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Barreras en el ejercicio de la autonomía en

las personas en situación de discapacidad


en Chile
Barreras en el ejercicio de la autonomía en las personas en situación de discapacidad en
Chile

Actualmente, en nuestro país las personas en condición de discapacidad (en adelante PcD)
enfrentan múltiples barreras en el ejercicio de su autonomía.
La capacidad de realizar actividades físicas de manera independiente no se relaciona con la
autonomía; la autonomía tiene que ver con la capacidad de decidir sobre la propia vida y
tener libertad para elegir y optar. Confundir estos conceptos ha llevado a al despojo de este
principio para muchas PcD, existiendo muchas barreras para que se haga efectivo.

En este trabajo expondremos las que son, a nuestro juicio, las principales barreras; barreras
sociales, arquitectónicas y barreras presentes en el ámbito educacional y laboral.
Revisaremos brevemente lo que ordenan algunas leyes, y comentaremos cómo a pesar de lo
que establece la legislación chilena las barreras persisten, además nos apoyaremos en los
resultados del segundo Estudio Nacional de la Discapacidad (ENDISC) realizado el 2015.
A través del desarrollo de este texto pretendemos hacer visibles las barreras impuestas e
impulsar la reflexión personal en torno a ellas, ya que creemos que todos debemos ser actores
en la eliminación de las barreras presentes en diversos contextos.

Antes de comenzar explicaremos brevemente algunas definiciones que creemos importante


tener en cuenta para el desarrollo del presente trabajo

a) Persona en condición de discapacidad: al hablar de condición de discapacidad nos


referiremos a la vivencia personal de la discapacidad, es decir a “la cara ‘subjetiva’ de esta”
(Ferreira, 2007).

b) Autonomía: este término lo entenderemos como la capacidad de tomar decisiones por uno
mismo, y más concretamente como la “capacidad de regirse por una ley propia sin dejarse
influenciar por los demás; la capacidad de ser responsable de nuestro propio comportamiento
y de conducir la propia vida, de acuerdo con la propia conciencia. En la autonomía lo que
rige son los principios propios, tras haber reflexionado y elegido. Autonomía equivale a
libertad” (Conill, 2013).

c) Barreras a la autonomía: Con esto nos referiremos a cualquier acción u obstáculo que
impida o limite el ejercicio y desarrollo de la autonomía.

Uno de los primeros obstáculos que enfrenta el desarrollo de la autonomía en las PcD se
relaciona con el desconocimiento y los prejuicios: las PcD viven como los “diferentes” y no
por decisión propia, sino por percepción ajena (Ferreira, 2008).
A diario enfrentan múltiples barreras sociales a la hora de desenvolverse, deben enfrentar los
estereotipos que recaen sobre ellos y que condicionan el actuar de los demás (como asumir
que no pueden realizar ciertas actividades y por ello negarles la participación). Prueba de ello
es el lenguaje que se utiliza para referirse a las PcD: “enfermitos/as”, “pobrecitos/as”,
“inválidos” y un largo etcétera. Deben lidiar constantemente con los estigmas, prejuicios y
discriminación que provienen de las ideas preconcebidas que poseen las personas en torno a
la discapacidad. Según la ENDISC realizada el 2015, de un 60.3% de personas adultas que
declara haberse sentido discriminadas, el 50% corresponde a PcD.

En materia legislativa, existe la Ley N°20.422 (que entró en vigencia el 10 de febrero del
2010), cuyo objetivo es “asegurar el derecho a la igualdad de oportunidades de las personas
con discapacidad, con el fin de obtener su plena inclusión social, asegurando el disfrute de
sus derechos y la eliminación de cualquier forma de discriminación fundada en su
discapacidad” (Senadis, 2010).
A pesar de lo que establece la ley, en la sociedad existen muchas barreras aún para asegurar
la igualdad de oportunidades, la plena inclusión social y la eliminación de la discriminación,
lo que resulta en una pérdida de la autonomía de las PcD. Ésta barrera y las que nacen de ella
podrían ser eliminadas si fuéramos una sociedad más educada en torno a la discapacidad.

Un punto que hay que considerar, es que la adquisición de la autonomía se facilita cuando
las familias tienen las herramientas para fomentarla y ponen en marcha estrategias para
desarrollarla de forma continua y desde edades tempranas (Rodriguez, 2007). Las familias
cumplen un rol importante, ya que en muchos casos forman parte del contexto de desarrollo
de las PcD, al replicar estas prácticas discriminatorias, sumado a la falta de herramientas, se
pasa a llevar el desarrollo de la autonomía en las PcD.
Por otro lado, en el modelo biomédico, los profesionales de la salud adoptan la categoría de
expertos que indican las pautas a seguir, muchas veces comunicando las indicaciones a la
familia y no a los propios usuarios, y mucho menos toman en cuenta su opinión, solo porque
son PcD y piensan que no son capaces de tomar ese tipo de decisiones.

