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EN LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA
ARMANDO ALONSO PIÑEIRO
EL PERIODISMO PORTEÑO
EN LA ÉPOCA DE
LA INDEPENDENCIA
ISBN 978-987-1107-14-8
1. Periodismo. I. Título
CDD 070.4
Mesa Directiva
Presidente: Bartolomé de Vedia
Vicepresidente 1º: Lauro Fernán Laíño
Vicepresidente 2º: Roberto Pablo Guareschi
Secretario: José Ignacio López
Prosecretario: Fernando Sánchez Zinny
Tesorero: Osvaldo Granados
Protesorero: Hugo Gambini
Comisión de Fiscalización
Miembros titulares: Alberto J. Munin
Rafael Braun
Cora Cané
Miembros suplentes: Bernardo Ezequiel Koremblit
Nora Bär
Enriqueta Muñiz
Comisiones
Académicos fallecidos
Emilio Abras..................... 6/10/98 Luis Mario Lozzia............31/07/03
Félix Laíño........................ 7/01/99 Francisco A. Rizzuto.......12/06/04
Jorge Rómulo Beovide.......26/2/99 Raúl Horacio Burzaco...... 9/02/04
Roberto Tálice................ 20/05/99 Fermín Févre . ..................6/06/05
Alfonso Núñez Malnero... 12/03/00 Martín Allica ................... 9/11/05
Germán Sopeña................ 8/04/01 Ulises Barrera.................. 11/12/05
Jorge Roque Cermesoni ....7/12/01 Roberto Maidana............ 11/08/07
Luis Alberto Murray........31/07/02
Introducción
conveniente extinguirlos, no sólo por los daños personales sino por las
haciendas que se descuadernan y donde hay sementeras no se respetan
y las destruyen (…) La destrucción de los perros cimarrones debe ser
muy recomendada a los jueces de campaña”.
Pero desde luego los magistrados no podían dar abasto ni eran
aptos para tareas de esta índole. De ahí que el articulista propusiera
el nombramiento de comisionados con mando de alguna tropa y juris-
dicción correspondiente, a quienes se les debía estipular un sueldo y
cuenta de gastos. Ni siquiera el fisco iba a recargarse con esta eroga-
ción, porque los estipendios podrían correr por cuenta de los propios
hacendados, que sin duda eran los primeros interesados en proteger
su propiedad. Finalmente, se sugería el empadronamiento de toda la
campaña, “que así teniendo los alcaldes sus padrones, sabrán cuáles
son vagos, o se tendrán por tales a los que se hayan ocultado al padrón,
descubriéndose asimismo el que no tiene modo de mantener su familia
sino del robo”.
La prédica belgraniana
sobre la industria y el comercio
aún al particular de saber cuánto hay, cuánto existe en el país que habi-
ta? Y contrayéndonos al comerciante, ¿cuántas ventajas no adquiriría
sabiendo la situación de la provincia, sus producciones, su población,
sus relaciones de unas con otras y tantas otras materias que le ha de
presentar la estadística de cada una de ellas?”.
El Correo de Comercio estaba atento a muchos problemas del país
y en lo posible aportaba las pertinentes soluciones. En su edición del
16 de junio de 1810, estudiaba la situación general de Jujuy y proféti-
camente señalaba que en la industria azucarera se encontraba parcial-
mente la solución de algunas de sus dificultades económicas. Apuntaba
los terrenos jujeños aptos para este cultivo y estimaba que el hacendado
conseguiría cosechar todo el año, “porque nunca le faltarían brazos, y
arreglando el alimento de los esclavos a carne, frutos de las mismas ha-
ciendas, como son arroz, porotos, mandiocas, maíz, garbanzos y otros
que se producen abundantísimamente, haría muy corto gasto; y podría
dar sus azúcares sin dejar de ganar competentemente por la mitad de
lo que ahora le cuestan; en estos términos haría con Buenos Aires un
comercio muy considerable, la proveería de una especie tan preciosa y
las crecidas sumas de dinero que se extraen por ella, quedarían dentro
del mismo Virreinato”.
También se propugnaba facilitar la navegación del río Bermejo, lo
cual iba a provocar, según el editorialista, no sólo una expansión del
comercio con la capital, sino una labor civilizadora y evangelizadora
con los indios del Chaco.
En todo momento Belgrano confiaba en el comercio interior como
medio de riqueza nacional. Que el país diera valor a los objetos de cam-
bio, significaba para el creador de la bandera algo más que la natural
dotación económica para el Estado y sus habitantes. Significaba evitar
la pérdida de los jornales reales de los obreros.2
Ya por ese entonces, Belgrano estaba ausente de Buenos Aires, en
cumplimiento de los deberes específicos encomendados por la Junta.
Pero había dejado en la redacción del semanario un largo ensayo, que
siguió publicándose hasta el último número del Correo…, el 6 de abril
2
Correo de Comercio del 25 de agosto de 1810, número 29, tomo I, p. 193.
