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“Por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida” (Cervantes, 2017),
dice el Quijote en la segunda parte de su epopeya. Por el conocimiento, creemos, también se puede
y debe hacer lo mismo; al menos aventurar un par de horas. Es harto conocido que la libre
interacción de los pueblos y el libre uso del lenguaje ha devenido en sus cambios: del castellano del
Siglo de Oro al que usamos hoy día en Venezuela, hay mucho que observar. Como estudiantes de
lingüística, es nuestra labor revisar tal tipo de cambios. De forma concreta, a través de obras de
Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León, Alonso de Ercilla, Fernando de Herrera, San Juan de la
Cruz, Luis de Góngora, Lope de Vega, Francisco de Quevedo y el mismo Miguel de Cervantes,
notaremos inflexiones que se han dado entre los siglos XVI y XXI. ¡A aventurarse en el castellano,
entonces! (Carlos Egaña, 16 de junio de 2017).
Es importante recalcar que, debido a lo antiguo de nuestro punto de partida dentro de este
estudio del castellano, sus rasgos característicos y cambios a lo largo de la historia desde que se
estableció definitivamente como lengua, los datos en los que se basa nuestra investigación son
extraídos únicamente de textos literarios, documentos oficiales, epistolarios y demás que los
estudiosos y especialistas han sabido rescatar a lo largo de varios siglos de arduos esfuerzos por
desentrañar el origen de nuestra lengua. Es por ello que se toman en cuenta los siguientes autores
del denominado Siglo de Oro Español y sus textos, pues se les considera expertos en el correcto uso
de su lengua, entendiendo así que estos emplearían a cabalidad, en su máxima expresión el
castellano, por su condición de agentes intelectuales y culturales.
A continuación se mencionarán y describirán en una primera instancia los fundamentos
lingüísticos, desde un corte o estudio estructuralista, que se conoce ya caracterizaban a la lengua
castellana en el s. XV; para así, posteriormente, ir analizando y explicando a su vez los procesos de
cambio que sufrió en las décadas posteriores. (Andrés Vielma, 10 de julio de 2017).
Rasgos fonéticos
En el romance aparecieron voces que se mantuvieron hasta el español del Siglo Oro y un
poco más, por ejemplo, priesa en lugar de prisa. Esta pieza testimonia inestabilidad o vacilación en
la formación de los grupos vocálicos: algunos diptongos se transformaron en hiato y ciertos hiatos
se diptongaron o monoptongaron. Cervantes usa priesa (Don Quijote (1606, p.18). También lo
actualiza Fray Pedro Simón (1627=1992): “priesa con que iba para dar el aviso a tiempo” (p.314).
Un siglo más tarde volvemos a hallar la voz en Oviedo y Baños (1723=2004): “se daba toda la
priesa que podía al caminar” (p.192). Los cronistas no hicieron más que acoplarse a la norma
literaria: Covarrubias (1611) en el primer diccionario de la lengua castellana y la RAE (1737) en su
Diccionario de Autoridades le niegan valor literario a la solución actual, de hecho, no aparece en el
Diccionario de la RAE hasta la edición de 1817. Significa que la forma prisa, producto de una
síncopa -se aspiró hasta grado cero el fonema vocálico semiabierto /e/-, usada hoy en la variedad
estándar [prísa] está cumpliendo apenas cien años. (Rita Jáimez, 23 de mayo de 2017).
Del mismo modo, podemos observar otro ejemplo de un cambio fonético en la palabra
agora hasta la forma que usamos cotidianamente, ahora. Esta palabra parte de la expresión latina en
ablativo hac hora (en esta hora). Durante la primera mitad del Siglo de Oro Español, las palabras
comenzaron a deslatinizarse por lo cual surgió la forma que encontramos en las Églogas de
Garcilaso como agora: ‘‘Dó está agora aquellos claros ojos que llevaban tras sí (…)’’ (De la
Vega, G. (1535=1996, p.8). Sin embargo, en la primera Égloga del autor podemos encontrar un solo
uso de la forma que actualmente utilizamos en nuestros días, ahora. Esto nos da una señal que la
palabra empezaba a surgir, aunque su aparición no era lo suficientemente relevante en aquel
entonces para ser considerada como una pugna entre dos usos. En La Araucana, escrita por Alonso
de Ercilla, aún observamos el uso de la forma prestigio agora. Sin embargo, la presencia de la
forma extraña ahora es mucho más notoria, aunque usada en menos cantidad que su forma antigua:
‘‘Mi vez ahora me toca, mío es el puesto.’’ (De Ercilla, Alonso (s.1569=s.f., p. 254). Esto nos indica
que para el año 1569 empieza una vacilación y pugna lingüística entre ambas. Ya para el año 1622,
dentro de la obra Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, la forma agora desaparece
definitivamente por lo que prueba que la forma ahora ha triunfado y es la que predominará desde
entonces. ¿Qué sucedió con el fonema glotal? La consonante /g/ se desfonologizó y dio lugar a la
/h/, la cual es muda y probablemente hacía mucho más fácil y rápida la pronunciación de la palabra.
