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Universidad Austral de Chile

Facultad de Filosofía y Humanidades


Escuela de Pedagogía en Lenguaje y Comunicación
Seminario de Titulación

Profesora Patrocinante:
Dra. María Claudia Rodríguez Monarca
Instituto de Lingüística y Literatura

Graves, Leves y Fuera de Peligro


Construcción de identidad del Sur de Chile:
Suralidad en la poesía de Jorge Torres

Modalidad: Tesina

Trabajo de Titulación para optar al grado de


Bachiller en Humanidades y Ciencias Sociales
Licenciado en Educación, y al título de
Profesor de Lenguaje y Comunicación

LUIS ANTONIO MORENO ROMERO


Valdivia, marzo de 2017
Una mosca nerviosa
me impide escribirte
algunos versos.
Ella ha vencido:
guardo mi lápiz y doblo la hoja
quedo a la espera de una ocasión
más solemne y propicia.

(J. Torres)

Con especial dedicación a mi hijo Alonso, mis padres, mis hermanos y sus familias. A
Maira, mi compañera. A mis amigos que han estado presentes en este camino: Rocío,
Sofía, Camilo, Jaime. Y a todos los payasos del circo.

Agradezco a mis padres por acompañarme y ayudarme siempre. Y agradezco también a los
profesores que desde hace muchos años me han guiado por buen camino: Alexie, Yenny,
Claudia, Roberto.

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Índice

1. Introducción ............................................................................................................................... 4
2. Marco Referencial ...................................................................................................................... 7
2.1.“Yo fisgón profesional, observo por el ojo de la llave” .......................................................
Una revisión de cierta historia literaria .......................................................................... 7
2.2.“Soy un poeta con domicilio conocido” .............................................................................
Entre lo vernáculo y lo foráneo ..................................................................................... 12
2.3.“Respeto las reglas del juego”............................................................................................
Una lectura semi biográfica de Jorge Torres ................................................................. 18
3. Marco Teórico .......................................................................................................................... 24
3.1.Algunos aspectos sobre la identidad.............................................................................. 24
3.2.Consideraciones del ser latino ....................................................................................... 26
3.3.Consideraciones del ser chileno ..................................................................................... 27
3.3.1.La memoria...................................................................................................... 29
3.3.2.La diferencia .................................................................................................... 30
3.3.3.La palabra ........................................................................................................ 31
3.4.Suralidad: Antropología Poética..................................................................................... 32
3.4.1.Territorio ......................................................................................................... 36
3.4.2.Tradición y modernidad .................................................................................. 38
3.4.3.Globalización ................................................................................................... 41
4. Análisis...................................................................................................................................... 43
4.1. Territorio ....................................................................................................................... 44
4.2.Tradición y Modernidad ................................................................................................. 47
4.3.Globalización .................................................................................................................. 52
5. Conclusión ................................................................................................................................ 55
6. Bibliografía ............................................................................................................................... 58
7. Anexos ...................................................................................................................................... 62

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1. Introducción

Me has dejado señas indescifrables.


Busco en las casillas postales,
En las listas de posta restante,
En las butacas de los cines,
Los avisos económicos
En los obituarios
Y te encuentro ahora
Cuando intento resolver este crucigrama.

(El investigador, Jorge Torres)

Decir que esta investigación trata sobre la identidad sería quizás un mal chiste;
decir que se discutirá sobre la identidad en la poesía sería excesivamente ambicioso —y en
realidad imposible—; hablar de la identidad chilena sería otro camino, tal vez eterno y no
muy provechoso. Y es que tanto se ha dicho en torno a la identidad que al menos una idea
está lo suficientemente clara: identidades hay tantas como personas, grupos, regiones,
culturas, y las infinitas clasificaciones individuales, colectivas y temporales en las que nos
desenvolvemos a diario.

Ahora bien, situándonos en un punto cada vez más específico, la discusión sobre
la construcción de identidad en nuestro país es un tema complejo. Si tomamos en cuenta la
organización política, vemos cómo se intenta homogeneizar una cultura tan diversa como
lo es el extenso territorio que habitamos. Cómo podría ser de otra forma, si por ejemplo en
el año 1979, en el decreto N° 23 firmado por Augusto Pinochet y algunos ministros, se
establece la cueca como baile nacional, como genuina expresión del alma nacional. Pero
sabemos que no se zapatea igual de norte a Sur.

Tomando en cuenta el centralismo que nos ha gobernado siempre, en el que


Santiago es la metrópolis en que todo ocurre, la historia se ha contado siempre desde el
núcleo y se ha intentado orientar un país diverso desde la idea ingenua de que somos todos
iguales, esa idea en la que el altiplánico se iguala al patagón, y aunque sea del norte o del
sur debe responder igualmente a un sistema que se funda en el centro.

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Esta problemática en torno al centro y la periferia del país no solo se expresa en
términos políticos, sino que de forma muy similar se expresa en el sistema literario
nacional, puesto que el canon, desde siempre en nuestro país, se ha concentrado en la
capital, donde si bien hay una proliferación de autores, los escritores de otras regiones
muchas veces han debido emigrar a Santiago en busca de oportunidades de publicación,
difusión y reconocimiento, y son las excepciones aquellos que permanecen en sus ciudades
de origen y desde allí se logran posicionar dentro del canon. Entonces, comprendemos que
así como se viven culturas diferentes de un extremo a otro, encontraremos literaturas
diversas que pueden responder a estas construcciones culturales heterogéneas, o bien
ajustarse al canon centralista, sin importar su procedencia.

A partir del año 2003, la antropóloga y escritora, Premio Nacional de


Humanidades y Ciencias sociales, Sonia Montecino, trabaja como compiladora de un
proyecto que finaliza con la publicación del texto Revisitando Chile (2005), un fructífero
intento por redibujar las formas de identidad que en Chile habitan. Y es que con vista al
bicentenario del país, buscaba dar cuenta del patrimonio inmaterial que tenemos,
entendiendo la identidad y la historia desde quienes la construyen. En el trabajo de
Montecino se recopilan ponencias y reflexiones de diferentes actores sociales: artistas,
académicos, antropólogos, arquitectos, entre otros, quienes dan cuenta de un Chile actual
que posee una riqueza que va más allá de los monumentos.

Montecino, luego de referirse a la identidad a nivel país, hace un trayecto desde la


zona norte, —pasando por el centro, BioBío, Sur— y hasta el sur austral. Al referirse a la
zona Sur, la autora concuerda con aquellos límites que anteriormente habían propuesto
Óscar Galindo y David Miralles (1993), y que van desde La Araucanía hasta Los Lagos,
misma zona que Clemente Riedemann y Claudia Arellano recientemente determinan como
la Suralidad (2012). Una zona cultural y de producción literaria que se ha determinado por
diversos factores, y en la que se expresa una identidad particularmente rica y consolidada.

En la denominada Suralidad, según Riedemann y Arellano (2012), la identidad se


crea gracias a cinco categorías: el territorio, el origen étnico, la tradición y modernidad, la
globalización y, finalmente, el género; en tanto la literatura de esta zona respondería a
algunas de estas formas de construcción.

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Para esta investigación he decidido analizar cierta parte de la obra de Jorge Torres
Ulloa —poeta valdiviano que publica su primera etapa de producción entre 1975 y 1987—
compilada en el texto Graves, Leves y Fuera de Peligro, buscando responder la
interrogante de ¿Cómo en la poesía inicial de Jorge Torres, se construye una identidad del
Sur, tomando en cuenta las categorías de la Suralidad como prisma de lectura?

Torres fue uno de los pocos autores que ante todo permaneció en su ciudad
lluviosa, ante un canon centralista, ante una dictadura peligrosa para gran parte de los
poetas y artistas, ante una vida marcada por la enfermedad renal que siempre lo acompañó
y que no debió ser sencillo llevar en una comuna pequeña, comparada con la metrópolis. Él
fue de los pocos que siempre estuvo allí, un testigo autorizado —como dicen algunos—
para contar la historia de lo que aquí pasaba (Epple, 1994; Shuster, 1994; Torres, 2012).

Para lograr el objetivo de la investigación, primero se realizará una revisión


general del acontecer literario de la época, tomando en cuenta los hechos que determinan
de cierta manera el quehacer poético de Jorge Torres, situando históricamente al poeta y su
relación con otros autores, como también la forma en la que se vincula con el canon
literario centralista, dando a conocer su percepción de esta problemática. Luego,
definiremos las categorías que determinarán el posterior análisis de la obra poética de
Torres. Estas categorías responderán a la forma en que las diferentes voces compiladas por
Sonia Montecino construyen la identidad nacional y del Sur de Chile, para finalmente
determinar de manera más objetiva, a través de la Suralidad, aquellas categorías que
construyen la identidad del Sur de Chile.

Las categorías de análisis definidas serán trabajadas en una selección de diez


poemas, compilados en el texto Graves, Leves y Fuera de Peligro (1987), los cuales en su
totalidad o en algunos fragmentos pueden dar cuenta de esta construcción identitaria que
proponen Clemente Riedemann y Claudia Arellano.

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2. Marco Referencial

Para referirnos a la poesía de Jorge Torres, creo necesario partir tomando en


cuenta las palabras del mismo valdiviano, las cuales nos pueden orientar en la memoria y
proyectar hacia lo que vendrá: “Siempre habrá un poema escrito, parecido al nuestro y, lo
peor, mejor escrito (…) El poeta recrea y testimonia su propia circunstancia y, por ende, la
de su tribu. Se recoge lo mejor de la tradición poético cultural de quienes lo antecedieron
para hacer avanzar, marcar el paso o retroceder a la poesía” (Cit. en Chihuailaf, 1994:
197).

Con la lucidez que nos entrega Torres, en este capítulo traeremos al recuerdo
algunos hechos de la historia literaria, política y social, los cuales nos posicionarán en un
momento determinado, en el cual se produce y difunde una parte de la obra poética del
valdiviano.

2.1. “Yo fisgón profesional, observo por el ojo de la llave”


Una revisión de cierta historia literaria

“Al abrir esta jaula,


habrá dejado escapar un poema”

(No abra esta jaula, Jorge Torres)

Son muchas las maneras con las que podríamos dar inicio a un análisis de la
poesía chilena. Podría decir, por ejemplo, que “Los cuatro grandes poetas de Chile/ Son
tres/ Alonso de Ercilla y Rubén Darío”, citando a Parra. Podría aparecer la guerrilla
literaria que se dio entre Huidobro, Neruda y De Rokha, y entre uno que otro antologador.
Pero esta vez no volveré a los antecedentes más allá de la mitad de siglo recién pasado, lo
cual ya es un extenso e intenso período de producción literaria, y un intenso período socio
cultural cargado de matices políticos que son responsables del Chile que vivimos hoy. No
iré más allá, considerando también que el poemario del cual se seleccionarán algunos

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textos para su análisis pertenece a Jorge Torres Ulloa, autor que nace el 25 de septiembre
de 1948, en la ciudad de Valdivia.

Un breve repaso del acontecer literario nacional, de los hechos que determinan el
quehacer poético de Torres, nos permite remontarnos al inicio de la empresa de demolición
de Nicanor Parra. El discurso Poetas de la claridad (1958) da inicio al proyecto
antipoético de Parra, atacando de manera directa aquella forma de escribir bajo la
institucionalidad, criticando la élite, la poesía hermética, desrealizada, aquella tradición de
pocos que buscaba cargar con una herencia cultural. Y desde este punto es que se propone
la poesía al alcance de todos, de lo cotidiano, lo popular, que utiliza un lenguaje común
(Carrasco, 1999). El mismo Parra define su trabajo de la siguiente manera:

El antipoema, que, a la postre, no es otra cosa que el poema tradicional enriquecido con la
savia surrealista —surrealismo criollo o como queráis llamarlo— debe aún ser resuelto
desde el punto de vista psicológico y social del país y del continente a que pertenecemos,
para que pueda ser considerado como un verdadero ideal poético. Falta por demostrar que
el hijo del matrimonio del día y la noche, celebrado en el ámbito del antipoema, no es una
nueva forma de crepúsculo, sino un nuevo tipo de amanecer poético (1958: 48).

Riedemann y Arellano sostienen que la publicación de Obra Gruesa (1969) de


Nicanor Parra, representaría un límite en la manera de comprender la poesía, dicen que “El
género poético dejó de ser parte del decorado social e inició el ejercicio de un rol
sociocultural más amplio” (2012: 25) A partir de la década del 60, gracias al trabajo del
antipoeta es que la poesía en Chile deja el proyecto nerudiano, dando un impulso a los
autores jóvenes recargados de libertad creativa, destruyendo la tradición, lo que sin duda
tuvo sus repercusiones negativas en otros autores, quienes son más apegados a la
institucionalidad y la convencionalidad, como José Ángel Cuevas, quien acusaría el
proyecto antipoético de banal (Riedemann y Arellano, 2012).

Al bajar la poesía del Olimpo, Parra genera una irrupción liberadora que otorgó a
las generaciones posteriores un amplio espacio de desarrollo. Autores destacados que
tomaron este impulso haciéndolo propio fueron Jorge Teillier y Enrique Lihn, quienes
quizás no habrían alcanzado el nivel de importancia en la literatura chilena sin el envión
del antipoeta (Riedemann y Arellano, 2012).

Lihn, habiendo trabajado muy de la mano junto a Parra, Jodorowsky y otros


autores, dan vida a los quebrantahuesos, formato de texto con un génesis en las

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vanguardias, que se reinventa por la década del 50. Tomando el legado de Parra, Enrique
Lihn se apodera del humor y la ironía, situando su imaginario en lo urbano, en la
construcción cosmopolita, en la metrópolis, asumiendo el patetismo de una realidad,
intentando dar cuenta de la falsedad del pensamiento. Por su parte, Jorge Teillier se apropia
del lenguaje coloquial, de la sencillez de lo cotidiano, alejándose de lo complejamente
retórico, asumiendo el rol del derrotado que creó Parra, que se expresa en la defensa de la
comunidad tradicional, sobrepasada por la industria (Riedemann y Arellano, 2012).

Teillier, en su proyecto poético, prefiere conservar aquello de la tradición del Sur,


de la provincia. Oriundo de Lautaro, región de La Araucanía, crea la poesía lárica definida
en el ensayo que publica en 1965, Los poetas de los lares, donde el impulso creador busca
recuperar aquellas cosas perdidas, aquel momento de la infancia. Los poetas “vuelven a
integrarse al paisaje, a hacer la descripción del ambiente que los rodea” (Teillier, 1965:
49), transformando así la imagen del poeta en el guardián del mito, en aquel que conserva
la memoria.

Dice Ana Traverso, citando a Javier Campos y Naín Nómez, que la poesía de
Teillier se sitúa en el contexto del capitalismo imperialista, marcado por la
industrialización, la crisis de 1930, la expansión de la burocracia, lo cual explicaría la idea
de “las contradicciones del sujeto urbano fragmentado de la modernidad” (Cit. en
Traverso, 2007). Esta poesía responde entonces como un discurso antimodernización, dado
que en Chile y el mundo se comienza a construir un nuevo orden cultural. Señala Traverso:

Al plantear que el desarrollo económico favorecería a un sector de la población y excluía


al resto del país de sus beneficios. Se expresó el problema en términos de la dicotomía
entre centro/periferia, para referirse a los países desarrollados respecto de los
latinoamericanos, por ejemplo, y para evidenciar las diferencias sociales y económicas al
interior de un mismo territorio. (2007: 133).

Teillier, entonces, da vida a un sujeto poético responsable, aquel sujeto crítico en


relación a lo social, no precisamente comprometido en términos políticos. Su trabajo se
trata entonces de “una metáfora que da cuenta de una actividad poética basada en la
memoria testimonial que busca mantener a los miembros de su comunidad en relación con
su pasado histórico y su tradición cultural” (Traverso, 2004: 255).

