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Lucía C h arún-Ille s ca,s
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UNIVERSIDAD NACIONAL FEDERICO VILLARREAL
Lucía Charún-Illescas

IJNrv¡tsrl)¡r¡ N¡,croNnl Fr.:octtco Vr Llanttnet.


Et)rt'on r¡.r- Ur'trvuttsnh ltt¡
Pata que a Na,na,
Mølu,
Martita,
Cae,
Mateo
y Ñaño
tuntor
no se les oluide el
que ttne el Río Hablador

@ LucÍa Cn¡núN-Illmc¡s
O De esta edìción:
UNlva,nslo¡o N¡croN¡r- FLlotlP¡co Vlu-¡nm,¡.
Facultad de Humanidades. Cátedra Luis Alberto Sânchez f
Eolrop¡'u- UNtvtlRStrARlÅ
Prolongación Camatâ 1 0 1 4, Lima. TeIf .: 330 -20 5 6

Drs¡ño os ponr¡o¡: Ronal Portocarrero


Culo¡oo os t otclóN: Ronal Portocarrero y Dimas Arrieta

L-usrn'rclóts os c¡nÁruut v c<¡Nrn¡c¡RÁrul -¡:


ElPení XIX, deJuan Mauricio Rugendas.
romántico del siglo
- Eragmento de <El mercado principal de Limo y grabado de
<<La lavanderar>.
- Grabado de <Casa del barrio de Abajo dei Puente>.

Primera edición español


Lima-Peru, 2001
Contenido

Cctpítulo 1...., 11

Capítttlo LL... 7c)

Capítulo III .. 4T

Capítulo IV .. 59

Capítulo V.... 75

CapíttLlo W .. 94

Capítulo WI . 109

Cctpítttlo WII r22

Capírtilo IX .. 131

CapínLlo X.... r57

CapíttLlo XL. 17r


Capítulo XII . i8i
Capítulo XIII 203

Ccrpítulo XIII 216

Glosnrio 227
I

a
cJ.-'os sucesos de esta historia van desde un trópi-
co de manglares y orquídeas que nacen en el aire, hasta el
azul frío y trensparente del Estrecl-ro de N{agallanes. Sus con-
céntricos lados se dan cita en la Ciudad de los Reyes bajo el
blasón de un escudo azul de tres coronas y una estrella ful-
glrrante sembrada en los arenales de Ia costa frente al Mar
del Sur.

En la orilla equivocadzr, cerca de los corrales del


ganado y las tielras de cultivo, )' en las faldas del cerro San
Cristóbal, surgen la.s casuchas rniserables del Arrabal de San
Lâzaro, y las agu,.rs del Rirac les repiten a Ias tsacttaras,
esos relatos que el viento pasea por los rnaizales y los cam-
pos de algodón. Suave ilega el susurro a los sembrados de
lúcumas y se mece entre los chirirnoyos y eI pacayal. Aun-
que tengan la apariencia mens'J, esâs aguas saben desbor-
darse a gritos. Durante ias crecidas del verano, enüan anas-
trando lodos al pedregal del leprosorio y se escurren con-
finclidas. tintas en sangre, por entre los cadár'eres de los
animales sacrificados en el matadero cie Malalnbo, el rincón
de ìos negros de Lima: asiento y reparo de los taytas Nlinrs.
los lt'tci¿tnos Angolas ). Nlandingas y las cofradías cle Congos
y Nlondongos. En Nlalambo, el Iìírnac se codea orondo entre
libertos. ci¡larrones y esciavos cie lnala entrada que lo escu-
chan desconfiaclos pero que, al enterarse de lo que cuenta,
tz t3

le van aprenclienclo las mañas clel liabla. Porque a veces ei ríc> giosa tmícla de los meestros europeos, en Arnérica se inven-
se I'i¿rce el remolón. Harzrganeando se cìetiene â converslr erì tó clistintos rtttnbos. Tornasón los dollinaba colrlo naclie. Las
las acequias y los charcos, al sesgo de los recovecos polvo- tìgr-uas cle sus óleos no necesitaban de la perspectiva habi-
rientos y los caliejones tornlosos Y salobles de San Lazaro' tual. Pintal-ra pocos claroscttros y, cuidando de no excederse
en relieves "ni tanto recllteco ni mariconeo cttaaâ",les añ¿r-
En la otra ribera, la clel Palacio ¿sl \ri¡¡sv y las día aclornos que le llenaban el ojo y io ponían contento de
c¿ìsonas con frontispicio de cântería lallracla, ventanales 1 reverso. En rnedio de ribetes clotados. un arcángel Gabriel
celosías con cortinones de secla, el río se insinú¿t en aclelga- tlajeado de hierro sostenía una espada iusticiera en la dere-
zzrmientos cle catrce ordenado por cañerías de arcilÌa. Unido cha. todo él su.spendido en las nubes de un cielo coior rosa
a otros ln2ìnitnti¿ìles subterráneos corre por la Calle de las serrzìno. Sobre sr,r cabellera roiiztt, volaban cuatro picaflores
Mant¿rs 1' el Calleión de Petateros, 1' bajo la Calle de los Ju- con las alas unidas por una onda de guirnaidas y rnorciis-
cìíos, el Callejón cle los Plateros, cle ios I3oclegones v de los queando en los picos un sartniento de vid.
Espacleros. cleja atrás el t¿rconeo licencioso de las turpadas en
la Calle clc los Poh,'os Azr¡ies l-i¿rsta encontrar lrt fuente de la -t\lenos mal qtre 1'a lo acabé-, se dijo acostlll-nbra-
Plaza Nlayor. Qttien se cietenga a conternPlar el borboteo, clo a pensar en voz alta. - De cómo l-ra quedaclo no se podrá
r-ro pocirá evitatse las costurnbres <Jel Río Halllacior' quejar el :rtlo porque io hice con sobr¿ìs c1e pintura. por no
habl¿rr cle las brochas rangalidas y larnpiñas como rabo de
Casi al unísono cornenzaron a taòer las seis cle la pelro carachc-rso, y' ademlts los ojos del fulano 1' la carita
tarde clescle la Catedral y las iglesias cle Santa Atla, Santo tienen su no sé qué. r'an bien, lo rnistno qr-re las plunlas de
Domingo, San Sebastián, Santa Clara, y en lo.s seis conven- las alas que harta son-iltra Ie di. corno le gLlsta al arno. que si
tos y los seis monasterios de la cir.rdad. To-m¿rsón Ballumbro- se descr-rid¿t, jír, clon Gabriel. se le va a esc¿lpar volando'
sio notó qlre en la iglesita de San Lâzaro el tiempo se alarga-
ba en campanadas nudas. Ftreron ias útltimas en repicar' Tenlinó de lirr-rpier las brochas y pasó su lrit'¿rd:r
Corno si las horas no tllvieran prisa en pasar por las casas de cansada por la choza. Su cuarto de cliez vlrras de fonclo no
balro y totolas cle Malambo. Una voz vecina rezó el Áttg"- ela Lln sitio pelado cor-no las casas de las otras gentes: r'ir'ía
Itrs. Tomasón carraspeó, se zrclaró la galganta. Lt voz pro- atiborrado de rnarcos rot()s. pltrptrrinas, ocres resecos, odres.
nunció .Anén" y Tornasón "Caraaá". En Ìa punta de la len- telas clañrdas y cachivaches cubiertos Por LIn poh'iilo prieto
gua llevaba sietnpre un caraio clesganado, dicho estírada- ccñido a cierto resplanclor de terciopelo r'ír'ido v destnelltt-
rnente y a medias cuando tenía mucho o nada qlle 2ìgregar. zaclo que f]otaba en todo el aile siguiénclolo sin cesar a don-
En esta ocasión bien pudo significar "Caraaâ ya se está po- de fi-rcra. Äpcr-iuls si poclía ciespiazarse sin iropezzrr con algún
niendo oscuro", o "Careá me cansé ya no trabajo más" o cic.spropósito desprendiclo del n'rontón de muebles deslen-
silplemente "Caraaâ con este campanario que no se pone cijeclos t' clel corclel templado a lo largo del techo. del cual
de acuerdo" penclía lrn:r chaqlteta tristona. el tocr-rt-o cle sus pantaloncs
cle recar-nbio ai lado de ¡-Ln trozo cie cecina. clos piltrafas de
Frotando el eslabón y la yesca, encendió una vela c¿rnc- fì-esca rnosqr-re'.indosc al Cesgairc. rnedia cabeza de
cle sebo y, alumbrado por su ternblorosa llama. dio ia úrìtima pllttanos pinlones )' dos ristras cie cebollin¿Ls. \' rnas trapos
pincelacla. Se retiró unos pasos, se rascó lo.s cabellos moltl- Y tablas pLrestas a secer para hacer filego o para pintarlas 1'
dos y canosos y repasó Ia imagen. El rnodo de pinttrra reli- clespués h:rcer fiego
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Habitado por la misrna porfía con que coioreaba -Y con madera de mangle, claro qr-re sí, bien gran-
lienzos y tablas, Torrasón se daba gusto tanbién en las pa- cle, carauí1. Quiero rnirar cl Ríluac a mis anchas.
redes donde las imágenes apretujaclas, delineadas a pacien-
cia de trazos cle carbón, se entrelazaban y sobreponían sin Hasta que los alarifes se rindieron y el ventanón
comienzo ni fin reconocibles. abrió ojo de rnangle, ttn tretnendo asornbro desde ia ca-
.su
sucha flarnante. No irubo pasado ni una serttana, cuando ya
-Pero a veces se boran, como que el tiernpo se las el pintol se fue a buscar a Jaci.
roba -reflexionó.
-Curnpa, por favor. achícarne esiì ventane que se
Y poclía ser cierto: desparecían. En el instante más ¡ne cuele cl chiflón, entre el aire con su frío y el río con su
insospecl-iado, ya no est¿rban. Quizás se protegían bajo algu-
convers¿r) no rne dejan donnir ni desperlat, càraa:a.
na nìanclìa de hollín o de humedacl, o se reincorporaltan al
polvillo prieto, ¡Väya Dios ¿r saberl
Jacinto À'lina 1o sopor-taba con cariño. Era uno de
los angoleños que todavía perrnanecía en aquella
escesc-rs
Si tenía clonde vivir, y si eso cra r.ivir. se lo debía a
agrupaciór-r c1e casuchas del barrio cle Pachacarnilla, a unas
Don Jacinto À4ina. Su cumpa Jaci, cor-uprdre clel alna y ca-
culcÌres cle la zona de los alllacenes de la Ciuclad de los
poral de la cofradía de los neglos de Angola. t.lna sem¿rna
Reycs. Pese a tener qlle cruzàÍ todos Ìos días ei Puente de
sin sábado. al caer la tarde se presentó con tres alarifès qr-re
Pieclra para visitar a los arnigos y seguir carnino ¿ una ha-
él no conocía y que sin embargo no quisieron cobrarle ni un
cienda aledaña. prcfirió afincar ahí. Qtre era más bueno que
real por constrnir su vivienda. Es que la fama del pintor era
Lrn pan de Dios, pronto se supo. Que su tnirada poseía po-
mis[erio surticlor de admiraciones y respetos.
cleres de encanto. También que slls ojos eran capaces cle
Don Jacinto Mina y los alarifes escogieron un te- hacer cJormir a cualquiera entre dos pesnñeos, aunque él
rreno próxirno al matadero. postrado frente a esa hiiera cJe nlrnca dorrnía nlrnca. eso es lo qr-re asegltraban bajo el agua
árboles qr-re sóIo verdecían en Malambo. Eran seis. Como no los pedregales del Río Hablador.
se conocía su apellido, los llamaban por su notnbre de pila:
palos Malambo. ¿Quién y cuánclo los piantaron allíi'Nadie io -Tzr bueno, Tomasón. uno de estos días vo)'a pe-
sabía. Y tampoco por cuírl razón o conjuro. Só1o en algunas
queñear tLl ventana -ie prontetió -laci,
tardes precisas, los ramajes de esos señores palos despedían
aquel oior dulzón con nostalgias de chancaca. Jaci apuró el \- claclo que ese clía no tenía cuanclo. Tomasón se
amarrado de la caña brava pata armar los lnuros. apremiado tlrvo (luc adecuer a ios capriciros y' rn:llgenìos del ventanal.
por Tomasón que no dejaba de clistrae¡lo. Para ello, recorcló que Ìos indios del Cercaclo tapaban las
cntradas de sus casas con piel cle llama. 1' en el forado del
rruro coÌgó el cr-terazo de br-rey que le regalaron los lnal¿tri-
-No se olvide del ventanal, cr-trnpa Mina, que io
quiero grande. fès no sabí'a por qué. Provisionalmente -pero prtr:t sietìì-
pre- 1o sostuvo con Ltnos cuantos cl¿lrtc,rs cn el marco a
Sumergiclo en la faena, Jacinto Nlina simulaba ig- rledi¿rs. Cacla vez c¡:e quer'ía l'ìoticilrrse escuchaudo las ha-
norarlo. Harto de Ia sordera de su compadre. Totnzrsón se blaclurías ciel Rilac. empuiaba su banquito de madeta. le-
trasladó a 1os ayudantes. vaniaba ci cr,rero v pegaba la oreja. al viento. Soi¡re ei pelle-
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jo tieso, que sin embargo ondeaba como bandera, ftre pin- que huyera el sol y partió cornplacida y quejosa ante lo.s
tando de a ratos un toro colorado: ¡exorcistno contra la reclamos del nuevo crío. Venancio sin saberlo, ya estrenaba
bestia de pezuñas albas y cuernos amacigados que todas su memoria con la espurna, el fango y las tsacuaras que
las noches lo embestía en sneños desde la prirnera qr.re lo bordeaban el Rímac. Creció nadando de una a oÍrà ribera.
avecinó en Malarnbol Así, como jugando, aprendió los maneios del anzuelo y de
las trampas calraroneras de acuerdo con los dictados de la
SiJaci no venía, quien se atareaba por él era Venan- negrería cunda, fraterna y avispada que poblaba Malambo.
cio. Ni bien lo advertía desde lejos, pues Venancio llegaba A los doce años y sin darse cuenta, y^ era pescador de naci-
precedido por un olor a hum¿tzo de c¿tnzrrones 1'cltngrejos rniento. Al fallecer su madre, Io único que le quedó de pa-
rebozando sus can¿rstas de pescado¡ Tornlrsón posponía la rentela conocida era Altagracia Maravillas.
pintura. Lo intrigaba ia destreza con qtre Venancio alistaba el
brasero y ensartaba los mariscos en Ltne vara ltlego de relno- Las manos de Tomasón espantaban moscas invisi-
jarlos en sosiego de ajos, rltanteca y aií, pl:la soasarlos con bles. Era su modo de pedir que lo dejaran comer en paz. Sin
candela de cisco lo exacto y suficiente, de rlodo que queda- ningún diente y con raleadas muelas, masticaba rnuy despa-
sen tan crocantes de capztrazón con-ìo jtrgosos por dentro. cio. Haciéndose al estilo de los urás ancianos, cotnía con los
ojos cenaclos, apretando los párpados para exprimirle el úl-
Venancio Martín era ulla voz alegre, como de siete timo saborcito de placer a la comida, a peser de la chácl-rara
cuartas de alto. de Venancio.

-Usted tiene la color subida. igualito que el párjaro -A esta choza le falta un cllafto. Con Jaci ya hemos
chivillo -1o aguiloneaba Tomasón aludiendo ¿r los tordos con acordado levantado de este lado, para que tengas uno para
plumaje de visos azulados. Se ufanaba de la piel renegridit pintar y el otro para dortnir. ¿Eh, Tornasón'?
de Venancio, aunqLle sentía inquina por sus cabellos roiizos
y alborotados. Y Tomasón limpiándose con Ia rnanga los labios
colorados de jugo de camarón:
-¿Acaso eso es pelo de respeto? ¡No! ¡Tintr-rración
de cucaracha es lo que es!
-¿Y por qué no agarras cuatro palos y te haces
Y mientras meneaba la cabeza, el pescador seguía una clroza para tI? Con tanto tnatorral que anda buscando
sonriendo como si no Io oyera. dueño por acâ, ¿qué te tienes que meter en mis asuntos? Ya
eres maclrco, \'¡enancio, y llevas más edad de la que tienes
Una lavandera de vientre libre parìó a Venancio porfiando en vivir soltero. ¡Nlalamaña! Déjanie esto conlo
Martín en la orilla del río. Ni bien lo hubo enjr:agado, ente- está, que tú andas necesitando rlás cuarto qlle yo, y búsca-
rró las secundinas escarbando profundo entre los pedrus- te mLrjer par¿ì qlle parezcas gente y no te \-istrs colllo es-
cos, no se las fueran I colner los peros y el hijo crezcà pantapírjaros, todo descuajeringado corniendo puro bagre
sano, sí. pero ladrón. Lo acostó en Lln envoltiio de trapos y cangrc1o norlás.
bien al fondo de un moisés, y continuó su faena fregando -Si tú quieres, familia, ya no vengo -respondía Ve-
con semilla de tarsana, que deja la ropa mejor que ntleva. nlncio sinrulrtndo enojo.
Esperó que las sábanas tuvieran tiempo cle orearse antes -;No faltaba mas!
1B
I9

-iCaraaât Moléstame con todo lo que se te aruoie


pero -Mira, que no te volveré a hacer otrzì propuesta.
sigue trayendo catnarón y cangrejo. ¿O prefieres que tranque Ia -OjaIâ.
puertâ y no te dejc'salir?'{ontemporizaba Tornasón sabiendo -Puedc¡ pedírselo a tu 2uro. Piénsalo.
que el pescador no se dejaba intimidar por nadie.
'l'omasón no le habló nunca rnás. La borró
-¿Qué te cuesta? Otro cllarto, eso es todo, un poco
más grande que éste, para que la gente admire bien ese
catre -insistía Venancio señalando la desmesura de un lecho Al igual que los otros muebles y la demasía de tras-
con cantoneras de bronce, dosel encortinado de Damasco tos y enseres con los que cohabitaba, incluidos el fiambre
que hacía juego con la colcha f'lorecida y el airosb rodapié. colgado en el cordel y las hojas de labtco, el catre provino
Ni en Pachacamilla ni en el Cercado y menos en S¿ln Lâzaro, de los tftieques que efectuaba con las vírgenes y los santos
Venancio había visto nada parecido a esa "barb¿rcoa de vi- pintaclos. Porqr-re si los clientes de sr-t amo, el marqués del
rreynas" que Tomasón protegíâ bajo un entrevero de géne- Valle Umbroso, cornpraban pinturas parà adornar capillas,
ros apolillados. quienes acudí¿n directamente a Tomasón Ítaían distintos
apremios. Precisaban ttn cuadro de Santiago 1 pÀrà que el
De ahora en adelante, soñaré blando, se ptometía s¿rnto les facilitara la ciorna de stls potros chúcaros. Un San
Tomasón todos los días desde qlre se 1o traieron, pero más Antonio, a fin de recllperar alguna cosa extraviad¿t o conse-
que la fatiga podía la costumbre: o se am¡necía cabeceando gr-rirle novio a la hija que ya ya p'àra tía. La gente pobre sabe.
sentado en su banqueta de trabajo, o sus pisadas inseguras Al rnás recalcitrante dolor de mr-telats, Io apacigtraban dos
lo conducían a las tablas de siempre y dormia acurrulcado rezos a Sann Apolonia, y con uno solo a San Jacobo de
sin acordarse del baldaquín. Sales se detiene ei allogo. Tomasón conocía todo santo y
rnilagro desde que curnplió cliez años y ftre entregado como
Cuando Gertrudis Melgarejo quiso comprárselo, To- aprendiz a Simón Rivero, pintor del monasterio iesuita del
masón carraspeó. La muier del molinero le ofreció veinte valle de Cl-rincha. Se le hacían agua los ojos recordzrndo ese
pesos. Él rniro a otro lado. Cuarenta, entonces- Nada. La oferta pueblo del sur, a cuarenta legua.s de Lima. AI-rí aprendió a
subió hasta cien. escribir. Aún de viejo, no se le trastocaban los rasgos de
ninguna ietra y sabía entrelazarlas tnejor que a potrillos para
-¿Qué me voy a hacer con tanta plata, doña Ger- fonnar los nornbres de cttanta cosa existe sobre la tierra o se
trudis? sospech:r detrás del cielo. Tampoco se olvidaba del vicio de
esos frailes. i\y caraaât A mí no me hablen de pecado nefan-
-Puedes comprar tu libertad. Ahorras, pagas tu pre-
cio y ya está. do. ¡À{ariconada, eso era, cutnpa!, ie contó aJaci Mina. Antes
-¿Y quién le ha dicho a usted que yo tengo dueño? de clue rne fueran a tnalograr yo me salr'é aplendiéndotle la
Descle que me vino este dolor dentro del ¡recho, la libertad cala cie toclos los cristos, la color de todas las vírgenes y e1
me sobra. santorel coûìpleto y si rne lo pedían les podía pintar hâsta
-¡Ay, si serás bruto! ¿Qué tal ciento eliez pesos, ah? un ángel calato y de ahí el infortunio tllvo cat:.l contrlria
Tomasón se quedó c¿llado- para rní: me arrejunté cc¡n urios cimarrones que no ib¿rn a
-Bueno, pues. De puro buena que soy, digamos ninguna parte. \¡enían. Eran nás que bastantes: r'ieios, ni-
ciento quince. ¿Me vendes el catre, o no? ños, mujeres, maltones. NIe clijeron que les irnportaba dejar
-Ni se Io vendo ni no. lo rnás lelos posible el sitio de la inmisericorclia. Cepo. azo-
z0
zl

te, suplicio. nacla má.sque eso. Ni ellos mistnos sabían si En lo alto del andamio, donde se halla encarama-
estaban escapanclo desde hacía dos ttoches, veinte años o do, Tomasón remelnora la oración del Justo Juez. De pron-
quizás cientos, pero para l1ì1 sllerte o Para rni mejor desgra- to, Io agobia una excitación repentina que quisiera no le
.ì, aquel trance que los enconll'é, el n-rmbo qr're llevaba clé alcance. Siente un mareo que intenta achacárselo a l¿r
"r,
su caninar sin haberlo proplìesto ni pensado pasaba justa- hzrmbruna, pero es dernás. Comienza a suclar, escalofríos lo
lrente por el valle del Rímac. Algtrnas de esas gentes er¿ìn sacnden, tose fèo, caraaâ. Por la gerganta se le trepa una
blancas y cle alto llegarían a este techo, otras tenían los ojos gorna blandenÉaue, demasiado caliente. Ya no necesita es-
jalaclos, ia mayoría eran negros o cobrizos, todos venían de cupirse la palma de la mano para saber que es sangre viva.
ser someticlos contra la propia voltlntad descle tiernpos de Acepta que a su existencia no Ie queda tiempo ni para
g¿ìstar los zapatones de cuero con que Ia arnbicia del rnar-
ayer y lejuras que toclavía no llegan. Les habían robado los
nombres echáncloles agua de iglesia en iit mernoria' Y sien- qués pretendió sobornarlo para qr-re redoblala slls óleos y
clo muchecinmbre, ¿cómo habían poclido desrtpercibir.se it aguafuertes.
ios perros y a los caporales cle captr-rra? La verdacl, de saber-
lo, no lo sé. ilnicarnente vi que se metían bajo la lengua tres -Pero tníts que nada, Tomasón, dado el convenio
hojas de esas habas que retoñan en la cabeza de no sé q:é que tengo con el Nuncio, ¡de una vez termina de retocar el
.uál"r pájaros y vuelven invisible a qttien sabe el apaño de rnural!
mascarlas. Al comienzo rnaliciarían de mí, no sé si unâ pro- _Lo tcal¡aré cuando lo acabe , ni atltes ni después,
bable clelación o r,rn nuevo estorbo, Porque oí disgustos en lnl ArTlO.
la oscuriclacl. No me reviraron gracizls a una doña que se -Pero cuándo, ¡por Dios!
reclamó de rni parte. -A rnás tarclzt, cualquier día de estos.
"No le creas al mieclo. tnisangre", rne diio' Convo- Sujetándose el ahna se bajó cle la plataforma. Salió
có a las hembras más viejas de la carav';ìûa y decidieron a pausas en busca de aire fresco, decidido a no pensar qué
llevarme. Ningún varón se atrevió a contrari¿rrlas' Viendo que haría con ese restito de vida. Oyendo todo al tnisrno tiempo,
yo no llevabi ni una hojita siquiera cle yerba dei campo' la gtrardó voraz eI traqlleteo de las carl'etas vespertinas, los
doña me instruyó con la Oración del Justo Juez. que no te desesperos de los gallinazos sobre los desperdicios del mer-
hará invisible pero ay'ttcla. La recé t¿ìntas veces como ias que
cado y los rurnores dei agua en la pileta de la Pl'¿za N'Iayor.
pasarnos presenticlos en cercanía por el peligro de los case-
Sobreponiénclose a los borrc¡nes que Io aturdían, observó
rio. ¡ey, caráaat. las cuarenta legr-tas del carnino se tne hicie- que uno de los negros libertos del gremio de vendeclores de
ron como ochenta.
agua se desmontaba del burro y llenaba sus botijas. ¡Eh, fa-
milia!, escuchó que el saludo del negro. lejos, se fundía en
¡Ha¡, leones (lLte Ltienelt coltlra nxil lDelenga?Ise
su oíclo.
ert sí propio, cotito tt'ti Señor JesLLCr¡to coll el Do'
ntino Deol Tres tteces les repítrt, .[Ltsto.[rtez' Olo
tenga no n1e uea. Mano -iAyé, ayé misangre! \b hace rato que ando tro-
tengû 11o ne bable. Pi tando con clecirle un pedido, sin falta de respeto al maes-
tro pintor que con sus linduras le da gusto a su alno y harta
¡Con dos le ntíro, cort t
bebo l, el corazon le parto! plata. ¿No cree usted que ya está bueno ya eso cle estar
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pintando plrro dios y santo blancoi'¿Acaso no sabe de otra -La voy a ltacer, Juanillo, lo prometo. pero ya deje
cosa? ¡Con tanto s¿tnto btteno y dios honrado qr-re en Gui-
de cargar esa agua.
nea tenemos hasta para regalarl l)esde qlle nos trajeron lt
Y casi suplicando.
estas extrañezas todos los neglos clebernos ser ttno solo. -Déjela descansar.
¿No le parece ¿ì usted qtte estarííl btteno invocztr a Eleggulr Repasó con la Lrr;nga su frente afiebrada. El reflejo
parâ que nos clé coraje y paciencia con lr-lmbre de camino,
de su cansancio en la pileta le devolvió la mirada pesarosa
y que Oggúrn nos reponga de las fuerzas frente a tanto clel aguatero perdiéndose entre las ondas, justo en el mismo
maltrato?
centro de un negronegro cada vez más profundo. No tenía
cuándo ¿cabar de desaparecer. fbrnasón aguardó hasta no
Tornasólt recr-rpetó la clariclad y lo qrledó nirando
verio rnás, aunque siempre Io haría al evocar el día cuando
caviloso.
Juanillo Alarcón le cambió el signo a su caminata.
-Yo creo que te conozco. Pero de clóncle' no sé.
-Puede cìLte sea lo natr.lr¿tl. farlilia. porqtle soy tìn Dio media rttelta y se dirigió a la residencia del
nornbre que no es el lnío. Me llarnanJuanillo Alarcón. marqr-rés. Atravesóel patio trasero, desdeñþ las rniserias de
Tomasón abrió rnírs los oios. Le persona qlle esta- su dormidero, lìizo un atado de nadas, se embolsó las bro-
ba frente a él no podía scr ia nrisrn¿r Persona que estabzt chas y pinturas ,unto con la escudilla y Ia cuchara de palo,
frente a é1. absolutamente persuadido de no regresar nunca iarnás por
-A-Jtranillo Alarcón lo mató su llttrro hace tres dílls, nad¿r de este mundo, só caraaâ.
por si no lo sabes.
El finado suspiró. Si mal no recordaba. fue el 18 de Octubre, para
San Lucas según el santoral. Aunque era primavera, el sol
-Htttnm, con razón trte parecí algo ral'o. Pero yo calent¿lba como si no lo supiera. Así brillando, es como Io
misrno no sabía lo que era. Debi vender ese burlo tnalagen- evocaba Tomasón adolorido. El jadeante tam-tam de su pe-
te y ocioso, por su culpa estoy ahora llenanclo y llenanclo la cho lo sustraio hasta otro muy lejano que llevaba meticlito
botija, porque tne quema la secl, y rnieutras más la lleno, bien aclentro, combándolo con inclernencia, alentándolo.
rnás vací¿r se qtreda. Además IaPlaztt se cae de tanta niebla, Arrancó a cafiìinar a grandes trancos. Casi--casi midiendo los
que ni sé cómo he podido distinguirlo a r-lstecl. pasos que le restaban para que La Sin Huesos le diera alcan-
-¿Niebla? ¡No me diga que es así es colno vcn los ce , cruzó el pLlente de Piedr¿r, se abandonó por las calles de
difuntosl SanLázaro y desembocó en N{alambo.
-¿'l-odosi', no se lo puedo ascgurar. Soy nr-revo de
este lado. Venancio fue el prirnero en recordarlo' Una hilacha
Sin interés en el tetna, contiuuó, tosedora. encorvada por el bulto que colgaba a sus espaldas.
-¿Cuándo nte va a pintar algútn santo qtte no sea Venía inclagando por un familia suyo. Hoy no 1o he visto,
cle la palte contraria? Nli grernio siempre quiso pedirle qr-re pelo viene siernpre, le dijo, entristecido de reconocer al pin-
nos traiese un Changó que supiera oírnos, que hablase nues- tor debajo cie esa lástirna. Y queliendo disimular su trabazón:
tro iclioma. ¿Y ciué tal si usted empieza con un¿ì btrena Ye-
rnaya, cele.stita, briiladora, eunqlre de tabla o cle cartón -¿Qué te trae verdaderamente por aquí, mitierra?
nolnási' -¿No ves qLte me estoy muriendo, caraaâ?
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24

Las piernas se le tlapc-rsean, lo resbal¿tn li¿lsta el mi ftrga, fíjense Llstedes, como si yo mismo no le hubiera
suel0 lentarnente. se acuesta esforzándose en mztutener los hecho saber dónde estoy, y le da por querer hacerme regre-
ojos cle par r:n par bajo la fronda de un palo Malarnbo' Se ser a ese cuartito de chanchos en su casa, y yo le digo bue-
cont'orte con stts fragancias y esperl. no pues denúncieme qlle no tengo nada más que perder
sino el aire que todavia tne sirve, si usted me acusa yo me
Venancio se conclucle clel pintor. Sr-tpone qr're le planto en seco y no melvo a pintarle ni el resuello de una
ha pasado algo rnuy gr¿lve con su patrón y que sin embar- plumita de ángel.
go .t"g.,tr-ente todavía no le había sucedido lo peor' Le
in- Con la mirada fiia en el lienzo, descansa los párpa-
-i., l,rt costill¿rres llacia afuera. sttrcados Por un sudor dos rugosos . La fatiga de la iornada flota ligera en el aire, se
agotable y esas cztlancas qtte lleva por piernas. tlln iargxs,
tan escuírlidas y rendidas. Se angr-tstia en aquel rostro car- posa sobre su clrerpo endeble. Tomasón la recibe doblando
comiclo. Hurga al fondo clel canastón de corvinillas, saca Ia cabeza y respirando hondo se entrega al deleite de la
un calabacín cle cañazo y le convida el consabido trago cle modorra que lo aduerme.
consuelo.
Las seis, las seis y media, oye que le dicen las cam-
Guarapcr clulce. reconocell los labios cie'Iomasón' pânas, alejándose. Las seis, las seis y media, Ie r,'uelven ¿l
El alcohol cle caña entre sorbo y sorbo le va amansando la decir. No es posible, piensa qr-re ha tenido'una sola pesta-
tos encajonacla, se Ia rntterde y Ia quenzr, de pltso Io alivia ñeada. No necesita levantar l¿ frente: abre los ojos y distin-
gr-re fango brillante. Entusiasmado, los vuelve a cerrar. No se
clel salivazo arc.liente . El pecho se le clesanuda cle a trechos y
por un mornento respira libre otra vez' Se .sece coll el dorso explica de dónde caraaâ le viene aquella hilaridad y un in-
cle la mano. Un hilillo pegajoso le tiñe los cleclos. ¡Y otra vez deciso terror lo acosa. Fantasea con las mezclas que tendría
io remuercle la promesa que le hizo al finado Jr-ranillo Alar- que h:rcer en su paleta para obtener la tonalidad exacta del
cón! fango y su pensamiento lo entretiene hasta que tolÌìa con-
ciencia de sus pies hundidos en aquel barro amarillento, dis-
Hace un año qr,re se le clisolvió ese cuchillo de nie- parejo y tibio que contempla. ¡Qué es lo que busca este
ve enquistaclo en el cuerpo. Venancio y Jaci intuyen qr:e el barrizal aquî!
rato rnenos pensaclo morirá de rnal clel pecho. aunqr-te ahora
Tornasón Ballumbrosio se anima a clisctrtirlo: Separa los pies y la color se extiende y acaba por
ceder. El pintor trata de precisar la circunstancia que lo dejó
dormido en medio de esa ciénaga y de inmediato descafta la
-Unos se lnueren ctLando qttieren, )'otros cuanclcl
lo único qr-re sé e.s qLle ni ei re1'
1o clisponen los sztntos. Yo idea de hailarse en un pantano.
clc Guinea en persona, 1'quizás ni el propio Obbatalír, me
convencerán de abandonar Nlalamllo. -¡Esto es un huayco, en[onces se salió el tio, cara-
aá! Quisiera persuadirlo su propio grito ahogado, pero la
Y siempre Pensando en voz alta: voz ronca embutida en su garÉl¿lnta y la idea del Rímac abu-
sanclo cle su dormida para arrastrarlo con los peñascos de Ia
época c-le lluvias, lo estremece tod¿vía más, mira a su alrede-
-Porque han de saber ttstedes que el rnarqués tarn-
bién me quiso ctraclrar arr,erÀzàndo con denunciar rni ftrga, dor sin conseguir orientarse y Ltna voz que no es la suya lo
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llama, no, no sueña, le esfuma el último resquicio de ador- -No me dará descanso ni después que me muera.
milamiento. Eso está descontado y no podemos cambiado. Ya te tengo
tu encarÉao.

-Tomasón, -dice algtrien zarandeándolo de los -¿Ya?-se alegra la voz del Inka.
hombros- no deberías hablar dormido, eso no es bueno, -Aquí mismito está.
porque La Czrrcancha puede meterse por la boc:r.
Se agacha en una esquina del cuafto, rerrìueve ca-
clrivaches, Ãpafia rìarcos deteriorados y luelve con un rollo
Los ojos de Tomasón lo incorporan del todo, ve un
de ho¡as de platanar en las rnanos. Lo desdobla prolijamen-
indio en rìlangas de camisa.
te. Yáwar Inka lo recibe al calor de la vela y acrecienta una
sonrlsa.
-¡Yáwar Inka!
-Tampoco es bueno dorrnir con la puerta abierta. -Con ese plano janiás te perderás -le dice Tolna-
Si no llego â taparte con mi poncho, acaso te lTle mueres. són aconfianzándolo. Conozco todos los respingos de las
iglesias corno si hubieran salido de mis dedos, eso sí, no te
Tornasón acaricia la manta de vicr-rña qr,re lo abri- olvides de quemarlo después de...
ga. En el pelaje castaño del poncho cree reconocer ondr¡la- -Primero déjame memorizarlo a gusto -nìLrrmura
ciones de ciénaga. el indio ya surnergido en la concentración del pergamino
mientras el pintor cumple con sLì rutina del anochecer azLt-
-Sácamelo de encima, que me acaba de contagiar zando el fogón y colocando encirna una mannita de barro.
una pesaclilla. Caraaá, al fín me visita Yáwar Inka en mi propio sitio. Con
-Te 1o quería dejar de regalo. No me los va a des- vani<lad y cariño, contempla de refilo el perfíl de írguila
preclar. asomando ent¡e mechones lacios, negros. El cuerpo maci-
-Aceptado queda, pero échalo por alIâ, donde no zo que si duda apenas pudo ingresar por la puerta, la im-
se me irnponga a la vista. pecable cnrnisa de blancuras bordadas, el chaleco incrusta-
do con nácares y el pantalón ceñido de grueso paño oscu-
Conforme se le va yendo el malhumor, las piernas ro. Yáwar Inka farolea un desmesurado anillo y una pesa-
le cosquillean desentulneciéndose. Entre l¡ostezos, enciende da cadena de oro con el cuerpo de un sol radiante a modo
otra vela de sebo. de medallón. Usa el título de Inka como apellido paterno y
las autoridades no se atreven a discutir la autenticidad de
-Te has dernorado en venir, Inka. sus linajes.
-No convenía que me deiatase la luz del día. ¿Cómo -¿O sea qr-re el Convento de San Franciso se co-
has estado? rnunic¿r por debajo del puente con las monjitas de Santa
-De regular para abajo. Al menos el rnarqués se ha Catalina?
resignado a dejarrne tranquilo. El molinero recoge los cua- -'fal como lo ves ahí. Los túneles de las dernás igle-
dros que le pinto y él se llena de plata igual qLre antes. sias y beaterios tampoco admiten errores en mi dibujo. Creélos.

-Enfermo como estás. es doble abuso qr-re te siga -¿Y los respiraderosi'
s¿cando provecho. -Nlarqué con un aspa los qr:e están en sen'icio.
28

El Inka pasa el índice derecho sobre el rnapa. 1b-


masón se alegra de su contento.

-¿'fe qr.redarás a comer contnigo, no? Porque el que


come solo, muere solo.
il
Y se esmera en atenderlo con los despojos clel ma-
tadero que para él son manjar: un potaie de tripas de vaca
realzadas con papas asadas y un puñado de sal.

Una emoción antiÉlua le posterga las ganas de co-


rner. Se aternura sâtisfeclìo contemplando al Inka'
g
(91 toto pintaclo se estlelreció tres veces. Sí. tre's
-¿Hace rnucho qlte nos conocemosi)
toclLres rrítidos rozaron cl enrnr-tr¿tcìo de la ventana. fblllasór-t
-Desde antes de sietnpre. Tú fuiste el primer ne-
gro que vieron rnis ojos y así nornás ha de ser. aizó apenas una esquirta del pcllejo de buey y ios vio. Un
rnulato acl¿rraclo, híbriclo de blanco y lìcgra emparent'.rdlr cor-t
-lvlira tú. ¡Y yo que creía que me estabas siguiendo
de capilla en capilla, porque te gustaban rnis pinturas! inclio, cie esos que lî genle conoce couro "tétlte--en-el ait'e",
se precavía nrirando a Llno y otro cabo cle la caliejuela, con
-Lo cual tampoco deja de ser cierto, como que debo
recuperar todas esas montañas de plata y de custodias de la manc¡ cn el hornbro de uua chic¡-rilla cle once años. Qiti-
oro y piedras preciosas. La lierra las reclama. Pach¿rmatla z/rs clocc, a lo más. Por los pantalones a rnedia 1>ierna y las
nos exige esos pagos. chaquetas cle lztna, dedujo qtte venían del campo. Y huyen-
dc¡. se dijo entremiritndoles los pies desc¿rlzos.
-Por mí, no temo Inka. Al contrario, me alegro. Si
esas riquezas habrán de ser der,r-reltas a qr-rien pefienecen,
llévaselas. EI clesconocido se afänaba alargando el ctrello' ¿Don
Tornasón estaría solo? A ella la clelatab¿l el gcsto inconfuncli-
-Eso haré, puedes estar seguro. Y antes de irme,
en deuda, una molestia rnás: ¿Todavía le das al ftrlnar? ble cle quienes no piden pcrmiso p:lra entral. Les mejillas
insinuaban dos hovueios y la boca tedoncla y entreabietta
-Ahora con más nzón.
ûlostraba un túnel en la fila sttperior de los dientes clelatlte-
-Harta hoja de tabaco y de tnamacoca voy a hacer-
te llegar, entonces. ros. Le causci gt'ircia el ademán clcl trapo colorado atnarlaclo
cn la cabeza: resbalaba por sll frellre ocultándole un ojo que
ella pugnaba por librar con Lìna mano, con la otra sujetaba
la manta qLre titr-rbeaba en sli honllro.

Totnas<in se hizc.l de lado y sin rnediar preguntas ni


s¿lnclos, ei homltre ingresó tlas de Ia niña. Esperó qlle slls
ojos io :tcostttntltrztran a los rcltrr-ubroncs del polvillo prieto,
oteó cn cada rincón y pareció tranquilizarse.
JU 31

Fntncisco Parra y eila es mi panadas de las plegarias por salvar a las ánirnas dei purga-
-\'ca usted. familia, soy'-
hija Pancha. torio y desde la ribera opuest¿r los cantos rodados les ha-
cen coros con slrs letanías. A mareaje de vaivén, monóto-
Su rlano callosa y extendicla cltrecía cle índice I'de nos padrenlrestros y meaculpas se atolondran en el lecho
meñiqtre. 'lbrrasón la retttvo y le regresó por los declo.s l¿r del ríc-¡ y una voz neÉlra corno el mediodía les responde a
mern<>ria de la corteze clel guarango, vulnet-acla por slllcos su tLrrno ¡Ayé Ayé sarnbagolé, sambagolé Ayé Ayé! y ya
cliscontinr-ros v cicatlices hasta las rntrñcclts. Los grilletcs, c'.i- reviven y se v¿ìn cantando la cañabrava y el carrizo y los
raali. E inyolunturi¿rmente recorcJ<i esas luanitas cle ntíriune- palosmalarnbo ¡Ayé Ayé sarnbagolé! y los juncos y las tsit-
cuaras despeinadas ¡Ayé! y el sueño de las cadenas eslabo-
)¡-no-lne-toqtres de los santtls cl-re rettat'.tba.
nándose al ¡Ayé Ay'é sambagolé!
-Venimos desdc- una haciencla de cl¡ras en la Sie-
y'sólo precisltt't.tcts cJe r,rn rincc¡nci-
rr2ì, ya Lrstcd se imztginirrír, Francisco Parra reafirma los rnolares en el tobillo
to hasta nrañana, cliscúlpenos. de Ia cacl-rimba y furna. Su hija se le desdibuja detenida y
ansiosa frente a los rnr-rros pintados, repasando siluetas con
-À4i sitio es cie ltstecles el tiempo qtre clr.lielelr.
r-rn dedo.
Lienri clos e.scudillas hasta el borde 1'se hizo nadie
par'¿ que ellos conrierîn serenos, en silencio. -Quizás ya se habrán borrado mañana -se dice To-
nasón en sll pensamiento y sc'despierta de un cabeceo sin
Afuera el cielo se ach¡eñaba de la noche. A lo lejos, sobresaltos.
vrÌ pregoneaban las charlpuceras \' lrÌazamorreras. Dentl'o
de unos instantcs, comenzatía el pregón qlre se oía exclusi- Del brasero en el que calentó Ia cena chisponotea
va[rente en Malamb<-r, a irt ltorer cuanclo se alransan ]as t¿t- una candelada exigua que sin embargo exaspela y atrae. Fran-
re:rs en las chacr¿rs vecinas y los peones secretean vecláncJo- cisco Parra le rehuye la mirada. Tomasón prefiere la demora
se la boc¿r con rledia rÌlano, no sea c¡-re el Rírtac le diera por cle obseruar ¿r Pancha. Siempre que se apeligra dando cobijo
infonnar lo c1r.re c.¡lèrtaban: Nlelón dtrlce, cA.serlt, nalanjiiitas, a alglrien, oye pasar desgracias peregrinas. Era la prirneravez
peros. peritos mhs ricos qLre la uiel, sanclías; en voz bairt, que veía nn cim_arrón con una niña. Las hembras sí: ellas es-
caserita. traigo de lo rneior. cómpteme tÌsted, puro fì-utos capan con sus criah,¡ras, pero guagllas, no grandecitas. A Ia
hufiaclos ¿rl clcscuido de los caporales de Lls haciendas. edad de Pancha son un lastre, caviló Tomasón contento de
quc Francisco Para hubiera asumido tal riesgo.
Tomasón Ie da voz al lampzrrín qtre lgranda la
sombra de Pencha por los mlrros y la techumble rancia. Ël -Como le dije ya, en Malambo están ustedes a sal-
polvilio prieto fi.sgonezr a la niña desde los rincones, se vo. Mi vivienda es respeto y si necesitan atr¿rvesar el puente
aco¡lide a coqLletear con sLr nat'iz. qr-re súltitamc'nte lente- hacia Lirna, yo rnismo les escribo un sa.lvoconducto como
juelea delante <Je la cloble sonrisa de asonbro cle lo.s ojos. los que hacen los amos para mandarnos de viaje.
.'Y 1'omasóni' ¡A sus anchas! Encantado y feliz de que la -Se agradece, misangre, pero sólo estamos de paso.
niña se congracie con el rnilagro hurnilcle que recubre y Una diligencia rne reclama al otro lado del río y voy a cuûì-
devela cada trapo, cada descascaro de pared, cada trasto y plirla solo. À{i Pancha se queda a su cuidado, si usted lo tiene
pintura cle santo melindroso. A las ocho clisputan las catn- a bien, y rnañana en la noche tomaremos camino al Sur.
32
))

La niña dio por terminada la conversación: hago rni rrabajo, esperanzado en los designios de Obbatalir
nom¿is. Esto que estás mirando son los otros santos qtle llle
-¿Tarnbien pinta Palabras usted? acompañan cuando duermo, niña linda. Siempre los tuvc
adentr<;. por rnás que nunca pr-rde ni soñarlos debido a qLre
Y sin clespegar los ojos de ttn arcálgel rollizo que el amo jarnás rne ha permitido dormir de un tirón.
aleteaba con los codos clesconchados junto al buey flarneaclor:
.... Este resplandor sale de nnry bondo de abaio
-En lo que demore rni tayta en volvel ¿cree que
y aún trc tiene rostro, el ntontento que lo uea-
podrá enseñarme?
mos clarito y cle.fi'ente ¡la nr.ts babrentos ido cott
-De aquí hasta qtle él regrese, hasta a volar habrás la luz. Cuando sea lo qtte tendra qtrc ser, oialcí
aprendido -le sonrió'Iomasón. y retornando a Francisco'
que yo tatnbién iluntin.e arrejttntøndo cot't. los
-¿Algún conocido en la ciudad? ancestl'os y tenga quien. nze su.eñe. l¡íada nttis eso
que me
-Ya no. En algr-rna ocasión, tuve Llna parienta pido. Las sombras no soît rwyas ni sott'¿bras. Sott
mancló llarnaq pero !ay! la tía Candeiaria se nos frte hace años
reias de pñsíot't. Ese color de blanca ILtz caliente
-¿Candelaria Lobatón'/ y dorada conto sol en lct ntaùatúla es nuestro
-La misrna. Díos Creador, Obbatala, tpte lo tienen iniusta-
-Fue de mi conocencia. Cocinabà p^ra Llnos men- ntente preso, acusado de robar un caballo. Sí
Élanos que se regresaron a Castilla y la vendieron corìo par-
setìor. lComo si en estas tienas ustnpadas con
ie cle la casa, igual que al calesero junto con los muebles.
sctl'rgre, quedctra todauía algún caballo suelto!
-Eso supe. Alguien me lo debe haber contado. Siete años enteros ba estado Obbatala encen"a-
-¿'Y entonc€s a qr.ré vas? Caminar
por Lima no es
do ett. ntedio de la porqueúø sr(ì4endo peor qtte
saluclable. La cuadrilla de la Santa Hermandad anda cazando
n.adies bambres y pencls J) ntiseria, y sabras cpe
gente sin dueño.
por ello eîx estos siete atìos el mun.do ba cantirta-
-Sé ctlidarme.
do a la deritta. Ya no había nns aguø que caer
Sentados frente a frente fumaron sin mirarse. To- del finnantento. Ertuittdados de su sombra k¡s
masón no recordaría en qué monìento la niña ie tonló la ntolles'no prosperntban. Las tsctcuarcts basta aho-
mano, en qué momento preguntó tal cosa, cuándo fue que rita se nr.ecen decapitadas a escondidas. ¿'l.ers
comenzó a encariñarse con ella para tocla la vicJa. cosechas? ¡Desasn'e! A?xtes qLLe soþcatse en csl(.r
uida. los uíos preþñatz morit'dentro de la lu-
-¿Y esto que -señalando en la pared Lìn espa-
es? rriga de nLtestras ruu.ieres. Y sin tt.iîtos, tti ttttt'
cio de luz entrecruzaclo de sombras verticales. cbacbones jugando, todo el ntttttdo sctbe qtrc ltr
-No tiene ni cara ni pies ni manos, ¿qué es? existencia se pone pdtas arñba. Obbutala stt.'ti'it'
de ntirartrcs, y nacla podíct s[no ugttr,lttittts,'
AI pintor lo indispuso ei i-iumo azulado que tosió
conlo ese respla.ndor (lue ues tú por tI4tLí. ltttsttt
en su gârganta. Se reacomodó sobre la banqr-reta y como si
contprobar su inocetrcia. l'así fue. fa ctttttttl,t
fuera el huésped, soÌicitó a la niña. Lrna tisana de tilo.
salio líbre, el mu.ndo ba Latelto a' s(r casi t()tttt)
era arttes, porqlrc Obabutula tn ttbe ,Qltttt'thtt'
-Ei día que por fin se me vaya este frío, me encon- l(rntittu
rencoî'. El no se desespertt. Nr¡ sc le l(t.f L'.
traré con gente que no veo irace tiernpo' Mientras tanto sólo
34 35

No tnuere. Obbcttala.þntas de iosictnnses ba cle -Demasiada pregunta para tus años, niña linda. Los
acabarce. Anles qtrc el Iietttpo. yn él estttt'o. -7'rrsi dioses de mi sueños son purita verdad. Lo mismo les pasa a
seguira eslando Ltasta ntucbo desptLés clelJ:inal. nuestros creadores cle Guinea, que desde qr-re los pinto nos
ù'o por gtßto. Attles qrLe lodo Jircrct. él 1'n erct visitan seguido aquí en Malambo, no se cansan de londar
r1ttíen es, cuctltdo el sol se enfriaba conrc ntenos huertas y sus pasos grandotes cavan esas charcas que andan
qtrc tnn bolitct ctsí, cl.tiqtLitita. lPobre cLtispita qtrc por la orilla del Rímac.
no calentaba ni seruía cle nirtgtLna cosctl -Cuando los vea se lo voy a creer -sonríe Pancira-.
-Yo no he tenido sueños así, -desatándose el paño colorado
Para lo qrc re seú pttrclente aueriguar, te cligo de la c¿l¡eza-. Pero, ¿yerbas? , eso sí que conozco. Muchas
que Obbatala n.os bizo cott tntct pizcct de bnrrct. yerbas. -Y solemnemente sr-r largr-rísima trenzà le va tnostran-
y soplcrndo. Jinn fr,Laa./ircta. ttos dio distatrcirts do las semillas y las astilias y las flores resecas que viajaron
de t,nron o cle bembra. Entre clientes rtotttus eÌ escondidas entre su pelo desde su fuga por las cordilleras.
soplaba. i),-r'a!, ¡lislo!, tutct ttt.leua tntLclsacl:cL ct -Bueno fanilia, así es como es mi hija. Sí usted no
tL?t tttrcLto ttutclsacbo se ecls¿tbcttt a corret'por lct la manda a dormir de una buena vez, Io amanece con su
¿,icla del ntt.ntclo charla. O sea que le advierlo y me voy con las mistnas. Has-
ta ahorita, rnisangre.
Hay que decir lo jtrsto pcn'lo ntistttc¡: qtrc lûttt-
biût. los dioses tienen stLs clebiliciade:; )'strchrttt cle Su abrazo se qr,redó preocupado en el pecho hr-re-
-fomasón.
L)ez e?7 cucntdo sLLs cattitcts a.J ait'e. De allí que ett sr-rdo de
cierla oportLnticlad Obbatala bebió abutrclctttte
cbicba. -\, cotTto la .iora del tttaíz es traicionerct Del o¡o lado de la ciudad, se iba expandiendo el
cuando se la fennertlû cott pola de loro j' le û8a- llanto remunerado de las plañideras. La señora esposa deJeró-
n'ct.cltice sin qLte te cles cuenlct. erttancesJu.e tlue nimo Cabrera Bobadilla y Mendoza, Conde de Chinchón y de-
Obbatalít se entborrcrcbó. )'cottto tc¡do bon'acbo cirìocuafto Virrey del Peír, se escurre de esta vida vertiginosa-
terulltea _y no cyúere esctlcbcn', n Obbcttctla se le mente, cocida por la fiebre de los pantanos. En Nlalarnbo, las
dio por segtrir bociendo gen.te. \'en eso qLLe sopln. beatas desveladas la escuchan en los murmurios del agr,ra.
Juaaa Jimaa!. el cña le salio colo. Al cttro que le
sopla le salio.ftLltnndo tnt brazo o tetún los o.ios Su candelejona superchería no encuentra tnejor
traspapelaclos ett la carn. A oh"c¡ se le oluido cle ffranera de ay.r-rdada que pasar la noche en vela rezando por
pegnrle tma ceja.. o lcLs ¡t.arices. Hizo oreins cle ella. Se levantan reteniendo prisa, con la sosegada afectación
tctnmtìos clifet'ettle a los ktdos cle utct ttt'istttct cre(r de quien se siente próximo a pafüciplar en una tragedia segu-
cirirt. ¡Que te cuetztc-t! Atin así sc dio licencia 1:ara ra, y se visten de luto anticipado jalándose las medias de lana
recolrccer sLL d.esatino. )'descle nbí no toleru qtrc sobre las rodillas hinchadas, adoloridas y friolentas. Sus cha-
se le.falte n los ttLllickts ni n nadie qtrc contïd¡3o pines se avienen al martirio de los juanetes. La túnica les entra
acisctryrcs cle nacùni.entct. I Iaslrt. bo-¡' se pttecle t'er. por la cabeza, se alasca sin necesidad, luego desciende a tiro-
nes ah'ededor del busto derramado a los costados de la pe-
-Pero, ¿Obbataiír se sale dei sueño cie uno. o es chera. Es el mismo sudario de género tomasolado por el uso.
dios de tocarse, así, corno este ángel o colno tú y mi papá? Casi un cedazo transparente en las axilas, tan brilloso en los
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codos como indescriptible en las asent¿rderas. Las salpicadu- los. irnprescindibies en rodo sepelio de honor, lloverán so-
ras cle guisos y fritangas, en h.tgar de irse redr-rciendo con cacla bre el férctro )¡ se extenderân al paso de la canoza tirada
lavado, reafirman aureolas pálidas que soslayan al manto. por clratro caballos.