(Claudia Arévalo, 11 de junio de 2017).
Así como se dio una progresiva deslatinización en palabras como “agora” o el verbo
“facer”, otras palabras tomadas de otras lenguas con las que se tenía contacto en la península ibérica
comenzaron a evolucionar y adaptarse, un ejemplo de ellas puede ser fermosura. Esta se puede
observar en Don Quijote de la Mancha cuando Don Quijote le dice a la señora del coche «—La
vuestra fermosura, señora mía, puede facer de su persona lo que más le viniere en talante , porque
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ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo, derribada por este mi fuerte brazo…» (Don
Quijote capítulo 03). La palabra fermosura es un forma antigua, derivada del galaicoportugués que
evolucionará hasta lo que hoy en día tenemos como hermoso; a esta se le agrega el sufijo “–ura”. La
variación de esta palabra consistió en la sustitución de la consonante fricativa labiodental sorda /f/
por una consonante glotal /h/ la cual resulta muda . A lo largo del Siglo de Oro español, la palabra
fermosura se puede apreciar en distintos textos, como por ejemplo en los de Gonzalo de Berceo:
«Issieli por la boca una fermosa flor / de muy grand fermosura, de muy fresca color; / inchié toda la
plaza de sabrosa olor, / que non sientién del cuerpo un punto de pudor.» (Berceo, G. pp22). La
evolución de estas partículas que, como ya se ha mencionado, fue progresiva durante los siglos
posteriores al de oro, resultaron en la simplificación fonética de algunas palabras, dada en algunos
casos, como el aquí tratado, por la sustitución de fonemas llevaron a una modificación fonética del
idioma, facilitando así la pronunciación de algunas palabras. (Víctor Márquez. 21 de junio de 2017)
Así mismo, la constante evolución y transformación que han sufrido las voces del español,
desde el Siglo de Oro, se puede evidenciar en, por ejemplo, ansí que, actualmente, se usa como así.
Según la RAE ansí es una forma en desuso, usada, solamente, en zonas rurales; sin embargo,
incluso en estas zonas, ya casi no se usa esta variable lingüística. Miguel de Cervantes (1547-1616)
utiliza esta palabra en Don Quijote de la Mancha (1606), “y ansí, una de aquellas señoras servía
deste menester”. En la novela Clareo y Florisea (s.f.) de Alonso Núñez de Reinoso se consigue una
vacilación entre las dos formas, “y así tú puedes en mi persona probar todos cuantos géneros de
tormento quisieres” (p. 449) y “y fué ansí: que buscó un extranjero”; por lo cual, se evidencia que
estas dos formas ya estaban en uso en la época del Siglo de Oro. Así es producto de una síncopa,
esta aspiró la nasal alveolar /n/, dándole lugar a la variable que se considera correcta en los estratos
sociales educados. (María José Espinoza y Daniela Romero, 12 de junio de 2017).
Otro rasgo característico del español del siglo de oro es la convergencia de afinidades en el empleo
de las consonantes “x”, “g”, “s” y “z”. Un ejemplo concreto pudiera divisarse cuando Don Quijote
expresa: “Es liberal en estremo” (Cervantes. 2004, pp:134). La consonante “x” puede representar,
como es sabido, los fonemas “s” o “k” más “s”. Ahora, si bien en la actualidad el carácter sonoro de
la “x” se conforma a partir de rasgos muy particulares, según Jiménez Patón, en su Epítome de la
ortografía latina y castellana (1611), la “x” podía sustituir la “g”, como, por ejemplo, en /dexado/,
cuyo sonido de se corresponde con la “g” en Gil o Gerónimo. En el caso de la “s” en ‘estremo’, esta
venía a reemplazar gráficamente a la “x” o bien a la fricativa /ʃ/ e incluso la “z”, producto de ciertas
configuraciones articulatorias preestablecidas para aquel entonces. (Roque Gil, 20 de junio del
2017)
De esta forma, las variaciones en los rasgos fonéticos que se mantienen en constante
evolución a partir de este período, continúan materializandose en obras como La Celestina de
Fernando de Rojas, al evidenciarse el uso de expresiones como e: “El silencio escuda e suele
encubrir (…)” de Rojas, F. pág.11. Para el siglo XV la fricativa palatal sonora /y/ aparece
como conjunción, lo que ocasiona un cambio en el timbre vocálico.