32 Armando Alonso Piñeiro
ellos un renombre que ha llegado hasta nuestros días, en vano las he-
mos buscado en la falta de religión, en sus malas instituciones y leyes,
en el abuso de la autoridad de los gobernantes, en la corrupción de
costumbres y demás. Después de un maduro examen y de la reflexión
más detenida, hemos venido a inferir que cada uno de aquellos motivos,
y todos juntos, no han sido más que concausas, o mejor diremos, los
antecedentes que han producido la única, la principal, en una palabra,
la desunión.”
¿Pensaba Belgrano al escribir estas frases en la situación de Espa-
ña en esos momentos parcialmente ocupada por los ejércitos napoleó-
nicos, y por lo tanto, dividida? ¿O meditaba también en la influencia
que esos gravísimos episodios estaban ejerciendo en la actitud del
Virreinato, particularmente de Buenos Aires? Porque en las líneas
siguientes argumentábase que la desunión –es decir, la falta de cohe-
rencia para enfrentar una determinada posición– origina la guerra civil.
“Nos dilataríamos demasiado –insistía– si nos pusiésemos a referir las
naciones que han existido en la Asia, África, Europa y este continente,
y describiésemos los hechos que acreditan que la desunión ha traído
consigo su anonadamiento, después de haberles hecho el juguete del
primero que se aprovechó de ese estado, y haberlas reducido al de la
estupidez más vergonzosa”.
Y a renglón seguido, el autor se denuncia a sí mismo. Sí, no cabía
duda de que el pensamiento belgraniano estaba en la madre patria y
en las consecuencias inevitables de la conflagración europea sobre los
destinos de este territorio. “La historia misma de nuestra nación, en la
época que estamos corriendo, nos presenta más de una prueba de que la
desunión es el origen de los males comunes en que estamos envueltos,
y que nos dejarán muchos motivos para llorarlos mientras existamos,
aun logrando salir victoriosos de la lucha gloriosa en que se halla nues-
tra España europea.”
La división de opiniones, el choque de intereses y el mal orden
eran los motores de la desunión en aquellas jornadas críticas de mayo.
Belgrano llamaba a la reflexión sobre estos hechos tan sencillos y sig-
nificativos, alentando una unidad de acción y de pensamiento que era
indispensable para evitar la anarquía, la infelicidad y el fin de la pros-
El periodismo porteño en la época de la independencia 35
autores, los impresores y los vendedores estén sujetos a ellas; y que los
impresores hayan de llevar un registro en que conste el nombre y el
apellido y el pueblo de la residencia del autor, y el que contravenga no
podrá evadir el castigo. Pero sin esta libertad no pensemos haber conse-
guido ningún bien después de tanta sangre vertida y de tantos trabajos.
¿Qué podrá prometer una nueva constitución, sin su mayor y más fuerte
apoyo? ¿Quién la conservará en su fuerza sin la opinión pública, ilus-
trada con esa santa, justa y natural libertad? No perdamos por miedo
lo que debemos ganar perdiéndolo una vez, no suceda que cuando oír
las voces de la naturaleza y de la justicia no sea ya tiempo.”
El agudo ensayo belgraniano concluía luego, como ya lo he dicho,
con la reproducción de una nota de la Minerva Peruana. Reproducción
significativa, nada sujeta al azar, al enjuiciar el gobierno de Carlos IV y
del resistido Godoy, el célebre Príncipe de la Paz, especialmente por los
atentados cometidos contra la seguridad individual, la propiedad y el
honor de los ciudadanos. Tales delitos del poder público no se habrían
concretado, según el articulista, si la libertad de prensa hubiera cons-
tituido un derecho de la nación. “No –reiteraba cruda y rudamente–,
ni España hubiera sido oprimida por un hombre tan vil e inepto como
Godoy, ni Napoleón a pesar de sus artes engañosas y de sus artificios
y de su poder se hubiera atrevido a enojar siquiera a una nación que
tuviese un arma tan poderosa contra los tiranos. Él hubiera, como el
mayor de todos, huido de un país donde la opinión pública sostenida
por la libertad de hablar y de escribir, dejaba sin efecto sus mentiras, y
no daba entrada a la tiranía.” La monarquía española podía adolecer de
vejez, cómo irónicamente espetara Napoleón a los peninsulares, mas
los ciudadanos podían renovar la vetusta institución, “pero para ello es
indispensable la libertad de prensa”.
Los primeros atisbos periodísticos de Belgrano sobre la educa-
ción aparecieron en 1802, en el Semanario de Agricultura, Industria
y Comercio. Se trata de un artículo titulado, en su primera entrega,
“Educación moral”, que al concluir en el número siguiente, convirtió
en “Educación político‑moral”. El trabajo comienza con una sentida
invocación en torno de las lecciones de los mayores, presuntamente
abandonados en la inicial centuria XIX, y con una reminiscencia del
siglo de las luces, como se conocía al inmediatamente anterior. Los
40 Armando Alonso Piñeiro
mayor honor que cuidar de los planteles de los hombres morales; tan son
las escuelas primeras de donde saca el ciudadano los primeros gérmenes
que desenrollados en la edad madura, producen la bondad o malignidad,
y hacen la felicidad e infelicidad de la causa común”.