La iglesia de San Lâzaro se ha colmado de mujeres. Frente al portón tallado del Sagrario catedralicio,
Prosternadas delante cle las filudas bancas, ernpiezan el pa- en la.esquina donde todos los días r.uelve a cornenzar su
clrenuestro y las avemarías y el gloriapatri de rigor. Tenurdas recorido quieto la madera del interminable balcón verde de
por el olor del incienso adulterado quizás por el mismo Sata- la Calle Pescadería, Jerónirno Melgarejo lecuesta su indolen-
nás, en las oraciones de los misterios gozosos se adorrnilan- cia l>ajo nnos de los pilares de la horca que las autoridades
Pierden el hilo escarmenando las ctlentas de los rosarios de han olviclado desnonrar despr,rés del ajr-rsticiamiento de hace
carey sucloso. Quieren y no qtrieren estarse ahí somnolientas pocos días. EI rnolinero tiene cara de vinagre. Hace unos
añorando contra su propia voluntad los camastros y el repe- molnentos canceló dos mr¡ltas: una por vender harina de
garse al cuerpo y a los ronquiclos ateos de stts maridos. Les trigo a precio de filibustero y orra por abusar de la pobla-
miran el nacimiento del pelo y las arrugas de la nuca. Antes ción presurniblernente lela y entristecida con las circunstan-
que ese rostro se voltee sobre la ahnohada y aqLrellos brazos cias que rodean el ¡talacio.
las alcen en vilo, se prohíben los ojos y se desinflan con un
Para Melgarejo y todos los criollos de Lima, hacer
resoplido de placer. Hacen que se hacen las dormid¿rs cuan- política con el lelna de "a rnayores problemas, mayores irn-
clo la mano cle candil que anda por el orillo de la camisola, las
puestos" no es nada rnás que una reverenda huacl-rafería y
remanga y les frota la entrepierna hasta que el bendito infier'-
nada lnenos que otro de los encaprichamientos del virrey.
no cle la carne, sin cede¡ las pane. Sobándose se acoplan al
meneo ingrávido del padre-nuestrryue--estás--en-los--cielos La rnañana cornenzó bien y comenzó rnal. El pago
y horrorizadas pero satisfechas r,rrelven al runrún de las ple- de las multas \e acarreó una pesadumbre de Jtricio Final. La
garias que claman por la salud de la virreyna. noticia buena le llegó mientras desayrnaba: la más reciente <
sublevación de indios dejó una calamidad de muerros, entre
Las calles aledañas a la PIaza Mayor amanecieron ellos el Alcalde de Potosí, quien se fue al otro mundo creyen-
más atestadas que de costumbre, aunque la bulla diaria se do que Melgarejo eta su amigo. Esa rnuerte, a é1, lo dejaba
hacía extrañar. Vivanderas y paseântes a¡¡uardan y aguar- indifelente. Lo único que, por cierto, le importa eru tropezar-
dan. Una cosa, o la otra. Tres floristas cuchichean disimula- se con algún conocido que Ie sirva de pretexto para propalar
damente para que no las vàyàrr a oír las vaharadas del Ri y enterarse de las críticas a la administración colonial.
nac. Oialâ se muera, ruegan para sus adentros, a la solnbra
de los portales de la Catedral. La reciente fatiga de sus ojeras El sol rebotaba en la ft¡ente del centro cJelaplaza,
las delata. Tampoco han dormido, sólo que no pasaron la y calra de plano sobre las cabezas de la muchedumbre par-
noche orando sino corre-que-te{orre entre las huertas que lanchina.
colorean los campos de Piedras Gordas, hasta que los parce-
leros accedieron a venderles las rosas de toda la semana. -¿Ya supiste de las asonadas en Buenos Aires?
-Pasó tal como tú nos advertiste que pasaría.
Los perfurnes de nueve costalillos repletos de flo- -¿No te lo dije? En el Cusco asesinaron a un Corre-
res, tres para cada una, serpentean, discuten con el viento gidor, y en Lima rnismo ya hay comerciantes que se niegan a
estancado desde la madmgada en la PIaza Mayor. Los péta- pagar el clratro por ciento de alcabala.
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-Y en mi opinión no les fi.J't¿ razon, porqlre no cos, con Ia voz ¿Iteracla por una stìerte de fanatismo discuti-
podernos seguir rnanteniendo los depilfarros de la Corte- blemente científico. A no ser por Ia sotana, se hubiera dicho
qlre se lrataba de otro charlatán de feria, uno de esos vende-
Melgarejo se regocija decidido a intervenir, pero su dores de grasa de culebra dizque suelda hltesos rotos. Melga-
sonrisa maligna es cofiada en seco. rejo se le acercó a contrzrpelo de su propia extrañeza: los
rniemlrros de la congregación de Ignacio de Loyola efian co-
-Ya dejó de ser mortal -clice a su lado un jesuita, nocidos por su bien juicio y sus razonamientos claros. Acabó
colocírndole ante los ojos un frasco de cristal clonde flotan cansándose de curiosear y decidió volver a su molino.
raíces y cortezas
-¿Cree usted?-le sigue la cuerda el algr-racil qr.re lo Tres días después, todas las iglesias repicaron anun-
acompaña. ciando la recuperación de la virreyna. Melgarejo tuvo que acep-
-Sí, ya esa fiebre no mata. A doña Francisca Chin- tar la virtud del brebaje del jesuita. Se lo contó a su mujer.
chón le vino el rnal desde que aconsejó al virrey subir el
precio del vino y prohibirle a las rnujeres el uso de mantos. -Es mi confesor, el padre José -se jactó doña
.Habrá ffrenos borrachos y las lirneñas aprenclerán que no es Gertrudis.
correcto que las fiìozas se cubran la cara. ¡Ni que fuéramos
moros!", dicen que dijo, aunque está claro que tampoco Venancio llegó a Malarnbo junto con las últirnas
merece monr por esa torpeza. carnpanadas. Pero el pescador traía malas noticias: en un
-Matrimonio y mortaja del cielo bajan -se entro- muladar, cerca al río habían vuelto a encontrar un difunto.
mete lvlelgarejo en la charla.
-Esto es lo que vencerá a la fiebre de la virreyna: -¿No será el padrg de la niñ'¿_qg_e !þnç_?_cq? -le -
el extracto de una planta que los indígenas llaman cascarilla. susurró a Tomasó-n-. Poique ès muy-r:aro que se haya des-
aparecido así no más.
Y abajando lavoz hasta la oreja del molinero. -Cállate, no sea que te escuche. ¿Estás segufo? -
repuso el viejo queriendo no creeede, ni a êI, ni al sofoco
-Y contiene más yerbas, natlrralmente, pero ello que lo oprimía con malos augurios.
no es conveniente decirlo por ahora. -No, pero de parecer, parece. Más de eso, no te
sabría responder.
Melgarejo bosteza
Oyó a Pancha regresando de la huerta y se apuró
-Disculpe usted padre, pero yo lìo entiendo nada detrás de Venancio.
de esas cosas.
-Yoy acâ nomás, vuelvo en un rato -dijo sin voltear,
EI cura, enìpero, le cayó en gracia, no sabía si por -Yo también voy.
su atuendo polvoriento recién llegado de los caminos, o por -No, señor. lQué rruchacha más curiosa, caraâl
algún fulgor que emparentaba sus miradas. Ya el cura se hubo
dado a parlotear con la gente apostada mâs allá. Ponderaba Y temiendo que ella lo siguiera, apretó sus pasos
su brebaje como uno de los mayores descubrirnientos médi- casi a la carfera.
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Francisco Parra estaba tendido cara a\ cielo. Hacía


tiempo ya que su espíritu volaba con los pájaros haciendo
redondelas por entre los cerros. Nazario Bliche y una mujer
muy blanca lo contemplaban desde lejos, con respeto. Junto
a él sólo estaba la gente que sabe mirar a la muerte càra a ru
cara, como si la conocieran clesde siempre. Otros que pa-
seaban conversando distraídos, por al antoio de chismosea¡
se desviaban de su ruta y sin dejar de hablar se agachaban a
vedo. Se cercioran de qtre es un rnuelto ajeno y siguen su
camino.

Los gallinazos le habían reventado los oios. Sus


cuencas no guardaban ni el recuerdo de las nr-lbes detenidas
en esa leve garua que caía sin nunca acabar de caer. Sólo su 8"h^gr^ri^Maravillas amaneció más risueña que
boca sin lengua vivía todavía haciendo rrllecas cle silencio. un guardapolvo sobre la saya florea-
Lrnas pascuas. Se puso
Abriendo y cerrando labios, una Éausanera blanca les sonrió. da y comenzó abarru la casona. Escuchó el pregón de An-
tón Cocolí, lo llarnó, cornpró una docena de huevos pero no
le siguió conversación. Nunca le interesaron los chismes del
-Cuando r.uelva otra vez, nacerâ ciego y sin pala-
bra -se condolió Tomasón. Y no encontró razón para devol- vecindario que el mtrchacho se encargaba de traer y llevar y
vérselo a la tierra. Con la ayrda de Venancio, lo atnarró a nìenos l-roy que estaba tanfeliz.Había encontrado un verda-
una piedra y lo empujó sobre los cantos rodados para que dero tesoro en el hueco del batán, allí donde se guarda el
por fin se hunda o mejor se lo lleve en sus habladr-rrías, Ia estropajo que iirnpia la piedra de rnoler.
coffiente del Rímac.
-A\canzan. Diez pesos alcanzan. Y si no, yo mis-
mo tendré que hacer otro milagro -le dijo Tornasón cuando
ella le preguntó si por esa suma pintaría un Cristo Crucifica-
do para Ia cofradía de los angoleños.

Hoy se lo pagarí.t. Sacudió el escobón con la mano


y lo fue pasando ligeramente soble el piso del despacho. Se
le dio por jugar. Llegó al zaguân balanceando el escobón
patas arriba en la pr,rnta del índice. Limpió la banca de ado-
be donde se recibía a los mendigos. Intentó levantar el bra-
zo izquierdo qr-re ie colgaba inerte, pero casi no pudo. Lo
tocó: a pesar de la hinchazón, no sintió nada. Se tranquilizó.
Ni el fín del mundo le quitaría Ia alegría de esa maiana,
pensó sin demorarse en ordenar el despacho, que casi siem-
pre estaba cerrado.
42 43

El amo prefería pasar las mañanas en ei arnplio tas donde acababa el mundo y comenzaba, junto al esterco-
salón alfombrado. Corriendo los pesados cortinajes verdezr- lero del establo, la ranchería de los esclavos. Toda esa parte
guer, trabajaba al arnparo de la luz cortada por las rejas de colindaba con la calle sajada por el cauce paralelo de una
hierro labrado que daban al patio y al jardín de azulejos acequia constantelrìente atorada por los excrementos genti-
sembrado de madreselvas, diamelas y ñorbos, o pasionarias, licios aportados desde ambas veredas, que transcurría mer-
como las llarnan lós forastcros. ced al doloso ar¡xilio de orines y I;wazas tumefactas, impre-
cisabies bajo los cornpactos nubarrones de moscas en habi-
Aunque mal conservada. seguía pareciendo una tual refriega contra otros dos ejércitos no menos furibundos
fachosa casona de dos plantas con frontispicio cle piedra, y hambrientos: ratas y cucarachas.
El antiguo propietario había mandado pintar en el dintel:
Alabado sea el Santísimo Sacramento. En la parte baja, aparte En su segunda planta, la casona era cItra. Se airea-
del salón, se abría un comedor en cuyo centro pacían re- ba en dos alcobas anchurosas, cuatro ventanales carentes de
signaclos un aparador y una mesa alargada para sol¿ìmente por qué, y un balcón enmascarado por un flagrante panpe-
tres sillas de una rnadera osclìra y taraceada con concha cle to de celosías manoseadas a la altura de los ojos fisgones.
perlas, pero ya muy maltrecha por el tiernpo. Al fondo clel
corledor, tras la puerta de servicio, venía cle inmediato la Irresistiblemente convocacJa por la charia que bro-
despens:r, y luego, siempre alerta y en orden, la cocina, taba del salón, Altagracia Nlaravillas lnetió Ia cabeza por el
clecididarnente lúgubre, asfixiacla por un techo muy balo y ángulo inferior derecho de la ventana que mejor permitía
por el solitario ventAnì-lco que había renunciado a disipar observar a su antoio sin ser vista. Ei arno estaba, para variar,
los hr.lrnore.s de potajes, conclimentaciones y el hurno de la con ese amrgo suyo.
leña.
Manuel de la Pieclra, anímicamente hablando, era
Diez peroles de cobre de diversos tamaños pen- y coiora-
rnás indeciso que sLl cuerpo. Entre nubes de rubio
dían desde una armazón de fierro, sobre la esquina donde do, entre alto y cincuentón, parecía no importarle que su
se arrumaban los troncos para el fbgón y los braseros. En el t¿lIa, a pesar del cinto, ya se le desvencijara sin trabas a
rincón del frente, Ia tinalera que fiitraba de a gotas el agua favor de unà paDza repujada, promiscua y oronda corno botija
de beber, y a su lado, los cuerpos del batirn: dos piedras, la de barro de Guadalajara. La cabellera crespa, encanecida de
pequeña, que se bambolea contra la gr:rncle y plana coloca- nreclrones mustios, io avejentaba otro tanto, acaso sin razón,
da en el suelo, conseruaba resabios de rnedialuna sua\/e, porque sll rostro de incipientes papadas onerosas todavía
pr-rlida, rnannable, resbalosa. El vercleoscuro de ambzrs pro- conservaba esa arrogancia tâcita de los criollos acaudalados.
l'enía, sin ducla ni descanso, de la infinidad de yerbas, gra- Las ancladas ojeras y el cansancio imprudente, tampoco le
nos y sustancias que les clieran trabajo. En el centlo, abusiva irnpedían anticiparse -y siempre con certeza- a los deseos
y redonda, la mesa cie alistar el contraste de caldos, guisa- de su sorprendida clientela.
dos y otras menos vasta, alejada lo suficiente para poder
planchar. Con algo de malicia. podía entreverse hacia la iz- Si se hacía caso a las hal¡ladurías del Rinac, diez
quierda. posponiendo la segunda rÌlesa, el dintel penumbro- años atrás, un anónimo De la Piedra deambulaba por las
so cle un forado como boca de mina: cruzàt esa frontera pulperías portuarias del Callao sin más equipaje que un far-
significaba entrar al callejón que condr-rcía al patio sin lose- do enrollado y tres talegos de yute.
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Nadie le.pidió que desenfardelara el rollo de los Para sorpresa y escándalo de todos, especialmente
cortes cle scda. Sólo les interesaba las presuntas piedras de de los dos aludidos, el flamante amo ni siquiera se quejó.
bezoat que raía en los talegos. El todavía desconocido De Peor, declaró l-rallarse muy contento y agradecido con la Di-
la Piedra argüía que esos endurecimientos calcáreos, a dife- vina Providencia
rencia de los que se vendían aquí y en Nueva Granada, no
habían sido extraídos de los estómagos de llamas o alpzrcas, Viéndolo bien, acaso tuviera razón. Porque las pie-
sino que provenían de bereberes ya desaparecidos. De cuan- dras de L'¡ezoar lo inauguraron en Ia profesión de los nego-
tos lo escuchaban, ni los mas badulaques limeños y cha- cios y le cayeron tan en gracia apostólica que incluso podría
lacos se tragaban la historia de los desiertos aft'icanos, ni decirse, sin faltar a la verdad, que lo bautizaron. Si bien era
aceptaban qtre aquel vendedor pobretón fuera tln criollo Ie- vox populi el desconocimiento universal que se cernía so-
gítimo y otrora que comerciara honradamente entre Câbo bre su procedencia farniliar y geogrâ|ica. ningún lirneño le
Vercle y Sevilla, tal como él reiuraba. Desconfiados por los creyó en lo más tnínitno, pero tampoco le prestó interés ni
fiascos cle la experiencia, o simple y llanalnente por si aca- le obsequió atención, y mucho menos pensó darse el traba-
so, estaban plenamente convencidos de hallarse ante un lner- jo de desenrnascararlo, cuando, de un molnento â otro, y
cachifle aventurero venido de ninguna parte, peor que Por- con carnpante natllralidad, no exenta de cierta pornpa rela-
tugués, que se llevaría el chasco de sr-r vida si se cleía que mida y solernne, empezó a presentarse como "Manuel De la
iba a engzrtusados con bezoar de guanaco, en el mejor de Piedra". o .De la Piedra,, a secas.
los casos. Pero, por esas lnotivaciones, enigmas o sinrazo-
nes, tanto los escépticos limeños como los recelosos chal- Ntagracia Maravillas vio cómo su afflo se levantaba
acos, se dispr.rtaron palmo a palmo la adquisición de lo pe- de la poltrona y se quedaba, como cazador al acecho, frente a
druscos al precio que fuera, y no por las virtudes cttrativas la estantería de los libros de cuentas. Pensó que estaba a pun-
que se les atribuía, sino porque âcrecentâban y consolida- to de volver a ser poseído por unos de esos ratos de ausencia
ban las ganas varoniles. Algo hallía que creerle al portugués. que 1o deshabitaban de improviso y que, según é1, sólo eran
¡Tanto no podía estafados! relámpagos de una fatiga de nttina, propia exclusivamente de
todo De la Piedra genuino y bien nacido.
Lo cierto es que así puso la primera piedra del
pequeño capital y al poco tiempo -sabe Dios mediante cuál -Si compro el terreno de la viud¿ Ronceros, podré
embrollo de préstarnos, ventas y réditos acumulados-, lo- sembrar trigo, que por hoy se vende al mejor precio, decía
gró adueñarse de aquella casona venida a lnenos que él Melgareje aunque, con tanto impuesto, tendría que pensar-
pretendiera convertir en hostería y qlle pasó a sus manos lo más detenidamente. Y más que nada necesitaré brazos.
junto con dos esclavos que nadie hubiera recibido ni de ¿Estarías dispuesto a vendérmelos a crédito?
regalo: Candelaria Lobatón, cocinera viejísima y coia que -Pero te doy dos años como rnáxirto parà cance-
quernaba l-rasta los caldos más ralos y Nazario Briche, cale- lárrnelos.
sero de alto riesgo. revesero centrípeto y tnaloso, y enci- -¿Y de cuándo acâ me sales con esas exigencias, si
ma, medio tnudo, parà no verse obligado a soltar la lengua se puede saber?
ni en el confesionario, por más que aquel silencio tullido -El comercio de negros, como negocio legalmente
ftiera en verdad producto de su generalizada falta de vo- llevado, amigo mío, ya no es lo que antes era. Por más que
luntad. tocJavía Io parezca.
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- Con todo respeto, se me hace dudoso creefie' falleció en el tormento, no sin antes dar los nombres de
ahora que el Bartolomé de las Casas ha salido en defens¿t cir-rco paisanos suyos, cómplices de herejía. ¿Por qué crees
de los indios ante Su Reverendísima Nlaiestad en España, que los benefactores de la Santísirna Inquisición están em-
rogánclole qlle, a cambio de sacrificar a tanto aborigen ame- pecinados en apurar la consttucción de tantas cárceles se-
ricano en los trabajos forzados, la Corona dediqr-re rníts bien cretas'i Es mejor que así sea, dalo por descontado. ¡Hay
a slrstituirlos con africanos qlle, según el caritativo De las demasiado diablo suelto caminando por las calles, Manuel,
Casas, son más fuertes y aptos pera soportar dichas penali- créeme!
clacles. En otras palabras, le ha pedido al Rey que multipli- -El verdadero rnotivo por el cual están encarce-
que sus empeños en el tráfico de esclavos y nos llene las lando a los judíos es muy otro, mi querido señor. Las auto-
arcas en América y naturalmente, tnucho más, allá, es de- ridades telnen que se hagan dueños absolutos del comer-
cir, las arcas reales suyas. en base a sacarle el jugo a la cio, comenzando por la capital del virreynato. ¿No es un
haraganería fiestera y fornicia que a los llegros les viene de secreto público acaso que envían periódicamente remesâs
ftiza. de oro contante y sonante a Manaos, Río, Buenos Aires y
-Eso n<¡ altera en nadala realiclad del negocio que Arnsterdam vía los banqueros catalanes y los andaluces?.
sigue en picada, -adirjo De la Piedra ya por completo recu- Todo este enredo de Ia complicidad àtea o como se le quiera
perado del vacío. llamar carece por cornpleto de vínculos con el tema de la
fe católica. Y no estés tan confiado, Jerónimo, porque a la
EI molinero reacomodó de inrnecliato sr-rs palabras quinta vuelta de mancuerda, o más probablemente a Ia pri-
en la acostumbrada seriedad que caracterizabalas mâtutinas merita quemazón de pies, tú y yo confesaríatnos haber sido
reuniones de negocios, que sietnpre los llevaban a transar
siempre el oráculo de los hebreos y acusaríamos de herejía
en beneficio mlltllo.
a nuestr¿rs madres, o cuaiquier barbaridad que los domini-
cos decidan ponernos en la boca con sus piadosos méto-
-Siernpre te queias de lo mismo Manr¡el. Sin em- dos.
bargo, desde que los iudíos repletan las celdas del Santo
Oficio acusados por hereies, la verdad es qtte te has librado -Bueno, yà estâ bueno. No se puede negar que no
sólo la Calle de los Judíos, también Ia de Mercaderes, estaba
de la competencia. Ese Juan Bautista, al qr-re llaman capitán,
en manos de los susodichos ahijados de Satanás. Pero natu-
era el más prestigioso traficante de esclavos qr-re ha conoci-
ralmente, no por eso están presos. Y a propósito, los indios
clo Lirna. Ahora que slls clientes han pasado a tr-t poder, su-
pongo qlre no heredarás su costlunbre de contrabandear no les van aIa zaga. No abandonan por nada sus prácticas
negros que lo hizo tan célebre. idólatras y adoran hasta ¿r las piedras del camino. No sé si te
acuerdas. Hace algunos años, en una sola noche desapare-
-El capitán Bautista no trabajaba así, al menos que
yo sepa. Los judíos son lnuy correctos a ese respecto. cieron los tesoros de fábula de las iglesias de Ia Merced,
Santo Domingo y San Francisco.
-No estés tan seguro, que rlr-tchas cosas todavía
están por destaparse. En la cárcel ya tienen a setenta y
nueve judíos presos. Herejes todos, y ahí no se delendrá el De La Piedra asiente y lvlelgarejo continúa
asunto porque continúan delatírndose entre ellos. Mira el
caso de N{encia de Luna. Sr: salud no era br,tena, y además -El padre José encuentra y encuentra wakas y más
la conciencia suci¿t debió iLrgarle una rnala pasada porque wakas sin parar. Esos cementerios que los indios llenan de
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la esperanza de compartir las ganancias de su dedicación


ofrenclas. Porque continúan enterranclo ul st-ts principales
apostólica.
clifuntos con sus alirnentos y bebidas, pero también con
sus vajillas y con estatuillas de sus dioses paganos. Yo he
Altagracia los escucha hablar de utilidades, del por-
visto algunas cle plata y arcilla, ¡tres de ellas uabajadas en
venir del reyno;-dê los fardos de seda de Ia China, de los
oro incrust¿rdo de esmeraldas! Sé que el padre José ordena
tapices de Flandes, de las espadas de la Germania y las na-
separar lo tníts valioso que descubre en esos cementel'ios
vajas de Toledo y sobre todo de los días que faltan para que
prohibiclos para entreÉlarlo a las atrtoridades, enviárselo :tl
cr:mplan con la cuarentena de ley "Ias piezas de Guinea"
Rey o llevírrselo a slt convento. Lo que me consta es qlìe
y colocar ulla enorllìe cruz en su que el amo tiene pendientes, pero bien encerradas, en uno
rn¿rnda destruir la waka
de los galpones de esclavos de Malambo.
Iugar.

En alguna de esas mañanas de negocios fue que la


Lavozde De la Pieclra, abttrrida, llegó desde rnLly
compró 4 ell1. Según se enteraría después, lo hizo más que
lejos:
n'ada pa:ra deshacerse del encaprichamiento de Nazario Bri-
che que porfiaba en que necesitaba mujer, mas el argumen-
-Sí, sí, eso hc sabido.
to que Candelaria sola no se bastaría para Ia casona transfor-
-Pero de un tieurpo â esta parte, cuando el pa- mada en hospedería.
clrecito vuelve ¿t pâsar por los mistnos lugares de idolatría
incaica, encuentra qtre las cltlces han desaparecido. Hace
unos días rre contó qtte notó qr-re la tierra había sido re- Ni la librea galonada con trencillas doradas, ni la
argolla de veintiún quilates centelleándole en Ia oreja,le res-
movicla. Escarbó sólo por ttna curiosiclad y se clio con Ia
sorpresa cle ttna nlleva waka. Otra vez: un indio n-rornifì- taban aI calesero su aspecto de ave de rapiña, de mirada
arnarillenta y aúavesa.da.. En su rostro apergaminado de gri-
caclo. envuelto en finísimas lnantas enhebraci¿ls cle oro,
ses transparentes, revivían las huellas de interminables tras-
se o cle ofrendas. Dice qtle es
nochadas, velorios o festejos. Sus pisadas guardaban sigilos.
la así, Porque las Prendas de
El calendario lo había olvidado entre los treinta y cinco y los
or tú, ¡recientes! Se llace difi-
creerle. Sostiene qLre este hecho está relacionado col-l cuarentaitantos. Quizá por su imposibilidad de. hablar mu-
cil
el robo de ios crucifiios, candelabros y custodias de las cho, o por su decisión de no hablar nada, su garganta solía
iglesias. desternplarse como una fuente rota, para después callarse
por semanas.
De la Pieclra se retrotre,o clel hastío:
Nazario venía de ser excavador de minas y peón
de chacra y revendido en precios considerablemente Írayo-
-Puedc quc' sí, puecle qLle no. ¿Y qtre tiene qr-ré
hzrcer ese cura con el asunt<-ri' No creo qr.le a los iesuita.s les
res a sus servicios efectivos. Hal¡ía recorrido ias haciendas
havan robado ttn solo peso. de la costa y se fue malbarateando por sus tachas de menti-
roso crónico, ladrón, borracho y apostador empedernido,
-No. Pero el paclre José está deciclido a investi- además de insolente, dado a las escapadas nocturnas y a los
gar hasta salter quiénes fueron los ladrones. Es mr-ry dado
regresos sorpresivos. Su calva verdeaba con brillares de san-
a los tral>ajos y a las cr-restiot-tes evangélicas y Gertrudi.s
me h¿iría la vicla irnposiltle si no Io ayr-tdo, adenás, tengo día. El envenenamiento a causa de los azogues de Huanca-
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velica le había secuestrado Ia pelambre cle viruta azulacla. beza a los pies, y enlenteciendo mirares en los pechos y
Los látigos le clibujaron Lrn nì¿ìPa de vercltrgones en ia espal- caderas c¿utivos del corpiño. Y volviendo a levanlar en vilo
da, y en el pecho, una flor. Ia garrafa y besándole el pico mordisqueado por nadie, a
pesar que Candelaria le aproxirnaba una copa de cristal al
parecer tallada al capricho, en un trozo de hielo que nunca
-Pero ahora soy un negro arnans¿rdo y trabaiador,
necesito compañera -insistía, y corrìo las nonjas de La En- por nunca se iba a derretir.
carnación no peclían gtan cosa por Altagracia M¿rravillas, el
alno, por sacr.rclirse cle los requerimientos clel calesero, aca- De la Piedra lasaba a Altagracia como si todavía se
bó complaciéndolo. hallara en la subasta de piezas de Guinea. Conocedor de los
productos de ias naciones africanas, volvió a calcular si se ha-
De la pretensa hosterí¿r se olvidaron Pronto. Hués- bría excedido en los doscientos pesos que pagó por ella a las
pedes, los qr-re se llaman hr-réspedes, nlìnca llegaron, a ncl monjitas. Le dijeron que era de Angola, pero más parecía origi-
ser por uno (lue otro viajero que desapareció sin pagar. El naria del Congo, por lo escaso de su estatura entrada en carnes
único que curnplió, que en realidad tarnpoco cumplió, se yay por el pelo recortado a ras del crâneo. Se le acercó.
autonombró inquiiino honor¿trio de por vida en una de las
habitaciones secundarias del patio trasero. A causa de los sofocos del planchado, Altagracia
olía claramente a humazones de leña silvestre, a pucheros
De la Piedra se clespiclió de Melgarejo y fr.re a la demorados en peroles de cobr.e. El amo pasó su mano son-
cocina en btrsca cle vino. Altagracia lo siguió por el iado del rosada por la mejilla sudorosa, y luego, muy despacio, fue
patio y se detuvo en la ventana. El amo se acercó a la mesa oliéndose los dedos de uno en uno. Su lengua Ie avisó del
y bebió directamente del pico de la garrafa, zì tragos largos y sabor de ese rostro. Altagracia Maravillas era pavita tierna.
precipitados como si se tratara de agua corriente. Agüita de choclo. Recordaba al vaho de los cominos y de
los ajos alejándose. Sabía a bocados de aliños imposibles.
No podía ser cierto.
-Lo mismo que el primer día, pensó Altagracia. Por
ese entonces ella era prácticamente una recién llegada de
poczrs semanas atrâs. y todavía se esmeraba en el planchado -¿Cuántos años tienes, muchacha?
de las sábanas. Calentaba el hierro en un fogoncito provisio- -Ventidos, su merced.
nal. Cornprobaba la temperatlìra en el índice previamente -¿Y cómo es qué es tu nombre?
ensalivado. tJn chasquido preciso le inclicaba que ya estaba -Ntagr acia Nlaravilias, su merced.
iisto para alisar sin dejar ningún rastro, ni glraldo ni cenizo,
en la blancura dela ropa. Pero. antes, se aseguraba limpian- Pronunciándolo entre dientes como catando las si
do la plancha con Lìn paño humedecido, la frotaba con frui- Iabas a gusto, Al-ta-gra-c ía-Ma-ra-vi-llas, para grabárselo
ción y enseguida se entregaba a deslizarla presionándola con allí, mostró un innecesario interés en demostrar lo contrario
el peso de su torso inclinado a fin de garànÍizzrrse la desapa- y se dirigió a Candelaria.
rición de la más ínfirna aruga.
-¿Qué se le ofrece, stt tnerced? -preguntó la solíci- -¿Qué es de Nazario?
u Candelaria de aquella vez, al vedo parado en el umbral -Lo mandé a l:raer alfalfa para las bestias. Seguro
de la cocina contemplando a Altagracia Maraviilas de la ca- que se va a demorar toda la tarde.
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De la Piedra rió de buena gana. Su c:àbeza se le- tengo lo guarde bajo Ia tiena y a él lo perdoné lo hecho ya
movió en un sismo de rizos coiorados. Los ojos azules se le hecho está en cambio a Nazario el remordimiento lo perse-
achicaron. Volvió a mirar a la ioven. guirá siempre siernpre repitió y repitió penosamente pero
Altagracia no creyó lo último que le había dicho de Nazario
y en cuanto a perdonar la verdad es que tanto la cocinera
-Haz que todas las tardes, esta muchacha..., ¿cómo
es que se llama? colno su rnarido no conocían compasión.
-Ntagracia Maravillas, su merced.
El invierno se coló por la rotlrra del techo y una
-...Sí, eso es.Haz que...me... cambie las sábanas'..
todas las tardes, para dormir ia siesta. paila de barro en Ia alacena se quebró sin que la tocaran
cuando Candelaria sentada ofra vez en la silleta se entrete-
-Como mande su merced. Pero déjeme un par de
reales para comprar iabón de Castilla y un ramito de flores - nía en la cuenta de sus monedas y Altagracia dio un salto no
lo chantajeó afable. te asustes muchacha porque acâ las cosas se parten porque
sí esta casona vieja esrá llena de mal aire y de chiflón nomás
-¡Cuándo no, Candelaria!-exclamó alzando los bra-
zos, reilón, teatral. -Ahora entiendo por qué te vendieron a hay que pedirle al Nazario que tape los huecos del cielorra-
precio de remate. Te quedas con todos mi sencillo. -Sacó so con centza de carbón atnasada con agua aprovechando
unas monedas del envoltorio de gamuza sepia y se las ex- que a él Ie gusta carninar por los tejados de noche le dijo y
tendió sin dejar de reir. Tomó un último trago antes de irse, le regaló un real guárdalo bien y después enseñándole el
esta vez en la copa de cristal. pañuelo todos esos pesos me los volvió a regalar el amo
qtre tenía antes ¡rnira! son muchos le mostraba apiñándolos
Candelabria abrió el pañuelo blanco que guardaba en montoncitos sobre la mesa grande la esposa del amo
en su escote. sabía bien que él se desvivía por dormir en mi tarima aun-
que ella se hacía Ia de Ia vista gorda hasta la vez que me
vio cómo ajustaba las mandíbulas anu-
Altagracia encontró el sitio donde yo atesoraba mis cinco pesos ¡son
dando las monedas y quiso continuar alisando las sábanas robados! eso sí que no 1o supo perdonar ¡son robados! me
parala siesta, pero la plancha ya estabaftía. acusó la patrona no su Íìerced son míos dije yo ¿de dónde si
tú no trabajas apafte de la casa? me los has sacado de los
Debe l-raber sido hermosa, pensaba Altagracia vién- vueltos de la compra ¿crees que no me doy cuenta de que
dola sentada fiente a frente a la mesa tan serena y eso que al rebautizas la leche con agua y traes menos carne de Ia que
incorporarse para calentar eI agua su rostro había entrado debes traer? y ahí me dio una apretadera que sentí como si
en una sola mueca dolorida. Coieaba quebrando la cinrura estuviera masticando arena su merced le contesté esos pe-
hacia ios lados y arrastrando la coyunda de su cadera. sos me los gané bien ganados el amo me regala cinco reales
cadavez que se me sr.rbe encirna ¡desvergonzada desgracia-
Todo este penar se lo debo a tu marido. da te voy a quitar las ganas de cobrarle a mi marido! lleván-
-
dose mis pesos le ordenó Nazario que me diera de
- El Nazario Briche me dejó así, le contó la tarde Nazario lleva puro resentimiento y no sangre en las ^zotesvenas
en que Altagracia la encontró con las piernas dobladas gi-
moteando sin poder levantarse ciel rincón del batán. Cande- ¡no puede ser que me castigara de esa manera! a tu marido
lo conozco antes que nacieras y me dio de alma con el mis-
una punzada feroz Ia clavó en el sitio.'-Rencor ya no le mo fuete que usa contra el caballo cuando se Ie chucarea
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igualito que la mula obedeciendo después al pie cie la letra para caer sin sentido despatarradas de amor por su novio
lo que la patrona quería me encelró en el cepo del rnistno divino, y Altagracia que cariñaba tanto perder en algún mo-
rancho que dormimos ahola ahí estaba ese tronco con su mento la seguridad del piso, para conocer ese algo, no sen-
hueco grande parala cabez¡ y otlos dos más chiquitos para tía la pobre ni siquiera mareos. Quería desvanecerse de a
los brazos y los pies y así estuve quince días a pan y agux poooocos leeentarnente o caer de un solo golpe desmoro-
pero menos agua que pan y menos pan que agua esa es ia nacia entera ¡Qué cosas no intentaba! Soportaba Ia tortura
verclad cuando salí ya no pr-rde volver a caminar cotno Dios del sol, el hormigueo ardiente sancochándole el cuerpo sin
rnanda el cepo y Ia paliza me malograron de por vida me fui moverse ni para enjr-rgarse unâ gota de sudor.
poniendo inútil ya no me inportó el amo rne devolvió los
cinco pesos mi plata que ahora cuido mejor y nadie nadie Entrecierra los ojos a la espera, se queda muy quieta
podrá saber nunca dónde la escondo ¿qr-ré rre miras mtlier? pero apenas alcanza a presentir un ligero adormecimiento,
le reprocha deja esa plancha y ayúdame ancla ya muévete un cierto fogueo bajo la piel que le achicharra eI alma y Ia
de una vez y empieza a quiÍarte la ropa para bañarte bien trenrenda sed que \a ftterza a desistir.
Altagracia recién cae en la cuenta de qué es 1o que la espera
en la alcoba del amo ¡apúrate antes que vr-lelva Nazario! no Crecida desde rnuy niña entre las mujeres del con-
vltyà a ser que provoque otra desgtacia en estzt casa y se da vento no había tenido opoftunidad de conocer rnás holn-
la tarea de espumear el cuerpo terso refregánclolo con el bres que los ensotanados de las misas dominicales. En tanto
estropajo de esparto Candelaria vuelve a reír colno antes qr-re los varones de verdad los imaginaba corlo al gato harn-
denes suerte de que don Mantrel sea soltero alégrate que briento qlÌe se le aparecía lleno de disimulos por la cocina.
aquí no haya una atna celosa ni infundiosa qlle te haga cor- Le ponía los restos de conida en un plato de porcelana jun-
tar una oreja o echar pirnienta roja en la entrepierna le dice to a un tazón de migas remojadas en leche y esperaba que
eniuagándola toda con agua fresca ia seca con Ltn paño le terrninara de saciarse para sobarle el lomo encolado y aris-
da calor ¡alégrate mujer! ¿cuántos maridos has tenido hasta co; le iba tomando confianza, rnojaba las patas con saliva se
Ia fecha? sólo Nazario nadie más ¡ay muchachal si es verdad limpiaba la cara,las orejas, y entre largos bostezos de huma-
lo que dices entonces tú todavía no tienes idea de lo que es no satisfecho alzal¡a Ia c¿beza en dirección suya. La tenía
saber gozar y hacer gozar pero no seas tonta no temas que dentro de su campo visual, pero no Ia tnir¿ba directamente
Nazario no se dará cuenta. como dándole a entender que siempre había algo más im-
portante que eila. Le seguía el juego. El gato se peinaba los
Altagracia Maravillas cambia las sábanas de hilo, bigotes, Ianzaba miradas furtivas, hasta que se le acababa el
aspirando el oÌor a espliego de la ropa recién planchada. Le fingirniento díscolo y acomedía un ronrroneo ronco, daba
da forma a los almohadones muilidos. Con los consejos de vueltas a su alrededor frotándose contra sus piernas. Enros-
Candelaria eI corazón Ie salta pollito tierno iugueteando en caba la cola subiéndosele al regazo, suspiraba, por fin se
su pecho. Se siente tan liviana como los mediodía de febre- entregaba a lo que elia quisiera hacer con é1. Era grato sentir
ro, descansando bajo el sol, inalterablemente vertical. allana esa tibieza traspasando el deiantal y la saya. sabía que podía
las bordaduras y ribetes de los encajes de Holanda. Se enre- enredar slravemente o enterrar sus dedos en aquella pelam-
da colocando las toallas de lino y las servilletas almidonadas bre para que él cambiaru de posición. Se encogía y estiraba
junto al aguamanil, como cuando sen ía a las recltlsas del acornodándose del lado que ella quería para después mos-
monasterio a quienes ies bastaba cr-ralquier tufo del verano trarle las garr^s y soitar un gruñido de protesta por ei cos-
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quilleo inoportuno que casi le espantaba esos mornentos del peroi. Tampoco era por falta de atención o de riego que
placerosos. Despertaba, se desenrollaba a todo lo largo de las rnatas agonizaban en tiestos y que la ropa recién lavada se
un maullido y de un salto salía por donde había llegado ensucial¡a con la plancira de carbón. Eralra finada Candelaria.
como si nunca la hubiera conocido.
Hacía una semana que, desmenuzando telarañas,
Después de esa tarcle N¿rzario adopró la costumbre vio r¡na puntita de género espiándola bajo la piedra mayor
de llevar a la mula a la compra de alfalfa. Con el segundo del batán. Tiró de ella con ganas. Un pañuelo arrugado y
tañido de las campanas de latarde, cerraba el portal y partía. percudido de mohos asornó desanudando reales. Llegó a
Corno por encanto, De la Piedra menguaba sLÌ voz de prego- contar diez pesos antes que la piedra de moler le cayera
nero. Subía a la alcoba. Sus pisadas en la escalera se conver- sobre ei brazo. También fue Candelaria quien forzó la catsa
tían en un tantear de baianceos evitando apoyarse en la ba- cle la rnagulladura.
rancìa chirriona y más le preocupaba no hacer nriclo cr¡anclo
se aliviaba en el bacín de plata con un chorro etlenso y sólo De Ia Piedra apresuró los sorbos postreros del vino
intercepudo al final por la presión de las últimas goras. Oüa y Aitagracia risueña io saiudó desde la ventana.
vez Ia caIma. Los pasos atenuados en la alfomb ra y el redorna-
do borborito del aguamanil. Una vez qlre Altagracia Maravillas -Buenos clías tenga su merced.
entraba en la habiuición, ya él esperaba con los br¿rzos extendi- Dio un respingo.
dos el secado de sus manos, dedo por dedo, uña por uña. -¡À'Ie asustaste mujer! será de cansado. No lie dor-
mido. Anoche, sacando cuentas se me fuerou las horas ¿dónde
Durante la siesta era tibio y sin resistencia alguna, está Nazario?
dispuesto a que ella lo tomase según su complacencia. -Ha de estar en el establo, su merced. Creo que
descansa. Me parece que anoche tampoco tuvo stteño.
Altagracia se desataba el corpiño y le ofrecía los -¿Se escapó de nuevo? ¡Hasta que lo metan preso y
pechos como a crío mamón. Luego se abría el paso hasta sea vo quien pague Ia multa!
sentir el tope de ese cuerpo rosado y blando contra el suyo
y en un leve segundo y una y otràvezvolver a entrar en él y Después de sus palabras la queda contemplando.
hacer brillar el sol denso que se encendía en su espaida, ¿Quién se iba a inaginar qlre ese montoncito de rniedo que
borrándole la certeza del suelo. Aprendía a desnayarse, a le compró a las rnonjas viviría sin remordimienteos acostán-
caer mientras el amo se deslizaba en el retozo de la meridia- dose con él y con el calesero
na y Candelaria frente al fogón no se cansaba de anudar
inmaculados pañuelos con los reales recibiclos por su com- -¿Y tu marido?
plicidad. Fue en una de esas tardes que la muerte no le dio -¿Qué, su merced?
tiempo de recontar sus pesos. -¿Piensa bien o piensa mal?
-Sabe que su merced me tiene mucho cariño y que
Los tiene refundidos en algún sitio y por eso no soy su engreída. Nada más. Y por esa confianza es que apro-
puede descansar en paz, se convencía Altagracia cacla vez vecha y sale por las noches.
que rebalsaba la leche hiruiendo o se le salaba la sopa y las -Debe ser eso, sí. ¿Pero adónde es que va?
lentejas pasmadas terminaban hecilo un pegote en el fonclo _Quizâ es verdad lo que cuentan, su merced.
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-¿Que busca huesos de muertos y les da sepultura


con cruz y todo? Se ríe De la Piedra.
-Eso mismo, su rnerced.
-¡Puras habladurías! Sí que estará buscando entie-
rros. pero de oro... ¿Córno sigue tu brazo, muchacha?
-Como su merced lo ve.
M
-Mal, mal. -Se alarma el amo constat¿ìndo que la
piel se ha estancado en el color de las viole¡as arrancadas
lrace varios días y que se seca apenas en Lln brote de esca-
mas y estoques de alfiler, igual que picaduras de mosqr-rito.
Y otra vez distante con la misma sonrisa de lejanías que
tiene en el lecho. Desprevenido, a todo lo largo y ancho
bajo el cLrerpo menudo de Altagracia, le cnenta cómo solu-
ciona los reclarnos de sus clientes: oanclu
c-l había salido muy temprano con yerbas
-Mas vale negro dañado que negro muerto, acuér- para vender. AI regresar se detuvo a comprar vituallas en el
date Altagracia Maravillas, -repite adormilado asegurándose
baratillo situado detrás de las viviendas de los negros minas.
de cerrar el mosquitero de seda azul para que no Io acosen
Ya muy cerca a la casa oyó a Tomasón conversando con
los insectos y despr.rés murmura. -Vete, vete, y suave pero
Venancio. Fue por ponerle atención a Io que l-rablaban que
firmemente Ia empuja con un pie a la cocina. Ya van a dar
se apuró y el pesado canasto cansado de reposar en su ca-
las tres. Ahora sí es la siesta de verdad. Ni bien se rnatrirno-
beza, resbaló al suelo. Rodaron las cebollas, las y:cas y las
nie con la viuda Ronceros dejarâ estas andanzas. Exfrai'tarâ a
papas. Tarnbién rodaron los lirnones dulces, y las chirimo-
la joven pero ya no sería capaz de esconder esas penden-
yas de puro gusto, se les arrirnaron como bromeando con
cias. No porque la viuda le interesara corno hembra.
Pancha. Molesta los recogía y se esforzaba por seguir escu-
-Nr.urca está demás lucilse por IaPlaza Mayor de una chando, pero salvo una que otra sílaba perdida no consi-
señora. Si es viuda y seria, mejor. Infunde rnás respeto a la
guió entender nada. De todos modos, tuvo la sospecha que
clientela y nos da cierto ventisquero de fonnalidad --oyó dectr a
hablaban de su padre.
un colnerciante salido de oûa nada, y a clestiempo decidió ha-
cerle caso sin saber que Catalina Ronceros maduraba en la idea
de casarse con é1. Acaso envejecer juntos. Nunca separarse. Se -No, Francisco Parra, no te abandonó, sino bien
muerto que está y sanseacabó, nuchacha. A tu padre lo
1o dijo animándolo corro quien dice r-rn sueño pero sr:s pala-
rrìataron. -Le había dicho una y mil veces. -Estaba nuerto
bras sugirieron r.rn dejo reticente. Lo más probable es que lo
cuando 1o encontrarnos en la orilla del río, sino no lo tendría
inaginó. ¿Total?, le daba lo mismo. Por el rÌomento no se le
tan metido en mis sueños caminado sin hacer sombra. Ape-
ocurría perder la soltería sobreregalada con Altagracra, a cam-
nas. lo vi, lo recono cí. Yaya a ver si no lo reconocí. Ei rnismi-
bio de la viuda Catalina que, para ser sinceros, no Ie provocaba
to ela, Pancha.
cumplir la siesta con ella ni en el cementerio.
Hacía cuarro años que Ie repetía lo mismo. no obs-
tante a Pancha le costaba creer. Quizás Tomasón había con-
fundido a su padre con otro hombre.
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-¿Pero, quien lo iba a rnatar y por qué?'-Le pre- - Prooonteti üdo eslaaø.
guntaba. -Entooonceees agaaarese deee laa rantaaa
clueee uql a anwl'araaa miü cooola qutte lo
-Yo tarnpoco lo sé, muchacha. -Y seguía pintando
pesaroso qtre ella sufr-iera. L)ooo! aa jaalaar. Dicbo y hecbo, lo jalo. Pero
apenas salió el puma.
Pancha entró, los saludó y clejó el canasto en el -Gracias, Ño mono, pero usted' biert sabe qLte
desorden de la mesa. un bien, se pagct con mal.
-¿No me díga que tne ua a comer?
Inmovilizados por un silencio incómodo, los hom- -Sí, lo L)o! 6t hacer'. Al menos usted me de-
bres no atinaron a responderle. Por fin, mirando el aire, ha- m,Lrcstre lo cotttratio.
bló Venancio. -¡Ab carantba! Si lo bubiera sabido, lo deia-
ba donde lo encontré. Aboru tengo que uer cómo
-No quieres acompañanne a Lina? Voy a visitar a
salgo de este aprieto. Dice el mono i se ua a bus-
Ntagracia. car quien. lo sahte del puma, basta qtLe se en-
-Bueno, pero prirnero tengo que dar una vuelta cuentrct con una mula.
por Ia huerta. . -Sala malecti, No tttotto.
-Anda, pues. Yo me quedo aquí. Fingió ordenar
las brochas de Tomasón. Cuando Pancha regaba l¿rs matas Lo saLu.da la mula 1t después de oír stt bisto-
que crecieron de las semillas que escondió en su trenza de ría, le cofttenta: -el pLntta tiene razon, un bien
la huida, Venancio añoraba estar con ella. Claro que Pancl-izr cotl Ltl't ntal se pctga. Aquí, col1to nrc ue uieia -y
no lo poclía ver con los brazos cruzados, contemplándola y sola, estoy espercmdo que la ntLrcfte nle recoS6t'.
siempre Ie endilgaba algún trabalo. Como aquella mañana Mi anto nze botó del potrero, porqlre J)ct n'o le sir'
Io recibió con la cantaleta esa de que el pozo se iba a secar.
uo para trabajar.
-Venancio. El pozo se va a secar. Ya casi, no da
agua, ven ayúdame a ca.v'àr otro pozo. Aquí no más, atrasito El ntono sigtLe cant'itzando y se enclrcnhn con
de la casa. Te voy a enseñar donde -le decía y hasta'forna- una gallitm en un conal. picoteanclo Ll'?xos Sranos.
són que estaba cabeceando en su banquito se despenó pre-
guntando. -¿De qué pozo hablan, del pozo de Ño Mono. Sala ntalecú lVo Motzo.
¿Ah? -Afiebrado, inquieto y sin espantar el sueño todavía
viviente en sus lagañas aguachentas, se rascó la cabeza con- Y despnés de prestar oídos a w tragedia. -El
fundida y comenzó a contar. pllma tiene razón. lo ya sé que cttando no port-
ga nt(ts buet¡os, nte [orceran el pesctLezo cotno lo
-.... No ntoî'to, pasaba cerca a Lm pozo y oye
Jsicieron con nti ntamã. Déjese conrer nontás, Ño
que algu,ien se esta quejando. Entonces, se acer-
ca. J, pregLt?xta. -¿Quieeeén estaaaa alliíií?
Mono, así es la uida y no bay tnda qtte bacer'
-Sooooy yoooo, eel pumaaa ñooo ntoonooo El tt'tono sigtte cantinando y se enclLenlrclrt
¡Pooor faattooor! SaaaqLteeenre dee aquii í.
con Ltl't6t toriuga y otra uez rePite lo que le esta
-Priruerooo proométaannxeee qLleee no nxee pasando, entonces la tuftuga se qLLeda pensan'-
baraá maal.
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do. Yo uoJl con usted No Mono. Lo aconpaño. -¿Así, que no me vas a ayudar? -insistió la Pancha
Vantos al pozo ese, y llegando nomás se encuen- enojacla.
tran con el puma. -No. ¿Adernás de cuándo acâ eres tú zahor? Yo
conocí a un negro ladino que ponía así no mâsla oreja en el
buen día, pLtt'na. suelo y podía decir si por aquí abajo corre agua o no, por-
-Antes que nødø teltga LLn
que lo aprendió de un moro, pero de dónde vas a sacar n-t
Lo salLLda la toúuga, -y permítante deciile ese conocimiento, ¿ah?