Son diversas las variaciones fonéticas que suceden a lo largo de la obra, como ocurrirá más
adelante: “A quien mucho habla sin mucho sentir, como hormiga que dexa de yr, (…)” de
Rojas, F. pág. 11
Lo mismo se manifiesta en Don Quijote de la Mancha en la pronunciación Quixote,
pues es a partir del siglo XV, durante el reajuste de las consonantes sibilantes, cuando se
inicia la velarización de /š/ por la moderna j /x/ representada por la x. Este cambio de lugar de
articulación se extiende progresivamente a finales del siglo XVI y se hizo normal hacia la mitad
del siglo XVII. Debido al cambio en la pronunciación en el siglo XVIII y principios del
XIX, se comenzará a observar cómo se pasa de x /ʃ/ a j /x/.
En Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos
los oficios y estados del mundo, obra filosófica de mayor importancia de Francisco de
Quevedo, se aprecia como el autor vacila entre el uso del fonema consonántico labial sonoro
/v/ y el fonema vocálico de apertura mínima /u/. Aunque estos dos fonemas se encuentren en
una pugna lingüística que le otorga variedad a la forma, será a partir del siglo XVI cuando
finalmente se consolide el uso de prestigio del fonema consonántico /u/ incentivado desde 1492
por Antonio de Nebrija, en su esfuerzo por defender la necesidad de distinguir a un fonema del
otro.
(Sofía Mogollón, 13 de junio de 2017)
En el sur de España ocurrió un fenómeno muy diferente a los que se dieron en la lengua
estándar; este consistió en confundir las fricativas apicoalveolares (sorda y sonora: /s/ y /z/) y
las fricativas dentoalveolares. La expansión de este suceso puede situarse en los reinos de
Sevilla y Córdoba y en Canarias y América. Este fenómeno se ve reflejado ya desde los textos
del siglo XV, en los que “ss” y “s” son sustituidos, en algunas ocasiones, por “ç” y “z”
respectivamente. Los estudiosos de la época nombraron este cambio en el decir de la gente
como çeçeo, que vendría a designar el abuso de la letra “ç”; y el zezeo, el abuso de la letra “z”.
El sistema medieval castellano con sus dos pares de sibilantes estaba caracterizado por el
carácter apical de las fricativas sonoras sordas y el predorsal de las africadas sonoras sordas. Al
perderse la oclusión de africada sonora [ŝ] surgió una oposición mínima entre articulaciones
apicales y predorsales, que era de difícil soporte por la proximidad tanto articulatoria como de
timbre; es decir, en este trayecto de cambios en el uso de las palabras con estas determinantes
se empezaba a anular la oposición de sonoridad en las mismas; todo este fenómeno llegó a un
punto donde no se distinguía fácilmente la caracterización de cada una sin que existiese
confusión sobre qué determinase su existencia, hasta que observaciones sobre el mismo dieron
con la aparición de este fenómeno ahora estudiado como ceceo y zezeo. (Yosmel Araujo, 18 de
junio de 2017)
Rasgos morfológicos
En cuanto al plano morfológico, la variaciòn de gènero en los sustantivos no era exactamente como
la de hoy. Algunas soluciones que hoy han desaparecido (o persisten como arcaísmos) están
vigentes en el siglo XVII: la puente, la estambre, los doce tribus, que aparece en el Quijote. Los
diminutivos más frecuentes eran, por este orden: -illo, -ico e -ito. En el siglo XVI el sufijo -ico era
forma cortesana, pero en el XVII aumentó el prestigio de -ito e -ico ganó rusticidad y evocación
dialectal, lo que explica que en el Quijote se use para caracterizar el habla rústica. En el adjetivo era
general la vacilación de la apócope de grande, primero, tercero, etc. El superlativo -ísimo se
generaliza en el siglo XVI, aunque a principios del XVII debió de sentirse como forma no
patrimonial, porque Cervantes lo aplica a sustantivos con fines humorísticos. En la morfología
verbal, destaca la sustitución de las antiguas formas de la primera persona del presente de indicativo
y todas las del subjuntivo de caer, traer y oír (cayo, trayo, oyo) por las formas con infijo velar /-ig/:
caigo, caig, etc, a lo largo del siglo XVI y primera mitad del XVII. También alternan todavía
hemos/habemos (o avemos). Hasta el primer cuarto del XVII debió de estar favorecida por la
posibilidad del uso transitivo de haber, que pedía la forma plena (avemos esperanza), mientras que
la forma acortada era una manifestación icónica más eficaz de su empleo como auxiliar (hemos
cantado). En los ùltimos años del siglo XVII se alcanza la regularidad actual.( Génesis Herrera, 12
de junio de 2017).
