se
convierte en fauces de tigre. Entonces puede abandonarse
al deseo de toda su vida de ser un gato Jera{ que no fe
teme a fa muerte.
Lo desconocido l 39
por cada casilla lhabía tenido por propósito llegar a ese
cuento final? ¿y por qué me siguió después, de vuelta a mi
casa (aunque no lo había visto con claridad, sabía que era
él entre las sombras)? lQuería acaso proteger el libro, que
quedase en el parque, que no me lo llevara a mi casa? Me
sentía lleno de desconcierto, de confusión.
De ahí en más, no pude pegar un ojo. Empezó a amane-
cer. Desde ql!e había despertado por la pesadilla, mi cabeza
no dejó de pensar en todo lo sucedido el día anterior, era
como si el mundo tal como lo conocía hasta ese momento
hubiera empezado a tambalear: mi parque escondía secre-
. tos, los gatos parecían tener algo que decir... De pronto es-
cuché que alguien subía las escaleras de a dos peldaños,
como saltando: solo podía ser Santiago, que siempre subía
así. Abrió la puerta del dormitorio y dijo:
-:;-Llegué.
Todavía tenía la mochila del viaje colgada en los hom-
bros. Era muy temprano, acababa de regresar de la casa de
sus abuelos y ya se había venido a casa. Mamá, que estaba
abajo, en la cocina, preparando el desayuno, lo había hecho
pasar. Todo eso me contó a borbotones.
Después hablé yo, y relaté la historia del gato, los libros y
el parque. Santiago abría los ojos, asombrado. Cuando ter-
40 1Beatriz Actis
miné, se quedó apenas unos segundos en silencio, mientras
sacaba algo del bolsillo exterior de la mochila. Era una carta
pero más grande que las de la baraja y con un dibujo que
no me resultaba familiar.
-La encontré recién, en la vereda de tu casa -dijo-. Es
el diablo.
Me dio miedo. Santi explicó que era una carta de tarot:
-Arcano se llama cada figura. Mi abuela las tiene e~ su
casa, por eso las conozco. Estoy seguro de que este es el
diablo.
Igual, buscamos en Google y ahí aparecieron todas. Los
dibujos cambiaban un poco, pero ahí estaban la luna, la
muerte, el loco, el mago ... Ysí, esa era el diablo.
Me quedé todavía más preocupado. Lo que había_ vivido
el día anterior en el parque había sido extraño y me resultó
inquietante. Ahora, el hallazgo de la carta no parecía simple
casualidad, y al conectar los dos hechos la situación se vol-
vía más perturbadora. No parecía solamente producto de mi
imaginación (Santi pensaba lo mismo): tenía que haber una
relación entre el gato de ojos malvados y el libro con la his-
toria del hombre que hizo un pacto con el diablo y se volvió
tigre. iPor algo me siguió un gato y no un perro! Santiago
opinó que todo debía estar vinculado también con la carta
Lo desconocido 141
del diablo en el tarot que estaba justo sobre mi vereda, has-
ta donde el gato me había seguido.
-Hay que deshacerse del libro del Runaturunco -dije.
Santiago fue más concreto:
-Lo llevamos enseguida a la casilla del parque.
Yo también lo había pensado en esa madrugada de in-
somnio. Pero durante la mañana me sentía amenazado, en-
tonces propuse:
-lY si lo enterramos en el patio? Para que nadie lo en-
cuentre, para que no vea la luz.-
Santi no parecía. convencido, pero no dijo nada.
Me puse un buzo y bajamos. En el rincón más alejado del
patio, donde nadie podía vernos desde la casa porque nos
tapaba el limonero, empecé a remover unas malezas para
cavar un pozo y esconder el libro. "Para que nadie más lo
lea"~ pensé aliviado. Santi, al verme arrancar los primeros
yuyos, insistió con su idea:
-Creo que hay que devolverlo a su lugar. El gato no va a
querer que el libro esté fuera del parque.
El comentario de Santi me hizo dudar. Me dio miedo
que el gato viniera a buscar el libro a mi casa. Pensé en mi
mamá y en mi hermana, solas, en presehcia de un enviado
del diablo, porque eso era el gato del parque para mí.
42 1Beatriz Actis
Acepté la idea de Santi. El que iba a ser el lugar para la
tumba del libro quedó lleno de maleza cortada y algunos te-
rrones de tierra removida. Justo al lado estaba la pared con
chapas con nombres de calles antiguas, y una se destacaba:
era la que decía "Camino Negro". Miré la tierra revuelta y
pensé que, si mamá preguntaba, siempre podía echarle la
culpa al perro. Entramos a casa y, aunque estábamos apu-
rados, nos pusimos a comer cereales con leche.
-Vamos a devolver el libro y después podemos montar
guardia para vigilar el parque y los movimientos en la comu-
nidad de gatos de la barranca -dije.
