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Política Fraggle. Tres tesis y una hipótesis.

Francis Gil

Podemos Castilla-La Mancha.


publicado

2018-08-30 16:13:00

Gran parte del fracaso comunicativo de las izquierdas tradicionales tiene su razón de ser en su negación a
aceptar los debates mainstream e intentar, inútilmente, apelar a valores morales no situados dentro del eje
de coordenadas de los marcadores éticos operativos.

“El centro del universo es sin duda un lugar maravilloso excavado en la roca llamado Fraggle Rock”

Tesis 1ª. Deseo de estructura. Lo más fácil será equivocarse. Una estructura social es siempre el resultado
orgánico de un proceso político de reducción de la contingencia. Para estabilizar una estructura es preciso
alcanzar toda una serie de acuerdos negociados entre fuerzas sociales con intereses en conflicto.

¿Fuerzas antagónicas? No necesariamente. Las fuerzas sociales necesitan cooperar para garantizar la
supervivencia de la estructura. Una estructura es exactamente eso: un marco de convivencia negociada de
las diferencias. Si se rompe el acuerdo tácito que la sustenta, se des-estructura la convivencia y afloran las
contradicciones. Por ello, no se puede o no se debe adjuntar a la estructura funciones que no le
corresponden.

Las divisiones estructurales artificiales ignoran, voluntaria o involuntariamente, que es en y sobre la


estructura donde se inscribe el conflicto inmanente, es decir; necesitamos una estructura sobre la que
estructurar el conflicto, e imprimirle unas reglas, de no ser así, la ruptura sería total e inevitable. Por tanto,
la estructura social comprendida como “texto” permite ciertas interpretaciones, lecturas políticas de la
coyuntura y alteraciones de la correlación de fuerzas.

Esas alteraciones, las mutaciones de la estructura, son siempre producto del conflicto social mediado
políticamente. De ahí que, incluso si aceptamos la estructura de la sociedad dividida en clases
supuestamente antagónicas, dentro de las democracias pluralistas (parlamentaristas), el conflicto nunca
exceda el campo de la representación.

Es decir; incluso en los momentos de mayor tensión entre fuerzas con intereses opuestos, la dialéctica
reconstruye la síntesis determinada, esto es; la mutua interdependencia del capital del trabajo vivo. Por
consiguiente, la narrativa estructural se establecerá en función de demandas particulares articuladas
dentro de ese marco y nunca, o casi nunca, sobrepasara el límite de los consensos democráticos previos.
Esta fórmula permite que el conflicto social se desarrolle sin amenazar las bases estructurales (producción
de plusvalía, extracción de beneficios, etc.) de la organización social y, de una u otra forma, generará el
campo de juego de la praxis política en las democracias parlamentarias consolidadas.

Por eso, cualquier discurso o relato que confronte directamente con los elementos constitutivos centrales
de la estructura, quedará automáticamente descatalogado de las opciones políticas con posibilidades de
integración estructural, es decir; vocación y/o posibilidades de gobierno. Quienes teorizan la estructura
como una formación social sobre-determinada por procesos macroeconómicos, en los que no cabe la
política más que como espectáculo, niegan toda posibilidad a la praxis.

En ese relato teleológico, los fenómenos sociales son simples epifenómenos de los procesos productivos
y, en consecuencia, sin cambiar las bases del modelo productivo de forma radical, la estructura social
permanece intacta. Es la hipótesis del todo o nada. Y por seductora que resulte teóricamente, es
completamente inoperante en la práctica. Para jugar en el marco democrático capitalista hay que aceptar
unas reglas que, obvia y objetivamente, favorecen a quienes detentan el poder de mando... o negarse a
jugar.
2ª Tesis. La ficción del sujeto histórico. La desvalorización de la praxis es la sustitución de la política por
la metafísica. El autoengaño de las izquierdas clásicas es consecuencia de su impotencia para influir en el
desarrollo de los procesos sociales reales. El "desengaño" izquierdista es exactamente lo contrario de un
"darse cuenta", es un debate auto-referencial; supone enredarse en la madeja de la "falsa conciencia" al
suponer una inversión total de la realidad.

Pero esa inversión es sólo aparente y no debe tomarse como base para comprender los procesos sociales
como causas automáticas definidas extra-políticamente, es decir al margen de lo político. La economía es
siempre economía política, y eso significa una interdependencia absoluta de ambas esferas. El capital
opera como "sujeto automático" (y es un verdadero sujeto histórico) pero solo puede hacerlo a través de
una estructura política concreta en cada caso. El error tradicional es presuponer que al "sujeto
automático" Capital le debe corresponder un antagonista absoluto (una némesis), "la clase obrera", en vez
de comprender que la contradicción capital-trabajo se despliega, dentro de la estructura social, a través de
los operadores políticos concretos que facilitan que la lógica del capital se imponga sobre el conjunto de
los intereses sociales.

