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Filosofía[editar]
Scheler utilizó la fenomenología para estudiar los fenómenos emocionales y sus respectivas
intencionalidades (los valores) y a partir de ellos elaboró una muy sólida y original fundamentación
personalista de la ética: la realización de los valores se concretiza en modelos humanos que invitan
a su seguimiento. Dichos modelos serían el héroe para los valores vitales, el genio para los valores
espirituales y el santo para los valores religiosos.
Scheler rechaza la condena a la ética material que hace Kant. Según Kant, quién
obra según algún rasgo del contenido de la acción, obra de acuerdo con un
principio empírico. Para descubrir si un fin nos place, hemos de recurrir a la
experiencia, por lo que no podemos hablar de ley universal. Scheler está conforme
en caracterizar las normas morales como principios universales y necesarios, y
también está de acuerdo con lo relativo a lo limitado del alcance de la inducción
empírica. Sin embargo, está persuadido de que ciertas propiedades de los objetos
de la voluntad son capaces de motivarnos a obrar sin que el placer intervenga.
Estos son los valores.
Los valores están sujetos a un régimen ontológico especial. No se comportan como las cualidades
fácticas (extensión, color…), pero dependen de ellas.
-Dependencia unidireccional: se puede percibir 1 sin ver 2, pero para ver 2 se ha de ver por huevos
1.
-Sólo 2 tiene fuerza normativa: nos mueve a cumplir el valor. Para que sea moral, ha de ser
universal. Scheler apela a la intuición de esencias (a partir de un hecho singular se entrevé la ley
universal) para determinar los valores universales.
-> su fuerza normativa es proporcional a su altura. La altura del valor es el criterio moral. Esto
permite determinar una tabla de valores, que según Scheler es:
Valores de lo Santo, Valores espirituales, Valores vitales y Valores de lo agradable, de más a
menos.
Los valores éticos, que son los más importantes para la ética, no aparecen en la tabla de los
valores propuesta por Scheler. Se trata de un indicio revelador de cierta particularidad de estos
valores: que estos valores, al contrario que el resto, no están “a la vista” al obrar, sino más bien “a
la espalda” del acto. La decisión que se toma entre leer o comer (se debería leer, puesto que el
valor intelectual es más alto que el vital/agradable) no se hace pensando en lo moral de la acción,
sino comparando el valor de la comida con el de la lectura.
La trascendencia del descubrimiento de los valores va ligada a la objetividad que se reclama para
ellos. Afirmar su objetividad supone reconocer realidad a un horizonte normativo último que
funda la posibilidad de que nuestros juicios de valor, pautas de conducta, compromisos etc… en
suma, todos nuestros empeños e ilusiones de todo orden, sean algo más que pasión inútil. Si hay
valores objetivos, la acción humana que los promueve tiene sentido.
Si la ética de los valores se revela como única doctrina moral capaz de reivindicar el sentido de la
existencia humana, entonces hemos de otorgarle preferencia sobre otras teorías morales. Pero es
lo que hacen todas las teorías morales sin necesidad de marcar el horizonte del valor. Hemos de
indagar si el valor constituye el fundamento de toda acción moral. Esto se revela negativo en el
momento que se observa que hay factores que lo limitan, como por ejemplo el dar de comer a un
hambriento es más moral que estudiar música saciada de comida.
Entonces, esto se traduce en que no siempre se ha de actuar de manera que se fomente el valor
más elevado. Por ejemplo, el cumplir una promesa es una circunstancia que carga de deberes aun
siendo ajena al ámbito axiológico. Por tanto, la ética de los valores comete el mismo error que el
utilitarismo al poner todo criterio moral bajo el fomento del valor. Para evitar eso, algunos
pensadores han propuesto una serie de medidas ad hoc, como pueden ser los “valores
ontológicos” o “fuerza del valor” (los valores más bajos han de ser cumplidos los primeros), pero lo
que hacen es echar por la borda la característica del ámbito imparcial de los valores, aportación
capital de esta teoría.
Uno de los pensadores modernos que más han destacado en la axiología o filosofía de los valores
es Max Scheler, pensador de estilo pasional y emotivo, que buscaba la "lógica del corazón".
Hombre inestable, entró en la Iglesia Católica dos veces y la abandonó al final de su vida. Su
principal obra se llama Ética y su filosofía es, principalmente, un análisis de la moral.
Para Scheler, los valores son algo no idéntico a las cosas, ni tampoco a los actos psíquicos (es decir,
ni algo objetivo, ni algo subjetivo), ni al temperamento, ni al carácter. Son cualidades de un orden
especial, que descansan en sí mismas, que se justifican por sí mismas, son de orden ideal.
En un valor se da, lo que él llama, exceso de objeto, que no equivale a realidad + realidad, la que
podría ser captada con la inteligencia, sino que es un aspecto -el principal de la cosa misma-
captable de otra manera. No podemos hablar de valores objetivos, pero tampoco estamos ante un
subjetivismo. Para Scheler, más que de valor objetivo se deberá hablar de valor válido o valorado,
que provoca el aprecio o el desprecio.
La ética de Scheler es emocional, los valores se captan por el sentimiento de valores, que no es
meramente subjetivo, pero tampoco proviene de que en las cosas haya esos valores objetivos.
Scheler sigue, en cierta manera, a San Agustín, que hablaba de una "lógica del corazón., y al
filósofo cristiano francés Pascal (s. XVII), que proponía también esa lógica, como réplica a la lógica
puramente racional y, por ello decía: "el corazón tiene razones, que la razón no entiende-; pero,
en realidad, Scheler se aleja mucho de estos pensadores cristianos.
Scheler intenta hacer una filosofía de los valores. Según él, los valores no son accesibles al
entendimiento, sino más bien al sentimiento o a la intuición. Para él, los valores tienen un ser
objetivo, un ser en sí y no dependen por tanto del sujeto, pero no son bienes en sí, ni fines en sí,
sino que son sólo principios universales y necesarios para la actuación humana.
Los valores son objetos ideales, que no necesitan darse efectivamente en la realidad:
"Así como podemos hablar -dirá Scheler- de la esencia del color rojo sin tener en
cuenta que exista o no, de hecho, en una cosa roja (por ejemplo, una rosa),
también hay valores como esencias, prescindiendo de que existan, o no, cosas
buenas que los tengan."
Las cosas pueden estar habitadas por un valor, que mientras las cosas son pasajeras, los valores
son formas eternas, valores eternos. Se fundan, no en los hombres ni en sus actos, sino en un
espíritu personal infinito, que parece identificarse con Dios.