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I.

OCCIDENTE COMO DESTINO

Soles occidere et redire possunt:


nobis cum semel occidit brevis lux,
nox est perpetua una dormienda.1
Catullus Valeri. Catulli Carmina.

Occidente es un topos construido según su diferencia paradigmática con el Oriente.


Herodoto en su Historia, establece la oposición eterna entre las Tierras del Ocaso y las
Tierras del Atardecer; oposición relativa que se repite bajo diferentes formas —pues toda
oposición significativa contiene a su vez lo que niega como coicidentia opositorum—. En
realidad, fueron los griegos quienes adoptaron de los fenicios la distinción entre Europa y
Asia. En algunos monumentos asirios, también se han encontrado estas dos nociones
contrapuestas: Ereb —la Tierra del Crepúsculo, de la Oscuridad, del Sol Poniente— y Asu
—la Tierra del Sol Naciente—.
El mito que narra la conquista de Micenas por los Aqueos refiere que, al producirse la
victoria de Zeus y sus campeones los Atridas, el carro de Apolo invierte su marcha; el sol
se pone en Oriente y la aurora brilla en Occidente.
Es un signo del giro del tiempo sobre su eje. Una era de predominio occidental comenzará
a partir de la conquista griega del Mediterráneo —cuyo punto culminante es la destrucción
de Troya por la flota Aquea. La marca entre los dos topoi queda establecida
definitivamente en la batalla de Maratón una decisión histórica que funda la diferencia
entre Oriente/Persia y Occidente/Grecia.
Innumerables mitos y leyendas ancestrales evocaban esta marcha de los griegos hacia el
Oriente. De Oriente rapta Zeus a la hija del rey Sidón que da su nombre a Europa. Hacia
Oriente va Io para poder abrazar al dios de los helenos, libre de los celos de Hera. Helen
quiere llegar a Oriente sobre su carnero —el “vellocino de oro”—, para encontrar allí la paz
—pero se hunde en el mar antes de alcanzar la orilla. Los argonautas salen para rescatar
al “vellocino de oro” de los bosques de Cólquide; son la primera expedición heroica hacia
tierras de Oriente.
Alrededor de cuatro siglos antes del nacimiento de Alejandro comenzó a circular la leyenda
de Gordio, el pastor coronado rey mientras conducía un carro tirado por una yunta de
bueyes. Fue una señal del oráculo la que forjó su destino. Sin embargo al cumplir el
designio de Zeus y coronar precipitadamente al rústico, sus confundidos súbditos
descubrieron que el nudo que uncía a los animales se resistía a ser desatado. Entonces, el
oráculo predijo que quien lograra desanudar el yugo sería el amo y señor de Oriente.

