Sei sulla pagina 1di 17

Texto del libro:

PERDIZ O., Amar: Misterio y proyecto, Antropología y Teología del amor, México
2015

INTRODUCCION GENERAL
“De todos los misterios el mayor es el ser humano, yo”
Sócrates

Detrás de cada persona hay un gran misterio, el amor que lo precede y aquél al
que está llamado. Es un misterio que descubrir y que realizar.
¿Dónde se originan los grandes problemas sociales como la violencia, la corrupción
y la prepotencia, sino en las familias? Dicho con otras palabras, la situación actual de crisis
–por usar una palabra tan manoseada como poco entendida– de la familia ¿no es una
crisis de matrimonio? ¿Ésta en realidad no es una crisis de amor? ¿No hay en el fondo un
olvido y pisoteo de la persona? ¿No preguntarse ni siquiera por el sentido y significado de
la vida no será la cara más pobre de esa crisis? Una sociedad fuerte se construye con una
familia fuerte. Eso hace de la familia la cuestión más importante del siglo XXI. En ella se
decide el futuro de la sociedad, quien quiera hacer algo que valga la pena, lo ha de hacer
por la familia. Para ello el primer paso sería abrir los ojos y conocer la situación actual.
El filme The Island, de 2005, es una clara radiografía de la sociedad actual: los
miembros de una colonia de hombres clonados, bajo tierra, nunca se preguntan en dónde
están realmente, ni de dónde vienen o a dónde van a parar, se les entretiene con una vida
ocupada y frenética, obedecen y ejecutan todo porque “así toca”. Allá fuera, los
“originales” viven muy campantes en la realidad, hasta no requerir de los órganos de sus
clones, que para eso pagan una fortuna. Los clonados: no saben que el “premio” de ir a “la
Isla” por sus obras, consiste en terminar en una sala operatoria para morir mientras les
extraen los órganos que necesita el original.
Lo decisivo de todo lo anterior, es que se pasa la vida entera, haciendo todo menos
lo que uno quiere, sin convicción ni libertad y renunciando a lo estrictamente personal,
obedeciendo las corrientes intelectuales, sociales o morales, guiados más por el deber que
por el querer, en una miopía o ceguera colectiva. Esto solo puede generar insatisfacción.
La historia está llena de errores y cegueras que tuvieron que pagar generaciones enteras,
por malas decisiones con consecuencias terribles ante la indiferencia de la gente. Lo que
ha destruido las civilizaciones no son los ejércitos sino la mediocridad de la mayoría. Para
no cometer los errores de la historia lo mejor es conocerla. El afable lector se percatará de
las continuas y deleitables referencias a la historia.
Parece que la existencia humana se entiende solo en relación al misterio de amor.
En el amor el hombre está llamado a ser como Dios, es lo que los antiguos Padres llaman
sin miedos, la divinización del ser humano. En el huerto del Edén el hombre busca
soberbiamente escalar el árbol para hacerse “como Dios” y sentirse bien, cuando ser
como Dios consistía más bien en bajar a las necesidades del otro, como Dios bajaba a
hablar con ellos cada tarde. Hay que preguntarse si la crisis de la sociedad, en el fondo no
es una crisis de amor. Urge repensar el amor y para ello habrá que meterse en la historia
del pensamiento y del amor mismo.
¿Pero en la sexualidad y el amor no hay mucho de aprendido y poco de personal?
¿No hay mucha propaganda que busca sustituir lo que antes fueron reglas e imposición
puritana? Lo que antes fue obediencia a las iglesias hoy suele serlo a las campañas y
anuncios, pero no deja de ser obediencia. Hay verdades que por impuestas no parecen
tales y mentiras que a base de repetición parecen verdades rotundas. Una de las mayores
mentiras es la reducción que se hace de las personas a meros animales y máquinas, no es
de extrañar la cantidad de problemas sociales pendientes como la violencia, el acoso y la
prepotencia en la jungla social. Todo ello proviene de la familia y repercute en ella. ¿Qué
tipo de amor se puede aprender de estas formas de vida?
“El paganismo tenía un dios para el amor pero no para el matrimonio, el
cristianismo en cambio –acusa Kierkegaard sin piedad– tiene un Dios para el matrimonio
pero no para el amor”. Este reproche del romántico, revela con toda su fuerza que la
relación entre amor y matrimonio en occidente está muy lejos de la comprensión y muy
cerca de la esquizofrenia ponían en jaque ya desde su época, la moral cristiana de tercera
persona y sobre todo el puritanismo. Estos no han hecho más que ahondar la brecha, es
una consecuencia de eso por ejemplo se ha tendido a concebir la indisolubilidad como una
exigencia extrínseca y no como una aspiración de los esposos. Si se reflexiona, este solo
detalle, revela lo apolillado de los andamiajes que sostienen el matrimonio. ¿Cómo se
pueden preparar los jóvenes a amar para siempre, si se les propone el matrimonio como
la tumba del amor? es aquí donde aparece insidiosamente de nuevo el riesgo de la
cosificación del realismo, y la fragilidad del idealismo que conduce al relativismo.
Esto obliga a ir más a fondo y cuestionar la definición misma de realidad, la vida
auténtica, la persona. Solo a partir de allí se puede reordenar el amor, de otra manera se
estará construyendo una vez y otra sobre los escombros de las modas pasadas.
Hay dos modos de estar en la gran familia cristiana, dos grados de pertenecer al
misterio. Una –la más común por desgracia– consiste en una actitud de masa, pasiva,
satisfecha unas veces, fastidiada otras, dejándose llevar por la marcha del tiempo y
pasando de noche por la aventura del misterio cristiano, privándose de su maravilla, por
falta de ganas y de interés por formarse, es una actitud trágica o cómica. Otra es la actitud
de crecimiento, de formarse, buscar espacios de reflexión, cuestionarse, meterse a la
