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DELITOS SIN VÍCTIMA

DELITOS SIN VÍCTIMA

Saioa Echevarria Ballesteros


78955264J

Centro Crimina
Universidad Miguel Hernández
Bilbao, 28 de febrero de 2014
DELITOS SIN VÍCTIMA

Resumen

Palabras clave: delito, víctima, daño, moralidad, liberalismo


DELITOS SIN VÍCTIMA

Delitos sin víctima: definición y características.

Edwin M. Schur ha sido el autor que más atención ha depositado al tema de delitos
sin víctima desde una perspectiva criminológica. Dos de sus numerosos libros reflejan
el estudio y la dedicación a este tema : Crimes Without Victims y Victimless Crimes:
Two Sides of a Controversy.
En palabras de Schur (1965), los delitos sin víctima hacen referencia a “conductas
que implican siempre una transacción o intercambio voluntario entre adultos de bienes y
servicios con una fuerte demanda y legalmente proscritos (prostitución, salud pública,
auxilio o inducción al suicidio)”. Estas conductas se han definido como ilegales, pero no
hay ninguna víctima que pueda alegar haber sido dañada o perjudicada, o si hubiese
acontecido daño alguno, es negado , ya que los participantes han actuado
voluntariamente y han dado su consentimiento para realizar la actividad delictiva (Stitt,
1988).
También reciben el nombre de delitos contra la moral pública, engloban
comportamientos que la sociedad juzga reprobables y de cuyo análisis participan tres
disciplinas diferentes: la filosofía del derecho; la filosofía moral y la sociología de la
desviación (Lamo de Espinosa, 1989).
En la actualidad, existe cierto desacuerdo sobre qué delitos forman parte de este
tópico, cinco de los delitos sin víctima comúnmente identificados son: los juegos de
azar; el uso y tráfico de drogas; la prostitución; la pornografía y la homosexualidad
(Brown, Esbensen y Geis, 2010).
Este conjunto de comportamientos son considerados delictivos, y por tanto, incluidos
en los respectivos Códigos Penales de cada país. Son vistos como comportamientos
antisociales y peligrosos que deben ser sancionados, bien, mediante penas o mediante
medidas de seguridad.
Según Lamo de Espinosa (1989,) existe tres características distintivas de los delitos
sin víctima:
- Inexistencia (o duda razonable de inexistencia) de víctima.
- Son conductas contrarias a la moral pública
- Implican una transacción (monetaria o no) ilegal y voluntaria entre adultos de
bienes o servicios.
Un claro ejemplo de delito sin víctima que reúne estas tres características sería la
prostitución. Un/a profesional mantenido por la demanda de sus servicios por parte de
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otras personas “honestas”, lo que origina un mercado ilegal, todo ello sometido al
control o represión policial. La prostitución es un acto voluntariamente decidido,
siempre y cuando no haya una mafia u organización criminal de por medio (punto que
se tratará más adelante), cuyo alto riesgo de contraer una enfermedad de transmisión
sexual es aceptado por la persona involucrada haciéndose cargo de las consecuencias de
sus actos.
A su vez, los delitos sin víctimas pueden ser clasificados en cuatro formas distintas:
- Los crímenes consensuados, sin daño material, como el tráfico de drogas, nadie
es perjudicado y por lo tanto, puede considerarse un delito sin víctima.
- Los delitos en el que el daño causado es cargado abrumadoramente al autor,
como por ejemplo, el suicidio y el uso de drogas. El autor de los hechos ha
elegido voluntariamente sufrir los efectos que puedan causar estas acciones, no
es considerada una “víctima” en el sentido propio de la palabra.
- Los delitos en los que el coste corre a cargo de una sociedad o grupo de personas
abstractos, sin un marco claro, ni una víctima directa. Por ejemplo, la
conducción de un vehículo sin seguro.
- Los delitos contra los que no son víctimas, entidades no humanas, como es el
caso de los gobiernos. No son consideradas víctimas no porque no se produzca
ningún daño, sino porque el destinatario de ese daño no ha sido considerado una
verdadera víctima. Se trata de una aclarecer la definición de víctima, en lugar de
una cuestión de los efectos del delito.
Además de la clasificación anterior, Newman (1975) confeccionó una lista de los
diferentes tipos de delitos sin víctima, desglosándolos en varias categorías:
- Delitos contra la protección de la salud: uso de drogas, delitos contra el tráfico,
el suicidio, la eutanasia…
- Delitos contra la juventud: consumo de alcohol y tabaco, erotismo, uso de
tarjetas de crédito, restricciones de ropa en las escuelas…
- Delitos contra la declaración de Derechos Humanos: Leyes RICO, Ley patriota
de 2001…
- Delitos contra la libertad sexual: prostitución, sodomía, exhibicionismo,
aborto…
- En función de la perspectiva, pueden considerarse delitos, o no: pornografía,
normas de tráfico, edad de consentimiento sexual, salario mínimo, licencias
profesionales…
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La lista expuesta por Newman tiene un claro supuesto, los delitos sin víctima, no
dañan a otra persona, no le quita sus libertades ni le prohíben encontrar la felicidad.