1 “Los soles pueden ocultarse y volver a salir; cuando haya terminado nuestra breve luz, tendremos que dormir una noche
eterna”.
V. ad Lesbiam
VIVAMUS mea Lesbia, atque amemus,
rumoresque senum seueriorum
omnes unius aestimemus assis!
soles occidere et redire possunt:
nobis cum semel occidit breuis lux,
nox est perpetua una dormienda.
da mi basia mille, deinde centum,
dein mille altera, dein secunda centum,
deinde usque altera mille, deinde centum.
dein, cum milia multa fecerimus,
conturbabimus illa, ne sciamus,
aut ne quis malus inuidere possit,
cum tantum sciat esse basiorum.
Según la leyenda, en su camino hacia el Asia, Alejandro entró en el templo de Zeus y cortó
el nudo con un solo golpe de su espada. Su conquista se inscribe en la tradición helénica de
la marcha hacia el sol naciente. Con ella, la cultura griega deviene civilización. Johann
Gustav Droysen quiso expresar esta mutación con un término llamado a hacer historia:
Hellenismus.2
El poder de integración de las ciudades helenísticas fue remarcable; urbanización y
helenización llegaron a significar una misma cosa. El crecimiento acelerado de Alejandría
y Antioquía por la afluencia de migrantes orientales marcó el patrón que habría de
difundirse por todo el Mediterráneo. Este proceso se refleja en la adopción de la lengua
griega —koiné— como vehículo de la nueva civilización cosmopolita u oikumené.
No obstante, la difusión de las instituciones occidentales —tales como los gimnasía— llegó
al Oriente de manera compulsiva; fueron impuestas por Seleuco en Siria y Asia Menor y,
por Ptolomeo en Egipto. La burocracia de las monarquías helénicas, que empleaba el
griego en los asuntos oficiales y articulaba la administración, el transporte y la legislación,
generó un primer universo linguístico común a todo el Mediterráneo. El sincretismo
cristiano fue posible gracias a la koiné griega.
Pero la cultura griega no estaba dominada por la fe, sino por una particular apropiación
del mundo, el Logos, cuyos principios eran estudiados por innumerables escuelas y sectas.
La entronización de esta racionalidad griega adoptó diversas formas que se combinaron
con las distintas culturas orientales sometidas a una helenización compulsiva. El mapa de
las antiguas naciones fue trastornado provocando la disolución de las identidades, las
etnias y reinos; sometiéndolas a una centralización política que provocó rebeliones y
guerras constantes.
La obra de Alejandro fue cumplida por Roma. Con la destrucción de Cartago, su única
rival entre las ciudades estado mediterráneas, Roma alcanza la supremacía sobre el
mundo helenizado.
Tal como lo dice Polibio en sus Historiae I, 2.:
los romanos no han sometido a su dominio una parte del mundo, sino prácticamente,
al mundo entero.
En Dyodoro —De sententiis 32; 34— y en Apiano —Libyca 132—; se encuentra la leyenda
según la cual, Escipión Emiliano y Polibio contemplaron juntos el incendio de Cartago —
en el 146 a.C.—. En esos momentos decisivos, el comandante romano tomó del brazo al
historiador griego y, emocionado, le repitió las palabras de Homero: “Llegará el día en que
perezca la sagrada Ilión” —Ilíada 6; 448—. Con ello significaba que el fin de Cartago
anunciaba el destino de Roma.
Roma será conquistada a su vez por Oriente. La primera manifestación de este
desgarramiento del Imperium es la paulatina escisión entre la Pars Occidentalis y la Pars
Orientalis. En esta última progresa la fe extranjera. El Judaísmo, que había resistido
fuertemente la helenización, se difunde rápidamente por las ciudades de habla griega y su
prédica escatológica produce efectos entre la población oprimida
Ya en el siglo I d.C. Tácito afirmaba que: “La mayoría de los judíos tienen la convicción de
que en los antiguos textos sacerdotales ya estaba escrito que, en estos tiempos, el Oriente
acrecentaría su poder y los que viniesen de Judea se adueñarían del mundo”.3 Mateo —
XXIV:26— expresó más tarde esta idea con una fórmula terrible: "el relámpago sale por el
Oriente y brilla hasta el Occidente, así será la venida del Hijo del hombre".4
Durante el siglo IV d.C. una de las sectas mas extremas del judaísmo, los cristianos,

