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1 “Los soles pueden ocultarse y volver a salir; cuando haya terminado nuestra breve luz, tendremos que dormir una noche
eterna”.
V. ad Lesbiam
VIVAMUS mea Lesbia, atque amemus,
rumoresque senum seueriorum
omnes unius aestimemus assis!
soles occidere et redire possunt:
nobis cum semel occidit breuis lux,
nox est perpetua una dormienda.
da mi basia mille, deinde centum,
dein mille altera, dein secunda centum,
deinde usque altera mille, deinde centum.
dein, cum milia multa fecerimus,
conturbabimus illa, ne sciamus,
aut ne quis malus inuidere possit,
cum tantum sciat esse basiorum.
Según la leyenda, en su camino hacia el Asia, Alejandro entró en el templo de Zeus y cortó
el nudo con un solo golpe de su espada. Su conquista se inscribe en la tradición helénica de
la marcha hacia el sol naciente. Con ella, la cultura griega deviene civilización. Johann
Gustav Droysen quiso expresar esta mutación con un término llamado a hacer historia:
Hellenismus.2
El poder de integración de las ciudades helenísticas fue remarcable; urbanización y
helenización llegaron a significar una misma cosa. El crecimiento acelerado de Alejandría
y Antioquía por la afluencia de migrantes orientales marcó el patrón que habría de
difundirse por todo el Mediterráneo. Este proceso se refleja en la adopción de la lengua
griega —koiné— como vehículo de la nueva civilización cosmopolita u oikumené.
No obstante, la difusión de las instituciones occidentales —tales como los gimnasía— llegó
al Oriente de manera compulsiva; fueron impuestas por Seleuco en Siria y Asia Menor y,
por Ptolomeo en Egipto. La burocracia de las monarquías helénicas, que empleaba el
griego en los asuntos oficiales y articulaba la administración, el transporte y la legislación,
generó un primer universo linguístico común a todo el Mediterráneo. El sincretismo
cristiano fue posible gracias a la koiné griega.
Pero la cultura griega no estaba dominada por la fe, sino por una particular apropiación
del mundo, el Logos, cuyos principios eran estudiados por innumerables escuelas y sectas.
La entronización de esta racionalidad griega adoptó diversas formas que se combinaron
con las distintas culturas orientales sometidas a una helenización compulsiva. El mapa de
las antiguas naciones fue trastornado provocando la disolución de las identidades, las
etnias y reinos; sometiéndolas a una centralización política que provocó rebeliones y
guerras constantes.
La obra de Alejandro fue cumplida por Roma. Con la destrucción de Cartago, su única
rival entre las ciudades estado mediterráneas, Roma alcanza la supremacía sobre el
mundo helenizado.
Tal como lo dice Polibio en sus Historiae I, 2.:
los romanos no han sometido a su dominio una parte del mundo, sino prácticamente,
al mundo entero.
En Dyodoro —De sententiis 32; 34— y en Apiano —Libyca 132—; se encuentra la leyenda
según la cual, Escipión Emiliano y Polibio contemplaron juntos el incendio de Cartago —
en el 146 a.C.—. En esos momentos decisivos, el comandante romano tomó del brazo al
historiador griego y, emocionado, le repitió las palabras de Homero: “Llegará el día en que
perezca la sagrada Ilión” —Ilíada 6; 448—. Con ello significaba que el fin de Cartago
anunciaba el destino de Roma.