Que ls tøntbién estoy de acuerdo con usted. Tie- -Muchacho, ella entiende de todo, hasta de las co-
ne razón. al querer comerce a Ño tnono, porque sas que no se entienden con el entendimiento -se interpuso
un bien con Ltn ntal se paga, y mirando el pozo Tornasón, que entre bostezo y bostezo coloreaba en el muro
aäade, lo que no compretzdo, puma, es ¿cómo un mono de cola larga y una tortuga.
pudo salir del pozo siendo tan bondo? -Tú anda, haz lo que ella te manda y dé1ate de
renegar. Car¡¿l¿.
-ß que a mí se me ocurio hacer es\o.-Dijo el -Psssst. Pttes, que nada es lo voy a hacer. Mientras
tnono, )/ se a.ntana una ranxa a la coløpat" qtrc el no vea que ese pozo ya está seco, no cavo ningún hueco y
punmpueda izailo. en rni palabra rne quedo.
-A uer ntetase otru uez al pozo, punvl, pa) a uet' A la semana, el pozo se secó y Venancio se alegró
si Ño Morn estó contarzdo la uerdad. Senala la tor-
de que Pancha lo buscara. No había tenido sosiego sin verla:
tuga y elpunta qLrc ya no queña espetarnnspata
estaba enamorado de todas las Panchas que cabían en Pan-
etitpezar a comeße al mono, fuaaaa se tira para
cha. La Pancha malgeniada, sudando aIa gota gorda cocinan-
dentoshar cónto es queJue. Y ya estando otta uez
do un puchero. La Pancha caramelo, escarchada de polvillo
m elþndo, escucba como Ño mono le gtita. prieto, alcanzândoIe los potes de pintura a Tomasón. La Pan-
-Puttnzaa, pLtltftta,a, usted tienee razoón. cha malosa, destrenzándose el pelo y dejándolo en babias
[Jttt¿n bieen coon uun maaal seee þaagaû, poor
con su amor. La Pancha nina linda, regando la huerta y mar-
esoo uoooy aa deeejarlooo abaajoo baastøa quee
cando un círculo con la punta de su cl-rapín diciendo: -Ven
see rnlterqa...
Venancio cava de acâhasla acâ, de a-<â ... hasla-a-</¿.

-Y bien merecido se lo tenía, -comentó Venan- Él ernpezó Ia faena con el pregón de la lechera y
cio- pero... antes de que se oyera el de la venta de humitas, a eso de las
-... pero ya puedes ir agarrando el azadón, paru dos de lafarde, ya estaba innerso hasta los hornbros en una
cavar el pozo -y,lo interrumpió Pancha a la que el cuento zanja. Y del fondo lodoso empezaba a coiarse un chorrito
de Tomasón no la había hecho olvidarse que el pozo se fino y cristalino como el olor de Pancira.
estaba secando.
-Mira, Pancha, yo me levanté a trabajar antes que Neqtte, -yo ñiqtt iñaque
el sereno de las tres de Ia maiana y vendí pescado y càma- Actnicandttca
rón hasta como a eso de las cuatro de la tarde. Por hoy, soy couã que coua
hornbre cansado. El domingo cavo todo el pozo que quie- ñeque caracmnbé
ras, pero ahora déjarne tranquilo, Pancha. Dante tu agtiita, para bebe
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iieque ecolecuá madura las postemillas y en tisana bota el muchacho que


Ìiizca de aguø que, corre crece en Ia barriga, igual que la artemisa y la ruda.
1á.

Con las hojas del algarrobo y las de la yerbaplata, se


Improvisaba Venancio puro diente y pura saliva de
hace un jugo contra Ia tos. Con los granos del frejol, se borran
salivas y pura risa y pura agua, pero la Pancha malgeniosa
Ias verrugas. Ia papa cocida madura las bubas. I¿s semillas
lo hizo callar. Inauguró en su rostro el agua fresca y con
deI zapallo,las del perejil y las del romero botan los piojos y
venias cle aliio y reverencia arrojó al nuevo pozo un atadito
hacen crecer el pelo. El pallar caliente cura el orzuelo. El huai-
de flores blancas.
ruro molido, el pasmo. La s'¿biIa y la yerbabuena cierran las
heridas, limpian los orines cargados y espantan 1o dañino.
Pancha cuida las yerbas tal como se lo enseñó stt
madre y se lo mostraron las esclavas en la hacienda en que El garbancillo hace dormir y también siwe para aca-
pasó su niñez. Esas mujeres la acostumbraron a levantarse
bar con el embarazo. EI emplasto de llantén cura las llagas.
ii.r hacet ruido y a correr en las madrugadas a escondidas. La yerbaluisa, Ia manzanilla y Ia melisa anìansan el dolor de
Agazapadas entre las matas, se detenían en un sembradío
barriga y dan tranquilidad.
oculto entre los cañaverales. Mientras escogían los mato-
jos, le confiaban cuándo es que tal y tal yerba se corta,
-Los dos tengan mucho cuidado en Lima, y tú Ve-
para que tengan el acbé queles da fuerza Para curar. Cuándo nancio más. Con tantas caÍÍelas que se desbocan en las ca-
se tienen que sembrar, y de qué lado de Ia mata se pueden lles no se puede estar caminando como embobado. Van y se
cosechar. Porque algunas son buenas del lado derecho para me vienen rápido -les recornendó Tomasón al salir Pancha
unos males, del izquierdo emponzoian. Si se arrancan en y Venancio de Ia cltoza.
Jueves Santo, hacen bien, en los viernes, son más requete-
malas que ruda de viernes. Muchas yerbas ttabaian con el Venancio tomó a Pancha de Ia cintura para ayudarla
sol naciente o son como la tuna que carga su acbé de Ia a saltar una acequia. Ella levantó el borde de sus sayas y lo deió
luna llena. hacer sin renegar. Después de saltar se aseguró el pañolón en
la cabeza, se alisó el manto y se zaló del abrazo.
También las hay dormidas que no tienen poder ni
en Sábado de Gloria, y eso que es el mejor día del ai'o pata Por costumbre, llevaba siete sayas Iargas hasta los
recoger yerba. tobillos. Nunca le faltaban azules, amarillas, blancas y rosa-
das, siempre bordadas y sujetas al talle con una faia negra.
Otras fechas buenas, acuérdate Pancha, le decía su Se alhajaba con perendengues de oro, dos fetiches de coral
madre, son el 24 de 1unio, fiesta de San Juan, y en julio, mes contra el rnal de ojo y unas pulseras de cobre contra el mal
de Santiago. aire. Los dos iban despacio. Pancha se alegraba de ir al otro
lado, a la ciudad. Por temor a que alguien la recorrociera,
Pancha aprendió de las yerberas que el poder que pocas veces cruzaba el Puente de Piedra.
encierra la achicoria baia la calentura, el de la vale-iana da
tranquilidad, la cascarilla en tisana es lo meior contra la ter- Tomasón los miró alejarse preocupado. É1, que la
ciana, el aguila de capullo de algodón calma el dolor de veía acicalarse cada ðía, recién se puso a pensar seriamente
oído, en cambio, un emplasto de sus pepas machacadas en el futuro de Pancha cuando Jaci Mina Ie dijo:
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Pancha respondió pero sus palabras se hundieron


-Mira, que esa muchacha ya esfâ en edad de mere-
cer y mejor hay que dársela a Venancio que quiere casarse' en el agua sin levantar una ola siquiera.
antes que a ella le salga otro pretendiente por ahí. ¿Qué
Siguieron caminando en silencio. Venancio amino-
opinas tú?
ró el paso al ver flotar un montoncillo de hojas nadando ala
îo deriva. De la misrna forma que Io hacía de niño, les habló
Era cierto que Pancha color de aceituna ya er'à
muy quedo. Dándoles aliento, Ias fue guiando para que avan-
la niña que le deió Francisco Parra, sino una hernbra de
zasen con la corriente. Para que no se hundiesen. Pero no
dieciséis años, adusta, ceiijunta y a veces malhablada. Ve-
llegaron lejos. Se atascaron en los pilares del puente.
nancio se desvivía por ella, pero Pancha no se fiiaba en alno-
res. Después de vender sus yerbas trabajaba en la huerta, y
-Pancha, lo que pasa es que tú no rne quieres.
en Ia noches se quedaba a su lado viéndolo pintar mientras {laro que te quiero, aunque a ralos solamente. No
se peinaba la larga tÍenza y oía Ia conversa del río. Pancha es como a mi padre o a Tomasón. A ellos los quiero siempre.
no dormía sin antes peinarse la cabellera. Después formaba
-No confundas, Pancha. Separa a los que estamos
una bolita con el pelo enredado en la peineta, lo echaba al vivos de los que ya murieron.
fogón y lo veía crepitar hasta volverse nada.
-¿Asiiií? ¿Desde cuándo se hace éso? -preguntó esa
Pancha insolente y apuró el paso.
Al cumplir los quince años, Jaci le construyó un
cuarto de dormir. Venancio blanqueó con cal las paredes de Venancio no supo qué contestar.
quincha. Tomasón le pintó un remedo de estuco dorado y
entre los tres colocaron el lujoso catre con dosel en el centro Al principio, Yâwar Inka no estuvo seguro de si
de \a pieza. era'fomasón o su sombra pintada en los muros Io que veían
sus ojos. Esperó acostumbrarse a la penumbra y a ese brillar
De los vecinos de Malambo que entraron a cono- parpadeante semejante a un castillo de pólvora explotando
cer el cuarto, no fueron pocos los que vieron sus envidias lento y callado.
reflejadas en las columnas y perilìas de bronce pulido con
ceniza del fogón. Se maravillaron del damasco del dosel: -¿Eres tú Inka? Pensé que era el pesado del moli-
nero que venía a recoger un cuadro para el amo. Entra, es-
¡Quizás ni la misma vireyna duerme en un lecho igual!
cuchó decir la silueta a contraluz. Hace tiempo que no pasa-
bas por aquí. Ven, Inka, acércaÍe p ra verte mejor. ¿Por dón-
-¿Por qué no nos casamos, Pancha? Bordeaban el río.
de has estado?
-No me casaré mientras no sepa si es verdad que
mi ta.J)ta está muerto y por qué lo mataron.
Yâwar tomó asiento frente a la mesa y dejó que
-Muerto está, de eso no tengas duda. A Tomasón
no se Ie olvidan las caras, lo malo es que no tiene cotno Tomasón lo palpara con sus dedos. El viejo no había perdi-
probártelo. Ni él ni yo sabemos quien lo míttó y menos por do la costumbre de estudiar las manos de las gentes
qué razón. Si al menos supiéramos a quién fue a visitar esa
noche. ¿Tú lo sabes? -Aquicito no más. No salgo de El Cercado. Ando
ocupado con ios míos. Aún así, no me olvidé de mandarte
-¿Como voy a saberlo?
unas hojas de coca y de tabaco.
-Entoncés, prométeme que te cas¿rás conmigo.
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-Sí, siempre las recibo. De fumar y chacchar, nun- -Aquí entra y sale mucha gente a cornpral las pin-
ca me falta. -Sus manos se habían vuelto maderosas, ftîas y turas. Ya me despedía, le dice Yâwar Inka, reponiéndose de
las líneas de sus palmas se perdían en derroteros desconoci- la sorpresa.
dos. Ya no era el Yáwar de antes, constató. -Cuéntame cómo -Veo que se va sin comprar. Al menos permítame
te ha ido. ofrecerle mi carreta. Lo llevaré a donde quiera. Espéreme.
-Bien. Desde que devolví a la fierra parte del oro -No se moleste, prefiero camina¡ contesa seca-
que había en las iglesias, me va mejor. La pacharnama agra- mente y sale haciéndole un gesto de despedida a Tomasón.
dece cuando se le entrega lo que es suyo. Pero todavía me
queda oro que quiero fundir y vender. Por trn instante lVlelgarejo quiere impedirle el paso,
pero lo piensa mejor y lo deja ir. Con un indio, aunque fuera
Tomasón lo mira con angustia. cierto eso de su estirpe, no se sentía aminorado como frente
a los castellânos que hasta lo llamaban "clon", pese a que lo
trataban corìo a gente de segunda clase. Un criollo sola-
-Por culpa del cura José que persigue a los indios,
ya no tengo horno y no puedo hacedo yo mismo. -Se queja. rnente
-Ten cuidado, no te confíes. No quiero ver tll cuer- por el rostro cuadrado que siem-
Se pasa una mano
po colgado de un palo en Ia Plaza Mayor. t

pre tenía una sornbra de barba. ¿Por qué no le crecía esa


-No lo verás. Pero a oÍ:i:a cosa vine a Malambo. misnra cantidad de pelos en Ia cabeza?, le preguntaba Ger-
Estoy de paso, nomás. Te traigo un regalo y le entrega una
'-..-.
estatuilla del tarnaño de un huevo. trudis. La calva ya le llegaba a Ia coronilla y htcía que sus
í -" uernosytodo. tleintaiocho años parecieran cincuenta. Se acuerda que tie-
ne que visitar a ese barbero francés que hace pelucas falsas
t,;" ¡, - "' Está muy ése que sueño
siempre. sta lo Pinté en con pelo de muerto y dentaduras talladas en madera.
ese pellejo de buey. ¡Ay! no sé por qué es, pero yo no me
entiendo bien con ese animal. Mejor no me lo regales, Inka. De súbito, le llarna la atención eso qlre brillaa so-
Me ¡¡aerâ más pesadillas. Llevátelo. bre la mesa.
-iPara que no le tengas miedo, te lo traje! A ese
toro, Ie gusta el agua ¿sabes? Es igualito a otro que vive en el -¿Y esto que es, Tomasón? --examinando el torito.
fondo del lago Titicaca y solamente cuando está furioso saca -Ah, eso. No es tnío -miente restándole imporlan-
su cabeza,brama, y mira el cielo. Entonces el agua se I'uel- cia. Es un amuleto. Quería mostrárselo a don Yâwar para
ve remolino, pero si 1o tiras al río, te librarás de todos los que me diga cuánto vale. ¿Se ve bonito?
toros bravos que hay en la tierra. Tal vez hasta te cllra ese -Es un ídolo de oro de los que entierran los indios
mal del pecho. ¡No seas zonzo, negro! ¡Flojo es lo que eres! en sus wacas. ¿Quién te lo dio?
¡Hazme caso! -Lo encontré por casualidad en la panza de trn pes-
cado. En uno de esos que me trae Venancio y no creo que
-No me faltes el respeto, porque si no, no te rmel-
vo a llamar Inka. Deja el amuleto sobre la mesa. Bromea a sea de oro, más parece cobre.
su vez. Los dos todavia ríen cuando Melgarejo Ilama a la -¿Me estás contando la verdad?
puerta yéñtra sm-æperarf -¿Por qué no habría de hacerlo? Si no me cree, no
es de mi incumbencia.
l>- -Ignoraba que eran amigos, acota soprendido.
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-¿Ah no? A mí no me engañas colllo a tll alno. L:¿ tnañan¿ está quieta y qtrietas las nubes y los
Valle Urnbroso se creerá tus patrañas y todo eso de que esclavos. Aunque al otro laclo del río el día crece, en los
estás enfermo a punto de morirte. Yo sé clue los negros barracones las horas se vuelven nada. Se diluyen. Antes de
mienten por costumbre, pero dame la pintura por la c¡r.re llegar a ser rnañana clara, oscurece. Esperando que acabe la
vengo antes de que pierda la paciencia -exclama y le le- cuarentena, los esclavos reposan en el suelo y recuerdan el
vanta la mano amenazadora, aunqtìe iamás l-ra golpeaclo a largo viaje en aquel vientre oscuro dando tuml¡os con cada
un esclavo. Supersticioso al extretno teffie qtle se le vol- ola, en la tempestad que revienta la câscara de rnadera y los
tee la suerte. El castigo de ponerle grillos en los tobillos o expulsa destrozándolos. Renacerán otros cuerpos. Sólo el
de hacedos trabajar durante lrìeses en las panaderías qtre recuerdo continuará nadando ittegro y vendrá otta vez la
am¿ìsan noche y día le parece menos cruel. Adelnás dan calma, el desembarco, y las nubes que no avanzan en el
tiempo suficiente para que el esclavo recapzrcite, opina cielo de los barracones de Malambo.
sienpre.
,,::
Guararé Pizarro, un esclavo panztmeño, observa el
Sostiene el lienzo que le entreg?ì Tortasón y se firmarnento con confianza. Se impacientâ contando los cua-
le salta la sangre al rostro. El motivo es abiertamente obs- renta días: ya quiere conocer Lima la bella, la ciudad con
ceno. La Virgen María semidesnttda de la cintura para arriba balcones de filigrana colgados en ei aire. Recorrer sus calles
amalnanta al niño Jesús de un pecho y del otro, a San pavimentadas con barras de plata. Asistir a los corrales de
José. teatro y esperar las campanadas de las dos de la talde en
invierno y en verano, Ias de las tres, para que courience la
-Yo lo copié de un cuadro, no es culpa mía. -Se lunción. Tanto quisiera conocer a aquella comediante con el
exime Tomasón. h-rnar pintado en la rnejilla. ¿Todo eso será verdad'?
-Lo has hecho bien. Azorado, enrolla el lienzo y se
pregunta quién habrá pedido una virgen semetante. -Se la Aunque no lo delate su cabello rizado, y el color
entregaré â tu amo. A propósito, ntanda decir si necesitas oscuro de su piel, Guataré c's mulato. Y si Nlaría de los An-
pinturas, brochas, telas. geles por un tiempo lo vio blanco, se debió a las nubes que
-Todo tengo, solamente necesito los reales que rrle ya le habían comenzado a crecer en los ojos. Paulatinatnen-
debe de mi jornal. te, Guararé ernpezó otravez a oscurecérsele al contemplar-
-Ah, es cierto. Me los dio, pero primero dime la lo, hasta que voh'ió a ser el joven que crió. Aunque no del
verdad. ¿'De dónde sacaste ese torito? Piénsalo, jugetea con todo, para ella irabía perciido ese color brillante que tenía de
la estatuilla. niño. Lo veía desteñido, opaco, del color que toma Ia plata
-Haga lo que trsted quiera con los reales, pero cléme al ser quemada, debido a las repentinas noches que comen-
eso que no es mío. zal>an a encirarcarse en sus oios, vagando y desbordándose.
-¿De quién es? Cuando menos Io pensaba, los tenía enfrente, y caía en ellos,
-Del agua. Tengo que devolverla al río. sin comprender por qué esas agLlas negras no la mojaban.
-¡Si será bruto! lQué ni se te octtrra! Te lo compro
y
-replica le anoja a los pies unas tnonedas. Sale, acomoda -Guararé, m'irijo, te acabo de vender a un nego-
el lienzo en la caneta y se aleja silbando una tonadilla. El ci¿rnte: Necesito los pesos p'àra p^gÀr a quien que me pueda
caballo conoce el camino. sacar de los ojos ésta agua mala. Casi no te puedo ver.
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-Ya mrnca más me verírs, lo diio con naturalidad. con mercadería de Oriente. Así Io supuso. Debe ser qlre se
No podía quejarse de clue lo hubiera hecho. María de ios perclió naveganclo por el río Cl-ragres. Te llevaba en sus bra-
Ángeles no era su madre y había csperado casi veinte años zos. Tú eras muy cl-riqr-rito todavia, no sabías ni hablar, contaba
en romper la promesa de no venderlo. cle aquel contrabanclista sin rostro ni idenúdad. Los dos iban
-¿Cuánto te dieron por ml lacerados por las picaduras de mosquitos, me preguntó:
-Barato, no más. Sin papeles te vendí. Cien pesos
me dieron, porque vas a ifte en barco grande. Vas a irte, -¿Tienes hiios?
m'hijo, ¿no? -inquirió temerosa de que no obecleciera. -Mueftos tengo varios, su merced.
-Sí, si lne voy. No te apures. Estoy molesto, pero -¿Maridoi'
se me pasará. -¿Marido...'/ Eso sí nunca tuve.
-Entonces te voy a regalar un recuerdo para qlle no -Te regalo dtez varas de seda si me cuidas a este
me olvides. Descolgándose de las orejas el par de donnilonas niño hasu que melva. Tengo que embarcarme p'àÍa EI Ca-
maltratadas por el uso. Es todo lo que tengo, no son de plata llao. En seis meses, estoy de regreso. ¿De acuerdo?
siquiera, a pesar de que tienen trna filigrana muy bonita. -Le cuido al muchacho, su merced, ¿pero para
-Yo quisiera llevarme lo que te regaló mi padre, qué quiero yo ese género? Déjeme meior alguna cosita
sino es mucho pedir. para coÍìer.
-Eso no, rn'hijo. Si te lo doy, córto sabré que te -Es todo lo que tengo, muicr.
tuve conmigo y que no fue un sueño. Me quitará la pena de -Entonces, no lne quedará tnas remedio qtìe ven-
no tenerte. Tanteando los charcos oscLtros abrió un viejo derlo.
baúl y le mostró el obsequio. Pero puedes tocado ofra vez. -Vende lo que quieras, lnenos al niño: es rni hiio.
-Ni tanto, que vendede al niño, ¿se cree su merced
Era un Íetazo de género transparente del tamaño qLÌe no tengo corazón? Además, lodavía es muy chiquito.
de un pañuelo. Estrujándolo se quebraba y al soltarlo volvía Nadie lo compraría.
a su condición de trozo de cielo mañanero. Guataré se lo
! -Cuíclalo bien y cuando regrese te daré oÛas diez
devolvió. '
varas del paño que fú escoias, prornétemelo.
-Como usted mande, su merced. Te cuidé como
-Despídeme contándome nuevamente mi historiel, hijo mío pero él nunca volvió a buscarte.
María de los Ángeles. -Sí, Guararé. Me dijo que era tu padre pero no te
-Óyela bien, entonces, porque será la últirna vez. pareces nada a é1.
Se pasó el relazo por la mirada tratando de vislumbrar su -Apenas lo viste unà vez.
transparencia. En el moûìento que se convenció que no po- -Él era blanco, tú no.
día verlo, terminó encerrándolo en Ltn puño. Se acostó en la -¿Alto?
hamaca y esperó a que Guararé la meciera antes de comen- -Ni mucho.
zar y relaló 1o mismo sin cambiar una palabra ni alterarlas -¿Panameño?
en su orden. -No sé.
-¿Español?'
Siempre empezaba preguntándose cómo fue que -lQuién sabe!
ese rernero llegó a su pueblo guiando dos ba¡cazas cargadas -¿Cómo se llarna?
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-No me lo contó. ni me diio tu nornbre.


-Pero yo soy Guararé.
-Porque yo te lo puse.
-¿Y mi madre? ¿'De verdad no te clijo nunca nada
de mi rnadre? V
-No.
-¿Está El Callao lejos, Nlaría de los Ángeles?
-Muy lejos. Nunca llegarás. Eso queda en el Perír.

Cuando María de los Ángeles tenninó la historia,


hacíaya largo rato que otro nuboso ch¿lrco deteniclo en sus
pestañas le hacía temer el mírs leve parpacleo. Se lnantltvo
en silencio, inmóvil, con los ojos rnuy abiertos sintiendo los
movimientos pero sin poder ver bien a ese Guararé clel mis- ßn,., cle salir cÌe su casonur, De la Pieclra observa
mo color negro opaco que totna la plata a\ ser quemada, la cir.rdad con el catalejo y en los días claros como hoy, el
que le arrancó de las rnanos y para siempre aquel fragrnento poderoso lente le acerca la borrosa silueta de algún galeón
de seda que guardó una vida entera y partió. anclado en el puerto y los tres islotes desiertos. En uno de
ellos le parece haber visto un destello breve. Piensa que es
-Sí que estaba lejos, pero ya llegué. Pensaba re- el reflejo del rnar. Sigue ocr-rlto tras las celosías del balcón
costado en el suelo de Malarnbo. compartiendo el ajetreo callejero.

No se cansa de seguir de cerca a l:rs rnujeres, tan


menudas de estatura. Desde que llegó a la ciudad le llamó l¿r
atención las joyas que usaban las gentes con fortuna. Farni-
lias que en España serían consideradas ricas, aquí, con el
misrno caudal acumulado, eran de una si¡uación acornoda-
cia, a lo surno. Se delrochaba y exhibía el lujo. Las mujeres
resenaban el r-rso de \a plata pal'a sus joyas más valiosas.
Incrustada con rubíes, perias, amatistas, zafiros,la plata las
hace h¡cir; el oro. en carnbio, con tanto brillo las afea. Casi
1o desplecizrban. Para anillos simples, para vajillas y cubier-
tos, sí que sirve

De Ia Piedra obsery¿ a .las rapadas,: las limeñas


que, a pesar de la prohibición, se cubren la cabeza y el
rostro con un manto prendiclo en la cintura, dejando un solo
ojo al descubierto. Trata de adivinar quien será aquella que
areviesa la calle o camina bajo sr,r balcón mediante el conto-
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neo de las cacleras abultadas, prodtrcto de inescrutables re- calmaba el desasosiego. El recuerdo de lo vivido empezaba a
llenos con almohadillas de plumas, caminando al pasito de abandonarlo, aunque extrañamente no desaparecía dejando
pies, embuticlos en medias caladas y delicados chapines de un espacio transparente, a no ser por un rastro con el lúcido
raso y seda. recuerdo de algo que partió para siempre. A veces, con es-
fuerzo, lograba traspasar esa confusa felaraia y alcanzaba a
rescatar tiras de sucesos en tal pueblo. Acaso una fecha, un
nombre, el dolor deshilvanado de una cicatiz.

A esa mujer la conoció en los tiempos que no po-


Mar clel Sur y eligió quedarse aquí. Tomaba notas Para un día estar rnás de un mes tranquilo en un sitio sin que le
libro que titularía .Apuntes sobre viajes y costumbres en Lima, picaran los pies para seguir viajando a otro. Era de esos
la tres veces coronacla Ciudad de Los Reyes". De Ia Piedra lo mercachifles que compran y venden lo que encuentran por
veía escribir meticulosamente en su diario. Supr:so que eran el camino. Con todo, por esa mujer, no tuvo necesidad de
los precios y calidades del acero pulido de las espadas, de negociar. Jugando una partida de cubilete, la ganó.
las dagas y también de los machetes burdos y ociosos en los
escaparates. Mâs aIlá caminaba el padre José. El jesuita se Se había untado los dedos con piedra de irnán an-
había dejaclo crecer la barba desde que curó a la virreyna tes de apostar al sirviente de Abisinia, un precioso mucha-
con polvos rnedicinales. A él no le extrañaba que los jesuitas cho con piel de seda y color de ébano. Aún así la suerte no
guardaran con tanto secreto la fórmula de lo que en verdad lo agració.
contiene. ¡No era para menosl ¡Valía oro! Verí¿r con gusto
que alguien les tobara el monopolio, piensa. Cuando se cansa -Ninguna de las dos te servirán para eI trabajo, me-
cle espiar Ia calle, abandona el catalejo a un lado, baia la nos aún para cría, se budaron los otros comerciantes cuan-
escalera crujiente y apolillada que desemboca en el despa- do ganó los premios de consuelo: una mula de lomo magu-
cho y repantigado en un sillón de vaquilla, espera a que llado y una negrita huraña y mordiscona.
Nazario Briche le avise que ya la calesa está lista para partir
a Malambo a visitar a los esclavos. No pasó ni una semana que, bajando un cerro, la
mula pisó en falso, patinó en el lodo y se desbarrancó. Pen-
Por los ventanales que clan al iardín, ve a Chelna y só que la mujercita también correría la misma suerte, pero
a Venancio entrar en la casona acompañados de una joven. no. Terminó ese viaje y muchos otros. Creció, se hizo fuerte
Ftreron las sayas de colores que vestía eIIa, ya que a esa y aprendió a comprar y vender tan bien como é1. Pero no se
clistancia no podía escuchades, lo que lo hizo recordar a la conformó con negociar. Quería ser libre y como esclava que
mujer qr-re tuvo hace ya tiempo. Su nombre ahora no le de- era, aprendió a escaparse.
cí¿ nada ahterza de querer recordado sin conseguirlo.
La primera vez que huyó, fue después de una ma-
ñana con un aguacero que no parecía terminar. La encontró
¡Qué imþorta cómo se llamelLos colores de su saya
toclavía no se le habían ido de la memoria. Sufría de un olvi- sin necesidacJ de azuzar a los perros para rasttearla. Ella mis-
do gradual, que en los negocios solucionaba con anotaciones ma Ie había contado que siguiendo la ruta del arco iris, al-
de los más mínimos detalles. Pero al final, ya ni el vino le gún día volvería a la costa de Guinea.
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¿Quién era esa mujer de sayas multicolores? Se in- se llega solamente a un grupo reducido, que ya de por sí
trigó De la Piedra y salió esa mañana al iardín para conocer cree conocerlo todo. Vaya. Deiernos eso a un lado, arnigo
a Pancha. Clrema, que tanto como verlo a usted, vine a saludar a ésta
preclosUr¿.
-Buenos días, don Manuel, lo saluda Chema. -¿'Cómo es que te llamas, moza?
-Buenos días, su merced, saludan los visitantes y -Francisca Parra, su merced.
Altagracia, recibiéndolos.
-Buenos. Buenos días a todos. No se le ve tnuy se- Chema los interrumpe.
guido Cherna. Siernpre de viaje. Conociendo la ciudad, me
imagino. Pase una tarde por mi despacho para conversar. -Por al-rí cuentan que mañana subastarán esclavos.
Me gustaría estar presente.
Quiere dirigide la palabra a Pzrncha, pero Chema -Pierda cuidado. Lleve su pluma de ganso y tinta
se le adelanta y responde: para aîotÀr que irá conmigo. Y cortando en seco la conver-
sación le da la espalda y àp'àtt^ a Pancha de los demás. Le
-Lo haré, don Manuel. Me hacen falta testimonios habla con cierto tonillo íntimo y lascivo.
de las gentes. Quiero hacer un recorrido por los pr-reblos de
los indios. Escribiré sobre sus costumbres y también lne gus- Aunque se esfuerza por ser galante, sus palabras
taría hacer lo mismo con los negros. Por eso es que me resultan vulgares y groseras, anota mentalmente Chema.
encllentfa aqttí, conversando con Altagracia, con su herma- Esa costumbre veníase practicando a diario en las calles de
no y su amiga. Lima. Chema babia visto hasta el cansancio, cómo para
muchos hombres era cuestión de honor. No toleraban pa-
Cherna distrae su atención y olvidando el propósi- sar al lado de una mujer que no fuera pariente o amiga sin
to con el que hubo salido al iardín: pronunciar una copla deshonesta. Según la clase social, el
tono claro de piel y si más o menos sedas y encajes ador-
-¿Cree qtre vale la pena darse tanto trabajo, Che- nan su vestido, suben el tono de alabanza de atributos fe-
ma? Entiendo que escriba sobre plantas nativas y animales rneninos hasta llegar al claro insulto: eso que los limeños
¿Más escribir sobre la vida de los esclavos? ¿Acaso no los llaman "piropeo".
tenemos también en España?
-Si no Io hago, mi obra no será completa. No es -¡Qué linda eres! ¿Cómo es que no te he visto an-
trna simple guía para viajeros, rrás bien un estudio sobre tes por acá, preciosa?
la sociedad limeña, un libro culto que se leerá en Europa -Es que casi no sale de Malambo -interviene AI-
con gusto porque esta ciudad es increíble. Ya he manda- tagracia. -Allá vive con su abuelo.
do unas hojas a rnis amigos y están ansiosos de leerlo por
completo. De la Piedra la ignora. Inclina Ia cabeza hasta po-
-Le confieso que no creo mtlcho en la lecftlra. Tanto nerla a la altura del pecho de Pancha y cubriéndose la boca
en Europa como acá, sigue siendo un privilegio. Sé de mu- le dice a Chema:
chos que no saben leer ni escribir, y no es que sean Sente
corriente, con las iustas garabatean una fi¡ma. Con trn libro -¡Ha dado cuenta del buen par de tetas!
BO 81

Chema se hace el que no lo entiende. -¿No quiere anotar para su libro cuántos esclavos
tengo en cLlarentena? -y solo se responde- Ciento ochenta y
-Me han contado que tiene una partida de dos- tres. Todos de buena enûac7a, ninguno de contrabando. Y de
cientos negros parzr vender. la mejor caIidacJ, créamelo. Tengo un socio que escoge los
-Sí, así es, mi estirnado. negros recién traídos de las factorías de Guinea y unos cuan-
tos de Nueva España o del viejo continente: negros criollos.
Con fastidio, casi sin escucharlo continÍla dirigién- Los compra en el mercado de Cartagern de Indias. Navega
dose a Pancha. con ellos a Poftobelo, unos nueve días de vlaje,y de allí cruza
el río Chagres hasta Panatnâ. De Panamá al Callao me llegan
-Así que vienes de bajo el puente. ¿Tienes marido? en un rnes, si es que no hacen escala en Paita o Guanchaco.
-No, stt merced. -¿No trae esclavos de Buenos Aires o de Chile?
-Ni marido, ni amo. ¡lllira si tengo suerte! ¿No quie- -No, nadie me garanliza su buen estado. Mañana
res trabajar en esta casa? Altagracia tiene un brazo enfermo y lo puede comprobar. Eso sí, le advieno que si quiere ir con-
necesita ayrrda -mirando con etención su piel de aceituna y migo tendrá que madmgar.
sus cejas enfadadas. Tanto quisier¿t que Pancha no fuera ella, -Lo haré, y añade: he venido haciendo rnis cálcu-
sino l¿r oúa: esa cuyo recuerdo se le clesliza en la nada. los. Las ganancias son rnuy altas.
-¿Cuánto quieres ganar? ¿Ocho, diez reales diarios? -En todo cotnercio hay pérdidas y también muy
¿Está bien? -apoyando una mano posesiva sobre su hombro. altas, amigo. Aunque yo las reduzco, prefiero gastar unos
La siente tensa y se estt emece de nostalgias pensando en el pesos más en grillos y cadenas, para tenedos bien sujetos
arco iris que esconderán sus s2ìyas. durante el viaje; ademâs, pago un capataz que sea rápido
-Nos vamos -acaba bntsc¿rmente Venancio. Se nos con el chicote.
hace tarde, su merced. Volvernos otro día, Altagracia. Toma -Me figuro que teme un amotinamiento. Que to-
de la cintura a Pancha y los dos se dirigen al zaguán sin men el barco y se escapen.
detenerse a hacerle un adiós con la tnano a Chema, que los -Sí. Ordeno que al primer negro que se ponÉla atre-
ve partir avergonzado. vido, le apliqtren diezlatigazos, y si no escartnienta, lo tiren
-Venancio no es igual a Nazario, ten cuidado -se por la borda. Para eso se etnbarcan "piezas" extras, sin do-
dice pensativo De Ia Piedra. cumentos, se entiende. Pero lo importante es que la catga
-La muchacha puede trabaiar aquí cuando quiera. llegue sànà à El Callao. Con bubas, o una de esas enferme-
Cuéntaselo a su abuelo. Consigue gritades antes que ambos dades vergonzosas, la tengo que Íìantener tres meses, no
se pierdan por el portal. Después se acuerda sobre 1o que le cuarenta días. Negros así están perdidos, sirven para ven-
contó Melgarejo de una tal Pancha. dedos por lotes solarnente. Por eso apenas llegan los hago
-¿Es ella la yerbera de Malambo?, le pregunta a Al- llevar a Malambo, busco que el médico los revise y los co-
tagracia que asiente muda. mienzo a engordar con abundante sango y papas cocidas.
-Al rnenos, pude enÍegarle los pesos pâra que To- Justo ahora voy a visitados. ¿No quiere venir conmigo?
masón empiece apinar el Cristo -reniega y regresa a la cocina. -No, prefiero esperar hasta mañana.
-¡Esa muchacha no me deiará tranquilo! -Imagina
de la Piedra, y el gesto reprobatorio de Chema, como adiv! Yâwar Inka se apàrÍa. del portal, deja pasar a dos
nándolo, le obliga a recuperar el tono de negociante. hombres atiborrados de atuendos y joyas: Juan de Soto, en-
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comendero con una dotación de doscientos indios, Caballe- Yâ:war Inka evita acercarse alos capataces que rece-
ro de la Orden de Santiago, y Diego de Esquivel y Jarava, ian en las puertas de entrada a los galpones y no es por el
que ostenta el título de Marqués de Valle Umbroso, compra- temor cle que lrr.ryan los esclavos. Ellos no tienen idea de dón-
do por treinta mil þesos. Los flamanres nobles se pasean por cle están. Los recién traídos demorarán semanas, con mala suerte
el laberinto de callejones insalubres. Han pagado con medio meses, hast¿t encontrar a alguien que entienda su lengua nati-
año de adeìanto el precio del esclavo que desean comprar, va. Los comerciantes se esmeran en mantenerlos separados.
por lo tanto tienen derecho a escogerlo antes del día señala- Hast¿r los "negros criollos" que dominan el castellano, al princi-
do en la venta oficial. Yâwar Inka parece esperar a alguien. pio, tienen dificr-rltacl en comprender el acento limeño de aquel
Se entretiene entre los galpones, y si la puerta de uno de río que conversa. Lo que los capataces temen es que al tnenor
ellos está abierta, introduce la cabeza y mira. c,lescuido le sean cambiadas sus "piezas buenas" por las "píezas
clañaclas" cle algún galpón vecino. Si sucediera, estarían perdi-
-Pero a nosotros, los indios, nos tratan al menos clos. ¿'Cómo reclamar a los hombres y mujeres sanos' en buen
como gente que somos, a los negros los compran y venden estadoi'No sabrían reconocedos. No se les graba esos rostros.
como a las bestias, se acuerda que Ie dijo a Tomasón en No tienen nombres. Todavía sus cue{pos no lievan marcados
medio de una discusión amigable. las carimbas o señas del propieurio.
-Esa es la desgracia que sufrimos, pero nuestra si-
tuación no es igual a la que padecen las bestias. El toro no -¿Ya escogiste tus negros? -le pregunta uno de los
se entera que le han puesto precio, ni que lo traen al mata- nobles al otro.
dero para sacrificarlo, para cortarle el pescuezo, sacade las -No. Estoy que no rne decido si comprar un joven
tripas y venderlo en trozos, una pierna por acâ, por allâ va para la hacienda, o un niño para que aprenda el oficio de
7a otra,la cabeza, el espaldar..., hasta el rabo se lo venden a pintor. Tomasón ya no rinde. Desde que se rnudó a Malatn-
cualquiera que pague. ¡No le dejan nada! con tal que rinda bo, no puedo contar con é1. De vez en cuando pinta un
para un puchero o un buen guiso. ¡El animal no lo puede cuadro y me manda decir que vaya aiguien a recogerlo. Siem-
saber! ¿De dónde, puesi'¿Quién se lo va decir? Los matarifes pre se ofrecen a hacerme el favor Melgarejo o su mujer. Son
no se lo cuentan, además, ¡el toro no puede entender! pero atentos, porque muelo mi trigo en su molino. No puedo
los negros nos damos cuenta y no falta el que se rebela o le negar que los cuadros de Tornasón todavía se venden bien,
pregunta al amo: ¿cuánto quiere por m? ¿Cuántos pesos? pero no es gran negocio. Dinero era Io que rne entraba cuan-
Regatean su precio, piden rebaja, se van a quejar al juez. clo é1 restauraba los óleos de un convento o pintaba Lln mu-
También hay otros {omo es mi caso- que no queremos ral de una capilla. Lo de ios cuadros de santos lo inventé yo
pagar n/a. No faltan los negros que se escApan, lú lo sabes. para tenerlo ocupado en las noches y evitar que los domin-
En verdad te lo digo, Inka, conviene saber que se tiene pre- gos saliera de casa. ¡No hay caso! Tomasón se me acabó' Se
cio, y hay que tenerlo bien presenre. Así, dicho bien alto y cletiene a oír el sllsurro que trae la caña brava de la orilla.
cantado en tu propia cara en la subasta. Así, con esos núrme- -Una ayrda para los esclavos, su merced.
ros grandotes escritos en un librejo de esos, es preferible a -Una ayuda para los esclavos. -Tarnbién murmura
que te vengan a engañar con eso de que tú no eres esclavo unà voz cercana
pero te obligan a romperte el lomo, no te pagan lo que es
debido y te tratan peor que requeremal. Esa libertad, ¿parà Los dos se quedan mirando a ese mulato parado
que sirve? frente a ellos. No 1o habían visto, ni prestado atención a su
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ruego por estar tan animados. El hornbre lleva puesto el -Me refieto a un orfebre de confianza que funda
l' hírbito de los hermanos dominicanos. Es el pofero del con- piezas en desuso, vajillas, cosas sin mucho valor. Me entien-
vento. El conocido hermano lego qr.re tiene farna de ser bue- de -insiste.
no cual un santo.
De la Piedra se siente incómodo. Mha a todos la-
vl ' n !¡t" -No faltaba más, no falaba más -reaccionan al re- clos y tarnbién baja là voz, sin saber por qué lo hace. -¿Pue-
'
I ii"
,J_¿
conocer al piadoso Martín de Porres. do pregr-rntaile córno se llarna esa persona que me reco-
ir ..t
'/^{r
l -Aquí tienes. Cada uno le entrega un puñado de mienda?
ü
lÌìonedas y se apanan de su lado, olvidándolo. Siguen reco-
rriendo los barracones. -Yo soy Yáwar Inka, repito y me habló de ti Moi-
-¿Pero Tomasón pagó su precio antes de irse a vi- sés Pereira. Moisés te conoce bien.
vir ivlalambo?
-No. Ya lo hubiera querido. Se me escapó, así nc> De la Piedra hace memoria. Piensa un momento.
mírs. Es¡á huido. -El nornbre no me dice nada. ¿Pereira?, no creo que me
-¿Y lo denunciaste'i haya sido presentado. ¿No se equivocará? Lo siento, pero...
-Quise hacedo, pero rne amenazó con no pintar- no ptredo ayudarlo. Comprenda. -Pasa fiente a Yáwaty avan'
me ni los cuadros de santos. Además, ya está muy viejo. za rurnbo a su calesa.
Hasta medio loco, creo. Mejor que se quede donde está. No -Sé que te conoce muy bien, aunque da lo mismo.
sea que se lnuera en rli casa y hasta tenga que pagade el Te pagaré como a ese rey tuyo. ¿Qué te parece una quinta
entierro. parte?
-Tienes razón. ¡No faltaba más!
De la Piedra se detiene en seco. Espera recibir la
De la Piedrâ termina la visita a sus esclavos y está respuestâ que lo auime a correr el riesgo de fundir oro con
por abandonar los galpones cuando escucha su nolnbre. AI- seguriclad robaclo o extraído sin permiso de una mina clan-
guien lo llama. Se da la vuelta. destina, lo que viene a ser lo mismo.

Es Yáwar que se le acerca. -¿Qué es lo que necesitas fundir, Inka?

-Te estaba esperando -le habla balito. -Yo soy Yâwar contesta sin titubear un segundo:
Yáwar Inka.
-No creo que tengamos una citzr, si bien recuerdo. -lTres candelabros de oro, de veinte libras cada uno.
¿En qué puedo servirlo? -Se asombra de la farniliaridad con
que lo trata. De la Piedra hace un gesto de adtniración.
-Bajala voz, -lo tutea Yáwar. -Vengo por una reco-
mendación. Necesito un taller que funda oro y plata, con dis- -El ladrón de Ia iglesias -murmura. Después trata
creción. {onfiesa procurando no ser escuchado por el río. de recordar a ese tal Moisés Pereira. Peleira , se repite, Pe-
-Soy comerciante solamente. Vaya al gremio de pla- reira... La memoria le gasta bromas al asociar el apellido
teros, que lo sabrán orientar mejor. traducido en otra lengua y se acuerda de Moisés Birnbaum,
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el jtrdío portugués. Debe ser é1. Se habrá cambiado el ape- lles, sin buscar pleitos inútiles, ni enredarse en carreras de
llido, se imagina y en ese rnisrno momento sin saber por competencia con otros caleseros para demostrar qué caballo
qué mecanismo sin senticlo se le atraviesa el recuerdo de la es más rírpido. Además, Nazario es reservado cual una tum-
joven amiga de Altagracitr y de !'enancio. Muy a su pesar ba y, apane de su mala costumbre de escaparse en la no-
comprueba que ya se le ha olvidado el nombre de la yer- cires, ya no se le conoce vicios. Por supuesto que a veces lo
bera. rnolesta rrerlo llevando a toclos lados ese talego, esa suerte
-Déjarne pensado, Inka. En rnenos de un rnes, ten- de sonajero que según dicen contiene huesos. ¡Pero vayan a
drás una respLresta. -Se aleja. Sube a la calesa. saber si es cierto!
-Llévame donde doña Catalina, Nazario, --ordena sen-
tándose y corre el cortinaje de la ventana del vehículopara Pero, por otro lado, él tampoco se engaña con los
conterìplar córno, a pausado trote, se van borrando San Lá- rnodos de Nazario: sabe que no es tan pasivo conlo aparen-
zâro con los barracones, los esclavos y cómo la imponente ta. Tiene la seguridad de que su cuerpo encierra una enor-
estatua cincelacla de Yáwar Inka va perdiendo relieves, re- me energía, una terrible fuerza. Desde esa noche que lo vio
duciéndose hasta ser Lìna roca que desaparece en el mo- alunado, sabe que hay momentos en que es incapaz de fre-
mento que el coche voltea y bordea el cerro San Cristóbal. nar su violencia. No quiso preguntarle que había sucedido
en el jardín aquella noche. Esperó un tiempo prudente. No
La quinta parte. La quinta pane. La quinta parte de hubo queja del vecindario. Calló. Solarnente le fastidiaba el
los candelabros robados. ;Si Io supiera Melgarejo! Mariana no poder olvidarlo. ¡Qué extraña memoria la suya!
mismo hablaré con el platero MarÍînez, se entusiasma.
Todavía estaban por el molino, cuando, a lo lejos,
La calesa avanza hacia el norte. Por el carnino al vio a Catalina Ronceros y Gertrudis Melgarejo sentadas en
valle de Luringancho, dos negras a pie reconocen a Nazario sendas mecedoras. El trote cercano las hizo alzar la vista y
y le hacen señas para que detenga el vehículo. La más joven acercarse a recibirlo.
mira curiosa hacia el interior, mientras la otra cruza Lrnas
palabras en alguna lengua de Guinea con Nazario. De la Catalina alta y huesuda, con los ojos negros bri-
Piedra le devr-relve la mirada. Lrrego, sin moverse del mr¡lli- llantes como si estuviera a punto de descolgárseles una Iá-
do asiento, se concentra en los contratos de venta. Los lee y grirna. Siempre vestía de oscuro, lo que resaltaba aún más
entiende que se despiden cuando ellas y Nazario se repiten su blancura pâIída. Tenía esa tez que se vetea a menudo con
mutLramente "cairnoco cuana mala,. Es un hasta la vista, o manchas, pecas y sonrojos. Si no era el viento, era el sol, el
-þ nos vemos en otra oponunidad. Se convence ¿r fi.rerza de calor o el frío Io que la lastimaba.
escuchar siempre la frase, eso es lo que al rnenos cree en-
, li tencter. Son muchas lenguas enredaclas las que hablan. No -Son los mosquitos, también. -Agita el abanico ner-
tiene sentido aprenderlas, comenta con sus amigos. vioso, cornpletamente bordado en seda. Tras deslizar con la
misma Írano un pestillito de carey, lo desplegaba de golpe y
El calesero arrea nuevamente al caballo con des- se daba aire con sonidos de siseos entrecortados.
tleza y la calesa se desplaza sllavemente. Parece que a Na- -No me avisaste que venías.
zario Briche las riendas le estorban en las manos. Apenas si -Ni yo mismo lo sabía, querida. Buenos días, Ger-
Ias roza para conducir y sabe parar en seco en las bocaca- trudis.
BB
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-Nluy buenos. Nlanuel. Jeról-rinlo rrre dijo clrre est'íi un altercado con sll abr.relo por una chuchería. Una estatui-
por charlar contigo, Pero qlle no se te cllcllelÌtra cn c¿ìslì' lla de cobre sin v,.tlor que se la pagué al justo precio, le
-Salgo mucho, vivo rnuv atareado con eso de
la contaba. Al cabo de unos días me la encontré saliendo de
venta de los negros. Ailora nis¡tlo vengo de l'eL cí¡lno se una pulpería. Se topó de narices conmigo. Me reconoció y
cncuentran en Nlalambo. quiso que Ie devolviera esa chuchería a su abuelo y yo que
-Traeté r.ln refresco de aìrnencir¿ts -intelrlttlpe Ce- nones. No, que es tnía, le digo, y además, por mofarme, Ie
talina. grito: ¡escándalo! ¡Cómo se luce esta yerbera con esas sa-
-A mí me vclrdríu ulejor trna copa de vino. yas! En esta ciudad, los negros no cumplen con los decre-
-lvh-rv rara vez tenÍ4o villo cn cltsrt. Apenas
io bebo, tos sino visten lo que les vienen en ganâ. La virreyna de-
)' pera qlle se tre cottlrietllt en vinagrc. mc lc> r'encien clema- biera prohibir semejantes atropellos. No bien terminar de
siaclo caro. hablar, sentí un chorrito tibio baiándome entre las piernas.
-Mtindarne a tus muchachos, les etltregaré
r-tna da- Me quise porque nunca me he aliviado de aguas
majttana de uri rnejor ¡uoscatel. -E,s btlcrro tener vino en cas:t' ni frente a^guantat
Gertrudis, pero no pude. ¡Ah, qué vergüenza!
Los rné<Jicos recomieltclan Ltlla cop¿r despr-rés cle l¿rs collicl¡s Porqr.re tú seguro sal¡es lo dificil que es detener la lneadera
a medias. Tengo testigos de que esa yerbera tiene la culpa
-insiste con fzrstidic.r. -¿Dóncle se ha r-netido Antór-r?
-Todavía no vltelve de vendel los httevos. -Entra
a de rni mal.
la ca.s¿t. -Escr.rché que has vuelto a aplazar la boda.
-Jerónimo qttiere habl'¿rte de la granja. Cerrar el
negocio -le dice Gertrr¡dis estancicl a solas. Catalina sirve el refresco y lo saca del recuerdo.
-Sí. me lo inagino. NIe etrc'.rrgaré qr-re Catalina se
'lbda-
la rrencJ¿t, aLrnqlìe todavía no ha llegaclc-r el rnonrento. -Por tonto qlÌe es, no se me olvida -recapacita De
vía no. Nuesua boda no será hitsta el próximo lrño. Antes la Piedra. Por unos meses notnás. Quiero que te sientas a ttts
tengo qlÌc baccr tlnos arreglos en lni vieja casa' Colnprar anchas. La casona está muy vieia. ¡En serio! Pafte del techo
muebles, otros esclavos para el sen'icio. Tocio eso torlará sLl de la cocina está por caerse. Compraré nuevos muebles para
tiempo, clíselo. ¿Cón-ro sigr-re? No estaba urul' llien de saiLrd - el comedor y para el salón.
lc pregunta lievando l¡ convers¿rción a otro tema. -No dudo qr-re sabrás hacerlo con el mejor de los
-Es por el frío que estír haciendo. Se le pasará. gustos.
-Soy cie la uristl¡r opini(ln. No es olra cosa -les- -Lo haré. Ten pacieucia. Si salieras con Gertmdis a
ponde De la Pieclra burl¿inclose cn secreto. pasear por los almacenes no te sentirías tan sola -la consuela.
-Lo mistno le digo. Hasta podríamos visitarte. ¡Se-
El sirnplón de Nlelgarejo le liabíe confiaclo el tnal ría una sorpresa! {omenta Gertrudis.
clue lo afìigía. -Créeme, Manuel. Yo no cligo que esa lllll- -Eso es, deberían pasar más tiempo juntas. Desde
ch¿rch¿r sea hechicer?t; sill ernbargo, te ¿lsegtlro ql¡e es ver- Iuego que eso de visitarme, no se los recouriendo. Casi no
clacl qr-re tiene poderes Para ¿ltrler el irgttzr. Gertn¡dis clice paro en la casona. Los negocios ..., entienden. -Se apresura,
quc es por el frío qtte está hacienclo y nle utconseia (lLleì rìlc se disculpa.
vayll a haccr ver por el jesr-rita ese. ()ué es c'l mal de orine-* -¿Para qué voy a it a Lima, Manuel? Antes iba se-
lo qr-re tcngo. Pero es esa yerbera, no enfertleclacl lo que guiclo a comprar flores, hoy ya no me interesan.
tengo metido cientro. Lo sé. N'le errlpezó después qLre tlrve -Ni siquiera va a la iglesia.
90 9I

Tendría que soltar varios miles de pesos para ampliado y


-No. Ni a ia a iglesia, reitera ella, abanicándose.
hacer que rinda.
-Tarnpocct recibes otre visit¿l que no sea la de NIa-
nuel. ¿No tienes alguna amistacl ¿no te queda ni un solo pa-
riente, altnque sea lejano?. preguntzr intrigada. Añorando una copa de vino, regresó junto a las dos
mujeres y, al darse cuentâ de que oúa vez Catalina lo miraba
-Despr-rés de qr-re falleciera mi nlarido con es¿ts fie-
bres de los piurtanos que antes no tenían cura' lo hicierc-¡r-l con dureza, o él lo irnaginaba de esa lnanera, optó por despe-
mis pacJres. Y los únicos parientes vivos por el lado de rni dirse. Todavía tengo que hacer otras visitas. Me espera una
rnarido ntttrieron todos a l¿ vez. Aunque no por esll nrislna tax)e Iarga negociando con unos clientes, se excusó.
enferrnedacl, ni de rruerte natural. Perecieron en un terrible
accidente... un incendio, para precisar. ¿No es cierto lVlantrel? -Trabajas mucho, Manuel -<onciliadora toma sus
manos entre las slryas.
-espera que él ratifique lo dicho.
-¡Qué espanto! Morir entre las llarnas debe ser la -Necesito el dinero, quiero casarme contigo cuan-
nihs terrible fortna de irse de este mundo -interrumpe Ge- to antes. Roza con los labios esos párpados temblones y
trudis horrorizada. esos ojos cerrados que siempre parecen mojados.