Tres semanas después de esta nota, Belgrano retorna sobre la
educación, pero esta vez enfocando la cuestión desde otro ángulo:
las buenas costumbres que el Estado tenía obligación de impartir era
consecuencia a todos los ciudadanos, y en este sustrato residía la su-
tileza de una grave falla. ¿Qué pasaba con el bello sexo? “¡Qué pronto
hallaríamos la contestación si la enseñanza de ambos sexos tuviera en
el pie debido! Mas por desgracia el sexo que principalmente debe estar
dedicado a sembrar las primeras semillas lo tenemos condenado al
imperio de las bagatelas y de la ignorancia…”11
Curiosamente, Manuel Belgrano aparece como uno de los prime-
ros reivindicadores de la igualdad de los sexos. Su defensa de la mujer
es doblemente meritoria en una sociedad paternalista como la colonial.
Él quería que se instruyera en las escuelas desde pequeña, en vista
de la gran influencia concéntrica que tiene sobre el núcleo familiar.
“Nuestros lectores tal vez se fastidiarán con que les hablemos tanto
de escuelas –se defendía de antemano–, pero que se convenzan de que
existen en un país nuevo que necesita echar los fundamentos de su
prosperidad perpetua, y que aquellos para ser sólidos y permanentes, es
preciso que se compongan de las virtudes morales y sociales que sólo
pueden imprimirse bien, presentando a la juventud buenos ejemplos
iluminados con la antorcha sagrada de nuestra Santa Religión.”
Había en la Buenos Aires de 1810 una sola escuela pública para
niñas: la de San Miguel, dedicada a las huérfanas y cuya maestra era,
precisamente, una de ellas. Los otros establecimientos subsistían “a
merced de lo que pagan las niñas a las maestras que se dedican a ense-
ñar, sin que nadie averigüe quiénes son y qué es lo que saben” señalaba
admonitoriamente.
Las preocupaciones educacionales de Belgrano difundidas a través
del periodismo no se confinaban a las escuelas de primeras letras ni a
11
Correo de Comercio, 21 de julio de 1810, número 21, tomo I, p. 161, y 28 de
julio de 1810, número 22, tomo I, p. 169.
El periodismo porteño en la época de la independencia 49
los colegios femeninos, sino que abarcaban otros aspectos, como los de
índole técnica. En el número del Correo de Comercio del 1 de setiem-
bre de 1810, recordaba proposiciones anteriores suyas en el sentido de
crear escuelas de ciencias exactas, “que facilitan el paso a cualquiera
de las profesiones útiles a la sociedad”.12
La instrucción para analfabetos corría pareja, en el ánimo del
editor del Correo de Comercio con ciertos rasgos particulares de la
educación adulta de los alfabetos. Por ejemplo –y el detalle que consig-
no es significativo no solamente en cuanto denuncia una característica
intelectual de la época, sino por la enciclopédica sed cultural de Bel-
grano–, propugnó en las páginas de su semanario el correcto dominio
de nuestro idioma. Con una irónica referencia al abuso de latinismos
por parte de los culteranistas, Belgrano aceptaba que el uso moderado
de la lengua del Lacio fuera indispensable para sacerdotes, médicos y
abogados, pero pedía que éstos dominaran prioritariamente el español.
“…no podemos ni es nuestro ánimo, pensar en que las cátedras de lati-
nidad se quiten de nuestros estudios, pero ¿por qué no se podría obligar
a que no entrasen en ellas antes de haber aprendido el idioma nativo?”
argumentaba con gracia.13
La inclinación del Correo de Comercio y de su preclaro editor por
la reforma educativa de la gramática, de las primeras letras y de disci-
plinas como la lógica –siguiendo en esto a autores como Condillac– no
los apartaba de otros rubros, como el caso de la filosofía.
Dentro de ella, la metafísica era lo que más atraía al futuro vence-
dor de Tucumán y Salta, puesto que como él mismo lo dice, “se propone
conocer a la Divinidad de que dependemos y al alma, que es la porción
más noble de nosotros mismos”.
En este sentido trata de internarse su artículo titulado, precisamen-
te, “Metafísica”.14 Obviamente superficial para cualquier conocedor
12
Correo de Comercio, 1 de septiembre de 1810, número 27, tomo I, p. 103 (sic
por 203).
13
Correo de Comercio, 23 de junio de 1810, número 17, tomo I, p. 136, y 30 de
junio de 1810, número 18, tomo I, p. 137.
14
Correo de Comercio, 28 de julio de 1810, número 22, tomo I, p. 174‑176, y 4
de agosto de 1810, número 23, tomo I, p. 177‑178.
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del tema, sólo pretendía, no obstante sembrar una inquietud entre los
multifacéticos lectores del semanario porteño. La nota está mezclada
con asuntos pedagógicos, apuntando como siempre una leve crítica a
los sistemas educativos. “No sería utilísimo por todos aspectos –explica
Belgrano–, que después de haber demostrado a los discípulos que Dios
existe, que el Universo es obra suya, que Él gobierna por su poder y
sabiduría, que de Él proviene el bien y el mal de nosotros, que en noso-
tros hay un alma, que es un ser enteramente distinto del conjunto de la
materia que nos compone, ¿no sería utilísimo, lo repetiremos, que se les
enseñasen los fundamentos de nuestra Santa y Sagrada Religión? ¡Qué
objeto dan digno de la explicación de nuestros maestros! ¡Qué ventajas
para una sociedad como la nuestra, donde todos profesamos una misma
religión! Ciertamente, diríamos entonces que nuestra juventud habría
empleado un año con el mayor provecho para sí y para lo general del
Estado.”
