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Según Rousseau, todo niño que cree en Dios es idólatra, porque no tiene el entendimiento

suficiente para separar las ideas de los seres materiales. La educación positiva (es decir, aquella
que se propone transmitir determinados conocimientos sobre la divinidad, como puede ser la
educación católica que critica Rousseau) conduce a ese tipo de distorsión en la niñez. La educación
que propone Rousseau es negativa, en el sentido de que no comunica conocimientos. Se limita a
no fomentar la imaginación, madre de los vicios. La niñez debe concentrarse en la productividad.
Un libro apto para los niños es Robinson Crusoe, que es pura industriosidad del hombre aislado de
los vicios sociales; la Biblia no es un libro apto para los niños.

En esta doctrina rousseauniana se observa el prolongado parentesco del catolicismo con la


idolatría. El protestantismo ha hecho de esta crítica un lugar común. Efectivamente, razones no le
faltan. En contraposición a esta idolatría católica, el protestantismo siempre tiende al privilegio de
la iglesia invisible. Justamente por ser invisible, la iglesia cristiana no puede ser idolatrada.

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