-Pot esa razón es que qLreman a los herejes y a los


judíos -añade Catalina Ronceros. Se despide y se va a donnir la siesta con Altagracia
Maravillas.
-Túr misma Io has dicho. Espero que algúrn día me
clìentes cómo sucedió. ¿Fue aqttí en Lima!' -la interroga-
Esa noche, acostado en su lecho, buscaba el sueño
¡Pobrecita! Adernás es la primer^ vez que escucho eso de
que Manuel conoció a tus partentes. extraviado entre las sábanas. Le pareció oír un ruido en el
portal. Es Nazario qlle se escapa, piensa. Era raro que le
-No, no clirectamente -aclara De la Piedra. -Sé qr-rié-
nes fueron, aunqlre nllnca tuve relación con ellos. Apenas si hubiera perdido tan rápido el interés a su mujer, tras tanto
los vi en alguna c¡casión y eso, de lejos. Se pr-rede decir que insistir en que se la comprara. Por otro lado, no le extrañaría
no fue exactan-ìente como Cat¡lina asegura -responde sin que supiera que Altagracia y él eran arnantes desde la pri-
rnucha convicción. Aparenta estar distraído por el cacatear rnera tarde que pasaron juntos y que la misma Candelaria
<Je las gtllinas sueltas picoteando granos en el patio. Se le- fuera quien se lo revelara. Nunca entenderé cómo reaccio-
vànl;r y aiega ir a dar un¿rs vueltas para estirar las piernas. nan los negros, se dice dispuesto a dormir, a pesar de mo-
Observa el terreno que Catalina l-reredó dei rnarido' La c¿rsa lestarle ese peculiar ritmo de tambor que comienza a llegar
era ffiLry pequeña e incólnoda. No valía un peso. Le grania probablemente del cerro San Cristóbal.
se irabía convertido en una rr-rina de adobes y esleras; con
toclo, rendíit gzrnancias suficientes con la venta de los hue- En Malambo, Pancha Ie entrega a Tomasón los diez
vos y Lìna qLle otra gallina ciueca. Gracias a los dos esclavos. pesos de Altagracia.
Antón y su itermano, Catalina vívía con decencia y Ia granitt
todavía se rnantenía en pie. Eran poczts fanegadzts de tierra' -No pr-rcio decirme cómo es que quiere que Ie pin-
lo que valía eran las acequias. 'leuía varias venas su'bterrá- tes el Cristo) porque llegó un tal Chema y después su amo a
neas de aglla y Ia cercanía con ei río. Hasta ahora había seis ofrecenne trabajo.
molinos de grano y uno de pólvora movidos por ias aguas -Hummm. No Ie hagas caso. A ese Nlanuel De la
clel Rírnac. El de N{elgerejo era el rnás pequeño de todos. Piedra no lo conozco. Pero es mejor que no r,rrelvas por ahí.
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al tarnbor?-se rnaravillaba. Con los ojos semicerrados tnira-


Toclos los amos son cortados por las rnismas tijeras' Cuando I

l>a hacia adentro. Pestañeaba rápidamente escuchando las


ven una negra bonita, se encaprichan con ella' Ahora' déja- I
lnanos dar golpes cortos, vibrando largamente lìasta dete-
me oír ese tambor, que me parece reconocerlo' Levantó el I

nerse pareciendo ser un gernido.


pellejo que cubría Ia ventana y afinó el oído. ¡Ya lo decía! ¡Es
bernabéj ¿Cómo me iba a olvidar de su forrna de tocar?
l

Fueron esas voces naciendo del rnismo cuero las


-¿Quién es Bernabéi' que repetían los cantos rodados del río hablador:
-Ah, Bernabé. Bernabé es tln negro principal
que I

toca muy bien la makuta , como le llama a ese tambor de


conversar. ¡Oyélo cómo asienta las manos en el cuero! -Mañana, mañana pues no será
¡
de negros en Malambo. Macario Santos,
¡Quién Io iba a creer!
que sea Palito León: vos criollos son.
-¿Qué tienen de especial? Yo no escucho
nada nuevo. -Buscan a strs familiares que dizqr-re viven en Líma, decían a
que se fue' Me su vez las tsacuaras de orilla a orilla.
-Pues claro. Bernabé hace tiempo Nadie les respondió.
acuerclo igual que si fuera ahorita mismo: fue poco antes de
Ia fiesta dè San Juan. Ese año se prendieron muchas hogue-
Después de la media noche, antes de irse a dormir,
cle la celebración, atlnqtle todos los ne-
Tonrasón pintaría en uno de los muros un tambor de dos
eraî p'àra despedir a Bernabé' A é1, lo
boczrs, y con letra pateja escribió debajo:
a su amo Y Parece que era verdacl que
toclos los clías le mezclabatln poco de veneno en la comida,
para ??xi amijo uernaue
hasta que ttn btten día acabó con él'
-i[abrâ usado alguna Yer-ba!
juzgo' Para mí
-Puede que sí. No sé, pero no lo
que ese amo se lo buscó por quitarle a la rnujer' Por supues-
tð, no falta alguien que se dé cuenta del asunto. Cuando 1o
fueron a apresar, Berna scaPó Por
:
los tejaclos. Pero fue un es lo baja-
ron de clos balazos y lo Pués, Ber-
nabé se arrepintió y pidió Lln cura para confesar sus peca-
dos. Lo mismo, le hicieron pagar Ia culpa. Lo arrastraron por
la ciuclad con una soga amzrrada aIa cola de una mula lo y
ahorcaron ellaPlaza Mayor. El juez ordenó que le cortasen
la cabezay las manos on en la pica de la
PIaza y sus manos en donde cometió el
crimen. Yo vi esas do upe que la cabeza
se secó en su lttgar, pero las lnanos desaparecieron'
-¿Cómo que desaParecieron?
-Sí, se escaparon -respondió Tornasón con natura-
lidad. -¿Quién iba a saber que seguirían i-raciendo conversar
l

t
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estaba entre los esclavos más cotizados. El platero Juan Mar-


tínez le abrió la boca con un palo que llevaba en la mano
para esos nlenesteres y comentó en voz alte

w I
lodavía no le han salido las muelas del juicio.

De la Piedra los animaba a que comprobasen que


sólo vendía nercadería de prirnera.

-Hornbres hechos para el trabajo duro. Están libres


cle cualquier enfermeclacl. Mírenlos bien -les comentó, anan- :'"
cándole el taparrabo. Guar¿rê tornó entre sus rnanos su verga
abultacla y briliante de aceite. Les mostró que no tenía los t
/c huevos descolgados. potra o enfèrmedad vergonzosa. Un tlur-
Uhetnu fue punrual. Sornnoliento subió a Ia cale-
rnr-rllo de admiración y una que otra risita boba Io rcdearon.
sa. Avanzaron por la calle de los Sombrereros hasta llegar a
la Calle del Añil, usualmente llamada la Calle de los Polvos
Azules. De al'rí cruzaron el Puente de Piedra hasta llegar al LÌn cornprador preglrnta en tono zumbón:
Arrabal de San Lâzaro y entrar en Malambo. Los comprado-
res de esclavos esperan en los cltatro galpones. Los que han -i'A todos los revisa personalnente? Miren eso, yo
pagado dinero de adelanto apartàn a los más jóvenes y fuer- pensé que solarnente lo hacía con las mujeres.
] tes. Se aseguran que bajo el marrón achocolatado o el negro
de Guinea, no se esconda un cruce con indio: un zambo. De la Piedra se sintió de mal I'iltmor. No sabe si es
Les orclenan que carninen, se muevan, Ievanten los E'¿zos. el comentario o ei gesto obsceno de ese esclavo lo que lo
Los contemplan de cerca; de cerca son así mismo conteln- hace sentirse humillado tiente a los compradores.
plados con asombro: que tanibién caminan, se mueven y
levanten los brazos; son feos, se cercioran mutualnente. Guararé se da cnenta y no lo oculta. Achicando los
ojos y ladeando Ia cabeza responde cortés a los interesados:
Apestan, están de acuerdo a ambos lados. Les cuesta
mucho disimulo soportar el mal olor que esos otros cuerpos -Sí, su rnerced, soy criollo. Sí, de Por-¡obelo, su mer-
despiden, y por si fuera poco, son seres completamente de- ced. Sí trabajé con Lrn platero. Fundir oro, también sé. ¿fo-
yas? Nlire estas dormilonas -y mostró los aretes que Ie rega-
sollados. No tienen piel. Llevan una nariz horriblemente pun-
tiaguda y sus orejas traslucen los rayos de un pálido sol, lera lvlaría de los Angeles. -No son de plata siquiera, pero la
anotan mentalmente los esclavos. filigrana la hice yo -mentía con descaro.
-Este es el esclavo dei que te estuve hablando -le
Guararé había recibido órdenes de etnbadutnarse hizo ver De la Piedra a Nlaftínez. -Está hecho para ti. Toda-
por completo con aceite de coco y amansarse el pelo con vía no acabó de ser aprendiz, pcro estuvo un año trabaian-
uno de esos peines hechos con los cuernos de toro. Medía do en el taller de un orfebre fino y bastante aprendió. Te 1o
más de ocho palmos y, a pesar que era delgado, casi débil. recomiendo. En poco tiempo, te habrâ rendido el doble de
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96 \r,.-,'v| rL
t^
su precio y couìo es trabaio que no maltrata, te durarít lnu- -Don Manuel De la Piedra, vende a donJuan Martí-
chos años. Es buena inversión. Pido ochocientos pesos. Es nez, un negro criollo con todas sus tachas, vicios y defectos...
una de mis rnejores .Piezas". I

Mar1ínez cavila un nìomento y le entrega el hierro


-¡Por ochocientos pesos puedo comprar casi tres
negros! ¿De dóncle voy â sacar tanto dinero? lNi pensarlo! de la carimba.
-Me pagas la rnitad, y te doy un plazo de un año
,' para el resto. Tengo interés especial en que se quede en A media mañana, Chema ya había anotado en sus
\ Lima. A los mejores plateros se los llevan a Potosí. apLlntes que los galpones eran pampas cercadas sin el más
rnínimo control sanitario. Escribió sobre el monótono pre-
Maftínez pensó la propr.resta que hace ttnas hor¿rs le gón de la subasta. Del griterío de la compra. Del habla en
hizo De la Piedra. No le preguntó ponnenores. En la cir¡dad diferentes lenguas y de los llantos. Anotó que los carabalíes-
no faitaban clientes con deseos de ftrnclil el oro conseguido eran agradables de observar por su porte sereno y sus muje-
con rnétodos nada lícitos. Los tnás, esperaban la ocasión pro- res altas y hermosas. Que era cierto que los mand_ing3s-eran
picia para envi¿rrlo a Europa sin pagar los debidos impuestos. hábiles negociantes. Los había visto trocar con loscon-gos y
Hasta los caiones de confites y màzÀpanes qtLe erlbarcan las .11gldlgggl sus adornos y trapos. Pero con lo visto tenía
rnonjas de ttn conrreuto lilleño a sus abadesas en España. Por suficiente. G bastaba y sobraba. El negocio de los esclavos
¡
el peso que tienen, no parecen estar rellenos de rnanjarblan- io asqueó.
co, ese clelicioso dr.rlce de leche sino de pepas de oro.
Salió a la calle y entre los coches y calesas buscó a
Nazario Briche para poder regresar a Lima, pero no lo en-
D ¡1'¿ -He veniclo a colnprar ttn bozal, qtle no 1rre clìeste
(_
mucho, para que mantengâ el horno encendido y cargue contró. Dos hornbres andrajosos, del leprosorio cercano, se
carbón. Sin embargo, aprovecharé tu oferta ,v te compraré le acercaron extendiendo sus muñones y descubriéndole sus
esta pieza. Aunque a \a latga sé que vale la pena. por ahora Ilagas. ¡Qué distinta erala vida al otro lado del río! Por evi-
rne has endet¡dado. ¡Eres un bribón!, le da un apretón cie tarlos, entró de nuevo a los galpones y sólo en Llno, oscuro
manos seliando ei trato. y sin ventanas, enconttó silencio. Se apoyó en la pared, des-
i, cansando del horror. Al respirar hondo, se le fue subiendo a
De la Piedra ríe. Su panza sube 1' baia en el rnovi- \a nariz una pestilencia nauseabunda. Era un olor a carne
miento, la papada tiembla. Como al descuido preglrnta: charnuscad¿. No se le olvidaría mienlras viviera. Sin darse
cuenta, estaba en el.g'alpón de la carimbà. , ¿'
-¿Has traído tu hierroi'
En un recodo, un fogón calentaba los hierros al
-Sí, 1o tengo conmigo, pero no sé qr-re me da rnar-
carlo. Es negro criollo. rojo vivo. Fue distinguiendo las siluetas en el claroscuro de
Ias lengùetas de fuego y, a pesar de la repugnancia, slr cu-
-Te recomiendo que Io hagas. Es una "pieza de
valor" y no quisierzì que se te escape, al menos mientras no riosidad pudo rnás. Se acercó. Observó cómo unos hombres
\ sujetaban a un pobre desdichado y un tercero le asentó el
me 1o canceìes y la Santa Hermandad no pueda reconocer-
lo. El doior se le pasará. Por 1o clemás, se sablá quién es su hierro candente en las rneiillas. La piel chirrió. Chema se
ciueño -le contesta De ia Piedra Y etnpieza a dictar al escri- sobrecogió al ver entre esos ensangrentados colgajos las ini-
bano la carta de venta. ciales ornarnentadas de Juan Martínez.
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lÀ_q. riL

98 .i.t. , l ,' ì.t 99

Antes de que el esclavo cayeîa al suelo' lo sostttvo' Los malambinos vestían burdos calzones y zama-
rras de bayeta. Ijna faia en la cinlura sujetaba el chafarote:
un burdo alfange de dos filos. Algunos lucían collares con
",,r.-4'r( -Hablar, calma el dolor.
cuentas de colores y hasta prendas de oro. Caminaban lige-
aquí-acertó a decirle, Y al Poco ros balanceando sobre la cabeza canastones de fruta, leña,
hablar. Cherna. rnojó la plurna y l-ra
gamino fue escribiendo pacientemente hasta que el clolor botijas de leche y enormes atados de affaIfa. No faltaban
quienes se detenían y Io observaban abiertalrìente, como si
cedió.
fuera una especie extraña y Chema, tan acostumbrado a ha-
-Eso es todo lo que sé de mi vida' ¿'lvle allrtdarâ? -
cer lo mismo en otras circunstancias, les hunaba la tnirada.
pregunta Guararé hosco, sin levantar Ia mirada del suelo.
Solamente alver a esas dos mujeres, se atrevió a acercarse y
pre¡¡untarles. Una de ellas, acuclillada frente a una fogata de
Chema obserua el trozo de seda. Siente lllstirna por
el joven
leños, cocinaba chicharrones en plena calle y conversâba
con otra que parecía ser su hija. Habían levantado un tende-
dero de sogas sujeto con cañas y oreaban la ropa tendida.
-Mejor sería que olvides esa historia del remero en
Panamil y te conformes con tlr suefte -le aconseja. -El plate-
ro no es mal hotnbre, te dará buen tralo. Lo qtre tienes en la -¿Me pueden decir cómo hago para Ilegar a Lima?
No sé donde estoy.
trano no te servirá de nada -agrega señalándole el retazo'
-Han pasado Íìuchos años desde que sucedió, suponiendo -Está en el Arrabal de San Lâzaro. En Malambo. En
que sea como lo recuerda esa mujer. el Callejón de Terranovas, p ra más señas. ¿Viene de la su-
-Entonces, no me hará el favor.
basta, ¿no'i -le inquirió la mâs loven.
-No es eso. Conozco muy bien Io que venclen los -Sí, sí. Pero no vine para comprar esclavos -se dis-
culpó. -Estoy estudiando las costumbres lugareñas. ¿Por dón-
almacenes y no recuerclo haber visto una seda igual. Es mtry
fina y ese color la hace diferente, Pero'.. de todas fiìaneras de pasa el río? -les preguntó nervioso.
lo intentaré. Te prorneto que lo l-iaré. Eso sí, me tomará su -Regrese por donde vino y vâyase de frente no-
más, su merced. Aquí en Malambo nadie se pierde. Para un
tiempo. No te desesperes -le conlesta y saie a toda prisa t\ lado está el cerro y pan el otro, el río.
decidido a abandonar ese ltrgar.
-¡Pero por qué tanto apuro! Quédese a conocer
Iría a Litna caminando. Cruzaría el pr-rente y llega- Malambo y pruebe los chicharrones que y^ v^n a estar lis-
tos. Después, nosotras lo llevamos para aIIâ -agregó la mu-
ría a Ia casona :t pie, se dice, pero todavía tnareado por el
jer mayor. ¡ ¡,- ..1, .,"r-a-¡ cl¿ ¿h, "l',. í
rL'
horror de la chamusquina, no se dio cuenta de que se inter-
naba en un¿r de las muchas calleiuelas de Malambo' Cuandcr
se ve perclido, sigue andando. Casi pasea, disinlulando la Chema no se negó por temor a ofenderlas y por-
inquietud que siente todo qr,rien atraviesa por Lln territorio que junto a ellas se sentía protegido de esos negros con
vedado y no quiere que los demás se enteren. No se atler¡e tanto ñeque: ¿¿lientes y de mucho coraje. En Malambo, la
negrada no escondía sus modos francos bajo un servilismo
a preguntar a los bajopontinos dónde se encllentra realtnen-
te. Al contrario, se retrasa, y les cede el paso cortésmente al
que les evitaba el látigo. Chema prefería no tener un mal
ctuzàr las acequias sobre esos inseguros puentes improvisa- encuentro con ninguno de ellos sin estar armado, por lo
menos de una espada.
dos con tablas. L
100 101

I r '' Al lado cle muieres, siempre se sentía a szllvo. Pro- no sabía por qué razón no podía levantarla y rnantenerla
I bó la chicha que le devolvería el ánimo. N rato, un Élrupo derecha sobre los hombros. : - . "
1., ,-
".*
cle niños desztrtapados pasaron masticando calìa de Àzitc [, -. _-_,_-_-/
se detuvieron a colrìentar con desenfado la calidad de su i Estaba borracho,) reconoció sin alarmarse por su
capa, su fina ropa de pana y sus calzas cle badana. Después, estado ya que èstaba al lado de dos mujeres que inspiraban
le convidalon a Ltn trozo de caña de az(tcar f ie buscaron confi'¿nza. Además, rnanteniendo la cabeza así caída, empe-
conversación. zal>a a divisar la ribera de totoras del Rinac y ya lo iba al-
canzando su cuchicheo conversador.
-Llévenme a Lima -solicitó Cirerna arrancando la
correza cle la caña cie azúcar de r.ln mordisco. Masticó y, ex- Esta l'ez, los cantos rodados del río semejaban le-
prirniénclole el jr.rgo, escupió el bagazo' Una hebra de pulpa ños crepitantes.
entre sus clientes Ie rasguñó la boca. Le coftó los iabios. Sintió
el sabor salobre de su sangre y hubiera preferido deiar de Tuvo que correr mucha agua bajo el puente a fin I
comer, pero los niños continuaban convidándole a más caña. de que De la Piedra escuchara a Chema contar esa historia t
que le sucedió con la mujeres y Chema no se la relató a él
. -Corna, despttés lo llevamos al otro lado -decían'
precisamente, sino a Melgarejo. Los tres se encontraban en
Chema anot¿lba qLÌe, a pesar de tanta prohibición, el salón esperando que las calles se entibiasen de sol maña-
,t
decreto y certificaclo cle lirnpieza cle sangre, va Lilla tenía nero antes de iniciar los negocios y visita a los clientes.
una población cle ntr-tlatos, zatnbos claros y prietos' Sacala-
- gu^a, colorados, cltarterones, quinteronas, salta pa-trás. prie- Melgarejo escuchó atento y después le dijo:
tos, chinocholos y tallto cl-Llce el-ìtre negros, indios y lllancos
que le enseñaron los niños ¿ difèrenciar. El tercer i:rrro de -Pero sigo sin comprender el rnotivo por el que
- chicha le soitó la lengua y les confió a las muieres que aczl- desiste a seguir escribiendo.
baba cle rrer caritnbar a LIn desgraciado. -Ya está demás hacedo. No tiene sentido, viéndo-
rìe se da cnenta, Jerónimo.
-Es una práctica atroz y hr,rrnillante -collìentó. -No. Le soy sincero que no. Pero entonces, ¿qué
piensa hacer?
Las nujeres se intercalnlliaron tniladas en silencio -Saldré un tiempo fuera de la ciudad, después ya
hasta que la tnaYor le contestó: veré. Br-rscaré un empleo. Nlucho tiempo no podré vivir de
mis ¿lhorros, quizás vLrelva a España.
iì'
-¡Ni ìe le ocurra! Gertruclis acaba de recibir noti-
:

-Yo tanbién ilevo Lln¿ì l-narca.


cias. Su familia escribe que la guerra no tiene para cuándo
-¡Pobre! ¿Quiere contarllìe su llistoriai' La escribiré
en mis relatos como el testitnonio cie r-lna muier liberta -le acabar. Zaragoza y 'l'oledo están en la ruina. Además, en
sugirió y ademzts quiso agregar qLle estaba en conlra de ese Europa creen qlre en estas trerras se hace forluna
sistenla, pero cle pronto se le escapaban las palabras y no fácilmente. No saben que acá ya todo anda de cabeza. Se
tenía voz..Se le cayó lzr pltrma cle la rnano. QLriso al menos acabó Iabonanza, para quien la tuvo.
censlrrar, negar con Lln gesto moviendo Ia cabez¡ de r-rn lado -Exageras. La situación no es tan gr:lve corno di-
pzrra otro. FLte tanto stt esfiterzo qlle se le cayó al pecho y ces. Cuente con mi a1'uda, Chema, intervino De la Piedra. -
r02 103

Puede disponer cle Ia habitación el tiernpo que quierzi. sin -¿A dónde serâ esta vez?
plrgar arriendo, se entiendc, y eso no qttiere decil que me -A visitar esas islas sin vegetación que tienen el
sienta responsable pol ese percance qr-re le ocurrió en Nfa- rnar de este reino. Adiós a los clos -se despide, les hace una
lambo el clía cle la subasta -le aclaró, haciendo con la mancr venla y se va.
tun aclemzrn cle guarcìar clistancias. -Usted fr-re qtrien tne rogó -Pobre infeliz. ¡Qr-ré rostro! Esas mujeres lo han con-
pala qLle lo llevara a conocer los barracones y los esclavos. verticlo en Lrn narnarracho -afìrtna Melgarejo cuando Che-
Para regresatse a Lima solallente tcnía qr-te esper2lr a Naza- ma termina de salir.
rio. Estoy de acuerdo ell qtìe él no estr'trro en sr-r iugit¡ por -¡Ah! menos mal que él no piensa lo misrno y me
eso lo castiglìé y .... alegra. Chema no le hace mal a nadie. De ti, no se puede
clecir lo mismo. Pancha le confìó a Altagracia que le robaste
-... )'Nazario no tiene cr-rlpa de lo que rne pasó.
Aclernás, quizíts es porquc también tne est¿ìré volviendo fa- a su abuelo.
talista colno lnucha de la gente sin fortr.lna, aqttí en Lirl't¿t. Lo -¡Bah! Si se refiere a esa baratija sin ningún valor,
cierto es qtre pienso que lo que estil por suceder succcle - exagera. Se la cornpré. Además, ya te lo había contado. ¿Lo
con-ìenta Cherua. -Cualqr-riera pudo ser r'íctim¿ de esc
"per- olvidaste?
cance". cotno usted Io llarna. -Es de oro puro y le diste unos reales -le contesta
De la Piedra ignorando su pregunta. -No seas rnajadero. De-
-También lo t'e<-i de esa ln'Jnera. Esas cJos mujeres
s¿lbían lo que estabiìn haciendo, y si tlstecl no se negara a vuélveselo.
colaborar con el alguacil, ya estelían entre reias. llelecen tln -Pensé que era de cobre. El viejo Io quería tirar aI
buen escanliento, agregó Nlelgarejo. río -le responde con desenfado.
-No compafiimos la nlisma opinitin. -Puede hacer lo que le venga en gana, es suyo.
-¿No l'rabrá sido Pancha r-tna de ellas? -qr'riere sa- -En vez de defenderlo, deberías eslar preparan-
ber Ì\'Ielgarcjo. do tu boda con Cataiina -protesta irritado. -No es que rrle
importen tus asuntos. Pero necesito comprar Ia granja para
-No, Jerónirno, por favor. No entromet'.1.s a Pancha
en enleclos, ella no le l'race mal a naclie con esas 1'erbas que ampliar el moiino. Es urgente. Si tengo más capacidad
conoce tan bien, ctral rnédico. Respecto a las o¡ras rlujeres. quizá los jesuitas me lleven parte del trigo de sus cose-
le cligo que no tengo intcnción de cestigarlas. Son t¿tn culpa- ch¿rs a rnoler. El padre José le ha prometido a Getrudis
bies corno cualquiera cle nosotros. A nli rne dielon r-rna iec- qlre intercederá a nlrestro favor y tú sabes qr-re si lo consi-
ción, nada tníts. gue, será un buen negocio. No quisiera perderme esos
clientes.
-¡Pero. de qué tnanera!
-{hertra tierre razón en lo que respcct?t a la 1'erbera -
inten'iene De la Píedra -<1e 1o clenús. prcfiero no cliscutir. A De la Piedra se levanta. Se ajusta el cinto en el
ella déjenrnela tranquila que la tengo meticizl c'nlle cele v ceir. vientre y responde con frialdad:
Quiero cc¡nvencerla p2ìra qtle se venga a vivir conrnigo. por un
tiernpo, eso sí. Lzt vestiré de oro 1' sedas. Le claré lo qtre qr-riera -No rne rruelvas a mencionar 1o de la boda. À{e
casaré con Catalina cuando yo decida, nadie me empujará a
-No aceptalá -acivierte Chelna y ler"antándose clel
asiento. Lo siento. cirbelleros -se disculp:ì, -rìe veo forzaclo hacedo. Ni ella ni tu molino. Tendrás que esperar si quieres
a delar qr-re continúen la charla sin rni pcrsona. Estoy en los ser rico, y por si no te has dado cuenta , ya empezó la rnaña-
preparativos para rni próxino viaje. na. Vete a moler tu harina, que a mi tampoco rne caen los
7

104 105

pesos del cielo. Ah. y deja tranquila a Ia yerbera y a su abr-re- sábado. Si no fue el mismo cliente, fue el dueño del almacén
,,, ..' , ,. lo, siho quieres problemas conmigo. contiguo quien lo denunció. Se hizo en secreto, testigos no
i hubieron. Aun así, la calesa verde del Santo Oficio no se
Eso, ya veremos. Esos negros no son mercancía l-rizo esperar p^ru el apresamiento y decomiso.
tuya, mercachifle, piensa Melgarejo.
!- En el interrogatorio, Antonio Coldero negó lo di-
Nlaldito seas, reniega De la Piedra para sus aden- cl-ro. Negó que la incisión en su pene era señal de su alianza
tros y Ìos dos se sonríen con hipocresía. con Ia fe judía.

De Ia Piedra sale a camin¿rr. EI disgusto lo ha de- -Siendo niño me morclió un perro. Fue un acci-
primido. Conversando con Chema y Melgarejo otra vez sin- dente -soltó a la primera ruelta del potro.
tió que la memoria se le confr-rndía en un laberinto de re-
Tòr;, r ¡
cuerdos, sin poder distingr-rir claramente entre lo vivido y la A la tercera vuelta, sus muslos y espinillas crujen
evocación de una historia oída en r.lna taberna, en una feria con chirridos de bisagras oxidadas, mas sigue negando. A
cle pueblo, en un recodo del camino, sentado bajo una fion- más n-lellas, las roclillas ya están por saltar cle los goznes.
da de ceiba a la espera que el sol amaine. ¿Por qr'ré no con- Parecen manzanàs duras. El verdugo transpira. Descansa un
seguía separar las experiencias ajelas de sr-r propia y verda- momento. Ajusta olravez la cuerda confuerza. Los alaridos
dera vida?, se preguntaba consciente qlle el presente se ie retumban en las mazmorras del Santo Oficio.
iba haciendo cada dia mâs breve y el pasado era una cons-
tante clucla. El llanto de Cordero se desborda y cae desperdi-
ciado. En los hogares judíos, nunca faltauna redoma de cristal
Un sonido parejo de cabalgar de jinetes, el son de para guardar las lágrimas derramadas.
Íompetas y atabales, lo hace clirigir la mirada a Ia Plaza Nla-
El torturado cree en Adonai y es por eso que /
¿ì- yor.Por Ia Calle de los Escribanos, cabalgan los farniliares
solamente prueba alimentos guisa¿lãS eOn aceite de oliva.
,,' nero: ....para que acuclienclo a é1, los fieles católicos ganen No consume carne de cerdo, ni pescado sin escamas, ni
las indulgencias que los Surnos Pontífices han concedido...'. gallina que no haya sido desangrada, comenta el Río Ha-
alcanza a escuchar y no les presta más atención. Se distrae blador.
imaginando la procesión de los penitenciados portando ve-
las verdes. Los hechiceros y los bígamos sietnpre van segui- Para que nadie se entere, si alguna vez lo invitan
dos de los judaizantes, los que recibirán azotes desfilan atrás, come lrasta en las fechas de ayrno; eso sí, alllegar a su casa,
llevando sogas gruesas al cuello. se mete los dedos en la garganta y vomita las friruras con
sebo, las carnes impuras, los panecillos amasados con gra-
En Lirna, el apresamiento de judíos empezó ei rnis- sas. Por eso, Antonio Cordero, se viste de lirnpio el sábado,
rno viernes en que Antoniò Cordero se negó a vender me- y alahora de morir los suyos los entierra con monedas en la
chas azufr¿rcias para encender las velas de un cliente. Tenía boca. Vacía el agua de los jarros en casa, y en los siete días
el almacén abierto, sin embargo, advirtió que estaba oscuro de duelo, solamente se alimenta de huevo duro sin sal, repi-
y no atendía negocios entre ia puesta del sol y el ocaso del ten las agLlas.
t07
106

De la Piedra se figura a los sentenciados en el día -¿Es ése Guararé de fiar?


del Auto de Fe vestidos con corozas y sambenitos pintados {omo cualquier esclavo. Ni un tanto más ni me-
nos, así y todo no hablará. Lo trato bien y no tiene la menor
con llamas y serpientes. Allí tarnbién estará Ia crttz de éba-
no, con cantoneras de bronce. La nobleza y la canallada. Es idea de quién encarga el trabajo que Ie ordeno hacer -le
r¡n día de fiesta. Una terrible hoguera arde. Brota el htlmo responde el platero, puliendo un pebetero con fonna de
pava en el ostentoso estilo limeño. Ambos miran inquietos a
de los atados de Ia leña. Alguien atiza eI fuego y ia muche-
durnbre vocifera, continú¿t arrojando escoria a los ir-rdaizan- la calle cada vez que alguien pasa frente al taller.
tes. Dos condenaclos se altrazan sin que Io puedan irnpedir -Me alivia saberlo, odio a los denunciantes -agre-
ga. Luego calla. Se hace un silencio que lo rofiìpe el platero
los inquisidores, se dan el beso jr-rdaico de la pzrz.
con un munnullo.
Con. las arntas de Adonai artrJo annado. -Y yo estaré tranquilo una vez que te hayas lleva-
Con la capa de Abraham ando cobiiado, do las barras de oro. Ya lo fundí. Me quedaré con una, y por
la de de Daniel traigo en mi corazón, favor: no me cuentes cómo es que esos candelabros llega-
por doncle Juere y andaré, ron a tu poder. No quiero sabedo.
nmlos 7, buenos hallaré, -De acuerdo. Mandaré a Nazario a recogerlas, en-
vuélvelas cu¿rl si fueran fardos de géneros. Si los ven, no
La multitud abuchea la últirna oración. Lanza basr¡- sospecharán.
ra, piedras, cáscaras. IJna fruta podrida r,uela por los aires. -Yo sabré cómo lo hago. No es la primera vez.
Alguien la vista para mirarla caer. A De la Piedra lo Pierde cuidado. Hablernos de otras cosas que ahí vienen
^gLtza
estremece un temblor incontenible. Sin poder detener otro unos clientes -le ordena.
jirón rasgado de recuerdos que no consigue ordenar, ve el -Y dime: ¿cómo Ie va a lu inquilino? -levantando
fruto caer en Lrn rostlo acusador fijo en el suyo. ofr'à vez Ia voz.
-Chema está muy bien. Se repuso del accidente y
Mi silencio tiene precio. Revelan unos oios inmen- está con ánimos de víaje. Se va a conocer las islas de San
samente húrrnedos y negros. La imagen de Cat¿rlina Ronceros Lorenzo,las de Chincha y no se cuántas otras. Es lo mejor
se borra entre el hr¡mo de las hogueras. Su balbuceo se pier- que puede hacer. ¿Tienes algún encargo paîa él? Sí es así, se
de entre tantos gritos. Se desvanece la certeza si fue ella, lo haré saber antes de que parta.
pudo haber sido o no fue.
-No, curiosidad por ver cótno le quedó Ia cara.
\.. i-L " \ Eso es todo. Salúdalo de mi parte.
Los preg'ones ¿rnttncian que pronto arderán cloce
judíos en el quemadero de Lima. Entre ellos, nombran a -Lo haré. Adiós.
'). ,.'
Juan BautistaPérez, de cuarenta y seis años, natural de Coirn- En la trastienda, Guararé adelgaza una hebra para
bra, en el Reino de Portugal. De la Piedra calcula que Bau-
formar la flligrana. Cerca de un hornillo, acucliilado en un
tista dejará una fortuna de ciento treinta mil pesos. Quizás la
petate, la estira en un fino hilo de arañ.a, y manejando dies-
más grande de Lirna.
tramente los alicates y pinzas de joyero, se pierde en Lrn
Un apuro repentino lo hace dirigir sus pasos a la rielar cle plateados horizontes. Termina un par de dormilo-
platería deMartínez. Entra. Se aseguta que no hay clientes, y nas y perendengues con motivos de azaltares y alas de livia-
bajando Iavoz sin siquiera saludarlo, le pregunta al platero: nas mariposàs pàr2r comenzar otra joya, y otrà sin detenerse
108

a encontrade nuevas fonnas a la hebra y al vacío que le


dejata esa prornesa incumplida de Chema Arosemena. La
desesperanza Io martillea con Ia misma insistencia con qlle
su mano golpea el metal.
WI
Pero ya sabe que Chema vive en la casona de De
Ia Pieclra. Lo acababa de escuchar. Hab\arâ con él de nuevo'
l]na de estas noclìes 1o visitará.

e
(9r"
.... río con la luna que brilla así blanquita y sólo
se le ve la rnitad nada más es la negra más br,rena rnoza que he
visto en lnis sueños. Es _Ochún, la dr-reña del agua dr-rlce, que
por cr-rþa de Ogún. Ahora vive en los ríos, lagunas y puquios.

Resulta que un día Ogún estaba en ei cruce de un


carnino rriendo rnuy orondo cómo los cazadores le ofrencla-
ban un galio colorado, cr-rando ve pasar a Ochún recogiendo
esas florecilas arnarillas que se llaman "arnancayes", 1'ahí mis-
mito se prendó de ella. Le importó un con-iino que Ochún
esruviera de amores con Changó. a quien él conoce bien.
porque a veces Changó le espanta los animales con slls rayos.
Pero, así son los santos, pues. Ellos tarnbién tiene sus antojos,
y escondiéndose entre las matas, Ogún Ia persiguió sin que
los cazadores se enteralan que quería faltade el respeto. Cuando
éstos se fueron para el cerro, se le plantó enfrente a la rnujer y
la qtriso tomar a Ia fuerza. Ochún, al verlo montuno apenas
tapado con un pellejo cle venado, o quizáts hasta calato, irna-
gino que se asustó, io cierto es qlle pafüó a la carrera y Ogún
detrâs de ella. Terco, acosándola. pisándole los talones, por-
qlle ese se conoce los matorrales mejor que nadie.

Desesperada, Ochútn se tiró a\ río y la corriente se


la llevó. No se ahogó. Yemayâ,la diosa del mar, la salvó y le
dio las aguas dr,rlces como morada.
111
110

Cuando los pescadores están poniendo trampas para polvillo se sentase a la mesa y que lo acompañase a comer. El
camarones o jalando sus redes y por casualidad ven a Ochún, polvillo entraba en los anaqueles. Según é1, le adornaba las
dejan todo botado y se van rápido no más. Cuando ella se cobijas y la rcpa. Le fascinaba su brillo opaco posado en el
enaÍrora, no hay forma de zafaile el cuerpo. Los a1'uda' Les dorso de sus manos resaltándole las venas gordas y el amari
teie balayes de totora y se los llena de pescado rico' Pero, llo de sus uñas gtuesas y curvadas. Al abrir la venlana, laluz
pobre del hombre que no cotresponda su alnor' que no la ciega lo hacta bailar en puntos de terciopelo. Se pasaba la
mañana entera tratando de atraparlo con Ia intención de guar-
consienta y le regale sus alhaiitas de coral. El día menos pen-
saclo, se los iala para dentro del agua Y no los ahoga, los tiene
darlo bajo su almohada. Se recostaba sabiendo que le sería
difícil dormir largas horas de un tirón. Cabeceando no más un
sueñecito, Juanillo el vendedor de agua lo despertaba y le
pedía que le pintase más santos de Guinea.

-Pero Tomasón, deja de pintar ese muro y termina


que se cotnpacJezca y les quite esa mentecatería. ese San Benito de Palermo. No vaya a ser que tu amo se
enoje y se le ocurra venir por acâ -le aconsejó Venancio al
Ocbtin yq)eo apetebi nombale entrar y verlo volver a delinear una figura borrosa.
Ocbún yeyeo aPetebi nontbale -Tú no me andes fastidiando y que el amo espere.
Ocl:un, morilteyeo obiniri aro abebe Yo acabo esto y después sigo pintando ese Cristo Crucifica-
oun ni, kolala ke, Iya ni koYLto do para Altagracia. Mira, con tanto polvillo prieto que tiene
son yeye kari, guanarí guanarí dentro, verás que hasta milagroso va a ser. Pero ya dejernos
ogale gu.ase ana, ago esto y cuéntame que te pasa. Te noto preocupado.
Ocbún yeyeo apetebi nombale -Estoy fastidiado. El pescado se ha ido. De todas
Ochún yeyeo apetebi nont'bale maneras, te traje tres bagres. Es 1o único que pude pescar.
-Anda lirnpiándolos. Pancha no está y no te apu-
Tomasón soltó el cisco de carbón con el que la res que yavendrân tiempos mejores. ¿Cómo anda esebrazo
pintaclo en el tnuro y le cantó suavecito a la Bella de Altagracia?
había
Ochún. -Nlalo, malo está. A eso también venía, quiero que
Pancha vaya a curada. ¿Y para adónde es que se ha ido?
Achacoso como estaba, Itabía empezado a sentirle -Por los quintos apurados a buscar huayruro ma-
cho y hembra. Ese frejolito colorado con pintas negras que
cariño a cosas que antes ni se había dado cuenta de que exis-
sirve para cahnar la tos. -Moviendo la cabeza añade con ese
tían. Le tomaba tiempo descubrir todo lo que lo rodeaba. Sa-
Iía hasta la puerta y podía estar horas enteras conternplando
tono terco que tenía de acentuar las palabras. -Pero, te voy
el portal de madera del matadero, las gentes paseando por las
a decir que a rní no me gusta ni un poquito eso de que
tenga que ir tan lejos a buscar yerba para curar.
calles y cada trna de las hoias de los palos Malambo. Se le
clesataba una risita rnaravillada por lo que sus ojos podían -Es que así es su oficio. Además, lo hace muy bien.
Debemos agradecer a Francisco Parra que se le ocurrió ve-
ver. Ahora bien, tan rápido como se alegraba también perdía
el buen humor. Sobre todo si veía a Pancha sacudiendo el nir por acâ con ella, porque él bien pudo cimarronear por
su cuenta y deiar aPancha donde estaba.
polvillo prieto de \a cllloza. Se había acostumbrado a que el
-

113
rtz
-¡Claro que sí! A cada ratito. Está de aquí pa' aIIâ.
-¡Ese Francisco Pzrrra!, renegando; btren papá
que
tenido que irse De arriba pa'abajo. Sin c¿lmino. Pero, como no tiene lengua
fue para Pancha. ¿Para qué dialllos habrh esa
rornpo la tno- no prlede hablar y ojos tampoco tiene. No puede ver. ¿Cómo
misrna noche en que llegaron para Lina? Me
se le va a dar auxilioi' ¡Pobre Francisco Parra! Yo creo que lo
llera preguntándome ¿qtré se fue a buscar por allír?
l-ran desgraciado para siernpre. Ojalá me equivoque.

Había comenzado a pintar el Cristo, pero lo dejó -No digas esas cosas. Yo sé que Pancha l-ia estado
averiguando para saber quién fue el que lo puso así. Quizás
para mirar cómo Venancio lirnpiaba los pescados. -A ese
saca algo en claro.
Francisco, por algo fue que lo mataron. ¡Sí señor! -Calninó
hasta la cabecera de su lecho. Buscalla una imagen en el -¿Y, entonces qué? Lo único que va a conseguir es
que por al'rí algr,rien l¿r reconozca, la teclatne y se la lleven
rnuro. Se detuvo y lo llarnó:
de vuelta a esa hacienda de donde se escapó.

-Mira, Venancio, ¿qtré vés tu acá. ¿Ahi', mira bien, -No se rne ocurrió pensar en eso.
porque ya se está borrando. -¿Y cuándo es qlle vas a ernpezar a ponefie a pen-
sar ias cosas. Venancio? -1o recrimina.
Venancie se acercó con el cuchillo en Llnâ mano y
Bordeando ei cauce de una acequia, Pancha calcu-
un pescado en la otra. Entre tanta mancha de polvo y hollín,
ló qtre ya estaba cerca a Ia granja de Catalina Ronceros. Cuan-
Tomasón le señalaba lo que pirrecía ser otra rnanch¿r dei
clo cruzaba la propiedad de Nleigarejo, totnó un desvío para
tamaño cle un puño. De tanto mirarla y por las mismas ga-
no toparse con é1. Caminó rápidarnente. Sus pr-rlseras de co-
nas de complacerlo, fue que le buscó forma.
bre tintineaban a sll paso descalzo. Se había soltado el blu-
són por encima de las sayas y, a pesar del apuro, le deleita-
-Ya sé -repuso. Bordeando la figura con el cuchi-
ba el cosqr.rilleo agradable de las piedrecillas bajo sus pies.
llo, agregó victorioso. -Es un hombre cargando un bulto.
Solamente ella puede ser, se di¡o al ver a una rnujel abani-
-Así mismito es.
cándose bajo Lrn platanar. se le acercó.
-Regresa de la cosecha o puede ser un vendedor -
se aventuró a decir con la audacia del que acierta por vez
pflmera. -Sí. so,v yo, ¿qué deseas?
-¡Qué vendedor ni qué ocho cuartosl Ese es Fran- -Por casualiclad escuché que Antón Cocoií, el mu-
chacho qtie vencle huevos, contaba que una vez Ltsted en-
cisco Parra, con LÌn talego en las lranos -corrigió Tomasón
furibundo. contró a un hombre lnuelto cerca del río. Quería saber si era
verdad.
-¡Ah, caramba! ¿Así que es el papá de Pancha? ¿Y
cómo lo sabes? -quiso enterarse Venancio volviendo a lirn- -En parte. Yo no lo enconiré. Ya hace rrarios años
piar los pescados. que sr-rcedió eso. ¿Por qué quieres saberlo?
-¿Es que tú no estas viendo que le faltan dos de-
-Creo que era un pariente mío.
dos?'-le hizo ver Tomasón casi enojado. -Aquí está clarito - -Bneno, si es así te diré que en verdad no vi tnu-
repitió mostrándole o:r^vez L¡n punto preciso. clro, pero si de algo te sirve. Por casuaiidad pasaba por el
muladar en e1 rnornento que la corriente se llevaba a un
-Sí, ahora que me dices se lo voy notando -admi-
tió el otro para no contrariado. -¿Y no has r,tlelto a soñarlo lrìLlerto que nadie conocía. No era la primera vez que en el
más?
río flotan cadáveres. Eso es todo.
f

tr4 115

-¿Quién más estaba allí? -No ha estado solo. Yo lo acompañé -Ven¿rncio


hizo notltr su presencia.
-Poca gente. Un viejo que no sé quién es y el io-
ven que vende pescado. Los delnás miraban y seguían sus -Sí, ya lo irnaginé, hace tiempo qlre no te veíamos.
camlnos. ¿'Dónde has estado?. Te hernos extrañado.
-¿Se acuerda cle qué hablaban? -Al otro lado del río. En Lirna. Ayudando a tni her-
mana. Elbrazo se le ha pasmado. No qnisiera que pises rnás
-Cosas sin imponancia. Las que siernpre se dicen
frente a un cadáver. 2r esa casa, Pancira, pero Altzrgracia te necesita.

-Iré, no le tengo miedo a su arno y además, qr-riero


-Por favo¡ ayúderne -le rogó. -Quiero saber por
qué lo mataron y quién lo hizo. ¿No se acuerda de nada más? conocer a sr-r marido, al calesero.
-Huumm. ¿.Y part qué? ¡No irabrás estado indagan-
El siseo del abanico se detuvo do cosas de él! -pregunta Tomasón.
-Sí, dicen que él vio cómo la corriente del río se
llev¿rlra a mi papâ.
-¿Vienes de Malarnbo?
-Yo tambiéIl y eso no le quita a tu padre lo rnuer-
Pancha asintió. to. Ese Nrrzario, si está enterado cle algo, no te dirâ nada,
y no es que tenga algo en contra de é1, pero, ¡a quién se
le ocune gr.rardar una caja con huesos de gentel ¿Ah? -le
-Entonces vete, ya es tarde. No te vaya a caet la
noche por el camino y no pierdas tu tiemPo averiguando. hizo notar Tomasón. -Ese hollbre anda por este mundo
Poco o nada te servirá si descubres al culpable. La pena, ya conro si estuviera arrastrando una desgraciay para colmo,
nadie te la quita. Debe haber sido algún lío por rnujeres, por' Altagracia y el arno se br¡rlan de é1. Eso no va acab¡r
unos pesos. De esas peleas que nlrnca faltan entre hombres. bien. Lo dice Jaci y lo digo yo que ya venimos de vuelt¿r
Al menos, eso creo que decía Nazario Briche, que ahora que de m¡-rchos laclos. Nuestros ojos lo han visto todo -sen-
hago memoria, tarnbién lo vi allí. ¿Córno te llamas?. tencia. Acuérdate: rnás sabe el diablo por viejo que por
scr cliablo.
-Pancha Parra y soy yerbera. Muchas gracias, qui-
zâs me ayudó. Todavía no Io sé y tiene razón, rne voy, se -OjaIá, que no sea ¿rsí. Pero rne preocupa rnucho,
( por eso es que quiero sacarla clìanto antes de esa casr-t. H¿ts-
hace tarde. lVlánderne llarnar con Antón cuando me necesite
ta estoy pensando en inne r.rn tiernpo a pescar a, Ia pl,ryt
-le contestó, haciéndole adiós.
pzrra poder al-iorrar unos pesos.
De regreso, tomó el sendero que pasaba por el -¿La. playa...? -Tornasón habla con la boca llena. La
árbol de huayro floreciente en llarnaradas escarlatas. Le pi- playa es bien grande. ¿Adónde?
dió permiso pàÍa aÍràncar las semillas rojinegras de sus vai- -Por el sur. En¡re Ei Caliao y Paracas. hay rnu-
nas y se dirigió a Malambo, proponiéndose visitar al día si-
i chas pLlntas y calas cioncie tirar ei anzuelo o donde se
guiente a Nazario Briche.
I
puede pescar mar adentro con redes. Aquí. sin ir más le-
jos. en la caleta San Pedro de Chorrillos. se pesca bastan-
te tollo, pejerrey y con'ina. Quizás me quedo allí -res-
-Me tardé, pero conseguí lo que buscaba, Toma-
són zalamera. Ocultando su visita a Ia granja le dio un
-dijo pondió.
fuerte beso en la frente, alegre de vedo comer con apetito -¿Pero, tan mal estâla pesca en el río que te tienes
pescado frito. que ir para otro lado?
116
IN
Despr-rés de lar¡¡o rato, ella acaba de lavar los ca-
-Sí. Apenas me da para conìer. Adernás, ya te diie
que necesito más plata. Quiero comprar cllânto antes a tni charros de la cena y enciende el lamparín de aceite. Se sien-
hermana.
ta en un rincón y en silencio toma la prenda que está co-
siendo para Tonasón. Una suave brisa comienza a lnover el
-¿Cuírnto pide don Manuel por Altagracia?
peliejo qr.re cubre el hueco de la ventana.
-No lo sé bien, pero no es solamente Por eso que
rne hacen falta unos pesos más. También necesito guarda¡
porque quiero constrtlirme tlna choza. Ya me cansé de dor- Tomasón obserua córrro el parpadeo de la luz le va
mir en cualquier l¿do -titubea. clando vida al toro pintado. Viento y claroscuro hieren sus
cuernos de alabastro. Lo sacuden. La bestia inclina la testuz.
A Pancha se le borra Ia sonrisa. Anuga la frente, Adelantando su ágil mole de carne, siembra las pezuñas ten-
sas en el suelo. Retrocede Lrn tanto. El rabo inqr-rieto lati.quea
frnnce el ceño. Ceiiiunta, evita mirarlo para evitar qtle esas
rrranos, como al descuido, le rocen cariñosas la espalda. A en el aire. Un breve zarancJeo y el toro da la impresión de
pesar de que esa misma noche peinando su trenza larga se lanzarse ptra dar la última cc¡rnacla. Por instantes, Tomasón
arrepienta de qtre Venancio no lo haya hecho y añore tener- cree ver acortarse la distancia entre él y el anirnal pintado y
lo cerca. lo invade una infinita congoja. Aparta la vista de Ia ventana,
se obliga a olvidar el toro y empieza a dibujar en el rnuro a
la diosa Yenayâ.
-Si es por los pesos para colnprar a Altagracia,
se puede negociar con su amo. Ahora que tiene eI brazo
dañado, por ella no pedirá mucho. Si es para construirte ... El tnunclo todat,ía era pw6t cat'tdela y ni
el gran Creador se anintaba a poner Ltrx pie por
un lugar para vivir, tampoco tienes que ir tan leios. Aquí
sobran cañas y gente que te ayude a ama:t:ratlas para ha- aca. Pero le dio pena tanta desolación 7, 6¡5¡ ¿t
cer los rruros. Hasta yo puedo -le clice con Lln liilo de corno se lleno los cctcbetes de aire, )) sopla que te
voz. sopkt, apagó el mnndo. Desde ahí, las coscts se
ntejoraron, ztunque no ntucbo. Seguía siendo un
-Bueno, tampoco es por eso, no más -añade. -Jaci
dice qtre si me voy un tiempo lejos seguro que hasta regreso nu-tnte pelado por aquí; otro poco de ceniza, por

con rnujer, porque ya estoy vieio para seguir soltero. allá.