Como consecuencia de éste y otros conceptos, Belgrano proponía
que la metafísica se incluyera en el plan de enseñanza de colegios y
universidades, pero bajo un considerable tinte religioso: “La religión es
un sostén principal e indispensable del Estado, como todos sabemos,
y es el apoyo más firme de las obligaciones del ciudadano; volúmenes
enteros no son bastantes para describir todas sus conexiones con la
felicidad pública y privada; riámonos de las virtudes morales que no
estén apoyadas en nuestra Santa Religión; la razón y la experiencia nos
lo enseña constantemente”.
En realidad, la enseñanza propuesta no suponía gastos de ninguna
especie: “Basta únicamente que nuestro gobierno indique a los maestros
de filosofía su determinación de que el año de metafísica se emplee en
los objetos insinuados”. No dudaba Belgrano de que nadie se opondría
a la iniciativa, porque sólo la rutina, seguramente, había impedido a
los catedráticos de su tiempo incursionar por este nuevo campo didác-
tico. “Así –concluye esta nota– se habrán llenado los objetos sublimes
de la metafísica, y desviándose de nuestras escuelas tantas cuestiones
ridículas e impertinentes, que son el oprobio de la razón, y que sólo
sirven para confundir los talentos privilegiados, o acaso arredrarlos del
estudio con perjuicio de la causa pública.”
Después de la Gaceta
3
“La primera revista argentina” en Revista Historia Nº 74, Buenos Aires,
junio‑agosto de 1999, p. 82.
Origen del pasquín
facilite las negociaciones restantes, que debe fijar una amistad sincera
y estable entre ambos gobiernos”.
El semanario porteño reprodujo la totalidad del documento diplo-
mático –continuado en el número siguiente con documentos probato-
rios anexos–, sin efectuar comentario alguno ni agregar ninguna frase
de condena. Bastaba la inserción del texto oficial para denunciar las
maniobras de la monarquía española, todavía soñando con reconquistar
las antiguas colonias.
Todo este episodio prueba que la prensa argentina de todas las
épocas –acaso con excepciones a mitad del siglo XX que se verán en
el tomo correspondiente– estaba siempre lista a defender los derechos
soberanos del país. Acaso constituya éste el principal mérito del perio-
dismo argentino.
Pocos días después –el 28 de mayo del mismo año, para ser preci-
so– el gobierno de Washington contestó la requisitoria española, con
un estilo más sosegado, pero a la vez sumamente firme para rechazar
las pretensiones del enviado diplomático Luis de Onís.
El secretario de Estado, Monroe, descartó los temas de Florida y
la Luisiana por razones que no hacen al interés argentino. Al referirse
a los patriotas americanos que según Onís se armaban en territorio
estadounidense, la réplica: “…V. S. no señala en qué puntos se reclutan
ni por qué sujetos son mandadas”, manifestando a renglón seguido los
detalles confusos de la presentación española. Le pide entonces mayo-
res precisiones, puesto que no había ninguna prueba. Pero por si acaso
Monroe señala con entereza: “Este gobierno no está en la obligación ni
tiene facultad por ninguna ley o tratado, a entregar ningún habitante de
España, ni de las provincias españolas a la requisión del gobierno espa-
ñol. Ni por las leyes de los Estados Unidos es ningún habitante punible
por actos cometidos más allá de su jurisdicción, excepto los conocidos
como piratas. Esta es la ley fundamental de nuestro sistema, y creo
que no se limita a nosotros, sino que se extiende a todas las naciones
civilizadas, donde no median tratados en contra”.
En cuanto al pedido de exclusión de los navíos con banderas de los
nuevos países hemisféricos, Monroe observaba “que en consecuencia
del estado inestablecido de algunos países y las repetidas mudanzas
El periodismo porteño en la época de la independencia 85
que se tiran los unos a los otros. Este abuso conviene remediarlo. V.
