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Deformaciones religiosas 1
La superstición
Si la religión es la que orienta hacia la meta suprema de la vida, la que despierta los
supremos ideales y valores de la existencia, no nos podrá resultar extraño que también
las más monstruosas deformaciones se hayan desarrollado en torno a ella. En efecto,
siempre se ha dado el peligro que valores y realidades no últimas pretendan presentarse
con ese nimbo sagrado que ofrece a religión. Y cuanto más decisiva es la cuestión de
que se trata, tanto más deformes y lastimosas serán sus degeneraciones. Como decían
los latinos la corrupción de lo mejor, es la peor. Y de hecho la corrupción religiosa ha
llevado a terrores paralizantes, a sumisiones abyectas, a crímenes abiertos en el
sacrificio de inocentes, a brutal represión de los disidentes hasta la misma muerte.
Más que escándalo esos hechos dolorosos deben suscitar la convicción de que la
religión es algo humano y que, como tal, está expuesta a toda suerte de degeneraciones
y manipulaciones. Y no debemos pensar que se trata de abusos de un pasado remoto.
Hoy en día se presentan los más variados y aun mezquinos ideales con la aureola de la
sacralización para poder arrastrar más dinámicamente a las multitudes. Los más
diversos y abyectos objetos y valores se han prestado a la más sublime veneración. De
hecho en torno a la historia de la religión, como historia de los supremos ideales
humanos, se puede trazar la verdadera historia de la humanidad, llena siempre de
grandeza y de miseria.
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Capítulo tomado de: Idigoras, J.L., La Religión, Centro de Proyección Cristiana, Lima 1986.
religión acude a Dios, la superstición recurre a la magia o a otras formas de protección
que sean capaces de proporcionar seguridad.
Así se combate muchas veces el terror existencial con acciones, palabras o gestos que
susciten la seguridad interior, por la fuerza de la sugestión o de la costumbre. Muchos
de los temores provienen del futuro, ese arsenal infinito de posibilidades, del que
pueden surgir las más terribles amenazas para el individuo. Se busca entonces arrancar
al futuro sus secretos y sorpresas. Otras veces el temor viene de la insignificancia del ser
humano y lo ingente del mundo que le rodea. Busca entonces métodos que le aseguren,
que le confieran la fuerza que le falta extrayéndola de los lugares secretos en que está
replegada.
Los medios por los que se trata de obtener esa seguridad contra toda clase de peligros,
son de lo más variados. Son a veces cadenas de cartas que se han de trasmitir fielmente
a un determinado número de personas: de la fidelidad exacta a las condiciones
impuestas depende la felicidad o calamidades que se especifican muy concretamente.
Otras son secretos trasmitidos por personajes venerables y que aseguran determinados
bienes o males, según determinadas conductas. También se trata de oraciones famosas
que hay que repetir determinado número de veces y en determinadas circunstancias y
que logran efectos infalibles para los que ponen los prerrequisitos. Otras veces se trata
de señalar días faustos o aciagos en los que las obras han de tener éxito o fracaso. Hay a
veces hombres clarividentes que van fijando esos momentos de acuerdo a los
horóscopos o a sabidurías esotéricas. Con los lugares se hacen parecidas
discriminaciones entre los que favorecen y los que perjudican determinadas acciones.
Lo mismo sucede con objetos benéficos, talismanes o amuletos, que confieren seguridad
y protegen de efluvios maléficos. Se suelen llevar siempre encima como protección
cuidadora. Suelen ser herraduras, maderas, estampas. A la vez hay objetos maléficos de
los que conviene protegerse a toda costa y que se puede utilizar para hacer daño a los
adversarios. Tales son los maleficios o hechizos, unidos a veces a miradas influyentes,
paquetes u objetos considerados como trasmisores de efectos nocivos. También las
personas son portadoras de poderes benéficos o maléficos, como hechiceros, magos,
brujas que pueden atravesar el espacio o influir de la manera más extraña en objetos
distantes.
La mayoría de estas prácticas van unidas a situaciones de inseguridad que muchas veces
se agravan con el fatalismo que está implicado en esas visiones, pues de un modo o de
otro se presupone que los hechos futuros están escritos en forma indeleble en el cosmos
y que se trata sólo de descubrir el arte de leerlos.
También se han tratado de buscar causas científicas para muchos de esos efectos
considerados maravillosos. Y se ha apelado a la parapsicología que estudia los
fenómenos paranormales del conocer y del obrar humanos. Pretende descubrir en
determinados sujetos fuerzas y energías que no se dan en la mayoría de los seres
humanos. Así estudia los poderes psíquicos de algunos hombres dotados que son
capaces de ciertas predicciones del futuro, o de transmisión del pensamiento, telepatía,
criptognosis, o telecinesis (movimiento a distancia), etc. Las investigaciones realizadas
en numerosas universidades han venido abriendo un campo, hasta ahora desconocido, a
posibilidades extraordinarias del conocer y del actuar.