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En palabras de Riedemann y Arellano (2012), luego de que Nicanor Parra
obtuviese el Premio Nacional de Literatura (1969) y, por su parte, Neruda recibiese el
Nobel (1971), se cierra la institución del vate universal. Además, por aquella época hay
muchos autores dispersos a lo largo de Chile que comienzan a organizarse en grupos
literarios; es el Sur de Chile una tierra fértil para esta forma de organización, que no
tendría problemas desde los años 60 hasta 1973, año en que se produce el golpe de estado.
Podemos mencionar algunos grupos destacados como Trilce, en Valdivia y Arúspide de
Concepción, entre otros.

Trilce, liderado por Omar Lara, es el grupo que alcanzó mayor resonancia a nivel
nacional, ayudando a la descentralización del quehacer poético de la época. A partir de
1964, las actividades del grupo valdiviano aportaron a consolidar un ambiente de inquietud
intelectual, artística y literaria, muy vinculado a la Universidad Austral de Chile, donde se
realizaron diferentes actividades. Trilce es uno de los grupos más destacados de la época
en la literatura, “contribuyendo a debilitar la centralidad de Santiago en la institución
literaria chilena” (Carrasco y González, 2000: 10). Este grupo estuvo integrado en el inicio
por Enrique Valdés, Luis Zaror, Eduardo Hunter, Claudio Molina y Carlos Cortínez, más
tarde se integrarían Juan Epple, Walter Höefler, Guido Eytel, entre otros. Además, estos
autores fueron tutelados por Félix Martínez Bonati, Luis Oyarzún, Jorge Millas, Eleazar
Huerta, Grínor Rojo, Fernando Santiván, y otros autores y académicos destacados. Pero a
pesar del impacto que tuvo el grupo Trilce, y de la importancia de sus integrantes en la
literatura, Jorge Torres no tuvo una buena relación con su quehacer. En una entrevista para
Carlos Trujillo, publicada en primera instancia en el Diario Austral de Puerto Montt, en
1992, dice Torres:

Para nada me vinculaba con “Trilce”, para nada; tenía una pésima visión de ellos, era un
grupo cerrado, entre maldito y oficialista, una mezcla extraña. Entonces para nada con
Trilce, cuando me hablaban de ellos me erizaba yo, aunque con Omar Lara me unía una
vieja amistad; pero al margen de las consideraciones, hay que decir las cosas como uno
las percibió en el momento. (…) La prueba de ello es que prácticamente pasé
desapercibido en ese momento y no supe tomar en cuenta el hecho histórico de haber sido
una suerte de continuador, como me reconocían estos jóvenes valdivianos, como los que
venían de afuera a estudiar. Bueno, porque en primer lugar yo no podía
“Cachiporrearme”, no podía decir: “yo pertenecí al grupo Trilce y me quedé aquí”.
(Trujillo, 1994: 2015).

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Antes de la aparición de Trilce, el Sur ya había producido poetas de notable
importancia, Neruda, por ejemplo, pero sistemáticamente emigraban a Santiago, donde
podían desarrollar su trabajo literario (Mansilla, 1999). Y es recién en la década del 60 que
se comienza a producir y difundir poesía en la provincia, en el Sur de Chile, tomando como
impulso la institucionalidad intelectual que genera la fundación de la Universidad Austral
de Chile en 1955.

En Valdivia, en el período 1971-1973, aparece un grupo de autores que no se


sienten cómodos con lo que ocurre con Omar Lara y el grupo que lidera. Así, Jorge Ojeda,
Jorge Torres y Clemente Riedemann, quienes por entonces eran alumnos de la escuela de
Teatro de la Universidad Austral de Chile, crean el grupo Murciélago (Mansilla, 1999).
Como grupo tuvieron la intención de publicar un texto, pero no fue posible por falta de
fondos, y se caracterizaron por trabajar “una poesía epigramática, cotidiana,
conversacional, derivada fundamentalmente de Ernesto Cardenal y Nicanor Parra”
(Carrasco y González, 2000: 11) Los autores de Murciélago tuvieron carreras fructíferas de
manera individual, reconocidos con algunos premios, por ejemplo, Jorge Torres obtuvo
premios regionales de teatro y poesía.

En 1972, Murciélago comienza a decaer producto de los intereses personales de


cada integrante, relacionados con la actividad política del momento, hasta que en 1973 con
el golpe de estado y el inicio de la dictadura, se disuelve el grupo. Riedemann fue
encarcelado y torturado, mientras Ojeda y Torres trabajan encerrados en sí mismos
(Carrasco y González, 2000).

Walter Höefler, quien se incorporó de manera tardía a Trilce, fue el único poeta
que permaneció en la Universidad luego del golpe militar, cumpliendo el rol de puente
entre los autores pasados y aquellos que se integraban a la literatura de la época. Quien, a
pesar de tener una larga trayectoria de producción, ha conservado una cierta modestia y
pudor, publicando, en palabras de Rojo, de manera azarosa en revistas colectivas (2007).
Su trabajo es la “poesía de la poesía y del poetizar” (Cit. en Calderón et al., 2013: 142), y
sería él quién abriría la puerta de entrada a Jorge Torres, escribiendo un breve prólogo,
para la primera publicación del valdiviano: Recurso de amparo (1975). Este hecho no fue
sencillo para Torres, quien cuenta: “curiosamente mi libro tiene un prólogo fallido de

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Walter Höefler, fallido porque prácticamente tuve que quitárselo de las manos porque no lo
terminaba nunca, entonces está inconexo, tiene cosas incoherentes, en fin, yo dije para que
este libro no nazca solo ‘coloquémoslo’ y lo coloqué” (Cit. en Schuster, 1994: 56).

Para Carlos Trujillo, Jorge Torres es uno de los poetas más conocidos de la
antigua Décima Región, hoy región de Los Ríos. Y a pesar de la relación compleja que
declara el poeta valdiviano con el grupo Trilce, dice Trujillo: “Jorge Torres puede ser
considerado como el nexo entre la generación trilceana y los poetas que surgieron después
del golpe de estado (1994: 201).

2.2. “Soy un poeta con domicilio conocido”


Entre lo vernáculo y lo foráneo

Po – Chu – I
Poeta de la antigua china,
leía sus versos
a campesinos ignorantes
para comprobar si le entendían
(según rezan remotas crónicas)
Yo se los leo a mi perro,
a mis gatos,
a mis gallinas,
Y ME ENTIENDEN.
APOSTARÍA MI CABEZA A QUE ME ENTIENDEN.

(Apostaría mi cabeza, Jorge Torres)

A Raíz del inicio del totalitarismo, el contexto nacional se vio obligado a cambiar,
así como también la producción literaria. Tomás Moulián señala que existe una etapa de
terrorismo que comienza en 1973 y llega a su fin en 1980 cuando se impone una nueva
Constitución para Chile, y así se legaliza la dictadura (Cit. en Nómez, 2007), y dentro de
este período de terrorismo se puede hacer una lectura de la cultura y las fases de
transformismo o travestismo por la cual pasa el país: el proceso de cambio en dictadura
(Nómez, 2007).

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Para Naín Nómez “existe también una relación directa entre esta fase terrorista de
la dictadura con la incapacidad de los escritores para comunicar el imaginario que se vive
debido a la pérdida de toda comunicación y recepción crítica” (2007: 142). Predomina en
este período la publicación secreta y artesanal, es el caso de Jorge Torres, a quien se le
atribuye la primera publicación de un libro de poesía luego de 1973. Recurso de amparo
(1975) es el primer texto del valdiviano, publicado de manera independiente. En relación a
esto el poeta declara

debí haber publicado entre 1969-1973 un libro de poemas, pero la dinámica social de la
época nos arrolló, como a muchos de mi generación, en tareas inmediatas para
prepararnos a vivir lo que hoy desaprensivos cientistas políticos y sociólogos llaman
“Utopía” (…) lo cierto es que pasado el período del terror inmovilizante, en el año 1975,
publico un libro titulado Recurso de amparo, breve en su contenido, como todos los que
le precedieron y controvertido también cuando la realidad objetiva supera a la
connotación literaria (…) Bueno, son poemas de distintas épocas que nacen de la
necesidad de romper esa situación de silenciamiento (…) Poemas todos atravesados por
el signo de la nostalgia y las excusas innecesarias, alegato vocinglero e inútil. (Cit. en
Chihuailaf, 1994: 195).

Según Óscar Galindo, es necesario comprender ante a todo que “La palabra no
sólo dice al mundo sino que también lo funda” (1993: 205). Es así que los procesos de
ficcionalización comienzan a transformarse en esta época, se comienza a trabajar en una
poesía que genera “estrategias textuales desde las rasgaduras o la opacidad del
silenciamiento” (Epple, 1994: 17).

En este momento de la historia “La poesía, la literatura, asumen frente a los


discursos políticos periodísticos y oficiales, roles de sustitución, llenando el vacío
discursivo de la disidencia y la crítica. La poesía suple la ausencia verbal, sustituye los
discursos clausurados, combatiendo la mudez” (Cit. en Epple, 1994: 16). Así se espera de
la literatura que dé cuenta de una realidad político social, que represente el contexto en que
se producía. Sin embargo, según Epple, a pesar de que la sociedad estimulaba una
reflexión contingente, crítica y movilizadora, en la poesía se privilegiaron los aspectos
metatextuales, la autonomía de los procesos creativos (1994).

Pasados algunos años, y reactivando el trabajo literario en Valdivia, apaciguado


por la censura de dictadura, se gesta el grupo Matra e Índice. En 1977, acompañados de
docentes del Instituto de Literatura de la Universidad Austral de Chile, estudiantes de la
Escuela de Castellano de la misma casa de estudios organizan el Primer encuentro de

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poesía joven de la zona sur, lo que al poco tiempo se convertiría en una publicación que
llevaría el mismo nombre, que incluye textos de Clemente Riedemann, Sergio Mansilla,
Germaín Flores y Rubén González.

Y a pesar de que podemos hablar de muchos autores, grupos contestatarios y una


activa producción literaria, la realidad nacional no era para nada sencilla. Pues, en relación
a lo señalado por Epple, estas nuevas formas de ficcionalizar responden también a que
“Los nuevos productores literarios regionales postgolpe, se enfrentaron no sólo a una
discontinuidad presencial —el exilio de la mayoría de los escritores—, sino a una tierra
baldía en materia de edición, difusión, circulación y contacto con el resto del país”
(González, 1999: 7), lo que producía el casi desconocimiento de sus obras dado “el
repliegue de la distribución y el borramiento de la recepción” (Nómez, 2007: 143).

Además, este fenómeno de la poca difusión se acentúa en algunos sectores


geográficos, según varios autores como González, Galindo y Miralles, entre otros, pues lo
que denominamos como Sur de Chile se convertiría de cierta manera en una nueva
periferia, gracias a diferentes políticas culturales y administrativas que potenciaban el
regionalismo de la época. Son, entonces, las publicaciones pequeñas, las revistas y los
encuentros literarios los que permitirían la circulación y el autorreconocimiento de los
escritores sureños, promoviendo así el escaso consumo de sus obras (González, 1999).

En relación a este “tira y afloja” de la metrópolis y el Sur, de la relación entre las


literaturas del centro y la periferia, cabe destacar el rol que, como reconoce Galindo,
históricamente ha tenido la antología:

En el caso de la literatura chilena, las antologías han jugado un rol privilegiado no sólo
para la colección de textos relevantes, sino también para advertir las relaciones e
influencias con otras literaturas y para reflexionar sobre la constitución del canon literario
y, por consiguiente, sobre la idea de identidad discursiva y, eventualmente, nacional en
juego. (2006: 82).

En este mismo sentido, no deja de ser curiosa la escasa producción de antologías


que solo integran a poetas del Sur de Chile, por cuanto “En rigor, es en las antologías de
poesía chilena donde se advierte con claridad un campo cultural en disputa” (Galindo,
2006: 82).

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Son dos las antologías del Sur en las cuales aparece el nombre y parte de la obra
poética del valdiviano Jorge Torres: Poetas actuales del Sur de Chile. Antología crítica
(1993), trabajo realizado por Óscar Galindo y David Miralles, donde se reúne a poetas
desde Concepción a Chiloé; y Poesía Universitaria en Valdivia. Antología (2000),
recopilación que hacen Iván Carrasco y Yanko González, incluyendo solo a autores que
hayan tenido algún vínculo con la Universidad Austral de Chile. Retomando las ideas de
Galindo en relación a las antologías de poesía chilena: “Los antologadores tienen
conciencia de que están contribuyendo a redefinir no sólo una literatura, sino también, y a
través de ella, una idea de nación, que permite advertir escenificaciones identitarias que
caracterizan el dominio de diversas sensibilidades culturales y literarias” (2006: 82).

Yanko González, en 1994, publica en En libre plática, un artículo donde


reflexiona en torno a la obra de Jorge Torres, para lo cual, en primera instancia, hace un
reconocimiento de la zona Sur, aquella que abarca desde la Araucanía a Los Lagos, área
geográfica que pertenecería a los “Poetas del Sur de Chile”. Aquí González se refiere a lo
dicho por Galindo y Miralles, quienes afirman que esta zona se caracteriza por una baja
producción y escasa difusión, poniendo énfasis en aspectos extra literarios. Los autores de
la antología sureña de 1993 tienen como objetivo ampliar la lectura de la poesía chilena de
la época, tomando en cuenta que:

(…) la poesía chilena tiene una distribución geográfica relativamente amplia, a pesar de
ello las antologías editadas tienden a dar cuenta de esta situación en forma sólo parcial.
Nuestro trabajo pretende, en consecuencia, contribuir a ampliar el registro poético de las
últimas décadas, aspecto que resulta imprescindible para comprender la realidad literaria
y cultural del país (Galindo y Miralles, 1993: 232).

De cierta forma, existe una sensación de marginalidad vivida por los poetas del
Sur. En relación a esto Sergio Mansilla señala que esto es una periferia del mundo artístico
literario del país, donde poco se sabe de lo que pasa en el centro y los lugares más cercanos
a él (Cit. en Galindo y Miralles, 1993), se pone énfasis en lo extra literario, lo que guarda
relación con el acceso a los centros de poder e información.

González retoma la discusión en relación al canon centralista y su vínculo con la


producción de la provincia, asegurando que estas obras del Sur producidas en un contexto
determinado responden a criterios culturales específicos. Es decir, los escritores del Sur
escriben en función de un universo cultural que se construye por la presencia indígena, la

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colonización europea, principalmente alemana, el aislamiento geográfico, entre otras tantas
características (1994).

De este modo, se comienza a hablar de que “ponemos en el centro de la discusión


ciertos tipos de discursos líricos diferenciales que caracterizan a los poetas del Sur de
Chile, con respecto a otros universos simbólicos líricos del país” (González, 1994: 112).
Pero el mismo antropólogo más adelante dejaría toda esta reflexión cerrada, diciendo: “La
discusión hoy día parece zanjada con la introducción de criterios como la exclusión en la
circulación y difusión de los productos literarios, el lugar de desarrollo de las obras, los
que vendrían a ser las claves que permiten situar texto y autor en el así llamado “Sur de
Chile ” (112).

A pesar de que se le atribuye el cierre de la discusión a la irrupción de Jorge


Torres, con la obra Poemas encontrados y otros pretextos (1991), el mismo González
retomaría el tema en 1999, con la publicación de Héroes Civiles Y Santos Laicos. Palabras
y Periferia: Trece Entrevistas A Escritores del Sur de Chile. Aquí, en una intensa
introducción se refiere a los poetas del Sur, algunos de ellos entrevistados en este libro, y
da cuenta de “cómo estos autores han desarrollado y, muchos de ellos, consolidado su obra
en el espacio geográfico y cultural denominado ‘Sur de Chile’” (1991: 4).