sabe que una inquietud semejante en la hora precisa en que las gentes
gustan de recrearse por dicho paseo, es muy reparable en un país culto
y civilizado. Pero no es este solo el perjuicio que resulta de tal licencia,
ni aún lo muy expuesto, que es perder un ojo con una de las piedras los
mismos jóvenes; yo he observado que éstos han formado sus pandillas,
es decir: los del barrio de la esquina que llaman de Cañas, son opuestos
a los del barrio del Retiro (quizá por otros barrios hay la misma oposi-
ción), y entre unos y otros se arma la que dicen guerrilla, que no es sino
el principio de una división, y que en moradores de un mismo pueblo
no puede tener jamás buena consecuencia. Cuando este mal no fuera
digno de repararse en su principio, por lo costoso que puede serlo en
su progreso, basta reflexionar que de esos jóvenes no será extraño for-
marse varios de ellos pendencieros, vengativos, sanguinarios, y de una
altivez y orgullo difíciles de contener, aun por los padres que no sean
omisos en la corrección de sus hijos. Si el tolerar dicho abuso es por
suponer que de ese modo se introducen en nuestros jóvenes el espíritu
guerrero, que tanto nos importa en las actuales circunstancias, parece
que mejor partido se sacaría sabiendo dirigir esa misma bella disposi-
ción marcial, ordenando que en esas tardes se les enseñase el ejercicio
militar, o se les ejercitase en fatiga, en la carrera, y aún se les adiestrase
a tirar al blanco; pero todo ello bajo un buen orden, con jefe o maestros
que les instruyese, a quien deberían obedecer; con eso se habitúan a la
disciplina y subordinación que tan recomendable y necesaria es a todos
los que aspiran a formarse buenos militares”.
Los temas vinculados con el bello sexo aparecen una y otra vez
en las páginas de la prensa porteña. Cada vez con más frecuencia,
como si se impusiera en el buen gusto de damas y caballeros. Ya desde
entonces las porteñas tenían fama de bellas, como lo diría La Crónica
Argentina en su edición del 30 de agosto de 1816 al comentar, bajo el
título “Mundo de moda” un importante baile celebrado en la capital ar-
gentina. Había ocurrido que el capitán Bowles, comodoro de las fuerzas
navales británicas, se encontraba circunstancialmente en Buenos Aires,
situación que los residentes ingleses aprovecharon para organizar un
gran baile en su honor. Y decía el semanario: “En él se presentaron a
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una carta del comandante en jefe por el consejo ejecutivo, que llenó a
todos de consternación por lo desesperado de su contenido. Ninguno
habló durante largo tiempo, dice Tomás Paine, hasta que un miembro
de fortaleza acreditada para sufrir las desgracias dijo: si la relación de
esta carta es el verdadero estado de las cosas, y nosotros nos hallamos
en la situación que ella nos representa, me parece en vano disputar
por más largo tiempo el asunto; [subrayado en el original] pero otro
de alma más generosa disipó la melancolía exclamando: es en vano
desesperar, si las cosas no van como deseamos, debemos empeñarnos
en mejorarlas. Así fue; todos presentaron sus votos, sus vidas y sus
fortunas, y el Estado se salvó”.
En la parte final del artículo se aseguraba: “Concluyo recomendan-
do al gobierno los extranjeros militares y artesanos que vengan a este
suelo; una tal conducta es incalculablemente honorífica y ventajosa. Los
militares con especialidad son dignos de la más distinguida acogida por
las circunstancias de la guerra en que es tan importante su necesidad;
procurando no dar lugar a que tomen un partido que no sea el nuestro,
y estimulando a otros que se resolverán a venir a este punto remoto;
cuando vean el buen recibo de sus predecesores. En todo lo demás, sólo
recomiendo la mayor prudencia en el curso de sus operaciones, a un
pueblo que ha sabido ganarse el renombre de valiente entre los pueblos
americanos, y que ha emprendido entre los primeros la marcha gloriosa
de su emancipación”.
En diciembre de 1816 la prensa argentina se conmovía, aunque
denotando cierto descreimiento por la veracidad de las informaciones
que llegaban desde el exterior, particularmente las referidas a nuevas
expediciones españolas para reconquistar los territorios otrora colonia-
les perdidos en el decurso de los últimos años. Véase qué interesantes
resultan estos episodios, que aunque conocidos por los historiadores
posteriores, de los siglos XIX y XX, tienen cierta curiosidad ante la
precisión de datos y cifras: “Hemos tenido comunicaciones de Río de
Janeiro hasta el 6 de junio, por las que sabemos que toda la atención
de aquella corte se dirige a llevar a efecto el armamento del sur. Este
consiste en varios buques de guerra y transportes con 400 hombres a
bordo y 2000 más que deben embarcarse en Santa Catalina. Con estas
El periodismo porteño en la época de la independencia 113
como tres años. Rara vez se confió a un ciudadano comisión más espi-
nosa. La Francia se había levantado armada en masa en defensa de sus
derechos, y toda la Europa estaba conmovida. Mr. Monroe fue nombra-
do por su conocida adhesión a los principios republicanos, y se juzgó
bien que inspiraría al gobierno franca confianza de que no intrigaría
con las potencias, y aseguraría a su país las disposiciones amigables de
la Francia, sin alarmar a las potencias, puesto que los Estados Unidos
estaban resueltos a observar una imparcial neutralidad. Mr. Monroe
fue fiel a sus principios, y las actuaciones y documentos relativos a
su misión (…) muestran su ardiente celo por el bien de su patria. Sin
embargo, él fue llamado y censurado. Volvió inmediatamente y publicó
su defensa apoyada en la correspondencia que había seguido con su
gobierno y con el de Francia. El partido republicano conoció la rectitud
y sagacidad de sus procederes. Fue recibido en Filadelfia con demos-
traciones de confianza y afecto, y se dice que el general Washington,
después de leer su justificación, hablaba de él con respeto”.