-También podemos ver si el gato persigue a los que se
acercan a la última casilla -dijo Santi-. Tenemos que ar-
mar un equipo y tener vigiladas todas las casillas.
-Claro. Podemos llamar a Pitu, a Cele y a Tadeo -dije
yo. Pensar en más amigos para ayudarnos me tranquiliza-
ba. Después de las vacaciones de julio, nos iban a quedar
unos meses nomás para vernos a diario, porque en diciem-
bre terminaríamos séptimo y vendrían las vacaciones de
verano. El año próximo, Santi y yo nos íbamos a ir juntos
a otro colegio, para empezar el secundario, pero el resto
del grupo se separaba porque cada uno se iba a un colegio
distinto.
I
44 Beatriz Actis
gente hacía gimnasia, así no nos sentíamos tan solos. Santi
me dijo:
-A ver los bollitos de papel que agarraste ...
Los saqué del bolsillo; le di uno a Santiago. Primero lo abrió
él, lo alisó y leyó en voz alta: "Aceptar el desorden y el caos".
Después abrí el mío. Con letra temblorosa estaba escrito:
"El mundo, como antes lo habías vivido, no existe más".
Los tiramos en un cesto de basura. iEsta vez no hicímos
caso al "Lea y devuelva"! Nos miramos sin decir nada, pero.
los dos teníamos la inexplicable certeza de que los gatos
del Parque de la Ribera escondían un secreto. De gatos a ti-
gres, y de tigres a hombres, había algún tipo de parentesco
monstruoso, de diabólica complicidad ...
Volví a sentir algo p~recido a la primera vez que fui a la
chacra de los abuelos de Santiago: el campo no era campo
sino un continente desconocido. Pero aquella vez la sensa-
ción de sorpresa era placentera; esta vez, en cambio, me
llenaba de duda y de temor.
Volvimos a casa en silencio. Teníamos que llamar a Pitu
y al resto de la banda, organizar nuestros pasos futuros ...
Santiago fue el primero en hablar:
-lQué quiere el gato? -lo dijo con enojo-. lTentar a un
humano para que se convierta en Runaturunco?
46 1Beatriz Actis
Séptimo hijo varón
48 1Beatriz Actis
Pero en un momento de la noche, Amelia -que lo ob-
servaba desde la otra punta del salón y se sentía unida a
Cipriano por una pasión secreta- notó en la mirada del mu-
chacho un brillo de fiebre, de una fiebre que no era la del
cuerpo. Y esa mirada le produjo escalofríos. En ese mismo
instante, Cipriano el Semiamargo desapareció del salón, sin
avisar, sin saludar a nadie siquiera.
Era una noche de viernes. Había luna llena.
Cuando terminó el baile, una familia de tamberos que regre-
saba en sulky hacia su casa, vio a un perro grande y oscuro que
corría en medio del campo. Se les atravesó por el camino y el
caballo corcoveó, aterrorizado. El perro mostró sus dientes filo-
sos y aulló como un lobo. El caballo entonces se paralizó, como
petrificado, y hubo que azotarlo para que volviera a marchar.
El perro huyó hacia el lado del cementerio. Su pelaje brillaba
bajo la luz de la luna. Su figura y sus movimientos les dieron
<
50 1Beatriz Actis
Al día siguiente, el tambero contó la historia del perro al
hombre que llegó hasta el tambo para buscar los tarros de
leche. El hombre llevó la leche a la fábrica y relató la historia
del perro a los obreros, que se fueron contando unos a otros
la noticia. Hacia el mediodía, ya todos sospechaban que se
trataba del lobizón. Las voces crecían desde la duda hasta
el convencimiento. Unos decían que el lobizón deambulaba
en la noche sin rumbo fijo. Otros, en cambio, afirmaban
que caminaba siete kilómetros de ida y siete kilómetros de
vuelta. Alguien dijo estar seguro de que visitaba cemente-
rios para escarbar en las tumbas en busca de los huesos de
los muertos. Hubo quien desconcertó a los que escuchaban
diciendo que a veces no solo se transformaba en perro sino
en gallo o en burro.
En tanto, Cipriano, en un rincón, oía lo que se hablaba, se-
rio y callado como siempre (después de su huida en el medio
del baile, la gente había vuelto a llamarlo Cipriano el Amar-
go). Ese día trabajaba más lentamente que de costumbre
porque mantenía tieso uno de los brazos, y realizaba todos
sus movimientos con la mano derecha solamente. Sus pier-
nas temblaron cuando el más viejo de los presentes senten-
ció después de un silencio: "Si el lobizón está enamorado de
una mujer, se va a ir a morir enfrente de la puerta de su casa".
52 I Beatriz Actis
Quién sabe en qué pueblo lejano estaría repitiendo su his-
toria: huir durante, toda la vida de su destino de séptimo
hijo varón.