El Sur de Chile, como zona geográfica, sabemos que históricamente ha tenido un


trato diferente al centro del país. Acá en el Sur se dice que el tiempo pasa más lento, que el
ritmo de la sociedad es diferente. A esto debemos sumar las condiciones del orden socio
cultural luego de 1973. En relación al cambio cultural producido por la dictadura militar,
Naín Nómez, sostiene que para la literatura:

La intervención militar provocó una escisión, una fragmentación cultural que, por un
lado, inhibió las fuerzas productivas de la literatura del interior, y por otro, produjo un
vuelco fundamental en la escritura de los poetas que salieron al exilio o que vivían fuera
del país desde antes. El golpe militar representó un corte que modificó formas, temas,
relaciones territoriales, maneras de difundir las producciones, incluyendo las limitaciones
de su recepción crítica. (2007: 142).

a raíz de esta serie de cambios orgánicos del país, según González:

La crisis de las actuales condiciones de desarrollo humano ha demandado una creciente


necesidad de descentralizar. Estas exigencias surgen producto de un verdadero caudal de
factores culturales que, si bien se presentan azarosos a simple vista, están, en realidad,
profundamente encadenados (…) en estas condiciones, se ha generado una reacción: el

16
natural encapsulamiento y retrotraimiento para la protección de la identidad cultural,
generando, a partir de los nuevos cruces entre identidad local y el avasallamiento de la
cultura transnacional, la necesidad de protección de la particularidad. (1999: 11).

Tolstoi, citado por González, dice: “describe tu aldea y serás universal” (1999: 5),
idea que vendría a reforzar esta intención de dar forma a una identidad local, intención de
no responder a las necesidades del canon literario centralista, sino que responder a una
construcción cultural particular. Y el valdiviano Jorge Torres no se aleja de esta idea, quien
en más de una oportunidad manifestó su convicción de crear identidad local. Dice Torres:
“Es necesario buscar la propia voz para no ser la caja de resonancia de nadie —reconozco
lo pretencioso de la propuesta— pero de esta manera, con autocrítica ¿cuánto majadero
quedaría hablando solo y cuánto ganaría la poesía? ¿Será mucho pedir?”. (Cit. en
Chihuailaf, 1994: 197).

Así se gesta una visión crítica, fuertemente marcada en Valdivia por la presencia
de estudiantes de diversos lugares, principalmente Chiloé. Según González, las
universidades “Fueron precisamente las moduladoras de la incipiente descentralización y
desconcentración de la producción literaria que, Santiago, como centro, mantenía
hegemónicamente” (1999: 7), y desde aquí es que se comienza a resaltar la diferenciación
ya no extra literaria, sino que desde la forma y el contenido de los textos.

Se reconoce un estilo de vida diferente, un todo cultural que no cabe en el canon


nacional, pues la separación en términos de difusión y circulación no da cuenta de lo que
es realmente “el fondo, el imaginario cultural donde transitan los autores y obras. Un
imaginario que se ha debatido entre el «óxido de los lares», que ha buscado revitalizar con
gran fuerza nuevas formas de «poéticas locales», “arcadias culturales” y recuperación de la
identidad” (González, 1999: 5). Es así que se signa

una lucha empecinada y constante por abrir circuitos y legitimar la palabra literaria en un
país que por más de 20 años no tuvo mecanismos reguladores, homeostáticos,
equilibradores en la distribución plural y democrática de diversos productos culturales
literarios de «provincia» (…) los escritores se vieron obligados a reconstruir personal y
artesanalmente el tejido comunicacional para la expresión de sus obras. (González, 1999:
8).

mientras que Torres responde a Carlos Trujillo una pregunta en relación a esta esta
diferenciación del centro y el Sur. Señala al respecto:

17
Yo creo que hay diferencias de fondo y forma. Hay mucha pluralidad. Creo que la poesía
que se escribe en esta zona es una poesía que de una manera u otra está traspasada por la
naturaleza, por el entorno geográfico; en particular en la gente venida de Chiloé (…) hoy
en día se ha dado ciertas categorías en la poesía, se habla de la poesía etnocultural, se
habla de la poesía “lárica tardía”, hay muchas clasificaciones de las cuales yo no soy muy
amigo. (1994: 208).

Queda en evidencia entonces la dicotomía dentro de un sistema literario que se


pone en tensión a través de la inclusión y exclusión de una parte importante de sus autores
y obras, un lugar donde la zona hegemónica está determinada por la metrópolis, la
concentración del quehacer socio cultural de un país. Ante esto los autores críticos y
literarios del Sur no son ajenos, haciéndolo notar en más de una publicación en la que se
cuestiona esta relación centro-periferia, haciendo valer una visión de país diferente a la
identidad nacional homogeneizante del canon literario, dejando en evidencia la presencia
de otras formas culturales, otras formas de vida, otras literaturas que conviven en el largo
Chile.

2.3. “Respeto las reglas del juego”


Una lectura semi biográfica de Jorge Torres

“Estoy cansado de ejercer este oficio


de ventrílocuo aficionado”

(Clase de historia, Jorge Torres)

En el año 2012, Ediciones Kultrún publica las Obras completas de Jorge Torres
Ulloa, texto que congrega todas las publicaciones del autor; sus seis títulos de poesía, un
texto de comidas al estilo de Pablo de Rokha y otros textos recopilados. Todo esto
acompañado un CD que incluye los dos cassettes que publicó de las Noches de Boleros,
además de la cercana presentación de su hija, igualmente poeta, Antonia Torres, y la
edición de su amigo y editor de varias de sus publicaciones, Ricardo Mendoza.

Hace pocos años, en una de las tantas ferias del libro que se realizan en Valdivia,
estuvo presente Editorial Kultrún, y figuraban estas Obras Completas en la lista de ventas.
Conversando con algunos lectores y con la amable joven que atendía el puesto de libros

18
pude ver cómo el texto “se vendía como pan caliente”, y será acaso que su hija tiene razón:
“Confundidos con su ausencia, se convirtió en el más vivo de todos nuestros muertos”
(2012: 8). Es quizás esta publicación motivo suficiente para reabrir sus páginas, refrescar
la memoria y volver a dar vida a sus versos, cada cual con su lectura más o menos
detenida, pero siempre cercanas, cotidiana, como es la poesía de Torres.

El poeta, hijo de José María Torres Quezada y Teodisa Ulloa Palma, valdiviano
que en sus 53 años de vida nunca dejó su ciudad natal, más que por breves viajes y un
fallido intento de emigrar. Hijo del primer alcalde socialista de la ciudad, fue estudiante de
la Escuela Normal Camilo Henríquez, donde se titula de profesor en el año 1965.

Este ciudadano del Sur, como ya mencionamos anteriormente, es considerado por


algunos como uno de los íconos más importantes de la literatura de la antigua región de
Los Lagos (Epple, 1994; Schuster, 1994; Trujillo, 1994), fiel representante de una realidad
compleja, de un instante en la historia nacional determinado por una seria de hechos que no
dejan a nadie libre de involucrarse en ellos.

Como profesor normalista tuvo la obligación de vincularse a las artes, ahí


particularmente se desarrolla en la música y el teatro. Más adelante ingresa a la
Universidad Austral de Chile, como estudiante de la Escuela de Teatro en el año 1971,
estudios que no logra finalizar, abandonando en septiembre de 1973, inicio de la dictadura
militar. En la misma fecha es exonerado de su trabajo de radriocontrolador en la Radio de
la Universidad Técnica del Estado, a raíz de su militancia en el Partido Socialista de Chile.

Fue durante su paso por la Universidad que las letras inundan su quehacer y lo
acompañarían de ahí en adelante. El mismo Jorge Torres cuenta en una entrevista para
Carlos Trujillo su acercamiento a la literatura, y la poesía más particularmente:

Yo siempre he sido un buen lector, desde niño, y mi acercamiento a la poesía fue bastante
extraño, por su distanciamiento tal vez, porque no había libros de poesía en mi casa, yo
no tenía una cultura literaria propiamente tal (…) Pero siempre me llamaba la atención
escucharle a mi padre muchos poemas de memoria (…) Esa forma de saber compendiado,
de saber resumido, me atrajo muchísimo (…) Yo comencé a escribir en los años de la
enseñanza profesional. Por alguna razón mi interés estaba más por el ámbito del teatro
que de lo literario propiamente tal. (1994: 202).

Si bien la lectura de una obra literaria desde la biografía del autor es solo un
fragmento de lecturas posibles en la que podemos, por ejemplo, situar un texto

19
históricamente, estamos de acuerdo en que, para este caso, y como bien lo dice Antonia
(2012), muchas narraciones de la vida de Jorge Torres pueden iluminar algunos versos, y
es que no es posible separar su producción poética de la experiencia personal que debió
vivir, tanto de manera personal como de la coyuntura histórica en la que se sitúa.

Dice su hija

En su caso diría que fueron dos los sucesos principales que signaron su vida, y lo que es
lo mismo, su obra: la enfermedad crónica que lo fue deteriorando desde el punto de vista
físico (y, paradójicamente, vitalizándolo desde un punto de vista creativo); y —del mismo
modo que a muchos de sus pares generacionales— la enfermedad social que supuso la
dictadura y los efectos privados de la historia colectiva. (2012: 9).

En esta etapa histórica muchos se vieron en la obligación de emigrar a cuál país


más lejano de la realidad chilena, mientras otros fueron callados a palos. El caso de Torres
fue, tal vez, más discreto políticamente: exonerado de su trabajo, pero “libre”. Aunque no
sé si habrá peor cárcel que una diálisis que lo obligaba a estar entre 5 y 6 horas, tres veces
por semana, sentado en un hospital. Sin embargo, para sus más cercanos, como cuenta
Antonia Torres o Ricardo Mendoza, jamás esto fue motivo para abandonar sus empresas
creativas (2012).

Él “quedó aislado en una zona quizás más difícil que la del exilio externo: el de la
ciudad otra vez provinciana” (Epple, 1994: 21), lo que finalmente lo deja en la situación de
ser un testigo presencial, una voz autorizada de todo el acontecer nacional. Obligado a
reinventarse, atendiendo una botillería, administrando una librería, donde además reparaba
libros, y por su puesto en todo momento dio forma a su obra poética y a su fructífero
trabajo teatral.

Juan Armando Epple otorga al trabajo de Torres no solo el rol de “testimonio de


las condiciones marginales en que se fue re-constituyendo un espacio para la voz poética,
sino que hace presente y convierte en acto discursivo justamente este proceso de pérdida y
recuperación de la voz” (1994: 21). Jorge Torres entrega una importancia notable a su
poesía, señala en relación a su primera publicación, en 1975:

Yo tengo que decir que ese libro significó la reubicación de mi persona espiritual dentro
del entorno físico y del entorno histórico que estaba ocurriendo y que, por cierto, nos
obligó a muchos a volver a la mirada sobre sí mismos y a volver a leer y a releer en un
proceso de verse a sí mismo y, en mi caso, de situarme dentro del contexto de la poesía
que se iba a empezar a escribir. (Cit. en Trujillo, 1994: 206).

20
Más adelante publicaría Palabras en desuso (1978), un texto breve que justamente
se aleja de todo lenguaje poético; recopila aquellas frases del día a día. Se resalta aquí una
idea entre parriana y de los lares, este sujeto sin voz autorizada, decadente, que va en busca
del recuerdo perdido, aquello que abandonamos, pero recobra valor en los versos del poeta.
A pesar de que se podría ajustar a cierta forma de escritura anterior entre Teillier y Parra,
abandonaría este camino no por desprecio, sino por continuar la búsqueda de la voz propia,
aquella empresa que continuamente dejó de manifiesto diciendo que “siempre habrá un
poema escrito, parecido al nuestro y, lo peor, mejor escrito”, pero agregaría más adelante
que “el poeta recrea y testimonia su propia circunstancia y por ende, la de su tribu. Se
recoge lo mejor de la tradición poética cultural de quienes lo antecedieron para hacer
avanzar, marcar el paso o retroceder a la poesía” (Cit, en Chihuailaf, 1994: 197).

En 1987, luego del trasplante de riñón, el cual donó su hermano mayor, José
Santiago, dio vida a su tercera publicación: Graves, Leves y Fuera de Peligro. Un texto
que desde el título nos refiere al parte médico, donde reúne sus poemas anteriores, suma
otros, algunos epígrafes y dedicatorias. Es un libro donde se “metaforiza el vía crucis del
cuerpo social y cultural del país, sometido a una drástica e inmovilizadora operación
quirúrgica” (Epple, 1994: 22), y será aquí donde abunde el tópico clásico de la vida como
tránsito, donde según Epple hay una poesía entendida como bitácora de viaje (1994).

En palabras de Ricardo Mendoza, Torres no se sentía a gusto con su primera etapa


de producción literaria, que comprende los tres textos que ya he mencionado, expresa que
sentía ser un poeta de tono menor, mientras que buscaba ser uno de tono mayor. Y fue este
mismo descontento que, según su íntimo amigo, fue impulso suficiente para lo que serían
sus dos siguiente publicaciones: Poemas Encontrados y otros pre-textos (1991) y Poemas
Renales (1992). Dos textos que le valdrían el reconocimiento de sus pares, primero por su
retorno al ready made con Poemas Encontrados, una manera de dar cuenta de la realidad
nacional, a través de recortes y fotos de textos reales, puestos al servicio de la poesía.
Mientras que con Poemas Renales obtendría el Premio de Poesía de la Municipalidad de
Santiago, en 1993. Pero, como el mismo Torres dice: “Muerto Neruda, asistimos a la
dispersión de la figura del “poeta institución” (Cit. en González, 1999: 105) y retomamos
entonces, junto a las palabras del valdiviano, la discusión entre el centro y la periferia, y es

21
que Torres nunca estuvo ajeno al tema. Responde a una pregunta de Yanko González para
el texto Héroes Civiles y Santos Laicos

Los escritores de esta parte de la geografía chilena que nosotros hemos llamado “sur de
Chile”, hemos reaccionado frente a la casi nula y ya histórica mirada del centro hacia
nuestra producción literaria —léase recepción crítica, participación en eventos, estímulos
y premios literarios, etc.— nos hemos mostrado algo hastiados por la práctica de la
mirada superficial y paternalista de quienes detentan la administración del poder en los
ámbito culturales y literarios santiaguinos (…) “Santiago es Chile”, se dice. Nosotros
hemos querido salirle al paso a esa creencia casi mitológica, por lo menos en el ámbito de
nuestra incumbencia. (1999: 117).

será esta disputa un tema que no abandonará hasta sus últimos días, refiriéndose al trabajo
antologador de Calderón, Harris y Calderón, por ejemplo, como una muestra más de
arbitrariedad, cargada de sentimiento de deuda y/o gratitud que se funda en lo extraliterario
hacia los poetas. Se refiere al “olvido casual, difícil de creer como excusa para las
exclusiones en una antología” (Cit. en González, 1999: 118). Pero afirma de manera
certera que las antologías se construyen también de las ausencias y el porqué de estas
ausencias.

En el año 2000, Torres, junto a otros autores del Sur, dan vida a la revista Pluvial,
en la cual él ocuparía el cargo de director, pudiendo publicar dos ediciones antes de su
muerte. En la línea editorial de cada revista emerge esta discusión continuamente: en la
edición N° 1, a modo de presentación, se resalta la importancia de que el equipo de trabajo
de la revista esté compuesto por gente del Sur, que permaneció en el Sur. Pero que no es un
espacio cerrado, pues busca posicionar a Valdivia como tierra fértil para el florecimiento
de productos artísticos y culturales, señalando que

Se trata de sacar a la región de la región, abriendo, de paso, el círculo que puede llevar a
la asfixia por falta de desarrollo, oxigenando así el ambiente para medir la calidad de
nuestro trabajo y el ajeno, rompiendo la estrechez de los círculos caracterizados
desdeñosamente como «provincianos», sabedores de que el «provincianismo» es una
actitud mental más que geográfica. (Torres, 2000: 2).

y agregaría en la segunda edición de la revista que

bastará intentar calzar las sandalias de los que allí se manifiestan (en la Plaza de la
República) junto a sus problemas, para darse cuenta del estado de disconformidad, el
grado de «malestar de la cultura» y la desconexión con un interlocutor que valide,
escuche, respete sus reclamos, para que sean atendidos y no pasen a configurar una parte
más de la utilería citadina, elementos de la tramoya de una pieza teatral que se repite
como parte del paisaje en las plazas públicas de la patria. (Torres, 2001: 4).