El artículo continuaba abundando en antecedentes honrosos para la
gloria del flamante presidente, y lo voy a omitir en su mayor parte por
no hacer al fondo de esta obra. Pero vale la pena reproducir al menos
los párrafos finales. Son éstos: “Tan extensa fue la esfera de acción que
le estaba señalada a Mr. Monroe, y tan grande era la confianza y la re-
putación que había obtenido. En diferentes tiempos el Presidente en sus
mensajes manifestó al congreso y al público el estado y sucesos de sus
negociaciones, y la opinión y aplauso público confirmó la aprobación
del Poder Ejecutivo”.
“Los objetos de la misión de Mr. Monroe a España e Inglaterra no
se lograron. Sus esfuerzos para terminar las diferencias con la corte
de Madrid fueron inútiles y lo fueron aún más los que hizo para lograr
que el gobierno británico respetase los derechos de Estados Unidos.
Los papeles ministeriales de la República publicados antes y durante
la última guerra, están llenos de agravios y de quejas, y todos tienen de
ello noticia. La muerte de Mr. Fox privó a Inglaterra y Estados Unidos
de los efectos de su política amigable y conciliatoria. La república no
aprobó el tratado concluido, y la Inglaterra perseveró en su conducta
118 Armando Alonso Piñeiro
alguna vez triste espectador de esta desgracia, sin que haya estado a
mis alcances remediarla”.
Sigue siendo revelador el estado de la salud pública en las frases
siguientes: “Más siendo un deber de los boticarios el dar gratuitamente
los medicamentos para los pobres de solemnidad, así como de los mé-
dicos el asistirlos sin recompensa, conforme al juramento que prestan
unos y otros al ingreso en el oficio, yo creería hacerme responsable ante
Dios, ante la humanidad y ante la patria, si por miramientos indebidos
dejase de denunciar ante V. E. la criminal indolencia de los primeros”.
Señalaba con franqueza que algunas boticas –tres, para mayor exac-
titud, a las que cita con sus denominaciones– en efecto cumplían con
su deber, pero no así la mayoría. Evidentemente, el médico justamente
quejoso buscaba que se cumpliera la ley, con argumentos difíciles de
refutar: “A V. E. no se oculta cuán crecido es en esta ciudad el número
de personas miserables, a quienes no alcanzándoles el escaso fruto de
su trabajo, ni para proveer a las primeras necesidades de una existencia
penosa, serán sin recurso víctimas de su indigencia en las enfermeda-
des que les asalten, si la piedad de V. E. no interpone en su obsequio su
brazo fuerte y bienhechor, obligando a los boticarios por punto general
a que les ministren gratis los medicamentos necesarios, bajo las penas
que V. E. gradúe bastantes, para hacerlos cumplir la obligación, bajo la
cual fueron admitidos a este oficio lucroso. Tenga V. E. la dignación de
oír por mi voz los clamores de tanto desgraciado, a quienes su misma
extremada pobreza los condena a sufrir un doble cúmulo de miserias
y enfermedades, y haciendo un honroso deber de proveer a su alivio
quiera V. E. dar esta prueba más de los sentimientos filantrópicos que
lo caracterizan”.
Curiosamente, para lo que siempre se ha creído pesada burocracia
poscolonial –en obvia herencia del dominio español– sólo cuatro días
más tarde el petitorio tuvo respuesta, con la firma del síndico Manuel
Pinto.
“A la vista de esta representación –escribía el funcionario–, se lle-
na de placer por los sentimientos nobles que demuestra este profesor, y
se horroriza de la inhumanidad de algunos boticarios. El es un particu-
146 Armando Alonso Piñeiro
lar digno del celo de V.E. por el bien de los ciudadanos, especialmente
de esta clase miserable, por cuyo alivio reclama el profesor.”
El documento otorga total beneplácito a la solicitud y preocupación
de Pinto: “Los boticarios, a más de las sagradas leyes de la humanidad
y de la religión, tienen un deber a la suministración de medicinas a todo
pobre de solemnidad para cuya clasificación es bastante el atestado del
profesor asistente. El síndico juzga preciso que V.E. convoque para el
primer acuerdo a todos los boticarios, y que dando las gracias a nombre
del pueblo a los que se han conducido con tan laudable humanidad y
religión, se prevenga a los demás la obligación en que están para despa-
char prontamente toda receta que vaya con la credencial del facultativo
de ser para pobre: y que no haciéndolo serán multados prudencial-
mente a beneficio del paciente de quien sea la receta. Que sin perjuicio
de trasladar al Protomedicato el acuerdo para que sirva celar su cum
plimiento, se anuncie al público por medio de la prensa el deber de todo
boticario, el justo aprecio que han merecido a V. E. los que despachan
las boticas de Marengo, Bravo y Escalada [precisamente las citadas
por el doctor Fernández como fieles cumplidoras), y el representante
profesor, que también deberá ser citado al acuerdo, para significarle la
gratitud pública a que se ha hecho acreedora su plausible comportación,
que igualmente se insertará en la prensa para su satisfacción y para un
noble estímulo a los demás profesores en esta parte”.
