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BIBLIA, LECTURA POR LOS LAICOS DE LA

Wenceslao Calvo (09-08-2012)

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Evangélica Pueblo Nuevo

BIBLIA, LECTURA POR LOS LAICOS DE LA

La Iglesia antigua
La Edad Media
La Iglesia católica desde la Reforma
Acción por el concilio de Trento
Normas de varios papas
Normas y prácticas en diferentes países
Concilio Vaticano II
La Iglesia griega
Las iglesias evangélicas

La Iglesia antigua
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Naturaleza muerta con Biblia, por Vincent
van Gogh (1885). Rijksmuseum
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Naturaleza muerta con Biblia, por Vincent van Gogh (1885).


Rijksmuseum
Es indudable que en tiempos apostólicos el Antiguo Testamento era comúnmente leído (Juan 5:47; Hechos
8:28; 17:11; 2 Timoteo 3:15). Los católicos admiten que esta lectura no estaba restringida en los primeros
siglos, a pesar de su abuso por los gnósticos y otros herejes. Al contrario, la lectura de la Escritura se
recomendaba (Justino Mártir, xliv; Jerónimo, Adv. libros Rufini, i, 9) y Pánfilo, el amigo de Eusebio, tenía
copias de la Escritura para proporcionarlas a quienes las querían. Crisóstomo dio considerable importancia a
la lectura de la Escritura por parte del laicado y denunció el error de que se permitiera sólo a monjes y
sacerdotes (De Lazaro concio, iii; Hom. ii in Matt.). Insistió que toda la Biblia fuera accesible, o al menos el
Nuevo Testamento (Hom. ix in Col.). También las mujeres, que estaban siempre en casa, leían
diligentemente la Biblia (Hom. xxxv sobre Gen. xii). Jerónimo recomendó la lectura y estudio de las
Escrituras por parte de las mujeres (Epist., cxxviii, 3; Epist., lxxix, 9). Agustín consideró las traducciones de
la Biblia un medio para propagar la palabra de Dios entre las naciones (De doctr. christ., ii, 5); Gregorio
Magno recomendó la lectura de la Biblia sin ninguna limitación (Hom. iii in Ezek.).
La Edad Media

Debido a la falta de cultura entre los pueblos germano y romano, no hubo ningún pensamiento durante largo
tiempo de restringir el acceso a la Biblia. Las traducciones de los libros bíblicos al alemán comenzaron sólo
en el periodo carolingio y no iban originalmente destinadas al laicado. No obstante, el pueblo estaba deseoso
de tener el servicio divino y las lecturas bíblicas en la lengua vernácula. Juan VIII en 880 permitió, tras la
lectura del evangelio en latín, que hubiera una traducción al eslavo; pero Gregorio VII, en una carta al duque
Vratislav de Bohemia en 1080 caracterizó la costumbre como poco sabia, atrevida y prohibida (Epist., vii,
11; P. Jaffé, BRG, ii, 392 y sgg.). Se trataba de una prohibición formal, no de la lectura bíblica en general
sino del servicio divino en la lengua vernácula.
Con la aparición, en los siglos XII y XIII, de los albigenses y valdenses, que apelaban a la Biblia en todas
sus disputas con la Iglesia, la jerarquía encontró una razón para limitar la palabra de Dios. El sínodo de
Toulouse en 1229 prohibió al laicado tener en su posesión cualquier copia de los libros del Antiguo y Nuevo
Testamento salvo el Salterio y otras porciones contenidas en el breviario o las horas de la bienaventurada
María. "Debemos prohibir estrictamente esas obras en la lengua vulgar" (Harduin, Concilia, xii, 178; Mansi,
Concilia, xxiii, 194). El sínodo de Tarragona (1234) ordenó que todas las versiones vernáculas fueran
llevadas al obispo para ser quemadas. Jaime I renovó la decisión del sínodo de Tarragona en 1276. El sínodo
celebrado allí en 1317 bajo el arzobispo Jiménez prohibió a begardos, beguinas y terciarios de los
franciscanos la posesión de libros teológicos en lengua vernácula (Mansi, Concilia, xxv, 627). La orden de
Jaime I la renovaron reyes posteriores, siendo confirmada por Pablo II (1464-71). Fernando e Isabel (1474-
1516) prohibieron la traducción de la Biblia al castellano o la posesión de tales traducciones (F. H. Reusch,
Index der verbotenen Bücher, i, Bonn, 1883, 44).