22
Es Jorge Torre un poeta del Sur y para el Sur. Como dijimos en un comienzo, uno
de los pocos que no abandonaron el Sur de Chile y fueron capaces de hacer escuchar una
voz relegada, una voz silenciada por un sistema creado y recreado por el centro, por la
metrópolis, el ajetreo santiaguino y los círculos de poder que allí se gestan. Pero fue el
valdiviano, y sigue siendo, un sujeto capaz de reconocer un pasado histórico, un origen y a
la vez proyectarlo al futuro, recrear la palabra para hacerla propia, si al final en palabras
del mismo poeta: “Ya sabemos que las vanguardias terminan todas siendo retaguardias”
(2013: 14).

23
3. Marco Teórico

Vamos a conversar hija.


Yo te contaré lo que no te han contado.
Te explicaré lo que no entiendas.
Juntos leeremos La Historia,
Con cautela y entrelíneas
Hoy es tiempo de mudos
Eso ocurrirá mañana.
Ahora te cuento que la primavera
anda brotando por todas partes,
que el invierno se anda despidiendo
y que yo he comenzado a buscar
el tiempo perdido.

(Promesa, Jorge Torres)

Al inicio de esta investigación no es antojadiza la idea del mal chiste que sería
hablar de la identidad así, sin más. Es por ello que poco a poco la decantación de las ideas,
conversaciones y lecturas han dado como resultado esta pequeña revisión del tema de la
identidad nacional, enfocada sobre todo en la zona sur del país, aquella que hace pocos
años algunos autores han denominado Suralidad (Riedemann y Arellano, 2012).

Para entrar en la discusión en torno a las definiciones de identidad y sus formas de


construcción, tomaremos en cuenta algunos aspectos fundamentales que sintetiza de
manera muy certera Jorge Larraín, considerando lo dicho por autores anteriores que han
aportado a esta problemática. Se bosquejará además una panorámica de diferentes voces
para plantear algunos aspectos de la identidad chilena, para luego esbozar de manera clara
una imagen que nos sitúe en el Sur de Chile, lugar desde el cual se aplican las categorías
que serán utilizadas en el análisis de la obra poética del valdiviano Jorge Torres.

3.1. Algunos aspectos sobre la identidad

Como ya se ha dicho anteriormente, la identidad responde por sobre todo a la


necesidad gregaria del sujeto, una construcción que responde desde la individualidad a la

24
colectividad, tanto en el sentido de la semejanza y la diferencia de unos y otros. Para
Larraín esto podría definirse de la siguiente manera: la identidad es “una cualidad o
conjunto de cualidades con las que una persona o grupo de personas se ven íntimamente
conectados. En este sentido la identidad tiene que ver con la manera en que individuos y
grupos se definen a sí mismos al querer relacionarse —“identificarse”— con ciertas
características” (2001: 23). Pero es importante señalar que estas características creadoras
de la identidad no apuntan hacia lo que hemos sido, donde el pasado claramente no deja de
ser importante, pues tenemos un trayecto recorrido, sino que se construyen y reconstruyen
con vista al futuro, buscando dar respuesta a la pregunta ¿Quién quiero ser yo?

En este sentido, la respuesta del quién soy, o quiero ser yo, tiene diferentes
elementos que según Larraín aportarían a esta construcción de la identidad: la cultura, lo
material y los otros. Estos tres elementos serían pilares fundamentales de un sujeto, puesto
que

Primero, los individuos se definen a sí mismos, o se identifican con ciertas cualidades, en


términos de ciertas categorías sociales compartidas. Al formar sus identidades personales,
los individuos comparten ciertas lealtades grupales o características tales como religión,
género, clase, etnia, profesión, sexualidad, nacionalidad, que son culturalmente
determinados y contribuyen a especificar al sujeto y su sentido de identidad. En este
sentido puede afirmarse que la cultura es uno de los determinantes de la identidad
personal. Todas las identidades personales están enraizadas en contextos colectivos
culturalmente determinados. (2001: 25).

Por otra parte, la idea de que las posesiones son capaces de determinar lo que
somos, Larraín atribuye esta idea original a William James, quien dice:

Es claro que entre lo que un hombre llama mí y lo que simplemente llama mío la línea
divisoria es difícil de trazar... En el sentido más amplio posible... el sí mismo de un
hombre es la suma total de todo lo que él puede llamar suyo, no sólo su cuerpo, sino sus
ropas y su casa, su mujer y sus niños, sus ancestros y amigos, su reputación y trabajos, su
tierra y sus caballos, su yate y su cuenta bancaria. (Cit. en Larraín, 2001: 26).

De esta manera se le atribuye a lo que tenemos y a lo que no tenemos la capacidad


de adherirnos e identificarnos con algún grupo humano.

El tercer pilar, según afirma Larraín, es la presencia de otros: “la construcción del
sí mismo necesariamente supone la existencia de “otros” en un doble sentido. Los otros
son aquellos cuyas opiniones acerca de nosotros internalizamos. Pero también son aquellos

25
con respecto a los cuales el sí mismo se diferencia y adquiere su carácter distintivo y
específico” (2001: 28).

Esta capacidad y necesidad humana del vínculo con el otro es factor fundamental
de la construcción de la identidad, y así como se generan las individualidades, también al
momento de agruparnos nos definimos como colectivo. Así

(…) las identidades personales y colectivas están interrelacionadas y se necesitan


recíprocamente. No puede haber identidades personales sin identidades colectivas y
viceversa. Lo que significa que, aunque ciertamente hay una distinción analítica entre las
dos, no pueden ser concebidas aparte y sustancializadas como entidades que pueden
existir por sí solas sin una referencia mutua. (Larraín, 2001: 34).

sabemos que la identidad personal, aquella que el sujeto desarrolla con el tiempo, está
mediada por una serie de influencias que a lo largo de la vida irán transformando a la
persona inicial, generando así un recorrido para construir el ser; estas interacciones,
posiblemente, serán infinitas y dependerá del punto en que nos situemos hacer nuestra
lectura: si nos enfocamos, por ejemplo, en una lectura latinoamericana, chilena, valdiviana,
y acercándonos cada vez más a lo finito del tema.

3.2. Consideraciones del ser latino

Tomando en cuenta las variantes de lo individual y sobre todo lo colectivo,


podemos decir que hay una clasificación de identidad, aquella que conocemos y en la que
nos reconocemos latinoamericanos. Esta identidad continental, como bien dice Jorge
Larraín (2001), ha existido siempre, a través de las identidades —actualmente
nacionales— que se relacionan, y que, aunque puede ser ampliamente cuestionada, no se
puede negar su existencia.

En este sentido, a pesar de que se pone en duda la manera en que se articula,


puesto que hay diferencias evidentes entre regiones, pueblos y naciones, donde no es del
todo comparable el sujeto del norte y del Sur, según Larraín (2001) hay cuatro aspectos
que sustentan la noción de identidad latinoamericana:

En primer lugar, debemos considerar la teoría, donde los autores traspasan la línea
entre las identidades nacionales y latinoamericana constantemente. Por otra parte, debemos
26
tomar en cuenta la importancia no solo de los teóricos de las ciencias sociales, sino
también a los productores de la narrativa, la poesía, la música, entre otras, quienes han
configurado un paisaje latino a través de sus obras. Así, por ejemplo, podemos referirnos a
Neruda, Martí, Darío, Vallejo, García Márquez, Cortázar, por nombrar a algunos, citados
por el mismo Larraín.

En tercer lugar aparece la vida cotidiana, la gente común, quienes hemos


desarrollado tendencias, costumbres y prácticas culturales que nos definen como ser latino.
Podemos asemejarnos en los gustos de música, por ejemplo, así la samba, el corrido, la
cumbia, a pesar de tener orígenes muy situados en una nación, han atravesado fronteras
generando entonces una identidad particular.

Finalmente no podemos dejar de referirnos al “otro”, ese que, desde su opinión y


apreciación nos configura, y respondemos a ese criterio. “Desde el siglo XVI, en Europa se
ha venido hablando de, o “construyendo” discursivamente, América del Sur como un todo
más o menos indiferenciado” (Larraín, 2001: 51). Entonces ante ellos y nosotros, somos,
dentro de nuestras diferencias, semejantes en habitar un territorio y generar una cultura.

3.3. Consideraciones del ser chileno

En el año 2003, con vista al bicentenario de Chile, Sonia Montecino recopila una
serie de voces nacionales que abren un camino importante a la reflexión de lo que es elser
chileno. Aquí se plantea la “voluntad de superar los discursos hegemónicos sobre la
historia de Chile, y abrirse a la consideración de las historias, de un conjunto de relatos que
componen una trama móvil donde aparecen con igual poder las vivencias de las mujeres,
de los indígenas, de los pobres, de los jóvenes, entre otras particularidades”. Pero a 200
años de la independencia, más de 500 años de la colonización y quizás unos cuantos miles
sin historia escrita, hay voces que piden a gritos la palabra para decir quiénes somos
realmente. Sin embargo, este impulso renovador hacia la superación de un discurso
totalitario, hacia el reconocimiento de la diferencia, puede ser una buena entrada para
definirnos en la palabra.

27
Ante estas dudas sobre lo que es ser chileno, ante esta dicotomía entre lo
hegemónico y lo disidente, nacen cuestionamientos bastante evidentes, como “¿Existe la
identidad chilena? Si es así ¿qué elementos la constituyen?” (Cordua, 2003: 29); o se
podría ir más a fondo y preguntar “¿cuántos caracteres o rasgos idénticos se necesitan para
darnos algo así como una identidad que consta de muchos elementos homologables? ¿es
esto algo que se puede calcular, cuantificar, evaluar con precisión, o siquiera discutir con
rigor como para que de la discusión puedan resultar conclusiones válidas?” (Cordua, 2003:
31).

En relación a lo anterior, es que “La identidad cultural se ha convertido en las


últimas dos décadas en una de las temáticas de mayor interés para las ciencias sociales en
América Latina. En general, y considerada en conjunto, la producción científico social de
la Región se ha orientado preferentemente por la descripción de casos específicos,
históricos o actuales” (Vergara y Gundermann, 2007). Así, para algunos autores, esta
discusión es un tema complejo. Valdivieso señala, por ejemplo:

(…) no deja de sorprender la escasa importancia y reflexión que se la ha dado en este país
al problema de la identidad nacional. Sin embargo, también es posible explicarse dicha
ausencia de análisis frente al tema, al contrario de lo que sucede con la mayoría de los
países latinoamericanos donde se da como un hecho asumido e interiorizado y se
considera a la identidad como parte natural del pasado y de la cultura que se respira a
diario (el caso de México, Perú, Cuba, Guatemala, Ecuador), ya que en nuestro país no se
habla precisamente, por un lado, porque nadie tiene muy claro qué se entiende por
identidad y, por otro, porque sería escarbar en algo que a la mayoría no le interesa o
desdeña pues significa asumir el legado indígena y la realidad ineludible del mestizaje
espiritual, cultural y lingüístico que él conlleva. (2003: 118).

Entonces, retomando los cuestionamientos, cabe preguntar de qué manera el ser


chileno se arraiga hoy, en la historia, en el territorio, en relación a otros; de qué manera se
concreta “la identidad como territorio simbólico que fija a los sujetos es una tensión
permanente en aquellas subjetividades más vulnerables en el devenir social” (Sutherland,
2003: 106). Para ello debemos remontarnos a la historia, retomar la memoria, comprender
la esencia de la diferencia y saber quién usa la palabra.

28
3.3.1. La memoria

Aunque parezca insistente, no está demás señalar que la identidad se construye en


el día a día, y que finalmente debe responder al qué somos y qué queremos ser, tanto de
manera individual como colectiva. Pero estas respuestas se deben responder también desde
lo anterior, desde el trayecto recorrido, desde la memoria.

Entonces “el problema de la identidad se abre inicialmente cuando debe abordar el


asunto de la memoria. Nosotros somos idénticos, porque somos lo que hemos sido ayer
(…) tengo por dada mi continuidad”, afirma Rafael Parada (2003: 54). Así, si buscamos
establecer un posible inicio de esta continuidad chilena, no cabe duda de que nos
remontamos al encuentro de europeos e indígenas del Abya Yala: las dos fuentes
principales de cultura que se entrecruzan en Latinoamérica hasta el presente.

Para Jaime Valdivieso “Fue durante la conquista y al comienzo de la Colonia


cuando se estructuraron la sociedad y la economía de Chile, y se creó una institución que
configura hasta hoy la mentalidad y la psicología de los chilenos” (2003: 118). Fue aquí
cuando comienza un proceso de blanqueamiento del sujeto de este país, lo que el mismo
Valdivieso señala como el “desprecio a todo lo indio y mestizo, lo cual se expresó en la
negación y persecución sistemática a la etnia mapuche, que empezó con una permanente
extracción de sus tierras y culminó con la llamada “Pacificación de la Araucanía” (2003:
119).

Por su parte, expresándolo más desde lo visceral, el dramaturgo Ariel Dorfman


apunta a que “una de las maldiciones de nuestro aislamiento como país, una de las
paradojas de la inmensa gravitación que tiene el valle central y específicamente Santiago
en la conciencia nacional, es que constantemente sentimos la tentación de darle la espalda
a nuestro destino latinoamericano” (2003: 105). Todo esto apoyando la idea de la
diferencia, de la hegemonía cultural centralizada, en desmedro de las culturas diferentes,
las culturas distantes, las culturas heterogéneas.

29
3.3.2. La diferencia

Nuestro país, desde el principio de la historia, escrita desde la llegada del europeo,
se ha creado desde la diferenciación, desde el conflicto, la tensión entre los unos y los
tantos otros. Así “La nación, en Chile, se conformó en el espíritu de la separación —la
frontera—” (Pizarro, 2003: 86) en un conflicto constante entre la metrópolis y otros
sectores, habitados por culturas diversas.

Según Ana Pizarro, en Chile

(…) el pueblo mapuche fue bravo, y más que sofisticación cultural, su fuerte era la
estrategia guerrera. Frente a ello, y a la larga ofensiva que debió desarrollar para
combatirlo y expandir el capitalismo agrario, que recién logró llevar a cabo a fines del
siglo XIX, la gran burguesía agraria del valle central se fue también fortaleciendo.
Concentró así su poder frente al resto del territorio, al resto de la sociedad. Entones vio
erguirse su hegemonía frente al “otro”: el mapuche, el aymara, el sureño y el nortino, y
generó los patrones culturales que conducirían la vida republicana del país naciente.
(2003: 86).

Es entonces en la actual metrópolis del país donde se comienza a establecer un


centro de poder económico, político y cultural. Ante esto, Rafael Gumucio apunta que “La
aristocracia de Chile, como en ninguna otra parte (o quizás como en el resto de América),
estableció que los nuevos eran los originales y que los antiguos, los hijos de los
conquistadores, estaban genéticamente podridos, mezclados con el barro y la sangre de la
guerra de Arauco” (2003: 134). De ello puede desprenderse que quienes habitamos el Sur
—o el norte— hemos quedado sujetos a la voz del poder central, “La gran burguesía
agraria del valle central estableció su hegemonía cultural, impuso las normas del deber ser
chileno, las particularidades que lo singularizan” (Pizarro, 2003: 86). Pero sabemos, como
sostiene Laborde, que “una nación madura se construye en torno al consenso de ciertos
rasgos de su identidad que se califican como valores colectivos, eje sustancial que puede
tener oscilaciones pero que es capaz de modificar rumbos, e incluso puertos de destino, sin
poner en riesgo la nave geográfica ni la vida de sus pasajeros” (2003: 93).