Antecedentes históricos en España

En España, la Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social de 1970, anteriormente


conocida como Ley de Vagos y Maleantes de 1933, es un claro ejemplo de medida de
seguridad contra los individuos que llevaran a cabo conductas consideradas antisociales,
es decir, delitos sin víctima. Esta ley no sancionaba los delitos, sino que pretendía evitar
su comisión futura a través de medidas de alejamiento, control y retención de los
individuos supuestamente peligrosos. Permitía el encarcelamiento de sujetos cuyo
comportamiento no estaba recogido en el Código Penal.
Según el artículo 2 de la referida norma, podían ser declarados en estado peligroso y
sometidos a la presente ley los siguientes individuos: “los vagos habituales; los rufianes
y proxenetas; los ebrios y toxicómanos habituales; los que exploten juegos prohibidos;
los mendigos profesionales y los que vivan de la mendicidad ajena o exploten a
menores de edad, enfermos mentales o a lisiados; los que no justifiquen la posesión o
procedencia de dinero o efectos que se hallaren en su poder; los que suministren bebidas
alcohólicas a menores de catorce años en lugares y establecimientos públicos; los
extranjeros que quebrantasen una orden de expulsión del territorio nacional; los que
observen conducta reveladora de inclinación al delito, que se muestra por el trato asiduo
con delincuentes o la frecuentación de sus guaridas y por último, también se castigada la
homosexualidad” (Fernández Barbadillo, 2013).
Las medidas de seguridad más severas consistían en el internamiento en
establecimientos de régimen de trabajo o colonias agrícolas durante un periodo máximo
de tres años; el internamiento en un establecimiento de custodia hasta por cinco años o
el aislamiento curativo en casas de templanza por tiempo absolutamente indeterminado
(Fernández Barbadillo, 2013).
La dictadura española decidió llevar la represión sobre las libertades hasta los más
íntimos aspectos de la persona y de los derechos elementales. La Ley de Peligrosidad y
Rehabilitación Social no fue completamente derogada hasta el 23 de noviembre de
1995, con la promulgación del Código Penal.
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¿Existen en verdad los delitos sin víctima?

Esta pregunta ha constituido un amplio debate centrado principalmente en la cuestión