historia milenaria de la revelación y saber dónde está uno inserto, saborear sus grandezas
y aprender de los errores, saber de dónde realmente viene uno, dónde se está metido por
el hecho de ser humano, en actitud de drama.
Urge para ello definir familia, pero no una definición ideológica o un modelo
trasvasado de otra época, como la familia tradicional, sino que parta de la evidencia. Por
lo pronto, parece que la familia será fuerte si lo es el matrimonio, lo que da fuerza al
matrimonio es el amor, y el amor está íntimamente relacionado a la sexualidad. Para ello
habrá que estar sumamente atentos al propio cuerpo sexuado más que a lo aprendido.
Para comprender lo que es la familia en la actualidad hay que hacer necesariamente ese
camino, si no se la verá como un eslabón aislado y se terminará llamando familia a
cualquier cosa, como de hecho sucede.
Una promoción seria de la familia –comenzando con la propia– y a la altura de la
circunstancia, requiere de formación ordenada y progresiva, no puede quedarse en falsos
entusiasmos, en globos, manifestaciones y argumentos religiosos, que solo dejan la
sensación de secta y seguridad calentita de una cápsula rutinaria. Para ello hay que vencer
algunos obstáculos.
El primer obstáculo a esquivar y la manía más común del hombre –y lo más fácil–
reside en creer que se promueve algo a base de combatir lo diferente, esto se ve en los
partidos políticos, en las corrientes ideológicas y en algunos grupos religiosos. En lugar de
exponer y mostrar la evidencia, se ataca al otro, desde el prejuicio, sin haberlo escuchado
ni leído. Esta es una de las manifestaciones más fuertes del apego a la ideología y refleja lo
más puro y bajo del hombre masa y es una de las razones del atasco y falta de soluciones
que hay hoy: en lugar de construir se destruye. Los debates y las discusiones son inútiles,
no se llega a nada y refuerzan a cada uno en sus argumentos miopes, les impiden ver el
panorama. Esta actitud proviene de otra manía que es la de definir las cosas a partir de la
excepción y de lo que no son, como se verá. La descripción de la situación actual que se
hará busca una toma de consciencia. No cabe duda que el mayor amigo de la verdad es el
tiempo; su más encarnizado enemigo, el prejuicio.
Lo anterior se expresa en frases como “yo, como soy católico o protestante o lo
que sea, debo pensar así, tengo que actuar así” “yo, como soy de derecha o de izquierda
tengo que pensar así o asá, tengo que estar de acuerdo con esto y en contra de aquello” y
frente a los demás: “este es de tal país, luego ya sé cómo piensa” o “viene de esa
universidad, o de ese grupo, luego ya se lo que me va a decir” o “yo como promuevo la
familia, luego tengo que combatir a no sé qué grupos” y viceversa. Todas estas actitudes
se saltan olímpicamente la realidad y son muestras del aturdimiento en que vive el
hombre masa. Hay que afrontar la realidad como viene, con radicalidad, libremente:
yendo a la raíz, observando, sin apegarse a las ideologías.
No se trata de combatir, estigmatizar o excluir a nadie; tampoco de recabar
argumentos para la discusión y el debate, esta obra trata de mostrar las cosas desde la
evidencia y la revelación, con una actitud de apertura, amor y servicio, también y quizá
principalmente, hacia quienes no han tenido una experiencia de familia. Si se habla de
persona y familia la actitud más honesta es la de integrar.
El segundo obstáculo es quedarse en el tener y el hacer, arriesgando con perder la
vida. Esta obra se mueve más bien en el nivel del ser y del auténtico crecimiento personal.
La sociedad actual empuja a quedarse en el nivel del tener, que en el fondo es desechar.
Mucha gente vive en el nivel del hacer que consiste en reducir la vida a seguir consejos,
técnicas y pasos que sólo lo entretienen, excluyéndolo de decidir sobre sí. Rogers previene
contra lo peor que es perder el propio yo, abandonándose, renunciando a lo que
realmente se es. El nivel del ser en cambio, garantiza un crecimiento personal y una
maduración gradual de las cuestiones más urgentes de la persona, de cada uno. Para eso
no sirven las técnicas ni las recetas.
El tercero es el presentismo o inmediatismo, que consiste en reducir la vida al
trabajo y al bienestar y a las necesidades cotidianas, está en quedarse en la jaula de la
adhesión a grupos e ideas sin cuestionarse ni pensar por uno mismo. Esta obra quiere
ensanchar los horizontes, romper la cárcel del tecnicismo, para ello hay que levantar la
mirada a la trascendencia, a la historia, maestra de la vida; penetrar las Escrituras con
libertad, la literatura universal, el arte y la cultura en general, para iluminar la propia vida
y amar desde la confianza, superando la sumisión.
El cuarto es la pasividad intelectual. Esta obra no pretende decirle a nadie lo que
“tiene que hacer” ni darle pasos o recetas para ser exitoso en el amor. La perspectiva es la
absolutamente personal, se trata de mostrar la evidencia y dejar a cada uno sacar sus
propias conclusiones. Esta obra es un camino de subida, desde la evidencia del cuerpo
hasta la revelación: se afrontará la evidencia y al revelación desde la razón. No tiene
reparos en acudir inteligentemente a las Escrituras (evitando el uso y el abuso y tratando
de encontrar el proyecto que hay allí) y a la historia del pensamiento, buscando superar
los prejuicios, vigencias, modas y miedos en torno a lo mistérico de la existencia humana.
El lector encontrará respuestas a los interrogantes tan personales sobre el amor, teniendo
en cuenta los cambios, las condiciones y los retos de hoy.
Urge ponerse en marcha y abandonar el sedentarismo espiritual, este trabajo es un
gimnasio del pensamiento y del amor, hay que ejercitar los músculos de la mente y del