2 Geschichte Alexanders der Grossen. Hay ed. en español, Alejandro Magno. FCE.
3 Historias V: 13. Ediciones Clásicas.
4 Biblia de Jerusalén. Alianza Editorial.
lograrán la hazaña de convertir a Constantino I. Entonces, la condena del Reino de Hierro
y la Roma execrada por el Libro de Daniel o el Apocalipsis de Juan, cedieron lugar al mito
del Emperador de los Ultimos Días; un rey mesiánico que salvará al mundo anunciando el
milenio. La prédica escatológica de los primeros mártires fue mutando así en la
construcción de una iglesia del imperio que ante la debilidad de la sociedad civil, llegó
prácticamente a sustituirla.
La Ecclesía cristiana continuaba el ideal de la comunidad patriarcal judaica —Am— y, más
tarde, el de una universal oikumene cristiana. Como principal institución del Imperio
representará a la humanidad toda como humanitas y universitas. Ciñiendo al mundo
antiguo bajo el poder del Dios Unico, según la profecía de la Biblia —Samuel I, 2:8—, esta
Ecclesía será capaz de unir los polos de la tierra: “... pues de Yahveh son los polos de la
tierra y sobre ellos hace girar al mundo”.
Así, como resultado de la entronización del Cristianismo, la antigua toponimia fue
reformulada. Una nueva relación entre los polos es postulada en el motto: Ex oriente lux,
ex occidente lex. —De Oriente viene la luz; de Occidente, la ley—. Las instituciones del
Derecho Romano se articularon con el mito bíblico y neotestamentario produciendo una
noción nueva del imperio universal: la Katolike.
La dualidad de poderes producida por la pernanente disputa entre la Ecclesia y el
Imperium, escindirá la soberanía imperial en Autoritas y Potestas —de acuerdo con la
teoría de Gelasio acerca de las Dos espadas—: la autoridad espiritual del Papa y el poder
fáctico del Emperador se dividían respectivamente el alma y el cuerpo de los súbditos,
desgarrados entre el rostro bifronte de los dos reinos.
Pese a la escisión del poder, el mito de un Reino del Hombre —el Millenium— y la espera
en el retorno de un salvador escatológico —la Parusía—, otorgaron un sentido histórico a
la aglomeración de ideas judías, griegas y romanas que constituían la ideología cristiana.
Finalmente, la combinación de estos mitos produjo un sentido de linealidad y finalidad
históricas —y lo que es aún más importante—, una perspectiva de intervención del hombre
en la Historia que fue redefinida escatológicamente. Así, la filosofía de Agustin de Hipona,
trazó el camino desde la Ciudad del Hombre hasta la Ciudad de Dios como una via recta. —
Mientras que, en su opinión, la filosofía pagana deambulaba en círculos, sin comprender
el sentido escatológico, de la Historia.
Este complejo de ficciones habría de encontrar, más tarde, su formulación definitiva en
Hegel; quien articuló la polaridad Oriente/Occidente como un progresus hacia el Final de
la Historia. En su parábola, el destino de Occidente es pensado como destinación:
La historia universal va de este a oeste, porque Occidente es en sí el final de la Historia del
Mundo y Oriente, el comienzo. En el Oriente sale el sol exterior —físico— y en el Occidente
se oculta; pero aquí emerge el sol interior de la autoconciencia, que irradia un resplandor
más elevado.5
La palabra alemana Abendland significa: Tierra del Ocaso; contrariamente a Morgenland
—Tierra del Amanecer— y, por lo tanto, en la misma figura etimológica está contenido su
concepto como totalidad histórica en movimiento hacia su realización. Para Hegel, la
filosofía aparece unida —dialécticamente—, al ocaso del mundo.
En su Prólogo a la Filosofía del Derecho, Hegel ha expresado en una parábola esta
misteriosa relación entre el destino de Occidente y la filosofía de la historia:
... cuando la filosofía pinta con gris sobre gris, ya ha pasado una configuración de la vida.
Con gris sobre gris la vida no vuelve a la juventud, sólo al saber. La lechuza de Minerva
levanta vuelo con el ocaso.6
En vez del tradicional Abend, Hegel elige aquí una expresión preñada de significaciones:

5 G.F. W. Hegel. Lecciones sobre la filosofía de la Historia. Alianza Editorial.


6 G.F. W. Hegel. Filosofia del Derecho. Claridad.
Dämmerung, que puede ser leída tanto en el sentido del atardecer, como del amanecer. Así
la autoconciencia irradia en el crepúsculo el resplandor del alba, un resplandor más
elevado, que no augura el renacimiento, sino el final de la historia.
Hegel ilumina la visión del destino de Occidente con una pálida luz crepuscular; un saber
de la historicidad que es, al mismo tiempo, destino/destinación del pueblo portador de la
historicidad humana. Muchas culturas han creado imágenes de Dios y del Hombre Dios;
pero sólo Occidente ha construido el Reino del Hombre, Occidente ha dominado la tierra y
creado una civilización universal para el dominio global-planetario.
Así también lo vio Goethe en su West-Ostlicher Diwan: “Quien se conozca a sí mismo y
conozca a los demás, reconocerá también que Oriente y Occidente son ya inseparables”.

En el dorso del destino occidental aparece inscripta la figura etimológica de Montesquieu,