El poder del movimiento obrero histórico residía en su capacidad para alterar esa dinámica productiva
general de la estructura social, para imprimir dinámicas políticas al desarrollo de la lógica capitalista. No
se trataba de una cuestión exclusivamente de "identidad obrera", el movimiento obrero hackeaba el
sistema al desbloquear elementos de la subjetividad transversal que le vinculaban con otras capas
sociales.

La ficción del "proletariado" no era otra cosa que una narrativa muy poderosa, ciertamente, para distribuir
las relaciones sociales generales en torno al factor cuantitativo de mayoría/minoría. Cancelada la auto-
percepción de la "clase obrera como mayoría social" por la operación ideológica de creación del
significante "clase media", es tan inútil como improductivo, recuperar la ficción del sujeto político de
clase predestinado por la historia a ocupar el poder de mando.

Al capital hoy sólo se le puede oponer una nueva lógica de mayoría/minoría fundada sobre el
reconocimiento de una diversidad de demandas creciente. Al capital solo se le puede enfrentar la voluntad
popular, es decir; la representación política articulada en función de las demandas de las víctimas
colaterales de la acción del capital. Son los efectos de la lógica capitalista los que producen la diversidad,
y por ello esta puede ser recaptada para el proceso productivo general o generar una contradicción
irrecuperable que altere políticamente el mecanismo de explotación. Dependerá de la praxis política
estratégica que ocurra lo uno o lo otro.

3ª Tesis. Marcadores éticos del discurso. Somos lo que creemos. La praxis política es un discurso que
interpela a la totalidad social, no a una parte. Puede situarse de parte, y es lo que hace siempre, pero su
discurso y su praxis se construyen bajo premisas éticas de universalidad. Este condicionante, la
obligatoriedad de enunciar políticas destinadas al conjunto de la ciudadanía inserta en una estructura
social determinada, marca las posibilidades de todo discurso.

Por tanto, no se puede o debe ignorar que, la totalidad social se orienta por un pensamiento mainstream,
es decir; por la elaboración de un vocabulario ético/político que determina los debates que entran en la
agenda/setting y los términos en lo que lo hacen. Es en ese espacio público difuso (socio-mediático)
donde se codifica políticamente la escala de valores morales que opera en el campo de batalla por la
hegemonía.

Al margen de las teorías más o menos abstractas sobre la hegemonía, lo que este término pone en juego es
la capacidad de un agente social o actor político para situar sus reivindicaciones dentro de la esfera de
reconocimiento social. La disputa por el significado que adquiere una demanda particular en la esfera
pública es una construcción social colectiva. Al igual que nuestra percepción de la misma. Entonces ese
agente es cambiante y está en liza constante, se disputa en los medios y/o canales de difusión del discurso
hegemónico.

Que nuestra percepción individual de la realidad, incluso nuestra opinión, es una construcción social nos
parece autoevidente. Nuestras experiencias personales también construyen nuestra personalidad política.
Les podemos conceder mayor o menor valor analítico, pero no negarlas.
No hay objetividad real en cómo percibimos determinados problemas, hay mayor o menor grado de
empatía y predisposición ética para apoyar una determinada "causa". Hay rasgos particulares de nuestra
singularidad que sesgan de forma consciente o inconsciente nuestra lectura de los fenómenos sociales y
condicionan nuestra mirada política. A estos rasgos de nuestro carácter es a lo que denominaremos
"marcadores éticos". Estos actuarían como un filtro pre-político de nuestras posiciones políticas
concretas.

Será partiendo de esos marcadores éticos desde donde estableceremos el marco de referencia de nuestros
valores morales y tomaremos las correspondientes decisiones políticas. Cualquier elección libre (si eso es
posible) conlleva una compleja valoración preliminar de los hechos, fines, medios, circunstancias, etc.,
esta valoración siempre es moral y política, al mismo tiempo.

El problema de la moral mainstream es que recorta el catálogo de valores comunes. Por ello, ante
determinados conflictos, se abre la posibilidad de disputar políticamente el sentido común de época, y
ganar así la hegemonía cultural, en sentido moral, de un segmento de la población ante ciertas
problemáticas. Una política estratégica bien orientada, entiende que esa batalla por el sentido y
significación social de determinados valores morales es clave para garantizar el aumento del apoyo
popular.