-A ese Jaci Mira tú no le creas nada. Habla por Hnbía nutcba piedra caliente. Menudi¡a y
l-rablar no más, le responcle Tomasón molesto al darse cuen-
ta de que el rostro de Pancha se ensombrece. La ve triste y temtbién de las gtnndes que soîx btrctx;rs pctra
cabizbaja. Esperando vuelva a ser Ia Pancha de antes, cam- hacerpacbantanca. Pero todo estaba tøparlo pr-tr
bia de terna. tm lsunazo que no se podía ni abrir bien el ojo
sin que le entre ctr Lnlo la ardedera. Metzos ntal
-¿Has visto al Inka, Venancioi'Hace tiernpo qlìe no
viene por acá y tengo que contarle algo. que seJite leuartlando, se aclaró y delfinnanretxto
empezo (r cûer una agttauíùa (lue era la ntistni-
-No, pero si lo encuentro se lo haré saber.
ra Yemøyá.
Con tirnidez pregunta a Pancha:
Desde que bajó a la tíerra, Yetnay,6 no ceso
de tener cùatxu'nrs Tr en su batríga se crearon lc¡s
-¿No quieres que te traiga agua del pozo?
118 119

dioses ¡, lodr,¡s los anintales. Desde el anintal ntas ¡Qué le irnportó a Melciades que los camotes asán-
clticlttito qlre yo cotxozco, (lue es la br,trrniga ctr dose en la boñiga se volvieran puro car-bónl
lona. basta el ntás grande. que trc es el btrc-¡,,
sino el ele.fante. Así ntistttct, scilieron los þescct- ¡Qué irnportaba!, si la envidia por fin pagaba y el
clos conto ese qtrc tne guslu contet'tdt'tto. ese qtrc algr.racil se llevaba el catre de bronce y el sobrecalna con pa-
t^1,
se llcntta "b<tttilo" 1, ese otïo que aborrezco cotlto samanería cle Flandes. Decomisaban la petaca de Pancha, con
el cctrcma 1; se llanta "pe.¡escqo" Desprtrés c'recie- su bargueño taraceado y sus sayas perfumaditas de espliego.
ron las mcttcts de .ytLcct.. lcts del cltoclo, el btnca- Quizás ni le dejaban las sandalias con cascabeles de plau, ni
la),, qLLe no es nralcr Sitto .ys¡þct .)' se conrc con. los biusones de hilo, ni la herrnosa mantilla calada. Quizás.
papa. La clel ntcutí, cpte tuntbién se conte cott
pctpct, .y cles¡tttésJite apareciendo la, gettte 1, co711s En la otra orilla del Rímac, Altagracia batitala cocina
ya cli.le cnttes: los clíoses nctcieron cle \ena-y,a. escuchando el toque de tambor que llegaba desde Malambo.

Ya eran pasaclas las diez cJc' la noche cuando el -Nada bueno anuncia. -Hacíe dar un hervor a la
chirriclo cle una carreta se detur,'o fiente a la casa. caspiroleta de vino.'ferminó de fregar los peroles como pudo.
Se secó las tnanos en el delantal y subió a la alcoba del amo.
V-enancio altrió la puerta )¡ se sorplendió cle I'er el -Este vino que compra Nazario en los viñedos de
algr-racil y su ayuclanre. Surco ya no es como antes. De la Piedra bebía a sorbos el
Iicor tibio. Las uvas tienen un amargor que no me llega a
Tornasón cstaba ensirnismedo en una alharaca de convencer -le comentaba y Altagracia le echaba la culpa al
somlrras ¿rlzándose del polvillo prieto, se regocijó de los con- clavo cle olor y a la canela, mientras que con su brazo sano
trastes que liacíarn. Quiso tocarlas. No pudo, cl sueño y el se zafabe del corpiño.
tlmbor cle Bernabé Io arrastrrrn. -¿De dónde viene esa bulla?
-De Malambo... del cerro.... No sé. Dicen que son
-Hernos lecibiclo la denuncia de qr"re en estâ casa los tambores cle Bernabé -repuso cansada. Sin desprender-
están violando las orden¿rnzas cle ios negtos. Poseen Lln cl- se cle la enaglras, porque le dio flojera, se metió bajo el
tre de blonce con closel y beldaquín -e-\pLrso ei algLtacil con rnosquitero azul.
voz de autoridr¿cl.
-Bien saben que est:i prohibiclo a los negros, bien Antes del amanecet Altagracia, ya camino a su cuar-
sean horros o esclavos c¡r-re cl-rc'rman en catfe v vistan con to, atravesaba la cocina, cuando de reoio vio que alguien
alhajas. sedas, cintas, boldacios )¡ Llsen oro -repitieron los había movido la piedra del batán.
cantos roclados clel río en ia noche clara.
Debe hal¡er sido la finada Canclelaria. Será rnejor
Y tire por esa habia y las voces de los clìeros. que que le prencla una candela antes de que derratne la sal y
Rosalía se oir.idó de frcír los buñr-relos, Nlercedita, cle cnce- termine de dañarme el brazo, reflexionó. Le enciende una
rrar los pollos en el corral. lìarnón dejó enlriar la panetela r', vela cle esperma, se agacha para colocada soble un plato
para oír rnejor Ernitelia abrió la puerta â pesar de qr-re recién con agua, junto a la pesada piedra, y se levanta con la sensa-
había terminado de sahum¿rr y se ie podía torcer el cr-rello. ción cle un aleteo agradable en el vientre' Al fin está tomán-
r20 tzr

clome cariño. Debes sentirte sola. ¡Pobre Candelarial Quiere -l'azmín, jardínl ¡nluchacha, que lindo huelesl
sent2ìrse en la cocina, altnque sea Lìn lllolllento parer hacerle
compañía, pero Nazario yâ no ¡ardarí¿t en regresar de sus El pregón del jazrninero que vende caralnanducas
esclrpadas. Se va lt dormir. y flores de trapo se pierde por las calles.

Tocio el santo día se había senlicit-r rnedio temblo- Ya son las cinco de la rnañana y el calesero no se
na, ni siquiera entrando al cuerpo del alno para darse placer cansa de sorber con fuerza el aroma de aderezos y humea-
pr-rclo controlar ese zâmaqueo que la ztzztreaba. Dio vueltas dera de leña qtre despicle el cuerpo de su rnujer. La encierra
èn el jergón, sin pocler conciliar el streño. Etu"uelta en el erì sus brazos. Se acomoda y cuadra sLl peso encima de ella
rnanto cÌe lana, el'¿ì un ovillo de latiga y desvelo cuandcr y de pronto se da cuenta que ya nada será igual que antes.
entró Nrzario Ilriche y se acostó a stt laclo. Altagracia sintió
el cr-rerpo siempre frío cle su lnarido' -Altagracia Maravillas, tú estíts preñacla.

-¿A dónde fuiste?


-Por ahí. A caminar.
-¡41l! ¿Escuchaste el tatnbor?

Nazario bostezó. Se cubrió con las collijas y el ca-


lorciro qtre brotaba cle Altagracia hizo que Ie entraran garlas
de acariciarla.

-¿De qué tarnbor tú rne irablas, rnujer'i -ialándole


sll'.rverLente los c¿rchetes y pellizcínclole ia narizl
-¿\b no oí rringún tarnbor? -frotándole el brazo cluro
y írspero que míts p¿ìIece un pzrio seco' Le soba los muslos,
1as pantorrillas.

Le llega la luz clel día llenándose las tnanos con


sus pechos y bebiendo de su boca.

-;,Cuâi. tambor, Altagracia Ntaravillas? -oiisqueándola


para clescubrir si guardaba el hutnor de otro hombre escon-
clido en algún rincón.
-Oí qr,re tocaban un taûlbor -sigue repitiendo ella.
Sus sobacos l-ruelen corno siernpre. Aspira acre. Re-
conoce el rezumar de su vientre. Comprueba que toda ella
huele a cominos, ajos y Pimienta.
rz3

-Dorrní cofiro Ltna piedra, pero soñé rico. ¿Por qué


me niras así, Pancha ¿pasó algo? -preguntó al despertarse.
-Pues ya nada es tuyo, negro -lo interpeló el al-
guacil burlándose. -Y agradece que me lleve el catre ahora
wil y no después de acostumbrarte a dormir blandito y en alto.
Volver al suelo quizâs te hubiera lastimado el espinazo'
-Puede meterme preso el tiempo qr-re quiera. Aquí
nada es robado.
-De eso estoy seguro. Nadie los acusa. -Calnbió la
sorna a esa expresión de condescendencia que se tiene frente
a un niño y con expresión benér'ola, agregó. -Pero les está
prohibido a los negros, Venancio. La ley es ley y hay que
cn cr-rrnplirla.
Jespr-rés que decotnisaron el catre de Panchur,
-¿Qué mal Ie hace a otra gente qlle Llna negra duer-
hubo un ajetreo de gente entrando y saliendo de la casa de l'rìa en un catrei'¡ A ver, dígamelo. Además, ¿desde cuándo en
Tomasón. Pancha buscó trabajo en la huerta. Lima se cumple con la ley? Todos dicen que Dios está en el
cielo, que el rey está en España y que en la casa manda el
Para no verlos, hacía surcos, tegaba y arrancaba
dueño.
yerbas lrasta que la albahaca y la yerbaluisa frescas le quita-
ron el enojo. RecordancJo a !-enancio cerrándole el paso al -¡Ya basta! ¡Basta! Cuida esa boca. No vaya a ser
que te salga dando gusto y termines preso, Venancio.
alguacil, adornaba con rarnilletes de manzanilla su largaÍrenza
y se reía a solas del alboroto.
Venancio, atemorizado de su propio coraje, se apar-
tó y le dio paso. El alguacil y sus ayrdantes rebuscaron los
-Sal del camino, Venancio, que esto no tiene qr-re
ver contigo -había dicho el alguacil. anaqueles y gavetas. Removieron los bultos de géneros apo-
liilados. Dieron vueltas a los marcos y lienzos y finalmente
-Sí que lo tiene: me voy a casar con Pancha en cuanto
termine de lev¿rntar mi c;rsa, Tomasón rne prometíó el catre subieron varias piezas de ropa y el catre a Ia carreta. Partie-
como dote de matrimonio. Así qlle slt tnerced tarnbién se esú ron seguidos de Venancio, que no conseguía apartarse de
llevando mi propiedad -no se movía de ia puerta. esa ilusión de bronce y damasco.

Pancha vio, entre los jirones de sombras que le ocul- Tomasón, que despertó después de que todo l-rubo
taban medio ¡ostro, a Venancio que estaba rabi¿lndo de ira y acabado, escuchaba 1o sucedido de boca de los visitantes
tenía las motas de su cabello rojizo más espantadas aún. que entraban al cuarto vacío de Pancha. Aceptó los adema-
nes cJe duelo, los abrazos con palmadas resignada-t en la
Nliente, pensó y rniró de reoio a Tomasón. espalda. Al principio, se entreluvo observando cómo tanta
gente se esforzaba en poner cara de velorio sin tener muerto
EI vie¡o sonreía pícaramente mostrando las encías que enterrar. Claro que el juego le duró poco. A las dos
en su boca entreabierta. Movió los párpados dando la sensa- horas ya se había cansado de ver en los rostros compungi-
ción de guiñar un ojo córnpiice y respiró profundo. dos un rescoldo de aiegría brillándoles en secreto' Algunos
r24 125

querían esconderla en ias tnrìnos y se fioaban ias palmas {oma. Anda, ve y dile a Pancha qlle venga a visitar-
una contl'a otla, dicen que para amansar ei fì'ío. Pelo el roce me cuanto antes. Pero que no se te olvide. ¿Sabes dónde vive?
era clernasiado corto y gozón para calentarlas. -Sí, si sé. ¿Son los buñuelos para mí'i -Olisqueán-
dolos. Estaban recién fritos, todavía til¡ios.
Otros lleval>an ei tegocijo en unlr pupila solarnen- -Para Íi, pues, zonzo, ¿pàra quién van a ser?
te. Mientras un ojo atendía la conversación, el otro se cles- -Para mi amâ, pues. Cornía ávidamente.
viaba, y bajo el riesgo de qr-redarse tllerto, se alejaba clel -¡No sé ni quién es tu ama y le voy a salir mandan-
rostro para \¡er nlre\¡anÌente el cuatlo cle Panch¿l con cJeteni- do regalos!
rniento. Efectil'amente, el czttre ya no estaba allí. -Tú no la conoces, pero don Manuel, sí.

Los qr-re peor fingían eran aqr-rellos que fruncían h Y Altagracia, que siempre compraba los huevos sin
boca en un puchero ttiste, pero la comisr-rra de los Ìabios los buscarle la boca, le preguntó sin demostrar eI gran interés
trnicionaba con un¿t le'n'e t-nLteca cle sc¡nrisa. qr.re despertaron sus palabras.

-ìA)', caraát! ¿CuándoJaci me saca a esta gente de la -¡Aiá!¿Y cómo es que se llama esa rnujer?
c¿rsa?, se impacientaba ref-lexionanclo. Pero no tLI\-o llucho -La viuda Ronceros.
que esperar. -Ah. ¿Son los huevos de su granja? -le dio tiempo
-¡A quién no sale ahora misrno por es2ì puerta lo a que masticara.
saco yo por la \/entana! -Se le oye decir a Jaci Àlina y su -Sí, y mi hermano Ramón dice que doña Catalina
argLunento convence hasta al más necio. se casará con don Manuel, pero yo no quiero, porque fiìe
-¿Desde cuándo aclivinas 1o que pienso, curnpa? gusta estar con las gallinas 1, no quiero venirme a vivir aquí.
-Desde que empezaste a hacerlo en \/oz alta -le -¡Qué cosas dicesl ¿No me estarás tomando el pelo?
responcle su atnigo del alma.
-;Nfiren eso! Ni cuent¿t me cli. ¿Qr-ré se ha hecho de El muchacho negó. Había dejado la canasta con
Venancio? No lo i'eo por ningún lado. los huevos en el suelo y. mientras se engullía otro buñuelo,
-Poco se sabe de él desde que salió persigtriendo se empinaba por encima del hombro de Altagracia M¡ravi-
a la carreta qlre se llevó el catre. Yo creo qlle se debe habel llas y echaba una mirada al interior de la casa.
echado a czrrninar, para que se le pase el rnal sabor de la
boca clue le quedó por no I'raber pocìido socolrer a P¿lncha. -¿Tienen un corral para criar pollos aqr.r?
Ya volverá. Querrá saber quién la clenunció. ¿Quién clees tú
qr-re fue? Altagracia se sobaba eI brazo herido pensativa.
-¡Qr,ré se yo! No tengo la uenor idea. Pero claro
está que aiguien le quiere hacer un daño. -Sí. Podía ser cierta esa itistoria, aunque nunca ha-
bía escuchado al amo nornbrar a esa viuda.
Alcrgracia envolvió tres buñueios en una seruilleta y -Bueno, ¡así las cosas cambian! Si hay corral quizás
se los convidó a Antón Cocolí, el muchacho que vendía hr-re- está bien que doña CataIína se case y que vendan a Nazario.
vos. Un negrito de unos ocho años, despierto, vivaracho y -¿Qué... qué...? -Altagracia pegó un salto de susto.
siempre presto a llevar rnensajes a cambio de una golosina. -¿A mí tarnbién me venderán?
126 rz7

-Supongo que sí, ¿por qué no habrían de hacedo? Altagracia se puso a llorar y ese día no hubo quien
respondió el niño levantando ios hornbros con un gesto de prcpàrara otro almuerzo.
desconocer los pormenores del asunto, y chupándose los cle-
dos, añadió. -Ahora sí que ya me tengo que ir a lo de pancha, Antón Cocolí llegó rnás tarde que de costumbre a
porque se me hace tarde, ¿sabe? -le entregó la servilleta y Ia granja y Ie entregó la bolsa con el dinero cobrado por la
alzando la canasta del suelo dio media vuelta y se ftre. venta de los huevos a Cttalina Ronceros. Ella contó los rea-
les, volvió a guardarlos en la bolsa y se la devolvió.
Altagracia, confusa por lo que le había contado el
niño, entró a la cocina. Se sentía a gusto en la córnoda rutina
-Ponla en su sitio. Hoy no se te ha roto ninguno,
de la casona y no permitiría que la pertllrbaran. Cuando pero te demoraste todala tnañana para vendedos -lo recri-
llegó Nazario, dejó de batir los huevos para el ahnuerzo y le minó. -Tu hermano hace rato que volvió pata aS'udarme.
repitió las palabras de Antón Cocolí. Melgarejo viene a almorzar. ¿'Te quedaste jugando en la ca-
lle? -agitaba su abanico esperando una respuesta.
-¿Es verdad?
-Humm. AIgo hay - respondió Nazario convoz apa- A Antón le pareció que el siseo del aire golpeando
gada y sacó de Ia tinajera un jamo lleno de agua. La bebió. la seda ciel abanico era igual al rr-rido que hacen las culebras
deslizándose entre Ias mazorcas de tnaíz puestas a secar so-
Altagracia Maravillas, que nunca terminaría de acos- bre el tejado del gallinero.
tumbrarse a su modo extraño, insistió. -¿Se casará con ella?
-¿Es verdad eso de que las culebras son
los espíri-
El calesero mantuvo la mirada gacha y moviendo tus de los muertos?
la cabeza, pronunció un claro:
-No --cortante. -Y no vuelvas a estar tanto tiempo
en la calle, porque me preocupo por ti. Ahora vete. Lávate
-¡No! bien y vístete decente para que me aludes a servir la tnesa,
-Yo no estaría tan segura. ¿Córno lo sabes?

Nazario volvió a beber el agua que se filtraba de Ia


piedra porosa gota à gota. Dejó el jaro sobre la mesa y con
esa perezà de abrir Ia boca arrastró las palabras sin rnodular
me-lavas-bien.
los labios.
Antón asintió moviendo la cabeza de arriba a aba-
.vrrelvas a cocinar tortillas, porqlle
-Altagracia, no jo y abriendo exageradamente los ojos. Después, salió co-
los huevos batidos se te van a cortar. Siempre les pasa a las rriendo. Catalina se sonrió al verlo desaparecer sin pronlln-
preñadas -añadió entre dientes y salió.
ciar palabra.

Nazario tuvo razón. Al poco ratola crema era una Al rato entró al comedor vestido con calcetines blan-
àguaza amarillenta que no levantaba espuma. No tomaba blusón de hilo y pantalones bornbachos de terciopelo
cos,
cuerpo. No seruía para cocer las deliciosas_tortillas de papas. oscuro. A simple vista lucía impecable, à pesar de que no se
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lavó. Y de.sptrés de lo que sucedió en el ahnuelzo, se alegró Le sonrió. Seguro que también sabía de su mal, pensó, y
de no haber perdiclo el tiempo enjabonándose la car¿r, las cr-rlpó a Manr-rel De la Piedra por la indiscreción.
m¿ìnos, las orejas y quizás hasta el cuello. Llevaba ia sopera
de porcelana muy alelada de su cuerpo. Temía qltemarse. Se -En cuanto a lo de la venla de tu granja, si no
acercó a Melgarejo y éste la destepó. tienes inconveniente arreglaremos el precio entre nosotros.
Manuel está cada cJía mâs olvidadizo y no conoce cómo son
Se sirvió un caldo hlrrneante, espesado con verdu- estos asuntos de tierras -sugirió.
ras. Sin levantar la vista del plato lo probó. Frunció el ceño. -Él tiene los títulos de propiedad. Se los entregué.
EI caldo estaba desabrido y la carne de gallina, dura. Sopló -Pídeselos. Que te los devuelva. Lo harâ' Entre los
cavilando corrìo convencer a Catalina para que le vendiera dos nos pondremos de acuerdo.
la granja clranto antes. Quizás bastaba revelarle los amoríos -No, yo no sé nada de vent¿rs. Además, me qtleda-
de De la Piedra con Altagracia. Sopesal)a, concentrándose ré aquí l-rasta el día del matrimonio. ¿O sino dónde viviré'?
en encontrar el rnomento adecuado para hacerlo. Le era di- -No rne n-ralendendas, Cataiina. El asunto {arras-
fícil, porque sus pensamientos vagaban Llna y otra vez por el peó y se aclaró la garganta -es que Manuei reÍrasat/¿ la boda
anabal de San Llazaro, precisamente por las callejuelas de lo rnás que pueda. Hasta me atrevo a pensar que espera que
Malambo. Por fin, gracias a una sutil labor de intrigas, ca- te canses, clesistas o consigas otro pretendiente. Perdóname
Iumnias y de mentiras contadas a rnedias, había instigaclo aI que te lo diga, mas no muestra interés pol apurar el casa-
alguacil para que allane la choz¡ de Tomasón, pero Ia ac- lnlento.
ción había sido en vano. El alguacil no encontró otras esta- -Se casará conmigo. Tiene la obligación de I'elar
tuillas de oro semejantes a las del toro, ni objeto de verdade- por mí.
ro valor qr-re justificara un decorniso. Para disirnular el desas- -¡No sé por qué tendría que hacerio! Claro, tú lo
tre, el alguacil no había tenido más remedio que hacer cutn- sabes mejor. ¡No sé que secretos se guardan entre los dos!
plir las ordenanzas y cügar con chucherias, algunas ropas y ¡Ni que rne interese saberlo! Lo cierto es qlle necesito tu
el catre de Pancha. grttnjt ¿rhora. Ya. Cuanto antes, y si tú no presionas a Ma-
nuel, seguirás siendo la viuda Ronceros. Cornpréndelo, Ma-
-¿No deseas pan, Jerónirno? nuei vive con mucha libertad en esa casona... está'.. está
mr-ry cómodo bajo las sayas de las negras como para aban-
Melgarejo tomó una rebanada. La rornpió y cuan- clonar sus costttrnbres y casarse contigo. Al fin se lo había
do la estaba masticanclo, otra vez empezó a sentir la premu- contado.
ra del mal de orines. Retiró la silla y se levantó de la mesa. -¿'I'iene alguna favorital -alarga ias palabras con
pereza y se abanica con más fuerza.
-¿Me disculpas un momento, Catalina'l -Sí. Altagracia Nlaravillas, tina esclava, y no quiero
engañarte; que yo sepa, es la única mr-rier que se le conoce y
Salió de la casa. Dio una r,uelta y se escondió de- que él tolera. -Suelta Ia indiscreción de golpe. - Hace años
tlás de los arbustos de granadas y la sensación tibia, corrién- que viven juntos. Aunque la cornpró para casarla con el ca-
dole entre las piernas, desapareció. Otra vez falsa alarma, lesero, la liizo su amante y.... -llabla atropelladamente y de
pensó irritado, y entró nuevamente en el comedor. Se dis- pronto calla. Un suspiro lo desinf-la: -me acal¡o de mear.
culpó. Catalina lubía terrninado el almuerzo y se abanicaba. Catalina. Lo siento -se discuipa. Baia la cabeza y mira sin
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comprender sus pantalones de pana moiados y el charco de montar. Pancha calcuÌó la ¿tltura de la mr.¡ralla y se imaginó
orines creciendo bajo sus pies. l¿rs casonas vecinas con las rnistnas tapias. Al igual que Na-
zario aI escaparse en las noches, su padre tarnbién la hubie-
Antón Cocolí observaba cómo a sll atna le iban ra escalado. 'frepando cuidadosamente entre las hendidr-rras
aparecienclo nuevas m¿rnchas rojas en el rostro y en el cue- de los ¿rdobes gastados y tras escrudiñar las sourbras. se de-
llo. En su ¿banico siseaban más rápido las culebras de ese jaría caer silencioso al otro lado, se le ocurrió.
color amarillo dorado semejantes al naíz seco. Eran de más
o menos Llna vara de largo y goldas como un dedo. Nazario apenas le dio un vistazo con esos oios
amarillos, intensamente vacíos y callirdos, para después
-Anton, trae un trapo y lirnpia el piso. continuar frotando el trapo en el respalclar de la calesa.
Dio la irnpresión de que lo pensó mejor. Hizo una palts,.l
¡Menos mal qtre antes hizo como se lavaba, pero y pidió ¿r P:rncha qtre repitiefa otra vez Io que le había
no se lavó!-y obedeció al acto. preguntado.

Pancha caminaba por Malambo cargando su carìasto -Hace cosa de cuatro años encontralon un hom-
repleto de albahaca rnorada, cilantro y rornero. Preguntaba bre mr,rerto en uno cle los basurales ciel lío. Qr.riero conocer
por Venancio, y las lavanderas, qr-re refregaban con târsana y rnás detalles.
espumeaban más las sábanas blancas, extendiéndolas como -¿El que el pintor y Venancio hundieron?
banderas blancas, .le contestaban: -Sí.
-¡Ahhhh!. Esa vez no fr-¡e la primera vez que lo vi.
-No lo vimos -y esperaban que Pancha partiera Lo conocí Llnâ serrìana antes, pero ya estaba malherido. Al-
para enderezar el cuerpo y poder oír mejor el runrun del río cztnzó a decirme que su nombre era F-rancisco Parra. Me
adherido al colorín de sus sayas. contó que era citnarrón, y tnurió. -Relató la historia con in-
-Hace tres noches que Pancha duerme en el suelo sobre un diferencia.
mísero jergón sobre un mísero jergón mísero jergón
Pzrncha sintió que al fin la celaeza clespeiaba su
Por ese sordo rurnor del río, Nazario tarnpoco casi Iarga pena. Un manojo de llanto y congoja aligeró el pesado
pudo entender las palabras que le dirigía Pancha. El aroma canasto que cargaba en sus brazos.
de los aderezos de la cocina de Altagracia llegaba hasta el
patio trasero. Un rincón cubierto rústicamente con esteras, Malayerba, pensó y esperó que el dolor se aleitra
lracía las veces de estabio pàïà Ltna mr,rla y un caballo. de de ella.
pelaje claro. En verdad, era una potranca. Atada a un poste
de madera, se relregaba el lorno sin rnolesrarse en mirar quién -¿Dónde fie qtré 1o vio?
l-rabía llegado. La mula parecîa dormir.
-Trepando un mlrro. creo que fue. Nazario calló
Lrn rato nientlas cleslizaba el trapo sobre la madera en
De la mr"rralla de adobes que separaba el patio de sentido contrario. Lo enjuagaba en un balde con agua )¡
la calle, colgaban, en ganchos de fierro, riendas, varios Ìáti- exprirnía haste que los nudilios de sus ntenos perdían el
gos de cuero, LÌn par de estribos de rnadera )¡- una silla de color.
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-¿Eres su hija? -No, y encima mi brazo estâ cada vez peor. No me


-¿Sabe quién lo mató? pica ni me duele, ¿ìunque sigue poniéndose duro y rne pesa
-¡Qué irnporta! Ya tarnpoco vive. collìo Lrn condenado. Tú, ¿cómo lo ves?
-¿Quién fue? ¿Por qué Io hizo? ¿Quién lo llevó has- -NIuy mal, me debiste de l-raber llarnado antes. Si
ta el río? no se mejorahabrâ que cortártelo.
-¡No perrnitiré que lo haganl Eso de morirse a pe-
Pero ni la Pancha porfiada, como diría Venancio, clazos es una desgracia. Sé de gentes a la que todavía les
pudo romper el rnutisrno de Nazario. cluele la pierna que perdió al resbalar al filo del machete
cortando caña. A otros sin mano, abren y cierran los dedos
Él solamente I'lacía gestos de no saber, que no tienen y vuelven a sentir el crujir de los huesos ma-
chacaclos por el trapiche. Aunque no me lo creas, siempre
Derrotada se alejó y entró a la cocina. Allí Altagra- cluele el pie atascado para siempre en la meda de Ia carreta.
cia le mostró su brazo enfermo. Además yo no quiero vivir sin mibrazo, Pancha.
-Esperaste demasiado, pero ten confíanza. Hay yer-
-¿De qué hablabas con mi marido? bas qr-re hacen miiagros, trala de tranquilizada.
-Le preguntaba sobre una persona que conocí. -Síguerne hablanclo así, porque estoy muy triste'
-¿Y ... te pudo ayttdar? No sé qué hacer. ¿Sabes?, el amo se va a càsàr.
-Sí..En algo sí, pero calla demasiado. -Es natr¡ral. Necesita herederos.
-siernpre es así. Parece que nunca fue de mucho -Sí, pero seguro que me venderá y yo no quiero
I-rabla¡ pero se fija en todo lo que sucede. irme de aquí.
-Quizás es que no ffre tiene confianza. Esperaré -¿Te lo ha dicho?
hasta que vuelva Venancio, quizâs él lo pueda convencer -No todavía, pero lo sospecho. Casi siernpre es así.
par que cuente cómo fue todo. Dejemos eso a un lado, quiero Se casará con una tal Catalina Ronceros. ¿La conoces?
vefte el lxazo, que para eso me mandaste llamar.
-No. Es por otra cosa. Estoy encinta, y para que Pancha le refregaba fuertemente el brazo con ho-
conozcas mejor a Nazario, te cuento que él se dio cuenta de jas de tabaco bien verde, y unas gotas de jugo saipicaron
mi estado primero que yo. sobre ia saya de Altagracia. Ella no lo notó.
-¡Qué extraño! ¿Y que piensas hacer? ¿Ya se lo has
dicho a don Manr¡el? -Sí. No hace mucho conversé con ella. Es amable,
-1-od¿vía no {ontestó y se qr-redó cavilando. muy tranquila. ?arece uua de esas que no matan una mosca'
Al menos, me dio ia irnpresión de ser amabie y tener buen
Desde que por boc¿ de A¡tón Cocolí se enteró de genio. Aunqtte cuando sePa qlle estas enlbaraz¡da de su
los planes del arno, sabízr que nada en la casona volvería a novio, me imagino que cambiará.
ser igual que antes, sin embargo, vacilaba en pedide a Pan- -Sí, Pancha. cambiará. Ya nacJa vol'u'erá a ser igual
cha que le dé para beber esa tisana cle artemisa y ruda que ql¡e antes.
actbaba con el embarazo.

-¿Ya decidiste 1o qué vas a haçer con la criatura?


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gaban del Oriente. No se lo diio porque no sabía cór,no Che-


ma poclía tornar su opinión, pero juzgó que recién ahora el
rostro irnberbe clel joven tenía ttn carácter propio. Debe dar
las gracias a esas mujeres de Malambo. Ha salido favorecido
ß y encima se hará fatnoso con esa historia, caviló.

-Me temo que esta vez no sea verdad. En esas islas


sólo encontrará pâjaros, créame. Se desilusionar/a. Yaya a la
cocina y que Altagracia le entregue una botija de vino para
que el viaje no se le haga tan largo. El efecto que produce el
vino es superior al del mejor chocolate -bromeó. -Y esta
vez cuíclese muy bien, ¿quiere?
-Lo haré, lo haré. A veces se compofta conmigo
%^n^r.semanas clescle que Chema se despidió corno Lrn padre, Manuel.
de De la Piedra. Habían desayunado tazas de chocolate muy -Ojalâ fuera mi hijo. No lo dejaría separarse de mi
espeso. Desde el Cuzco llegaban esas barras aceitosas for- laclo un solo instante. Que tenga buen viaje, lo despidió.
madas del fruto del cacao. Al hervirlas con leche y una raja
de canela, es un manjar de dioses, acompañado con algún Por la ventâna enrejada vio cómo Altagracia Ma-
panecillo horneado con harina de trigo (que continúa des- ravillas lo acornpañaba hasta el zaguân. Chema, siempre
plazando a la de maíz), ya se puede vislumbrar la gloria que tan cortés, recibiendo la pesada botija y ella sujetando su
será estar eternarnente en el cielo, decían algunas voces ex- brazo enfermo contra su cuerpo. Después, dio tres vueltas
tasiadas, otras opinaban que el beber chocolate es un vicio a la cerradura paru abrir el pesado portal de cedro, igual
incurable. que en ese día de la subasta de esclavos en el que Chema
reapareció tras haber deambulado por las calleias de Ma-
-¿Y usted cree, Cherna, que el chocolate tiene pro- larnbo.
piedades malignas?
-No, aunque en exceso provoca insomnio, el cual Altagracia subía a la alcoba a acompañarlo en la
no me caería mal durante el viaje. Estaré fuera un buen tiem- siesta, cuando escuchó golpes de aldaba. No hizo caso al
po. Meses quizás. Quiero conocer bien esas islas, aunque se rr-¡ido. No tenía intención de abrir ei portal. Además, le pesa-
presu¡nen desiertas, asunto que lo pongo en duda. Las islas ba mucho el brazo entènno como para estar enúando y sa-
siempre están pobladas, aunque sea de leyendas, -le había liendo por gusto no más. Al fin, cansada del bullicio, cedió y
dicho al despedirse con un cálido apretón de manos. Se le se apresuró a abrir.
había puesto frente a frente, obligando a que le viera el ros-
tro, sin esquivarlo. No gritó al verlo, por atragantársele la caramandu-
ca que estaba comiendo. Tuvo que dar dos saltos y goipear-
De la Piedra no se inmutó. Le clavó la mimda con se ei pecho a fin de zafarse de la goiosina de la gargàntà y
el rnismo concentrado detenimiento con que leía los legajos, entre lágrirnas de ahogo se compadeció del estado en el que
como descifrando los enigmas de las obras de arte que IIe- se encontrâba el inquilino.
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Estaba embriagado, casi al borde de la inconscien- el tabique hasta las alas. Los cachetes tenían dos "T" en pun-
cia y tenía el rostro ensangrentado, cubierto de l-ieridas. Lo to cle gtrardilla. Sobre la línea l-rorizontal le habían bordado
acostó en su habitación. tres coronas y una estrella en punto de cruz. Eran las inicia-
les cle las carimbas de algunas familias lirneñas. Las mistnas,
Después, nadie .se acordaría quién aconsejó que se si bicn burdas, todavía marcaban el cuerpo de sus esclavos.
le aplicaran eruplastos de sebo con soiimán cmdo. pólvora.
sal y ceniza para sanarle las heridas del rosro ;', por si las Mientras tanto, Venancio, lejos de Malambo y cle
pulgas. no estaba dernás que beba sanÉ1e calientc de gallina Pancha. comenzaba a hacer amistad con el mar. Decidido a
negra para que se le qr-rite el susto de encima. probar suerte pescanclo en la playa. Apenas la quilla de las
ciraltrpas rozaitanla arena finita y oscura, se ¿ìcercaba al agua
En verclad, la sangre no la bebí, pero Io demás rne esmeralcla 1'las empuiaba mar aftlera hasta hacerllrs <Jescan-
ay'ucló a reclìperarme. L¿r cara lrìe ardía corno rnil diablos, sar seglrras lejos del vent:trrón y la bravr'rra de las olas. Se
pero no tuve calentura ni nada, recorciaba Cherna durante el acomecìía a sacar la pesca de las redes cargadàs y à baldear
per'íodo de convalecencia. Eso sí, debe haber sido Ia cenizzt, la ernbarcación con la mism¿r agtra salada que le curtía la
o la pólvora ¿o que sé yo? Lo cierto es que donde no tengo piel. Disirnulaba no ser orir-tndo del puefto, con un balan-
rìarcas rne han salido rnanchas, decía señalándose el rostro cear lento al caminar clue initaba a los vieios tn:rrinos que
y el cuello. aún en tierra mantienen el equilibrio sirnilar a quien n..Ìvega
en alta rtar. A veces, 1o conseguía. Pero recién pr'rclo cono-
Y se hubiera quederdo vereado para el resto de sus cer los tumbos que clan las verdaderas olas en la madrugada
días, si no fuera porque Pancha le preparó un ungtiento de en que cttanclo rnirando el mar picado en el horizonte, el
perejil, y sólo ella sabe qué otras yerbas. gftleso de pescadores clesisten de echarse :r la mar.

É1, que ya había tenido suficien¡e con eses clos mu- En la noche, había vuelto a brillar la luz extraña en
jeres de Malarnbo que le dieron de beber esa chicha para uno cle los islotes cie piedra. La brisa no cesó de golpear con
adonnecerio, desconfiaba hasta de Altagracia y Pancha, pese un silbiclo chillón, semeiante 't Ia catcalada gastada de una
a que más pudo el horror al espejo. Empezó a ernbadurnar- mujer. f ¡ ',r :, -,
"
se cor-ì esa pasta refre.scante desde la rúz del pelo hasra el :' !':'
cuello. Las manchas se sLtar¡izaron. En carnbio. las cicatrices Venancio zarpó en una goleta que no ternía el màr ry
'/-v:'::
eran indelebles, se asentaron en su piel en surcos finos. encrespacio ni creía-en malagüeros. En cosa de pocas horas -

se l-u-rnciió. Después de intentar romper lÌluches veces esa


De cerc¿, daba la irnprcsión de qr-re su rostro fllel-a barrera salacla 1' alta, supo que sus filerzas no alc¡nzaban
un delicado mantel enbeilecido con un perfecto ac¿rbado, para luchar hasta la orilla y se dejó llevar hacia esos empina-
tatuado por las dos mujeres cle Malambo con tinta china y dos acantilados perdidos en la niebla.
fina agr-r1a de borclar. Chema llevaba desde la frente hasta al
cuello una "C" y una "8" enlazadas. Mr-ry anchas, por slr- Era una isla cle roca viva poblada con band¿rdas cle
pllesto. ¡Preciosas!. Caladas en pllnto de encaje francés. En pelícanos, potoyancos, cormoranes qne berrean colro chan-
cada sien, paìpitaba una "L" en punro de plurlilla. La n¡riz cì-ros. Pájaros mancos, casi sin piumas y sin ttlas, patillos de
era L¡na "S" con puntadas de flequillo y con cadenetas desde nlar con pescuezo tornasol y olos con anillos colorados'
138 r39

¡Qué lugar tan desolado!. Todavía aturdiclo contern- -Sí, entiendo, Sir.
plaba los cenos de lava formados por los excrenìentos y las -No, no entiendes nada -profirió enfurecido.
plumas de aves, incapaz de distingr-rir la maraña de pelos y -No. No entiendo, Sir. -Venancio le dio la razón.
barba crecida qlle se le acercaba. -Te preguntarás ¿qué hace un inglés en esta isla?
-Sí, me lo pregunto.
Era un anciano andraioso, por no clecir qtre más -Te lo diré.
parecía un anirnal. Vestía unzt caplrcha cle piel de lobo mari-
no. Tratal¡a de protegerse de las cagarrutas constantes de las Tomó asiento sobre la arena sin preocuparse que
aves. Lo seguía una bandada cle pájaros bobos qtte carninan tanto a él corno a Venancio los mojaban las olas' Rodeado
erguidos corno niños con libreas negras y blusones cle plu- de los pájaros en librea, se jaló los pelos de la barba como
mas blancas. haciendo memolia y comenzó a contar.
Venancio, tiritaba de frío.
Venancio lo tenía rìLly cerca cu¿tndo'recién lo vio.
Retrocedió tratando de escapzrr, pero el hontbre dio un sallo. -Como muchos marinos de mi tierra, tarde o tempra-
De nn enpujón lo hizo caer. no, también a mí me enuó la codicia del oro y zarpé de Ingla-
terra en uno de los tres barcos de la expedición de Hawkins
-Debes ser uno de esos esclavos de las galeras clue prometiendo volver con iarcias de seda y velas de dam:rsco.
saltaste por la bolda. Te daré tu tnerecido -lo intimidó. f'e- ¿Oíste hablar de Richard Hawkins? ¿De Ricardo Aquines?
nía un tono ronco y desafinado en slr voz, setnejante al graz-
nido de ias aves que pescan lanzándose en picado al mar. Venancio asintió. En alguna ocasión había oído can-
-No, no -etinó a rcsponderle, temiendo su violencia. tar una tonada, elogiando al pirata.
-¿Quién eres entonces? -preguntó en un mal caste-
llano. Con un acento extraño qLre no conseguía pronunciar -Pensé en hacerme rico con un solo viaje --continuó
las vocales claramente, todavía mttcho menos las erres. Sir -y regresar a Europa a disfrutar del botín. Tocamos tierra
-Soy pescador. Venancio es tni nombre. Se me hun- en Brasil y saqueamos varios puertos de tan poca importancia
dió la goleta. Me encontrabzr pescando. Dígarne, ¿cótlo pr-te- que ni siquiera vimos la necesidad de incendiarlos. Me ha.
do regresar ala phya'lPor favor -rogó. bían dicho que después de cruzar el estrecho de Magallanes,
-Es muy sencillo. Esperas que pase ttn barco y que venía lo bueno. En Valparaíso, Coquimbo y Arica hicimos un
te lleve, lnientras tanto, pLredes hacerme compañía. Hace enorme botín de oro y plata. Nos abastecimos de agua, provi-
catorce nleses y nueve días que solarnente hablo con los siones, barriles de buen vino y zarpamos sin problemas -
pájaros - le contestó con sorna. contaba entusiasmado en sus recuerdos. De pronto, se levan-
-¿Pero en tc¡do ese tielrìpo no ha pasado ningúrn tó. Caminaba de un lado a otro excitado y gesticulante, segui-
barco cerca cle Ia isla!' ¡No ptiede ser! clo de su séquito de pájaros en librea. -Pero no llegamos rnuy
-Por sr,rpnesto, nâ\'egan barcos españoles, los na- lejos: frente a Ia costa de Ecuador los españoles nos atacaron
r'íos de Ìa flota inglesa y balcos holandeses. Lo qr-re yo no por sorpresa, nos derrotaron y apresaron a Hawkins.
'\-o t\ tenÉlo es intención de abandonar 1a isla. Nfi nornbre es Lio-
"- nel Sterling. Pero llámame Sir, Sir cs título de caballero. ¿En-
ql,,ì ^', Venancio no pone más atención 'à otra cosa que
tiendes? no fuese el ruido de las olas. Con la vista recorre la isla
r40 r4r

buscando a otro náufrago o quizás una barc¿t. la estaba -Ajá -<omenta. -Aparte de su gran forn:na, ¿no tie-
repuesto clel accidente y qr-rería regresar cuento antes al ne una barca, Siri'}Préstemela. El Callao no está lejos. Quiero
puerto. O qLrizás era prefèrible oh,'idar esa idea, volver a irme. AIIá pensarán que me he ahogado. Se la devolveré.
Malambo y pescar en el río que l-rabla, allnque tuviera tn¿rla
temporada. Sir duda un rato, desPués le ordena:

-Necesito una barc¿r -lo interrulnpe. -Sígueme.


-¿Qué es lo que dices?
-Que si tiene una barca. tina balsa qlÌe rtìe preste. Venancio sube las citn¿rs escarpadas y resbalosas,
-No. Y no hay forma que te hagas con r.rna. Aquí gateanclo a cuatro patas. Hunde sus lnanos en la cacaffuza
no crecen árboles -y como si volviera a vivir su travesía, fresca. Es blanca, r'erdosa. El fuerte olor le penetra en la
vr-relve al relato, se engoiosina en detalles. Con sLls nìanos gf,rgzLnta, le arde. Stts ojos lagrimean. Atolonclrado de con-
rnugrientas, irnita un mosqlretc o una daga que de- tento, se rropieza con los lerdos pâiaros en librea y avanzà
fiende. Los galeones de su historia se vttelven^tàcày cada vez hasta detenerse frente ala enfrada de una cLleva oscura.
rnás grandes. El botín rnlts f¿rbuloso. -Me uní a una banda
de piratas, y mientras llenaba mi cinto de oro, se me fue- -Aquí está, le nìuestra una balsa carcomida por la
ron los años. Hasta qtre al fin me hice rico y vine a El sal. Inservible, con los maderos aPenas sujetos por clavos de
Callao para embarcarme de vuelta a mi tierra, pelo tuve herrurnbre.
una riña. Perdí mi fortuna, l'tvenganzls, de un chalaco aca- -Se hundirá antes de llegar al puerto Sir -dice, to-
bó con rnis planes. ¿'Te pregtrntarárs córno terminé, en esta talmente decepcionado.
isla? -Espero que así sea -su aire es triunfante.

Venancio asintió nuevaffrente. No tenía otra salida, Venancio siente que lo odia tanto como al alguacil
que esperar que terrninara de contar. que se tar frente al inglés se Ie
'.ìntoia sos aventureros venidos
-Volví a caer en la avaricia -hablaba Sir con ese clesde asados, hartos de hacer
acento gutural. -Un indio rne confió que en esta isla guarcla- las Américas sin lograr forruna. Uno de esos tantos vagabun-
ba Lrn tesoro. Le creí. Al contrario de lo qr,re rú tarnbién pien- clos y clesesper-ados reunidos por las tardes a iugar a las car-
sas, resultó ser cierto, y es toclo rnío. pese a desconocer cómo tas al costado de La Catedral o en Ia misma Plaza Mayor. Por
llevármelo -agreéìa, y abrienclo los brazos, deleita su vista ganar el dinero para el viale de regreso a su tierra, apuestan
en los peñones blanqr,teaclos de excrementos: -;'Ibda estzt las pocas monedas que tienen en el bolso. Pierden. Se jue-
fortuna es míal gan la capa. El jubón. El cinto. Los borceguíes. Apuestan sin
-¿.Cu¿ll No Ìa r.'eo, distinción. En el momento en qlle se suman sus desgracias y
-Otra vez no me entielldes. Hasta doncie tr,r visla
alcanza a ver todo es oro pulo.

\-en¿rncio no piensa gastar su tiempo en cliscutir


con un enajenado. significa que la apllesta continúa. LIna miserable existencia
r47 r43

es lo único que posee Sir. Sabe que, si no huye de é1, pronto do los mr-rgidos y los gritos de alegría cle la gente, se oye
morirá o lo tendrá que nìatar. una bulla de pitos, cornetines y matracas.

-No te haré daño -interyiene el inglés adivinándo- Totnasón, telreroso, ese día no Pone un pie fuera
le sus pensamientos. Te necesito, y fú a mí. Solarnente hay de su choz¿r. De tanto en tanto pisa el umbral de la puerta, y
nna ftrente de agua clulce y sin ni ayuda no la encontrarâs. desde el interior se empina pàra ver me1or. Estira el cuello
-Usted está loco. Loco de rernate. inquieto esperando divisar de un momento a otro la sih,reta
de Pancha. Su tardanza Io tiene sobre ascuas, pero hoy no
Venancio sale de la cueva. Oye el rechinar de sr¡s se atreve a clarle el encuentto por el camino. Los mtrgidos
dientes. Siente su cuerpo encogido, alistándose a lanzarse de las bestias Ie oprimen eI corazón con la angustiosa certi-
corno una fiera para acabar con el inglés. Baja corriendo a la clumbre de que sucederá una tragedia. No se aleja de sus
playa. Prefiere escapar deteniendo ¿rsí esa violencia que lo cuatro mLrros pintados. Los gritos de alegría de las gentes le
envnelve al igual que una râfaga de rnal aire. encogen el ánimo. Cada tnes sucede el mismo espectáculo.

-No puedes escaparte. No puedes escaparte. No i\y, caraaTl, un día de éstos va a pasar algo muy
puedes escaparte. Te cluedarás conmigo hasta que pase un feo, se dice rnirando cómo unos ióvenes traviesos en tln
barco. -Escucha Venancio que le grita, antes que la sornbra descuido de un arriero cortan la soga que ata a un toro. Lo
vuele y crezca ante sus ojos. liberan y la algarabía general se desata con más hterza.