de si estos actos expuestos anteriormente deberían ser considerados delitos o no. Este
debate gira en torno a varios temas y argumentos: por un lado, la controversia que existe
entre la importancia de la libertad personal frente al imperativo de la sociedad por
defender las normas morales. Por otro lado, el problema del concepto de daño, ¿los
delitos sin víctima son perjudiciales solamente para los participantes, o también para el
resto de la sociedad? Y la existencia consecuencias negativas que no pueden ser
evidentes de forma inmediata, sino que aparecen tiempo después a la realización de la
conducta. Además, también entra en debate la cuestión de que si el intento de controlar
los delitos sin víctima son útiles o perjudiciales para el sistema de justicia penal en
términos de coste de eficacia.
a) Libertad personal
Uno de los argumentos más debatidos en lo referente a los delitos sin victima es el
tema de la libertad personal. Las personas involucradas en estas conductas, están
consintiendo voluntariamente y como adultos su participación y actuación, aunque
dicho comportamiento sea imprudente para el individuo (Feinberg, 1984).Desde esta
perspectiva, el gobierno no debería intervenir ya que estaría coaccionando a sus
ciudadanos a seguir un conjunto de normas particulares de comportamiento, hecho que
interfiere en su libertad. Sin embargo, algunos autores han argumentado que es
importante saber respetar las normas morales instauradas en la sociedad, si una sociedad
no tuviera normas, estaría evocada al caos. Por lo tanto, defienden que una política que
permitiese la realización de actos considerados como inmorales dentro de una cultura,
estaría debilitando la cohesión social y el consenso de la conducta apropiada, como
consecuencia, estas acciones conducirían al colapso de la sociedad (Devlin, 1965).
b) El concepto de daño
El segundo tema a debatir es si los delitos sin victimas causan daño en alguien más, a
excepción de los propios individuos involucrados en el acto, que son libres de actuar
como quieran. Varios autores han afirmado, que efectivamente, los participantes en este
tipo de delitos no sólo se hacen daño a sí mismos, sino que también pueden dañar a
personas ajenas. Estos delitos pueden conducir a otros problemas en los que hay
víctimas involuntarias, por ejemplo, la prostitución y la homosexualidad podrían dar
lugar a la propagación del virus del VIH o en el caso de los toxicómanos, quienes
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podrían cometer otros delitos (robos, asesinatos, agresiones…) para obtener la droga
que necesitan (Meier y Geis, 1997).
Los críticos que están en contra de la penalización de los delitos sin víctima,
argumentan que las personas, por lo general, participan en actos que son indirectamente
perjudiciales para su persona y entorno, tales como invertir de forma imprudente en el
mercado de valores; la ingesta de comida rápida que se traduce en problemas
cardiovasculares, y otras prácticas que no son ilegales. La ley no puede prohibir todas
las conductas que son potencialmente dañinas, por lo que tampoco debe prohibir las
prácticas menos aceptadas(inmorales) por la sociedad Meier y Geis, 1997).
Para algunos autores, este razonamiento no es válido, ellos defienden que los delitos
sin victima son perjudiciales y necesitan un control y penalización. Para ello, proponen
la teoría de las ventanas rotas, James Q. Wilson y George Kelling en 1982, enfatizan la
modificación del ambiente para prevenir el delito.
El crimen es el resultado inevitable del desorden, el delito es mayor en las zonas
donde prevalece el descuido, la suciedad y el destrozo del mobiliario urbano. Los
autores de esta teoría afirman que una buena estrategia para prevenir el vandalismo es
arreglar los problemas cuando aún son pequeños. “Si una ventana rota es un edificio no
se repara pronto, propiciará que todas las demás ventanas sean dañadas, lo que a su vez,
será el preludio para que exista la posibilidad de que los vándalos ocupen el edificio”.
Por lo tanto, un área que permanece desordenada (ventanas rotas), es vulnerable a la
invasión por parte de los delincuentes, lo que afecta a la calidad de vida de sus
residentes, y sus efectos económicos pueden ser potencialmente devastadores. La
prostitución, la existencia de tiendas de licor, el mercado de drogas ilegales, la venta de
pornografía…esta relacionada con el incremento de la delincuencia en un barrio.
Los barrios cuyos habitantes creen que pueden regular la conducta pública mediante
controles informales tienden a ser áreas que desalientan la actuación de posibles
infractores. Por el contrario, las áreas que parecen tolerar el desorden, en las que nadie
se preocupa por cuidar y controlar el entorno físico, se convierten en áreas que alentan a
la aparición de otros tipos más graves de delincuencia.
De esta manera, el desorden y los delitos sin victimas deben ser desalentados con el
fin de proteger a los vecindarios y sus residentes.
Durante los años 1960 y 1970, y como consecuencia de la teoría de las ventanas
rotas, muchos delitos sin víctima fueron penalizados en muchos estados. Lugares,
particularmente grandes como Chicago y Nueva York, realizaron enormes esfuerzos
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para detener a los implicados en este tipo de delitos. Este cambio en la política de estas
ciudades fue justificado en base a la evidencia de que los delitos sin víctima conducen a
más delitos que tienden a desalentar a los negocios locales y al turismo, e interfieren en
la calidad de vida de sus habitantes (Harcourt, 1999).
c) Sistema de justicia penal
Otra cuestión que ha sido objeto de debate hace referencia al impacto de las leyes
sobre delitos sin víctima en el sistema de justicia penal. La aplicación de las leyes
destinadas a la lucha contra los delitos sin víctimas esta asociada a la discrecionalidad
policial y al aumento de la corrupción policial, además de también estar unida a la
violación de las libertades civiles de los ciudadanos (Acuri, Gunn y Lester, 1987). Un
estudio realizado a cerca de la discreción policial, indicó que la policía no veía estos
delitos como un problema grave, y tendían a creer que es inútil intentar controlar tales
actos (Wilson, Cullen, Latessa y Wills, 1985).
Los intereses privados condicionan el funcionamiento de los poderes públicos,
perjudicando el ejercicio de los derechos individuales y colectivos garantizados por el
propio estado. Desde este punto de vista, la corrupción podría considerarse un tipo más
de delito sin víctima, en el que no hay un directo perjudicado, pero si un daño colectivo
y difuso. Sobornado y sobornador participan de un mismo interés por la ejecución y
posterior encubrimiento de un acto, motivo por el cual su tasa de esclarecimiento es
muy baja (Caparrós, 2008).
Por otro lado, Taylor (2001), afirma que la correcta aplicación de estas leyes conduce
a un aumento significativo de la población reclusa en un centro penitenciario, lo que
conlleva un aumento considerable en costes para la administración. Además, existe la
preocupación de que la aplicación de estas leyes puedan desviar el tiempo y los fondos
económicos y materiales para el sistema de justicia penal, destinados en un principio, a
la lucha contra delitos más graves o a cuestiones más importantes (Skolnick, 1978).