En este sentido, gran parte de la disputa por la hegemonía se juega en el campo de batalla de los valores
morales a través de saber capturar los marcadores éticos que definen el sentido común de época. El
tablero de los valores morales está estructurado en función de la dicotomía izquierda/derecha. Por ello, la
lucha por el reconocimiento se organiza en torno a ese eje de coordenadas. Sin embargo, la
transversalidad de los marcadores éticos permite romper la dicotomía a través de las apelaciones a valores
morales compartidos.

Es evidente que marcadores éticos como igualdad, libertad, solidaridad, etc., poseen un significado
diferente para amplios sectores sociales, pero no lo es menos que nadie se mostrará abiertamente en
contra de la igualdad, la justicia, la tolerancia, etc. Se tratará, por tanto, de detectar qué valores morales
comunes y compartidos son los que están en disputa y cómo se puede interpelar a ellos políticamente para
generar una identificación de masas y conseguir el reconocimiento social general de las demandas
particulares como justas y necesarias.

Estas maniobras de reconocimiento, son la base elemental de una praxis política efectiva. Si el discurso
no interpela a los marcadores éticos mainstream será imposible alterar el marco y el relato dominante
proseguirá instalándose.

Gran parte del fracaso comunicativo de las izquierdas tradicionales tiene su razón de ser en su negación a
aceptar los debates mainstream e intentar, inútilmente, apelar a valores morales (posiblemente superiores)
no situados dentro del eje de coordenadas de los marcadores éticos operativos. Si realmente se pretende
disputar la hegemonía al adversario, se debe aceptar el marco e intentar re-significarlo compitiendo
discursivamente por apropiarse de su propio vocabulario político.

Una hipótesis. Hay excepciones que no confirman ninguna regla. Podríamos pensar que existe una
relación causal y lineal, incluso mecánica, entre los fenómenos sociales y los acontecimientos políticos. Y
que ambos, fenómenos sociales y acontecimientos políticos, están condicionados en gran medida, o
incluso completamente determinados, por procesos económicos cuyo desarrollo es la razón última que los
provoca.

Así, los fenómenos sociales serían siempre el reflejo de procesos económicos y los acontecimientos
políticos efectos derivados de la combinación de ambos. Esta argumentación mantiene cierta similitud
con la teoría crítica de la economía política de Marx, pero obviamente es una vulgarización reduccionista
que ignora o niega la importancia de la dialéctica entre los acontecimientos, los fenómenos y los
procesos.

En realidad todo el mundo entiende, sin necesidad de recurrir a Marx, que las cosas no son tan sencillas.
Que en la producción de la realidad social interviene una multiplicidad de factores (culturales e
históricos) y condicionantes (objetivos y subjetivos) que hacen posible lo imposible, es decir; hacen
posible la política.

Pensar así la política significa dibujar el "horizonte de posibilidad" de lo imposible. Proyectar el


acontecimiento político como el momento de emergencia de lo imposible. Esta es la base del pensamiento
político estratégico; prepararse para lo imposible. Lo cual choca frontalmente con el determinismo causal
descrito anteriormente, el cual asume tácita o explícitamente que la secuencia política es simplemente una
consecuencia necesaria y/o inevitable del desarrollo de fuerzas económicas ciegas, regidas por leyes
científicas de extracción de plusvalía y producción de beneficios, etcétera.

Desde ese derrotismo epistemológico, la autonomía de lo político y la praxis política queda suspendida y
toda acción colectiva está subordinada a una teleología histórica que se desarrollará al margen de la
voluntad de los individuos. Este victimismo histórico-antropológico es precisamente la crítica
fundamental de Marx a la teoría de la historia hegeliana y la antropología feuerbachiana: "La coincidencia
de la modificación de las circunstancias con la de la actividad humana o modificación del hombre mismo
sólo se puede concebir y entender de modo racional como praxis revolucionaria" (Tesis sobre Feuerbach,
III)

En este preciso sentido, la crítica de Marx al materialismo que olvida que la participación de los hombres
y mujeres es esencial para transformar las condiciones objetivas, para producir una "modificación de las
circunstancias", se articula con la función de la política como praxis; "Es en la praxis donde el hombre
debe demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poder, la terrenalidad de su pensamiento" (Tesis sobre
Feuerbach, II) No hay espacio aquí para la resignación.

Nuestra hipótesis es muy sencilla; la realidad social no es Fraggle Rock.

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