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V. Inclusión ética y sexual, sus dimensiones pedagógicas.

12. La Dimensión Ética. Pedagogía de los Valores.


Cada materia que se enseña tiene un objetivo en torno a un valor: intelectual, físico,
artístico, etc. Pero el objetivo primordial de la escuela son estos valores que afectan a la
persona toda: “Ser una buena persona”. El educando que quiere realizarse
integralmente tiene que optar libremente por los valores, asumirlos y encarnarlos
en su obrar para su realización como persona total.
El gran objetivo de la educación es quizás que el educando aprenda a ser
siempre él mismo mediante el esfuerzo incesante y generoso de las opciones
libres orientado por los valores para ser una persona plena, ciudadano
comprometido y profesional responsable.
Vivimos tiempos de un total relativismo ético, en los que se impone el pragmatismo
de la moral acomodaticia del todo vale. El valor y el antivalor se confunden. Cada uno
decide lo que es bueno y lo que es malo. El fin justicia los medios. La eficacia en la
productividad y la ganancia se convierten en el criterio definitivo de bondad. Lo que es
eficaz es necesario; lo que se puede hacer, se debe hacer.
En este contexto, la formación de la dimensión ética debe garantizar las
competencias necesarias para que los educandos sean capaces de analizar
éticamente los acontecimientos y sucesos, conozcan los valores esenciales y
afiancen sus vidas sobre ellos.
Competencias para que puedan responsabilizarse de sí mismos y contribuir
con su conducta a la gestación de un mundo mejor.
Competencias para superar el relativismo ético imperante que les posibiliten
juicios apropiados y la autorregulación de sí mismos. Competencias para rechazar los
antivalores (egoísmo, intolerancia, racismo, violencia, opresión, injusticia…) que
siembran la discordia e impiden un mundo de justicia y verdadera paz. Competencias
para enjuiciar y superar el sistema económico excluyente y promover una
economía justa y solidaria que tenga como objetivo esencial el desarrollo de la
persona, de todas las personas, y no el mercado.
Para desarrollar la dimensión ética y lograr estas competencias, se requiere de una
auténtica pedagogía de los valores.
La pedagogía de los valores exige, en primer lugar, la clarificación colectiva por
parte de los miembros de la comunidad educativa de aquellos valores que
consideran esenciales. En segundo lugar, el compromiso de educadores y
miembros de la familia de esforzarse por vivir dichos valores. La pedagogía de los
valores debe integrar el pensar, el sentir y el actuar. Los principios éticos no sólo
deben ser enunciados, sino personalizados como principios de vida.
La pedagogía de los valores exige que cada educador asuma que es
fundamentalmente maestro de humanidad, formador de personas. Los educandos no
sólo aprenden de sus educadores, sino que aprenden a sus educadores, pues si bien
uno explica lo que sabe o cree saber, uno enseña lo que es, y esto no tanto por lo que
decimos o proclamamos, sino por lo que hacemos y somos.
La pedagogía de los valores implica que coincida el currículo explícito con el
currículo oculto. Si buscamos y pretendemos alumnos respetuosos, solidarios,
cooperadores…, el ejercicio educativo debe ser respetuoso, solidario, cooperativo…De
ahí que el énfasis educativo no puede estar en educar para, sino en educar en:
educar en el respeto, la solidaridad, la cooperación, en breve, en los valores que
aspiramos conseguir. Lo que hacemos no puede contradecir lo que pretendemos. No

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lograremos alumnos cooperativos y solidarios, por mucho que proclamemos que es


nuestro objetivo, sino siendo nosotros, los educadores, cooperativos y solidarios.
De ahí la necesidad de concebir y estructurar los centros educativos como
comunidades de vida, de participación, de diálogo, trabajo y aprendizaje compartido, de
tolerancia, respeto, honestidad y responsabilidad.
Comunidades educativas en las que se aprenden los valores porque se viven,
porque se participa, se construyen cooperativamente alternativas a los problemas
individuales y sociales, se fomenta la iniciativa, se toleran las diferencias, se integran las
diferentes visiones y propuestas, se respira un aire que alimenta la honestidad, la
gratuidad, el servicio, la cooperación, la solidaridad. Se trata, en definitiva, de estructurar
nuestros centros educativos como pequeños microcosmos de la sociedad transformada
que buscamos.

13. La Dimensión de la libertad. La responsabilidad libre frente a los valores.


Bergson afirmó "la libertad es un hecho y entre los hechos que se comprueban es
el más evidente" (BERGSON H., "Essai sur les données ¡mmediates de la conscience",
Paris, 1936, p. 169.) es una experiencia fundamental de nuestra existencia humana.
Estamos en constantes decisiones, vivimos decidiendo, estamos condenados a
decidir. A veces el tener que elegir nos atormenta. Por eso, tenemos la experiencia de
ser libres: nos enfrentamos constantemente a nuevas decisiones, en las cuales
tenemos que optar por esta o aquella acción, por este o aquel valor que nos sale al paso
reclamando una respuesta. Cuando decidimos algo, lo hacemos con la convicción de
que podríamos decidir algo distinto.