Es así como sabemos que la cultura chilena se ha truncado, “Nos hemos quedado
sin saber lo que somos al rechazar y desconocer esa otra parte que vive dentro de nosotros
y conforma nuestra otra mitad espiritual y cultural” (Valdivieso, 2003: 122). Hablamos de

30
un país unificado, de “LA” sociedad chilena, pero “la sociedad no es toda la sociedad, sino
el discurso de las voces que lo hegemonizan” (Pizarro, 2003: 89).

3.3.3. La palabra

Si tomamos en cuenta el conflicto nacional que se configuró desde la colonia, en


que se establece este eje de poder centralizado y que además el poder político hegemoniza
la palabra, damos cuenta de una construcción cultural comandada desde un lugar
particular, hacia un país bastante extenso. Por eso es que sostengo que la cueca no se baila
igual de norte a sur.

Al hablar de identidad en Chile, volvemos a las palabras de Jorge Larraín:


“Sostengo que la identidad nacional existe de modo más complejo como un proceso de
interacciones recíprocas entre dos momentos claves: las versiones públicas o discursos de
identidad, y las prácticas y significados sedimentados en la vida diaria de las personas”
(2003: 68). Pero queda en evidencia que quien dice y quien hace son sujetos o
colectividades distintas, en palabras del mismo Larraín “muchas veces las personas no se
sienten bien representadas por lo que los discursos les están diciendo” (2003: 68).

Camila Cárdenas, al referirse al lenguaje como productor de realidad dice: “Usar


el lenguaje implica generar una serie de prácticas situadas cultural y situacionalmente,
mediante las cuales no sólo representamos el mundo sino que lo cocreamos a partir de la
palabra” (2011). Pero en este caso es necesario tomar en cuenta de quién son esas palabras,
pues como ha planteado, entre otros Alfred Schutz, el mundo social está estructurado
simbólicamente por quienes viven en él a través del lenguaje, la interacción y el
conocimiento de sentido común. Esto significa que se trata de un mundo ya interpretado
por los sujetos sociales, al que éstos le atribuyen un sentido determinado (Schutz 1962a,
1962b Cit. en Vergara y Gundermann, 2007).

Entonces, la identidad cultural “Se expresa en discursos públicos o privados


acerca de la identidad y en la experiencia de las personas que la comparten y le dan vida”

31
(Vergara y Gundermann, 2007), siempre y cuando esto sea coherente. Haciendo sentido el
refrán: del dicho al hecho, hay un buen trecho.

Para Larraín, el asunto se determina de esta manera: “la identidad de una nación
es en el fondo una interacción entre los discursos públicos sobre esa identidad, y las
prácticas de la gente común (…). Sin embargo, precisamente porque se trata de una
interacción entre el discurso público y los modos de vida de la gente, (hay) una dialéctica
que no es siempre de perfecta correspondencia” (2003: 68).

“Potter (…) consigna que siempre que se expresan palabras se construyen hechos”
(1998 Cit. en Cárdenas, 2011). Entonces parece muy convincente la idea de Gilberto
Triviños (2003), quien acusa el abuso del género del ensayo, por parte de los teóricos, a la
hora de hablar y reflexionar en torno a la identidad. Pues hay voces que han existido desde
el inicio, que son creadoras de la narrativa, la poesía o el drama, y muchas veces son
reflejo de algunas realidades, son portadoras de cultura, son visiones y creaciones de
identidad.

3.4. Suralidad: Antropología Poética

Pero a partir de esta ciudad despeinada


será trazada la ubicación de nuestros días

(Nada tenemos que ver, Antonia Torres)

Históricamente, la zona Sur de nuestro país se ha configurado como un espacio de


disidencia, el cual fue de los últimos en incorporarse al estado chileno en plenitud, donde
se vive entre los bosques, la lluvia y el humo del invierno casi eterno. Aquí se dice que
vivimos a un ritmo diferente al de la metrópolis, aquí habitamos los sureños de todo el
mundo, entre los indígenas, criollos y los varios arribos de colonos extranjeros. Aquí existe
una cultura particular, chilena claramente, pero chilena del Sur, de los ríos, de los lagos.

Quizás con cierto recelo nos hemos aislado más de la cuenta; de vez en cuando
aparecen voces que dicen que “Para el área metropolitana nosotros no existimos. No sé si

32
por miopía intelectual, por esa soberbia natural del que se sabe en el centro de las cosas;
pero lo cierto es que el problema es de ellos” (Bohle Cit. en Riedemann y Arellano, 2012:
135), aunque oportunidades hemos tenido varias, quizá, donde podríamos sacar la voz.

Clemente Riedemann y Claudia Arellano, en el año 2012, dan vida a un proyecto


que al parecer trae consigo un trabajo de décadas. La Suralidad, esta denominación de la
identidad del Sur hace referencia al trabajo —sobre todo— poético de algunos autores
nacionales que han habitado este sur, y sin salir de aquí han dado vida a una literatura
particular. El mismo Riedemann, en 2003, señalaba, para Revisitando Chile, que se ha
podido avanzar en la definición de lo que es la “poesía del sur de Chile” (435), sin
embargo, no fue sino casi una década después que se materializa este trabajo.

La Suralidad: Antropología poética del sur de Chile (2012), nos plantea la


necesidad de comprender la zona Sur como un área de producción literaria en la cual se
articula una forma escritural determinada por ciertos aspectos fundamentales que dan vida
a la identidad del Sur de Chile. Si bien hubo intentos anteriores, como el trabajo realizado
por Teillier con la poesía lárica, donde se intentó dar cuenta de un espacio no desarrollado
como proyecto poético, un espacio diferente al de la capital, alejado del centro (Riedemann
y Arellano, 2012), este trabajo quedó en su obra y unos cuantos pocos seguidores, pero no
logra dar cuenta de lo amplio del asunto en relación con la diferencia centro/periferia en la
poesía.

Más adelante, como apunta Antonia Torres

En la década de los ˂80 y <90, los poetas del sur radicalizarían esta actitud —actitud
teillieriana—, más que en sus obras, en sus discursos extra-literarios o públicos
(entrevistas, columnas de opinión, editoriales, etc.). Por lo tanto, y dado que el espacio
literario del sur surge de manera sistemática en el debate socio-literario como un espacio
prácticamente político y determinado por la discusión centro/periferia, creo que a estas
alturas se puede afirmar que uno de los rasgos identitarios (pero no estéticos) propios de
la llamada «poesía del sur», es precisamente estarse preguntando siempre acerca de su ser
y su sentido. Existe y ha existido desde sus inicios, una necesidad de definirse por la
diferencia. Es decir, en preguntarse en qué nos diferenciamos de ese centro. Una poesía
conflictuada con su tiempo, con su entorno, con su ánimo por ser reconocida por el
centro. (Cit. en Riedemann y Arellano, 2012: 165).

En el año 1992, como mencionamos en el capítulo anterior, hubo un intento


significativo de agrupar a algunos poetas y caracterizarlos como sureños. Fue el trabajo de
Galindo y Miralles un buen intento de impulsar esta literatura, pero según dice Yanko

33
González, esta antología no tuvo mayor recepción más que entre nosotros mismos los
sureños (Cit. en Riedemann y Arellano, 2012) y es que “nos siguen mirando
peyorativamente (y) creo que les acomoda mirar las cosas de ese modo” dice Marlene
Bohle (Cit. en Riedemann y Arellano, 2012: 144).

Podemos decir que

La literatura del sur es una tradición que se construye en gran medida «por oposición» al
centro, por un lado; y por «resistencia» a los efectos de la modernización, en otros casos.
Es decir, desde mediados del siglo XX hasta nuestros días, esta poesía se ha caracterizado
marcadamente por desarrollarse estética y políticamente bajo la forma de una resistencia
cultural e ideológica respecto de un «centro» simbólico, geográfico, político y/o
administrativo, según el conflicto o la coyuntura histórica de turno. (Torres Cit. en
Riedemann y Arellano, 2012: 165).

Entonces asumimos que “la provincia —como la región— son realidades


multivocales que no se dejan domeñar por un solo trazo. Lo regional es siempre objeto de
construcción y reconstrucción” (Skewes, 2003: 425). Y en este caso particular, según
Riedemann y Arellano, son cinco los pilares fundamentales de la construcción identitaria
en la literatura del Sur de Chile: territorio, origen étnico, tradición y modernidad,
globalización y género.

En cuanto al territorio, este se identifica como “tema insoslayable para los autores
y autoras (…) donde el entorno ecológico filtra sus textos y opiniones, configurando
atmósferas sureñas «típicas» como tamiz de fondo en sus disquisiciones lexicológicas”
(Ridemann y Arellano, 2012: 14), como mencionan los autores de la Suralidad, el territorio
conforma un soporte semiótico del quehacer poético de los autores del Sur (2012).

En segundo lugar, mencionamos el origen étnico, lo que implica mucho más que
lo indígena —que mucho se ha comentado en el último tiempo—. Aquí nos referimos a la
multiplicidad étnica que habita el Sur de Chile. Este concepto, acuñado por Iván Carrasco,
apunta a que “Por lo general, la pregunta por la identidad de un pueblo, nación o sociedad
se ha planteado en singular: se consulta por “la” identidad como si existiera sólo la
posibilidad de una identidad única, estable y definida, lo que supone negar otras
alternativas, como las de identidades plurales, indefinidas o inestables” (Carrasco, 2003:
391). Concretamente, y a simple vista, podemos identificar en el Sur a mapuches,

34
españoles, criollos, alemanes, holandeses, entre otros, que conviven y dan forma a
comunidades diversas que se entrecruzan.

Por otra parte, la coexistencia de la tradición y la modernidad, tanto en lo urbano


como rural, es un soporte importante de la construcción cultural, donde a través de la
poesía se rescata una memoria, una historia, y se impulsa hacia el futuro. Aquí se vuelve a
un origen, retoma fuerza la voz del campo, de los ancestros, pero con una cierta apertura a
lo nuevo, lo urbano, lo moderno.

La globalización, que viene muy de la mano de la tradición y modernidad, no


apunta al hecho de olvidar lo propio y apropiarse de lo extraño y lejano, sino que se refiere
a esta apertura señalada anteriormente hacia lo nuevo y hacia el diálogo con otros. Aquí
habita la diversidad bibliográfica de los autores, las formas de leer el mundo y hablar desde
nuestro propio mundo, todo esto apoyado por la tecnología y la presencia de una
inmensidad de lectores y escritores atentos.

Finalmente, nos referiremos al género, que se expresa en la identidad literaria del


Sur con la amplia participación de escritoras, que han surgido y generado importantes
trabajos poéticos en esta zona.

Si bien son cinco las categorías planteadas por Riedemann y Arellano (2012) que
sustentan cierta forma de construir la identidad del Sur en la literatura, para el propósito de
esta investigación solo serán profundizadas tres de ellas: el territorio, la tradición y
modernidad y la globalización. Particularmente, estas tres categorías son homologables a
los elementos que Jorge Larraín plantea como sustentos de identidad.

Referirnos, bajo la visión de Larraín, al primer elemento que aporta a una


identidad individual y colectiva es referirnos a la cultura, la cual podemos comprender
dentro de la Tradición y Modernidad de Riedemann y Arellano. Aquí está la historia y la
forma en que nos relacionamos entre lo anterior y lo que somos ahora, cómo tomamos en
cuenta las voces pasadas para reconstruirnos en el futuro.

El segundo elemento mencionado por Larraín es lo material, aquello que


poseemos, así como el territorio, ese espacio que hacemos propio, los paisajes que
sentimos nuestros, pues en ellos habitamos y desde allí generamos nuestra pertenencia,
nuestra identidad.
35
Finalmente, el último elemento corresponde a los otros, los que nos observan, con
quienes nos asemejamos y nos diferenciamos. Según Larraín, son aquellos que para la
Suralidad conforman el mundo globalizado, son los lectores distantes, son quienes
dialogan desde la lejanía.

3.4.1. Territorio

Para Riedemann y Arellano (2012), el territorio sería un primer nivel de


conciencia para una comunidad, donde esta se define siempre en relación al espacio
habitado, pues podemos decir que toda relación se da en un contexto particular o locus. El
término locus, de raíz latina, dice relación con "el lugar" (Dziekonsky et al., 2015).

Al referirnos al territorio, nos encontramos quizás con el pilar más fuerte de la


configuración de una cultura sureña, y, por lo tanto, una identidad del Sur. Podemos
afirmar que “La identidad colectiva tiene una dimensión territorial compartida por un
grupo de personas que conviven en un mismo espacio, definida según algunos elementos
culturales (biográficos, consuetudinarios, espaciales, etc.), colectivamente compartidos y
en contraste respecto de la identidad de otras regiones” (Alcamán, 2003: 443). Es
interesante evaluar cuáles son algunos de esos elementos de contraste, que hacen de esta
zona geográfica una semiósfera particular.

Un fenómeno que es necesario destacar es la relación campo-ciudad, que se marca


con fuerza en la zona, donde Riedemann y Arellano afirman que aún hay una resistencia
hacia lo urbano, lo cual determina, obviamente, la relación que se establece con la
naturaleza proveedora, a diferencia del cemento y las grandes construcciones. Pero según
algunos autores (Dziekonsky et al., 2015; Senn, 2013) es la ciudad, lo urbano, lo que está
configurando la sociedad chilena, y es que afirman que aquí las posibilidades culturales se
acrecientan, a raíz de la diversidad de actores que se agrupan.

Sin embargo, en palabras del mismo Dziekonsky y otros “las personas


transforman los lugares que son parte de su vida cotidiana y, a su vez, éstos transforman a
las personas, existiendo una relación dialéctica entre ambos” (2015: 35), así es como los

36
poetas del Sur, dan vida a estas imágenes que se hacen presentes en sus obras y a la vez la
determinan.

Por una parte, hablamos de la lluvia. El elemento más recurrente en las voces de
los poetas citados en la Suralidad es el agua, el clima. Delia Domínguez, Guido Eytel,
Marlene Bohle, por mencionar algunos, concuerdan en que es este fenómeno, el ciclo del
agua, es un rasgo característico del Sur. “El factor geográfico y climático es un
componente común para todos los poetas del mundo”, dice Mario Contreras (Cit. en
Riedemann y Arellano, 2012: 130); similares a las palabras de Eytel: “Creo que ese paisaje
está de alguna manera presente en toda la poesía de acá” (Cit. en Riedemann y Arellano,
2012: 124).

Así, un rasgo de la naturaleza se integra en la literatura. “La humedad está —


creo— integrada en nuestra propia estructura interna y somos también distintos por eso. El
azote de los vientos y la indefensión del hombre como situaciones permanentes y no como
eventos esporádicos, también configuran este mundo”, apunta Rosabetty Muñoz (Cit. en
Riedemann y Arellano, 2012: 139).

Marlene Bohle, de manera muy poética se refiere a la naturaleza:

El azul, la lluvia… Agua, agua, agua… Pero un agua que no daña, un agua que limpia
(…) yo creo que en esta zona se cultiva tanto la poesía justamente porque tenemos esta
gran colega nuestra que es la lluvia (…) esa nostalgia por la vieja casa de madera, esa
nostalgia por las costumbres antiguas de la lumbre encendida y sobre ella chisporroteando
una tetera, con el mate presto. (Cit. en Riedemann y Arellano, 2012: 138).

y esta agua trasciende de la naturaleza al espacio privado, al hogar, que también guarda un
sinfín de características particulares.

Edward Rojas (2003), arquitecto, de manera sutil reconoce un rasgo de lo que es


un espacio etnocultural. Él señala que la organización del hogar sureño tiene su raíz en la
ruca mapuche huilliche, donde el fogón es el centro de reunión y el lugar más importante
que nos protege del frío, ese fogón donde se comparte el mate y la comida. Rojas describe
nuestras construcciones: “el volumen simple de planta rectangular, con un techo a dos
aguas y pequeñas ventanas que separan el interior y el exterior, y que cobija un espacio de
calor, es parte de la identidad genética de la arquitectura del Sur y, por ende, de la región”

37
(471), resaltando este rasgo protector de las inclemencias de la ya mencionada lluvia del
Sur.