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Wyclif lee su traducción de la Biblia ante Juan de Gante


En Inglaterra la traducción de Wyclif provocó la resolución aprobada por el tercer sínodo de Oxford (1408):
"Nadie, por tanto, acometerá por su propia autoridad traducir ningún texto de la Escritura al inglés y ninguna
parte de tal libro o tratado compuesta en el tiempo de John Wyclif o posterior será leída en público o en
privado, bajo pena de excomunión" (Hefele, Conciliengeschichte, vi, 984). Pero Sir Thomas More señala
que él había visto antiguas Biblias que eran examinadas por el obispo y puestas en manos de buenos
católicos laicos (Blunt, Reformation of the Church of England, 4ª edición, Londres, 1878, i, 505). En
Alemania Carlos IV publicó en 1369 un edicto para cuatro inquisidores contra la traducción y lectura de la
Escritura en lengua alemana. El edicto surgió a raíz de las actividades de begardos y beguinas. En 1485 y
1486, Bertoldo, arzobispo de Maguncia, publicó un edicto contra la impresión de libros religiosos en
alemán, esgrimiendo entre otras razones la singular de que la lengua alemana no estaba adaptada para
trasmitir correctamente ideas religiosas y por tanto quedaban profanadas. El edicto de Bertoldo tuvo alguna
influencia, pero no pudo impedir la diseminación y publicación de nuevas ediciones de la Biblia. Los líderes
de la Iglesia a veces recomendaron al laicado la lectura de la Biblia y la Iglesia guardó silencio oficialmente
mientras esos esfuerzos no se convirtieran en abusos.
La Iglesia católica desde la Reforma

La traducción de Lutero de la Biblia y su propagación no pudo sino influir en la Iglesia católica. El


humanismo, por medio de hombres como Erasmo, defendió la lectura de la Biblia y la necesidad de hacerla
accesible mediante traducciones; pero se creía que la traducción de Lutero debía sustituirse por una
preparada en interés de la Iglesia católica. Tales ediciones fueron la de Emser de 1527 y la Biblia Dietenberg
de 1534. La Iglesia católica calladamente toleró esas traducciones.
Acción por el concilio de Trento.
Finalmente el concilio de Trento se ocupó del asunto y en su cuarta sesión (18 de abril de 1546) adoptó el
Decretum de editione et usu librorum sacrorum, que promulgaba lo siguiente: "Este concilio ordena y
decreta que las Sagradas Escrituras, especialmente la ya mencionada edición antigua y vulgata, se impriman
de la manera más correcta posible y que no será legal para nadie imprimir o hacer imprimir ningún libro
sobre materias sagradas sin el nombre del autor o en el futuro venderlos o incluso poseerlos, a menos que
hayan sido primero examinados y aprobados por el ordinario." Cuando surgió la cuestión de la traducción de
la Biblia a la lengua vernácula, el obispo Acqui del Piamonte y el cardenal Pacheco defendieron su
prohibición. El cardenal Madruzzi se opuso firmemente, afirmando que "no son las traducciones sino los
profesores de hebreo y griego la causa de la confusión en Alemania; una prohibición causaría la peor
impresión en Alemania." Al no llegarse a un acuerdo, el concilio designó una comisión para informar al papa
, quien daría una decisión autoritativa.

Normas de varios papas.