Escucha un tam-tam repicándole en las sienes. En ,Toro! ¡Toro! ¡Torito! ¡lbro! Lo atizan y festejan al
una caprichosa voltereta, el mar bravo se convierte en un animai agitándole un paño. EI toro vacila. Retrocede. Parece
,- ^ cielo despejado. Cae, preguntándose de qué forma puede fljarla posición en Ia que se encuentran detenidos los horn-
Ilegar hasta la lejana isla el sonido de tambor de Bernabé, bres haciéndoles señas y va a la búsqueda. Ellos antes han
pero el taffr-tam ya se aleja de sus sentidos. Se reduce hasta bebido gargantadas de aguardiente y póivore: están embria-
hacerse chiquirriquitico y caber en una concha de rnar. Nada gados de coraje. Alegres quimbean las cornadas y embesti-
f en un mar de espumas que tamborean muy tenuemente. das del animal. ¡Toro! ITorito! lToro! Celebran y no falta quien
Está adolorido. Sangra de una herida profunda, de esas qtte intente tomarlo por los cuernos y montado.
solamente se clrran con baños cle fenol. Con cada ola que
paser, le viene el recuerdo de una mujer de trenzà larga y Sólo çlespr-rés que encierran al último animal, To-
dos ancianos que lo espelân. riasón se anima a salir, frotándose los huesos entumecidos y
agtrantando esa languidez que Io hace bostezar a cada rato.
Cada vez qLre en Malanbo el ganado es arreado
' por las calles para ser sacrificado en el mataciero, se I'ive ttn ya se acabó la br¡lla y tanto toro.
-Nlenos mal qr,re
'-
arnbien¡e de jolgorio. EI ganado, engordado en los ch¿tcras lPero que friecito, caraaát. Ahora sólo falta qr-re empiece a
de alfalfa cercanas, àv^nza frente a la casa de Tornasón r,tna c¿rer la garúa.
vez aI mes. El desfile de las bestias clura un día cor-npleto
que se convierte en fiesta. Dos arrieros van guiando el gana- A pesar de sus años, solamente una vez había visto
do en grupos de cinco animales a lo mírxino. Acornpañan- llover de veras. Era un lnocoso en esa é.poca y vivîa en casa
r4+ 145

del arno Valle Urnbroso, ctrando Lrn aÉllracero desplornó los Gtrinca ll;Lirían eprencliclo el canto tolt.ìabal'ì un hilo de lh-rvia
te¡ados y corrió culebreando por las calles de Lim¿r. Eì cani- con ias lrì¿ìnos- Cant¿tndc¡. se sujetaban ftrerte del bejuco cle
no se hizo un trernendo \odazal que no servía sino para agr-ra. Puño sol>re pr-rño, cantanclo y chapaleando, se eleva-
hundir gentes y atascar rr-redas. El Río Hablador engorcló y lon a ese cielo de los taytas y' sc fueron con Changó. N-unctt
entró a la casonas conversando en voz alta. A decir verclad, rnás retolnaror.t.
iba gritando. Empujó las puertas y ernpapó la alfornbra de
secla, las silletas acojinadas y se salió por las ventanas como -¡Sí, será verdad! -clijoJaci illina acercándose a su
si nada. lldcr
-¿Qué va a scr vcrdacl?
De pror-tto, se oyeron los mgidos cle los cerros clt¡e -Eso de que \¡cnancio estttvo pol El Cellao pero
rodean la ciudacl. A causa de la llr,ni¿t y la crecida del río, c¡rc vl no estít. Se fìe. Nadie sal.rc qlré se hizo cle é1. Hasta
elnpezaron a caninar solos. Se deslizaron desde sus cLÌln- crcerì qLrc se ahogó.
bres, en aluvión, en huaico. arrasrrndo a sll paso setnbra- -Noooo. E.se cstá lnás vivo que yo. De eso estoy
díos, cosechas almacenadas, las tres vacas de Carmona y el sellLrro. No lr> strelìo. Por otro laclo se haltra ido.
caballo deJuancho. Sin embargo, quedaron intactos un tam- -Sí, pcro :rsí. ¿sin avisat?
bor, dos zarnpoñas, cinco palas, varios azaclones, un chivato -Hurnmrn. Sus rnotivos ìraltrá tenido.
flaco y una gran cantidad de cuyes, que nunca nadie recla- -¿Y cu/rles tienes tú para esutr par:rdo en tnedio de
rnó. La gente se salvó porque prefirió abandonar los campos la calle, con tanto frío? ¿Estás ltnscandc-¡ trlrlt enferlned¿rd?
y deiar que la tierra bebiese aguet hasta harlarse. Ven, entra -<lándose cLtenta cle que Torl'.tsón p¿lrece tenel
algo tìebre.
En Malarnbo, ya se habían desmoronado varios mr-t- -E.stoy esperando a mi nieta, a P¿rnch¿r. ¿'Y tú, a
ros de barro, ensopaclos de lluvia, cuanclo con Lln estruendo dóncle ibas tan aput'ado? ¿No te quieres colnel un pedazo de
de rayos y tluenos el cielo se abrió. Hasta hoy no hay un cbarqui?
tayta, que lo niegue zìunque no estr.rviese cerca, ni lo viese -Con gusto, si turrieta muela. De todas lìlanerzl.s, te
con sus propios ojos. Están convencidos de qr-re lrsí fue, ase- acornparìo Lrn r¿rto. 'l'ienes r,rzón, con eso clue no es bttencr
gur¿rn contar la verdad. Juran y requetejuran por la santa estar todo el clía como salta perici.r de acluí para allá: me illa
madrecita que el mistno Changó se apareció. Cantaba dicen: e buscrrr Lrn poco cle lerìa.
-A buscar Lrn poco -lo remedó'fornasón, y
cle leña
B arikoso, batileosoooo y
ìrasta se olvicló.<Je sus dolores añeclió: -¿'No sientes ganas
Alcn'clenti. eaaa dc desc¿insar? Tú ,va no cl'es e.sciavc-r. ¿Qué tienes que traba-
alardo cabo jar casi los siete clías cle la sernan¿r?
alarclenti eaaa -Es cltre rrìe acostlullbré. No conozco lo ciue es e.s-
Obakoso kisi eþo akatna sia okuti lar c()ll los blazos crttzados. Ocr-Lpztdo err algo rlo pLredo
buburu bttbLtnlleu ki lo ctguo obct ponenne I pensal en todo lo qr-re hice mal en mi vida y en
cbr¡koto kcrgtro kcr.bo sile. Ago. toclo lo que voivería a hacer cle otra nlanera si puclicra vol-
ver atrás. Aclenlás, de un ticrnpo acá. tengo una obìigación
A Tornasón le hubiera gustado estar en ese tno- con dor-l Sintbroso.
mento en Malambo para pinur lzr escena. Los que ya en -¿Él que era tlr alÌlo?
r46 r47

Jzrci asintió de aquí pttra. allá, desde que Dios arìanece hasta que Dios
anochece. Yo, hasta dormido trabajo: sueño. -Afirmó Lln tanto
-Pensé que se había regresado a vivir a su tierra. rnolesto. Luego, con tono dulce. -Mira, cumpa, anoche aca-
-Volvió. Tú sabes que no me trató tan mal que se bé de pintar el Cristo que me encargó Altagracia, y ese con-
cJiga y cuando su mujet se puso muy enferrnzt y le recomen- denado de Venancio todavía no se aparece por acâ pata
dó qr-re en caso rnuriera me clejase liltre, él cr,rrnplió con la llevárselo a la cofìadía. ¿'Quieres echarle un ojo para ver como
promesa. rne quedó? -Descubre el pedazo de madera.
-¡Claro! Ella quería ganar las indr-rlgencias que se
necesitan para no tener que pesar por el purgatorio. Quería Jaci Mina lo ignoró. No volteó a mirar y alabar la
irse de frente al cieÌo y él tenía rniedo de qr.re la difr-rnta le pintura. Estaba ofèndido. Era verdad: ya no era esclavo. To-
ajustase las cuentas, si faltaba a sr-r palabra. rnasón tenía razón.
-Sea lo que fttese, el mismo día que la arna falle-
ció, don Sinforoso me diio: te puedes ir. Eres libre. -Pero solamente trabajando rne olvido de nii que-
-Me lo has contado por lo lÌrenos cien veces, Jaci. rido pueblo: Dondo, se decí¿t a si mismo en silencio. Aspiró
-Déjarne terninar. I;a vida es un constante sube y el aroma del tabaco. Una fumada larga siernpre lo consola-
baja. Resulta qLle no hace mucho sLlpe qtte dorr Sinfotoso re- ba. Quizás en Dondo todavía Élustan del tabaco picante, se
¡¡resó más pobre que Llna rata. Ahom rne llegó el turno a mí, fìguró y se hizo la idea de qr,re aIIi eI mundo seguía intacto,
pensé. Lo busqué, le di mis ahoros y desde ese día empecé a tal y como Io dejó.
entregade parte de mi salario. -Al ver a'lbmasón contemplarlo
pensativo y sacar su cachimba de bano. Le preguntó. En su recuerdo, hasta el hilo de agua del río Cuan-
-¿.Todavîa tienes de ese tabaco que te manda el za seguía siendo el mismo, en su lejana aldea de Angola. Las
Inka'? viviendas estaban construidas en círculo, con ttn espacio
abierto en el centro que usaban para rer.rnirse. Allí, los ma-
Tomasón afirrna moviendo Ia cabeza y lanza un yores se sentaban a escuchar las historias del rey gueffero
qLrejido largo antes de hablar. Ngola Kiluanji, mientras iban desrnenuzando y exprimietrdo
Ias hoyas frescas de tabaco. Después, frotaban las trizas entre
-¡Ay, Jaci! El mal tLryo no tiene cura. Nunca apren- la palnu de la mano e iban formando bolas apropiadas al
derás a ser un hombre libre. ¿No te da pena regalar tr¡ salario? tarnarìo de la boca de la cachimba de ébano tallada. Se deja-
-No. Yo no soy malagradecido. Si no fuera por los ban macerar en Lln recipiente antes de futnadas.
amos, mucho negros la pasaríamos muy rnal. ¿Yo no sé qué
tanta ganas tenías de escaparte de donde tú estabas? --chu- -¡Qué tanto hablan del rey! Con rev o sin é1. si-
paba la cachimba. gr.riendo el hilo de agua, se llega hasta Ia lnistna Kalunga,
rnadre de los ríos -le confió en secreto Nganda a Lucala y
'I'omasón tuerce el rostro con desagrado y tosien- éste sabía que su arnigo contaba la verdad. Habían nacido el
do expele el humo. rnismo día. Crecieron juntos y tras doce cosecltas, fueron a
la temida ceremonia de la circuncisión, jurándose no quejar-
-Mira Jaci, yo me cansé del abuso. Además, no soy se del dolor. Lo consiguieron. De adultos, se hicieron caz:à-
como tú que no encuentras cómo ocupar tus-huesos y andas dores en los bosques, pero desde la últirna iluvia, sus cami-
1.49
148

nos se habían separado. Mientras Lucala pasalla los días alerta ella, tenía tres canales, quedando los brazos incómoclarnen-
tratando cle atravesat un antílope con sll lanza y reunir mu- te cubienos y separados del cuerpo.
chas pieles para c¿ìsarse antes de qlle se cutnplieran cu¿ìtro -Ahora mi nombre es Santos y puedo hacertne en-
hlnas nuevas, su amigo Nganda se había unido a esos ióve- tender en esa lengua. ¿No qtrieres conocer una aldea gran-
nes glrel'reros que asaltaban las aldeas vecinas. de? ¿'Piensas quedarte a vivir acâ toda tu vida? -le había pre-
guntado después de contade cómo eran esas viviendas de
Esta vez no se trataba de las frecuentes luchas te- rrìLuos altos unidos de tal forrna que resultzrban cuadradas.
rritoriales y disputas de pocler en lrrs qlre se tenía oportuni- Sus ventanas tenían vidrios de colores, las entraclas tles es-
dad de demostrar honor y valentía, sino de acciotles rírpidas calones, y los rechos encapuchados hasta los adornaban cam-
de robos y secuesttos de gente para venclérsela a los hom- 'panas de rnetal --explicaba. -Ven conmigo. No tienes que
bres blancos que gobernaban el nofieño Congo y que ha- càzàr gente. De igr.ral modo necesitan intérpretes que ha-
bían empezaclo a adueñarse del reino cle Angola. blen nuestras lenguas y cuiden que los esclavos no se tiren
al agtra cuando los suben a las lanchas que los ller.an a los
Tenían órdenes de entregar por 1o nìenos un cen- barcos.
tenar de v¿rrones y hernbras ióvenes en buen estado y en tln -¿Tendré qLle matar a alguien?
plazo previsto. A cambio, recibían armas de fuego, pólvora, -Solarnente si es necesario. Diré que te llamas Jaci
brillantes géneros de la India, espe¡os, cLlentâs de vidrio y Nlina y que ya eres cristiano. Te enseñaré a hablar la lengua
sobre todo un aguardiente color rniel rnás sabroso que el de ellos.
vino de pahna.
Jaci Nlina fumaba repitiendo varias veces ese extra-
-Cada vez es más fäcil hacerlo -se jactaba Nganda. ño nombre que le puso su amigo hasta que llegó a grabárse-
-Ya no tenerros que apresarlos por Ia fverza y a la vez cui- lo, si bien en slr mernoria siguió llarnándose Lucala.
dar de no herirlos, t¿tl nos lo piden los pornrgueses. Ailora,
son los mismos gobernantes de las aldeas cltrienes nos espe- -¿Dirás que soy cristianoi'¿Qué quiere decir eso?
¡ ran con los cautivos atnarr¿rdos y listos para el viaje si corn- -No lo sé muy bien. Lo único que he logrado ente-
t - partimos la ganancia con ellos. Por otra l)arte, no sólo nos rarnle es que te rocían la frente con agua. Lo llarnan b¿uttzarfe.
.' entregan a sus siryientes y esclavos, tatnbién l'enden hasta -¡Ahl ¿Y el nombre Jaci Mina, qué significa?
. la misma f¿rrnilia. -Mina es el nombre de un pueblo y Jaci o Jacinto
I es el nombre de un guardián. Diré que te llamas igual que él
.(.
s -Yo nunca l-raría algo así.
para que le caigas en gracia. ¿Entiendes?
-Yo tampoco, pero a gente que no conozco o qlle
me caLrsa problemas, la vendo. Nlira 1o que nos hemos gana- -Prefiero seguir llamándome Lucala.
do por Lrn grupo de veinte esclavos -le mostró sus ropas. Ya
no vestía el cómodo taparrabo en la época cle calor o se Lo que le contaba su anigo Nganda o Santos lo
cubría del frío con la fibra macl-iacada del írrbol del cauclìo inquietaba y confundía. Le hacía sentir una curiosidad qr-re
que resultaba blanda y hacía resltalar la lluvia. Llevaba dos le rasquetealn día y noche.
prendas incómodas te¡idas de algodón. LJna, se la ponía en-
\
cima introduciendo las piernas en ios dos canales, Llno para -Olvídate cle Lucala. Olvídate cle Dondo. Olvíclate
cada pierna. La otra, la que se ponía metiendo la cabeza en de las bolas de tabaco. Olvídate de todo esto.
150 t5r

Y fue por conocer esa ciudad de mttros de piedra Mientras tanto ya estaban cerca de la lgreja. Le mos-
y baro que él se esforzó en hacerlo. Siguienclo el hilo de tró esa casa con Ia cruz en el techo y después vieron de lejos
agua del Cu¿¿nza llegaron a San Paulo de Luanda. el fuerte.

Jaci chupaba Ltlla nuez de cola y Santos bebía ese Se lamentaron de no poder ver el interior de la
licor dorado mientl'as contemplab¿rn las piragttzts de velas prisión. No hubieran creído si alguien les hubiera contado
hinchadas navegando calmas, sobre la madre de los ríos. que antes de treinta noches, con sus respectivos días, ya
conocerían hasta los últimos rincones de esa imponente
-Vanos a ver el fuerte. Es la prisión, en ia que mansión de piedra, con torres cttstodiadas por guardias con
I

guardan a los esclavos hast¿t qr-re los embarcan -le explicó arlnas de fuego que llamaban el "Fuerte de Luanda".
S¿ìntos, su guía, el dueño de la sitr-ración. El que conocía ese
mundo corno la pahna de su tnano. Años después, en Malambo, Jaci recordaba de que
en Lrne oportunidacl le comentó a Santos:
Hasta ese illor.ìÌento Jaci no le iiabía preguntado
qué tan grande era ese reino de los portttgueses que necesi- -Ni siquiera frente a un leopardo he sentido t¿tt-tto
taban tantos esclavos. Además, ¿dónde estalta situado!'En el miedo como ahora. Ayer trajeron gente de Banguela y pr-rde
carnino a Luanda había vistc-r las aldeas vacías. La estación hablar con alguno de ellos. Nadie sabe lo que está sucediendo.
de la cosecha había pasado sin qr-re htrbiela habido nadie
clue recogiera los granos. cortase le caña, ni cliese aiimento a Santos no le hizo caso. Bajo 1;r camisa, su cuerpo
las cabras. Los árboles rozaban el suelo cargados cJe fir"rtos. musculoso y ágil seguía siendo el de un cazador, aunque el
Las abundantes hojzrs de palna se sec¿rban sin tener quién botín era distinto. Había adquirido un dominio artnonioso
las cortase, las doblase, ltna sobre oúa, pÃra teparar las ca- en sus nrovirnientos y a la vez fenía la precisión y el ademán
bañas. tejer canaslas y esâs máscaras qLre tanto le gustaba afectado de los jefes de aldeas y de sacerdotes que deciden
lucir en las fiestas. sobre la vida o la muerte.

-Sus reinos están al otro lado del agua. En cin- -Es simple, los tiempos carnbian Jaci. A ti te pagan
cuenta o sesenta días se está allá. bien por hacer de intérprete y a mí por cazar esclavos. Si )
-¿Tan grande es que necesitan a tentos sirvientes, este trabajo no lo hacemos nosotros, lo harán otros. Ahora
€auerreros y esclartos? bien, si fodavia quieres regresar a Dondo, hazlo. Espera unos
-Debe ser -le dijo sin darle irnportancia. días y te acompañaré hasta el río de ahí continúas solo. ¿Es-
-¿No qurisieras conocerlo? -<atninaba, oltservando que tírs de acuerdo?
ese equilibrio de 1as caszrs eran muy distinto al de la aldea.
Adernírs, estaÌran aÌineadas en desorden. Eran incórloclas y los Jaci se lo agradeció.
lnuros, feos. Las pueftas se cerrab¿rn por clentro. Luanda no
termin¿rba cle gustarle del todo. Lo hacía sentirse vigilado. Caminaban despacio con la certeza de que sus vi-
-¿Ir a conocer ese reino? -repitió Nganda. Parecí:¿ das se separaban para siempre. Sus caminos ya no se volve-
reflexionar. -No. De allá no se regresa -ie respondici sotl- rían a encontrar jamâs. Los verdaderos nombres o los nuevos
brío que usaban serían en cada uno de ellos meros recuerdos.
152 r53

Avanz'¿ban en silencio. Demorando el paso, sin dirrse cuent¿ì pregr-rntó con Lrn hilc¡ devoz: -¿.Todavía sigues extrañando
de las tântas trampas disirnulad¿rs en la l-rojarasca. Las pisaron. la aldea, Lucala?
-Sí, pero no creo que vuelva a verla. ¿Qué será de
Los cazadores eran tres hotnbres que Santos cono- rni padre y de mi madre?Ìvle estarán buscando.
cía de vista. Un porlugués y dos congoleños clue no atendie- -No te âpenes, a Ia aldea la olvidarás. Ahora nues-
ron slrs súplicas. En el misrno lugar les raparon Ia cal¡eztt. tra familia somos nosotros mismos. -A escondìdas le entrega
Les ajustirron nna cadena al cuelio, grillos en los tobillos, y unas l-rojas de tabaco. No es como el de Dondo, ciertamente
unidos en carAvana con otros esclavos, couocieron las cel- se deja fumar. Otro día volr'eré a verte -prornetió.
dzrs, los pasadizos lúgubres, las cuevas l-rúrnedas y osculas
del Fuerte de LuancJa. Nunca más se encontraron. Al dí¿ siguiente Jaci
fue vendido en Lrn lote de esclavos destinado al Perúr.
Desde el suelo de la prisión, en uno de los nurre-
rosos laberintos de sótanos, Jaci podízr oír las conversacio- Hacía rato que a Jaci se le había apagado el taba-
nes de su amigo con los sirvientes que traían la única comi- co. Cuanclo al fin se decidió a criticar la pintura de Tomasón,
d¿r diaria. S¿ntos les rogarba que lo ayudatan a esceparse. seguía ofendido por lo que Ie había dicho. Volteó a ver el
Cristo y por más enoio que sentía en contra del pintor, no
-Lucaaaala, Lucaaala -no cesaba de llamarlo por pudo encontrar algo que desaprobar. Reconoció que et-a su
su nolnbre verdadero. rnejor obra. El Cristo lo conmovió. Igual que en la choza, en
el Cristo reverberaba un resplandor de luz y no sabía cómo
No le respondió. No tenía sentido hacerlo. Juntaba también mantenía algo de oscltro, de resol desmenuzado,
fuerzas para soportar el viaje de cincuenta a sesenta noches de polvillo prieto.
y días hasta llegar ai reino de los portugueses.
-A veces entiendo por qué vives en Malambo -
No viajaron en el mismo patache carguero, rnas se reconoció, alejándose de la irnagen par^ apreciarla rnejor.
voh,íerorl a encontrar en Lln barracón en Cartagena de In- -iYa era tiempo, caraaât ¡Sí, hasta parece un mila-
dias. Santos había tornado un color ceniz't. Su pelo, que an- gro! --exclamó Tornasón satisfecho.
tes orgulloso frotaba con aceite cle ricino, se había lr,relto
ralo, opaco y tenía hasta hebras blancas. Buscó su chaqueta perdicla entre tanto cachivaches
y se abrigó. Seguía perdiendo peso. Se sec¿tba cotno pasa de
-Tú eres Nganda, de Dondo -Io abrazó feliz de uva y la piel se le estaba volviendo finita cual la seda' En las
verlo. rnañanas, los cledos se Ie agarrotaban sosteniendo el pincel
-Sí, Lucala, soy el misrno. Me alegro de saber que y tenía que sobarse fuertetnente para espantar al calambre.
tú tarnbién estás con vida. . Pero ya poco se lamentaba Por su mala salud. Siempre ocu-
-¡Al fin te encuentro! pado en soñar y pintar no le restaba tiempo para tenerse
-¿Dónde estamos? ¿Es este el reino de los portu- lástima. A lo máximo, imaginaba que el pecl-ro se le iba lle-
gueses'i nando de tierra. Era el lnistno suelo, una costra de tierra
-No lo sé. Aqr.rí hablan una lengua parecida, pero apisonada. Cualquier día clespertaría con los brazos collver-
no es Ia rnisma. Casi no la entiendo. -Bajó la cabeza y \e ticlos en ramas de sauce. Se decía que cuando esa inmovili-
r54 t55

dad paralicc su cuerpo entero, no sería porque rnurió. sino -Se arrepintió quizás y lo rnalo es que con todo
al conüario. Enpezar'ra otra vida. Cc-¡n otra fonna, en otl'o esto hasta se ffte quitaron la ganas de ir a buscar leña. Te
lugar, con otro destino. Quizás del rnisrno modo qr.re lo hace ncompaño, y ya que no está Venacio, ni Pancha, rne pondré
el polvillo prieto, ahora mismo y en ese h-rgar. a cocmar.
-Sí, ¡hazte útill No te quedes ahí sentado que el
-¿Y qué fue eso? -preguntó sobresaltado al escu- enferrro y por morir soy yo -le responde Tomasón sintién-
char que recornenz¿rba la algarabía y los gritos en la calle. close con renorrados bríos, por lo acontecido con el catre.
Parece que se armó un lío en el matadero. Se escapó un toro
-pronunció sombrío. Jaci pela papas, corta cebollas, desmenuza con las
trñas el charqui de llarna en tilas que va atnontonando sobre
Jaci abrió la puefta con recelo. la meszr. mientras reniega.

Tornasón vio de qué manera, a Jaci, la sorpresa le -Si Pancha se hubiera casado con Venancio. nada
descolgaba la rnandíbula. Acabó con la boca abierta. de esto hubiera pasado -se enoja.

-Dirne lo que pasa, mas dímelo con cuidado -le Sin embargo, a Tomasón no le importa el rnal htl-
recomendó -porque mi pecho hoy ya no aguanta rnucho mor cle su amigo. Sin darse cuenta, otràvez le llegó el sue-
salto, y si tiene que ver con Pancha, mejor calla prirnero y ño. Duern'le . Là carreta con el catre regresa por el camino
piénsalo bien, cumpa Jaci. angosto que bordea el rnolino de pólvora. Se va por donde
-No te prcocupes, que me va â costar esfuerzo con- vino. Avanza danclo saltos entre las piedras. Un bache la
v
tártelo, porque yo misrno no lo creo. atasca. Hay que emptrjada para evitar que se rompan las
-Entonces mejor no quiero saber nada. Déjame pin- rueclas. Da la media luelta. La mula trota y se detiene otra
târ una barcztza, que hace rato qLle la tengo en la cabeza y vez frente a la puerta. Pancha la abre' No acepta el catre. L¿t
por algo habrá de ser. Alguien me lo estará pidiendo -le càrreta regresa bordeando el cerro.
respondió en el mornento que un chirrido de ruedas cle una
carreta .se detenía en la puerta. -Ya el bronce está tornándose opaco -dice el río'
-¡Mira!, va está de ruelta --exclamóJaci.
-¿Qr-rién, Venancioi'} Los vecinos Ie sacan brillo, puliéndolo con pacien-
'ij:
.!",, : -Noooo. El catre de Pancha. cia y un paño.

La vecindad de Malambo lo celebraba con la nris- -Y el colchón está duro.


mt algarabîa que festejab¿i a los toros. Ayudaron a bajar el
catre de la carreta con rnucho cuidado, pero'fomasón los No falta quien le cle l'uelta. Le esponje las plurn:rs'
detuvo. Regresa. Toca otra vezla puerta. Pancha no lo acepta.

-No, aquí no entra ese catre sin que Io decida Pan- Las lavanderas lo detienen. Le sacttden el polvo a

cha -les advinió y cenó otravez la pr-rerta. -¿Qué es lo que las almohadas. Orean las colchas, colgándolas al revés para
quiere ese alguacil? ¿Tú Io entiendes, Jaci? que el sol no clañe el clatnasco y Ia pasamanería de Flandes
156

y cada sábado lavan las sábanas ajadas de desvelos y ama-


neceres. Yendo y viniendo. Dando vtteltas y más vueltas.

fbmasón se despierta con una sensación de vacío


y pregunta por Pancha. X
-Todavía no ha llegado, contestaJaci.

9^n nnle curaba el brazo a Altagracia y ésta le


contaba cómo una vez Candelaria, la antiguzt cocinera, le
había confiado a Nazario que ella nunca lo abandonaría.

-Sr¡ herrnano nació en el río y siempre será inquie-


to como las aguas. En cambio, Altagracia debe haber nacido
bajo un árbol, porque sus pies tienen raíces y a gente así es
difícil transplantar.

Pancha le miró los pies. Efectivamente, a Altagracia


un par de chapines de género burdo no le clurab'.tn más de
tres rreses. Con sus pies rnacizos y anchos, se le rompían en
los monentos menos previstos. Por eso, prefería usar chan-
cletas de madera las contadas veces qlre salía a comprar.

-Candelaria estaba en lo cierto. Es verdad, no me


quiero ir de esta casonal ¡No quiero que me vendan otrà Yezl )
Le costaba rnucho acostttmbrarse a la élente extra-
ña. Nunca le tomó gusto a salir a la calie. Se sintió a sr-rs
anchas en la reclusión del monasterio, sirviendo a las don-
cellas. Después de recién casada, en las épocas en qtte Na-
zario todavîa soltaba de vez en cttando esas carcajadas que
le iluminaban los ojos amarillos, creyó que era posible olvi-
dar la tranquilidad del claustro. Sus pies de alguna forma
Y

r59
158

sernejaban a las de Pancha lublando en la cocina con Altagra-


cia. No las alcanzaba a comprender. No se afanaba en hacer-
lo, no le importaba el contenido sino la meloclía de su hablar.

El aguacero resbalaba convertido en manto áspe-


sible salir de allí.
lo. el sonsonete de la lluvia al caer, la música de ella en
Oí¿r
instantes que vio en su gesto el adernán de entregarle el
Descle el salón, De la Piedra escltcha a las dos rnu-
jeres conversar. Apenas alcanz-a ¿r oír ttna rnelodía de pala- niño. Se lo recibió. Entre las ramas de un alcanforero, miró
al cielo. Las nubes gordas empezaban a aclararse de nttevo
irræ qu. no entiencle por completo. Lo irrlta tener a Pancha
y la lluvia amainando fue devolviéndole el olor y los rttidos
al campo. Un ladrido lejano y las aves que no cayeron se
saludaron. Él se durmió con el niño en brazos, sin darse
cuenta de que en las copas de los árboles comenzeba a clla-
jarse una cun'a de cristaies suspendidos. La luz los ordenó
lusta pasaclas las cinco de en bandas. Ese día el brillo en el cielo crecíó hasta formar el
se las sombras clescle el rnediodía
más precioso arco iris que ojos humanos jamás vieran, le
la tarde.
dijeron cuando yà eÍa muy tarde para aÍaparla.
Al almorzar, sentaclo en ia baranda, empezó a d:¿r- La contemplaron alejándose rápida. Remaba una
canoa sin sentir el cansancio en los brazos, la favorecía la
se cuenta que Ia canícula tenía parzr rato' De tlna t'atrla le .

corriente. Iba persiguie¡rdo esa banda de rnagníficos colores


avanzando en el mismo centro del río, hast¿ì que con la pun-
ta del rerno alcanzó alocarla y se perdió para sietnpre.

En Ia cocina, Pancha estaba pelando las zábilas


cuando el cuchillo se le resbala de las rnanos. El metal rebo-
ta, rodando cayó en un rincón.
tera y mtrrió.
-No bien se habla de Candelaria, pasan cosas rar¿ìs
Pas¿rron meses, o al menos así ies pareció, hastzt en esta casona {omenta en son de broma.
que ernpezó a caer uno que otro goterón lirnguido. No tenía -Quizás quiere conversar con nosotras. Anda no-
ùá.r.1o-1t"."rse chubasco. Hasta qtìe, a pocos, en varios días más, recógelo. Está debajo del batán, lo vi caer. Levántalo
incJecisos, maduró y al fin cayó. Le alegró qLte su nrr'tier re- -incJica con una seña.
cién paricìa pucliela lev¿rntarse. La a1'udó a abandonar la I'ia-
rnaczr pegajosa cle suclor par2ì que se enlpapara bajo el cho-
Desde el despacho, De la Pieclra reconoce el ruido
arrastrado.
rro cle agr:a fì'esca.

It4á.starde, en la baranda, ella arullaba al niño con -¡Cuidado! ¡Deja eso donde está! Es muy pesado.
Lrn canto y callaba a ratos l)ara conversarie. Sus pzrlabras se -Entra a la cocina y grita -No quiero rnás accidentes, grita al
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entrar a la cocina. Ágil, a pesar de su gordura, se agacha y rnisma reclondez tibia por dentro y por fuera. La misrn¿r
encuentra el cuchillo ¿rntes de que las muieres descubran lcr suaviclad oscura de siempre.
que esconcle bajo la pesada piedra. Se demora en devolver-
Ie el cuchillo a Pancha. -¿Estás segura? ¿Cuántos meses de ernbarazo tienes?
-NIe faltan siete, sn merced.
-¿Has venido a quedane? -Oj'alâ que sea varón -se contenta.
-Nazario prefiere que sea hembra.
Pregunta la mirada azul. No seas zonzà. Te daré Io -¿Qué tiene que ver Nazario en todo esto?
que quieras. Quédate, suPlica. -Es mi marido. su merced.
-Nlas ese hijo es rnío.
-¿Qué te está diciendo, Pancl-ra? -Noooo. Es de Nazario.
-solamente le pido que venga a ayudarte -respon- -Mientes. Tú rnisma me has dicho que ya él no
cle De la Piedra, alzanclol¡voz. Con fingido enoio continúa: cluerme a u lado.
-Con ese brazo inútil, no sirues para nacla. Te has -Altagracia del¡e saberlo, mejor que usted -se en-
vuelto lerrta y pesada. trornete la Pancha, terca.
-No es el brazo, es la barriga lo que me tiene ¿sí,
su merced. Estoy encinta -se acaricia el vientre. Él al¡erna la rniracla entre las dos mujeres. Se ríe
bajito. Siente la burla de las dos. Chasquea con desagrado el
De la Piedra cae de golpe en una silla. sabor del vino pegaclo a su lengua. Nazario debe estar com-
prándolo en otra pulpería, se imap¡ina.
-¡Un hijo!
-¿Estás segLlra de que no es rnío eso que esperas?
Se pasa una rtâno por los cabellos y se sirue una
copa cle vino. Lo bebe de un sólo trego y su mirada queda AJtagracia había decidido que esa criatura sería suya
fija en ese brazo tendido inerte sobre la mesa. Totahrlente solamente. No sería de N¿rzario ni del amo, porque gracias a
clescubierto, violáceo, escaffìoso. Le es clifícil creer qLìe to- ella fue qlìe esa forma rutinaria y vacía tomó vida. Supo
dar,ía sea parte de Altagracia. El hábito hace que tod¿rvía Ie cautivarla y ernbebeila en su cuerpo. Le enseñó a provocar-
cuelgue del hornbro y le caiga a 1o largo del cuerpo, casi le sacudidas largas y esos temblores jadeantes. A punzada
pegándose a un costado. ¡Claro que ya no es brazo! Es uno con la misrla .tibiez¿ inusitada que ya también sabe encon-
cle esos troncos olvidados que siguen estorbando el catni- trar a solas y sin esperar que el encanto se quiebre y se le
no. Resecos y carcomidos por polillas, sólo la necesidad gaste en nostalgias y en lloros tristes, la retuvo. hnpidió que
los corta de un tnzrchetazo para usarlos corno leña, y no se se ia llevase la corriente guiándola a esa flor abierta. Si cre-
puecle clecir qr.re sacan de un apulo. Lo hacen, atrnque tnal. ce, será suya solamente. ¿En que siesta lo l-rabría engendra-
Más es lo que crepitan, despiden chispas y sus llarnas bri- do? Quizás fue esa vez que Ia cotorra del vecino se puso a
llantes hasta ciegan, Pero no rnantiene el ftrego y aI apa' gritar. ¡Se roban las gallinas! ¡Se roban las gallinas! A ella le
garse ni ceniza queda de consuelo, piensa. Baja la vista, dio tanta risa que estuvo un buen rato imitando a un gallo.
busca una curva nueva en ese vientre. No nota que algo Entró más dentro del amo y cantó largos kikiririikiii, hasta
haya cambiado en ella. Todo sigue igual. Altagracia es la qlre un primer ternblor en su vientre la hizo imitar el maullar
-Y

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de una gàtà en celo. Miaaaauuur.r. ¿O fue la urde en qr-re o,vó -Entonces no sigas perdiendo tiempo con rezos y
a Nazario regresar antes que dieran las campanadas de las yerbas. El mal está muy avanzado. te envenenará todo el
cuatro? Esa vez, él abrió el portal y jalando la mula entró en cuerpo y yo perderé "\a pieza". No puedo gastarme ese lujo,
la casona. Quizás ya estaría en el establo descargando los sobre todo ahora que Al:u.gracia ha empezaclo a darme cría.
ataclos de alfalfa, pero ella siguió encima del amo: el rniedo ¡Más vale un esclavo dañado que uno rnuerto! Avisaré a un
le acrecentaba el placer. Contó tres espasmos cortos, Ia deia- cirujano para que le ampute el brazo.
ron lacia. Cuaudo baló a la cocina, Nazario también entraba -Sí, y cuanto antes, mejor -reafirmó una voz en-
y se detuvo sorprendido al conternplar su rubor. Le tocó la trando a la cocina.
frente.
En diciembre, en Lirna el sol se levanta tertprano,
pero Catalina Ronceros estuvo despierta mucho antes de que
-Tienes un poco cle calentttra. ¿Te sientes bien, Al-
tagracia Maravillas? calentara. Corrió las cortinas de par en par y contempló al
río qlre habla. Sus aguas cargadas traían chismorreos: prefi-
Y ella no le nrintió. rió no escucharlos. Las aspas de los tnolinos cercanos estâ-
ban todavía qLrietas, a excepción de las de Melgarejo. quien
y erà cepaz de pasarse la noche en vela con tal de ser puntual
-À4uy bien, un poco cansacla solamente tengo
sueno con sus pocos clientes. Pronto sería dueño de la granja y su
suerte también canl>iaría. Se alejó de la ventana. Se quitó la
camisa de dormir y se lavó en el aguamanil mientras veía su
Quieta, sin rnoverse del sitio. Sin dar un paso que
delatase el goce derratnándose gota a gotà por entre sus imagen desnuda reflejada en el espejo. Los años se le ha-
plernas. bían ido abanicánclose cómodamente en el mecedor, reca-
pacitaba mientras se lavaba el cabello.
Quizás fue Ia noche cuando subió a la alcoba y vio
aquella sornbra sentada en la cabecera del lecho. Al rato, un Enviudó a los cuarenta y tres, después de un año
soplo de viento apagó las cu¿rtro velas del candelabro. Al- de matrimonio, exactamente once lneses. Ahora, diez años
tagracia presintió a la finada Candelaria rnoviéndose bajo más tarde, no se acordaba de lo que había sido estar ca-
ese .chaaas-<haaaas, que hacían las sábanas al rozarla. Unas sada. EI matrimonio pasó por su vida sin dejarle htlella.
manos tenues la centraron en ttn eie y fueron deslizándola, Un tal Ronceros, de nombre Fernán o Fernando (firmaba
igual que si con ella moiieran en Lìn irnaginario batân. a veces con la forma corta y otras no), buscaba esposa. La
quería de España, de Sevilla, para más señas. Si era vieja
y fea no importaba. No tenía mucho que ofrecer, aPenas
-No. La criatura que voy a tener no es cle usted'
Estoy segura. una mísera granja. Sus padres supieron del encargo y la
enviaron en el primer barco que salía para Lima como
-Es una lástima -deploró bajo los httmores del vino.
me estaba haciendo a la idea de verla crecer. Pero acaso qr.rien manda un paquete de regalo a un pariente lejano
-Ya
sea mejor de esa ffìanera. -Pareció no interesarle más. Se en Las Indias. Apenas Catalina subió a bordo sintió que el
dirigió a Pancha: rostro se le encendía de rubores y que le aparecían man-
clras. Durante el viaje, no se atrevió a entablar conversa-
-¿Córno sigue su brazol
-Todevía no mejc'a,
ción con nadie.
,

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-Aquí no se necesita solteronas feas y sin clote -le -Las personas que conociste siempre velarán por
habían dich<.¡ sr-rs padres. -Des1 ués cle la boda haz que tu ti, Catalina. Me lo lian prometido. Seguirán comprándote los
marido nos envíe el dinero para que tu tladle y yo también pollos y huevos aún después de que muera. Acuérdate bien,
viajemos a ese reino. y procura qLle no se retlase, porque ya cuando necesites ayuda recurre siempre a ellos. A los dos o
tú ves, muy jóvenes talnpoco solì-ìos -fieron su.s pitlabras de tres meses falleció y ella prefirió no volver â tocar ese capí-
clespedicla. tulo de su vida, hasta que Manuel De la Piedrà comeîzó'à
cortejarla.
Nunc¿r recibieron el dinero. Fernin o Fernando Ron-
ceros tarnbién contaba con slrs setcnu cr-rrnplidos y falleció y tomó un espejo de mano. El
Se secó el cabello
antes cle reunir lo sufìciente para el viaje de sus sttegros. En y
mrrngo esuba roto el cristal opacado por el tiempo, le
verclad, nlrnca ahorró r-rn sólo pe.so con ese propósiro. Sola- pasó el paño húmedo y btrscó el espacio en el que ¡odavía
nìente buscó ûrujer para xsegllrarse Ltna mlìerte tranqr-rila. La se reflejaba claramente. Hizo una fitueca de risa. Ya no po-
boda desvió la atención cle aquellos qr-re criticaban abierta- día ocultar que le faltaban tres dientes inferiores y pronto
lîente su forma cle manejar la granja. Criaba ¿rves de plnrnas tendría que hacerse extraer uno de arriba o ÍaI vez todos. Le
pardas. No les torcía el pescuezo para natarias, prefèría de- dolía toda Ia boca. Se miró detenidamente. Ya era hora de
golladas con ull cuchillo especiai y hatcerlas desangrar col- irlo aceptando sin rubores. Era fea. Aunque no tanto como
gánclolas cle la.s pata.s. exageraban sus padres. A partir de hoy ya nunca más volve-
ría a levanfarse temprano con el mero propósito de acicalar-
-Ronceros no profesa la religión rrerdader¿r -de- se con polvos de arroz, untarse carmín en los labios y pei-
cían ciertos rurnores. narse ese noño de complicados rizos que le tornaba dos
-¿O es que eres judío converso? -le pregLlntó ella. horas frente al espejo. Sintióse liberada de una carga. Luego
de enjuagarse el cabello con la infusión de hojas de laurel
El granjero se cubrió los lebios con r¡n cledo. que lo hacía lucir oscuro y brillante, marcó con la peineta
unà Íàyà desde la punta de su nariz hactala nuca y lo partió
Mudo, le señaló el río. Esperó lo qr-re después le ex- en dos, dejándolo caer suelto sobre las orejas. Se arrancó de
plicó el Día del Gran Perdón, a celebrarse en el décirno
qr.re era las sienes dos canas nuevas y se miró satisfecha. Su rostro
día de la luna de septierlbre para salir con ella. Esa vez fue la pálido no tenía ni un asorno de manchas coloradas, sino
prirnela y última \€z que pasealon jr-rntc-rs por la ciudad. Él con que estaba lívido. Se vistió lentamente. Contó las monedas
un traje negro cerrado y ella con el vestido de seda. Fernán o qr.re todavía le qr.redaban y miró por la ventana los corrales
L-ern¿rndo aprovechó para hacer cortas visitas a parientes, ami- v¿rcíos de aves.
gos y clientes. l,a presentó. Ellos parecían no estar muy satisfe-
cl-ros por su eiección. sin ernbargo, la aceptaron arnablemente. Guardó su abanico en el bolso y caminó sin dar-
Regresando a lt
granja, su marido quiso saber su opinión. se prisa. Como si cada movimiento hubiera sido calcula-
do mucho antes, contó los ocho pasos de su alcoba hasta
Ca¡alina reconoció que se acordaría de l¿s pocas \a saIa, y de la sala, cinco más hasta la puerta. La cerró
mr.rjeres que vio. pero los hornbres habían sido tantos y los tras de ella sin echarle llave y salió al patio. Llevaba pues-
habían visitaclo en tan corto tiempo qLre no estaba segura de to su mejor vestido. El de seda violeta con volantes, cue-
volvel a reconocerlos siqr-rier:t llo cerrado con una hilera de botones de perlas y puños
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de encaje blanco. Antón Cocolí iba con su librea de pafe, sos. Catalina creyó sonrojarse nuevaffiente. Sintió olas de
de terciopelo oscuro. calor en la cata, pero no se detuvo para abanicarse. Era viu-
da y fea, pero no estaba dispuesta a terminar sus últimos
Esta vez me hizo caso y se lavó a fondo, notó olien- días en una mísera granja, rnenos aún en un convento pàra
do el jabón de Castilla qr,re despedía el niño. Ambos carga- recogidas, teniendo un hombre que la corteiara. No dio mar-
ron en cacla mano una jaula pesada, repleta de grllinas y cha atrá.s.
partieron. Sabían que la carninata sería larga.
Pasado el mediodía, Antón Cocolí empujó las ho-
A falta cle mula, era Ramón el otro esclavo, quien jas del portal. Cedieron. Las abrió de par en par y Catalina
los seguía jalando un carretón de ruedas altas con la mece- Ronceros entró a la casona de Manuel De la Piedra a que-
dora de rnimbre, r¡n baúl de roble con candado de tres vuel- darse a vivir allí para siempre.
tas, encima las cacerolas de barro y los tres gallos con las
patas amarradas. -Si ya no hay remedio, que le corten ese brazo.
Para qué le sirve, repitió mirando a Altagracia Maravillas de-
Un revoloteo de plumas y el cacarear de las aves safiante.
anunciaban su paso. En el polvo iban quedando las huellas -De eso hablaremos luego. Catalina. -De la Piedra
menudas de la impaciencia del niño: Antón se adelantaba la hace salir de la cocina. -Hoy.... estás diferente. No... espe-
en el sendero. Catalina evitó pisadas. Se detenía de cuando raba tu... visita -titubea aI verla. Lalleva al salón. Se asom-
en cuando para abanicarse y despejarse el cabello del ros- bra de su cabello suelto.
tro. Se alisaba las sayas, las sacr-rdía. Bajaba la rnirada ante
los hombres que aventuraban ttn saludo sin conocerla. Tres gallos picotean insistentemente en la alfom-
bray al parecer se asombran. Eso que sernejan ser granos
Tres vatgabundos olvidaron el jr-rego de naipes y le o gusanos son diseños y ornamentos. Desisten. Se olvi-
lanzaron un piropo nada gal'.rnte. Ella conlinr-ló el camino. dan.

A las once. hicieron un alto para almotzar huevos De la Piedra a punto de alabar su 't'estido de
esÍ.â
duros y pan de centeno. seda. Mira a los gallos picoteando en la alfombra. Se sor-
prende de verlos. Se le olvida hacer el halago. Dos gallinas
-Ya estarnos cerca -anunció Antón Cocolí negras dormitan en su poltrona de cuero. Las coloradas ani-
dan en el escritorio y buscan granos en los cajones. Sola-
Después pasaron frente a una taberna con mozal- mente se le ocurre ofrecerle una copa de vino.
betes qr-re cantaban emlrriagados una tonada l'ulgar. Se il-
ternaron en el tláfico insegr.uo y la polvareda dc'las calles de -No, gracias. No bebo -replica abanicándose.
Lirna. Oyeron a los mercachifles gritando àyoz en cuello las
chucherías que vendían y el pregón de la vendedora de re- Altagracia llora en silencio para que las aguas del
frescos. Las pulperízts estaban repletas de vel¿ts, de aceite, de río no arrastren sus penas de ribera a rlbera. Calla, aunque
sacos de menestras. Los comercios, de géneros. Ahí estaban se le saiten las lágrimas y en sus ojos anegados se desborde
los balcones y tras las celosías de filigrana, los atisbos curio- el triste reflejo de Pancha.
Y

168 r69

-Me cortarân el brazo. Esa mujer hará que ei amo cia. No sabrá cuándo es que levanta el btazo bruscamente y
me mate a pedazos. Busca a mi hermano. Venancio tiene con la piedra afllada le corta una oreja de un limpio taio. Sus
unos pesos guardados y me comprarâ -Ie ruega. gritos cle clolor no se diferencian de los graznidos felices del
pâjaro de librea que se la traga de un bocado.
Pancha exprime las pencas de zâbtIas.
Labarcaza es de madera frágil. La vela no guarda
viento.
-No puedo dejarte. Tu brazo está muy hinchado y
la calentura todavía no se te va. ¡Escápate! Escóndete en Ma-
¿Aguantarâ el viaje hasta el puerto?, calcula Venan-
lambo hasta que las yerbas te hagan efecto. Venancio no
cio. La empuja aI tnar y se aupa en ella tiernamente. Atrás
tardarâ en volver. Tomasón yJaci te aSrurJarân.
queda Sir y su tesoro de cacarruza. Lo abandona hablando
-No. Nazario sería capaz de traerme de nuevo para con los pâjaros bobos. AI fin se va. Se sientè contento de
acâ. Seríapeor. Anda. busca a mi hermano. Bttsca a Venancio.
poder ver otra vez a la Pancha alzada, la Pancha malencata-
-¿Pero, dónde? No sé ni cómo emPezar. da. Pancha, con la ffeîzà encantada que hace crecer en la
-Vete a la playa. Debe estar pescando. Tráelo. Anda. huerta. Se clerrite de poder verla luego, oler de sus yerbas,
Anda por él antes de que me corten eI brazo. Muy lejos no
beber de ella un fino choro de agua clara.
puede estar, susurra.
Un hilo del líquido lo bendice, va creciendo, se
Venancio, clescle que recibió la pedrada, encierra rnultiplica. Ya no tiene fondo y le cosquillea los tobillos.
un tam-tam punzante en la herida y se siente rnuy lejos del Sube. En un instante le besa el pecho, lo abraza. Le acaricia
\i ? o"
t'' mundo que conoce Ia frente, No es el agua mansa del pozo de Pancha. Es la
barcaza que se hunde.
-Aquí solamente hay mierda de pâjato -ruelve a
afilar Ia piedra p ra raspar los excrementos secos de las ro- Era entrada la noche cuando Tomasón y Jaci escu-
cas. Los apiña en montes de mierda seca a cambio de unos chan a Pancha, interrumpiéndola a ratos con preguntas para
sorbos de agua fresca. Los días se le agotan en esquivar aclarar el relato.
pedradas nuevas, en la pesca y en encender esa fogata en la
cumbre, porque así lo quiere el inglés. Hasta que encuentra -Es por eso que tengo que encontrar a Venancio'
en una grieta Ia verdadera barcaza que Sir tiene preparada -¿Para ayudar a Ntagtacia te quieres
ir a buscar a
para echar aI tnar. Con odio, espera que él se vaya a nadat. Venancio? -la interpela Tomasón no muy convencido de la
Lo hace cada mañana. Espera que flote en el mar helado l-ristoria. -¿Te estoy oyendo bien o hay algo más? ¿Es por lo
viendo las aves dando r,r-¡eltas sobre su isla y su tesoro. cle Altagracia o por qué rú lo extrañas? Yo creo que quieres
que vuelva a Malambo, también por ti -añade.
que
Sir se deja mecer cuai un barco a la deriva y regresa -¡Deja tranquila a la muchacha! Después de lo
ala orllTa agotado. Se abriga con unapiel de foca. Se acuesta. le contó Nazario Briche, ya Pancha no tiene duda de que su
Venancio se le acerca sin hacer ruido. Lo obserua descansan- padre muerto está y quizâs también quiere que Venancio lo
do con la boca abierta. Aborrece esos mechones grasientos y sepa, pues. -Comenta Jaci Mina.
-¡Sí, yo se lo aseguré antes que ese calesero!
apelmazados de su barba. Le toma tiempo calmar el tam-tam Lo
alocado latiendo en la herida, pero su desprecio le da pacien- que pasa es que Pancha es testaruda.
170

Airado se dirige nuevamente a Pancha.

-No quiero qlle te vayas de mi lado, mtrchacira.


