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Cada vez más estudios demuestran que hacer y escuchar música produce efectos
biológicos en nuestro cuerpo.
Tocar en una orquesta enseña a “ser alguien”. Ser alguien con otros y para otros.
Enseña a colaborar con otros para hacer algo hermoso y bueno.
No deja de ser curioso que la música, sin tener ningún valor aparente para la
supervivencia, forme parte de todas las culturas (David, 2000).
Puede que por eso haya gobiernos que no tienen ningún escrúpulo en aumentar el
impuesto de los productos culturales o, aún más escandaloso, haya ministros de educación
que reducen la música a una presencia marginal dentro del currículum escolar.
¿Es la música sólo un instrumento de placer? En los años 1960, el eminente antropólogo
Alan Merriam, en un esfuerzo de síntesis, desgranaba diez funciones que ésta presentaba
en varias sociedades. Aparte de la ya mencionada función de gozo estético, Merriam
señalaba, entre otras:
Disciplinas musicales
Estos dos valores que reconocemos en la música, el de poder transformar a la persona y el
de poder transformar a la sociedad, no serían, a mi entender, inherentes al material musical,
sino a la forma como éste es utilizado. Acciones transformadoras mediante la música han
existido siempre, pero también es cierto que en las últimas décadas han tomado identidad
unas disciplinas que han ido cristalizando su cuerpo teórico y práctico y que materializan y,
en algunos casos, profesionalizan, esta idea. Nos referimos a la música comunitaria, la
musicoterapia y la musicoterapia comunitaria.
Música comunitaria
La música comunitaria proviene del concepto arte comunitario, que tomó forma en el Reino
Unido durante los años 1960 en entornos de diversidad cultural y protestas antisistema.
Puede que más que como una disciplina o un movimiento organizado, haya que verla como
una manera de entender la creación artística basada en la participación ciudadana y con el
objetivo de desarrollo y mejora de la comunidad. Incluye un fuerte componente educativo
que hace que se amplíe el marco de la educación musical y formal e, incluso, lo cuestione
(Cabedo, 2014).
Musicoterapia
En el caso de la musicoterapia, sí que podemos hablar de una disciplina con entidad propia
que, sin dejar de lado su complejidad, ha tomado una forma y ha diseñado un perfil
profesional que en muchos países ha llegado al pleno reconocimiento dentro del sistema
sanitario. La World Federation of Music Therapy define la musicoterapia como el uso
profesional de la música y sus elementos como intervención en entornos cotidianos,
médicos y educativos, con individuos, grupos, familias o comunidades que buscan optimizar
su calidad de vida y mejorar su bienestar físico, social, comunicativo, emocional, cognitivo y
espiritual (2011).
La diversidad de entornos en los cuales trabajan los musicoterapeutas hace que sea difícil
imaginar un solo perfil de profesional, ya que, como disciplina que se mueve entre la música
y la terapia, entre el arte y la ciencia, diferentes enfoques y colectivos hacen que los
objetivos y las técnicas sean plurales y heterogéneas. En todo caso, dentro de esta
pluralidad, hay tres elementos esenciales para que podamos hablar de musicoterapia: que
la música tenga la función de medio terapéutico, que se produzca en una relación
profesional terapeuta-paciente y que el objetivo final sea la promoción de la salud del
usuario (Bruscia, 2014).
Musicoterapia comunitaria
No es fácil establecer los límites entre unas y otras disciplinas en el momento de entender el
papel específico de cada una de ellas en el uso de la música para la transformación
personal y social. En los tres ámbitos encontramos objetivos vinculados a la educación, al
desarrollo de las capacidades personales, a la promoción de la salud y a la cohesión social.
Afinar las características de cada una de las disciplinas requeriría una exhaustividad que no
es la intención de este artículo, pero en términos generales podemos distinguir en la música
comunitaria un enfoque más centrado en la educación, dentro de una visión amplia de ésta,
mientras que la musicoterapia y la musicoterapia comunitaria estarían más orientadas a la
promoción de la salud, desde una perspectiva centrada en el individuo, en el primer caso, y
centrada en el individuo dentro de la comunidad, en el segundo.
En cualquier caso, sea cual sea el marco, la buena noticia es que el desarrollo de estas
disciplinas rompe el estereotipo de que la música es sólo de los grandes artistas. Con ellas
devolvemos la música a su origen, la comunidad, y le permitimos que su potencial sea
semilla de desarrollo y transformación personal y social.
Bibliografía
Merriam, A. (1964) Usos y funciones de la música. En: F. Cruces (ed.) (2001) Las
culturas musicales, cap. 11. Madrid: Editorial Trotta.