En el siglo XVI, también era común el uso del pronombre personal vosotros, en lugar de la forma
moderna nosotros. El elemento gramatical vos se mantiene durante este siglo para referirse a la
segunda persona, y cuando no se refiere a un sujeto, sino a un complemento se utiliza la variación
os. En Don Quijote de la Mancha, se emplea el vos como una fórmula de respeto, lo que se
considera como un arcaísmo que buscaba imitar al lenguaje caballeresco de la época. Sin embargo,
se cree que para finales del siglo XV, ya se había generalizado el pronombre tú para tratar a un
interlocutor con confianza, por ejemplo, don Quijote tutea a Sancho. También se utilizaba vuestra
merced como una muestra de respeto. Normalmente, Sancho se dirige a don Quijote de esa manera.
Además, se mantuvo el protocolario vuestra majestad para referirse a la nobleza. (Dámaris Pérez,
13 de junio de 2017)
También era bastante común, el uso de la forma del pronombre interrogativo do, el cual emplea
Garcilaso en muchos de sus sonetos: “¿Dó la columna que el dorado techo con presunción graciosa
sostenía?” (De la Vega, 2003: 08). A el dó se le agregó las grafías “d” y “e”, produciéndose así una
paragoge; por otro lado, también era constante el uso de eufonias que probablemente sean un
recurso poético, para hacer de la obra algo más estético, esto se ve en los cantos de San Juan de la
Cruz en Llama de amor y vida, en la cual hay varias unidades léxicas que se juntan para darles una
sonoridad más agradable, como es el caso de deste, en donde se suprime el segmento vocálico
abierto (e) de la preposicion, para evitar una pausa entre esta y el posterior pronombre demostrativo
(este), en cuyo comienzo está el mismo sonido (e). (Sorianny Cavadías, 11 de julio de 2017)
Otro rasgo morfológico, bastante notorio, en Don Quijote De La Mancha es el empleo del No y del
Non que se usa de forma alternativa. Este adverbio de negación proviene del latín en el cual se
usaba Ne y Non. Ambas formas coexistían teniendo usos gramaticales distintos. Sin embargo, con el
paso del tiempo el uso del Ne fue suplantado por el Non haciendo de este el único que se empleaba.
Se puede observar que esta evolución continúa, la forma del Non empieza a cambiar. Ocurre una
elipsis de la consonante sonora nasal alveolar final quedando como resultado el No. En la obra de
Cervantes se puede observar que están presentes ambas formas. Como estudian los autores Jesús
Moreno Bernal y Horjacada Bautista en su ensayo Sobre la forma del No y el Non en el español
medieval: "La convivencia de dos formas para el adverbio de negación en español medieval estada
en consonancia con la situación que encontramos en otras lenguas románicas aunque, como
veremos, no hay evidencia de que su distribución obedeciera a factores de iń dole gramatical."
(Moreno Bernal, J. Y Horjacada, B. S.F pág 346). Lo mismo ocurre con el Quijote. Pareciera que el
empleo del Non se da exclusivamente en las intervenciones de Don Quijote, mientras que, el
narrador emplea la forma No. Se podría explicar este fenómeno lingüístico con la hipótesis de que
Cervantes pudiera emplear apropósito el Non en las intervenciones de Don Quijote como un
arcaísmo. Lo cierto es que aún en Don Quijote de la Mancha ambas formas del adverbio de
negación están presentes. (Alba Freitas 14 de junio del 2017).