-DéjaIa ir. Cuando los pies piden camino hay qr-re
obedecer. ¡Si lo sabré vo qlre por eso estoy leios de Dondo!
¡
XI
-Tengo que buscarlo, se Io prometí a Altagracia,
además, yo tengo la culpa de que se haya ido'
-Vas ¿r buscado para casarte con él -se convence
Tomasón.
-Entonces. que vaya. Descansa que nosotros dos
tenemos que pensar por dónde es qlle mañana vas a empe-
zar a buscar a ese Venancio -SugiereJaci.
-Sí hazle caso. Anda, duerme. c
lgt Zl cle enero. San Iclelfonso en el calendario,
Estando solos, Tomasón siente corl€r r-tn viento frío. Tomasón pasó la maiana acompañado del siseo del mos-
Oye los últimos pregones y el traqueteo de una carreta can- cardón que anuncia lo malo. Pensó que se había rnetido en
sada. la choza por alguna rendija. Lo dejó danzar en el polvillo
prieto sin espantarlo. Ni siquiera sacudió un paño para aIe'
-¿Será que el catre sigue dando vtteltas por el ca- jar de él su malagüero, antes de quedarse dormido con el
¡nino, sin que nadie lo reciba? pincel en las manos. Al contrario, tuvo la esperanza de que
-Ya Pancha está en edad de dar su prirner viaje, volara hasta la malla frágil del sueño y extendiendo sus alas
Tomasón. azuladas fuese nn buen mensajero y lo llevase a visitar a
-Así misrnito. ¿Crees que regresârá después de que Babalú Ayé.
conozca lo que hay fuera de Malambo?'
-Para eso estamos. Para guiarla. ...¡Ay, Babalú A1,e!. Ese hrcuntí pen'denciero
-¿NIe ay-udarás cumpa de mi ahna? qLLe no le podía ser fiel a ninguna ntttjer basta
-Díme, ¿cuándo te l-re fallado? que el Dios Sr.tprerno, cct'nsado de amonestailo,
-¿Me 1o preguntas? Hasta ahora estoy esperando lo castigo llenandolo todito de esas llagas que
qrÌe rìe achiques Ia ventana. cotnen el cu,erpo como la tûa y llorøn esø agíiita
-Ya te dije que lo voy a hacer urno cle estos días. bedionda qLLe no deja secar costra y si le cae a
-¿Y, córno es que el tiernpo pasa y nunca llega ese bendito on"o, le pega el ntal.
día, Jaci?
-Es que es así en Malambo. Tú io sabes. Ocbún y
todas las mujeres que habían sido
-Es verdad, es verdad. Anda, ¡hazte úrtil! alcánzame sus queridasya no dejaban que Babalu. A1té les
el tabaco. pongø Ltna ntal'to enctma. Apañe de dos perros
-3i, yo tarnbién voy a fumar. Nos espera una no- y los moscat"dones que anttncian la ntu.etTe y esa
che rnuy larga. terúble enJÞrmedad, nadie queríø acercarsele a
é1. Cttctndo lo conieron del pueblo, solo esos dos
-Y

177. 173

perros roiiosos clue lo segLlía.n parcl, lanrcñes lcts -Francisco Parra era el padre de Pancha, si no me
heridas fueroll sLt contpañía. equivoco, ¿no? Así que túl tampoco le tienes confianza a esa
historia que le contó Nazario a Pancha, ¿no? Está bien, se lo
Abí fue qu.e Bnbalu Ayé ttago por los cøttti- haré presente. ¿Algo rnás?
nos mendigando un pedazo de pan y una sopi- I -No. No me gusta estar dando trabajo a gente que
ta boba, hasta que m.urió, y bien. tnuefto se hu- I
se está en ese trance y rnás encima estar molestando a los
biera c1uedado si Ocbún no le ntega ctl Dios Stt- finados con problemas. ¿Tú que le vas a pedir?
þremo que lo perdone y le de uida olra. uez. -Quiero tres cosas. Que le pregunte a Salomé Va-
lle que muestre el lugar donde enterró la botija con las pe-
Tornasón lo dibujó con una túnica de harapos y su pas de oro, que su viuda no la encuentra por ningún lado.
cuerpo lacerado, apoyado en dos palos para caminat. Que le mande saludos a mÍsla Elisa de parte de las lavande-
ras y a Ntelitón que le haga recordar a sus hijos qtre me
-Alguien está por tnotirse. De esta noche no pasa. devuelvan mi machete, porque era prestado no tnás. Eso es
¿Quién será!' -preguntó intranquilo a Jaci que acababa cle todo. No voy a preguntar por Venancio, porque ese todavía
.entl-ar. no está por allâ. Venancio está vivito y coleando.
-Serán los herejes, pues. El Santo Oficio va a que- -Lo mismo creo yo y me alegro por Pancha.
mar hoy a los judíos acusados de complicidad grande. Cuando -Bueno, me voy.
yo me vine, Ios tenían amarrados en Ia estaca. Están espe-
rando que se cahne el ventarrón para prendedes candela. ¡Si Estaba apunto de salir cuando Tortasón oúavezlo
hubieras visto cómo fue ese Auto de Fe que hicieron! Con )
'f,tàj'à.

dos estrados y a todo lujo. Con la presencia del virrey y toda


la autoridad de la ciudad. Pero eso de mirar quemar gente -Antes que te vayasJaci, ¿quién es ese hombre que
no es de rni gusto, por eso me vine parzt acá -recapacita y se va a morir? ¿Lo conozco?
añade: -Aunque, pensándolo bien, quien también está por -No. Es de los negros que llegaron no hace mu-
irse es una fauilia de la cofradía de Angola. Ya está con el cho. Fue vendido en la última subasta.
ahna en la boca. No tiene ni quién 1o llore, por eso acepta- -Joven y fuerte entonces era, Caraa'â. Bien dicen
nìos que se nos una en el último instante, no porqlle sea de que cuando la muerte sopla, hasta el más fuerte vuela igual
Angola. Es criollo. Estamos haciendo una colecta de rnedio que hoja.
real pl;ra el velorio y pàra poder enterrario en caja. ¿Quieres
Orravez a solas, mirando meditativo volar al mos-
colaborar?
cardón, se empeña en pintar el tornasol de sus alas. El ven-
-¿No estarán ustecles muy apr-rrados en celebrarle tarrón golpeó el cuerazo del ventanal. Se levanta para ajus-
el entierro a ese pobre desglaciado?
tarlo y al ponerlo otra vez en su sitio. Reniega:
-No, ya está muy mal. Se nos muere ya. Está bo-
queando. Y mejor me voy para, allâ. Quiero que lieve encar-
-Todos los alarifes de Lima son unos incumplidos.
gos a unos difuntos- y estâ otrà \,ez por salir de Ia choza.
¡Unos chambones! ¡No saben trabajar como Dios manda!
-Toma, toma- Tomasón lo ataja. Saca una moneda
de un talego y se la entrega. -Si no es tnucha molestizr, que le Arrimó su banquito, sacó la cabeza por la ventana
pregunté a Francisco Parra quién lo maiogró de esa tnanera. para grifârselo a Jaci y pàra que todos en Lima lo oyeran en
r75
174
L
clre José ytllve que hacede cornpañía. Los dos se han hecho
ecos repetidos por los cantos rodados del Río Hablador. Percr
buenos arnigos, si cabe la amistad con un jesuita. Le contaba
Jaci ya se había ido. Estaban las aguas y en sLr ittgar una sotn- que apresaron a la persona que hace años robó no se qué
bra recorría el senCero. Lo invadió ttna honda pena ai recono-
cantidad de objetos de oro y plata en las iglesias. ¿Te acuer-
cer a Yáwar Inka. Se despedía. Solitario. Caminando iento,
das? H¿rsta me ofrecieron Llna recompensa.
casi sin rozar el suelo, casi sin moverse, casi casi transparente.
EI mercachifle asiente en silencio
De la Piedra se siente tan agotado como en los pri-
meros días de sr-r pregunta si la entrega de ttna
arribo a Lim¿t. Se
parte de su fortnna, o las bamas de oro que tiene escondidas, -Fue YáwzLr, ese indio que se hace llamar Inka.
son sr¡ficiente para que las gallinas acepten a marcharse de su
De la Pieclra levanta las cejas. Simula sorpresa.
casa. Ni las pueÍas cenadas del salón y la alcoba irnpiden que
enüe el alborcto y el cacareo. Yala casona toma contomos de
granja. Se va cubriendo de plumas, huevos y rniastna.
-Sí arnigo, fue él y es Lrn caso difícil de resolver. El
Inka acepta qr,re Io hizo, pero alega que no fue robo' No
qr-riere revelar quién o quiénes son slrs cómplices. Además,
Por c¡tro lado. despLrés de probar cadzr ángulo, Ca-
no se le encontró una sola pieza de oro o plata en. su poder.
talina hizo colocar su rnecedora de esterilla de mirnbre en la
estrecha cocina. Estorbaba. Cuando no tenía r-rn libro en las
Quien sabe todo, lo denunció. Pero se esconde y calIa-
rnanos, se abanicaba sin lograr alejar la pestilencia a galline- -¿Tienen sospecha de quién pudo haber sido el
denunciante?
ro que inr-rndaba la casa.
-Ni la más mínima.
No tardó en notar cómo Altagracia perdía el olor a -Es una lástima, porque así no cobrarál la recom-
pensa.
aderezos y sll cuerpo empezaba e rezüm r el aroma dttlzon
de las mujeres qlle esperztn. Arnbas se vigilaban constante- -Es verdad. Aunque puede que también esté com-
prometiclo en el asunto. De todos modos, a la lglesia le con-
nìente. manleniendo una distancia que se acortaba y crecía
viene que no se hable más del asunto. Los curas prefieren
dependiendo de sûs respectivos enojos del clía.
no causar mucho relrrelo por temor a que los indios de El
Cercado se rebelen. Al menos, con pruebas fidedignas o sin
-El sólo vedas, nìe agota. ellas tienen suficientes motivos para mandat aYâ'wat al des-
-.....no te vi en l¡ Plaza -continúta Nlelgarejo con tierro. En estos momentos Io etnbarcan a España. Quizás a
su parloteo. -Certrudis y yo conseguimos bltenos lugares
la hora de despedirse se le ablande el cotazón y le confíe al
para ver el desfile Ce ios judíos herejes hacia el quemadero.
padre José dónde tiene escondidos los candelabros. porque
Fue un acto irnponente el que ofrecieron, ¿no crees?
del destierro no regresará nunca.
-No lo sé. Salí de la ciudad. Aborrezco esos espec-
-¿Es cier-to que no tienen ni la menor sospecha
de
tácu1os. queriendo
quién lo delató? Vuelve a preguntar De la Piedra,
-Yo no -clijo mr-ry suelto de huesos. Siempre rne
enterarse de más porlnenores del hecho.
qr.redo l-iasta verÌos hacerse cenizas y después rne distrae el
desfile de los azotados. Es justo que paguen sus culpas, aun- -No. Que yo sepa, no, pero habla con e1 padre
José si tanto te interesa. A rní lo único que me importztba era
qlle esta vez no ptrde ver bien ninguna de ias dos cosas.
pocìer ganarme unos pesos y se me hicieron humo. ¡Nlala
Gertrudis prefirió quedarse en Ia PIaza cl-rarlando con el pa-
1.76 177

suerte! -se lamenta. -Pero a ti tampoco te va meior que a mí. tantes y sonantes por el esclavo. La coftadia de Angola se ha
Cuéntame ¿'córno es Catalina? quejado ante el Cabildo y me han levantado cargos por violen-
-Me es rnás fácil acosturnbranne â compartir el iar- cia, maltrato y no sé qué tantas cosas rtás. Me costará pagar
dín con las gallinas que el lecho con ella. Torna, finna el una multa bien fuerte para librarme de todo eso. Además, tenía
contrato de la venta, --casi le arroja el legajo. pensado llarnar a un médico par^ z.mputarle el brazo a Ntagra-
-Ahora solamente falta que 1o certifique un notario cia antes de que la ponzoña le avance por el cueqlo y la mate,
y Ia granja será mía {ontesta Jerónimo frotándose las ma- pero ella se niega y no creo que en estos momentos sea reco-
nos de contento. mendable usar la fuerza. Prefiero mantener a buen resguardo
-¡Así de fírcil tampoco esl La grania estará hipote- mi repuución. Con un poco de suerte, su hermano la comprzl
cada a mi nombre hasta que canceÌes el últirno pago. Natu- antes que se muera en mi pocler y salgo del problerna.
ralmente, puedes eÍrpezàr a agrancLar el molino, sembrar el -Ella, me refiero a Altagracia, también es de esa
1
trigo y hacer lo qtre quieras con ella. coiradía que prepara una procesión. No se puede negar que
-solamente sernbraré trigo, Manuel. -No disimula los negros son más creyentes que los indios.
su enojo. -Eso sí, llle parece que exageras con tanta descon- -No. Saben cuidar mejor las apariencias. Hacen
fianza. corno si Ie rezaran a un santo católico, pero bajo la irnagen
-Negocios son negocios. No te lalnentes. Has sali- cle San Bartoloné es el arco iris de la libertacl lo que ven slls
do con tlr gusto, conseguiste tu cometido, y basta. Si no le ojos. Cristo es el dios Obata\â. La virgen María, una diosa de
hubieras ido con tus intrigas a Catalina, ella no sabría de rni las aguas de Guinea, y así por el estilo. ¡Si no lo sabré yo,
líos con Altagracia y tú todavía estarías esperando que te que rrre gano los reales vendiendo negros!
vendiera Ia. granja, - Puede que tenga razón. No se me había ocurrido
-No lo tones así. Tarde o temprano lo l-rubiera des- verlo de esa manela, pero ahora caigo en Ia cuenta. Los
cubierto. Bien sabes córlo son los chismes...., ias malas len- muros pintados de las cltoza de Tornasón no son muy cris-
glrâs..., el río... -Además, le palmea atnistosamente la espal- tianos que se digan. De la Piedra ha dicho una gran verdad.
da, -esa mujer poco vale con ese brazo mlrerto. ¡Alégrate de Se 1o comentaré al padre José, cavila lllelgarejo.
que Catalina víva contigo!. ¡Cásate con ella cuanto antes! ¡Y -¿Y por qué no la libertas el día de la procesión
búscate otra negral. ¿Ahl ¿y cómo avanzas con Pancha? ¿.Ya esa?. Será bien visto por las autoridades, por el platero, por
la convenciste? -bromea cachaciento mientras enrolla el con- los demás negros, hasta por la mistna Catalina --opina'
trato de la venta. -¡No! Catalina, no lo aceptarâ. Si vieras a las dos en
-No sé qué se l-rizo de ella. Ya no viene. Hasta he la cocina odiándose como perro y gato. Desde que Altagra-
mandado buscada. No está en su casa. Ha desaparecido o cia está segura de que no perderá eI btazo, no hace otra
su abuelo la esconde. En cuanto a Catalina, no habrá boda, cosa que esperar un descuido para cortarle el pescnezo a
al menos por ahora. Tengo Ia cabeza ocupada con cosas un¿r de las gallinas y la ctrlpa de todo ese entrevero la tienes
más importantes. Sabrás que hace ttnas noches un esclavo tú, Jerónirno. iFspero que el rnal de orines te sea eterno!
huido entró hasta mi alcoba. ¿Te enterastei' -Nlaldición tardía -se buda. -Me estoy sanando, y
-Sí y te felicito por el merecido que le diste. Servi- porque no quiero vivir con remordimientos. Veré la forma
rá de escarmiento a los dernás. cle que esa yerbera acepte mis disculpas y a su abuelo le
-Eso espero. ?unque no todos piensan del mismo pagaré un precio justo por ese toro de oro, ese ídolo que le
modo. El platero me ha demandado: exige tres mil pesos con- compré abajo precio, lo reconozco.
178 r79

-¡Ah! Melor devuélveselo, ¿cle qué te sirue? Pancha respiraba a bocanadas la fragancia que in-
-De nada. Pero me acostumbré a sentir su peso en vaclía Ia caleta. Ya la tenía aclherida en las sayas. Eta ttn
el bolso. Siernpre lo llevo conmigo. ¡Superstición acaso! No bálsamo delicado en su pelo. Un manjar desconocido en
lo sé. Al menos ya la vejiga me responde y con la granja en Malambo. Miró en dirección al mar y pasó un breve instante
mi pode¡ los negocios irán saliendo adelante. hasta que se le dibujaran los ojos rasgados de r-tn pescador
saiiendo del agua.
A las pocas horas de iniciar su viaje, Pancha atra-
vesaba la villa de La Magdalena. Se rernangó el r,'r-relo de las
-¿Adónde vas'?
sayas con un nudo y se descalzó los chapines. Prefirió lle-
-Soy Pancha y busco a Venancio. Hasta hace un
varlos en la mano. De esa manera se sentía más libre. Estaba ratito no lo pude ver -se asombró de que pudiera sucedede
dispuesta a encontrar, cu¿ìnto antes meior, a Venancio.
algo así. -Debe ser el reflejo del mar.
Nlalarnbo quedó atrás, se decía con alegría, curio- -No. Es por el olor que hay aquí. -El pescador no
sidad y a la vez cieno temor. Tenía la sensación de estar
le quitaba los ojos. -Yo soy Paco el adivino, "ei que te
revela los secretos". ¿A que has venido? -inquirió el indio
soñando. Caminaba con aire decidido y ese paso saltadito,
qr-re miránclolo bien Pancha le encontró un lejano parecido
para no cansarse, ìas dos leguas de distancia que tenía qlre
a Yírwar Inka.
recorrer hasta ver las olas saladas.
-Busco a mi amigo Venancio, quizâs lo has visto
por acâ. Es más o rnenos de mi color y tiene el pelo colorado.
-¿Quién sabe si lo vi?. Son tanta Ia gente que viene
( a pescar y a mirar el cachalote varado en la playa -le indica- -No he visto ni uno de tu color. Pero el cachalote
ron unos indios en La NlagdaIena, un caserío de chozas de tiene un hombre enla panza. No se le puede ver. Quizás ese
totora. Eran gente de piel cobriza. Bajitos de estatura, rnaci- Venancio está ûretidito allí. Si me das algo a cambio te lleva-
L zos y fuertes, Ãþärêñièmentã aõosumbrados al castellano rê para que veas al cachalote.
porque respondían en forma entendible. Aunque a, Pancha
Ie tomara tiempo cornprender lo que hablaban. Se acerca- Pancha amanó un disgusto que ya casi casi era rabia.
ban a fisgonear y averiguaban qué era lo que ltr-rscaba. A1
saberlo, contestaban: -¡Qué tonteríal ¡Un hombre enla panza de un ca-
chalote! ¡Un hombre enIa, panza de un cachalote! -se repe-
-Por allá puede estar ese Venancio.
fía y arrepentía de l-raber partido a descubrir los senderos
-¿No quieres ver lo grande que es el animal?
lejos de Malambo. Qr"riso echarse a correr. Cuanto antes re-
Pancha negaba. Continr,ró caminando hasta la cale- gresar a cobijarse con los seguros lnuros de la cl-ioza y respi-
ta donde solamente se pescaba para hacer crecer hermosas rar el polvillo encantado. Cambió de opinión al aspirar cons-
enredaderas y florecer los cerros áridos. cientemente ese olor totalilente nuevo' Era pegaioso y exci-
tante. Era un fuerle perfume de árnbar. Probó deiar llevarse
- Los pescadores arrancaban terrones a Ia jalipakwa por sus senticlos y el aroma la invadió, creció dentro de ella
manan wañuq: la tierra que nunca muere. Así la llamaban y sosegó sus pzìsos.
en su lengua y sernbraban en surcos una semilla y un pez. -No. Venancio, seguro que no eslá dentro del ani-
En cada hoyo una serniila, un pez, un poco de agua y una mal. ¿Qué iba a hacer all? Además no tengo nada que darte
esperenza. a carnbio por verlo.
=Y

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-Dame una de tus sayas -rozando el género con -No. No me olvido. Yo también te regalaré yerba
un dedo y riendo baiito corno niño travieso. con yatiri, con mucha fuerza adentro, para que te ayude.
Hazle una pregunta cada mañana y si se pone dulce en tu
-Tengo yerbas -zalândole el ctterpo. -Tengo rnal-
va, paico, pince-pinco, ruda, savia real, sulta que sulta, yer- boca, sigue buscando. Pero vuelve tus pasos sí se pone amar-
babuena, yerbaluisa, yerbasanta, tilo, retatna, llaque-llaque, ga. -Empezó a cantar.
jinchu-junchu, cardo santo, graûÌa dulce, boldo, berro, chi-
ri--chiri. Pancha escuchó sus aires serranos aI deiat caer las
hojas de coca en sus manos.
-Dame yerba que hace llover o dame tu saya.
-Tengo yerba que hace volar.
.lesús Møría coca de Yungøs, contra n'tatñmo-
El indio cesa de reír. Le hace un gesto que lo siga' nío con Pedro. Llícta t¡ecino de ktarca, si alguno
Suben a una enseirada l-rasta llegar a una choz¿t de esteras, tiene impedimento, puede maniJ'estat"lo cott' tiem-
junto a un sembradío de Pallar. po. Con la ntuela mascarie, con la lengua an-in'
conaúe, con. el aguat'diente sazotlarte, con eluino
-Ahor¿r dame pues esa yerba que hace
volar' consagraûe, con la cbicha refrescøfte, con' la aloja
confortarle. No coquteo por uicio ni tampoco por
Pancha se desata el pañolón rojo y desmadejando el jtùcio, sino Por betzeficio.
su trenza larga, escoge tres astillas de madera clara.
Detrás de las dunas encontró al cachalote varaclo.
-Son paios cle Guinea. Se los entrega. Los pescadores, acostumbrados a su presencia, habían orga-
nizado grupos encargados de echade agua paru mantenerlo , ,t',
Él las recibe juntando las pahnas de sus lnanos. -'
rnojaclo, mientras los demás pescaban y sernbraban conti- ,
.,-t'
nuando su n-rtina.
-Quiero volar para poder ver esa flor de fuego.
Míraia, está creciendo de nuevo -señala el hilo de hurno El animal erz-tan grande como la Plaza de Gobier-
que brota del islote frente a la playa. -Después quiero volal no: su pura cabeza, Ia Catedral, y su hocico, lo ancho del
muy alto y conocer los caminos infinitos que los antiguos altar. Tuvo temor de acercársele. Se sentó en Ia atena y ya
grabaron en Ia parnpa de Nazca. El tnono de la cola larga es
oscurecía cuando el cachalote dejó escapar un eructo de
mi pueblo. ¿Quieres acomPañarrne? âmbar y rompió en ecos cle cavernas y pozos ciegos.
-No. Llévarne a ver ai cachalote.
-Primero dime cómo hago para volar' Los pescadores abandonaron las redes para subir a
-En la mackugada, húndete las astillas debajo de las huertas de los cerros.
las uñas y repites tres veces:
Oyci ua tiola,
-Ahora va a terminar el tiempo de Dios Padre. El
tiempo de Dios Hijo va a empezar -repetían lo dicho por
OJ'á ua a uolá',
del cachalote.
Toca Palo y ua uola.
-No olvides de darle las gracias a los palos de Gui- El coro de voces la adormeció. Muy de mañana la
nea, antes y después -recomienda. despefaron los graznidos de los pâiaros. Pasaron volando
-t

IB?. 183

por encima de ella, luego volaron en bancladas en dirección nrc encuentro sill estar segLn'o de baber tenido
al maq ahededor de las islas y se alejaron. Pancha se pre- 6llûs, si ui abrit"se el cielo y si sembrando tttis
guntó si el pescador, parecido a Ylawr Inka, era r.tno de ntanos en el agua, crecerart peces de mis dedos'
ellos. Si al fin pudo volar.
Ya el cielo estaba negronegro cuando Jaci Mina Ie
...1,,1o lo sé. Patzcba, no lo se. Qttizas de tanlo clio los recados a Guararé. Se persignó y secándole el sudor
repetir Oyã r.ta uolá, Oya tta t-tola, toca palo y t,a cle la frente se lo entregó a la noche, para que se lo llevase
a uola, Jue que se me canso la uoz y nte quedé para slelnpre.
ntur,lo. l,{o sé sifue de Ønro rogade al ntar para
que recoga. al cacbalote ttarado, que el azulito Gr¡¿rraré esperó qLle pasase el pregón del sereno
del agtta se nte ntetió en los ojos o quizas estabct cle ias once para escaparse de Ia platería y ocultar su rniedo
uiendo el lintpiecito cielo. No lo sé, entre las sombras. Se escurría pegado a las paredes y esqui-
vó a clos jinetes hasta llegar a Ia alta taPia de la cason;l,
Así estaba 7,o, qtLieto. sin pestañear siquiera vencerla y ver correr las horas a través de sus puertas y
cuando llegat'on jurtto a mí. No puedo decít'qtrc ventanas. Se apuró.
los ui, pero sé que estaban conntigo porese aleteo
boníto que me acompañaba y ntedio que nte ale- Buscanclo Ia habitación de Chema, entró hasta el
gtaba, aunque seguía síntiétzdonte nnqt solo. cuarto cle Altagracia y el calesero. Los dos dormían' En la
cuadra, la mula Io olfateó y siguió comiendo alfalfa. El caba-
Cuando nte diste el palo de Gu.inea lt nle en- llo no se rnovió. Sr-rbió a los altos y vio casi a oscuras a Don
seíiaste a uolar, pense qtte al Jin podía bacer Nlanuel con gorïa ckelanay carnisón de hilo que ocupaba el
cot?to ta?'tto ta.llas Mandingas que se leuantan espacioso lecho. Catalina Ronceros casi al borde se acurru-
liuianitos conto pc]a seca, que lletta el uiento y se caba escondiencio la cabeza ausarrza de las gallinas'
uan por elJirmarnento.
Pero no toclos en la casona dormían' A la páIida
Hay qne reconocer que lo qtte le falta a esos luz cle una vel¿r cle sebo, la finada Candelaria contaba una y
r¿egros en ala y plLuna, les sobra en babilidad. oûà vez stts reales. Lo vio. Movió la piedra del batán y extra-
Son esclauos sin dejar de ser paiaro libre o arbol jo un resplandor. A trìanos llenas Ie entregó r.rn brillo de
siluestre. luciérnagis. Guararé no pudo contener más el miedo' Tro-
pezó. Cãyó aturclicio entre ruidos de peroles y el mauilido
Ib, ya iba rocando esa nada blanditø y ro- de un gato.
sada en la qtLe uitten los qu,e todauía no ban
nacido. Sentía el pulso de la sangre ajena, ali- en una
-¡Laclrón! ¡Laclrón! -gritó con la palmatoria
ntentatzdo nú anerpo, pero no sé si pude uolør. mano y en la otra, el látigo. De la Piedra ordenó a Nazario
Mi tiernpo esta contado. Aunque quiera, no co?x- Briche suietar al Iadrón
sigo despegarme de la rierra 1t me reclann nú
cboza, mis campos sentbtado¿ tttis babas, mi El calesero, con adetnanes de sonámbulo, era muy
yu.ca, rui pesca y nzi eslera. rota en _la que ahora ciiestro en amarres. Sintiendo a Guararé débil para sus nu-
184

dos, se esmeró. Lo ató con fuerza sujetándole los brazos por


debajo de las piernas con una soga. Le ernbutió un estropajo
de mordaza. Hizo.de él un fardo dispuesto al castigo.
i

Guararé tensó los rnúsculos preparándose para el I


XII
golpe del lâtigo. Era pesado, muy grueso, fabricado de ver- f

ga de buey. Lo recibió y se relajó contenido. Volvió a ajustar


el cuerpo. Esperó.

Nazario contó cinco vergazos antes de que los mús-


culos del joven empezaÍàn t aflojarse. Al sexto, ya tenía eI
cuerpo desmadejado, casi blando. Calculó con sueño que
así a De la Piedra le sería más fácil azotarlo y si el joven no
oponía resistencia antes dei décirno golpe se desmoronaría salió de la casona con el Pretexto de
totalmente. Los miró a los dos y bostezó. hacer las cor-ìlpras, pero se clirigió a Malambo a visitar a To-
: masón. Lo erÌcontró acornpañado de Jaci. Los aucianos fu-
Guararé sintió el preciso momento en que de la maban frente a uno de los mttros: miral¡an atentos las pintu-
quemazón producida por el látigo nació un nido de alacra- ì
ras. Vio a Tomasón señalar Lln punto que ella no pr-rdo ver y
nes que corrieron ciegos y lo picotearon sin piedad, sin que I
.le_9y*'-Q-'r¡encionar a unzì persona
que se había ahogado en e'l
él pudiera gritar o huir del veneno que lo torturaba y le t-
m¿lr..Se sobresaltó.
arrancal>a tiras de piel. Tiritó. tin frío le helaba todos los
huesos. Finahnente con un largo suspiro, su espaida se que- -¿Han sabido algo de Pancha y Venancio'i -ftte stt
bró. saluclo. -Ya cleberían ester de vlrelta.

ì,,4'- 'fomasón carrâspee, agita las manos y apartando el


Después'en el delirio de dos noches, juraría una y humo ve la sih,¡eta embarazada. A sus ojos le toman varios
t ( rnil veces que no moría por culpa del castigo que le dio ese
segunclcls reconocerl¿r.
i hombre cle miracla azul.
vien-
-¡Altagracia Maravillas! Muchacha, ¿qtré br.ren
-No son los azotes sino los malditos alacranes, ase- to te trajo por acâ'l -se le adelanta Jaci. Le ofrece asiento en
guró. un silleta rnaltrecha, conseguida iuntamente con Lln nuevo
catre, a cambio cle un ctlaclto de la. Última Cena y otro de
San Pedro con las llaves del cielo en la rrano.
-Estoy preocupada por esos dos' ¿Han oído algo?
-No. pero yo estoy tranquilo. No es qtre tenga Lln
buen presentimiento ni nacla, pero las malas noticias son las
prirneras que llegan. -Tomasón se retiene en ntirares'
-No se le parece en nacla a Venancio, a pesar cle
ser medio hermanos.
-

t87
186

-Dinre, ¿cómo vâ ese l¡razo? -Ahí, alií le va. Ya nadie la mlìeve de la casona. El
amo no se atreve a decirle que se vaya. Es que él tampoco
a clavetear un lnarco para la ima- es el cle antes. Desde que mató a chicouzos al tal Guarzré,
Jaci, conienza
gen del Cristo. no encuentra tranquilidad. Nazlrio tarnbién está inqLìieto.
No sé..., los dos, de un tiernpo acâ. parecen almas a las que
persigr-re el diablo.
-Alrí. alií. Parece que al fin meiora. Ojalâ ya estén
de r.uelta para.Ia procesión. Me arrepiento de haber obliga- -Los retnordimientos, serán.
do a Pancha ir ir por Venancio. Yo fr-ri Ia que debí haberme -¡Quién sabel El amo hasta rnandó llamar al padre
escapado de Ia casa del arno para ir a buscarlo. Claro que José y los dos se encerraron a conversar.
para eso sí que soy n'ìuy cobarde. -¿Al jesuita ese? Humrnrn. Habrá sido para confe-
szìr'slrs pecaclos, pues. Estará arrepintiéndose de todo lo malo
-No tengas pena, todo va a salir bien. Por lo demíts,
era Panclu la que quería ver que luy mas allâ de esta polva- qr-rc ha hecllo. Se irá a morir.
leda qr-re son las calles de Malambo -la consuela Tonasón. -O se irâ a casar -acota Totnasón.
-Sí, ya era hora que conozca todo lo que ofrece la -Ni lo uno ni Io otro. Algo se tiene entre manos
vida. Ya está en edad de aprender esa virftrd que tienen con ese padre barbudo. Un negocio tal vez. En cuanto a lo
pocos: saber ir a cualquier lugar desconocido y encontrar cle cas¿rrse con la vittda, Nazario tení:¿ tazón. EI arno no dxâ
sin titubeo el camino de r,uelta a su hogar -añadió Jaci. su brazo a torcer y ella lo sabe. por eso se mudó a la casona'
A él le hace la vida imposible y de paso a mí tampoco me
'lomasón anota rnentalmente que Altagracia toda deja dormir en p2Lz.
se ha redondeado más con eì embarazo. -Si el amo la aguanta, por algo habrá de ser. Es stt
casa y puede hacer en ella Io que le plazca.
A pesar del mal en el brazo y la tristeza, se le ve
Las palabras de Altagracia criticando a la viuda har-l
saludable. Ha adquirido un aspccto de seguridad que no
enojaclo a Jaci. Deja el trabajo a un lado.
tenía antes.

-Después que túr también dorrniste con el amo sien-


-Cadt día se está poniendo más bonita. -Piensa en do rnujer casilda, no puedes quejarte de ella. Y rnejor ya no
voz alta. cligo mírs porque al fin y al cabo, le diste diez pesos zr Toma-
-Son las gallinas -se apreslrra a aclarar Jaci. són y por ti tenelnos el Cristo para la cofradía.
-Es sangre de gallina negra 1o que debe haber es-
tado bebiendo esta muchacha. Da irnpresión de certar la boca y callar pero l'uel-
ve a tomar bríos.
Se ríen a carcajadas.
-Claro que esos pesos también salielon del bolso
-¿Qué es de doña Catalina Ronceros? cle De la PiecJra. -Duda un instante: -¿Y qué dice Nazario cle
tu embarazo?
Altagracia todavía sonríe, ladeando su cabeza afei-
tada, adornada con una cinta de cuentas de vidrios multico- Altagracia sin hacede el menor caso continúa con-
Iores. Sin aceptar o negar el comentario, dice. versando con Tomasón.
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cle reg2ìteos. En un tira y <lale con el afán de exigir rebajas, a


-Toclo está patas arribas y no es porque estoy en-
cinta, sino por tanta gallina suelta. ¡Se acabó la cahna! Cual- veces sale ganando, otras cede. Si consigue un descuento, la
quiera de estos días Ia casouâ revienta, ojalá Venancio com- diferencia no la sabrá Catalina Ronceros. Se gr.rarda la sisa
pre ¿ìntes rrìi carta de libemacl. lVla'rs no pido. en el corpiño, rnentalntente suma los real,es, pe'ro el recuer-
do de Candelaria le agnala dicha.
Hace una pausa resignada y carnbia de terna.
Regresó a la casona y entró al zaguân espantando
gallinas y pollos. La mecedora estaba vacía y tatnpoco la
-¿Nos acotnpañas a dejar el Cristo en la cofradía
de Pachacanilla? calesa estaba en el establo. Miró la desvenciiada vivienda
-Se refriega los ojos. interesándose en el destrozo de las aves: la valilla rota, los
-¡No sé car';t¿t:¡l
tapìces rasgados y el fino cedro picoteado.
-AJtagracia.lVlaravillas, mttchacha, ¡ú sabes bien que
desde que nÌe vine a Malarnbo no he vuelto a cruzar ese
bendito Puente de Piedra. Recién desde h¿rce unos días corno Pero la ruina y despoio en los cuartos )/â no Ie
que estoy teniendo ganas de ir para el otro lado. molestaron igual que ayer.
-No irás a visitar ¿t [u ¿ìlrto, ¿no? -inten'iene Jaci.
-Nooooo, tengo que arreglar cLlelltas con una Per- De peltrsa amarilla, Ios pollos recién nacidos se-
sona que tiene una deuda con Pancha. Pero no sé. Qr-rizás guían a r.rna gallina. Esta, cacareando, les buscalla comida
espere qr-re llegue ella o puecla ser que rne anime a hacerlo en ios rincones. Se subía a una mesa y picoteaba. Buscaba
antes y de paso acompaño a Ia procesión. Varnos a veq has- en un librero, en la alacena. Toda la casona era suya.
ta el domingo todavía faltan varios días.
-Tres nomás y se pasan volando. Altagracia sintió que se le aligeraban los pies. Se
clespidió cle la despensa, de la rttma de sacos despanzu-
Se despide con Lln abrazo y sale sin siquiera mirar rrados, de los dos gallos peleándose por los granos. Su-
a Jaci. bió cte dos en dos los escalones y en la segunda planta, le
dijo adiós a la alcoba con el rnosquitero de seda y las
-C)Ír¡ vez metiste la pata, Jaci. Creo que ya nunca sábanas cle liilo impecables . Bajó y en seguida ordenó el
se te qr-ritará esa mal¿r costunìbre de sacar Ia cara por quién escritorio del arno. Por encirnita nomás, repasó con un
[ìenos se lo nìerece. trapo húrnedo de linaza el intrincado tallado. El peso del
vientre la hizo demorarse en quitar unas rnanchas en la
Se lamenta miranclo como Altagracia se aleja bam- alfombra.
boleando el canast<-r de la compra.
En el jardín, los azahares y los ñorbos estaban
En el baratillo, los carnpesinos de las haciendas ale- rotos, los geranios crecían con los tallos torcidos. Espan-
dañas venden verdltras en un castellano m¿tizado con que- tando las aves, arrancó los pétalos rnarchitos, buscó ende-
chua y lenguas africanas. Aunque a Altagracia le toma el rezar los tallos. Escarbando y htrndiéndolos proftrndamen-
doble del tiernpo comprar los víveres allí, lo prefiere para te en la tierra. no se dio cuenta de que movía el brazo
aholrar unos cuantos reales. Contagiada de la clientela, apren- enfèrmo hasta sentir los picotazos de una gallina prote-
dió a dejar atrírs la tirnidez y a enrecltrse en,el contrapunto giendo su cría.
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Se sentó en el suelo y fue deshaciendo el amarre -Nle los hizo rni hijo. No sé quién te pueda dar
de trapos sobre trapos, yerbas sobre ungüentos y empiastos nzón.Acá no somos de mucho hablar. Te habrás dado ctrenta
y más yerbas y hojas maceradas que Ie recetara Pancha. que algunos ni saludan.

A las doce del mediodía, los gallos cantaron. La piel Efectivamente, a Pzrncha le había llamado la aten-
rnostraba lrìoretorìes, esaba reseca y escanÌos¿ì, pero ia hin- ción que en ese lugar desolado, la gente no se detuviera a
chazón liabía bajaclo y pudo accionar el brazo. Lo levantó a la contestar. Será por ese viento de ¿rrena que se apuran en
alrura de sll rostro. Obedeció a slr €lusto, estirándose o for- llegar a sus casas.
mando un puño. Lo bajó y se pellizcó incrédula de sentir otra
vez el cosquilleo de los vellos en el sobaco, el redondeo del -Los pescadores quizás Io han visto' pero se fue-
hombro, la punta del codo áspero y las uñas rotas. ron. Esta noche hay luna llena y seÉllllo que vienen e ensa-
yar los bailes para la fiesta del carnaval. Quédate para que
Solamente la piel seguía siendo ;jena. La sobó sua- les preguntes.
ve, fiìuy despzrcio, como ¿rcariciando a r¡n niño qlte no co-
noció ternura. Poco a poco, aprendía a ser dtllce consigo. A Pancha le palecía qr.re hacía r-lna eternidad desde
Aprendía a quererse. Fue jalándola, vacilante. que salió cle Malambo . Había carnin¿lclo días enteros por los
plrertos, conociendo gente que nunca imaginó que existieran.
Después de la carnpanada de la una empezó a res- Nlientras tanto, Venancio quizás ya no estaba en nin¡¡una de
balarse. La piel afTojaba inerte. A la hora de la siesta, perdió esas caletas, y regresó a Lima y hasta compró la libenad de
su última resistenci¿r. Se le desprendió. Altagracia. RegresaÉ trtañana, se decía cada día, a pesar de
que al despertar sus pies la llevaban en otra dirección.
-No soy de este lugar. Vengo buscando a rni amigo
Venancio. Él es dos cLraftas más grande que yo de rni coior
más o menos -lo describió Pancha a la muier de cabellos -¿Es ese Venancio tu marido?
canos que, bajo r-rn toldo, ensartaba cttentas de caracoles -No, todavía no. Pelo me casaré con é1.

mirando el mar. -¿Lo quieres?


-Me siento bien cuando está a mi lado. Lo extr¿rño
-De lejos la hubiera confundido con un cerro de cuando no lo veo.
arena por ese gris oscllro en su ropa y en su piel.
-No es suficiente. Si está acâ, para llevártelo, tienes
-Venancio {omo l-iaciendo uremoria. -No. No oí qr.re quererlo tnttcho, tnucho. Hasta estar dispuesta a dar la
ese nombre y no te puedo decir que lo vi, porque mis ojos
vicla por él -le dice alcanzírndole una lrarnìita con algo para
no distinguen bien. Puede ser qlre esté por acá. Viene rnu-
comer. -O si no, te puede pasar lo mismo que a la ahogada,
cha gente porque tenemos de todo, menos pescado. Mos-
agregó y continuó rnirando distraídamente el horizonte.
trándole su escudilla. De vez en cttando ei mar bota rnuimu-
yes, caracoles, conciras. -¿Quién es la al-rogada?
-Una mujer. Nadie la conocía, y parece que a ella
-¿Qr-rién ine pnede dar razónÌ mi.slna se le oividó a lo qr,re I'ino. Hace poco se ahogó.
La mujer se encoge de hornbros y mueve Ia cabeza -Eso no tiene que ver nada conmigo.
negando. Un hermoso par de perendengues de filigrana se -No sé. No eres la primera que se totna el trabalo
zarandean chocando contra sus rnejillas de arena. cle bajar hasta acá. Viene mucha gente buscando farniliares y
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amigos. Yo soy una de ellas. Vine por un hombre que toda- -Me sirven para hacer collares. Te haré uno para ti
vía no enclrentro pero que tarde o ternprano vendrá. Tengo también.
una deuda con él y como tú, también lo extraño. ¿Sabes?'
-¿Cuánto tiempo hace que está en éste lugar? Pancha se lo agradeció y por no saber qué conver-
-Eso ya ni lo sé. En este puerto no se cuentan los sar, se le ocurrió preguntar cómo es que se ahogó esa mujer
días. Desde que no hay pescado son iguales y pàra quien se de la que hablaron antes.
acosftrmbra a esperar, da lo rnismo hoy que mañana.
-Para rní, no. Tengo un abuelo enfermo y a Al- -Si te lo cuento, no me lo crees.
tagracia le van a coftar el brazo.
-Si tienes tanta prisa, no has debido venir. Eso mis- Daba vueltas en slr manos unas caracolas.
rno le pasó a esa otra mujer. Por no saber esperar, se ahogó.
Pero no te apenes. Te llevaré con los pescadores para que Se acercaron a un grupo de gente que formaba un
les preguntes por ese Venancio. ¿Cómo es que te llamas? círculo cerrado alrededor de un bulto.
-Mi nombre es Pancha y no necesita acompañar-
me. Enséñeme el camino que voy sola. Toclas eran mujeres. Unas, más jóvenes, otras, de
-Yo soy Ángela y te tengo que acompañar, o sino, la misma edad inclefinida que Ángela. Tarnbién tenían ese
te perderás. Tú no conoces las mañas que tienen los pesca- color arena en Ia ropa y en la piel y se movían con la misma
dores. Antes no erzrn así, lo qr-re pasa es que el ocio cambia torpeza.
a la gente. Descansa, que todavía es temprâno.
-Entonces ¿qué hacemos? - se preguntaban cuan-
Volvió a ensartar las cuentas sin mirarlas. do Ángela las interrumpió y preguntó por los pescadores.
Sin abrir el círculo voltearon a mirarla. Una de la más jóve-
Nlañana regreso a Malalnbo, se repetía Pancha pa- nes, respondió:
seando por la playa. A cada puerto que llegaba, se preglrn- -Todavía no vienen.
taba si Venancio podría estar entre los pescadores y siempre
lo dudaba. Se fiió en las islas, arnenazantes gigantes de pie- Tenían los ojos acuosos. Daban la impresión de
dra nacidas de la niebia. Esa agua no era la cahnacla y el que miraban si mirarla, hasta que repararon en ella y la toca-
silente de los puquios. No obstante, frente a esas islas la tonpara cerciorarse de que no era un capricho del agua.
espuma era más hambrienta que de costumbre. La arenilla
qtre pisaba la alraí¿ mar adentro. Pancha ¿rccedió a la invita- -:Traes a alguien. ¿Quién es?
ción. Se deshizo de ias sâyas y nadó un buen rato, aunque -Pancha. Acaba de llegar buscando a un pescador
con recelo. Después ya en la orilla, probó la sal y deseó que ¿Córno me dijiste que se Ilamaba?
donde estu\¡iera Venancio, también viese esa hennosa luz -Venancio, y viene de Malambo.
que comenzaba a encenderse y brillar en una de las islas.
Las mujeres se le acercaron muy cerca, obselan-
Ángela no se daba prisa al caminar. Recogía cara- do sus sayas y su pañolón colorado.
colitos y conchas. Los palpaba buscando la forma que sus
ojos no diferenciaban antes de guardarlos en un bolso. -¿Tus olos ven bien?
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de tanto remojo se ¿tl¡riría en estrías. Cedería a la manera de


-Por supuesto que ven bien. Ella no es de aquí.
Estír de paso rìo más y yo le estoy l-raciendo un collarín para trna esponja ernpapada. En sus formas desnudas, y como si
qlre encuentre a ese Venancio. Los recogí para eIIa. estuvieran rnoldead¿rs de opaca arena, brillaban las algas en-
redadas en su pelo y un collarín cle caracolas tornasoleadas.
Ángela abrió el puño con las caracolas. Al igual que las otras mujeres, tamPoco le provocó tristeza
ni sintió aflicción de sabeda muerta. Al contrario, stl rostro
le resultaba molesto.
-Entonces puede ser que esta noche tenga suerte.
Agregó otra de las mujeres y la desconfi^nza se rompió. Pan-
cha sin saber de qué reían también rió, tratando cle no pen- Tras oltservarla largo tâto, en tanto se disctrtía si
sar rn¿rs en esos ojos que la rniraban sin mirar. organiz:;n o no un entierro con flores, se fijó en su boca.
-Puede que esté aquí. Hay rnucha geute que está
de paso. Vienen y se van. Pero pregúntale a los pescadores. Sí, era esa boca de labios carnosos y obscenos lo
Ellos Io saben todo. Y le dieron nuevafftente la espalda. que la hacía ocliosa. Sí, eso era. A pesar de estar muerta, la
tenía abierta de par en par y nìostraba tlna lengua aztladit
-Bueno, ¿entonces qué hacernos?
en una lnlteca indecente parecida a una risa escandalosa.
-¿Qué es lo que ocurre? -Ángela se abrió paso y
exclamó asustada:
A Pancha le hubiera gustado que la ahogada ttrvie-
-¡Nosotras no debemos meternos en esto! Que lo
decidan los pescadores. que es ¿ìsunto de ellos. ra una expresión desesperada, de angustia de la lucha con
las olas o de conformidad con su mllerte o al menos de
Pancha puso atención a los bultos y envoltijos de rostro ausente.
redes que tenían a sus pies. En uno de ellos, en el más
grande, verdeaba el musgo y cubría en parte urr cadáver. No sintieron sus pisadas en la arena. No strpieron
clescle cuándo ei pescador escuchaba ìa discusión sobre el en-
tierro con flores blancas. Pero, aPenas los oios notaron la som-
-¿'Y si la enterramos sin que se entereni)
bra borrosa, larga, extendiénclose sobre la ahogada, callaron.
-No. Ya es la tercera vez que el mar la trae de
luelta.
El hombre tomó a Ia muerta por debajo de los so-
-Sí, sí. La enterrarelnos con flores blancas corno
una novla. bacos, le ató a los tobillos un ancla herrumbrosa y la subió a
a sacat flores? ¡No seas babosal su b¿rrcaza. Remó mar adentro, quién sabe si hasta las islas.
-¿:De dónde vamos
pescadores de La Magdalena también siem- Se Io tragó la niebla. Se perdió para hundirla en lo más pro-
-Los
bran flores. Yo conozco uno. Me las dará si se las pido. No fundo. Allí donde esos oios miren sólo el agua y no consi-
está muy lejos -se acomidió Pancha. gan divisar las estrellas para guiarse y reflotar.
-Tienes razón'. no es mala idea.
-Esta vez sí que ya no vuelve más -se l¿rmentó
Cavilaron indecisas. Ángela y continuó ensartando el collarín.

La altogada despedía un vaho a pescado podrido. Las otras no le prestaron irnportancia. Se olvidaron
Pancha se irnaginó que tocándole el cuerpo poroso y áspercr del episodio de la ahogaday empezaron à desatar los otros
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bultos a sus pies. Conversando animadas, saceron i¡armitas Al rato la playa era una feria. Los pescadores be-
llenas cle potajes l)icantes, frutas, mates de chicha y cancliies bían, afinaban sus vihuelas y chirimías mientras otros repa-
con grasa que encenderían cuando el crepúsculo cornenze- raban sus disfraces de carnaval colgándole cascabeles y es-
l'a â crecer pejitos al trapo colorado.

En rrredio de esas rnujeres, Panche vio cllre su ros- Les preguntaba por Venancio y algunos decían que
tro sonreía como en una broma no colnprendida. El poder sí que estaba entre ellos. Otros contaban,ya se fue.
observarse descle afuera en forrna tan clar¿t. ¡r precisa, le hizo
poner en duda el hecho de estar viviendo el mornento. Qui- -Lleva m¿iscara -decían y se reían con el mate de
zás lo sucedido no er¿t otra cosa más que Lìn sLreño, se atre- la espesa chicha de maní que pasaba de rtano en mano.
vió a pensar. Al menos por tatos tenía la misma sensación
cle zozobra que se apoderaba de ella en las noches largas, Pancha se divertía. Contó los diablos de la com-
llenas de recuerdos y relatos que solían pasar con f'omasón parsa: ocho peones y dos capataces.
yJaci Mina.
-No. Somos once, ya no demora en llegar Casimi-
Sentados frente ¿r frente chupaban Ia cachimba va.- ro, el Diablo Mayor.
cía, cavilaban y el que se sentía en vena, enpezal>a. El otro -Espéralo. Quizás él te dé razón de Venancio -
Io corregía, o le iba agregando detalles hasta llegar al final propuso Ángela.
de una historia y volrrer a corrrenzar otra nlleva.
Pancha comprobó que solamente âl prirner trago
Ella, en su habit¿ición, los oía hablar. Siempre creía la chicha fermentada sabe amarga. Después se pone dulce y
estar a punto cle caer profundarnente en el sueño. En ese sabrosa igual que las hojas de coca que tnascaban y la músi
estado de cluermevela las voces cie Tornasón yJaci la alcan- ca de los diablos de la cornparsa qtre bailaban alrededor de
zaban en un susurro como traído por las agr-ras del Río Ha- eìla, alternando sus caretas, y cantando.
blaclor y la embargaba la rara certidumbr.e cle qr-re estaban y
no estabarr allí, que tenían la facultad de desplazarse a otras Nadie uio a Venancio. l{ooo.
lugares sin la inútil necesidad de abandon¿r los cuatro lnu- Nadie uio a Venattcio. Nooo.
ros. Quizás algún día ella tarnbién a1>rendería a hacerlo, se Nooo, noooo, noooo.
decía y en algún mornento se hundía.
Se entretenía viendo tantos diablos altos dieblos
-Prrncha, ya están llegando los pescadores. Los oigo bajitos, cliablos flacos, diablos gordos, diablos diablo, to-
venir -habló Ángela. ¡Por allá. mira! -Señalaba un p.,nto èn clos vestidos de rojo, rnoviendo sus cascal¡eles y sus espe-
la oscuriclad a lo largo de la plal'a. jitos.

Pancha se esforzó y divisó ult gmpo de danzantes. Cuando Ángela Ie colgó el collarín de caracoles, ya
bailaba con el Diablo Mayor y el ritrno la inundaba como
-Viene una comparsa de músicos. una ola. Siguiendo el sonsonete con un tamborín, cantaba
-Ellos rnismos son los pescadores. con las mujeres de arena:
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Acbere rere i"¡t5¡ milateo Sin dejar de cJ:a,nzar, Casirniro Ie hablaba baiito a
L'etnanya asayb ikololz.Lnt ibutagana la rnujer clel tarnborín. Bailaba con ella y le conversaba.
declegtra otolo kLut oleobay ireo Rozab¿r el rostro bañado de luna con su herlnoso rabo de
ibtúa omi. Kofiederu l.ya nr.ia. Agct. trapo. Algo le dijo al oído qr.re sólo ella escuchó. Lo miró
incrédula. Paró la rnúsica y deió de bailar. Con todo, el
El pañolón arnarrado en su pelo se deshizo en la diablo ie hizo más carantoñas y piruetas. Bailó. Cantó. La
brisa, resb¿rló por sus hombros y cayó en la ¿rrena mojada. enredó en su capa. La encantó cle nuevo y ella finalnente
rompió el rumor cle las oi:rs con stl risa. Soltó una carca-
-¡Qué linda es tu trenza al aire! ¡Qué linda eres! - jada.
La lisonjeaba Casimiro y ella reía feliz de estar dando vueltas
'I-odas las muleres envidiaron esa risa placentera,
en sus brazos y verse en stt aliento salado envuelta. Dando
tantas vueltas qlre ya los ojos se le empañaban y casi no lo larga y golosa. Semejaba Llna rnazorca entera.
podía ver. Pero todo se le acabó: una muier salida de la
noche le arrancó el tamborín de las tnanos y tomó su lugar'. Los pescadores siguieron con la mitsica, rnientras
-¿Al menos te llegaste a enterâr dónde está Venan- Casimiro encerraba la rìsa en sus br'¿zos y. envuelta en el
cio? --oyó que Ángela se enfadaba. rojo brillante de su czìpa, se la entregaba al mar.
-No -respondió.
Manuel De la Pieclra da vtleltas en el lecho sin que
Tenía la música rnetida en el cuerpo y quería vol- las gallinas 1o dejen dormir la siesta. Harto de buscar el sue-
ver al vaivén de los brazos clel Diablo Mayor. Se olvidó de ño sin lograr siquiera hundirse en la modorra,baia al salón y
Venancio. llarna a Nazario para que le haga compañía.

Celosa de ver a Casirniro bailar con esa mujer a Ia -Sírveme vino.


que la luna ilutninaba brillando pálidarnente, en su saya blan-
ca y en sll nsa. Espanta un gallo de un manotàzo y ve el rastro de
pltrmas flotando.
En eso, el diablo cesó de dar vueltas y más vueltas.
Por un instante, se quedó qr-rieto y Pancha Io reconoció. Era -Sí, su tnerced. Couro usted mande.
el misrno pescador que se llevó a la ahogada de regreso al -¿Han escuchado algo de Venancio? ¿Quiero saber
mar. Esta vez con capa rojo escarlata, agitando sus casc¿rbe- con cuántos pesos cuenta parà colnplaf a NÍagracia?
les de plata. Quiso abandonar la fiesta y seguir buscando a -No sabemos nada de é1, su merced. \'enancio to-
Venancio, pero Ia comparsa ernpezó a cantar y tocar de nue- davía no aparece.
vo con más fuerza. Desistió. -¡Maidición! Y tú, que tân[o me rogaste porque que-
rías mujer para casarte, no te irnporta que la Venda. ¿Qr-ré
El agua pide y el agua da. Da, da, da clase de rnarido eres, Nazario?
Dale al agud que te da. Da, da, da.
¿Y si no le dan? ¿Y si no le dan? Nazario, de pie, lo mira desde arriba y con su voz
Se pone braua y sale a moiar. ahorcada casi sin rnover los labios:
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-¿Estás seguro? ¿Estírs seguro? -lo apremia a con-


-Aìtagracia ye no es mtrjer de Nazario.
testar
-;Va e tener un ltijo tuYo!
-N<>. i\lío no es. la.simiente de Nazario Briche
nunca -Sí.
ha dtrckl trLtto. sll merced. I -¡Entonces no mentí¿ì el infeliz! -Suelta una risita
-l-lurntlm. ¿Entonces, de quién será? -pregunta con de borracho. -Si lo sabías, ¿por qué no me avisastei'
vocer illlt (l(' tol-ìto.
Nazario levanta los hornbros indiferente y calla.
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-l )c ()tro hombre.
-l'.so lo sé. Ahora que mencionas a otro homllre.
\rrrri'rr rek r pregunté para no lneterlne en problemas, polque -¡Vete! ¡Fuera! Quiero estar solo. Grita. Se siente
.r fìn tlc ( u('tlt¿ls, son cosa de negros, me dije, y tuve razón deprimido por la revelación y abotagado Por el vino. Sin
embargo continúa bebiendo.
i)olqu(' nlrclic lnc hizo reclatnos, como los que tellgo a caLlsa
rle e.sc Gu¿traré. Una vez te vi discutiendo con un hombre,
lrqul. crì csta c¿tsa. En el iardÍn, Io a[acaste. ¿'Era zrmante de Esa mañana se dio cuenta cle que se le habían bo-
AlLr.qrlrt:ia'l rr¿rclo los colores del recuerdo. El roio, el azul y el amarillo
estaban alrí, pero no Ie significaban nada. También deiatian
Nazario titubea sorprendido de que el amo supiera de importarle las sayas de Pancha. Solamente contaba con
de ese incidente. Calcula con cuidado lo que vâ a resPon- esa nostalgia de adetezos, de sazón a cominos y ajos qlle
derle y micliendo sus palabras: rezulnaba Altagracia. De no ser por el siseo del abanico y el
cacareo de las gallinas, sería feliz de poder estar muy cerca
-No. Era el sobrino de la finada Candelaria. El tam- de ese arofira, descansando a su lado como un recién naci-
bién sabía que usted tiene ttn escondite debajo de la piedra clo, ciurmiendo ia siesta bajo el mosquitero de seda azul.
del batirn. Vino a llevarse lo que usted guarda allí.
-¡Claro que eso todavía tiene solución! Ca¡alina' Ca-
De la Piedra. con manos tembiorosas, se sirue más falin¿aaa.
vino. lo bebe de un solo trago y se le ocr-trre rnirar las calles -CataIinitaa. Catalinaaa-repitieron las aguas dei Río
lirneñas a trar,és de las reias. Estaban sucias, con desperdicios. Hablador
vez
Unos perros sin dueño rnorclisqueaban las cáscaras de naranjas -¿Qué deseas? Pero por favor bala la' voz. Otta
que manos enguantaclrs arrojaban desde una calesa con rue- estás borraciro.
das chirriantes. El bullicio de la ciudad clestemplaba los oídos. -Sólo en copas. Sólo en copas, Catalina. Dinle,
Si no fuera por el vino diario estaría loco y sorclo y si no fuer¿r ¿cuándo regresan a la grania tú y lus malclitas gallinas?'
por la fidelidad de Nazario, casi tan pobre como el primer día. -¿Por qué habríamos de hacedo? Prometiste casar-
te connrigo, adernás, vendiste \a grania' ¿Ya 1o olvidastei' -
-Dirne, aparte de esa vieja rnalvada y cJe su sobri- Siente ofrà vez el rostro cubierto de mancha.s y sonlojos.
no, de nosotros dos y de Gltararé, ¿quién más conoce ese -Sí, me acuerdo que la vendí. En cuanto a ia pro-
escondite que tengo? nlesa tengo una propuesta: te compraré otra granja mucho
rnás grande.
-Guararé no lo conocía. Ese hombre no vino a ro-
bar, como usted cree. Entró a la casa buscancio a Chema. -No. Me quedará a tu iado. Enveieceremos iuntos,
Nazario pronuncia cad:t palabra con mucha cahna. Manuel.
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-Pero,¿'por qué?
-¿Quieres que te lo recuerde?