Finalmente, diez días después concluía el trámite con un decreto
firmado por Juan de Alagón, Riglos, Riera, Santa Coloma, Arriola y
González, refrendado por el escribano público y de Cabildo, el licen-
ciado Justo José Núñez.
Para concluir con este acápite, el jueves 23 de octubre de 1817 el
semanario publicaba una carta abierta firmada por el licenciado Justo
García y Valdez, que ratifica los sentimientos benévolos de gran parte
de la ciudadanía, aunque también cierta morosidad por parte del Estado
en cumplir con sus obligaciones.
El periodismo porteño en la época de la independencia 147
1
Me parece indudable que se trata de Miguel O’Gorman, de origen irlandés,
habiendo estudiado medicina en Reims y en París. Fue el primer médico real del
Virreinato.”… acompañó a Pedro de Ceballos al Río de la Plata (1777) en carácter
de médico (Protomedicato) fundado por el virrey Vértiz; el Dr. O’Gorman introdujo
formas preliminares de vacunación y otros tratamientos para la viruela y estableció
un hospital para aislamiento a cierta distancia de la ciudad; la adopción de nuevas
medidas permitió a las autoridades afrontar con mayor fortuna la epidemia de viruela
en la década de 1790; luego de haber sido introducidas en Buenos Aires las vacunas
Jenner en 1805, el Dr. O’Gorman difundió instrucciones explícitas para su adecuado
empleo en el virreinato; colaboró con Cosme Argerich en la fundación de la primera
escuela primaria de medicina, donde ejerció la docencia y elaboró con él los primeros
proyectos de medicina preventiva; mantuvo su posición médica hasta su retiro en 1816;
no tomó parte en los acontecimientos políticos que siguieron a la Revolución de Mayo,
pero fue uno de los primeros en ofrecer sus libros y su ayuda a Mariano Moreno, para
el proyecto de biblioteca pública; murió en Buenos Aires” (Ione S. Wright y Lisa M.
Nekhom, Diccionario Histórico Argentino, Emecé Editores, Buenos Aires, 1978, pp.
547/548).
Un censo significativo
Sueldos de maestros y
Escuelas Alumnos
alquiler de las casas
Catedral con ayudantes 1.826 150
Monserrat 692 114
Concepción 600 59
San Nicolás 600 130
Piedad 864 130
Residencia 1.080 150
Hospicio 600 59
San Isidro 484 72
Total 6.746 864
150 Armando Alonso Piñeiro
en la actualidad. Coso proviene del latín cursus, carrera, y se aplica a la “plaza, sitio
o lugar cercado, donde se corren y lidian toros y se celebran otras fiestas públicas”
(Diccionario de la Lengua Española).
162 Armando Alonso Piñeiro
las poblaciones. Postes, que son necesarios; veredas angostas, con ho-
yos y desigualdades; goteras de los tejados; cantidades de agua arrojan
los cañones de los techos; ventanas voladas que se introducen en las
veredas angostas; tránsitos pantanosos & cuantas cosas incómodas y
riesgosas reunidas en una noche obscura!!!”
Resulta notable cómo la prensa trataba estos temas, sin dejar esca-
par ningún detalle, con una minuciosidad casi censística que sin duda
los poderes públicos deberían haber agradecido. Luego se refiere, sin
solución de continuidad, a las personas carentes de salud: “Los enfer-
mos desvalidos reclaman la atención paternal de la policía. Ellos deben
considerarse como los inválidos del Estado. Todos los habitantes que
viven bajo una misma soberanía, son miembros de una misma familia,
e hijos de la república. Si el gobierno por falta de fondos, por los gastos
y circunstancias actuales, no puede mejorar su triste suerte, ¿no podrá a
lo menos extender una mano de protección hacia las dos sociedades [en
nota a pie de página el semanario aclara que se refiere a “la religión de
los Padres Betlemitas y la Hermandad de la Caridad] de misericordia,
que son su único apoyo y esperanza?”.
Ni los desvalidos del campo escapaban a la atención de El Censor:
“Los enfermos de la campaña y las enfermedades que atacan y aquejan
a los labradores exigen una atención particular. En la campaña, y casi
siempre en las poblaciones reducidas, se carece de facultativos y de
remedios. Por esta falta se agravan enfermedades ligeras en sus princi-
pios y en mil accidentes, comunes en los trabajos rurales; no se tiene el
auxilio pronto, que era necesario. La obra apreciable del Sr. Tissot, y la
del Sr. Buchan, y otras compuestas para el uso de las aldeas y familias,
no son suficientes y las más veces son perniciosas por estar en manos
de personas sin conocimientos elementales de medicina y física. Quien
no sabe descubrir bien los síntomas, ni distinguir las enfermedades, ni
indagar las causas remotas, &c. ¿cómo ha de aplicar bien los remedios
contenidos en tales obras, por excelentes que sean? Es pues de necesi-
dad que en ciertos puntos de la campaña y poblaciones cortas, hayan
físicos, cuyos estudios y experiencia los habilite a practicar con suceso.