Las noticias llegaron también hasta la casa de los Bleck-
mann. Amelía bordaba.en un sillón de la galería. No levantó
los ojos de su labor mientras le contaban la terrible revela-
ción sobre la identidad de Cipriano. Amelía, desde ese día,
no volvió a ser la misma.
Pasaron los meses. Parecía que la historia de Cipriano
se iba olvidando de a poco en el pueblo. Todas los habi-
tantes (también los obreros de la fábrica) seguían con sus
rutinas. Yasí llegó el día en que Amelia Bleckmann cumplió.
los quince años. Su familia lo celebró con una reunión en la
casa, a la que asistieron algunos vecinos y parientes, y por
supuesto sus padres y sus seis hermanas. Era un viernes de
otoño, pero la temperatura recordaba el verano: hacía calor
aunque el suelo estaba cubierto de hojas amarillas.
Mientras los demás disfrutaban de la fiesta, Amelia se
acercó a la ventana abierta que miraba hacia el campo. Era
cerca de la medianoche. En el cielo brillaba la luna llena.
Una figura se recortaba entre las sombras: era un animal
que caminaba con el hocico en el suelo. La muchacha supo
entonces que Cipriano se había recuperado de sus viejas
Al aire libre l 57
pie hasta el tobillo, a la rodilla; si te movías te picaban; si te
picaban, sonabas porque te dejaban unas ronchas rosadas
que te ardían, y encima te ligabas el reto de tu mamá o de
la maestra por estar jugando tan cerca del hormiguero.
Bueno, esa tarde Noelia tuvo la idea y entonces nos fui-
mos los cuatro: ella, Ramón, Carlos Miguel y yo hasta el pue-
blo para hablar con el veterinario, que tenía su veterinaria
just0 al lado de la Comuna. Dije: "Voy a hablar yo", porque
a Nc:dia a veces no le salen las palabras y seguro que en el
media de !a charla decía "vitirinario".
Caminamos bordeando la ruta (nuestro barrio es el más
· alejado del pueblo, y todos lo llaman "El barrio de la Escue-
lita"). Hay más o menos dos kilómetros hasta llegar desde
nuestras casas hasta la Comuna. Mientras andábamos, Ra-
món encontró en la banquina, casi oculta entre los yuyos,
una bolita multicolor.
<
58 1Beatriz Actis
que burlarse de ella, porque una noche pasó una lechuza y
una señora la oyó y, dijo con tono de amenaza que le iba a
tirar sal en las plumas. Y a la mañana siguiente, una mujer
toda vestida de negro que parecía una bruja se le apareció
en la casa y le dijo: "Vengo a buscar la sal que anoche me
prometiste". Y del susto, la señora se murió ahí mismo de
un ataque al corazón. Noelia no dijo nada, pero parecía un
poco asustada.
Cuando llegamos al pueblo nos quedamos un rato sen-
tados en una vereda, esperando, porque aunque ninguno
lo confesaba, nos daba un poco de vergüenza ir a la veteri-
naria. Muchas veces habíamos conversado sobre las venta"
jas que debía tener vivir en el pueblo, por ejemplo: si uno
quería ir a pasear al centro, caminaba dos cuadras para un
lado. Y si quería hacer un picnic, tranquilo, en el medio del
campo, caminaba dos cuadras para el otro ladb, y listo.
Al fin, entramos a la veterinaria, que era un local chiqui-
to rodeado por un gran patio. Carlos Miguel le preguntó al
empleado si tenían osos hormigueros disponibles. "Disponi-
bles para qué", dijo el empleado y todos pensamos que no
era, lo que se dice, una persona simpática.
Yo me adelanté y pregunté por "el doctor". El tipo me
miró, puso todavía más cara de perro malo (por eso segura-
60 1Beatriz Actis
le caminaba un poquito por atrás a Carlos Miguel moviendo
el cuerpo como si füera un pato y haciendo cuá-cuá, que le
salía muy bien.
El hombre se sonrió. Ramón lo miraba con asombro, con
admiración: el doctor tenía un guardapolvo verde y en las
manos unos guantes de goma finita. Mientras nos hablaba
se iba sacando despacito los guantes:
-Sí, lqué quieren? -dijo, y yo me quedé mudo porque
no podía dejar de mirar los guantes a medias enrollados y
transparentes que iban dejando ver de a poco los dedos
blancos del veterinario. Me acuerdo que pensé: "Cuando sea
grande, quiero ser doctor".
Como pasaba el tiempo y yo me callaba y me callaba, al fi-
nal el único que se animó a abrir la boca fue Ramón, que dijo:
-Necesitamos un oso que se coma las hormigas.
El doctor se terminó de sacar los guantes ylos tiró aden-
tro de un tacho de basura que estaba en el costado. Pensé:
"Cuando se dé vuelta, los junto del tacho y me los llevo". Y
seguro que Ramón pensaba lo mismo porque no dejaba de
mirar en dirección al tacho, y también es seguro que pensa-
ba: "Los lavo y quedan como nuevos".