corazón. Se decepcionará quien se espere de estas páginas un recetario de sexualidad, no
se trata tampoco de un manual de moral y menos de una colección de métodos y pasos
para el “éxito en el amor”, menos aún, de un compendio de motivaciones, todas estas
cosas buenas de por sí, se mueven en el nivel del hacer. Es una invitación al lector a
aferrar la propia vida irrepetible, que está llamado a resolver en el misterio del amor, de
cierta forma en soledad (nadie puede vivir la vida de otro) y desde sí y como una tarea
absolutamente personal y libre. Si uno no cambia, no lo hará la sociedad.
La vida es apuesta y hay dos posibilidades: verla como un enigma (o problema) o
asumirla como un misterio. Hay que adelantar por ahora, que un enigma es una dificultad
que deja de existir cuando se lo soluciona. Un misterio en cambio, es un proyecto que se
va descubriendo dramáticamente, dando sentido a la vida, siempre queda más por
descubrir y encarar. El misterio consiste caminar de la mano de Alguien. Afrontado como
enigma (problema), el amor se reduce a sexo, a instinto, vulgaridad, uso mutuo y
sinsentido. La vida entera cambia si se apuesta por el misterio o proyecto sobre uno, al
que hay que responder: implica tomar las riendas de la propia vida y no dejarse vivir. El
mayor misterio es la persona, yo, el otro, hecho para algo más que comer, adelgazar, ser
sexy y satisfacer las necesidades básicas. Desde niños, no se necesitan cosas sino personas.
Conviene adentrarse al misterio para descubrir su sentido y significado, con ello no se
gana dinero, se gana uno a sí mismo.
Nadie escoge el propio cuerpo ni la época histórica que le toca, pero sí decide
cómo escribir la propia historia. Por ello la situación de crisis lejos de desanimar debe ser
vista como una oportunidad para amar. Parece que en medio de las tareas diarias y el
ajetreo de la ciudad, del progreso, las noticias de guerras, de las crisis económicas, el ruido
y de las novedades cotidianas, el amor sigue siendo la cuestión central y la obsesión de
todo ser humano: el deseo de ser amado y de darle sentido a la propia vida amando. El
problema es dar en el clavo y ello requiere atención, orden y preparación.
Un pionero en la nueva perspectiva fue Juan Pablo II, su revolución apenas ha sido
conocida y menos explotada. Fue a lo esencial, exponer una larga preparación que va
desde la evidencia del cuerpo hasta la revelación y es en esencia lo que se ha hecho en
esta obra. En lugar de sofocar el amor hay que ordenarlo e integrar amor y
responsabilidad. Pero esto implica la superación del acartonamiento realista que cosifica
la relación, y del idealismo que extravía al individuo en el relativismo: integrar la fuerza de
ambos: persona y acción.
La actitud que anima esta obra es la solidaridad sincera, el amor y el servicio, el
deseo de acompañar y exponer la verdad con amor, y amar desde la verdad, no desde el
capricho, la vulgaridad o la vida fácil. Ningún maestro auténtico dice a sus oyentes lo que
estos quieren oír, sino la verdad, lo contrario es un charlatán. El autor, desde el amor,
confía en la apertura de cada uno para ver las cosas con una nueva perspectiva, la de la
experiencia, la evidencia y la revelación.
Cómo leer esta obra
Como no es ni un libro de texto ni una colección de consejos, hay que leerlo en
clave de contemplación y de reflexión, no de aprendizaje y menos de memoria. El amor es
el tema central de esta obra, la familia su preocupación más diligente.
Primera parte. Al inicio se contemplará la situación actual (esto es ya filosofar),
para identificar dónde está el reto y la apuesta. Se dedicarán los primeros capítulos a
colocar tres pilares que hay de sostener la reflexión: la verdad (vida auténtica), la realidad
y la persona. De allí contemplar la originalidad absoluta del cuerpo humano tal como se
presenta, como un cuerpo sexuado, y todo lo que revela, como su llamado al amor.
En la segunda parte se adentrará en la cuestión central de todo hombre, el amor,
hay que preguntarse el porqué del fracaso de tantas relaciones, por qué se le llama amor
a tantas cosas tan diferentes, ¿hay grados en el amor? ¿Qué es el arte de amar? ¿Es lo
mismo ser amado que amar? ¿Por qué amamos como amamos? Se analizarán los modelos
que desde hace ochocientos años pesan en occidente. De allí habrá definir matrimonio,
como una respuesta al amor y esclarecer qué es familia, en un esfuerzo por redescubrir la
gramática del amor, ante el analfabetismo afectivo actual.
La tercera parte constituye una lectura nueva y fresca de las Escrituras, vistas como
una historia unitaria de amor, cambia la perspectiva que se tienen de ellas. Esta historia va
desde el Génesis hasta el Apocalipsis, con una sorprendente estructura escondida, que es
la de una boda judía. A partir de allí se verá que el hombre, yo, cada uno, es una
estructura abierta al infinito, llamada a amar y a sumergirse en el misterio que se esconde
bajo las aguas superficiales del cuerpo. La corta vida humana es proyecto qué realizar con
alguien, requiere de un plan de vida. Se trata de afrontar la propia existencia desde la
perspectiva teológica. La vocación al amor como un proyecto amoroso de Dios sobre cada
uno y un proyecto personal e irrepetible que realizar. Se termina con elementos de
espiritualidad para oxigenar el alma.
Como el hombre es historia, hay que zambullirse en la historia para entender la
problemática actual, además de aumentar la cultura general, abriendo los horizontes de la
mente. Esta obra no agota todos los apasionantes temas, más bien suscita curiosidad que
es lo que diferencia al hombre de los animales, para ello cuenta con las suficientes
referencias, para que cada uno profundice en lo que se le antoje. Los diversos temas son
ventanas para ulteriores profundizaciones.