decadence.7 En la versión de Gibbon —Decline and Fall—, el destino de Occidente es el
destino de la decadencia. Sus obras, leídas por el joven Hegel, por Jacob Burckhardt y
Nietzsche, por Spengler —y por tantos que reproducirán el mismo tópico—, inspira la
stimmung del pesimismo cultural.
A partir de la figura etimológica del “ocaso” —Dämmerung—, Wagner desarrollará la
estetica del Kulturpessimismus. En su opera-mito —Das Nibelungen—, el fin de los tiempos
ingresa en el mundo de la música como: Götterdämmerung —El Ocaso de los Dioses—.
Por su parte, Nietzsche recupera la figura en el “descenso hacia el ocaso” —Untergegen—
de Zaratustra; cuyo declinar es el anuncio de una nueva aurora. La enseñanza del más
antiguo profeta es interpretada —en el capricio nietzscheano—, como una rectificación de
su primer avatar Zaratustra I. El filósofo del eterno retorno crea a Zaratustra II, quien
vuelve para afirmar una nueva doctrina: el hombre occidental es, al mismo tiempo, “un
ocaso y una aurora”. Ocaso de lo “humano”, de la antropología cristiana del dolor y la
compasión; del pecado y la salvación; de la espera en Dios. Aurora de lo “transhumano”,
más allá de Dios, del Bien y del Mal.
En el mito nietzscheano, Zaratustra retorna para romper el hechizo milenario de su propia
doctrina; vuelve a predicar lo opuesto, a restaurar “el retorno de lo mismo” —que
anteriormente había negado proponiendo en cambio una consumación de los tiempos.
¿Capricho del filósofo demente o giro del destino sobre su eje? El zoroastrismo, inspirador
de la apocalíptica judaica, será reinventado por Nietzsche como enemigo de toda
esperanza escatológica.
Después de Nietzsche, Spengler transformará la figura etimológica del ocaso de
Zaratustra, en una fórmula definitiva: Untergang des Abendlandes —La Decadencia de
Occidente—. Aquí ya no se concibe a la historia como realización de una essentia in
progresus, sino más bien como caída en el tiempo, como destino-destinación signado por
la figura del Occidente, la tierra donde el sol de la civilización declina.
La decadencia de Occidente, considerada así, significa, nada más y nada menos que el problema
de la civilización. Nos hallamos frente a una de las cuestiones fundamentales de toda historia.
¿Qué es civilización, concebida como secuencia lógica, como plenitud y término de una cultura?
Porque cada cultura tiene su civilización propia. Por primera vez se estudian aquí estas dos
palabras —que hasta ahora designaban una vaga distinción ética—, en un sentido periódico,
como expresiones de una sucesión orgánica, estricta y necesaria. La civilización es el inevitable
destino de toda cultura ... Civilización es el extremo y más artificial estado al que puede llegar
una especie superior de hombres. Es una conclusión que sigue a la acción creadora como lo ya
creado, lo ya hecho, a la vida como a la muerte, a la evolución como al anquilosamiento, a la
naturaleza y a la infancia espiritual de los Dóricos y Góticos, como a la decrepitud espiritual y a
la urbe mundial, petrificada y petrificante. Es un final irrevocable, al que se llega una y otra vez

7 Considérations de la Granderur des Romains et leur Décadence. 1734. Paris, Garnier Frères, Libraires Editeurs.
por la ineluctable necesidad.8
En Spengler, la historicidad de Occidente no remite ya a lo universal —como en Hegel—,
sino por el contrario a lo particular. Su obra supone el descubrimiento del nexo entre
historicidad e identidad.
… Una cultura nace en el momento en que una gran alma despierta de la
protoespiritualidad, de la humanidad infantil. Una forma surge de lo informe. El
nacimiento de la cultura tiene el don de la identidad propia … [entonces] … Hombres de
diferentes especies son confinados, cada uno en su propia soledad espiritual y separados
por un abismo infranqueable … Las mismas palabras, los mismos ritos, el mismo
símbolo y, sin embargo, dos almas diferentes que marchan por su propio camino …
En 1918, Spengler denunciaba la visión miope de la historiaría moderna y postulaba que
era necesario reemplazar esta concepción ptolomeica de la historia, por otra copernicana;
substituir “… la ficción vacía de una sola historia lineal, por el drama que provoca la
interacción de varias culturas …”; de varias identidades en conflicto.
Antes de la Gran Guerra, Alexandre Tille planteaba que estas identidades estaban listas para
entrar en conflicto siguiendo el modelo de la lucha de razas de las que ya habían hablado
Guizot y Gobineau:
Llegará el día en que se vea a la guerra de Francia y Alemania como una tempestad en un
vaso de agua comparada con las luchas gigantescas que se avecinan entre las diversas razas
humanas; en ellas no habrá declaraciones de guerra, ni uniformes, ni príncipes, ni cañones.
En Años Decisivos Spengler le dará el definitivo sello a esta teoría del choque de
civilizaciones avant la lettre, hablando de la futura unión entre la lucha de clases y la lucha
de culturas en una Kulturkampf de escala mundial. Basándose en el ejemplo ruso, turco,
chino y japonés predecía una entrada en la escena mundial de aquellas naciones orientales
que ya habían hecho su revolución industrial a la manera prusiana y compartían la
tecnología militar de Occidente pero no sus afanes universalistas.
En el mismo contexto de lo que se ha dado en llamar la ideología de la guerra —
Kriegsideologie9—, Heidegger produjo su propia versión del Otro, ya no musulmán, ni
negro, ahora asiático.
La confrontación con lo asiático fue para el ser griego una necesidad fecunda; hoy lo es,
para nosotros en un modo completamente distinto —y en dimensiones mucho mayores—
, donde se decidir el destino de Europa y de lo que llamamos ‘Mundo Occidental’.
Occidente, la Tierra del Crepúsculo, ¿será sólo un cabo de Asia? ¿O quizás tendrá,
también, su propio amanecer? … ¿Qué es lo que podría decirles a los troyanos, en el
momento en que se derrumbaban los muros de Ilión, que Eneas fundaría un nuevo
reino.10