Pues la arquitectura también es una forma de leer nuestra historia: un espacio


físico que narra algunos hechos, así “El volumen simple y de madera es rural y se expresa
como galpones y graneros. Pero también es urbano, y es capaz de recoger la piel de su
volumen rotundo, las influencias de otras arquitecturas, que son parte de los procesos
históricos que en cada rincón de nuestra región han sucedido” (Rojas, 2003: 472),
constituyendo una marca importante la presencia alemana en la arquitectura valdiviana, por
ejemplo.

De esta manera, si sumamos rasgos naturales y construcciones humanas, la voz de


Antonia Torres parece ser muy certera al esbozar nuestro paisaje: “si describo, por
ejemplo, un Valdivia «sumergido y oxidado en las aguas del tiempo», no es por puro
ejercicio metafísico, sino por que literalmente Valdivia es una ciudad hundida en el agua
tras el terremoto de 1960; y se encuentra entera oxidada por donde se le mire. Allí está la
historia” (2013: 162).

Finalmente, creo importante destacar las palabras de Jaime Huenún, quien dice
que “La comprensión de un territorio determinado implica una experiencia larga en el
tiempo (…) pienso que la poesía se construye con una experiencia válida de conocimientos
y la asunción de cierto lenguaje característico, pero también con cierta luz, con ciertas
historias propias de este territorio” (Cit. en Riedemann y Arellano, 2012: 146). Es, en este
sentido, el territorio —rural y urbano, natural y arquitectónico—, un espacio creador y
creado. Desde allí se aprende y se aprehende, para luego dar nueva vida a lo que nos rodea.

3.4.2. Tradición y modernidad

Para hablar de tradición y modernidad nos situamos desde el inicio en la memoria;


el hoy y la memoria. Aquí los poetas se expresan de diversas maneras, donde Riedemann y
Arellano (2012) los calificarán como Esencialistas o Eclécticos, siendo estas
clasificaciones para aquellos que retornan de alguna forma al pasado, a los recuerdos de

38
infancia, trayendo consigo una voz cercana a lo lárico, ya establecida por Teillier tiempo
atrás.

Tomando en cuenta el trabajo de Teillier, “en la poesía lárica, el sujeto poético


vuelve al lugar de origen en busca de los valores humanistas, pero advierte que «todo ha
cambiado», (y) su respuesta a ello no es el dolor sino el cinismo” (Riedemann y Arellano,
2012: 53). Si bien son pocos los que continúan este proyecto poético, a partir de la década
del 80, según Iván Carrasco, citado por Riedemann y Arellano (2012), hay quienes vuelven
la vista al pasado intentando dar cuenta de lo que somos hoy: una búsqueda de respuestas
de lo actual, desde el trayecto recorrido. Aquellos son los que se denominan en la
Suralidad como memoriosos eclécticos.

Por su parte, los memoriosos esencialistas, según la Suralidad, son aquellos que
perseveran en la idea de la memoria colectiva, la nostalgia por un pasado mejor,
“persistiendo en una vuelta constante a lo prístino, a la infancia primordial, insistiendo en
la invocación de una casa que se sobrepone al tiempo, como un albergue secreto de la
colectividad que se mantiene en la memoria” (Riedemann y Arellano, 2012: 54). Pero, más
allá de clasificaciones —no menos importantes—, la manera en que se articula la
modernidad en el Sur de Chile es curiosa, por adjetivarla de alguna manera. Si bien dice
Riedeman: “nuestra modernidad acepta todavía vínculos con la naturaleza y tiene una
oportunidad de respetar las formas de adaptación de los grupos humanos a los diferentes
nichos ecológicos” (2003: 440). Y es que la modernidad, esta visión en que se

pone al ser humano en el centro del mundo, lo erige en la medida de todas las cosas, en
contra de la visión del mundo teocéntrica que prevalece en la Edad Media. El ser humano
pasó a ser “el sujeto”, la base de todo conocimiento, el señor de todas las cosas, el punto
de referencia necesario de todo lo que sucede. (Larraín, 1996: 94).

Es este sujeto el observador, que transmite una visión de mundo en la poesía,


teniendo entonces la posibilidad de ser, como proponía Teillier, el guardián del mito
(1965).

Si bien señala Larraín que “La cultura moderna es mediada de manera creciente
por la electrónica. Los medios orales y escritos son suplantados y hasta cierto punto
reemplazados por modos de transición electrónicos” (1996: 30), estando a un paso de la

39
globalización y la tecnología, los poetas y, en suma, la cultura del Sur de Chile, persisten
en una resistencia a no entregarse por completo al hoy moderno y modernizante.

Según Jorge Larraín, “Hay una tendencia a la homogeneización pero también una
fascinación con lo diferente. Lo global no reemplaza a lo local, sino que lo local opera
dentro de la lógica global. La globalización no significa el fin de las diferencias culturales
y étnicas” (1996: 31). Es entonces posible que aparezcan voces que digan: “Mi abuela
siempre decía que si uno no sabía quién era, no podría saber para dónde iba, porque desde
esa certeza tú te construyes hacia delante” (Bohle Cit. en Riedemann y Arellano, 2012:
133).

Así nos encontramos con las palabras de algunos poetas, citados en la Suralidad,
en que la mayoría concuerda con este aprecio y respeto por la tradición. Dice Rosabetty
Muñoz: “Presto oído especialmente a los antiguos, donde se encuentra un capital valioso,
pero también converso y escucho a los menores, porque sus voces abren la posibilidad de
rastrear los cambios naturales” (Cit. en Riedemann y Arellano, 2012: 140). Sigue Bohle:
“se bebe de tantas aguas y, cada una, se recibe en herencia, peculiaridades que tienen que
ver con nuestra identidad y con el sentido de pertenencia” (Cit. en Riedemann y Arellano,
2012: 134).

Por su parte Mario Contreras sostiene “Creo que uno sigue volviendo al origen,
que todos volvemos al momento del primer verso” (Cit. en Riedemann y Arellano, 2012:
130). Partiendo de la idea de Delia Domínguez, “La identidad está asociada al obligo,
donde diste tu primer grito. Después la gracia está en que ese ombligo no deje de
alimentarte de los ancestros que vienen desde los bisabuelos a los abuelos” (Cit. en
Riedemann y Arellano, 2012: 118) y así es que, en el Sur de Chile, con vista al futuro se
construye desde la memoria, tomando en cuenta nuestra historia y siempre pensando en el
origen.

40
3.4.3. Globalización

Anteriormente, en relación al tema de la modernidad se daba a entender, a través


de las voces de los poetas, que existe un cierto recelo con lo nuevo, con el abandono de la
tradición. Ello, evidentemente no es diferente si nos referimos a la globalización, pues “El
proceso de globalización se refiere a la intensificación de las relaciones sociales
universales que unen a distintas localidades de tal manera que lo que sucede en una
localidad está afectado por sucesos que ocurren muy lejos y viceversa” (Larraín, 1996: 27),
y ante estos los poetas responden.

“Me preocupa la globalización como amenaza de pérdida de identidad de nuestro


modo de ser”, dice Delia Domínguez (Cit. en Riedemann y Arellano, 2012: 119), mientras
que Mario contreras cree que “es un ataque grosero (la globalización) contra nuestra
existencia. Yo defiendo esa existencia que conocí en el pasado, esa existencia paradisiaca
que uno tiene de niño y que presiente que es la que nos va a salvar” (Cit. en Riedemann y
Arellano, 2012: 128). Pero, así como ocurre con la modernidad, no nos referimos al fin de
lo local, sino que al diálogo y la intertextualidad que se genera a raíz de la convivencia de
muchos mundos.

Si tomamos en cuenta las palabras de Jorge Larraín (1996), podríamos decir que
la zona Sur de Chile, dada su multiplicidad étnica, es quizás un lugar que tiende a la
globalización, ya que aquí conviven culturas del mundo y se agrupan y dialogan entre
distintas voces y visiones.

Jaime Huenún manifiesta que “la globalización apuesta a ocultar aún más ciertas
realidades, porque solamente se visibiliza aquello que pudiera tener algún interés desde el
punto de vista de la economía neoliberal” (Cit. en Riedemann y Arellano, 2012: 149), pero
más allá de modelos económicos, y en oposición a Huenún, se me hace interesante resaltar
la reflexión de Guido Eytel, en torno al tema de la globalización, y es que más que una
amenaza es una oportunidad.

Así como lo proponen algunos autores (Riedemann, 2003; Skewes, 2003) se ha


trabajado desde hace varias décadas en dar a conocer en otros lados lo que pasa aquí en el

41
Sur, intentando extender el horizonte de expectativas de las obras aquí producidas. Aquí es
donde Eytel de manera muy certera expone: “La poesía universal, para mi gusto, está
hecha de poesías locales. No hay una poesía universal que exista allá arriba, en esa especie
de limbo, sino que a quienes leemos como universales (…) nosotros, después, le damos el
rango de universal” (Cit. en Riedemann y Arellano, 2012: 124). Entonces, es que es trabajo
de los autores y quienes somos sus lectores iniciales abrir las posibilidades a la
globalización: aquel espacio de diálogo universal.

42
4. Análisis

Al fin de cuentas
es voluntad
del mar
besar
la playa

(III, Jorge Torres)

El libro Graves, Leves y Fuera de Peligro, publicado en 1987 a cargo de


Ediciones Lar, representa un momento importante en la producción del valdiviano Jorge
Torres, pues aquí se compilan sus dos textos anteriores: Recurso de Amparo (1975) y
Palabras en desuso (1978), y si bien, como fue dicho anteriormente, ha quedado de cierta
forma olvidado por la crítica, a través de la Suralidad es que vuelve a cobrar vida, pues
entre sus versos se deja ver la presencia del Sur.

A pesar del énfasis entregado en el marco teórico de la presente investigación a la


noción de identidad como concepto y su aplicación a la realidad latinoamericana y
nacional, es la identidad del Sur la cual nos entrega las categorías de análisis que utilizaré.
Estas categorías —Territorio, Tradición y Modernidad, y Globalización— sustentan la
lectura de la obra inicial de Jorge Torres, pues no nos referimos a una poesía representante
del canon literario chileno, sino que está situada en un lugar aún más específico: la
Suralidad.

Para efectos de nuestro análisis, se han seleccionado diez poemas, además del
prólogo, una dedicatoria y algunos títulos que ayudan a la lectura del texto a través de la
Suralidad. Los poemas dan cuenta de una o dos de las categorías definidas, y no guardan
relación entre sí en su estructura, ya que la mayoría utiliza un verso libre y estrofas
irregulares.

43
4.1. Territorio

La selección de poemas que he realizado para dar cuenta de la noción de territorio,


según la Suralidad, deja ver en gran medida la noción de Tradición y Modernidad, y es que
la naturaleza sureña tiene un peso cultural tan importante que ha determinado la forma en
que nos construimos, por lo tanto, nuestra memoria y la forma en que somos hoy1.

Aquí vuelve a aparecer Jorge Teillier como un primer impulsor de esta idea de
volver al Locus amoenus, siendo el espacio quien nos determina como sujetos.
Particularmente, el poema Cuando llueve en Julio guarda la siguiente dedicatoria: “A Jorge
Teillier, natural de Arcadia”, y no es un detalle menor, considerando la naturaleza de y en
sus versos.

A pesar de que en su estructura a simple vista se identifica una estrofa, fácilmente


podemos segmentarlo en dos, donde encontramos un contraste importante. En primer
lugar, se habla de la lluvia de julio, un mes de interminables temporales en la zona Sur, del
bosque de la infancia, como quien recuerda con nostalgia un lugar con historia, un
recuerdo de algo mejor. Así aparecen las murtas, un fruto que solo habita en el bosque
siempre verde, las moras y los eucaliptus —lamentable invasor— que prolifera en el
húmedo Sur de Chile. Pero luego el poeta, quien recuerda estos elementos de la naturaleza,
dice no haber recogido sus frutos, y lo cataloga como “ese bosque de dudosa fisonomía”, y
es que para los poetas láricos, este lugar anhelado ya no es el mismo. Torres, al decir que
“tal vez nunca estuve” en ese bosque, pone en duda también la existencia y permanencia de
este bosque, donde aparecen las piedras que guiaron su camino, a lo que podemos atribuir
la presencia de la ciudad, del cemento, que comienza a reemplazar al bosque, dando paso a
la ciudad en que ahora vivimos.

Torres, quien deslumbró con sus Poemas Renales (1992), se caracteriza por la
marca de la enfermedad, y desde hace mucho tiempo que estaba invadido por estas ideas
de la vida y la muerte, de la permanencia. Y es que a pesar de que pone en duda la
existencia del bosque, finaliza este poema diciendo: “empapado de lluvia / enterrado en el

1
Retomar capítulo 3, página 38. Riedemann y Arellano, quienes defienden esta idea sobre la identidad del
sur en el texto Suralidad: Antropología Poética del Sur de Chile (2012), el autor ya comentaba ciertos
aspectos en Revisitando Chile (2003).

44
lodo / soy un árbol más”. Pasando entonces a ser él quien da vida al bosque, siendo él el
guardián del mito, tal como lo proponía Teillier, en su ensayo Los poetas de los Lares.

Si bien otros autores ya habían catalogado a Torres de poeta lárico 2, no podría


abandonar esta empresa sin destacar este poema, que como todos sus textos es breve, pero
homenajea tanto a Teillier y su obra, como también a la fisonomía de nuestra naturaleza,
pero esta es una naturaleza amable, es un lugar anhelado y recordado con nostalgia y el
temor del olvido. Mientras que, por otra parte, en el poema Profecía, la naturaleza pierde
su condición de lugar ameno, ya no nos referimos a esta naturaleza reconfortante, sino que,
a su poderío implacable, que más vale decir, nos ha hecho reinventarnos más de una vez.

La ciudad desaparecerá.
Esta vez no será el cataclismo,
ni el incendio
ni el desborde de sus ríos.
Será la lluvia.
La lluvia diluirá su historia
convirtiéndola en la nueva Pompeya

Vuelve a aparecer la lluvia, siempre está presente la lluvia —como bien


mencionaban los poetas citados en la Suralidad: Torres, Bohle, Muñoz, Contreras, y
otros3— pero aquí se reconoce la fuerza de la naturaleza sureña. No olvidemos el
terremoto más grande registrado en la historia4, en Valdivia. Una ciudad invadida
constantemente por incendios y una red de ríos navegables, a veces incontrolables. Estos
antecedentes ya no requieren de un historiador que los rememore, pues están siempre
presentes en boca de cualquier valdiviano: hemos aprendido a convivir con esta naturaleza,
y con la memoria de aquellos desafíos que nos ha puesto el territorio a lo largo de la
historia.

2
Juan Armando Epple y Hans Schuster denominaron la poesía inicial de Jorge Torres como lárica, en 1994
con la publicación de En libre plática. Propuestas de lectura de una cierta zona de la poesía chilena.
Aproximaciones a la poesía de Jorge Torres.
3
Retomar capítulo 3, página 36-38. En relación al territorio, y la forma en que los poetas lo perciben y
proyectan en sus obras.
4
“1960. El 20 de mayo tiene lugar el gran terremoto y posterior tsunami, que devastará Valdivia y otras
ciudades y la costa de la zona Sur de Chile” (Cit. en Cronología de Jorge Torres, Obras Completas, 2013).

45
Y así como convivimos, también Torres hace evidente —soñando con un gran
éxodo de valdivianos, diciendo que “los habitantes nos iremos / más al norte / o más al sur
/ más lejos siempre” —, que esta fuerza de la naturaleza la llevaremos con nosotros, pues
“nos llevaremos / un poco de sus ríos / un poco de sus árboles / un poco de su barro / un
poco de su niebla / en los bolsillos”. Y dice el poeta que quienes nos vayamos iremos
muriendo de nostalgia, siendo latente aún la idea lárica de que como dicen uno vuelve
siempre a los viejos sitios donde amó la vida5. A pesar de la inclemencia de la naturaleza,
ella nos construye, nos da vida, nos hace sureños, y con ese sentimiento de pertenencia, no
podemos abandonarla.