El doctor se metió las manos en los bolsillos, parecía que
no podía tener las manos en el aire, al aire libre. Nos miró
62 1Beatriz Actis
do lo más bien, mejor incluso de lo que habíamos pensado,
a pesar de que en ningún momento el doctor había hecho
referencia al oso hormiguero sino solamente a "ese asunto".
El doctor se alejó de la camilla y caminó hacia la habitación
del frente, mientras nos hacía señas para que lo siguiéramos.
Ahí habló en voz baja con el empleado y lo único que entendi-
mos fue que le decía que "avisara a la Comuna". Después dijo:
-Vamos.
Y fuimos hasta una camioneta que estaba estacionada
enfrente. A Ramón, a Carlos Miguel y a mí nos subieron en
la parte de atrás, la de la chata. En la cabina de adelante
iba manejando el doctor y al lado, sentadita, muy seria, iba
Noelia. Del oso hormiguero, ni noticias. Yo empezaba a sen-
tir un poco de desconfianza.
Antes de subir a la chata el doctor nos había pregunta-
do exactamente dónde era que quedaban nuestras casas,
y nosotros le habíamos explicado. Viajamos en silencio. No
hacía frío, pero con la camioneta en movimiento, el aire se
volvía fuerte y cortante y era como un viento que te despei-
naba y te daba cachetadas.
Al fin llegamos a la canchita, no era lejos (y en auto, pa-
recía muchísimo más cerca que caminando). Nos bajamos
y le mostramos al doctor el hormiguero gigante. Le caminó
64 1Beatriz Actis
El doctor puso en marcha la ccmioneta. Noelia le pre-
guntó otra vez por el oso (a mí no me había contestado). El
veterinario sonrió y dijo:
-No, no prestamos al oso para esto.
Después explicó algunas cosas medio difíciles, dijo que
en la zona había pocos osos hormigueros:
-Es el límite austral del área de distribución -dijo, y des-
pués explicó que de por sí esa era una especie con "baja
densidad de población", y que a veces los cazadores los
atrapaban para venderlos en la capital, a pesar de que la
caza estaba prohibida.
Yo pensé: "Y a mí qué me importa", pero no lo dije, y creo
que tampoco era cierto, porque pensar en el oso perdido en
la ciudad me daba lástima, pero también estaba un poco
enojado con el veterinario.
Entonces el doctor dijo:
-Vamos a venir con una excavadora de la Comuna y va-
mos a romper el hormiguero.
-lY si no funciona? -dije yo.
-Entonces lo inundamos hasta que se derrumbe. lTenés
una manguera?
-Sí -le dije yo-, en mi casa tienen. '
Noelia se animó otra vez y le preguntó:
66 I Beatriz Actis
_¿y si no se derrumba?
-Le echamos un veneno.
La camioneta se estaba yendo. Noelia lo corrió un poco y
casi le gritó, ella, que es tan tímida:
-Usted es un mintiroso.
Porque cuando se pone nerviosa se equivoca con las pa-
labras. El doctor asomó la cabeza por la ventanilla:
-Mañana voy a volver, se los juro. Les vamos a sacar de
acá ese hormiguero asqueroso.
Pero Ramón se había puesto a llorar. El doctor lo miró y
después se pasó la mano por la frente, como secándose el
sudor, aunque no hacía tanto calor a esa hora de la tarde ..
Le miré ·de nuevo los dedos blancos, alargados de la mano,
en donde todavía se sostenía la colilla del cigarrillo.
-Van a poder jugar de nuevo en la canchita -dijo mirán-
dolo a Ramón- y las plantas les van a crecer sanas: no va a
haber más tantas hormigas, yo les prometo.
-Pero nosotros queríamos el oso -dijo Carlos Miguel.
En voz baja, como resignado, el doctor dijo:
-Bueno, vamos a ver.
Y la camioneta se fue del todo.
Después nos sentamos en los bordes de una zanja, y por
suerte Ramón ya había dejado de llorar. Noelia preguntó:
68 1Beatriz Actis
A mí se me iluminó la cara cuando escuché eso y Ramón
empezó a imitar d~ nuevo a un pato, para que todos nos
largásemos a reír y no pensáramos más en mentiras o en no
poder recuperar la canchita o en otras cosas feas por el estilo.
Después seguimos hablando de animales fabulosos, como
un chajá más grande de lo normal que una vez Ramón había
visto y que le dijeron que era una mujer a quien, como casti-
go, la habían transformado en ave.
-lPero quién hizo eso? -preguntó Noelia, un poco pre-
ocupada.