No le conteste. Acostuûtbraclo a negociar plecios


en las subastas, aIzaIa voz y con el mejor pregón que tiene ruil
le ofrece:

-Una granj:r y una rerìta cle dos rnil pesos al año


por el resto de tus días, Catalina Ronceros, si te vas de mi
vicla, mañana mismo.

-Una granja y dos rnil pesos, si te vas hoy.

-Si no aceptas, desde ahora dormirás en el galpón -òt ," da fe a lo que por ahí cuenlan, Melgarejo
con tus gallinas. y el cura José iban cruzando el vieio Puente de palo cuando
el rnolinero perdió el eqtrilibrio y se cayó al río. La coriente
-No agites ese abanico qlre sll n:ido me rotnpe los le clio un par de revolcones y si el cura no se tira al agua
oídos, ¡Cataliiina! para salvarlo, el Rímac se lo hubiera llevado -relata Jaci'
-Acepto. -Humlnm. ¿Y cuándo fue eso?
-Después que vino à Pàgàrre por ese torito de oro
Deja caer el abanico. que le vendiste. Recién me enteré ayer'
-Yo no le vendí nada, porque eso no era para ven-
-Pero Allagracia Nlaravillas se va contnigo. cler -se enoja. Gesticula y agita las manos como si estuviera
-No. Ella es mía. espantando moscas. -Por eso no le acepté el peso que me
-Entonces olvíclalo. De aquí no lne muevo quería <lar. Es más, si yo fuera Melgareio, ya no me acercaba
al río ni a ningúrn puquio, ni pozo, porque tarde o temprano
el toro se lo va a jalar pa' dentro. Se lo aconsejé y le pedí
hasta el cansancio que me lo devuelva' Hasta se lre cayó rni
lâgrima. No me lo devolvió.
-No te aflijas, Dios no cetstiga ni con piedra ni con
palo. ¡Su merecido tendrá!

Tcrmasón recobra la calma. Toma el pincel y se acer-


ca a uno cìe los muros. Al instante se detiene con el pincel
en el aire.

-¿Cómo leirâa Pancha? -Cruza miradas conJaci' -


¿Ya no debería regresar? Por ser la primera
Yezlya está bue-
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rìo. es conveniente qLte se qucde txr-tto tienìpo ieios.'ib-


lio instante Pancha creyó haber encontrado a Venancio entre
davía no conoce l¡ien los sendel'os de vuclta a X'lalambo, ¿no los pescadores que salaltan y ensartaban pescado en un cor-
crees? del. Pero no era é1.
-Nada ¡nalo le va ¿r suceder. Pancha no pierde fácil-
rnente la rut¿r ni uecesita que le diliien los pasos. 'râ lo veríts. -¿Qué te trajo por acâ, tnuchacha? -Indagó un an-
-Oizl'â tenÉlas r¿tzón. Al tncnos, hasta ahora tod<l ciano encogido que venía a darle el enctlentro arrastrando
estír saliendo a pedir de boca, a Altagrzrcia se le tcrtninó de pies cansados.
curar el brazo. Ya no le mata lníts las gallinas a la viuda
Ronceros. Solamente nìe apenâ que tenga que estaf vivierr- Tuvo enormes deseos de abrazarlo. Era idéntico a
do toclavía en esa cesa con ese arno. 'fomasón
-Sí. pero casi no lo ve. Éi y Nzrzario salen todos los
días jr.rntos y se vall al ¡>uerto, Porcìue ha llegado un rìLlevo El viejo la tomó de Ia rnano y la llevó junto a un
berco cargado. Flablando cle puen<), íryer vieton a algr-rien grlrpo de gente que sacaba pescados de las redes y lirnpiaba
que pu<-lo ser Venancio. las barcazas.
-¡Y recién rne lo dices, Jaci!
-Sí. quer'ía cercioralme primero. Si cs é1, ya no debc -Oigan, miren a esta muchacha -les gritó. -Pare-
tarclar en llegal por acá. ce que se salvó de la playa doncle se ahoga tanta gente.
4jilâ. l-engo muclto apuro en verlo jtrnto a Pan- Mírenla, todavía tiene en la mirada esa cosa que no deja
cha. -O,ve las carnpana<las de las seis de la tarde y siente ver bien.
deseos de clescansar. -¿Qr,riercs sentarte ac¡uí a mi lado, cumpx -Denle tres buches de agua para que se le pase el
Jacii'Ven, ven, tú también cierra los ojos. susto y refriéguenle Ia c'¿ra con una esponja, a ver si tarn-
-Vete a conocer los cuatro vientos -le ;rconseió Án- bién se le quita esa pestilencia de ahogado -aconseió un
gela al despeclirse de Pancha. Pregúntales por Venancio; qui- hornbre que bien pudo ser el misrno Jaci.
zás ellos lo sepan. Acá, no cstít, tú lo ves. Además ésta no es -Son idénticos a lni abuelo y a su arnigo -repuso
una playa corno las otr'âs. El tnar enturbia ia rniracla. Cuando Pancha sin salir de su asombro.
otra vez haya pesca será diferente. ¿'No qttietes llevarte r-tt-t -No, muchacha, ¡qué va a ser! Son tus ojos, nomás.
coll¿rríni' -¿O no será que has vistct a alguno de esos diablos
-No, me traerá recr-rerdos cle lo que sucedió a¡roche. traviesos? -bromearon.
-¿Anoche? ¿A qué te reficres? -Sí. A todos. Hasta bailé con Casimiro.
-Ustecl lo s¿lbe bien.
-Si estás pensando en la ahogada, eso pasó hace Las mr-rjeres abandonaron lo que estaban l-raciendo
muchc.¡ tiernp<-1, rntrchacha. peua escucharla. Sorprendidas, aunque no muy convencidas
-¿Mucho tiempo? cle que era cierto, se la llevaron a un rincón aparte.
-Días, serìranes. Eso no lo sé. -\blvió a lecoger
conchas. -¡Ven, ven! ¡Cuéntanos como es Casimirol -la inte-
rrogaban.
rluy ltìenu-
Los lemolinos levantando urìâ arenilla Los hornbres extrañados se pregLlntaban si la l'iis-
da anunciaron e[ Iugar de los cuatro vientos. En el prirner toria podía ser verdad.
Y
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- Nooooo.¡Córno va a l-raber bailado con el rnismí- cansar los pies. Anda, pregúntale a los cuatro vientos por
simo Casimiro! ese Venancio y clespués agàrra tu camino de vuelta. Lo que
-¡Vaya el diablo a saberl¿Serír que los tiempos cam- l¡uscas no está aquí.
bian'i
-Nooo. Si hubieras bailado con Casimiro, en este Pancha pensó qLÌe tenían razón- Más los tniraba,
molnento te estaríarnos sacando de la redes y ecìrando sal - sus ojos más se empeñaban en ver en ellos a Jaci y Tomasón
dijeron finahnente riéndose de ella con glrsto. atentos, contemplándola, guiándola con suaves palabras, mos-
trándole la ruta de regreso a Malambo.
Pancha demoró largo ratc-r en hacerles entender que
lo había visto con sus propios ojos. Cuando empezaba t En la cason¿, Cheint¿ elrtpacaba sus pertenencias
persuadirlos, perdió la seguridad cle lo vivido. La duda la en un baúl en el motnento que De la Piedra tocó su Puerta'
invadió. Prefirió no seguir contanclo. Mejor era callar.
-¿S entró. Era Ia Ptitnera vez
-¿Y a qué fuiste por allá? que visitaba pensó que estaría âtibo-
-A buscar a Venancio. rrada cle lib sí la encontró. Más que
-¿Y no quiso venir contigo? tomar asiento, se desplomó sobre la tarima en la que dormía
-No. No es eso, no lo encontré. Cl-ierna. Era clura y angosta, un lecho de hombre soltero' -
-Ah, ¿quién es ese Venancio? Corno habrá visto aquí I'ran carnbiado mucho las cosas des-
-Un amigo. Mi novio, más bien. Me voy a casar de que se fue de viaie, arnigo Chema.
con é1. -Sí, la casa se l-ra convertido en una granja'
nue-
-Por aquí casi no llega nadie. No hace rnucho, por -¿Pero qué es lo que pasa?.¿Está empacando
casualidad, esfuvo un indio de paso. Se saltó de un barco y vamente'?. Apenas llega y ya se va. Bueno, lo cornprendo' -
a'::t 3

llegó nadando. Acá tampoco está Venancio. Me imagino que buscará otro hospedaje'
-¡No entiendo cómo es qlre te han dejado venir -No, parto en dos días. Esta vez me voy a Europa'
sola! Por acâ es muy peligroso. ¿'No tienes quién te acompa- No sé cuando volveré. Un año, hasta dos, fal vez.
-Entonces será nuestra despedida, porque al
ñe? -preguntó él que se parecía aJaci. paso
-No. Tengo solamente un abuelo que está rnLty en- que van Catalina y las aves, cuando regrese de esta casona
fenno. A mi tayta lo mataron. Lo encontraron muefio en el ya no existirâ mâs que polvo y plumas.
río. Antes no lo creía, porque no lo había visto con mis pro-
pios ojos, pero fue así. Cl-rema lo contempla sin contestar' Totna asiento
-Muchacha -la interrumpió el viejo parecido a To- frente a é1 y se dispone a escuchar a un De la Piedra fiustra-
masón --olvida eso de 'rver pâra creer". Adernás los ojos que clo por no poder acostarse a dormitar la siesta con Altagracia
tú tienes fodavía no han aprendido a distinguir lo falso de 1o Maravillas. Adetnás, está embriagado'
verdadero. Hace un ratito me conftrndiste con tu abuelo.
-¡Y a mi con slr arnigo! Esos dos ojazos son boni- -Se pregunÍatâ pol qué le permito a CaÍalina ha-
tos pero todavía no te sin en de mucho. Es, así, demora has- cerlo --cornenta con alnargLlra. -Si le digo que yo mismo no
ta aprencler a ver lo que está en lo profundo. Toma su tiem- lo sé rruy bien, ¿me creería, amigo Chema? ¡No me haga
po lrasta al,canzar a mirar mr-ry lejos sin tener para eso qLle caso! He viviclo intensatnente y me irnagino que eso lo sabe,
--Y

208 209

no siempre con lìonestidad. Lo del nombrecito De ia Pie- -Sí, es el rnismo moscatel que bebo todos los días.
dra... mi procedenci:r... -Se dilata con silencios. Carraspea, ¿Por qué?
se acaricia el cabello. -Le contaría la increíble l-ristoria de mi -¿No ha sentido últirnarnente cómo que se le va la
vida, pero no viene al caso. cabezal ¿Cónro que pierde la memoria?
-¿Por qué no? Hágalo. Después de lo que vi en -Bueno sí, rne olvido de las cosas cada vez lrlás a
este viaje estoy dispuesto a darle crédito a lo que sea. Cuén- menudo. Desde luego, tengo rnis días buenos y malos. Tra-
temela. bajo demasiado. no duermo ìo suficiente y no puedo negar
-Nooo, no. Mejor relate usted. ¿Qué tal le fue? que ernpino el codo más de la ctrenta.
-Mr"ry bien. Recorrí cinco islas. No están rnuy lejos -Su pérdida de rtemoria no tiene que ver con nada
de la costa. En verdad son islotes, agrupaciones de rocas cie lo que nenciona. Durante este viaje hice lo tnismo, pero
que sobresalen del rnar. Para mi sorpresa en una cle ellas sé difererrciar el efecto que produce el alcohol al que provo-
encontré a dos ná ufragos, un inglés, y agárrase antes que le c¿ un narcótico. ¡Qué ne parta un rayo si me equivoco!
qulen e1'a Yêñánðio. Estoy seguro de que ese vino qlle toma contiene paico.
-¿El herrnanoE Àltagiacia? -Paico..., paico, ¿qué es paico?
-El mismo. Estaba pescando y se le irundió lal:.a.r- -tjna pianta que crece en la Sierra y creo que taln-
ca. A rni regreso de la isla lo llevé conmigo hasta El Callao. poco yerro si me atrevo a decide que los daños qlle causan
No creo que se quede allí. Esta aventllra le qtritará para siem- sus flores son irreversibles. No beba el vino. Perderá la me-
pre las ganas de volver al mar. Ya estarâ por llegar a Malam- rnoria por cornpleto y quizâs l-rasta ie provoqlle la muerte.
bo. Alguien estát envenenándolo. Deje de hacerlo si quiere vivir
-Venancio de nár-rflago, ¡qué absurdo!¿Y el inglés, rnás tiempo.
quién es?
-Se dice llamar Sterling. Hice averiguaciones y en De la Piedla se estremece, lívido.
El Callao es conociclo. Lo claban por muerto. Me hicieron
saber que el mencionado Sterling es loco. Exageran, está un -¡Maldición! Gtaci¿ts por avisarme y téngalo en cuen-
poco trastornado, pero no ha perdido totahnente el juicio y ta por si acaso mllero de irnproviso.
sabe de lo que habla refiriéndose a que la isla vale oro. -Si sucede, no estaré. Ya le l-ie dicho qLre regreso a
-¿Qué razones tiene para opinar de esa manera'l España. En dos clías parte un barco a Sevilla. No pr'redo per-
-El estiércol de los pájaros de la islas enriquecen la der tiernpo. Tengo qlre liegar Io antes posible y ver ia forma
tierra. Los campos europeos duplic.rrían su rendimiento abo- de negociar ese glÌano de 1as islas. No quiero qlle lne gane el
t nándolos con el estiércol. ¡Ese guano acumulado por siglos inglés. Lo siento. Disculpe, rni falta de tino. Volviendo a lo
'La
en esas islas vale una fortuna! única locura de Sterling suyo. Asiente la denuncie hoy mismo, io apoyaré' Seré testigo
radica en no darse cuenta que esa y ninguna de las otras -No Io haré.
islas son inglesas y menos de é1. -¿Por qué?
-¿Cree Ud. que vale ia pena explotarlas? -Porque sospecho que puclo haber sido Altagraci:t
-Por supuesto Manuel, pcro espere. Antes que siga y prefiero no verla envuelta en probiernas.
hablando de rli descr,rbrimiento, déjerne decirle algo mr-ry
importante. ¿Se acuerda del vino que rne regaló para el Cherna se quecia pensati\¡o. -O Nazario. al que le
viaje! sobran r-notir¡os.
210 2rr

-Nazario, no. Él es un bruto. Me hubiera matado zo nLìevo, blanco. Nazario sigr.le corlo si no existiera. Estoy
con violencia, de una sola vez. Sin emllargo, pensándolo por vencler a los cJos. Pero entré a preguntzrrle por un tal
l¡ien. -Con sarcasmo, agrega: -En combinación con ei pul- Gualaré, ¿lo conoce?
pero cualquiera pudo haberlo hecho. Dat'tle de beber ese -¿AJ aytrdante del platero?
T veneno lentamente para no levantar sospechas y apropiar- -El mismo.
se de mi ruta de negros y de mis negocios. No tener que -Si, ¿por qué?
cancelarme las deudas. ¡Pero qué historia, Chemal ¿No le -Guararé ya no rrive, murió y no viene al caso cómo.
parece tremenda? Escriba todo eso en Lìn libro, se lo finan- Fue un accidente clesgraciaclo. No l-ray tlna persona en Lima
cio a todo lujo. que desconozca los detalles y se lo contarán rtejor que yo.
-¿En verdad lo haría? O si no, pregúnteselo al río. Pero de qtle está muerto, estiì.
¿Qué relación tenía con é1, Chema? Si desea contestarlne, se
Al darse cuenta de su interés, De Ia Piedra cambia lo agradecería.
de idea, negocia. -l[¡¡12 poCa. No tuve tiernpo de conocerlo. Apenas
conversamos, pero estoy segllro de que nos hubiératnos he-
-Por supuesto, siempre y cuando buscltre a esas cho arnigos. Lo vi una sola vez y prornetí ayuclarlo. Después
dos mujeres que Ie lnarcâron el rostro y me las presenta. A estlrve ocupaclo en curarme el rostro. Salí de viaie... ¿SJ elr-
usted le entregaría el costo de la edición. A ellas, después de trañaría si le digo que Guararé era mulato!' -Y sin espelar
dormir la siesta con cada una, les pagaría lo que indique la respuesta. -5u tez osclìra no io äelataba þèr'o, según é1, lo
balanza, en barras de oto. ¡Qué hembras! era. Buscaba a sus familiares. Españoles quizás. Posiblemen-
te vivan en Lima.
Chema rnlreve la cal¡eza negando. Jamás las dela- -Ni lo sospeché siquiera. ¿.Ye!,ya no puedo confiar
t^ríà. ni en los socios qtte nle envían la carga de negros de Por-
tobelo o Cartagena. ¿Le nencionó el apellido de esa familia?
-Toclavía pensando en tnujeres, ¿sigue obsesiona- -No. El no lo sabía y las señas que me dio eran
do con las sayas de Pancha-i muy vagas. Un caso difícil de resolver. Un bastardo común,
-No. Las olvidé. En verdad ya estoy viejo plra aven- ¿entiende? Se lo expliqué y le prometí indagar de todos rno-
turas. Creo que llegó el momento de retirarme del cornercio. dos. Ahora que sé de su muefie reconozco que no puse
Me siento cansado, débil. Enfermo tal vez de melancolía. suficiente empeño. Se le había metido en la cabeza que sll
-Es el vino. Se lo digo. paclre era comerciante. Se lo comenté a Nazario Briche y le
-Noooo. Un poco de veneno diario no hace mal a entregué una especie de fetiche dentro cle un bolso de cue-
nadie, al contrario, lo hace fuefte. ro que rne confió Guararé. Era Ia única Pista para bttscar a
-¿No me cree? Está bien. Es su salud. En cLìanto a su p:lclre. Pensé que Nazario podía ayudarme indagando,
retirarse, si puede vivir de sus rentas, hágalo, se lo reco- pero no fue así.
rniendo. -Perdió su tiernpo. Nazario no sirve pera otl'a cosa
-seguiré su consejo. Ahora déierne contarle algo qlle no sea guiar c?trretas. En cttanto a lo del fetiche, sé que
,' cle lo que l-ra sucedido tnientras no estuvo por acá. Ntagra- los negros llevan consigo semiilas de alguna planta con "vir-
,. cia deió de ser Lrna maravilla. Está preñadísirna' ¡Ah!, ¿1o sa- tudes mágicas" y hasta parte de la tripa del orrbligo qlre se
bía? Esa hericia emponzoñada se le curó. Ahora luce r¡n bra- tiene al nacer para atraer Ia buena suerte. Si n're Io hubiera
2t2 2t3

rnostraclo a rrtí, t¿ìrnpoco hubiera sacado algún razclnamien- Traté cle calrnarlo. Darles tiempo pala que ustedes termina-
to lógico de eso. ran cle alrìarse. Le hice mil preguntas. ¿Aclónde iba cr"rando
-No era tln âffiuleto en sí, sino un recuerdo. Un teut- salía por las noches? Mil cos:ts sobre Nlalambo. Si consiguió
zo delicado. Seda que Guararé decía era un algr-rna referencia sobre el retazo de seda. Con todo, Nazario
( re_g{g_ de su encargué a Naz¿r- insistía en subir conrnigo a su habitación.
no que avenguara en algún almacén. -Un hijo de é1.
-¿Seda clijo qr-re era?
-En efecto. Balbr-rceaba frases sueltas, arrastrabâ palabras. Ima-
-¿Era azul? giné que me quería h¿tcer entender que Altagracia esperaba
-¡Ajá! Veo que Nazario se Ia enseñó. r-rn hijo cle usted, De la Piedra. La escena que ocurríría si los
_Sí. encontraba en la alcoba, me aterró. Tuve miedo; no lo nie-
go. Me hice el zonzo.Intenté regalarle ttnos reales Para que
-ì> Prefiere mentir, cttanclo hr¡biera sido rnás fácil acep- huyera de la casa y de la desgracia. No los acePtó. Poco a
tar que sencillamente aceltó. Así Chema no se detenía con l¿t poco fue recobrando la calma. Al rato estaba lejano, frío y
lristoria ernpezada y a él Ie e\'italla tener qlìe iracer esfier- oÍra vez mudo. Casi sin abtir la boca, me pidió que por
zos por recordar, pen.sar l'rondo y explicarse el por ciué cle favor no le contara lo sucedido.
esa urgente necesidad de conocet el color de la seda.
-Lo pensé, mejor don Chena. Hay que dejar las
-A las dos o tres nocltes, Nazario tocó mi puerta. cosas como están. Ya yo sabré qué hacer.
Yo leía. Me levanté a altrirle. Nr-rnca lo vi tan agitaclo, apenas
podía expres¿trse ctterdamente. X{e del'olvió el retazo. In- Se fue. Salí tras de él y Io vi perderse en el otro
tentó contarme algo que entendí a medias y desptrés preferí patio. No sé, quizás se resignó a la infidelidad de Altagracia.
no saber los pormenores. Me entenderá cuando le diga qr-re a que el arro se totne el derecho de dormir con ella. A criar
esa rnisrna noche, después del toqtle de qrleda, Nazario se Lrn hijo de otro hombre, en este caso del amo. No sé. Lo
había escapado. Yo, antes de acostarrne, entré a Ia cocina seguí. Lo vi saltar la tapia y escapar. Regresé, Íìe acosté y
buscando agua fresca y encontré a Altagracia. Estoy espe- me qr-redé clormido al instante.
rando una criatura, me diio, menos risueña que otras veces,
aún así feliz corno unas pascuas. Luego subió a su alcoba. Al clía siguiente lo busqué en el establo y él rne
NIe alegré, pero también sení liLstima por ella y por Nazario. salucló como si la noche anterior no hubiera sucedido nada
Pensé en la doble expiotación en la que habían caído. En la especial. Es por eso que no lo cotnenté. Desde ese lromen-
- . -víIezay el abuÈo clel-sì5tema.-Cörno oye. De pá'so aprovecho to ye no creí que Nazario cometiera un clelito.
''-' para dade mi opinión al respecto.
-¿Todavîa gr-rarda ese retazo de seda?
Hizo una pausa, corno ordenando las ideas. -Sí.
-¿Puedo verlo?
-Nazatio estaba ciesesperado, no ces:rba cie seña- -Se Io obsequio. Ya Gualaré no lo necesita.
larme su ventana ilurninada. Lo obligué a elìtrar aquí. Se
sentó en la tarima clel mismo modo que lo hace-ustecl al-iora. Lo saca de un caión Y se 1o entrega
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le ernbu-
De la Piedra pr-rede sentirlo suave y tr.<tnsparente -No. No poclía hablar. Pensé que Nazalio
entre sus dedos. Es la misrna seda fina del rnosquitero que tió ei trapo en la boca para que los vecinos no escuchasen
cuelga sobre su lecl'ro. La desliza de r-rrra rnano a otra lenta- sus gritos. Ahora Io sé mejot.
mente y no se percata que le rueda una láglinta. La tristez¿r -No sé qué razoles tuvo Nazario, es igual' El cri-
repentina se debe a ese color aztrl cielo quc puecle rocaq men ftte el castigo brutal que usted le dio. Lo rnató y de una
asir con fterz:¿, pero no logra hacerlo precisar ni recuperar' forma horrencla. ¿Sabe que es un ser despreciable, Manuel?
el doloroso recuerdo que le trae el vedo. Qr-rizás es otro de
los tantos cuentos que van despanamando ios viajeros por De la Piedra suelta una risita boba.
los caminos, se consuela. Al final, nadie sal¡e con certeza si
rnala opinión
en verdad suceclió o si fue inventado c<-rn el fin de acoftar -Ustecl no es el único que tiene una
un trecho tedioso y largo. sobre mi persona, Chema' Acuérdese del veneno que me
han echaáo en el vino. Pero no me aborrezca, más bien
-¡Qné irnporta! Más que nada añora oír el golpe- téngame lástima. Yo sé por qué se lo digo.
te¿rr furioso del agr.racero en el fango. ¿Por qué será que
nunca llueve en Lirna? En otros lares llueve y el soÌ quema el Abre la puerta. Sale al jarclín destruido' Da unas
año entero. Qr-rien lleva un niño cargado en brazos, pone vueltas conte hecho las aves en
rnucho cr-ridado en guarecerse bajo la sombra. Prefiere no el zaguán, el el rastro del maí2,
recordar. el abãnclono cina Y como siem-
-¡Y qué mejor qLre Lrna copa de vino!
Se enjuga el rostro.
-¿Se siente mal, Nlanuel? Lo veo mr-ry pálicIo. ¿Llora
acaso?
-No. Es el cansancio en los ojos... en los bra- en Cartagena cle Indias. Piedras cle bezoar en Quito' Sedas
zos... Ei cuelpo y? no me da. Me siento colno si hubiera en Nueva Granada.
recorrido a pie cincnentzl leguas y recién estuviera llegan-
do ¿r casa. -Toclos los caminos se entrelazan, se
bifurcany al
-Descanse. final se pierden.

Callan para escuchar las carnpanadas de la iglesia Y se recuesta a dormir la siesta, solo'
qLre marc¿ìn las dos en punto cie la tarcle.

-Sí. lo haré. Pero antes que duerma la siesta, déje-


nre decirle que ftri yo quien mató'¿t ese joven, ¿sabe?Guara-
ré era su nombre. Lo rnaté con mis propias mztnos. Le partí
la espalda alafigazos. Creí que entró a robar. Guararé era un
sirnple esclavo, Io tomé por ladrón.
-¿No le clio opoltunidad de defenderse, de que le
explicase por qué entró?
-'T

2t7

palo malarnbo, palo santo y espliego. Poco a poco el humo


onclulante fue invadienclo la choza . Se alzaba hasta el techo
bajo. Se esparcía por cada rincón.

NV -Altagracia ya es libre. Venancio la cornpró - de-


cían las volutas suaves.
-¿La compró?
-La compró.
-¡Ah!
-¿Y Pancha?
-¿Dónde estuvo Pancha?
-Dicen que se fie de viaie.
Ç -Que salió a buscar a Venancio, pero nadie ia vio
(9ra clorningo y Malambo maclrugó. Se levantó partlf.
rnuy temprano y a modo de escoba con hojas de pahnas -¿Y ahora dónde está?
barrió el tierral de las callejas. Despr-rés adornó los árboles -Cogiendo yerba --contestó Venancio' Ya había sa-
con quitasueños y guirnaldas. humado slr cuarto y admirado el ntlevo catre'
-¿Se casarán?
Las beatas fueron las primeras en visitar a Torna- -Sí, nos casârrtos.
'són y contemplar al Cristo Crucificado, seguidas de las co-
-¡Ah, qué bien! Se casan. Se casan.
fradías de los angoias. de los congos y la banda de seis mú-
sicos tocando sus chirimías. Acto segundo, entraron las la- Aunque sintiera otta vez las pttnzaclas dolorosas
vanderas, los pescadores, los rnatarifes y finalmente los de- en el pecho, Tomasón sonreía orgulloso de Venancio.
rn¿is curiosos del vecindario. La choza se desbordaba con
t¿rnta gente qr-re alababa al Cristo Crucificado y los rnuros El mar lo asentó. El remoión lo hizo rnadurar. Al-io-
pintados cantando panalivios, canciones tristes que adorme- ra sí le entrego a mi Pancha, pensó levantando la vista para
cen el alma. ver mejor el polvillo prieto que bañaba toda la estancia.
Sus ojos quedaron clavados en el hueco de la ventana y
Tomasón descansaba con sus pies achacosos en confirmó lo que había estado esperanclo, que tarde o tem-
r-rn rincón y se prometía no cabecear. Con r-rn trozo de car- prano ocurriera. -Ya se despintó. El toro se borró. ¡Cataaár.
bón dibLrlaba distraídamente en perfil. a los músicos, a AI- -clijo muy bajito, casi sin resuello, y soltó el trozo de car-
tagracia que serwía el sango ;r los visitantes. bón. Comenzó a ordenar los potes de coioran¡es. Limpíó
los pinceles cuidadc¡samente con Ltn trapo, frotando y des-
La irumeante mazarnona cle halina cIe maíz cocicla peganclo residuos cle colores de las cerdas con aceite de
con harta rn¿ìntece de chancho y cirancaca. olía a clavo per- Iinaza. Los guardó en la caja de madera' La cerró bien.
ftrmado. Jaci. con una mecha azufrada. iba encendiendo ve- Hacienclo un enorme esfuerzo se fue levantando de su dtlro
lones cle espelma, y Venancio, con sLr cabello rojizo siernpre banquito. Sentía la espalda encogida por el espasrno. Se
alborotado, llenaba el pebetero. Lucgo le prer-rdió candela al sacudió la ropa con las dos manos tratando de poner en
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orden su aiacla vestirnenta. No lo consiguió. Avanzó a pasi- de fieles pera acompaiar la procesión al templo, Tomasón
to lento haciéndose calÌlpo entre ia gente, hasta alcanzar el aceptó ir. Pero antes se cambió Ia taída chaqueta de lana de
centro de la choza. Iba arrastrando los cansados brazos. l
carnero por un¿ì rnuda nueva de fino hilado de algodón.
Pesados. Colgantes. A moclo cle rar-nas clrgadas con abull- t
dantes racimos de maduros frutos. Iba casi barriendo el l Mientras él pintaba al Cristo, Pancha Ia había ido
suelo con las yernas de los declos. Al lin logró r-Lr-rirse al cosienclo puntada a puntada. Después la tiñó con polvos de
estridente ritmo de las chirirnías. Mc¡viendo un pie, lr:ego añil y cochinillas de nopal secas y rnachacadas' Le resultó
el otro, comenzó a clanzar. Con la rnelodía dedicada al "Ha- un vivo e intenso color enüe el azul y el carmesí.
cedor de todas las cos¿ts" conseguía un leve alivio. Otra
vez se le entibiaba la sangre en las venas, se desataba ese Tomasón se suletaba los pantalones ajustándose un
nudo opresol en el pecho. Lentamente el ritrno y él iban cordón en la cintura. A sus pies le costaron esfuerzo some-
siendo trn solo rnovirniento cadencioso. Sintió que su cuer- terse nuevamente a la prisión de los zapatones de cuero que
po clesgastado tan a prisa flotaba en un halo de niebla rosi- otÍora tanto le gustâran calzar.
cler a ratos. En otro nìomento era azul o anaranjado. De-
pendía del ángulo de luz en ei que se reflejara el claroscu- -Apóyate bien de rnibrazo, familia -le ordenóJaci,
ro de la choza. Allí estaba él aìrora si confunclido con el viéndolo tan frlagrI.
polvillo, presente en cada respiro, libre de posarse por clo- -Está bien, aunque hasta el puente y nada mâs.
quier. Libre de ir y venir para siernpre. Tonasórr bendijo su Porque no voy al templo. Me voy para otro lado.
suel'te y cantó con esa garganta nlteva: -¿Y adónde es que lú te vas a ir'i ¿Se puede saber?
-Hasta donde me lleven las piernas' Es una visita
Iguere yeye, igrcre yeye urgente.
Otti. gttct. mí, Obatala -¿Pero tiene que ser hoy?
OtLi gLta mí, Olti gua mí -Sí, hoy.
Oba orisbct.nt lba i Baba -En tu estado debieras descansar.
Iba y ye-¡,é, Iba karo t¿¡o -Sí, pero todavía no puedo.
Odda cbo nta nte z.L;o
Onrc ctkctgtto adacbé Apenas cruzaroî el puente se escabulló entre ese
Olontí osa, OloJi oba araye ruidoso traqueteo de carretas que era Lima. Las piaras de
mulas cargadas levantaban no podía þ
El río hablador repetía ias ofrendas que Obatalá ver pero, aún así, siguió sin a la c-aso- t,n:
na cie Manuel De la Pieclra.
Ys\--r
reclamaba.

-Arroz blanco sin sal -trasmitían en ecos los can- Adentno, el anbiente era de desorden. Cacareos
tos rodados a quien los oyera y un siseo semejante al deslizamiento de esas inocuas set'-
pientes entre las lnazorcas del maíz puestas a secar, Ie
-Dos cu¿tftillos de leche vertida en un plato blanco, llarnaron la atención. También creyó oír el sordo bambo-
claras de huevo batidas con azúcar blanca, aparte de las ¡r- leo de Ia piedra de moler. Asomó la cabeza al salón y vio
cas cocidas ,v florecillas de algodón. Al formarse las cuadrillas la alfombra destrozada por los picoteos. Las lámparas con
270
zzl

cristales de V-enecia rotos y desparrarnados. El salón esta- Al recibirlo. 1'omasón retLlvo las manos entre las
ba vacío. suyas. Nunca se le olvidaba la fonna ni los movimientos
propios que tenían las manos de cada persona. Las de Naza-
-¿'A quién buscai' I
rio, las conocía. Poclía dibujarlas de mernoria' Se sabía las
L
mecliclas cle las palmas, Ias marcadas líneas y el largo de los
Desde el jardín, gritó r-rn niño con librea sucia y cleclos. Habia admiraclo esa manera florida que tenían de
manchada, que en sus buenos tiempos clebió ser de un lujo- conversar. Las había escuchado en infinitas ocasiones' sacar-
so terciopelo. Cargaba en la tnano una vasija llena cie maíz les música a los cueros. Mirándolas bien, todavía gr-rardaban
un clestello esconciido de aquella noche ilurninada por los
:

molido.
luegos cle San Juan. Esas lrìanos las tenía grabadas en la
mente. Con los dedos abiertos. Las tnuñecas cruzadas una
-¿Y tút, qr-rién eres?-'fomasón se sorprendió de ver
'tl rapaz. sobre la otra, rozlandose como al descuido. Muy juntas y a la
vez extrañamente solas.
-Antón Cocolí. ¿A quién busca? Don Manuel está
durmiendo y Doña Catalin¿r está ocupada en la cocina. No
los puedo molestar- -¿Qué es esto? Qué es lo que me están dando?
-¿Tan teurprano y dr-rnniendo? ¡Ar-rnque a rní qué
rne irnporta! -Vine:r conversar con N'.ìzario Briche y lne \¡oy. Al agitarlo, de su interior brotaba un rttido. ¿Serían
huesos?
¿.Todavia vive aquí o ya 1o vendieron?
-Está en el establo, creo - acertó a responder, con-
centrado conlo estaba en darles ntaíz a las gallinas. -lúuchos pesos y una barra de oro, parte de lo que
fundió el platero. Es de Yáwar Inka, sé que él es tu amigo.
-Nazarioooo. Nazarioooo- llamó Torn¿lsón. sin Ie-
vantar mucho el timbre de su voz. Don Manuel lo clelató. Los pesos son los ahorros de Cande-
laria. No están completos. Faltan diez. Alguien se los robó.
-Aqní estoy. ¿Quién me busca?-El calesero salió a eso lo
recibirlo. -¿Para eso es que vino Francisco Parta? ¿Era
que buscaba?
-So\'\'o, Tonasón Valler-rmbroso, el pinlor. Tú sa-
bes bien lo que me trae por acâ. Vengo porque nte 1o pidió
Fr¿rncisco Parra. Nazario Briche se alzó de hombros y con la cabeza
gacha:
-¡Nr! -sonrió el calesero tristemente. Así que al fi-
nal habló. ¿Córno fue que me llegó e encontrar si no tenía
ojos para ver ni lçnglra tenía? -Supongo que sí. Su tía le debió haber contado
que tanto ella como el amo tenían un lrìislrlo escondite: de-
-Lo igr-ioro. Guararé lo habrá sabiclo convencer
-Ajá. así que fue el aprendiz de platero quién le baio de la pieclra del batán. EI de Candelaria estaba mâs
llevó el rnensaje -pareció reflexionar. abajo, en un falso piso. El amo nunca 1o notó.
-¿Y por qué no se los entregaste? Eran suyos.
Caminaron hasta ei establo. Nazario apztrtó al ca- -Es que entró en la casa y me ofusqué. Pensé que
ballo y lrundió sLì-c nìanos en ei pajar buscando algo. Se él también venía a adueñarse de mi Altagracia. Creo que fue
detuvo. Sacó r-rn taiego de cuero y extendienclo los brazos se por eso que le metí cuchillo... o será por este rencor vivo
lo entregó. que me corroe..., no Io sé.
2ZZ 7?.3

-Te rrengaste en un inocente. Fruncisco Parra no te -¿Y tú, a dónde te fuiste'/ Todos están que pregun-
hizo mal. No lo conocí, pero rne dio la irnpresión de ser bueno. tan por ti - lo reclimina Jaci Mina esperándolo para cruzar eI
-Y yo también quise ser blteno. Ésia vez quise ser Puente de Piedra para regresar a Malarnbo.
nìanso. Só1o quería tranquilidad. QLtcría tener muier, casar- -A cumplir una prolnesa. - Le entrega el talego. -
me y ser feliz. ¡Pero ya lo ves! Tengo otîa vez la boca seca, Es para Pancha.
llena de cenizas. No pueclo hablat sin sentir el dolor de las -¿QLré es lo que tiene esto adentro que pesa tanto?
llagas en el paiadar. No esctlcho otra cose que el sonido de -La herencia que dejó la finada Candelaria a Fran-
unos pasos retumbando en el etnpedlado de la PI¡za. Yan cisco Parra para que se compren la carta de libertad y algo
una y otra yez a ver la horca con el peclio flolecido de más que es del Inka.
heridas, la espalda cruzada de verdugones y estas lnanos -¡Ajá! Algo vengo entendiendo. .'Y que más te ha-
marchitas por el viento. bló Francisco Parra? ¿Quién Io puso así?
-Bernabé... -y se interrurnpe. Un ataque de tos lo
Tenía los ojos amarillos fiios en el vacío. ahoga.

-¿Querías tnucho a Altagracia? Se detienen. Jaci está convencido que la salud de


-Al principio sí, ¡pero tllve tztnlas mttietes c<lrlo Tomasón se ha empeorado. Espera que se le calme la tos y
amos tuve! No la culpo de lo qr-re pasó. Sé cómo son los vuelven a carninar.
amos. En cambio, ésta vez yo quise ser diferente, lne costó
amansar rnis bríos y creí que así éi resperatía a mi mujer. -Estás conf'undido, cuando sucedió 1o de Francis-
co Parr¿r ya Bernabé no estaba entre nosotros - le dijo y no
Tornasón lo rniraba entristecido. Hul¡iera querido prosiguió con la conversación, porque Tomasón parecía no
consolarlo, pero no sabía córno. prestade atención, sino oír el rttmor de las aguas.
-Vamos, vamos, cumpa, que Pancha ya te dará de
-Yo ya me tengo que ir, 1'no quieres venir conmigo? beber una tisana de esas yerbas que conoce bien. La de
-No, todavía no. Todavía no pr-redo. EI amo toma- huayruro rnolido o quizás de llantén. Hasta ahora no las
rá más vino al despertat. distingo. Todas las yerbas me saben a hiel.
-El]tonces..., ¿nos verelnos luego?. -¡Nooo! No todas. El mate de yerbaluisa es rico. El
de coca tarnbién. No me caerían mal, ¿sabes?
Sin esperar que responcliera: -Hummrt, te sientes muy mal. ¿No es cierto?
-Casi igual que siempre, con la diferencia de que
-Qtrisiera oír el tambor con Ìas canrpanadas dc hoy no me pesan los años. Hasta me pârece que puedo
las seis. levantar el nrelo.
-Apura, apura tnejor, que se hace tarde - se impa-
Nazario Briche sc ciemc>ró en conteslal cienta Jaci.
-Tienes razón. Quiero estar en Malambo a la seis
Tonasón salía del establo. Caninaba apurado dan- de la tarde. A esa hora siernpre me recueslo.
do pasos largos, cr-rando escr-rchó que Nazario tnurrnuraba:
-Lo oirirs. Sin embargo, apenas si aligera el paso.
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-Sí y ya no debes pintar mucho. Eso también ago- Profirió en voz alta acostumbrado a conversar solo'
ta. Con el Cristo que hiciste ya basta. Ahora el cuadro está
en su lugar, a su hôra volveremos a rezarle - lo sujeta fuerte- Los matariies aposktban entt'e ellos sí el sonido de
mente del brazo. los cueros venía clel cerro San Cristóbal o lo traía el río' Se
-Cuéntarne lo que pasó. La procesión y todo eso. alejaron para precisado mejor. En el descuido, deiaron que
-Llegaron gente de todas paftes. No solarnente de las hojas clel ponal se abrieran. Un toro asomó el hocico,
Lirna y Malambo, también de los cerros y de las haciendas. olisqueó y salió.
¡Noooo! !No, no te creasl. Ese Cristo ya no es de los angolas,
congos y lucumíes nomás. Tornasón caminaba despacio pero con decisión, tra-
tanclo de fijar en sll mente las facciones de su propio rostro
Tomasón iba obseruanc.lo qr-re las aguas remolone- y el movimiento delic¿tdo de sus dedos para dibujallos en
aban rurbias esa tarde. Cavilaba que esta vez se dirtgía a otros mltros vacíos. En algún sitio, lo esperaban.
Malambo casi paseando. No Íenía Ia misrna prisa de ilegar
como la que tuvo la prirnera vez que se escapó del amo y
-Estoy selluro de seguridad.
cruzó el puente buscando a Jaci. AJrora conocía el camino y
sabía lo que le esperaba. Se irrtaginó poivillo ptieto, cJanzante. tnvieso, cu-
briénclolo toclo y viencÌo frente a frente en carne y i-rueso al
( -En tu puerta veo a Venancio y una mujer. No la toro coloraclo que otrora pintara en el cuerazo que cubría el
puedo distinguir bien, aunque por ias sayas debe ser Pancha
ventanal ¿t moclo cle conjuro. La quenazón dolorosa en el
-comentó Jaci, alegrándose. pecl-ro clesapareció por encanto. Se le fue la tos. Aspiró con
Tomasón entrecerró los ojos pintándolas mental- irr.ttu el encenclido olor de los Palos Nlalarnbos y dudó.
mente en ondas corno rayos de un sol cegador.
-¿De qué?'
-Entonces anda. iHazte útil! Dile que entren a le Se orclenó a continllar. Avenzó. Decidió obedecer-
casa. Que me esperen. Yo ya voy. Se soltó de su brazo.
sc, y prosiguió. Siguió avlLnzando, y al escuchar mlt)'leios el
-Quiero ir caminando despacito, para oler a mis rnulliclo n-unor de los cantos rodados del Río Hablador, ni se
anchas los árboles -y lo obligó a partir.
clio cuenta que ya no tuvo tiempo cie pensar que se dormía
En el portal del rnatadero, los rnatarifes escucha- oûà vez.
ron lzts carnpanadas clel Ángeh-rs y a Tomasón clecir, caraaâ.
Otra vez las seis de la tarde. 5i-,,-

El viejo se había detenido bajo la fronda de los


árboles adornaclos con guirnaldas y meditaba: por qué olían
tan penetrantes hoy. Al cornenzar er repicar ios tantbores en
la distancia, sintió que el pecho se ie estrujaba.

-¡NIe esto,v muriendo, caraaát


GLOSARIO

Acr rÉ: Yoz afro. Palabra, poder o aliento que


también radica en las plantas.
B.cB¡lu Ar'É: En el panteón yoruba, oricha de las pla-
gas y afecciones de la piel.
BxrÍN: Piedra lisa en la cual de muele a mano
en las cocinas. Del kikongo; batá o gol-
pear.
Boztt.: bícese clel esclavo recién llegado de ¡fri
Cà.
C¡clur¿nn: Pipa para fumar. Del bantú: cazimba
C¡.1¡t<,r: Voz quechua; desnudo, en cueros.
Cnn¡g¡t.ícs: Etnias provenientes de la región de Ca-
labar, al sudeste de Nigeria.
C¡,tr¡v,qNt>ucR: Pasta Compuesta de harina, az(tcar, cla-
vo y canela.
C.ql<l¡,NCt l,q: Voz quechua, una de las manifestacio-
nes de la muerte.
C,qnrv¡¡ o cALIMBA Hierro con que se marcaba a los escla-
VOS.
Cn¡LRCO: Natural del puerto de El Callao.
Ct t¡.,r,tpt.lcEtrRs: Vendedoras de champú2, especie de
gachas de harina o maíz cocido.
Crnxc;ó: En el panteón yoruba, oricha del fuego,
trueno y de los tambores.
Cr-Lmqrn: Tasajo, carne salada.
728 229

Crn¿,rnuói.¡: El esclavo próftrgo qlre se refugia en el Pi;<2uro: Manantial de agr.ra.


monte buscando libertad. Qrirvnn: Afloperuanismo. persona con donaite y con-
Cor.n¡l>íR O Cabildo, l-rerm¿ndad para la a¡rda rnu- toneo al caminar. En lengua mayombe, ser va-
tua entre los esclavos. liente.
Coirlc;os: Etnias provenientes de la cuenca del Congo, Qr.rrNcr ra: Del quechua, pared hecha de caña, varilllas u
enüe ellos también están los Mondongos o otro material semejante.
Mondungas. Al sur de esta área; los Angolas. Snm ivrt.ncu Forma de saludo entre algunos esclavos pe-
Cu¡r¡pa Afroperuanismo. Amigo muy querido, ca- ruanos de esa época. Posiblemente derivado
marada. del saludo islamita, Salam alékum (Ia paz sea
CuNun Afroþemanismo. Ingenioso, habilidoso en contigo).
mañas. ) S¡Nclcr Especie de gacl-ras.
CtJYlrs: Cobayos o conejillos de Indias. Terr¡: Nombre con que se designa a los padres y
Er-rc;uÁ: En el panteón yoruba, oricha del destino y personas de respeto.
el principio de la contradicción. T¡¡rRr.: Pastel de maíz envuelto en hojas de piá-tano.
Guac;tie: Voz quechua, criarure, niño de teta. To'r'ott¡: Del quechua, especie de espadaña que se cría
Huarc<l: Voz qr-lecfuna" .avaflarÌdhË d€ lodo y piedras. cerca de ios pantanos.
HuMtrt{s: Cor¡ida ftrccf[a ,oon ch,oclo y enr,"uelûa en I
Tsecu¡,rr¡: Espiga de caña delgada.
luofras de naaí2. I

t
Yriv¡r'Á: En el panteón yonrba, madre de todos los ori-
I¡.rctnrritx; {Jna de las etnias yorubas llamada Ulcumí, I
chas, representa el mar.
pasó a ser llamada así en Latinoamérica.
MnNI)¡Nc;AS: Etnias provenientes entre Senegal y el Gol-
fo de Benín. 1

MAZAN,lotìnctìAS: Vendedoras de mazamorra, postre a base


de harinas. I

MrN¡s: Etnias proveniente de las regiones enüe la I

Costa de Oro y la llamada Costa de los Es- I

clavos. I

OuunelÁ: En el panteón yoruba, oricha creador de la


tierra y del ser humano. I

O<;r rtiN: En el panteón yontba, oricha del amor, de t


los atributos femeninos y dueña de los ríos. i

Ocri¡r: En el panteón yoruba, oricha dueño de los I

metales y de la gllerra.
Oncl r¡,: Fuerza natural, vibración, luz.
P¡.CtrRMapr,q: Del quechua. La madre tierra.
PA(]I IAMANCA Del quechua, carnes condimentadas que se
asan en un agujero abierto en la tierra cu-
i
bierto con piedras calientes. - I

I
Este libro se tcrtninó cle imprimir
en los talleres eráficos de la
Uxrvr.nslo.ro N.rctox.t l-
FIr¡nRt co \/ll-l-.rRtn.u

Lima - Perú
\larzo,2001
l,tr(,1Ä
CIL\RÚN-ILLESCT\S
(l,ima, 1967)
Periodisø y narrado¡a nacida en Lir¡¿. En sus ptopies Pa-
labns descubrimos su identidad:"Soy y seré siempre li-
meña y no quiem que los lectorcs m€ c¡ean unx negñ¡
eumpeizada o agringda, que vive fue¡a de Peni h¿ce
cuchucientos años. Bcribo y leo desde los cuat¡o años.
Mi empeño me lloró a estudiar periodismo.Idea absuda
para una negn y pohe de r€mate. P¿r¿ mis compañeras
de escuela,toda muier decentc debería se¡ docente.Ter-
ca yo, querh estudiar en la Católica o San Marcos. Ia pri-
mera erz muy cara y la segunda muy leios. En ese año,
abrieron el Bausate y Mesa. Cobnban un pago mensual
que podía cubrir y ahi me fui. En mi promoción fuimos
cr€o 20 estudiântes. Era l¡ época de Velasco y entre los
estudiantes verd¿deros,fingían serlo unos de la PIP y de
la Gua¡dia Civil camuflados y un miliør uniform¿do.Yo
creí quc el aamen de ingreso era tipo universidad. Me
apliqué e ingresé ocupando el primer puesto. Es€ fue el
inicio de las meteduras de pata çe me persiguen hasta
hoy. Iz enseñanza en el Bausate era de para locos. En el
tercer año, tiré la toalla y entré a trabajar en urn publica-
ción feminista a cula directora la enca¡telaron una se-
ûìana en Chorrillos por publicar un ga.bado de vrrios
'niños tocándose el pipí. h rwista ceno o la cerrrmn y
yo me largué del país en busca de tierr¿s donde la mae
turbación sea delìto menos gra.ve.A panir de esa epoca
doyvueløs que me ma(duran) un par de años entrc Lima,
Estados Unidos y Europa. Nunca intenté estudiar en s€-
rio ni en bmsn.Atendí cu¡sos de literatur¿ en Nuer¿
York,IaFlo¡ida,Hamburgo y Bonn.Pero aprtndí más con
la lecn¡ra a solas, trasnochando en bares, en cha¡las in-
somnes con amr8os.
ColaboÉ como periodistâ eri diarios de USd y en
Alemania con l¿ DPA (Açncia alemana de noticias).He
publicado en el Mr'ami Heml$ en El Excelslor deM'êxi-
co,en el Diario d¿ bs Amfficnsy en IIA (I¿teiname-
rikanische Literatura).
Escribí un libro, I¿tlnoamêrica ert Hambutgo Sê
cuidar obras ajenas.Ias mías Iæ guado iusto en esa ma-
leø que siempre se me pierde cn los aempuertos. He
errtÉviado mmuscritos y muchos cuentos. Scú gara vo!
verlos a esc¡ibir meior. Por descuido conservo un par
de cuentos traducidos al aletán para la r€vistâ de lite
mnrr4arte y crítica Dþ Hoten.Prctnos:Lyr¿ anual Short
Sto¡ies,NewJersey,UsÀ, f 988.Finâlistå en Ietrzs de Oro,
convocado por la universidad de Miami, Graduates
Sdrool o fnt€íiational Studies, 1989.Y otro de po€sía
en,{Iemania. Pero éste no vale. No escribo po€sía, aun-
que el p¡imer pr€mio me tentó.Me entregaron un p€r-
camino (tâmbién lo perdi), una rosa (se me rnarchitó) y
lo que me impulsó a participar, era el Dtccionario del
uso del español de Muía Molineq que García Márquez
¡t¡to úaþ¿.Malanåo es mi priflera novelÂ.

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