1. Hombre masa, cosificación y zoologismo


En una época de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionario.
G. Orwell

El hombre actual vive en grandes ciudades que se caracterizan por las aglomeraciones y
las muchedumbres. A pocos les sorprende –la sorpresa es el inicio de la sabiduría– que
para todo hay que hacer filas, que todos los lugares están llenos: los hoteles, los
restaurantes, las calles, los supermercados y centros comerciales, los cines, las playas o los
trasportes y arterias urbanas. Extrañarse y sorprenderse por esto es ya comenzar a
entender, no es casual que el símbolo de la sabiduría sea la lechuza, ese ave con los ojos
siempre deslumbrados.
Esta situación de aglomeración y muchedumbre corre el riesgo de convertirse en una
situación de masa. De hecho en las sociedades actuales impera el hombre masa. La masa
se caracteriza por dos cosas: una, es por definición lo que no opina ni piensa por sí mismo,
lo propio del hombre masa es pertenecer a la corriente y dejarse arrastrar y vivir ¨porque
sí”; la otra es que tiene como ideal de vida la comodidad y lo inmediato y esto hace que no
vaya más allá. La consecuencia es que se adhiere a cualquier corriente, moda y formas de
actuar donde saciar su sed de pertenencia y comodidad.
La masa no es la suma de personas sino una actitud. La sociedad actual está masificada.
Una de las características de la masa es que no puede opinar por sí, no puede regirse a sí
misma, significa que se asiste hoy a la peor crisis que una época o país puede atravesar,
pues se trata de un tipo de esclavitud. La masa se caracteriza por no valorarse a sí misma,
no se cuestiona. Quien se siente vulgar o mediocre ya está pensando y ha salido de la
masa, pero el hombre masa está contento y no se cuestiona, se siente con derecho a la
vulgaridad y la impone donde va y quien no piense como todos, corre el riesgo de ser
eliminado. Hay que recordar que fueron las masas lo que acabó con el imperio romano.1
La emersión de las masas, hoy omnipresentes, había sido vaticinada por los grandes
profetas del siglo XIX, entrevista ya y denunciada por Ortega y Gasset a inicios del siglo XX.
Piénsese en temas como la sexualidad, el amor o la familia, en lugar de escuchar el propio
cuerpo y seguir lo que uno realmente quisiera –eso implica observar y contemplar la
realidad y salir de los aparatos electrónicos– el hombre masa se deja llevar por “lo que hay
de decir”, lo que está de moda y lo que imponen unas cuantas minorías, “lo de hoy” o
simplemente la vulgaridad de los medios. Habrá que regresar después sobre las masas.
La masa vive la vida desde una terrible superficialidad. Ya en los años cincuenta se
lamentaba Camus de que la vida en las ciudades se convierte en una anodina e inalterable
rutina, colgando siempre del reloj: levantarse con prisas rompiendo el ritmo del sueño,
desayunar de prisa, tráfico, trabajo, comida, trabajo, tráfico y descanso. Los fines de
semana: alguna fiesta, cine, alcohol y el domingo, comida familiar y ordenar las cosas para
el trabajo. Las ocasiones que deberían estar marcadas por la diversidad como las
vacaciones, la navidad o los cumpleaños están sellados por la misma rutina y el hastío de
la convivencia, como si el hombre se hubiese jubilado de la vida. Todos los días, sin ningún
espacio a la reflexión ni a la pregunta fundamental por la vida y escapando del dolor. El
hombre actual se convierte en un Sísifo, ese hombre de la mitología, condenado a
arrastrar la misma piedra, por la misma pendiente, día tras día. El hombre masa se