Ramón contó que había bajado un santo del cielo y como
era verano tenía mucha sed en la Tierra, así que encontró a.
una lavandera a un costado de la Laguna La Loca y le pidió
agua para beber, y que esa mujer le hizo una broma y le dio
agua enjabonada. El santo del cielo se la tuvo que tomar
igual, porque estaba de veras sediento, pero le dijo que por
pícara y por tacaña de ahí en más ella sería "lo mismo que
me has dado: pura espuma", eso le dijo.
Y la lavandera en ese mismo instante se convirtió en el
ave, y cuando quiso quejarse solo pudo decir: "Chajá, cha-
já", y de ahí viene ese dicho que siempre repite la maes-
tra cuando alguno se pone engreído, que es: "Pura espuma
como el ch ajá del monte".
Al aire libre l 69
Esa noche con Carlos Miguel nos dormimos temprano,
pero nos despertamos a la madrugada y nos quedamos con-
versando bajito, para no despertar a la familia. Nos sentía-
.- mos inquietos, sobre todo por saber qué iba a pasar ese día
con el oso y las hormigas, y además porque cuando estába-
mos en la zanja esa tarde nos habíamos quedado contando
historias extrañas de animales que todos-juraban que eran
ciertas, hast? que cayó la noche.
Entre esas historias extrañas, además de la de la mujer-
chajá, había una en que las vizcachas ayudaban a recupe-
rar a un niño pequeño que se había perdido en el monte,
ya que lo habían protegido en su m_adriguera (eso lo contó
Noelia), y otra en que un gato montés se aparecía por las
noches cerca del pueblo con los ojos brillantes, fosforescen-
tes, como un diablo (eso lo contó Ramón), y sobre todo la
del gato montés fue la que nos había hecho tener algunas
pe~adi!las.
Carlos Miguel me preguntó de pronto cómo me imagi-
naba yo que el oso iba a comerse a las hormigas, y yo le
dije que los osos hormigueros tenían una gran trompa, una
especie de cabeza larga, como si fuera un tubo, y que de la
boca les salía una lengua también larga y pegajosa (eso me
había contado mi tío el de Colmena), en donde se pegaban
70 1Beatriz Actis
las hormigas como en una trampera y así el animal podía
comérselas, y que en definitiva, los osos hormigueros eran
como los elefantes del monte, y esa descripción? creo, a Car-
los Miguel lo impresionó más que la historia de la bruja que
se convertía en lechuza, que él mismo había contado.
Desde el patio de mi casa, en una noche clara pueden
verse la escuela, el campito, la casa de Noelia y de Ramó,n y
las de los otros vecinos. El hormiguero bajo la luna se adivi-
naba como una ciudad oculta, misteriosa, llena de soldados
que planeaban atacar las plantas y los árboles de El barrio
de la Escuelita durante la mañana.
Al otro día era sábado, no teníamos escuela. Nos reuní- ·
mos bien temprano en el terreno, como siempre, y ni bien
llegué me puse a mirar todo como si fuera la primera vez,
y de algún modo lo era, porque las hormigas no estaban. A
todos nos pasó lo mismo.
Rodeamos las entradas del hormiguero en medio de un
silencio extraño, como si fuera el silencio que hay en los
cementerios, y Carlos Miguel con una rama de algarrobo re-
movió cada uno de los agujeros. Pero no estaban. Se habían
ido. La ciudad del hormiguero estaba vacía de soldados.
Estuvimos mirándonos un rato largo, callados, sorprendi-
dos. Hasta que Noelia se fue a sentar debajo de un árbol y dijo:
74 I Beatriz Actis
Misterio en el cementerio
76 1Beatriz Actis
En esa época, el puerto desarrollaba una gran actividad. Ma-
rinos extranjeros arribaban en barcos de distinta procedencia.
El ferrocarril cruzaba la laguna Setúbal, al lado de la cual crece
la ciudad de Santa Fe, y llegaba hasta los suburbios costeros:
hasta Colastiné y hasta Rincón. La zona cercana al puerto era
un hervidero de gente diversa que se entremezclaba con los na-
tivos. De los almacenes y los boliches se oían surgir canciones
nostálgicas cantadas en sus lenguas por los extranjeros. ,
El Polaco sabfa por las versiones oídas que quien ~e_ pro-
pusiese desenterrar el tesoro debería señalar el lugar exacto
durante la noche y volver a buscarlo al día siguiente. Y que,
después de señalar el lugar, no debería mirar hacia atrás, .
pues de lo contrario recibiría un castigo. Decidió correr los
riesgos y desenterrarlo. "No temo -pensó para darse cora-
je- a los fantasmas de estas tierras salvajes".
Al día siguiente de ubicar el lugar exacto, aebería cavar
en el sitio marcado y de ese modo encontraría el tesoro.
Exactamente eso hizo Yosviak el Polaco. Tiritaba mientras
perseguía las huellas de las luces azuladas. Así llegó hasta el
lugar indicado. Para liberarse de la maldición de la luz mala
rezó en su idioma y luego mordió la vaina de su cuchillo, ya
que esa era -lo había escuchado- la única defensa posible
contra aquellos peligros.