Los arcaísmos dentro de la obra de Cervantes son un tema que da para expandir un trabajo único en
donde la temática solo oscile en él, y más si nos enfocamos en la morfología. En este caso, los
verbos y sus formas etimológicas con referente a la evolución del castellano dentro del Quijote, en
comparación con los que utilizamos en la actualidad, son poseedores de la forma medieval del latín.
En el siglo de oro muchos de los verbos trabajan una –d- en lugar de una –t-. Esto se debe en la
mayoría de las veces a una evolución poco acelerada etimológica en las formas de la tercera
desinencia del latín. Un ejemplo de esto es el cambio en donde la segunda persona del plural, en los
tiempos verbale,s teniendo una -t-, evoluciona en el castellano del medioevo a una –d-. Esto se
evidencia dentro del Quijote con verbos como: alcanzáredes, érades, estuviésedes, fuérades,
habíades, pudiéredes, quisiéredes, quisiésedes, tardáredes, veríades y volviéredes. Pero este
fenómeno de la –d- no se estanca solo con una resolución etimológica de verbos sencillos ya que
dentro de la obra también es posible encontrar coyunturas de una –d- dentro de verbos imperativos
como en andá, que pasa a utilizarse como andad. (Selene Martínez 14 de junio del 2017)
En el siglo de Oro Español, el empleo de morfemas diminutivos como: ICO, -ILLO, -ITO, es muy
frecuente, sin embargo el morfema que se emplea con mayor variedad en los textos o documentos
de este siglo, es el diminutivo ILLO. En el caso de Juan de la Cruz los emplea en su obra Cántico
Espiritual; específicamente en la estrofa número treinta y dos:
“Escóndete, Carillo,
Y mira con tu haz a las montañas,
Y no quieras decillo;
Más mira las compañas
De la que va por ínsulas extrañas”
Para la (DRAE) este elemento tiene un valor diminutivo y afectivo aunque no todos los sustantivos
que tengan esta terminación son diminutivos propiamente por ejemplo: organillo con relación a
órgano. También suele tener variaciones o toma formas como: -ecillo, -ececillo, -cillo. Ejemplo:
Quesillo. Además de esto permite la desvalorización de los morfemas a los cuales se aplica
(Rebeca Di Napoli, 14 de Junio del 2017)
En referencia al uso de los adjetivos, se ve como algo normal y frecuente que varios de ellos
se contraigan o reduzcan al anteponerse a un sustantivo, lo cual se observa de forma contraria
durante los escritos del Siglo de Oro. El Quijote de Cervantes no es una excepción a esta
particularidad. De esta manera, la forma del adjetivo grande, colocado antes del sustantivo, es muy
frecuente: grande tropel, grande hombre, grande escrutinio. Otro ejemplo sería con el numeral
“primero”: primero conde, primero trance, primero movimiento. Siguiendo la misma línea, aún se
documentan en el Quijote algunos demostrativos que se usaban en la Edad Media y desaparecieron
después. La forma del demostrativo se refuerza añadiendo en cabeza un derivado de la partícula
latina accu, como lo hacía el demostrativo de tercera persona: accu ille > aquel. Sin embargo, así
como en este caso el refuerzo servía para diferenciar el pronombre de tercera persona “él” del
demostrativo “aquel”, en los demostrativos el refuerzo no era necesario y no es extraño que
desapareciera: aqueste, aquesta, aquestos, aquesos, aquesa. En el Quijote estas formas son escasas,
por lo que cuando aparecen caracterizan el lenguaje desusado y están en retracción frente a las
formas que han llegado hasta nuestros días: este, esta, estos, esos, esa. (Zeyka Lovera, 17 de Junio
2017).