LA IDOLATRÍA
Una de las formas más típicas de superstición es la idolatría. Por ella se adora y se
atribuye poder milagroso a falsos dioses, a imágenes u objetos que participan de su
poder, o a realidades humanas a las que se confieren atribuciones absolutas. La idolatría
ha sido, a lo largo de la historia, un peligro incesante que ha acechado a todas las
religiones. Y aun hoy en día, en medios secularizados, la idolatría se lleva a cabo por la
adoración de realidades humanas como el dinero, el poder o el placer. La adoración de
un objeto humano no se puede hacer nunca sin una deshumanización que rebaja al
hombre y sin una cierta demonización de otras realidades humanas contrapuestas a las
que se absolutiza.
Las religiones se han visto siempre en peligro de idolatría, porque a Dios no se puede
llegar directamente, sino sólo por medio de símbolos. Y los símbolos siempre se
identifican de alguna manera con la realidad simbolizada. De esa manera se corre
siempre el riesgo de centrar de tal manera la veneración en el símbolo que éste deje de
ser transparente para llevar hacia Dios, y se convierta en ídolo opaco que atrae hacia sí
la veneración de los fieles. Y como se ve, en ese caso, no sólo se centra la veneración
religiosa en un objeto falso y mundano, sino que el mismo símbolo, hecho ídolo, se
convierte en muralla que impide el verdadero acceso a Dios. De ahí el triste y absurdo
espectáculo de unos hombres racionales puestos en adoración ante maderas y fierros.
Sin embargo, hay que tener mucho cuidado en no juzgar sin más, como idolatría
cualquier culto que utiliza símbolos y que se contempla desde fuera, sin llegarlo a
comprender. Para poder enjuiciar cualquier culto, es preciso comprender la actitud
profunda de los hombres que lo practican. Ya señalamos que la diferencia entre el
símbolo y el ídolo no es patente a primera vista, pues todo verdadero símbolo centra en
él mismo la reverencia y el amor. Sólo con una mentalidad racionalista se distingue
nítidamente entre la patria y un trapo que es la bandera que nos hace recordarla. La
bandera concita el amor del pueblo y por eso se la besa y se la reverencia.
Por eso en la mayoría de los casos es muy difícil hablar de idolatrías puras. En muchos
casos que para el hombre moderno se trata de idolatría, la gente sencilla encuentra una
hierofanía de Dios, es decir la manifestación divina a través de una realidad
simbolizadora, como pueden ser las piedras, el sol, los cerros o la tierra. Ahora bien,
suele suceder que símbolos que fueron en un tiempo vivos y transparentes, se van
deteriorando con el tiempo y acaban fácilmente en ídolos que más encubren que
descubren a la divinidad.
Los símbolos que pueden pervertirse y reducirse a ídolos son en la práctica todos los
que utilizan los hombres. a veces llama más la atención la de los símbolos materiales,
como las imágenes esculpidas o pintadas. O la de los lugares donde lo divino se ha
manifestado, como cuevas, templos, o cerros. Pero con frecuencia se dan los ídolos más
espirituales, menos visibles a los ojos, pero más esclavizadores del alma. A veces se
idoliza la letra del libro santo que en lugar de llevar a Dios, lo tapa con su formulación
estereotipada y muerta. En otras ocasiones pueden ser las concepciones teóricas o
dogmáticas de la divinidad que se endurecen en fórmulas rígidas y exclusivistas para
llegar a Dios. En otras ocasiones puede idolizarse a una persona dotada de carismas.
Diferente del ídolo se suele considerar al fetiche. Aun cuando muchos lo equiparan, hoy
se piensa que el fetiche –figurillas talladas en piedra o en madera- ha de considerarse
más bien un amuleto o un talismán que un ídolo. No es tanto la imagen del dios, cuanto
un objeto cargado de mana, protector de los que lo llevan. Tendría un cierto parentesco
con las reliquias que también se usan para alcanzar esa protección divina.
También fueron objeto de adoración numerosas mujeres ya fuera por su belleza o por
su fecundidad. En las religiones agrarias de la fecundidad se veneró siempre a la mujer,
como fuente misteriosa de la vida. Los fieles acudían a los templos, a los cerros y a los
bosques para suplicar a la Diosa Madre la fecundidad de los campos, de los ganados y
de las familias. En muchos pueblos el camino para lograr los favores de la divinidad
eran las relaciones sexuales con las sacerdotisas de la diosa (hieródulas), a través de las
cuales se alcanzaba el contacto con la diosa y su poder fecundante.
Aunque hoy nos resulte extraordinariamente sorprendente, también los animales fueron
objeto de la veneración humana en diferentes culturas. Por un lado, los animales están
unidos a los diferentes clanes en el totemismo. Aquí el animal se considera más bien,
como el símbolo y la expresión del clan y por eso no se lo puede comer, sino en las
ceremonias sagradas. Pero han sido sobre todo Egipto y la India los que han convertido
la veneración de los animales en algo corriente. No es fácil sin embargo precisar, como
en otros casos, lo que podría haber de genuino simbolismo y lo que podía ser idolatría.