1
Aristócrata de sí mismo: no en sentido político sino el que busca
lo mejor, el que vive en un nivel estrictamente personal.
convierte en un extranjero y administrador de la propia vida, como l’étranger también de
Camus, durante los funerales de su madre no hace otra cosa que pensar en el trabajo,
reduciendo la muerte a un protocolo burocrático.
La globalización, íntimamente ligada a lo anterior, impone la ley de lo homogéneo El
acceso inmediato a la información, a productos y a cuanto sucede en cualquier rincón del
planeta, la omnipresencia de cámaras, hasta llegar casi a la abolición de la vida privada. La
homogeneidad que abole las diferencias culturales, lingüísticas y sexuales: se escucha la
misma música en todo el mundo, se ven los mismos filmes, se usa la misma ropa y las
mismas marcas, o sus imitaciones, en todo el mundo. La invasión de un inglés cómodo que
empobrece y extingue las lenguas, va eliminando las aristas y las diferencias y empujando
hacia la homogeneidad monótona y gris. ¡Qué vidas evacuadas de sí mismas, desoladas y
vacías condenadas a la eterna cotidianidad –parafraseando a Ortega– se adivinan en ese
seco artefacto lingüístico!2
Esto que ha traído ciertas ventajas, conlleva un proceso evidente de concentración de
capitales en unos pocos, la alienación de millones de personas, el modelo de las fábricas,
donde las personas establecen relaciones de trabajo a partir de la producción, determina
sus encuentros sociales, las relaciones se han vuelto masivas, superficiales e
instrumentales y con ellos se quiere sustituir inconscientemente las propias carencias de
cariño, seguridad y trascendencia, contribuyendo al amor líquido.

Cosificación y zoologismo
Las cosas han facilitado la vida del hombre y eso es muy bueno, pero ha sumergido,
emboscado al hombre entre ellas. Para realizar cualquier actividad se necesitan infinidad
de cosas e instrumentos, alejando al hombre de la naturaleza. Las casas están llenas de
cosas, los bolsos y los sitios de trabajo lo mismo. Hay miles de negocios que venden de
todo. Esto ha tenido sus consecuencias: la Tierra ha sufrido una trasformación radical, se
ha llenado de cosas artificiales: autopistas, vías férreas, inmensas ciudades, canales,
presas con sus centrales eléctricas, fábricas y yacimientos, por no hablar de los inmensos