La persona es un ser único, irrepetible, dado de interioridad autoconciencia y libertad,


y destinado a la comunión; es decir, es un sujeto que existe corporalmente con otros
en el mundo, para realizarse con ellos en la historia, personal y comunitariamente,
responsablemente libremente frente a los valores, frenee a las demás personas.

"El hecho de que sea enteramente un sujeto de derechos desde la cuna, incluso
desde el seno materno, no debe hacernos olvidar que cada uno de nosotros debe
siempre llegar a ser él mismo mediante el esfuerzo incesante y generoso de las
opciones libres" (JERPHAGNON L, "Qué es la persona humana", Barcelona, 1969, pp.
126-127.)
El fundamento lo sintetiza Rahner: "El hombre es persona que consciente y
libremente se posee. Por tanto, está objetivamente referido a sí mismo, y por ello no tiene
ontológicamente carácter de medio, sino de fin; posee, no obstante, una orientación
hacia personas, no ya hacia cosas (que más bien están orientadas hacia personas). Por
todo ello le compete un valor absoluto y, por tanto, una dignidad absoluta" (RAHNER K.,
"Dignidad y libertad del hombre", Escritos Teológicos, II, Madrid, 1962, p. 256.).

La persona dotado de libertad y con ella cada uno tiene que ir creando un "estilo
de vida" original, único, tiene que "optar por una forma determinada de conducta
en función de lo que pretenda realizar con su vida" (LÓPEZ AZPÍTARTE E., "Diez
ideas claves para una pastoral de la ética cristiana", en rev. Sai Terrae, Julio-
agosto de 1988, n9 7/8, p. 492.).

En el tema de la libertad ocupa un lugar de privilegio los valores éticos. Esto no


perfecciona al hombre en un solo sector de su personalidad, haciendo de él un buen
artista, un buen técnico, un buen deportista, etc., sino que lo afectan globalmente,

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haciendo de él un "hombre bueno o malo". Los valores morales, sin forzar la libertad,
se imponen al sujeto desde dentro y provocan la experiencia de la obligación.
Así como los valores estéticos despiertan la admiración, de modo semejante el
hombre ante los valores morales, ante el bien o el mal ético, siente la obligación de
cumplirlo o evitarlo, si quiere realizarse como persona. Así, pues, los valores morales,
que la razón va descubriendo, señalan el cauce por donde ha de orientarse la libertad
para que el hombre consiga lo que debe ser.
El supremo valor es la persona, "por mucho que valga un hombre, nunca tendrá
valor más alto que el de ser hombre", ha escrito Antonio Machado.

14. La Dimensión sexual. El valor del sexo.


Cuando hablamos de hombre hacemos referencia al varón y a la mujer. En hombre
ser-en-sí es varón o mujer. Cada uno con características corporales y psicológicas
distintas.
Con respecto a esto debemos tener en cuenta lo siguiente:
a. Tener en cuenta la finalidad inscrita en la misma naturaleza biológica. La facultad
sexual exige alteridad y complementariedad de sexos.
b. Sobre todo se ha de tener presente que la sexualidad pertenece a persona
destinada a realizarse en una relación interpersonal.
Éticamente, entendiendo al sexo como valor debe considerar que como el cuerpo
humano, penetrado de subjetividad, goza de la misma dignidad de la persona, en la
relación sexual no debe ser manipulado, tratado como objeto. Los objetos se
utilizan, los sujetos se aman. Usar al otro, dominarlo, gozar de él sin amarlo, es
egoísmo y frena el desarrollo recíproco de la personalidad.
Hay que aprender a amar dándose al otro, pero sin poseerlo.
Es importante considerar que:
a. La sexualidad humana es un lenguaje de amor y tiene que atenerse a las reglas
de juego del lenguaje: si no expresa el amor se convierte en una mentira trágica.
b. La sexualidad no es un asunto que se agota entre dos personas; tiene una
innegable dimensión social e implica un compromiso con la sociedad. "También
los 'otros' cuentan en el momento de pensar sobre la regulación ética del
comportamiento sexual" (VIDAL M., "Familia y valores éticos", Madrid, 1986, p.
106.).
c. Los condicionamientos socio-económico-políticos influyen decisivamente en el
ejercicio de una sana sexualidad.

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Bibliografía:
1. Fundamentos antropológicos para una educación inclusiva, Jorge Luis Prioretti
2. Colección programa internacional de formación de educadores populares, La
educación popular y su pedagogía – Federación internacional Fe y Alegría.

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