Pero esta relación de admiración por la belleza del bosque, por la fuerza de la
naturaleza, no está exenta de conflictos, y es que a pesar de que vivimos bajo la lluvia, se
hace común escuchar por la calle que ojalá dejara de llover. En una zona donde se dice que
llueve los trece meses del año —enero a diciembre y el mes de María, decía mi abuelo—
Torres suma un par de versos muy especiales en el poema Estos amigos míos.

y se irán haciendo comentarios


sobre este tiempo de carajo,
que ya estaría bueno
que saliera el sol
para sacarse esta ropa de lana
y abrazar
definitivamente
a la primavera.

Aquí vemos, luego de unos versos dedicados a sus amigos, donde los bosqueja
con bastante humor: atrasados, un poco ebrios, pero presentes, que la lluvia parece
interminable y solo se espera la llegada del sol, dándole importancia al cambio de estación,
dando paso a la primavera. Creo necesario, además, resaltar la importancia del verso que
dice: “para sacarse esta ropa de lana”, la lana se ha vuelto un ícono importante de lo que
somos, a la venta en mercados y ferias, como el infaltable souvenir de los viajeros que aquí
andan de paso, como herramienta principal para combatir el frío de estas tierras.

5
Cita de Canción de las simples cosas, de Armando Tejeda y César Isella. Popularizada por Chavela
Vargas, Mercedes Sosa, entre otros artistas.

46
Queda en evidencia que hay una naturaleza que se impone, que trasciende en los
versos del poeta Jorge Torres, pero hay también rasgos de una arquitectura y una cultura en
relación a los espacios públicos. Torres se refiere a la “ciudad de utilería”, su hija Antonia
más adelante hablará de la “ciudad despeinada”6 7, pues Valdivia en particular tiene
algunos elementos que le dan una identidad especial. Aquí destaco el poema Esbozo de la
Plaza de Valdivia, también llamada de la república, el poeta posado en un escaño. Con un
título ambicioso, que nos sitúa en la única Plaza de la República de nuestro país, ya que en
esta ciudad la plaza de Armas perdió ese nombre hace bastantes años, dando paso a la
República, lugar habitado por palomas, escaños y Tilos, como consigna el poeta.

Al referirnos a la Plaza de la República, retomamos también la idea de la


Tradición y Modernidad, pues Valdivia se ha caracterizado por su afán intelectual, guiado
evidentemente por la llegada de la Universidad Austral de Chile, pues aquí se ha
desarrollado una especie de centro del Sur en relación a la producción y difusión de la
literatura de la zona. Aquí habitamos y construimos una cultura que se fortalece en las
artes, en la literatura, y cómo no en la música, mundo del cual también fue parte Jorge
Torres8.

4.2. Tradición y Modernidad

Como quedó establecido anteriormente, al referirnos a la tradición y la


modernidad, nos enfrentamos a una transición y un diálogo entre el pasado y presente, con
vista al futuro. Vale decir, lo que somos hoy, en relación a lo que fuimos. Por lo tanto, la
memoria es fundamental para nuestra construcción cultural del presente, que se proyecta
siempre al futuro.

Así como lo mencioné anteriormente, y bajo la lógica de Riedemann (2003), la


forma de construir la modernidad en el Sur se sostiene en márgenes que quizás no serían

6
“La ciudad despeinada”, cita del poema Nada tenemos que ver, publicado en Las Estaciones Aéreas
(1999).
7
Antonia Torres se referirá en la introducción de las Obras Completas (2013) de Jorge Torres de manera
sutil a la intertextualidad que se evidencia entre los textos de padre e hija.
8
Jorge Torres publica dos cassettes, En Nosotros (1993) y En Tinta Roja (1998), el primero una
compilación de boleros y el segundo dedicado al tango.

47
comprendidos en otros lugares, es por ello que la relación con la naturaleza no es
contradictoria con un quehacer modernizante, sino que confluyen en esta cultura particular.

Entonces, si bajo esta visión nos acercamos a la poesía de Torres, retomaré un


poema que ya comentamos al referirnos al territorio: Cuando llueve en Julio no solo
bosqueja las características del bosque y admira su belleza, entre murtas y eucaliptus, sino
que está presente entre sus versos la nostalgia. Este sentimiento lárico del retorno al
pasado mejor, esa sensación de que estamos abandonando nuestra raíz, ya que el hablante
lírico pone en duda la existencia de este bosque al referirse a su “dudosa fisonomía” y a la
confusión que produce en su camino entre las piedras que lo guían.

Esta presencia de la nostalgia, y precisamente el recuerdo de Teillier en la


dedicatoria del poema, como sujeto autorizado para hablar de la memoria, entrega la
sensación de que algo no está bien, pues no recuperamos del bosque su esencia. Al decir
“que no recogí / ni moras, ni murtas, / del que no traje / ni el olor de los eucaliptus”, se
hace evidente la sensación de la deuda pendiente, la responsabilidad de no guardar una
parte de esta naturaleza.

La nostalgia, ese sentimiento por el pasado, aparece reiteradamente en los versos


del valdiviano, puede ser por su anunciada muerte que quizás hace más pesado el pasar de
los días. Pero para nuestra lectura se expresa en el peso de la memoria, se deja ver entre la
naturaleza y nuestra respuesta hacia ella: ese sentimiento de no querer dejar ir el pasado,
ese arraigo que hace de nosotros unos sujetos “modernos a la antigua”, donde perdura la
tradición9.

Por otra parte, un poema que igualmente ya analizamos es el texto Profecía. Es


interesante iniciar esta lectura desde las ideas iniciales que aparecen al encontrarnos con
este particular título. ¿Será que nos encontramos con las voces de nuestros ancestros, será
que nos dejaron la advertencia de la naturaleza que nos rodea? Este poema, que se inunda
de sentimientos de pesar, de lluvia, de historia de incendio, de historia de cataclismo,
además de la postal panorámica de la fuerza de la naturaleza, guarda una sensación similar
al poema recién mencionado; Cuando llueve en Julio y Profecía se esbozan en torno a la

9
Recordar la resistencia de algunos autores a dar paso a la modernidad, apegándose a lo anterior. Remitirse
al capítulo 3, página 38-40.

48
admiración de la naturaleza y a la necesidad de guardar algo de esto para el futuro. Esa
sensación de que no podemos abandonar por completo estos rasgos particulares.

Se deja ver un esfuerzo ante este éxodo imaginado, necesitaríamos, aunque


estemos lejos de este lugar, permanecer de alguna forma en contacto con esta naturaleza.
Como si hubiera una fuerza gravitatoria hacia el río, que nos obliga a no abandonar
nuestras empresas de vida. Me parece que este éxodo en realidad no mide distancias, no es
un alejamiento físico de nuestro Sur, sino un anuncio, una Profecía de no dejar ir nuestro
inicio.

Con estos versos tal vez queda demostrado que entre los poetas que se resisten al
paso de la tradición a la modernidad esté el valdiviano Jorge Torres. Pero asume la
responsabilidad de hacerse cargo de esta memoria, siendo él parte de “los más precavidos”
en guardar algo de lo que hoy tenemos, sin dejar ir por completo lo anterior, aunque
seamos la “nueva Pompeya” como dice entre sus versos, si lo abandonamos todo, sin
resguardo de nada, nos expondremos a la nostalgia y la muerte. Pero además de la
nostalgia, sentimiento necesario que se reitera en el poemario de Jorge Torres, aparecen
versos con cierta forma narrativa en que se personifica a quienes ya no están. En el poema
Espectro —título muy definitorio, por cierto— se hace evidente este traspaso de lo anterior
a lo nuevo, de la tradición a la modernidad. “Aquí hay muertos que caminan” dice el
hablante lírico, y será que estos muertos, estos espectros son nuestros ancestros a quienes
debemos lo que somos, y son aquellos que, así como el bosque y la naturaleza, no debemos
dejar en el olvido.

Como sureño, leo estos versos y me siento parte de ellos, y es que no dejo de ver
caminar a los muertos que

conversan con antiguos enemigos.


Visitan a ancianos prematuros
dan la mano a niños pordioseros.
No amedrentan a nadie,
están donde uno quiere verlos.

En este poema Torres materializa la memoria en imágenes certeras, que nos


muestran a nuestros ancestros, nos dan cuenta de la presencia de una historia que convive

49
con el futuro. Así estos espectros se acercan a los niños y se hacen notar. Hay una
dicotomía, pues se hacen presentes: “A veces dan golpes a las puertas / asustando a
tranquilos moradores / mas, / luego tuercen el rostro de vergüenza”, pero una vez que
reconocemos su existencia se quedan sin más, con vergüenza.

Podríamos catalogar este poema como una elegía hacia el pasado y el recuerdo de
los muertos. Podríamos encasillar estos versos como un ejercicio necesario de permanencia
del pasado. Aquí se expresa la necesidad de que no se acabe la memoria, dice Torres: “No
estorban. / No molestan. / Sólo piden / les dejen transitar en paz”. Entonces, se expresa en
este poema la convivencia de los recuerdos, de los fantasmas del pasado, que se acercan al
presente y al futuro, representado en los niños mencionados en el poema.

Serán estos mismos fantasmas que se reiteran nuevamente en el poema Los viajes,
que se inicia con el verso “atrás sólo polvo”, que podríamos entender de manera peyorativa
con el pasado. Sin embargo, al referirse a la “ciudad sin sentido”, el verso inicial cobraría
razón diferente, y es que, en la lógica de la tradición y la modernidad ¿cómo podría haber
sentido, si solo reconocemos polvo en el pasado? Este poema, que Torres dedica a su hija,
nos sitúa en dictadura —el mal llamado Gobierno Militar—, momento de conflicto, de
tensión social, lo que explica que aparezcan versos como: “insultando peatones”,
“eludiendo policías”, pues por aquella época la forma de construir nuestra cultura fue
puesta en duda. Como señalábamos en el segundo capítulo de esta investigación, muchos
artistas fueron silenciados de manera voluntaria u obligatoria, siendo exonerados,
exiliados, encarcelados, muertos.

Durante el conflicto nacen los cuestionamientos, aquí se puso en duda lo que


somos, y fueron pocos los que pudieron tomar la palabra. Es por ello que considero
relevante retomar los versos iniciales de Torres que, aunque no se sabe a ciencia cierta, fue
el primero en publicar un libro de poesía en dictadura. Y este poema, Los viajes, publicado
inicialmente en 1978 en Palabras en desuso, vuelve la vista al pasado en esta nueva
ordenación social, en esta nueva forma de vivir la sociedad chilena, se desplaza en esta
“ciudad de utilería / en búsqueda de pretéritos fantasmas”.

Parece ser un ejercicio poco fructífero en aquel momento, pues con la sutileza que
describe Torres uno de los momentos más tensos de la historia de nuestro país, pareciera

50
ser que la búsqueda del tiempo pretérito es una empresa sin destino, pues la metáfora de la
bicicleta sin ruedas ni pedales difícilmente podría llegar lejos. Se plantea la búsqueda del
pasado, sin un destino ni un modo de alcanzar su fin.

Por otra parte, se reiterará la idea del retorno al pasado, y he llegado a pensar en el
acto poético de criar un hijo como el mecanismo más claro que utiliza torres para hacer
llegar la tradición, la memoria y la historia a los años venideros. Esto porque así como ya
he mencionado algunas dedicatorias, como pistas que nos deja el poeta, el texto Promesas,
escrito a Antonia, su hija, se plantea la necesidad de retomar el pasado. Ya lo hacía
evidente, de cierta forma, al citarlo como epígrafe del tercer capítulo de esta investigación:
es necesario escarbar en lo que dijeron otros, para así comprender lo que somos.

Vamos a conversar hija.


Yo te contaré lo que no te han contado.
Te explicaré lo que no entiendas.
Juntos leeremos La Historia,
con cautela y entrelineas

Deja ver entre sus versos ciertas indicaciones de cómo deberíamos llegar a la
historia. En este esfuerzo por traspasar aquello que sabe, el poeta se esmera por contar a su
hija de tal manera que ella lo comprenda y lo resguarde. “Con cautela y entrelíneas” parece
ser el verso más apropiado para referirnos a la memoria, pues la historia no solo la escriben
los que ganan, sino que podríamos encontrar cientos de respuestas acertadas según cuál sea
nuestra búsqueda.

Retornará continuamente la descripción de la dictadura, esta enfermedad social


que a todos nos ataca. Acusará, entonces, a través de estos versos, que el tiempo de
mudos10, esconde aspectos necesarios de recordar, que a pesar de las dificultades el tiempo
sigue transcurriendo: “el invierno se anda despidiendo” y continúa la búsqueda del “tiempo
perdido”.

Finalmente, me referiré al poema En la Muralla del Frente. Un texto que a simple


vista podría encasillarse en la noción de territorio, nos sitúa en realidad en la Tradición y la

10
Recordar la calidad de exonerado político de Jorge Torres, cuando debió abandonar su trabajo por su
militancia en el partido socialista.

51
Modernidad, pues aquí no se bosqueja la forma de nuestra arquitectura, no se da cuenta de
la manera en que se levantan los muros en la ciudad, como señalábamos en el capítulo
anterior, en palabras de Edward Rojo, sino que es aquella muralla un testigo más de lo que
aquí pasa. El poeta ubica cerca de esta muralla a todos quienes aquí transitan, se convierte
en símbolo de permanencia y de separación de mundos y tiempos, mientras “ella
permanece impertérrita”.

vigía y guardia de un sitio vacuo,


debe tener pactos con la lluvia,
siempre tan aséptica, tan blanca
pues ni el orín humano ni perruno
han logrado macular;

Estos versos muestran esta construcción como un punto de permanencia, una


memoria silenciosa que habita cercana a nosotros, y que de vez en cuando puede alzar la
voz. Es quizás una referencia al grupo CADA y su acción de arte “NO”, la que se hace
presente de manera intertextual en el texto de Torres. Aquí el poeta da paso a la voz ajena,
interviene en su texto la presencia de los otros, que cohabitan este territorio.

4.3. Globalización

La noción de globalización es quizás la más compleja de estudiar, comparada a las


categorías señaladas anteriormente —Territorio, Tradición y Modernidad—. El concepto
global nos remite a la intertextualidad, a la inclusión de mundos, a la unión de antípodas, y
esto podría ser materia de otra investigación, completamente distinta a nuestros fines.

No pretendo poner el parche antes de la herida, pero es, sin duda, complejo
referirse a las relaciones de intertextualidad en la poesía de Torres 11, pues sus referentes
dan cuenta de un autor lo suficientemente letrado como para referirse a diversas culturas, y
autores de lugares lejanos. Es por ello que digo que podría nacer desde aquí una
11
El mejor ejemplo de intertextualidad en la poesía de Jorge Torres es la publicación de sus Poemas
Encontrados y Otros Pre-Textos (1980-1990), donde el autor ofrece la palabra a otros, recopilando recortes,
fotos y citas de textos. Ejercicio que según Yanko González habría, además, copiado al poeta argentino
Esteban Peicovich, llegando incluso a plagiar algunos poemas del libro Poemas Plagiados, del mismo autor.

52
investigación que indague los aspectos más importantes de aquella literatura citada por el
valdiviano, aquellos referentes que dan vida a su poesía, de manera más certera que este
acercamiento poco pretencioso.

De acuerdo a lo anterior, me referiré, en la medida de lo posible, a los aspectos


que a simple vista dan cuenta de la manera en que se genera la intertextualidad en la poesía
de Torres, la forma en que las culturas del mundo se entrecruzan entre sus versos, y para
ello no solo me remontaré a sus palabras.