2
J. ORTEGA Y GASSET, La rebelión de las masas, en Obras completas
IV, Alianza Editorial/Revista de Occidente, Madrid, 1983, 129.
basureros. Esto ha facilitado la existencia pero ha convertido a la ecología (del griego
oikós, hogar) en una cuestión urgente: no queda apenas un rincón de la tierra que no haya
sufrido la invasión del hombre que busca siempre trasformar la naturaleza en más cosas.
Otra consecuencia es que se ha plastificado la realidad, lo desechable y el dinamismo de la
economía basado en el consumo y el desecho –que es su otra cara– ha cosificado la
realidad, piénsese en los millones de toneladas de basura –más cosas– que se producen
cada día en las ciudades, por la cantidad de envolturas que se necesitan para todo. La
consecuencia más grave de este alejamiento de la naturaleza es quizá, que no se distinga
ya entre hombres y animales. Hay que preguntarse qué tiene que ver todo esto con la
sexualidad y el amor.
Lo anterior ha generado dos sentimientos en el hombre, la obsesión por la comodidad y
un gran optimismo respecto al progreso y a la tecnología como lo único importante y la
convicción de estar mejor que en cualquier época (opacado por las recurrentes crisis
económicas y la sensación de inseguridad ante los atentados).El resultado de esto es que
se toma el progreso como único criterio ético, cuando lo que impera es un primitivismo
técnico y especializado; en manos de unos pocos y lo vigente es la obsesión por el éxito y
el abandono de lo inútil: la filosofía, la ética, la literatura, la buena música y las artes en
general.
En esta dinámica se impone la barbarie del especialismo: multiplicación de las
posibilidades y a la vez el empobrecimiento especialista, Pascal afirmaba que vale más
saber alguna cosa de todo, que saberlo todo de una sola cosa y Tomás de Aquino, “teme
al hombre de un solo libro”. Las universidades corren cada vez más el riesgo de renunciar
a formar en lo universal, en lo personal y de reducir su oferta a técnicas, pasos, recetas,
cursos y terapias; renunciando con ello a abrir mentes a lo universal y más bien cerrándola
a lo miope y particular. El hombre masa usa las cosas pero no sabe cómo funcionan ni le
interesa, privándose así de la maravilla de la tecnología. Admirarse es el inicio de una vida
con sentido, por eso los niños no dejan de admirarse.
Un ejemplo impresionante ilustra esto: en Finlandia se multiplicó por seis el consumo de
alcohol desde la introducción de la calefacción central, antes de este invento las familias
dedicaban tiempo a recolectar leña, esas excursiones eran una oportunidad para la
diversión, la conversación, la forma física y en general una ocupación llena de convivencia
y sentido en familia. Pero después del invento, bastaba girar una perilla para calentar la
casa, eso más la televisión y a causa del aburrimiento, la gente se vio empujada a
consumir más copas de vodka y cervezas, una tras otra.3
El hombre masa
Examinando de cerca al hombre masa, se descubren algunas de sus notas: el acceso a una
vida más fácil y abundante –un hecho de por sí bueno– ha ido degenerando en el ideal de
una vida sin esfuerzo, se ha pasado lentamente de lo noble a lo vulgar, a vivir acomodado
en la circunstancia, pensando que la vida no tiene límites, este hombre tiende a valorar
como bueno todo lo que se le antoja y exige el derecho a ello, de allí que se vea el amor
como un derecho y no como una vocación. Con ello se ha roto el lazo entre verdad y
libertad.
En cambio al hombre minoría o noble, la vida no le sabe sino es como un servicio a algo
trascendente y superior. Nobleza–palabra cosificada– no se refiere a la sangre, a la clase
social ni a la política, sino a la aspiración a una vida más elevada y plena. Vivir mejor no
significa ser mejor.
Reducción de todo a espectáculo. La política, el deporte, el espectáculo y la violencia
representan un círculo en la sociedad actual. La política se convierte en espectáculo, en un
gran reality, o una telenovela en la que lo importante son las historias de amor, lo sexy de
los actores y no la responsabilidad del cargo asignado. Esto explica la difusión e
importancia del espectáculo que consiste en “espectar” o ver sin comprometerse, con la
sensación de protagonizar la historia, al tener el mando a distancia y eso infunde un aire
democrático, el espectador cree que decide sobre lo que pasa allá, con su voto. Para la
mayoría el deporte es masa y espectáculo. Por ello han proliferado programas y sitios en
los que el espectador “decide” y tiene la última palabra y por eso los políticos hacen lo

