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Soledad Quereilhac Capítulo 3 +tesis

Mesmerismo y su persistencia en el tiempo

El mesmerismo es un ejemplo significativo del problema de la seudociencia y de la labilidad de


los límites. Si bien la legitimidad del mesmerismo fue tempranamente rebatida como teoría
científica ello no impidió que siguiera teniendo adeptos en el siglo XIX ni que se establecieran
descubrimientos sobre la base de sus principios, descubrimientos que fueron convalidados por
la comunidad científica.

La trascendencia de la teoría de Mesmer como episodio casi paradigmático de lo


pseudocientífico no se debió en principio a su original contenido, sino al particular derrotero
de su recepción y a las diversas apropiaciones que otros sujetos realizaron de ella, incluso cien
años después de su surgimiento, sobre todo cuando comenzaron a proliferar en Europa las
sociedades de magnetismo.

La extravagancia que tiene el mesmerismo para nosotros no justifica el descuido en el que han
incurrido los historiadores, ya que el mesmerismo se correspondía perfectamente con los
intereses de los franceses instruidos de la década 1780. La ciencia había cautivado a los
contemporáneos de Mesmer al revelarles que estaban rodeados de maravillosas fuerzas
invisibles: la gravedad de Newton, hecha inteligible por Voltaire (Voltaire escribió en su Ensayo
sobre la Poesía épica y el gusto de los pueblos (1727) “Sir Isacac Newton paseando en sus
jardines tuvo la primera idea de su sistema de gravedad tras ver caer una manzana en un
árbol”. Más tarde, en sus Cartas Filosóficas (1733-34)escribió nuevamente refiriéndose a
Newton “Estando retirado en 1666 en el campo cerca de Cambridge, un día que paseaba por el
jardía y vio unas frutas caerse del árbol, se abandonó a una meditación profunda sobre este
fenómeno de la gravedad); la electricidad de Franklin, popularizada por la moda de los
pararrayos y por las manifestaciones en los liceos y museos de París; los gases milagrosos de
los Charlières y Montgolfiéres que asombró a Europa levantando al hombre en el aire por la
primera vez en 1783. El fluido invisible de Mesmer no parecía más milagroso. ¿Quién podía
decir que era menos real que el flogisto, que Lavoisier estaba intentando desterrar del
universo, o el calórico con el que el mismo Lavoisier intentaba sustituirlo, o el éter, el "calor
animal", las "moléculas orgánicas" y otros poderes que se encontraban habitando los tratados
tan respetables de científicos del siglo XVIII como Bailly, Buffon, Euler, La Place, y Macquer.
Los franceses podían leer descripciones de fluidos muy parecidos a los de Mesmer en los
artículos "Fuego" y "Electricidad" de la Encyclopédie. Si ellos deseaban inspiración de una
autoridad aún mayor, podían leer la descripción de Newton de un "espíritu más sutil que
impregna y se esconde en todos los cuerpos brutos" (que causa la gravedad) en el último
párrafo fantástico de sus Principia (edición de 1713) o en las consultas posteriores de su
Óptica. [Texto de Schaffer: Antonie Servan defensor y colega de Mesmer escribió en 1780
acerca de “la bella conjetura que Newton desarrolló sobre sobre la existencia de un fluido
activo universal que era responsable del fuego, la electricidad y los sentimientos humanos” ]

(Robert Darnton (1968), Mesmerism and the end of the Enlightenment in France, Harvard
University Press).
Simon Schaffer Filosofía natural y el espectáculo público en el siglo XVIII (1983)

p. 2 La relación con el público es importante a la hora de comprender el proyecto de la filosofía


natural. La noción de producción científica en tanto actuación de cara al público.

La filosofía natural se sitúa ella misma en la tarea de producir poderes activos dramáticos y
maravillosos a través de la manipulación de la materia pasiva e inerte. Si el filósofo natural
podía producir esos poderes esto era evidencia de la inmanencia del poder divino en el mundo
natural.

Esta importancia de la relación con el público le debe mucho a la trilogía que forman los
poderes activos de la materia, la estética de lo bello y lo sublime, y la epistemología de la
experiencia controlada.