Los textos de los siglos XVI y XVII se caracterizaron por la gran cantidad de
divergencias con respecto al castellano actual, tanto en la manera fonológica como
gramatical. Un ejemplo de este español, es el sucedido en las grandes obras del Siglo de
Oro Español, en específico se puede hablar de Don Quijote de la Mancha de Miguel de
Cervantes. En esta obra, se encuentran diversos rasgos morfológicos, entre ellos puede
notarse el uso repetido y constante de las conjunciones “que”, “y”, “si”. También, en esta
obra ya no existen algunas conjunciones medievales, pero aparecen conjunciones que hoy
en día están en desuso y además, se encuentran conjunciones actuales pero con funciones
distintas que estaban en concordancia con su época. Estas tres conjunciones eran muy
propias del coloquio español de la época puede verse reflejado constantemente y a veces,
de manera innecesaria en esta obra. La conjunción “que” se usaba como una manera de
darle claridad a lo que se estaba diciendo, también podía actuar en una oración de manera
final, causal o consecutiva, un ejemplo de ello: “que tan tristemente se quejaba, Don Quijote
creyó, sin duda que aquel era el marqués de Mantua.” (V, p. 50, Cervantes). Además el uso de la
conjunción “que” también era utilizado de forma interrogativa: “me preguntó que qué buscaba”. La
conjunción “y” podía servir como copulativa, adversativa o servía para puntualizar o para
señalar varios aspectos a la misma vez: “Había el arriero concertado con ella que aquella noche
se refocilarían juntos, y ella le había dado palabra de que, en estando sosegados los huéspedes y
durmiendo sus amos, le iría a buscar y satisfacerle el gusto en cuanto le mandase.” (XVI, p. 72,
Cervantes). Por último la conjunción “si”, era frecuentemente utilizada como una interrogativa
indirecta, y esta le daba mayor claridad a lo que se decía: “Este caballero quiere saber si ciertas
cosas que le pasaron en una cueva llamada de Montesinos, si fueron falsas, o verdaderas”
Existen también en Don Quijote de la Mancha, muchas otras conjunciones que hoy en día
no presentan el mismo funcionamiento en el castellano, ejemplo de ello son las
conjunciones subordinantes causales, concesivas y temporales como: “ca”, “pues”,
“porque”, “puesto que”, “puesto caso”, “donde no”, “de modo como”, “tal que”, “después
acá”, “no bien”, “luego que”, “entonces cuando”, “entre tanto que”. Por tanto, puede
entenderse como la utilización de estas diversas conjunciones en el español antiguo no se
usaban de la misma manera como en el castellano actual, ya que tenían diferentes
connotaciones y funciones, y se empleaban en contextos propios de la época a diferencia a
como se utilizan hoy en día. (Gabriela Márquez)
En cuanto a los rasgos morfológicos dentro del Quijote, encontramos usos de ciertos
adverbios, pronombres o adjetivos indefinidos que presentan un cambio en su uso actual.
Algunos de los usos más destacados son: Sendo un adjetivo poco frecuente que es usado en
sentido distributivo normativo “uno cada uno” por ejemplo “sendos paternostres y sendas
avemarías”. Otro muy curioso es el uso de persona como sinónimo de nadie, según el
Centro virtual Cervantes dentro de la obra del Quijote se define a persona como “Indefinido
de escaso uso, común a varias lenguas románicas” un ejemplo de esto es cuando se narra:
“una noche salieron del lugar sin que persona los viese”. Otro cambio morfológico se da
en la palabra Quienquiera, que aparece sustantivada dentro de la obra, esta palabra será
sustituida en el castellano actual por “Cualquiera”. Estos cambios morfológicos dentro del
Quijote nos hacen pensar en cómo usamos las palabras dentro de la lengua y cómo las
mismas cambian y evolucionan. (Julio López).
Rasgos gramaticales
Cuando pasamos a observar los elementos gramaticales presentes en Don Quijote, nos percatamos
de que siguen existiendo remanentes de la influencia italiana, y aún más atrás, latina, de ciertas
formas contraídas como lo es -della-, que vendría a ser la forma contraída de la preposición -de- y la
forma pronominal -ella-. Estas aparecen como formas que no han terminado de dar el paso de ser
separadas gramaticalmente para luego ser consideradas como dos clasificaciones gramaticales
diferenciadas, por lo que figura dentro del texto como un mismo elemento gramatical que pasaría a
funcionar como una forma preposicional. No obstante, a diferencia de esta forma contraída que hoy
en día se encuentra extinta en nuestro escribir, estaría presente en el texto en conjunto con las
formas preposicionales y pronominales -de- y -él-, respectivamente, contraídas y en pleno uso hoy
en día en nada alejada de su herencia italiana. Así pues vemos que en el desarrollo de Don Quijote
aparecen expresiones como “El resto della concluían sayo de verlate [...]” (p. 15) al mismo tiempo
que construcciones de este tipo: “primero de todos los rocines del mundo” (p.19). (Yeremi
Meléndez, 15 de junio de 2017).