3
El ejemplo lo pone Elizabeth Lukas en el contexto del sentido que
se da a la vida. E. LUKAS, Logoterapia, la búsqueda de sentido, Paidós,
México, 2003, 49.
que quieren. Los ídolos y modelos del hombre masa son los “artistas” y reduce la vida a
imagen.
El hombre masa se mimetiza con lo políticamente correcto, no le importa la verdad: dice lo
que “hay que decir” y “lo que toca” según la circunstancia para ello se abastece de lugares
comunes a disparar según la ocasión. Por ello acepta las modas intelectuales siempre
como definitivas aunque no duren más que unos años. Asume las películas como
documentos históricos y su anaquel de información son los debates televisivos. Se trata
del señorito satisfecho e individualista que usa la tecnología sin admirarse ni preguntarse
cómo funciona. No pone la música que le gusta sino que le gusta lo que le ponen, de allí el
éxito que tiene lo vulgar, lo chato e irracional, basta asomarse a los “éxitos” y canciones
“más vendidas”, porque las ventas se han convertido en el criterio de calidad. Para T.
Adorno no había signo mayor de embrutecimiento que el beneplácito con que el público
acogía las nuevas comedias de cine americanas.
El fenómeno del hombre masa no es nuevo, ya Aristóteles hace bastantes siglos, se
quejaba de que quienes asumen la vida a nivel personal son minoría y Fray Luis de León
hace cuatrocientos años escribía desde la cárcel sobre “la escondida senda por donde han
ido los pocos sabios que en el mundo han sido”.
No es de extrañar que quienes mandan en el mundo sean los escaparates y que los
centros comerciales vayan sustituyendo a los museos y catedrales. En toda esta tendencia
al poco esfuerzo, el modelo –sobre todo para las mujeres– es el adolescente: es delgado,
no tiene responsabilidades, no se embaraza, es fuerte, no se enferma y lo más
importante, se le perdona todo por ser guapo y resbaladizo. Ha habido épocas que han
tenido como modelos a los guerreros, a los santos, a los héroes o a los ancianos, hoy el
ídolo propuesto por la mediocridad es el “artista” o creativo: el individuo cínico que puede
moldear la propia vida a su antojo, en el fondo al servicio de intereses ajenos y que se
permite opinar sobre todos los asuntos desde la trivialidad ya que solo será aceptado
desde ésta misma y desde el espectáculo y la originalidad.
Eso sin hablar de que el hombre está cada vez más enroscado en los aparatos electrónicos
y cables que como cordones umbilicales le atan a lo que debe hacer y le impiden ver la
realidad, el hombre encorvado sobre las pantallas se aleja de la realidad, ha delegado su
inteligencia a la mediocridad. Hay que salir del mundo virtual, romper las barras de la
cárcel de lo virtual y salir a la realidad.
Hay que aclarar que el hombre masa no corresponde a una clase social como pudiera
parecer a una mentalidad cuantificadora y cosista, hombre masa es quien se abandona a
una vida trágica y se limita a vivir a nivel social, sin tomar las riendas de la propia vida y
ésta es una tentación de todos, independientemente de la clase social. El hombre de la
ciudad es más vulnerable y propenso a la masa, en la actualidad más del ochenta por
ciento de la gente vive en grandes ciudades...
Amor líquido y familia
La familia es exactamente lo contrario de la masa, en la familia cada uno es irrepetible y
tiene su lugar por eso la crisis de la sociedad actual atenta directamente contra las
familias, la masa quiere borrar las diferencias, achatar las personas y de allí, la crisis de la
familia y la manía de llamar familia a cualquier cosa. Puede parecer una crisis de valores, y
bastaría con “inyectar valores”, por eso los “valores” son otra cosa que está de moda.
Pero es inútil encajar valores, donde no hay dónde encajarlos o es demasiado tarde.
La experiencia muestra que sin amor, la vida humana carece de sentido. El problema está
en a qué se le llama amor. El modelo dominante hoy, reduce amor a sexo. La falta de
reflexión y la obediencia a las ideologías provoca una gran confusión en cuestiones de
amor y su animalización. ¿Qué tipo de amor vivirán los niños y adolescentes si se les
bombardea en casa y en la escuela, con la idea de no ser más que animales de instintos?
La educación sexual en general, se reduce a biología, técnicas, instrumentos, cuidados y
herramientas. Se les trata como animales de estímulos y respuestas, cuyos problemas se
solucionan con tapones. Con ello se pisotean sus sentimientos, su historia personal, sus
anhelos, sus cuestiones íntimas.4 La consecuencia es lógica: aumento de parejas
inestables, que han superado en número a los matrimonios y divorcios, los embarazos de

4
En la educación sexual oficial, se advierte esta tendencia a
simplificar y empobrecer. A quien quiere elevar un poco el nivel y dar
una educación más integral se le tacha de intolerante y anticuado y
reprimido. Ciertamente hay mucha ignorancia en materia sexual y muchos
prefieren condenar cómodamente ciertos comportamientos sin un fundamento
antropológico y desde una moral aprendida de memoria y poco justificada.
adolescentes, la violencia generalizada, el crecimiento en el abuso del alcohol, la
multiplicación de padecimientos psicológicos y el uso de antidepresivos, son datos de una
situación alarmante que se presenta como un reto. De ellos las estadísticas están llenas de
cifras. La pregunta lógica es ¿dónde están las familias? Las escuelas hacen lo que pueden
pero es un problema de familia, las familias incompletas dan a la sociedad ciudadanos
incompletos y donde no hay familia la sociedad se vuelve peligrosa.
Estos datos se mueven en el plano objetivo, si uno va al subjetivo o personal, encontrará
que la mayoría de las personas no ha escogido la situación que vive y que afronta a veces
heroicamente, sobre todo las mujeres. ¡Cuánto se adelantaría si solo se tomaran en
cuenta las diferencias entre hombres y mujeres! ¿No habrá en todo esto nuevas formas de
prepotencia masculina?
El problema es que el amor no se estudia ni se cuestiona, pues también se le ha cosificado
y reducido al tener y al hacer, a sentimiento, creyendo que amar es sinónimo de ser
amado, y confundiendo las cosas. La masa concibe la vida como puro recibir. Con ello el
hombre se lanza al abismo de la propia insatisfacción y de la propia inutilidad, no hay
hombre más inútil que el que no sabe amar, lo trágico es que no siempre es culpa suya.
Quizá nunca fue a la escuela del amor.
Urge examinar la concepción del amor, que ha cambiado radicalmente y con ella los tipos
de familia y saber de dónde viene esto que algunos llaman amor líquido, consecuencia en
parte de la revolución sexual. La ignorancia, la inmadurez y falta de conciencia sobre el
sentido y significado del amor y del matrimonio pesan mucho en las relaciones por ello
cada vez más personas optan por la pura convivencia. Urge saber dónde está el problema
y la solución. La revolución sexual –quitando sus justas y legítimas aspiraciones– resume
magistralmente todo lo que se ha mencionado arriba: la vida sin esfuerzo, el reino de la
vulgaridad y la obediencia ciega a frases de moda.
Lo económico no es indiferente, tiene un gran peso en la crisis de la familia, esto inhibe la
procreación y con ello vienen las insatisfacciones y el fenómeno del hijo único condenado
a vivir solo con adultos: en parte porque las necesidades se han multiplicado, por el
modelo consumista actual. Un hijo “sale más caro” por la cantidad de expectativas, cosas,
aparatos electrónicos y objetos de consumo que parece necesitar. El estado lo invade
todo, quiere controlar todo, pero atiende a individuos y descuida la familia.
La familia se presenta como el reto social más fuerte. Cara al futuro, la primera tarea es
definir familia, sin adjetivos, para ello hay que desterrar el término de familia tradicional,
que corresponde a un modelo de familia (burguesa) que no es tan antiguo y que si
funcionó en el pasado, hoy es inaplicable. Hay que evitar la tentación de llamar familia a
cualquier cosa. Para ello no bastan las técnicas. Más bien hay que definir la familia, quizá
por primera vez en la historia, partiendo de la realidad y de la verdad de la persona. Ello
requiere a su vez, redefinir la feminidad y la masculinidad y su aportación originalísima al
hogar y a la sociedad.
Este trabajo es en parte una apuesta por la familia. Aquí se propone el uso de la razón,
haciendo la verdad, apegándose a la realidad y a partir de la evidencia. No se trata de
defender con añoranza, algo anticuado e inservible en la actualidad, sino de definir esa
institución, único garante del crecimiento sano, armonioso y completo del ser humano
desde su aparición en el mundo. Se trata de una seria reflexión sobre la situación actual y
cómo lograr en ella la personalísima vocación al amor.