El amor por lo maravilloso apareció en el seno de la filosofía natural y fue uno de sus puntos
fuertes, pero también fue una amenaza. A finales del siglo XVIII pudo exhibirse como una
amenaza contra el orden social. Era muy fácil emplear la relación con el público como recurso
contra la filosofía natural. Se les podía tildar de charlatanes, acusarlos de estar poseídos por
motivaciones viles y de embaucar a un público vulnerable.

Se les podía acusar de radicales subversivos resueltos a socavar la autoridad establecida y de


apelar a públicos hasta ahora excluidos de la nación política. Podían poner en entre dicho los
monopolios eclesiásticos y médicos sobre la curación de las almas y los cuerpos y hasta
competir con ellos.

Estos modelos alternativos de saber derivados de la sistemática de la historia natural y que


incluían concepciones diferentes a la hora de gestionar la naturaleza pudieron emerger como
rivales y como medios de control.

[p. 174, versión español: el repertorio de las maravillas disponibles gracias a los filósofos
naturales fue en aumento a lo largo del siglo; por su parte los artistas reaccionaron dándole
publicidad y explotando esos efectos. Suelen citarse los cuadros de Joseph Wright en ese
sentido. La moda de las grutas también incorporaba la reproducción de los espectáculos. …
Philip James de Loutherbourg diseñó una serie de decorados escénicos que eran réplica de los
espectáculos propuestos por la filosofía natural incluido el Eudophusikon con luces de colores
intensos que mostraban las maravillas de la naturaleza a al público del teatro Drury Lane. La
comercialización del ocio característica del período halló abundantes lugares para su puesta en
escena como los del clavecín de colores que exhibió Castel en Soho Squart en 1756. El
atractivo de la práctica de la exhibición logró cuajar en la cultura empresarial que se desarrolló
a lo largo del siglo XVIII.]

p. 175 la electricidad desempeñó el papel fundamental dentro de este complejo de


exhibiciones públicas.
Para comprender los repetidos resurgimientos y reelaboraciones del mesmerismo en el siglo
XIX, es importante recordar que Mesmer, desde el primer momento, consideró
vehementemente a su teoría como “una contribución al estudio científico serio de la física y la
medicina de su tiempo”, y esto significaba que la concebía dentro de los paradigmas de la
“ciencia mecánica” del siglo XVIII. El magnetismo animal surgía, para su creador, en el marco
de “la teoría mecanicista de los fluidos, del tipo tan altamente valorado por los físicos del siglo
XVIII como un medio de explicar fenómenos como la electricidad, el calor y el magnetismo
mineral”.

La primera manifestación oficial de descrédito del mesmerismo se produjo en 1784, cuando


Mesmer ya había instalado su residencia y su consultorio en París. El propio rey Luis XVI
nombró dos comisiones que fueron integradas por miembros de la Sociedad Real de Medicina,
de la Facultad de Medicina y de la Academia de Ciencias; entre ellos se hallaba Antoine–
Laurent Lavoisier, considerado el padre de la química moderna, Benjamin Franklin, en ese
momento embajador norteamericano, y el astrónomo Jean–Sylvain Bailly.

Si bien existían sobrados motivos de interés político para que el mesmerismo fuera censurado
–como argumenta el historiador Robert Darnton–, es cierto también que ambas comisiones se
apoyaron en criterios legítimamente científicos para desacreditar el magnetismo animal, entre
ellos nada menos que encontrar “el desprecio por la ley de causalidad”, “el desprecio por la
diferencia entre hechos e hipótesis” y “el desprecio por lo que se llama adecuación empírica”
(Wolters, op. cit., p. 153). (Cfr. Pérez–Rincón, Héctor (1998), “Las técnicas de actuación: del
magnetismo al hipnotismo”, en El teatro de las histéricas. De cómo Charcot descubrió, entre
otras cosas, que también había histéricos, México, Fondo de Cultura Económica; Robert
Darnton (1968), Mesmerism and the end of the Enlightenment in France, Harvard University
Press).

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