El leísmo y el laísmo: El uso del complemento indirecto le, que sirve tanto para el
masculino como para el femenino, como complemento directo masculino de persona , le en
lugar de lo, aparece en castellano desde los siglos XVI y XVII. Este se encuentra muy
arraigado en la corte española de estos siglos y además es muy frecuente en el Quijote. Esto
demuestra que tanto el “le” como el “la” podían ser usuales en el habla española. Sin
embargo cabe mencionar esta cualidad tan interesante de la obra, ya que los leísmos no solo
son propensos a hacer referencia a las personas o entes de personas “Abrazáronse con él y
por fuerza le volvieron al lecho” (VII). Sino que en la obra también pueden hacer referencia
a animales u objetos “no hallaba el aposento donde le había dejado” (VII). Esta cualidad
también puede ser observada en animales. También podemos ver el . El uso del
complemento directo femenino de persona la, en vez del complemento indirecto le, cuando
tiene un referente femenino. Aunque choche en el español actual, no parece ser un
problema encontrar estos laísmos en la obra de Cervantes como por ejemplo: “el cielo me
la dio de gracia” (XIV) o “¿por qué la ha de perder… con todas sus fuerzas e industrias
procura que la pierda?” Cualquiera de estos casos, ya sea Laísmo o leísmo son una muestra
de que en el español los restos de los casos latinos conservados en los pronombres tienen
menos importancia en la conciencia de los hablantes que la diferenciación de los géneros.
El laísmo se marca como un complemento directo y su referente es femenino. De igual
modo ocurre en el caso de que sea leísmo, su referente será masculino. Por lo tanto delimita
los géneros. (Andrea Infante, 16 de junio de 2017)
En el siglo XVII ocurre una transformación en el tratamiento del lenguaje, el cual evidencia
la lengua literaria de la centuria. Partiendo de las obras de don Luis de Góngora y Miguel
de Cervantes se presentan ciertas particularidades gramaticales.
En la poesía del Siglo de Oro el uso del acusativo griego tiene en Góngora forma de un
participio y luego un adjetivo. En la poesía de este período predomina la anteposición del
adjetivo frente al sustantivo. Por ejemplo en la Fábula de Polifemo y Galatea se presenta
esta característica.
De esta manera Góngora logra enfatizar la propiedad del sustantivo. Otra particularidad se
encuentra en Don Quijote, en donde el manejo del adjetivo plural castellano sendos, sendas
trae su origen de singulos, singulas, terminaciones masculinas y femeninas del acusativo
del adjetivo plural latino singuli, singulae, singula. La significación de estas palabras según
su etimología y el uso corresponde a: tantos por tanto, uno por cada uno, el suyo o con el
suyo. Esto se explica el siguiente ejemplo: Alzando el uno de la cola del rucio y el otro la
“
de Rocinante, les pusieron y encajaron sendos manojos de aliagas. (Don Quijote, capítulo
” 61
LXI). Sin embargo, algunos especialistas consideran que el alcance de estas palabras es la
misma que el actual: grande, muy grande. (Stephanie De Sousa).
Rasgos léxico-semánticos
Gracias a la importante producción literaria que se dio durante el siglo XVI en lengua española, este
idioma comenzó a expandir (y a obtener) un léxico propio y característico. Dicha expansión estuvo
intervenida por la influencia que recibía el español en su relación con otras lenguas como el latín, el
italiano, el francés o el portugués. El español, en su desarrollo evolutivo natural, no se limitó a
realizar préstamos de otras lenguas, sino que valiéndose de distintos mecanismos orgánicos como la
derivación y la composición, empezó a configurar gran cantidad de neologismos propios. Al ser
esto un proceso natural de las lenguas, no concluye en ningún punto, por lo que durante el siglo
XVII con la obra de Cervantes, aún puede apreciarse la participación de cultismos, préstamos o
neologismos en el léxico del español antiguo. Es el caso de palabras como “celada”, cuya raíz
proviene del latín caelāta donde significa “[yelmo] cincelado”, pero que al ser adoptadas y
modificadas a nivel morfolingüístico, reciben también (en muchos casos) otro significado. De
acuerdo con el DLE, la palabra “celada” responde a una “Pieza de la armadura antigua que cubría y
protegía la cabeza, generalmente provista de una visera movible delante de la cara.”; pieza a la que
muy probablemente se refería Cervantes (p. 22). De modo que, al español apropiarse de esta
palabra, la transformó en una nueva perteneciente a su léxico típico. (Eliana Díaz, 16 de junio de
2017).