Crisis como oportunidad


La situación no se escoge, se elige la manera de afrontarla. La situación es el único
escenario en el que estoy llamado a actuar, es el marco de posibilidades donde puedo
elegir, no hay otro. Este panorama lejos de deprimir debe representar un reto, la tarea de
la vida que es la única, aquí y ahora. En sentido coloquial crisis puede significar
dificultades, aprietos, peligros y obstáculos para vivir felices y se termina llamando crisis a
toda dificultad. Pero crisis es una palabra griega que significa juicio, cuestionamiento,
oportunidad para actuar. De allí viene también la voz criterio, una persona con criterio
trata de responder con altura. Quien vive la vida con responsabilidad se preguntará por las
causas de la situación actual, la única que hay que afrontar, la única que le ha tocado y
frente a la cual tiene que actuar con la única vida –tan corta– que tiene delante.
La situación actual se parece al momento posterior a un accidente que se cobra muchas
vidas: hay que analizar qué falló, qué se pudo haber prevenido, cómo salvar a los que
quedaron vivos, quién es el hombre y cuál es su vocación última. La situación actual de
desastre en muchos aspectos es una oportunidad de oro, no solo para crecer sino para
construir una sociedad más justa y feliz, desde el amor, comenzando por el propio cambio
interior. Parte del reto es pensar la solución adecuada pues cuando se tiene sed cualquier
charco es bueno, no se trata de poner cualquier remedio, cuando se va por el camino
equivocado, mientras más se corre, más se aleja uno de la meta. No se puede afrontar la
situación con entusiasmos baratos o negándola. Gabriel Marcel identificaba la situación
actual de abolición de lo humano, como un problema metafísico, urge estar a la altura y
en primer lugar, reflexionar.
El amor y la situación en general, no se pueden dejar al destino, al tiempo o a la evolución,
esto es signo de irresponsabilidad, la incapacidad de responder por sí mismo a la tarea
que se presenta por delante. Hay que preguntarse en serio: ¿pesa sobre el hombre, sobre
mí, una misión o todo no es más que fruto del azar y de la casualidad y va a parar a la
nada? Si es así, ¿por qué el hombre es libre? ¿Cómo compaginar el deseo de felicidad con
la enfermedad y la muerte? ¿Por qué el amor es tan “problemático”?
Síntesis. Hoy urge una reflexión filosófica y teológica de la experiencia, más allá del puro
bienestar, de la ideología en turno o de la obediencia a principios muy buenos pero
impuestos desde fuera. La crisis hoy, más que económica o de recursos naturales, es
principalmente una crisis de la persona, el principal recurso parece que se agota. Razonar
significa vivir la vida con radicalidad: yendo a las raíces, la mayoría se contenta con los
parches técnicos, económicos y superficiales. Antes de preguntarse qué hay que hacer hay
que saber quién se es: acceder al nivel del ser superando el del tener y el del hacer. La
mayoría de los libros sobre amor y sexualidad se quedan en el pobre nivel del hacer. En el
fondo se trata de encontrar sentido a la propia vida en su situación concreta, en su
brevedad y en su drama. El primer paso es aclarar qué es verdad y qué es realidad.

Potrebbero piacerti anche