78 I Beatriz Actis
por haber descubierto un cadáver descuartizado, confesó
su hallazgo ante U1;10s parroquianos. Así fue como, pausa-
damente, día tras día, fue corriéndose la voz sobre la exis-
tencia de esa bolsa misteriosa. El secreto dejó de pertenecer
a Yosviak el Polaco.
A nadie le importó demasiado I~ identidad del difunto.
"A los muertos no hay que nombrarlos", dijeron los más
ancianos. Desde aquellos tiempos lejanos comenzaron a lla-
marlo simplemente: El Embolsadito. Todos coincidieron en
que había que darle al pobre, al menos, una sepultura de
cristiano.
El contenido de la bolsa fue traspasado a una urna por
un pequeño grupo de paisanos que, en silencio, como un
cortejo, lo llevaron hasta el cementerio, en donde hasta el
día de hoy reposa con el sueño tranquilo de los muértos.
Hay quienes aseguran -antiguos pobladores- que la
bolsa había aparecido flotando sobre el lomo verde de un
camalote en el pico de la crecida. No se sabe de qué modo
llegó hasta la costa y, desde allí, hasta la tierra firme en don-
de alguien la enterró. Pero ni siquiera se sabe con certeza si
el río fue su camino.
Otros suponen que se trata,~a del cuerpo de un soldado
que vino hasta estas tierras en tren. Viejos pescadores de
82 1Beatriz Actis
Fue la gente del pueblo la que construyó la bóveda en la
que reposa El Embolsadito. Está cubierta de agradecimien-
tos: regalos, ofrendas, velas y flores por las plegarias escu-
chadas y las promesas cumplidas.
Así como la urna y los restos esconden un misterio (quién
fue en realidad aquel hombre, por qué lo asesinaron, qué es
lo que lleva a las ánimas en pena a rodear el panteón, como
protegiéndolo), la tumba tiene el don de cumplir los deseos
verdaderos.
Desde hace años y años, los jóvenes, los niños y los ma-
yores conocen estos sucesos. Y así los van relatando a los
·hijos, y estos, a los suyos, y estos, también, los narrarán
a sus hijos algún día, y de este modo fue como me enteré
de la historia de Yosviak el Polaco y de El Embolsadito. Los
rezos se elevan, resonando como ecos a lo largo de la costa,
y lo~ fieles transmiten de generación en generación estas
creencias.
Se los tenía que contar para sacarme la necesidad de
compartir este misterio y, también, para perderles el miedo
a las luces malas y a los fantasmas de la costa. Y ya se los
conté. Santo remedio.
84 I Beatriz Actis
•I ACTIVIDADES PARA COMPRENDER 1A LECTURA j
"Lo desconocido"
4. Enumeren los sucesos inexplicables que vive el protagonista del
cuento.
5. Lean el siguiente párrafo y fundamenten por qué en "Lo desco-
nocido" hay ficción dentro de la ficción.
Un mismo relato puede presentar varios niveles narrativos. Esto
sucede si el narrador, por ejemplo, le cede la palabra a un personaje
para que este a su ve.{ cuente otra historia y se convierta así tam-
bién en narrador. Se agrega una ficción dentro de la ficción, otra
historia dentro de la historia: a la que aparece primero en el relato,
se la llama relato marco; a la que está dentro, relato enmarcado.
6. lCuántos y cuáles relatos enmarcados aparecen en "Lo descono-
cido"? Consignen en cada caso: quién es el protagonista, cuál es el
conflicto y cómo se resuelve.
86 I Actividades
8. Expliquen por qué el brazo izquierdo de Cipriano le daba un
aspecto "sospechoso".
9. Aunque el título anticipa la historia de Cipriano, en el desenlace
cobra relevancia el personaje de Amelía Bleckmann. lPor qué?
"Misterio en el cementerio"
13. "En el panteón descansa una urna rústica y pequeña. Adentro
de la urna se esconde un secreto... " lCuál es ese secreto y por qué
se relaciona con Yosviak el Polaco?
14. Por el pueblo circulan varias versiones que explican quién pudo
haber sido "el embolsadito". Enumérenlas y fundamenten por qué
la del marino francés es la hipótesis más convincente de todas.
15. Aunque el hallazgo del embolsadito se relacionó con las luces
malas y los espíritus errantes, su tumba se convirtió en un lugar
sagrado. lPor qué? Relacionen su respuesta con el párrafo final
del cuento.
rt~~r~J~J~:~tfü~\t~~~~,-~ ,~~f:i~,-~.
2. Cuenten la historia del caballo Mandinga. lCómo era de potrilla?
lCómo llegó a manos del viejo? lPor qué se volvió nervioso y soberbio?
