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Jesús derramó toda su sangre por amor a nosotros al ser atravesado por una lanza. Al aplicar correctamente la sangre de Jesús, podemos sanar nuestro corazón de heridas causadas por el rechazo y recibir la naturaleza de hijos de Dios, liberándonos del rechazo e irradiando el fruto del Espíritu Santo en nuestro carácter.
Jesús derramó toda su sangre por amor a nosotros al ser atravesado por una lanza. Al aplicar correctamente la sangre de Jesús, podemos sanar nuestro corazón de heridas causadas por el rechazo y recibir la naturaleza de hijos de Dios, liberándonos del rechazo e irradiando el fruto del Espíritu Santo en nuestro carácter.
Jesús derramó toda su sangre por amor a nosotros al ser atravesado por una lanza. Al aplicar correctamente la sangre de Jesús, podemos sanar nuestro corazón de heridas causadas por el rechazo y recibir la naturaleza de hijos de Dios, liberándonos del rechazo e irradiando el fruto del Espíritu Santo en nuestro carácter.
“Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al
instante salió sangre y agua. Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y él sabe que dice verdad, para vosotros también la creáis” (Juan 19:34-35)
Jesús derramó hasta la última gota de su sangre por amor a nosotros, no
escatimó en entregarlo todo. El Apóstol Juan fue testigo de esta escena, vio a Jesús siendo atravesado por una lanza por su costado, de donde salió agua y sangre.
La entrega de Jesús, es la expresión de amor más grande que haya
existido en el mundo. Aquella lanza que trató de quitarle a Jesús, su último aliento de vida, constituyó en realidad el sello de la obra de amor de Jesús.
Este derramamiento de la sangre de Jesús nos permite tener la plenitud
del carácter de Cristo, pues como Jesús entregó su vida por nosotros, nosotros ahora tenemos el derecho a recibir la plenitud de lo que Él es (su carácter).
¿Y quién es Jesús? Pues, Él es el hijo de Dios, el Dios hecho hombre que
vino a la tierra para morir por amor, para que nosotros recibiéramos su naturaleza, es decir, para que nosotros también sintamos que somos hijos de Dios.
Recordemos que, un hijo tiene la misma naturaleza que el padre y tiene
un vínculo que no puede ser imitado. Entonces, al recibir el carácter de Jesús, recibimos la paternidad de Dios.
Muchos de nosotros hemos sido heridos desde pequeños, por lo que
nuestro corazón ha sido dañado y muchas veces endurecido, principalmente a causa del rechazo vivido en la familia (separación de padres, abandono, insultos, etc.) Para sanar nuestras heridas, debemos entender que ahora Dios es nuestro padre, y él nos ama, nunca fallará, ni nos abandonará.
Como nosotros, Jesús también experimentó el rechazo, por eso él
entiende nuestro sentir; recordemos por ejemplo que fue rechazador por José, por los judíos, por sus amigos, e incluso sintió que Dios mismo lo abandonó, siendo sus últimas palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? La razón por la que Jesús aceptó ser rechazado fue para que nosotros seamos libres del rechazo y sintamos la aceptación del amor incondicional de Dios.
Por eso, al aplicar la sangre que brotó del costado de Jesús, nosotros podemos ser libres del rechazo.
Al aplicar su sangre de forma correcta, podemos sanar nuestro corazón
y a partir de allí poder dar fruto en abundancia, en todas las áreas de nuestra vida. Así, el fruto del Espíritu Santo será visible en nuestro carácter. El fruto del Espíritu Santo, que es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza, es uno sólo y se recibe de forma integral.
Entonces, a partir de ello, podemos preguntarnos ¿qué fruto tiene mi
carácter?, si la respuesta es más bien negativa, tendremos que reconocer y eliminar esos malos hábitos que no son parte de nuestra vida, sino simplemente una consecuencia de nuestras experiencias o costumbres incorrectas que el enemigo usa para evitar que reflejemos a Jesús.
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