A través de los múltiples mecanismos que se valió el español para crear y formular distintos
significados, es muy común en la obra de Cervantes la creación de neologismos a través de los
sufijos. Por ejemplo, a través del sufijo –ero, agrega la palabra “ventero”. Según el DEL tiene como
significado “Persona que tiene a su cuidado y cargo una venta para hospedaje de los pasajeros.”
Este significado coincide de manera muy notoria con lo que se refería Cervantes. Sin embargo, en
otro contexto podría ser tomado como un adjetivo. También agrega la palabra “coplero” de copla,
“estampero” de estampa, “figurero” de figura. Del sufijo –era agrega “randera” de randa, ventrera
de vientre. También podemos notar que del sufijo –ería agrega “escudería” de escudero,
“socarronería” de socarrón y “villanería” de villano. (Damelis Villarreal, 16 de junio de 2017)
La obra de Cervantes es un núcleo donde se estructuran muchas maneras del lenguaje, donde la
forma y el contenido se entrelazan para crear y funcionar dentro de los parámetros de la voluntad
del autor. Este defiende un ideal lingüístico planteado en el prólogo al Quijote de 1605, donde
establece que la obra se forma en una lengua “menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda
erudición y doctrina”. Cervantes es crítico ante la instauración de un lenguaje artificioso,
aristocrático, que busca categorizar a la lengua bajo sus preceptos de belleza, de pomposidad y
alevosía. En cambio, presenta una escritura arraigada al habla, al lenguaje oral, tomando las
características de cada estatus social y creando su representación mediante la lengua. Realiza en los
personajes de Sancho, los cabreros, el ventero y de Teresa Panza una serie de prevaricaciones
idiomáticas que consisten en la transfiguración de algún sonido o sílaba que se habían generalizado
en el habla culta, como por ejemplo: fócil (dócil), cris (eclipse), estil (estéril), revuelto (resuelto),
etc. En la obra estas caracterizaciones o transfiguraciones de la lengua culta y establecida
funcionan como una parodia de la misma, partiendo de la formación del habla popular y trastocando
sus bases sintácticas y morfológicas. De igual manera y con mayor ahínco en la comicidad de la
expresión se introduce un uso indiscriminado e incesante del refranero, admitiendo al mismo como
representante del saber popular: “No, sino hacéos miel y paparos han moscas; tanto vales cuanto
tienes, decía una mi agüela; y del hombre arraigado no te verás vengado” (II, 43). El refrán posee
una importante funcionalidad dentro de la caracterización semántica del lenguaje en la obra ya que
representa las bases de un saber específico que se expresa mediante la lengua y su utilización en el
contexto popular de la época. (José Miguel Ferrer, 21 de Junio del 2017).
Aspectos léxicos del español del Siglo de Oro en la obra de Garcilaso de la Vega.
CONCLUSIONES
Es necesario que la lengua cambie para que pueda seguir funcionando como tal, para que
pueda satisfacer las nuevas necesidades que la sociedad plantea, pues de no ser así, se
produciría un rompimiento en las relaciones sociolingüísticas y los hombres no podrían
comunicarse entre sí. La lengua tiene carácter social, por lo que no pueden concebirse unas
condiciones sociales cambiantes y una lengua inmóvil, porque esto provocaría un
rompimiento de las relaciones entre ambas, con la consiguiente pérdida de la función
comunicativa de la lengua.
La lengua no debe ser entendida como algo hecho, terminado, sino como un continuo
“hacer”, como algo cambiante. Se manifiesta principalmente esto, a través de las nuevas
creaciones: formación de vocablos o sintagmas para designar nuevos conceptos o nuevos
objetos, creaciones del lenguaje administrativo, cultismos nuevos de los lenguajes técnicos.
También deben incluirse aquí la aparición de palabras o sintagmas por razones emocionales
o expresivas. El lenguaje se usa, y cambia, ya sea en el aspecto fonético, en las categorías
gramaticales o en la significación de las palabras. (Lorena Hernández, 19 de Junio del
2017)