Es interesante regresar al texto que se cita a modo de prólogo, este fragmento del
Libro del Desasosiego12, texto escrito a principio del siglo XX, de Bernardo Soares, uno de
los heterónimos del poeta portugués Fernando Pessoa, y que el mismo Torres incluye con
el nombre del autor. Este texto en prosa, que a modo de manifiesto expresa visiones de la
vida y los quehaceres literarios, abre el trabajo de Torres. Pero además se acompaña de un
breve fragmento del peruano Cesar Vallejo13, que introduce de manera sutil la nostalgia, la
idea de la vida como tránsito hacia la muerte y el olvido.

De esta manera, queda en evidencia la intención del autor de no solo expresar un


mundo interior, sino que proyectarlo hacia lo lejano, dialogando con otros autores,
retomando de ellos aquello que podría sustentar lo propio, seleccionando de manera
cuidadosa aquellos versos que acompañarían sus palabras.

En este afán intercultural aparece una sección de poemas de Torres, titulados Vox
Populi, Silentium, Caecus, Cautus, Pittacium, introduciendo el latín entre sus versos. Si
bien, la traducción no restaría significado en relación al objeto lírico de cada poema,
podríamos asumir este uso de la lengua no como un diálogo intertextual, sino que
retornando a la lengua materna primera, un intento por volver a un origen aún más lejano,
retornando a la noción de Tradición y modernidad, en búsqueda de un inicio, pero que esta
vez se aleja hasta el principio de nuestro lenguaje.

En relación al entrecruzamiento de las nociones Globalización, Tradición y


Modernidad es que aparece el poema Apostaría mi Cabeza, el cual ya lo citábamos
anteriormente para dar inicio a uno de los capítulos de esta investigación. Su

12
Escrito entre 1913 y 1935, pero publicado por primera vez en 1982.
13
Fragmento del poema Y si después de tantas palabras.

53
funcionamiento a modo de metatexto da cuenta de una poesía sencilla, cercana a la voz
teilleriana, bajando la poesía del olimpo como decía Parra. Al citar a Po-Chu-I, es posible
que nos refiramos a esta poesía al alcance de todos, pues como se cuenta, el poeta chino
leía sus poemas a campesinos sin educación para comprobar que se entendiera lo que
decía. Aunque lo plantea de manera bastante irónica, al indicar Torres a sus animales como
evaluadores de su poesía, esta idea está siempre presente en sus versos. A pesar de su
trabajo intertextual con referentes quizás complejos de rastrear y comprender, la voz
cotidiana se hace presente, siempre están en su poesía las palabras en desuso.

Lo lárico no solo se ve reflejado entre sus versos, sino que también en los
referentes que utiliza, así el epígrafe que inicia el poema Reivindicación de la Protesta,
dice: “Jamás vi que algún infame / sufriera de insomnio”, y pertenece a Sergei Esenin,
autor ruso, de principios del siglo XX, que fue traducido por Gabriel Barra y Jorge Teillier.

Finalmente, guardo especial aprecio por la presencia de John Wayne entre los
versos de Torres, quien lo incluye en el poema Matiné, con claras referencias al cine de
este famoso actor estadounidense, capaz de traspasar fronteras y generaciones, tal como los
versos de un buen poeta que sabe reconocer la riqueza del mundo y expresarla en la
palabra.

54
5. Conclusión

Ya estás ebrio
amigo mío.
Yo también.
De eso no te quepa
la menor duda.
Hemos cumplido lo que nos prometimos.

(Fragmento Esta conversación no da para más, Jorge Torres)

Este trabajo da la sensación de haber comenzado a saldar una deuda pendiente, y


es que —para la suerte mía— el abandono de esta poesía inicial de Jorge Torres ofrece la
posibilidad de iniciar desde muchos frentes el trabajo de retomar sus versos y darles el
reconocimiento que, a mi parecer, merece hace mucho tiempo. Desde este vacío es que
nace, casi a modo de homenaje, esta propuesta de lectura del poeta valdiviano.

Si bien los Poemas Encontrados y Otros Pre-Textos y los Poemas Renales dan
cuenta de un trabajo aún más acabado, un ejercicio poético aún más maduro, eso queda
dicho por la crítica que puso su atención en aquellos textos desde que fueron publicados.
Sin embargo, a través de este retorno al inicio pongo en evidencia el comienzo de un
trabajo literario, donde se demuestra que existe la apropiación del espacio, la apropiación
de la palabra.

Hay en los versos iniciales de Torres un trabajo de apertura, un gran prólogo a lo


que sería más adelante su obra; aunque se comienza a saldar deudas, como ya lo mencioné
anteriormente, hay otras posibilidades de lectura que quedarán pendientes para los
arqueólogos del futuro.

A través de este trabajo no pretendí acusar a los autores de la Suralidad, Clemente


Riedemann y Claudia Arellano, de olvido; no pretendo abogar por Torres, como el gran
ejemplo de identidad de este territorio. Su ausencia la podemos atribuir, con justa razón, a
su pronta partida, pero la importancia de su obra perdura, a través de sus versos se pueden
ejemplificar algunas de las categorías que componen este Sur, según la Antropología
Poética se puede mostrar cómo es que se expresa el Territorio, la Tradición y la
Modernidad, y también la Globalización.
55
Aunque creo importante y necesario resaltar la presencia de Torres como poeta,
para sorpresa mía, fue necesario cambiar el foco de atención de este trabajo investigativo,
pues la lectura de Jorge Torres debió pasar a un segundo plano, en tanto solo cumple el rol
de justificar, a modo de ejemplo, cómo es que se expresan en sus versos aquello que
proponen Riedemann y Arellano. Pasa a ser la Suralidad la matriz que guía este trabajo, la
cual nos puede orientar no solo para leer a Torres, sino que a muchos otros autores que
entre sus versos, con o sin querer, han construido imágenes de lo que somos como Sur.

A partir de aquí espero dejar la puerta abierta, y las hojas sueltas, para que lleguen
otros que, con mayor experticia o ideas más claras, puedan seguir leyendo la poesía de
Jorge Torres Ulloa, sin el prejuicio de ser autor poco conocido, sin la tonta idea de que al
no aparece antologado en algún trabajo sobre poesía chilena no merezca de nuestra
atención. Él, como muchos otros, da vida a nuestra cultura y conserva aquello que
olvidamos.

La pertinencia de esta investigación en relación al ejercicio pedagógico aplicado


en colegios de nuestro país, se expresa en la necesidad de hacer visible la presencia de una
identidad nacional heterogénea, compuesta por diferentes actores, sujetos al lugar en que
habitan y la historia que traen consigo. Particularmente, y de manera bastante evidente, los
aspectos señalados en relación a la Suralidad serán apropiados para realidades cercanas,
vale decir, colegios de la zona que va desde la Araucanía —o incluso el BioBío— a la
región de los Lagos, dejando claro además que este territorio igualmente tiene diferencias
de norte a sur y de este a oeste.

Si bien, los textos de Jorge Torres pueden servir como ejemplos para procesos
cognitivos iniciales, como reconocer o identificar algunos aspectos en relación a la
estructura del texto poético o la presencia de figuras retóricas —a partir de 7° básico en
adelante— (MINEDUC, 2014), es en el programa de 3° y 4° medio de Literatura e
Identidad, donde se ajustaría de mejor manera la presente investigación. En el marco de
este curso nos ajustamos a los objetivos fundamentales 1 y 3: “Apreciar la significación e
importancia del tema de la identidad en algunos de sus aspectos y manifestaciones
literarias” y “Valorar la literatura como medio de expresión y de conocimiento de los

56
procesos y problemas de constitución y afirmación de las identidades personales, culturales
e históricas” (MINEDUC, 2012).

Esta investigación tendrá la posibilidad de ajustarse, además, en ambas unidades


del programa de Lengua y literatura. Pues, por un lado, en la primera unidad se puede
trabajar en torno a los aspectos teóricos de la Suralidad, como una de las manifestaciones
posibles de identidad, como consigna el aprendizaje esperado inicial de la unidad. Por otra
parte, la obra del valdiviano Jorge Torres puede ser analizada durante la segunda unidad,
pues en ella se aprecia con claridad la presencia de esta identidad del Sur.

57
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61
7. Anexos

A modo de prólogo, por Jorge Torres Ulloa


Considero a la vida como una posada en la que tengo que quedarme hasta que llegue la diligencia
del abismo. No si a dónde me llevará, porque no sé nada. Podría considerar esta posada una
prisión porque estoy compelido a aguardar en ella; podría considerarla un lugar de sociabilidad,
porque aquí me encuentro con otros. No soy, sin embargo, ni impaciente ni vulgar. Dejo a los que
son a los que se encierran en el cuarto, echados indolentes en la cama donde esperan sin sueño;
dejo a los que hacen a los que conversan en las salas, desde donde las músicas y las voces llegan
cómodas hasta mí. Me siento a la puerta y embebo mis ojos en los colores y en los sonidos del
paisaje, y canto lento, para mí solo, vagos cantos que compongo mientras espero”.
“Para todos nosotros caerá la noche y llegará la diligencia. Disfruto la brisa que me conceden y el
alma que me han dado para disfrutarla, y no me interrogo más ni busco. Si lo que dejé escrito en el
libro de los viajeros pudiera, releído un día por otros, entretenerlos también durante el pasaje,
estará bien. Si no lo leyeran, ni se entretuvieran, también estará bien.
Fernando Pessoa.

“Y si después de tanta historia sucumbimos


no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas como estar
en la Gasa o ponerse a cavilar . . .”
César Vallejo.

62
Textos poéticos en Graves, Leves y Fuera de Peligro, por Jorge Torres Ulloa

ESPECTROS

Aquí hay muertos que caminan


y conversan con antiguos enemigos.
Visitan a ancianos prematuros
dan la mano a niños pordioseros.
No amedrentan a nadie,
están donde uno quiere verlos.
A veces dan golpes a las puertas
asustando a tranquilos moradores
mas,
luego tuercen el rostro de vergüenza.
También juegan con palomas en las plazas
escuchando las retretas domingueras.
No estorban.
No molestan.
Sólo piden
les dejen transitar en paz
por la ciudad
y, por caridad
que nadie los olvide
que nadie los recuerde.

EN LA MURALLA DEL FRENTE

He visto a las parejas acariciarse


e incluso hacerse el amor en la penumbra.
Ella permanece impertérrita.
Los yerbateros recogen limpiaplata,
llantén, diente de león de sus orillas.
Esa muralla frente de mi casa
por la cual pasamos como tranquilos hijos de vecinos.
Tan enhiesta, tan vertical y recta en su longitud exacta
de una cuadra.
Aquella en la que a su sombra
la pobreza de mi barrio toma la sopa mendicante
o desentume los huesos impregnados de harapos.
Es de cemento impenetrable esa muralla

63
vigía y guardia de un sitio vacuo,
debe tener pactos con la lluvia,
siempre tan aséptica, tan blanca
pues ni el orín humano ni perruno
han logrado macular;
con esas púas amenazantes
los filosos vidrios de su cima
para que nadie la atraviese
Pero anoche
mano y brocha anónima
ha escrito un descomunal

NO

en la muralla del frente


y por vez primera
después de muchos años
la he visto y sentido francamente
cabizbaja.

MATINE

Se rasca la barba incipiente.


Lanza un escupitajo sin destino.
Su mano escarba las monedas
sobrevivientes en el bolsillo raído.
Ensaya un mohín de disgusto.
Junta saliva: otro escupitajo
confundido con las manchas
del pavimento.
Cruza la calle
imaginándose a John Wayne
con las manos en alto
sentado en la taza de un excusado,
mientras un nazi le amenaza
con una metralleta.

64
PROMESA

Para Antonia, a tres meses de nacida.

Vamos a conversar hija.


Yo te contaré lo que no te han contado.
Te explicaré lo que no entiendas.
Juntos leeremos La Historia,
con cautela y entrelineas

Hoy es tiempo de mudos.

Eso ocurrirá mañana.


Ahora te cuento que la primavera
anda brotando por todas partes,
que el invierno se anda despidiendo
y que yo he comenzado a buscar
el tiempo perdido.

ESTOS AMIGOS MIOS

Estos amigos míos


llegarán atrasados a mi funeral
todavía con dolor de cabeza
y acidez en el estómago.
Aparecerán cuando el sacerdote
esté cerrando su biblia
y de la Biblia caigan gotas
de lluvia incierta,
luego cuando el panteonero lance
el primer terrón
se pondrán el sombrero
subirán el cuello de sus abrigos,
o abrirán sus paraguas
y se irán haciendo comentarios
sobre este tiempo de carajo,
que ya estaría bueno
que saliera el sol
para sacarse esta ropa de lana
y abrazar
definitivamente
a la primavera.

65
APOSTARIA MI CABEZA

Po - Chu -I
poeta de la antigua China,
leía sus versos
a campesinos ignorantes
para comprobar si le entendían
(según rezan remotas crónicas).
Yo se los leo a mi perro,
a mis gatos,
a mis gallinas,
Y ME ENTIENDEN.
APOSTARIA MI CABEZA
A QUE ME ENTIENDEN.

CUANDO LLUEVE EN JULIO

A Jorge Teillier, natural de Arcadia.

Cuando llueve en Julio


me preocupo por el bosque de mi infancia.
Ese bosque del que no recogí
ni moras, ni murtas,
del que no traje
ni el olor de los eucaliptus
los sorpresivos hongos.
Ese bosque de dudosa fisonomía
en el que tal vez nunca estuve
y del que trato ahora de salir
buscando algunas marcas en los árboles
las piedras que guiaron mi posible entrada
temeroso de sus aviesas sombras,
empapado de lluvia
enterrado en el lodo soy un árbol más.

66
PROFECÍA

A la Fraternidad del Destierro.

La ciudad desaparecerá.
Esta vez no será el cataclismo,
ni el incendio
ni el desborde de sus ríos.
Será la lluvia.
La lluvia diluirá su historia
convirtiéndola en la nueva Pompeya
y sus habitantes nos iremos
mis al norte
o mis al sur
más lejos siempre.

Algo sí
ocurriría con certeza:
los mis precavidos
nos llevaremos
un poco de sus ríos
un poco de sus árboles
un poco de su barro
un poco de su niebla
en los bolsillos
aun cuando
en el éxodo,
inexorablemente todos
nos iremos muriendo
de nostalgia.

FIN DE FIESTA

Día domingo.
Ciudad barrida hacia adentro.
La viuda abre el lecho y acepta
gozosa la simiente del amante.
Sonríe en la tumba el esposo.
El día ha cambiado de nombre.

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ESBOZO DE LA PLAZA DE VALDIVIA, TAMBIEN
LLAMADA DE LA REPÚBLICA, CON EL POETA POSADO
EN UN ESCAÑO

Para José Santiago, hermano.

Los resultados son inversos


vivo consumiendo horas
y las horas me consumen.
Ávido de tiempo,
ahíto de días
los relojes no vacilan.
Me siento a esperar
en un banco de esta plaza
a que me sepulten los tilos.

LOS VIAJES

Atrás sólo polvo.


Nos vamos mi hija y yo
reventando guijarros
recorriendo esta ciudad sin sentido
a diestra y siniestra
insultando peatones
mi hija y yo
eludiendo policías
y semáforos vacilantes
en fin,
silbando canciones más o menos sospechosas
negando algunos saludos
regalando otros
deslizándonos por esta ciudad de utilería
en búsqueda de pretéritos fantasmas
mi hija y yo
a horcajadas en esta bicicleta
sin ruedas ni pedales.

68
VOX POPULLI

Comparto
un vino tristísimo
con amigos
que saben
que lo nuestro
es una ficción

SILENTIUM

Se acerca el verano.
Se secan las charcas.
Se callan las ranas.
Sólo yo sigo croando
mi nostalgia.

CAECUS

Esa mano
que toma tu mano
en esta antigua foto,
no es la mía,
como se podría asegurar.
Convengamos
que es la de un ciego
con su lazarillo.

CAUTUS

Tengo la certeza
de que la historia
será extremadamente benigna
contigo.
Por eso
todo este aspaviento
por desmejorar tu imagen.

69
PITTACIUM

Pedazo a Pedazo
como un puzzle
busco letras coincidentes
de esa carta
que rompí
cuando te fuiste.

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