Consecuencias de los delitos sin víctima

Uno de los mayores problemas que se ha asociado a los delitos sin víctima ha sido la
vinculación de estos con el crimen organizado. A menudo, los delitos sin víctima
proporcionan una fuente de ingresos, bienes y servicios, como por ejemplo los
relacionados con el juego de azar, la prostitución y el tráfico de drogas, delitos para los
que existe una demanda considerable. El crimen organizado es capaz de ofrecer estos
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productos tan deseados como prohibidos, creando un mercado lucrativo, logrando


financiar al propio grupo dentro del mercado de los negocios (Kenney y Finckenauer,
1995).
La gama de actividades que puede realizar un determinado grupo de crimen
organizado puede ser muy extensa, abarcando uno o más mercados y expandiéndose por
un número más o menos limitado de países. Su repertorio de actividades incluyen el
delito profesional y el económico, abarcan la provisión de bienes y servicios ilegales ya
sea la producción y el tráfico de drogas, armas, niños, órganos, inmigrantes ilegales,
materiales nucleares, el juego, la usura, la falsificación, el asesinato a sueldo o la
prostitución. También se dedican a ayudar a empresas legítimas en materias ilegales,
como la vulneración de las normativas medioambientales o laborales; o la utilización de
redes legales para actividades ilícitas, como por ejemplo, la gestión de empresas de
transporte para el tráfico de drogas o las inversiones inmobiliarias para el blanqueo de
dinero (Nestares, c.R., s.f.)
Otra de las consecuencias de este tipo de delitos es el escaso efecto intimidante que
casusa la pena en el individuo que comete el delito. Se han realizado varias
investigaciones sobre el aborto, el alcoholismo, las drogas y la prostitución, y en
general, se puede afirmar que las penas previstas para estos delitos poseen un escaso
valor intimidante; una prueba de ello es la elevada cifra negra que arrojan dichas
infracciones (Rico, J.M., 1979).
La reacciones ante la amenaza de una pena son diferentes según los valores sociales
y morales que intervengan a la hora de impedir la comisión del delito. Otro de los
resultados arrojados por estas investigaciones es que la pena no ejerce casi ningún
efecto disuasivo, incluso cuando se aumenta considerablemente su gravedad, el
porcentaje de reincidencia es más del 90% (Rico, J.M., 1979)
Sin embargo, la existencia de barreras que, sin constituir una amenaza penal
propiamente dicha, ejercen efectos intimidantes. Por ejemplo, un mayor nivel de
religiosidad está asociado a una condena más severa y punitiva (Koster y Heike, 2009).
Por otro lado, el efecto intimidante también depende del grado de motivación que
tenga el individuo para delinquir, el cuál varía según el tipo de delito. Un posible caso
podría ser un toxicómano que necesita muy a menudo robar para procurarse el dinero
suficiente para la adquisición de su dosis diaria de droga.
Por último, otra de las consecuencias que se derivan de la acción de los llamados
delitos sin víctima es el rechazo y estigmatización de ciertos grupos minoritarios. Los
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movimientos sociales definen la moral dominante en un lugar determinado, el tema