Si Europa no quiere ser solamente un cabo de Asia, es decir, la subordinada de una


poderosa Civilización Rusa o China, ella debe asumir su sentido propio, ella es, no sólo el
Occidente como destinación —West—, sino el Occidente como destino —shicksal—. Die
Abend Landes, pues en ella está inscrita la determinación —Bestimmung— de oponerse a
Oriente, construyendo su diferencia en esta oposición.

De esta manera, la historicidad misma de la especie humana has sido pensada teniendo a
Occidente como su destino. A Occidente como sujeto y al Otro como objeto. Que este objeto
sea el homo barbarus, el sarraceno, el negro, el indio o el chino, que ese Otro sea siempre

8 Oswald Spengler. La decadencia de Occidente. Espasa Calpe.


9 Ver el estudio de Domenico Losurdo. La comunidad, la guerra, occidente. Losada.
10 Martin Heidegger, Sobre “La línea”. En Acerca del nihilismo. Paidós.
amenazante y a la vez asimilable y explotable es la condición del predominio del hombre
occidental.
Y sin ninguna duda es Occidente quien ha transformado substancialmente el estar en el
mundo de todo el planeta. El final escatológico de la historia, que Occidente proyectó en la
era de Roma, en las Cruzadas o durante la Peste Negra y el asedio Turco de Viena, se
instaló en el centro del sistema de la movilización total —Die Totalemobilmachung.
La fantasía de una batalla absoluta entre el bien y el mal, un postergado Armaggedon, se
despliega desde entonces ante nosotros. Desde la IIª Guerra Mundial la ficción del Fin del
Mundo se vuelve un destino posible para el Reino del Hombre.
Que esta ficción adopte nuevamente las formas de un choque entre Oriente y Occidente
desplegando así en el Islam y en China las figuras míticas de un “Eje del Mal”, no debería
sorprendernos; el estudio de nuestra propia historia debería habernos acostumbrado a
este sueño que ahora nos vence nuevamente precipitándonos en la oscuridad.
Como Wagner dijo alguna vez: “El mito es el comienzo y el fin de la historia”. El final que
aparece ahora ante nosotros puede muy bien ser un ensayo general o, la primera parte del
Fin de la Historia. Bajo cualquier circunstancia, la Civilización Occidental, tal como
intentamos explicitarla, no es más que una parte de la historia del múltiple escenario de la
vida. Se nos podrá decir que ella no es sino una forma entre otras, destinada a perecer y a
transformarse como otras civilizaciones lo hicieron. Es posible. La diferencia radica en que
esta civilización particular del Occidente, es la primera que, al proyectar su poder a través
de la tecnología, ha logrado poner en juego a la totalidad de la vida y no sólo a la forma
particular de vida que ella representa.
Otras civilizaciones depredadoras fueron destruidas manu militari; así comienza la
historia, según Toynbee, con la destrucción del imperio Asirio. Pero la capacidad
destructiva de estas civilizaciones estaba limitada por sus propias fuentes de energía.
Occidente ha liberado la fuente de energía más poderosa que jamás fuera instrumentada
por ninguna civilización. Esta fuente contiene un poder destructivo capaz de acabar con la
sustentabilidad misma del planeta. Si alguna vez este poder destructivo es liberado por la
lógica de hierro de la movilización total, el Apocalipsis no será más que una profecía
autocumplida.
¿Será el destino de Occidente precipitarse definitivamente al crepúsculo de su destinación
en un anunciado viaje hacia la nada?

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