Nuestra sociedad secularizada se burla con frecuencia ante esas formas religiosas a las
que tacha demasiado tajantemente de idolatrías. Pero no conviene olvidar que también
hoy surgen nuevas formas de veneración sagrada a las personas y a las cosas que
degeneran la condición humana. El ansia de adoración no se extingue y lo que sucede es
que se cambian los objetos.
No se puede negar que la veneración apasionada y con rasgos de histeria colectiva que
se tributa a artistas, deportistas, aventureros o líderes políticos raya con frecuencia en la
idolatría. El entusiasmo que despiertan concursos de belleza o eventos deportivos
supera lo “normal” y se desborda en expresiones que parecen relacionarse con lo
absoluto. De nuevo el hombre venera humildemente a seres humanos y espera de ellos
como efluvios de felicidad y de dicha.
La idolatría es una deformación del objeto de la religión que sustituye a Dios por otras
realidades mundanas. Pero a esa deformación religiosa, hay que añadir las que
provienen de las actitudes deformes del sujeto en su forma de vivir o expresar su fe
religiosa.
El fanatismo suele ir unido a una cierta deformación psicológica por la que se estrecha
el campo de visión y solamente se capta una parcela o una dimensión. Todo lo demás se
niega con un imperativo categórico. De esa manera se alcanza una seguridad más plena,
ya que se niega lo discordante y sólo se tiene en cuenta lo que nos consolida. Este
fanatismo no se reduce al campo de lo religioso, sino que se da en todas las demás
dimensiones humanas, como la política, el nacionalismo, el deporte y aun las escuelas
científicas rivales.
Este escapismo del mundo real se puede realizar por diversas fronteras. La primera es
por la vía de la profundidad o interioridad. Se menosprecia lo material y visible, las
condiciones económicas y sociales y se tiende a valorar exclusivamente el mundo
interior de las intenciones, o se trata por medio del ascetismo de destruir las propias
tendencias que llevan a los bienes terrenos. Lo deforme está en que la religión, lejos de
revalorizar lo humano, ahondando sus raíces y ensanchando su horizonte, se convierte
en patria de refugio que deja al presente desolado.
El ascetismo puede ir en la misma dirección evasiva, aunque con una lucha directa
contra las propias pasiones, consideradas como perversas, y con la pretensión de
alcanzar formas de vida pura y superior. También aquí se olvida la realidad humana con
sus tendencias y deseos y se presume vencer nuestra condición para alcanzar la de los
ángeles inmateriales. Una dosis de ascetismo es esencial a toda vida humana y no sólo
en el campo religioso. Pero un ascetismo que pretende anular dimensiones
fundamentales de la vida, se equivoca en su pretensión y desconoce la obra de Dios que
nos creó con esa compleja variedad de grandeza y de miseria.
Pero el escape de la realidad se puede intentar también por la vía del pasado o la del
futuro. Es el romanticismo el que pretende idealizar las épocas pasadas y refugiarse en
ellas ante los males decadentes de la era actual. La imaginación religiosa ha recreado
también eras antiguas míticas e idílicas, donde los dioses se paseaban sobre la tierra en
contacto cercano con los hombres, dotados de una inocencia original. De esa manera se
configura el pasado de acuerdo a nuestras aspiraciones frustradas y se coloca en él
cuanto añoramos en el presente. La huida suele ser o hacia la era paradisíaca, o hacia la
de los grandes fundadores religiosos, para convivir con su influencia salvadora y sus
milagros, o hacia edades más cercanas en las que se considera que la religión estuvo
floreciente. También aquí la religión desampara la realidad para crearse refugios para
los que no son capaces de soportar la contundencia del presente.
Mucho más frecuente que hacia atrás, suele ser la huida hacia adelante, hacia el futuro,
hacia la era escatológica en que el bien se impondrá definitivamente sobre el mal. todo
cuanto ahora falta o es deficiente llegará a su plenitud en esa etapa definitiva de la
historia en que habrá hombres nuevos y tierra nueva. El camino hacia ese futuro de
esplendor se imagina ya por la vía de un progreso incesante hacia metas más altas, ya
por la vía pesimista de una creciente corrupción que provocará a última hora la
intervención saladora de Dios y la transformación del cosmos. En uno y otro caso
también el presente queda desvalorizado ante el fulgor esplendente de las eras futuras a
las que se huye. El “milenio feliz” de que habla el Apocalipsis ha sido una de las
imágenes más sugestivas en la historia religiosa y se ha secularizado en las modernas
ideologías que esperan un paraíso cercano al que se evaden para huir de las crueldades
del presente.
Como ya señalamos, estas deformaciones nunca suelen ser puras. La dimensión evasiva
suele estar mezclada a auténticas vivencias religiosas que ayudan a dar trascendencia al
presente real, sea desde sus orígenes numinosos, sea desde su futuro escatológico. Pero
teóricamente no es fácil señalar dónde termina la genuina religión y dónde comienza el
escapismo. Mientras la auténtica trascendencia enriquece la vida dándole profundidad y
sentido, la falsa significa una huida cobarde de los problemas vivos y palpitantes a
refugios prefabricados en base a la idealización y a la fantasía.