central es saber quién impone su ética a quién, quién margina a quién y qué grupo pasa
a representar la imagen idealizada de la sociedad (Gusfield, 1963).
En este proceso se alza la figura denominada por Becker (1963) del “empresario de
la moral”, personas, normalmente de clase media, que movidos por un sentimiento de
indignación o repugnancia frente a ciertas conductas consideradas inmorales, se lanzan
a cruzadas de purificación contra aquellos grupos que perciben como portadores del
mal.
El movimiento de la Templanza que surgió a finales de 1800 y principios de 1900
fue liderado por protestantes de raza blanca, quienes consideraban el alcohol un pecado
y perseguían a católicos, inmigrantes y pobres que lo consumían (Kenney y Finkenauer,
1995). Recientemente, algunas leyes sobre drogas han sido criticadas como racistas, ya
que las penas afectan de manera desproporcionada a la población afroamericana, las
tasas de encarcelamiento han aumentado espectacularmente en comparación con el
consumo y tráfico de drogas de la población de raza blanca (Bobo y Thompson, 2006).
Otro de los casos más llamativos es el de las personas sin hogar, quienes, tienden a ser
detenidas por actos que realmente implican el mantenimiento de su supervivencia, al
carecer de una vivienda propia (Fischer, 1988).
La persecución y penalización de estas conductas es el resultado de un doble
proceso: por un lado, el surgimiento espontáneo de un sentido de indignación moral con
base en la clase media que pronto es estructurado; y por otro lado, los intereses
organizacionales y profesionales de ciertos grupos que encuentran en el discurso moral
un modo de representar como universales o generales sus interés particulares (Lamo de
Espinosa, 1989).
Llegado a este punto y dados estos casos concretos, se puede llegar a creer que las
leyes sólo se aplican a los más débiles, y que los delitos sin víctima son utilizados como
sustitutos de otras cuestiones políticas relacionadas con la clase y la raza.
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Conclusiones
A lo largo de este trabajo se ha analizado como determinadas actividades humanas
son consideradas esencialmente inmorales, los llamados delitos sin víctima, y que debe
imponerse mediante la fuerza del estado que los ciudadanos renuncien a ellas.
En todos los casos, el denominador común de estas actividades prohibidas es la
búsqueda de placer. Muchas de ellas hacen referencia a las necesidades primarias de las
personas, que se ven potenciadas por la prohibición impuesta por el estado y la
sociedad. Las actividades ilícitas no logran desaparecer por completo, sino que son
relegadas al rincón oscuro del tráfico ilícito, como el crimen organizado.
Todo mercado negro tiene sus problemas, los delitos sin víctima se relacionan con la
inseguridad, la indefensión y la criminalización.
La cuestión más grave es pretender controlar la vida de los ciudadanos, imponer
pautas de conducta y legitimarlas en función del bienestar de esos mismos ciudadanos.
Stuart Mill (1970) reaccionó contra lo que el consideraba una idea absurda y
contradictoria sobre una moralidad impuesta por la fuerza del Estado. Este autor afirma
que se debe aceptar una sociedad plural en la que pueden y deben darse diversidad de
criterios tanto de lo bueno como de lo malo. Hay que lograr el desarrollo del individuo,
el desarrollo de una variedad de personalidades y caracteres, y también el fomento de
autogobierno frente a la práctica de la delegación.
Sus principios se posicionan en el marco del más clásico liberalismo, su postulado
principal es que grupos sociales distintos pueden aceptar morales distintas, y que eso,
mientras no dañe a los demás, no sólo no es antiético, sino que constituye la misma
esencia de la ética.
Otro de los autores que realizaron una crítica inteligente del principio de la moral que
afectan a los delitos sin víctimas fue Hart (1963), quien se planteo la siguiente pregunta:
¿Debe la inmoralidad como tal ser un delito?. Su respuesta está basada en tres puntos:
- Distinguir entre inmoralidad, como un comportamiento privado e indecencia,
como un comportamiento público. Por ejemplo, una pareja haciendo el amor en
su casa no comete ninguna inmoralidad, pero si llevan acabo el acto en plena
calle ya se considea indecente; la decencia puede y debe ser impuesta, la
moralidad, no.
- La idea de que la lealtad a la democracia implica el populismo moral, es decir,
que la mayoría tiene derecho a dictar como debemos vivir todos, es
sencillamente errónea.
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- Toda sociedad requiere un mínimo de consenso moral, una moralidad reconocida