Roma será conquistada a su vez por Oriente. La primera manifestación de este
desgarramiento del Imperium es la paulatina escisión entre la Pars Occidentalis y la Pars
Orientalis. En esta última progresa la fe extranjera. El Judaísmo, que había resistido
fuertemente la helenización, se difunde rápidamente por las ciudades de habla griega y su
prédica escatológica produce efectos entre la población oprimida
Ya en el siglo I d.C. Tácito afirmaba que: “La mayoría de los judíos tienen la convicción de
que en los antiguos textos sacerdotales ya estaba escrito que, en estos tiempos, el Oriente
acrecentaría su poder y los que viniesen de Judea se adueñarían del mundo”.3 Mateo —
XXIV:26— expresó más tarde esta idea con una fórmula terrible: "el relámpago sale por el
Oriente y brilla hasta el Occidente, así será la venida del Hijo del hombre".4
Durante el siglo IV d.C. una de las sectas mas extremas del judaísmo, los cristianos,
2 Geschichte Alexanders der Grossen. Hay ed. en español, Alejandro Magno. FCE.
3 Historias V: 13. Ediciones Clásicas.
4 Biblia de Jerusalén. Alianza Editorial.
lograrán la hazaña de convertir a Constantino I. Entonces, la condena del Reino de Hierro
y la Roma execrada por el Libro de Daniel o el Apocalipsis de Juan, cedieron lugar al mito
del Emperador de los Ultimos Días; un rey mesiánico que salvará al mundo anunciando el
milenio. La prédica escatológica de los primeros mártires fue mutando así en la
construcción de una iglesia del imperio que ante la debilidad de la sociedad civil, llegó
prácticamente a sustituirla.
La Ecclesía cristiana continuaba el ideal de la comunidad patriarcal judaica —Am— y, más
tarde, el de una universal oikumene cristiana. Como principal institución del Imperio
representará a la humanidad toda como humanitas y universitas. Ciñiendo al mundo
antiguo bajo el poder del Dios Unico, según la profecía de la Biblia —Samuel I, 2:8—, esta
Ecclesía será capaz de unir los polos de la tierra: “... pues de Yahveh son los polos de la
tierra y sobre ellos hace girar al mundo”.
Así, como resultado de la entronización del Cristianismo, la antigua toponimia fue
reformulada. Una nueva relación entre los polos es postulada en el motto: Ex oriente lux,
ex occidente lex. —De Oriente viene la luz; de Occidente, la ley—. Las instituciones del
Derecho Romano se articularon con el mito bíblico y neotestamentario produciendo una
noción nueva del imperio universal: la Katolike.
La dualidad de poderes producida por la pernanente disputa entre la Ecclesia y el
Imperium, escindirá la soberanía imperial en Autoritas y Potestas —de acuerdo con la
teoría de Gelasio acerca de las Dos espadas—: la autoridad espiritual del Papa y el poder
fáctico del Emperador se dividían respectivamente el alma y el cuerpo de los súbditos,
desgarrados entre el rostro bifronte de los dos reinos.
Pese a la escisión del poder, el mito de un Reino del Hombre —el Millenium— y la espera
en el retorno de un salvador escatológico —la Parusía—, otorgaron un sentido histórico a
la aglomeración de ideas judías, griegas y romanas que constituían la ideología cristiana.
Finalmente, la combinación de estos mitos produjo un sentido de linealidad y finalidad
históricas —y lo que es aún más importante—, una perspectiva de intervención del hombre
en la Historia que fue redefinida escatológicamente. Así, la filosofía de Agustin de Hipona,
trazó el camino desde la Ciudad del Hombre hasta la Ciudad de Dios como una via recta. —
Mientras que, en su opinión, la filosofía pagana deambulaba en círculos, sin comprender
el sentido escatológico, de la Historia.
Este complejo de ficciones habría de encontrar, más tarde, su formulación definitiva en
Hegel; quien articuló la polaridad Oriente/Occidente como un progresus hacia el Final de
la Historia. En su parábola, el destino de Occidente es pensado como destinación:
La historia universal va de este a oeste, porque Occidente es en sí el final de la Historia del
Mundo y Oriente, el comienzo. En el Oriente sale el sol exterior —físico— y en el Occidente
se oculta; pero aquí emerge el sol interior de la autoconciencia, que irradia un resplandor
más elevado.5
La palabra alemana Abendland significa: Tierra del Ocaso; contrariamente a Morgenland
—Tierra del Amanecer— y, por lo tanto, en la misma figura etimológica está contenido su
concepto como totalidad histórica en movimiento hacia su realización. Para Hegel, la
filosofía aparece unida —dialécticamente—, al ocaso del mundo.