Estas actitudes, muchas veces inconscientes, afianzan la idea de que las PcD deben ser
protegidas y tratadas como si no tuvieran derecho a decidir sobre sus propias vidas. Lo que
en numerosas ocasiones termina por convencer a las PcD, quienes internalizan este rol y
refuerzan estas nociones.

No podemos hablar de autonomía si no existe la libertad de elegir lo que uno quiere, hacia
dónde quiere ir, dónde estudiar, etc. Se deben adecuar los espacios para permitir a las PcD
desarrollarse con autonomía y que asegurar su plena participación en la comunidad.

Sumado a barreras que tienen que enfrentar producto de los estigmas, están las barreras
físicas, que representan un gran obstáculo. Muchas veces las PcD se ven limitadas, no por su
déficit, sino por barreras arquitectónicas, las cuales les impiden, entrar a algunos espacios
(como colegio, trabajo, universidad, tomar el transporte público, pasear en alguna plaza,
moverse tranquilamente en lugares públicos y de uso común). Esto genera una disminución
en su autonomía, ya que no tienen la libertad de elegir en cuáles espacios desplazarse.

Existen varios tipos de barreras arquitectónicas:


a Urbanísticas: Son los impedimentos que presentan la estructura y mobiliario urbanos, sitios
históricos y espacios no edificados de dominio público y privado frente a los distintos tipos
y grados de discapacidad.
b Transporte: Son los impedimentos que presentan las unidades de transporte particulares o
colectivas (de corta, media y larga distancia), terrestres, marítimas, fluviales o aéreas frente
a las distintas clases y grados de discapacidad.
c Edificios: los obstáculos se encuentran en el interior de los mismos o en los accesos de los
inmuebles, a saber: escalones, pasillos, ascensores pequeños, puertas angostas, ausencia de
rampas, entre otros impedimentos (SENADIS – CECH – UCSH, 2010).

Nuevamente nos referiremos a la Ley N°20.422, en ella se habla sobre “accesibilidad al


entorno físico y al transporte”, en esta ley se estableció un plazo de 8 años desde su
publicación para que los edificios y transporte de uso público sean accesibles para las PcD.
Hoy, a poco menos de un año de que se cumpla el plazo que establece esta ley, podemos ver
que muchos lugares no cuentan aún con rampas, ni con ascensores donde pueda entrar una
silla de ruedas, aún hay semáforos sin adaptación para discapacidades visuales, etc.
En contraste, muchas veces si existen adaptaciones, pero no cumplen con estándares
mínimos, por ejemplo, rampas mal hechas, muy empinadas, largas y sin descanso (lo que una
PcD necesita, como cualquier persona que se esfuerza), sin antideslizantes en seco y mojado
(lo que provoca caídas).

También consideramos importante tener en cuenta que todos podemos llegar a necesitar estas
medidas de accesibilidad, todos llegaremos a la tercera edad y las consecuencias que eso trae,
todos somos vulnerables a protagonizar un accidente y en consecuencia poseer alguna
discapacidad temporal (como alguna fractura, tener que usar muletas o sillas de ruedas,
romperse un ligamento, etc.) o también a poseer una discapacidad prolongada. Por lo que la
accesibilidad de los espacios no sería perjudicial, sino todo lo contrario, para las personas
que no poseen una condición de discapacidad. Es hora de que cambiemos eso y trabajemos
por una sociedad que respete las distintas capacidades de todos los ciudadanos.

Como podemos ver, todo el esfuerzo para salir delante de las PcD poco sirve si no existe
ayuda de la sociedad y de la arquitectura. Estas barreras al fin y al cabo solo generan estrés,
ansiedad, frustración, discriminación y una pérdida de la autonomía.

De otro lado tenemos las barreras que se presentan en el contexto laboral y educativo. Cuando
los padres buscan colegios o institutos en donde matricular a sus hijos en situación de
discapacidad, son ignorados por la poca capacidad de integración que hay en las instituciones,
el 23,4% de las PcD declara haber llegado hasta la educación media (ENDISC 2015). Más
tarde se dificulta el acceso a la educación de superior, solamente el 9,1% ha alcanzado a
completar este nivel educacional (ENDISC 2015), y más adelante al momento de buscar un
trabajo estable, se hace difícil su contrato por la poca educación que a la que accedió, lo que
es preocupante si consideramos que el 33% de las PcD se encuentra entre los 30 y 59 años,
es decir, el segmento etario laboralmente activo, y más aún si consideramos que el 69.6% de
las PcD se encuentra en los tres primeros quintiles de ingresos socioeconómicos (ENDISC
2015)