es tan necesaria para la existencia de una sociedad como un gobierno reconocido.
También merece la pena mencionar, que a lo largo de los años, las políticas y el
enjuiciamiento de los delitos sin víctima han cambiado significativamente. Como se ha
observado a lo largo de todo este trabajo, durante décadas se han llevado a cabo
numerosos debates en torno a los delitos sin víctima y la moralidad a la que van unidos.
La mayoría de estos delitos se han ido despenalizando poco a poco, el adulterio y la
fornicación se han eliminado de los estatutos del estado. El aborto, aunque sigue siendo
un tema de gran controversia, es legal bajo ciertas condiciones; el juego, una vez
permitido en el estado de Nevada, se consideró legal en casi todas las jurisdicciones.
En el tema de la prostitución, sólo mas mujeres que ejercen su trabajo en la calle son
multadas por el sistema de justicia penal. Por otro lado, el consumo de drogas, una vez
no está bien visto socialmente, no está permitido ni aceptado hoy en día, y por ello, es
castigado con mayor severidad, el aumento de la población carcelaria refleja este
cambio de pensamiento.
Por lo tanto, el enjuiciamiento de los delitos sin víctima también refleja los cambios
en las actitudes y las normas morales, así como en los factores políticos y en las fuerzas
sociales, lo que complica aún más el debate.
Como punto final, se ha visto hasta el momento que los delitos sin víctima destacan
un importante número de cuestiones relacionadas con la delincuencia, la moral y el
sistema de justicia penal. Se deberían llevar a cabo más investigaciones que incluyeran
temas como:
- La percepción de la opinión pública en relación a este tipo de delitos, incluyendo
la gravedad percibida y el daño causado.
- El impacto de los delitos sin víctima entre otros miembros de la sociedad,
incluyendo su calidad de vida.
- El impacto económico potencial de los distintos actos sin víctima (tanto
positivos como negativos), y los factores de la comunidad que afectan a este
impacto económico.
- Un mayor estudio de los efectos de las actuaciones específicas de la policía, los
otros miembros del sistema de justicia penal y sobre la delincuencia organizada.
Parece poco probable que los debates relacionados con actos como la
homosexualidad, la prostitución, el consumo de drogas, el juego y la pornografía se
resolverán en un plazo corto de tiempo. Todavía hay definiciones que no están
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claramente aceptadas, como por ejemplo, saber lo que significa “daño”; “delincuente” o
“víctima” en relación a los delitos sin víctima. Como ya se ha mencionado con
anterioridad, la cuestión del daño es un punto importante de discusión, ya que no está
claro si debe delimitarse a las acciones de los individuos involucrados, o si el potencial
daño a los demás o a la sociedad debe ser un factor, y en qué grado considerarlo. Lo que
si parece estar claro es que la política parece tener consecuencias tanto positivas como
negativas, tanto para los ciudadanos como para el sistema de justicia criminal.

• Conceptos relacionados

• Referencias externas
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Bibliografía

Becker, H.S. (1963). Outsiders. Studies in the Sociology of Deviance. New York: The
Free Press.
Brown, S.E., Esbensen, F. y Geis, G. (2010). Criminology: Explaining crime and its
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Fernández, P. (2013). La Ley de Vagos y Maleantes, invento republicano.
Caparrós, E. (2008). La Corrupción de los servidores públicos extranjeros e
internacionales, actuación para un derecho penal globalizado. En E. Caparrós y N.
Rodríguez, Corrupción y delincuencia económica.
Gusfield, J.R. (1963). Symbolic Crusade, Status Politics and the American Temperance
Movement. Illinois: Univ. Of Illinois Press.
Hart, H.L. (1963). Law, Liberty and Morality. New York: Vintage Books.
Lamo de Espinosa, E. (1989). Delitos sin Víctima. Orden Social y Ambivalencia Moral.
Madrid: Alianza.
Mill, S. (1970). Sobre la libertad. Madrid: Alianza Editorial.
Nestares, C.R. (s.f.). Crimen organizado transaccional: definición, causas y
consecuencias. Obtenido de
http://www.uam.es/personal_pdi/economicas/cresa/text11.html
Rico, J.M. (1979). Las sanciones penales y la política criminológica contemporánea.
México: Siglo XXI editores.
Schur, E. (1965). Crimes without Victims: Deviant behavior and public policy.
Englewood Cliffs NJ: Prentice-Hall.
Stitt, B. G. (1988). Victimless crime: A definitional issue. Journal of Crime and
Justice, 11 (2), 87–102.

• Notas

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