En su Prólogo a la Filosofía del Derecho, Hegel ha expresado en una parábola esta
misteriosa relación entre el destino de Occidente y la filosofía de la historia:
... cuando la filosofía pinta con gris sobre gris, ya ha pasado una configuración de la vida.
Con gris sobre gris la vida no vuelve a la juventud, sólo al saber. La lechuza de Minerva
levanta vuelo con el ocaso.6
En vez del tradicional Abend, Hegel elige aquí una expresión preñada de significaciones:
7 Considérations de la Granderur des Romains et leur Décadence. 1734. Paris, Garnier Frères, Libraires Editeurs.
por la ineluctable necesidad.8
En Spengler, la historicidad de Occidente no remite ya a lo universal —como en Hegel—,
sino por el contrario a lo particular. Su obra supone el descubrimiento del nexo entre
historicidad e identidad.
… Una cultura nace en el momento en que una gran alma despierta de la
protoespiritualidad, de la humanidad infantil. Una forma surge de lo informe. El
nacimiento de la cultura tiene el don de la identidad propia … [entonces] … Hombres de
diferentes especies son confinados, cada uno en su propia soledad espiritual y separados
por un abismo infranqueable … Las mismas palabras, los mismos ritos, el mismo
símbolo y, sin embargo, dos almas diferentes que marchan por su propio camino …
En 1918, Spengler denunciaba la visión miope de la historiaría moderna y postulaba que
era necesario reemplazar esta concepción ptolomeica de la historia, por otra copernicana;
substituir “… la ficción vacía de una sola historia lineal, por el drama que provoca la
interacción de varias culturas …”; de varias identidades en conflicto.
Antes de la Gran Guerra, Alexandre Tille planteaba que estas identidades estaban listas para
entrar en conflicto siguiendo el modelo de la lucha de razas de las que ya habían hablado
Guizot y Gobineau:
Llegará el día en que se vea a la guerra de Francia y Alemania como una tempestad en un
vaso de agua comparada con las luchas gigantescas que se avecinan entre las diversas razas
humanas; en ellas no habrá declaraciones de guerra, ni uniformes, ni príncipes, ni cañones.
En Años Decisivos Spengler le dará el definitivo sello a esta teoría del choque de
civilizaciones avant la lettre, hablando de la futura unión entre la lucha de clases y la lucha
de culturas en una Kulturkampf de escala mundial. Basándose en el ejemplo ruso, turco,
chino y japonés predecía una entrada en la escena mundial de aquellas naciones orientales
que ya habían hecho su revolución industrial a la manera prusiana y compartían la
tecnología militar de Occidente pero no sus afanes universalistas.
En el mismo contexto de lo que se ha dado en llamar la ideología de la guerra —
Kriegsideologie9—, Heidegger produjo su propia versión del Otro, ya no musulmán, ni
negro, ahora asiático.
La confrontación con lo asiático fue para el ser griego una necesidad fecunda; hoy lo es,
para nosotros en un modo completamente distinto —y en dimensiones mucho mayores—
, donde se decidir el destino de Europa y de lo que llamamos ‘Mundo Occidental’.
Occidente, la Tierra del Crepúsculo, ¿será sólo un cabo de Asia? ¿O quizás tendrá,
también, su propio amanecer? … ¿Qué es lo que podría decirles a los troyanos, en el
momento en que se derrumbaban los muros de Ilión, que Eneas fundaría un nuevo
reino.10
De esta manera, la historicidad misma de la especie humana has sido pensada teniendo a
Occidente como su destino. A Occidente como sujeto y al Otro como objeto. Que este objeto
sea el homo barbarus, el sarraceno, el negro, el indio o el chino, que ese Otro sea siempre