El primer Índice publicado por un papa (Pablo IV), en 1559, prohibió bajo el título de Biblia prohibita varias
ediciones latinas así como la publicación y posesión de traducciones de la Biblia en alemán, francés,
español, italiano, inglés y holandés, sin el permiso de la Inquisición romana (Reusch, ut sup., i, 264). En
1584 Pío IV publicó el Índice preparado por la comisión ya mencionada. Se establecieron 10 reglas, de las
cuales la cuarta dice: "Ya que es manifiesto por la experiencia que si la Santa Biblia, traducida a la lengua
vulgar, es indiscriminadamente permitida a todos, la imprudencia de los hombres originará más mal que
bien, por lo que, en este punto, se remite al juicio de los obispos e inquisidores, quienes pueden, por el
consejo del sacerdote o confesor, permitir la lectura de la Biblia traducida a la lengua vulgar por autores
católicos a aquellas personas cuya fe y piedad puede aumentar y no ser perjudicada y este permiso se ha de
efectuar por escrito. Pero si alguien tiene la presunción de leerla o poseerla sin tal permiso, no recibirá la
absolución hasta que primero haya entregado tal Biblia al ordinario." Las regulaciones para los vendedores
vienen a continuación y luego: "Los regulares no leerán ni comprarán tales Biblias sin licencia especial de
sus superiores." Sixto V instituyó en 1590 veintidós nuevas reglas por las diez de Pío IV. Clemente VIII
abolió en 1596 las reglas de Sixto, pero añadió una "observación" a la cuarta regla dada anteriormente, que
particularmente restauraba el mandato de Pablo IV. El derecho de los obispos, que la regla cuarta implica,
queda abolido por la "observación" y el obispo puede otorgar una dispensa sólo cuando está especialmente
autorizado por el papa y la Inquisición (Reusch, ut sup., i, 333). Benedicto XIV amplió, en 1777, la regla
cuarta de este modo: "Si tales versiones de la Biblia en la lengua vernácula quedan aprobadas por la sede
apostólica o son editadas con anotaciones derivadas de los santos Padres de la Iglesia o de hombres
entendidos y católicos, son permitidas." Esta modificación de la cuarta regla fue abolida por Gregorio XVI
en conformidad con una recomendación de la Congregación del Índice, el 7 de enero de 1836, "que llama la
atención al hecho de que según el decreto de 1757 se han de permitir sólo versiones tales en lengua
vernácula que estén aprobadas por la sede apostólica o editadas con anotaciones", pero insistía en todos
aquellos particulares mandados por la norma cuarta del Índice y posteriormente por Clemente VIII (Reusch,
ut sup., ii, 852).

Normas y prácticas en diferentes países.


En Inglaterra la lectura de la Biblia se hizo depender, por Enrique VIII (1530), del permiso de los superiores.
La versión de Tyndale, impresa antes de 1535, fue prohibida. En 1534 la convocación de Canterbury aprobó
una resolución solicitando al rey la Biblia traducida y que se permitiera su lectura. En cada iglesia y para
beneficio de los fieles se puso una copia en folio de la traducción de Coverdale, siendo sujetada con una
cadena. En España el inquisidor general Valdés publicó en 1551 el Índice de Lovaina de 1550, que prohibía
"las Biblias (Nuevo y Antiguo Testamento) en español u otra lengua vernácula" (Reusch, ut sup., i, 133).
Esta prohibición quedó abolida en 1778. El Índice de Lisboa de 1824 en Portugal prohibía citar cualquier
pasaje de la Biblia en portugués. En Italia a los miembros de la orden jesuita se les permitió en 1596 usar
una traducción católica italiana de las lecturas del evangelio. En Francia la Sorbona declaró, el 26 de agosto
de 1525, que debía estimarse peligrosa una traducción francesa de la Biblia o de libros aislados bajo las
condiciones entonces presentes; las versiones existentes debían ser antes suprimidas que toleradas. Al año
siguiente, 1526, se prohibió la traducción de toda la Biblia, pero se permitió la traducción de libros aislados
con anotaciones apropiadas. Los Índices de la Sorbona, que por edicto real eran vinculantes, tras 1524
contienen la declaración: "Cuán peligroso es permitir la lectura de la Biblia en la lengua vernácula a la gente
no cultivada y a aquellos que no son de disposición piadosa o humilde (de los cuales hay muchos en nuestros
tiempos) se puede apreciar por los valdenses, albigenses y pobres de Lión, quienes han caído en el error y
han llevado a muchos a la misma condición. Considerando la naturaleza de los hombres, debe contemplarse
en el presente la traducción de la Biblia a la lengua vernácula como peligrosa y perniciosa" (Reusch, ut sup.,
i, 151). El surgimiento del jansenismo en el siglo XVII y especialmente la aparición, bajo su estímulo, del
Nuevo Testamento de Quesnel con reflexiones morales bajo cada versículo (Le Nouveau Testament en
françois avec des reflexions moroles sur chaque vers, París, 1699), cuyo propósito era expresamente
popularizar la lectura de la Biblia, originó la renovación, con creciente rigor, de las normas ya citadas. Los
jesuitas lograron que Clemente XI publicara la famosa bula Unigenitus, 8 de septiembre de 1713, en la que
condenaba siete proposiciones en la obra de Quesnel que defendían la lectura de la Biblia por los laicos (cf.
H. J. D. Denzinger, Enchiridion, Würzburgo, 1854, 287). En los Países Bajos, Neercassel, obispo de
Emmerich, publicó en 1677 (en latín) y 1680 (en francés) un tratado en el que calificaba la cuarta norma del
Índice tridentino obsoleta y recomendaba la lectura diligente de la Biblia. En Bélgica en 1570 la venta sin
licencia de la Biblia en la lengua vernácula quedó estrictamente prohibida, pero continuó usándose la Biblia
de Amberes. En Polonia la Biblia fue traducida y a veces publicada. En Alemania los decretos papales no
pudieron ser llevados a cabo y la lectura de la Biblia no sólo no fue prohibida, sino aprobada y alabada.
Billuart hacia 1570, citado por Van Ess, señala, "en Francia, Alemania y Holanda la Biblia es leída por todos
sin distinción." En el siglo XIX el clero tomó gran interés en la obra de las Sociedades Bíblicas. De este
modo Leander van Ess actuó como agente de la Sociedad Bíblica Británica para la Alemania católica y la
Sociedad publicó el Nuevo Testamento de Van Ess, que fue puesto en el Índice en 1821. EL príncipe-obispo
de Breslau, Sedlnitzki, que posteriormente se uniría a la Iglesia evangélica, estuvo también interesado en
hacer circular la Biblia. Ya que las Sociedades Bíblicas generalmente difundían las traducciones de herejes,
el papa León XII (5 de mayo de 1824), Pío VIII (25 de mayo de 1829), Gregorio XVI (15 de agosto de 1840;
8 de mayo de 1844) y Pío IX (9 de noviembre de 1846; 8 de diciembre de 1949), publicaron encíclicas
contra las Sociedades Bíblicas. En el Sílabo de 1864 "el socialismo, comunismo, sociedades secretas... y
Sociedades Bíblicas" quedan en la misma categoría. En cuanto a los efectos de los decretos papales hay una
diferencia de opinión dentro de la Iglesia católica. En teoría la reprobación de Gregorio XVI sin duda existe,
pero en la práctica se ignora.