Al final, todo recae en la poca inclusión e integración que existe en nuestra sociedad; los
derechos de las PcD se ven vulnerados a tal punto de que no se respetan ni las leyes que rigen
en nuestro país.
Podemos observar nuevamente que no tienen la libertad de elegir el lugar donde trabajar o
estudiar, siendo en muchas ocasiones rechazados.
Nuevamente mencionaremos la Ley N°20.422 que, como dijimos, dentro de su objetivo está
asegurar la igualdad de oportunidades de las personas con discapacidad eliminando
discriminaciones fundadas en la discapacidad y además tenemos la Ley N° 20.845, Ley de
Inclusión Escolar, que tiene como objetivo otorgar libertad de elección a las familias, para
escoger con autonomía el proyecto educativo que más les guste, sin estar condicionados a la
capacidad de pago, rendimiento académico u otros tipos de discriminación arbitraria.
Sin embargo, esto no es así, al momento en que las familias buscan colegios donde matricular
a sus hijos en situación de discapacidad, se reducen importantemente las posibilidades.
La mayoría de las instituciones educacionales en Chile siguen sin tener los arreglos
infraestructurales o equipos de profesionales competentes para asegurar una visión más
inclusiva y que los niños puedan desempeñarse de manera óptima. Los colegios y escuelas
aún no están adaptados para recibir a niños en situación de discapacidad, por lo que no se
puede obrar con autonomía al elegir un plan educativo.

El 57,2% de las PcD no son laboralmente activos (ENDISC, 2015). En este ámbito, la Ley
N°20.422 contempla la capacitación e inserción laboral para las personas en situación de
discapacidad, específicamente en los Artículos 43°, 44°, 45°, 46° y 47°; El Estado, a través
de los organismos competentes, debe promover y aplicar medidas de acción positivas para
fomentar la inclusión y no discriminación laboral de las personas con discapacidad
promoviendo la creación y diseño de procedimientos, tecnologías, productos y servicios
laborales accesibles; creando y ejecutando programas de acceso al empleo para personas con
discapacidad; difundiendo los instrumentos jurídicos y recomendaciones sobre el empleo de
las personas con discapacidad aprobados por la Organización Internacional del Trabajo, entre
otras. Además, el Estado debe crear condiciones y velar por la inserción laboral y el acceso
a beneficios de seguridad social por parte de las personas con discapacidad. En los procesos
de selección de personal, la Administración del Estado y sus organismos, las
municipalidades, el Congreso Nacional, los órganos de la administración de justicia y el
Ministerio Público seleccionarán preferentemente, en igualdad de condiciones de mérito, a
personas con discapacidad”
Tenemos también, en materia de trabajo, la reciente aprobación de la Ley N°21.015, Ley de
Inclusión Laboral, que, entre otras cosas, establece que las empresas con más de 100
trabajadores deben tener al menos el 1% de trabajadores en condición de discapacidad
contratados, y además deroga el Artículo 16° de la Ley N°18.600, que permitía que las
personas con discapacidad mental recibieran salarios menores al sueldo mínimo.

Estas leyes aumentan la posibilidad de decidir por sí mismos, pero podemos por las cifras
podemos ver que aún falta. Si no hubiera inclusión e integración obligatoria, el espectro de
opciones se reduciría aún más para las PcD. Si bien reconocemos estos esfuerzos por lograr
que las PcD puedan desenvolverse de mejor manera en sus día a día y tengan libertad a la
hora de escoger, no se puede que negar que las leyes aún no son suficiente. Además, creemos
que hay que estar atentos en el avance de la ejecución de la Ley N°21.015

Como hemos podido ver, la autonomía de las PcD es un desafío que posee múltiples barreras,
hemos revisado barreras relacionadas con los prejuicios, con la arquitectura y a la hora de
asistir a la educación u optar a un trabajo. Así vemos que las barreras están presentes en
entornos cotidianos y que las leyes propuestas en estas materias no son suficientes para
acabar con ellas, y por lo mismo es nuestro deber ser partícipes de su eliminación, ya que
muchas nacen de los prejuicios que aceptamos como sociedad. En este aspecto ayudaría una
mayor rigurosidad estatal, expresada en mayor fiscalización del cumplimiento de las leyes
existentes y el avance hacia un cambio cultural que impulse la anulación de estas barreras.

Las barreras presentes prácticamente anulan las posibilidades que tienen las PcD de elegir en
dónde quieren participar o qué quieren hacer, y más bien lo condicionan a donde pueden
participar. Los intentos por ser personas autónomas se ven mermados por el diseño y la
configuración espacial y cultural en la que viven.
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