"Lo desconocido"
3. El narrador y su amigo tratan de inventar un juego de naipes con
seis cartas que encontraron en la calle. Elijan una de las siguientes
opciones y elaboren las reglas de un juego que incluya la serie de
elementos.
a. dos dados, un tablero de tatetí, cuatro botones.
b.~cuatro botones, lápiz, papel, dos cartas.
c. un diccionario, dos dados.
4. Al narrador le atrae la idea de que haya otras explicaciones (no
científicas) para los sucesos del mundo, por eso le gustan las leyen-
das: porque responden a interrogantes como lpor qué la ballena vive
en el mar? Imaginen una leyenda que explique (elijan una opción):
a. lcómo surgió la nieve?
b. lpor qué el avestruz no vuela?
c. lpor qué la serpiente se arrastra?
88 1Actividades
"Séptimo hijo varón"
5. Imaginen y escriban una carta de Cipriano a Amelía Bleckmann,
explicándole el porqué de su partida.
"Misterio en el cementerio"
8. Imaginen quién fue el marinero francés. Escriban su biógrafía
en una carilla consignando los datos más importantes de sú exis-
tencia: dónde y cuándo nació, cómo llegó a San José del Rincón, a
qué se dedicaba, cómo se relacionó con los lugareños, cuáles eran
sus vicios y cuáles sus virtudes y, finalmente, fecha y modo de su
muerte.
9. Escriban la historia de Yosviak después del hallazgo: ladónde
se dirigió?, lqué hizo de su vida? lPor qué lo conmovió tanto el
episodio del embolsadito?
Misterio en el cementerio l 89
1 ACTIVIDADES DE RELACIÓN CON OTRAS DISCIPLINAS
"lo desconocido"
2. Ela/oren una lista de relatos conocidos que incluyan gatos (por
ejemplo, "El gato con botas" o el gato de Cheshire que aparece en
. Alicia en ei país de las maravillas). Extiendan la búsqueda más allá
de la literatura: len qué películas, en qué cómics, en qué caricatu-
. ras aparecen gatos? Después reflexionen en grupo: lpor qué este
animal es más recurrente que otros en las ficciones? lQué atribu-
tos tiene que lo vuelven misterioso e interesante?
3. Elal es un personaje recurrente en las leyendas tehuelches. Bus-
quen en la Biblioteca o en internet al menos otras dos historias
que, como la de Goos, lo incluyan como personaje. Compártanlas
entre todos, en una ronda de lectura.
90 1Actividades
"Triste historia de un jinete"/ "Lo desconocido"
S. Investiguen sobre los mocovíes y los tehuelches: lqué regiones
habitaban en sus orígenes? Ubíquenlos en un mapa de América
del Sur. Detallen las costumbres, creencias y prácticas sociales de
cada comunidad.
"Misterio en el cementerio"
7. Investiguen sobre la gran ola inmigratoria que llegó a la Argenti-
na a principios del siglo XX. lCuáles fueron las razones por las que
muchos extranjeros decidieron radicarse en nuestro país? lQué
acciones gubernamentales influyeron en el hecho? lQué estaba
sucediendo en sus lugares de origen, para que tantos extranjeros
decidieran emprender una nueva vida al otro lado del mundo?
· 8. Junto a las religiones oficiales, en toda sociedad pervive un "san-
toral profano". Esto es, la creencia y la devoción que siente la gente
frente a algunos "santos" no reconocidos por la Iglesia u otras ins-
tituciones religiosas. Suelen ser figuras muy carismáticas, que han
tenido una mueri:e violenta y una vida azarosa. Investiguen sobre
Serie Naranja
l. IRIS RIVERA. Frankenstein. Una versión para chicos de la novela de Mary Shelley
2. VARIOS AUTORES. Cuentos de fútbol Para chicas y chicos
3. VARIOS AUTORES. Cuentos de miedo. Para asustarse de veras
4. N1cmAs ScHUFF. Historias de fa Guerra de Troya. Para vivir una y mil aventuras
5. VARIOS AUTORES. Cuentos de aoentura. Para vivir una y mil historias
6. VARIOS AUTORES. Poemas de todas partes. Los chicos leen poesía
7. N1colAs SCHUFF. Aventureros y enamorados. Historias de siempre para chicos de hoy
8. LAURA No. El nombre secreto. La aventura escrita en las runas
9. N1colAs SCHUFF. Monstruos argentinos. Una colección de espantos
10. N1colAs SCHUFF. Historias de la Biblia. Contadas para los chicos
11. IRIS RIVERA. Cuentos populares. De aquí y de allá
12. PAlRICIA SUÁREZ. Esta boca es mía. Y otras obras de teatro para chicos
13. JUAN JOSÉ BuRZJ. Miedo a la oscuridad. Y otros cuentos espeluznantes
14. FERNANDO SORRENTINO. El regreso. Y otros cuentos inquietantes
15. CLAUDIO WEISSFELD. Historias de pícaros. De todos los tiempos
16. N1colAs ScHUFF. leyendas urbanas. Historias que parecen increíbles
17. PABLO GIANERA. Historias del rey Arturo. Y de sus nobles caballeros
18. IGNACIO MIUIR. los viajes de Marco Polo. Y sus fantásticas aventuras
19. ARIEL BUFANO. lo Bella y la Bestia. Con la versión de la leyenda escrita por Jeanne-
Marie Leprince de Beaumont
20. IRIS RIVERA. Mitos y leyendas de la Argentina. Historias que cuenta nuestro pueblo
21. Esrn!AN VALENTINO. Sexto sentido. Y otros cuentos •
22. MARIANO DORR. Vengadores y fugitivos. Historias inolvidables de todos los tiempos
23. N1colAs SCHUFF. las aventuras de Tom Sawyer. Una versión para chicos de la novela de
Mark Twain
24. EVELYN GAuAzo. El libro de la selva. Una versión para chicos del relato de Rudyard
Kipling .