Para lograr hombres de algún provecho en la facultad, es preciso que
puedan contar con una pensión o salario seguro. Es muy interesante
172 Armando Alonso Piñeiro
pero es muy repugnante verlos tratados con audacia tan chocante. Seme
jantes hombres, muy dignos de consideración ¿son algunos criminales
porque, movidos de un buen deseo, de una intención virtuosa, procuren
establecernos, avent urando con generosidad sus pechos y opiniones?
¿Y aunque fuesen criminales, toca a los editores de la Crónica [en
clara referencia a La Crónica Argentina, el otro semanario con el que
solía polemizar] enjuiciarlos con elación tan descomedida? Yo llamo
la atención de todo el público para que lea cuanto lleve escrito sobre
gobierno, y creo que se hallará crítica y comparación; por lo menos,
así me lo persuaden los sensatos que me han hablado escandalizados
de la Crónica, en que sólo encuentran palabras, petulancia y falta de
moderación”.
En realidad, había ocurrido que La Crónica Argentina imputara
a Belgrano y Güemes opiniones algo audaces sobre la posibilidad de
utilizar la fuerza de las armas para imponer el régimen monárquico
que preconizaban. Nada de ello está corroborado por otras fuentes. El
Censor, haciéndose eco de una carta de lectores –tan extensa que debió
continuarse en otras entregas– condenó la “incivilidad con que ese pe-
riodista trata al benemérito general Belgrano, por la negra imputación
que le hace, atribuyéndole conatos a violentar al cuerpo soberano [en
referencia al Congreso de Tucumán] , para sancionar la forma de go-
bierno, y por la frivolidad con que trata la materia que ha dado mérito a
sus sarcasmos”. Luego de otras consideraciones, el artículo –con todos
los aspectos de ser un editorial– entra al fondo de la cuestión, en una
buena síntesis: “No soy tan necio que me considere capaz de discurrir
con acierto en materia tan ardua; pero no puedo prescindir de hacer
algunas indicaciones en justa defensa del honor vulnerado del general
Belgrano, y sobre la frivolidad e incongruencia de las reflexiones del
cronista (…) Tres circunstancias parece que son las que han exaltado al
cronista en esta ocurrencia. Primera, que un militar haya anticipado su
opinión en la materia. Segunda, que lo haya hecho estando a la cabeza
de un ejército que rodea al congreso soberano de las provincias. Terce-
ra, que esto haya sido en la circunstancia de declararse la independencia
política de la nación (…). En cuanto a la primera, todo ciudadano tiene,
no solo derecho, sino obligación de discurrir y trabajar en la ilustración
184 Armando Alonso Piñeiro
1
Sin embargo, esta advertencia no pudo cumplirse en gran parte de la colección
del semanario, porque se utilizaban tipos de origen inglés, idioma éste que carece de
acentos. Con el tiempo pudo corregirse la anomalía.
190 Armando Alonso Piñeiro
2
Capítulo basado en el trabajo del mismo título (“El esmero idiomático en la
prensa argentina de la Independencia”), aparecido en 2005 y publicado por la Acade-
mia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.
Apéndice II
San Martín visto por la prensa
de su época
dos días después en El Observador Americano órgano editado a lo largo de poco mas
de dos meses, del 19 de agosto al 4 de noviembre de 1816.
200 Armando Alonso Piñeiro
p. 8003.
El periodismo porteño en la época de la independencia 207
28
El Centinela, domingo 18 de noviembre de 1822, Senado de la Nación, ob.
cit., p. 8177.
29
El Centinela, domingo 18 de noviembre de 1822, Senado de la Nación, ob.
cit., pp. 8178/8181.
30
El Centinela, domingo 1 de diciembre de 1822, Senado de la Nación, ob. cit.,
p. 8217.
El autor
Introducción........................................................................................ 11
La función didáctica del periodismo según Belgrano........................ 21
La prédica belgraniana sobre la industria y el comercio.................... 27
La filosofía política en el periodismo de la Independencia................ 33
Libertad de prensa y educación.......................................................... 37
Después de la Gaceta......................................................................... 51
La primera revista argentina............................................................... 55
Origen del pasquín.............................................................................. 57
Sobre la libertad de prensa................................................................. 59
Sobre el concepto de opinión pública................................................. 63
Un lustro de buen periodismo............................................................. 65
El contenido periodístico entre 1812 y 1817....................................... 73
Las cartas de lectores.......................................................................... 77
Las relaciones con Estados Unidos..................................................... 79
Curiosidades del periodismo.............................................................. 89
El panorama internacional en la prensa argentina..............................97
Alternativas de los vínculos con los Estados Unidos....................... 109
¿Qué se entiende por rebelión?......................................................... 129
El reconocimiento diplomático de los Estados Unidos.................... 131
Estado de la salud pública................................................................. 143
Un censo significativo....................................................................... 149
Las costumbres cotidianas................................................................ 159
La vida de los próceres en la actualidad de su época....................... 175
Apéndice I - El esmero idiomático en la prensa argentina de la
independencia.............................................................................. 189
Apéndice II - San Martín visto por la prensa de su época............... 195
El autor.........................................................................................209
Otras publicaciones de la
Academia Nacional de Periodismo