Concilio Vaticano II.


Sin embargo un cambio se produjo en el concilio Vaticano II, concretamente en el documento titulado
Constitución dogmática sobre la divina revelación, en el que se anima a todos los católicos a leer la Biblia:
"El Santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles, especialmente los religiosos, la lectura
asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo (Filipenses 3:8), «pues desconocer
la Escritura es desconocer a Cristo»."

La Iglesia griega

La Iglesia griega no impuso una restricción sobre el uso de la Biblia como la Iglesia católica. Sin embargo,
el sínodo de Jerusalén de 1672 respondió a la primera de las cuatro cuestiones: "Si la Sagrada Escritura
puede ser leída por todos los cristianos" en negativo. Nicolás I de Rusia abolió en 1826 la Sociedad Bíblica
fundada por Alejandro I para la propagación de la Biblia en ruso.

Las iglesias evangélicas


Joven puritana leyendo la Biblia mientras hila

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Joven puritana leyendo la Biblia mientras hila


Lutero procuró que la Biblia estuviera disponible para todos y su versión sirvió para tal propósito. El
principio de que todo cristiano evangélico está en la libertad de leer la Biblia permaneció incontrovertido,
aunque Semler (De antiquo ecclesiæ statu commentatio, 37, 60, 68) afirmó que los escritos sagrados,
especialmente las epístolas apostólicas, no estaban destinadas al uso del pueblo y las congregaciones; que en
la antigua Iglesia no existió ningún uso universal de la Biblia y que a los catecúmenos especialmente sí les
estaba prohibido usar la Biblia. Los compendios bíblicos para propósitos especiales y círculos separados
también entraron en uso en la Iglesia evangélica. Veit Dietrich publicó en 1541 su Summarium del Antiguo y
Nuevo Testamento y los soldados de Cromwell llevaban The Soldier's Pocket Bible de 1643. La restricción
de la lectura bíblica en la Iglesia evangélica fue de importancia práctica solo en las escuelas. Por propósitos
didácticos Amos Comenius recomendó compendios y manuales especiales de la Escritura, que los escolares
usaran hasta que pudieran leer el evangelio del original. Las necesidades didácticas fueron gradualmente
satisfechas por la introducción de libros de texto de "historias bíblicas", el catecismo y colecciones de
sentencias bíblicas. De vez en cuando se ha suscitado la cuestión de si la Biblia entera o las denominadas
Biblias escolares deberían usarse en las escuelas. La principal razón aducida en favor de estas últimas es que
ciertos pasajes son objetables porque tienen que ver con relaciones sexuales. Pero esas razones no están bien
fundadas, ya que la lectura de la Biblia nunca ha sido causa de inmoralidad.

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