25. CLAUDIO WEISSFELD. los aventuras de Robín Hood. Una versión para chicos de la leyenda
medieval
26. IGNACIO MlillR. Moby Dick. Una versión para chicos de la novela de Herman Melville
27. JOSÉ FRAGUAS. los aventuras de Robinson Crusoe. Una versión para chicos de la novela
de Daniel Defoe
28. JuuAN MARTINEZ VAzaUEZ. los doce trabajos de Hércules. Una versión para chicos del
mito clásico
29. LAURA No. Ludópofis, fa ciudad de los juguetes. Una aventura en el futuro
30. ADElA BASCH. Las increíbles aoenturas de Don Quijote y Sancho Panza. Contadas para
los chicos
31. FLORENCIA ABBATE. Las siete maraoillas del mundo
32. FRANCO VACCARINI. La mecedora delfantasma
33. BEA1RIZ FERRO. Los cuentos de Perrauft
34. NICOLÁS SCHUFF. El conde de Montecristo. Una versión de la novela de Alejandro Dumas
35. IRIS RIVERA. El mono de fa tinta
36. ClAUDIO WEISSFELD. El corsario negro. Una versión de la novela de Emilio Salgari
37. FERNANDO SORRENTINO. Daoid Coppelfield. Una versión de la novela de Charles Dickens
38. GRACIElA REPúN Y ENRIQUE MEIANTONI. Héroes y heroínas
39. BEA1RIZ FERRO. Los cuentos de Grimm
40. RICARDO MARIÑO. Sangre india
41. Rurn KAUFMAN. Extraña misión
42. ARIEL BUFANO. Lp historia de Guillermo Tell y su hijo Guafterio
43. l.JLIANA CiNETTO. Seres fabulosos. De todo el mundo
44. BEATRIZ FERRO. Los cuentos de Andersen
45. HoRACIO CLEMENTE. Historias con perros y gatos
46. FRANCO VACCARINI. El muelle de fa niebla y otras historias de miedo
47. ADElA BASCH. Los diarios son extraordinarios
48. JuuAN MARTINEZ VÁZ.OUEZ. Las mitos griegos. Contados para vos
49. NICOLÁS ScHUFF. Entre el amor y el espanto. Nuevas leyendas urbanas
50. SILVINA RBNAUDI. Del campo y otras yerbas
51. DIEGO MUZZIO. la guerra de los chefs
52..SANDRA SIEMENS. Maracumbia
53. ÜMAR NICOSIA. Aoenturas al teatro
54. MARÍA VICTORIA RAMOS. Con letra de hormiga
55. EDUARDO ABEL GIMÉNEZ. El Bagrub y otros cuentos de humor (;)lógico
56. ÜCHE CALIFA. El mejor de los mundos imposibles
57. SEBASTIÁN LAlAURETTE. Bellacrín y fa Sombra
58. NICOLÁS SCHUFF. Los animales originales y otras historias
59. BEATRIZ Acns. Alicia en el País de fas maraoillas
60. DIEGO MUZZIO. Elefantes telefónicos
61. ANA MARfA AlVARADO. El niño de papel
62. MARK TWA!N, VERSIÓN DE NICOLÁS SCHUFF. las aoenturas de Huckleberry Finn
63. LEw1s CARROLL, VERSIÓN DE BEATRIZ Acns. Alicia a traoés del espejo
64. WILHEM y JACOB GRIMM, VERSIÓN DE BEATRIZ Acns. Más cuentos de Grimm
Primera edición.
Esta obra se terminó de imprimir
en marzo de 2018,
en los talleres de IRAP Servicios
Gráficos, Mitre 3367, San Martín,
provincia de Buenos Aires, Argentina
.. . . . -
Misterio en el
cementerio - .
· Y otras historias inquietantes
Beatriz Actis