Sei sulla pagina 1di 2

Causas[editar]

El dictador René Barrientos Ortuño consideraba que en los centros mineros se estaba
gestando un nuevo movimiento guerrillero similar al del Che Guevara y por ello decidió
cortar de raíz cualquier posibilidad de una nueva guerrilla en Bolivia. A tal efecto decide
junto a su alto mando el tomar por sorpresa los centros mineros y de esta manera terminar
con cualquier amenaza a su gobierno.

La masacre[editar]
La población de los centros mineros llevó a cabo las tradicionales celebraciones de
la Noche de San Juan, con toda normalidad el 23 de junio por la noche, sin sospechar que el
Ejército se encontraban ya rodeándolos. Es así que la madrugada del 24 de junio, fracciones
del regimiento Rangers y Camacho de Oruro bajaban de los vagones del tren, empezando la
ocupación los campamentos mineros.
A los pocos minutos, las tropas se desplazaron hacia la plaza del Minero, el local sindical
de piedra, donde funcionaba la emisora La Voz del Minero.
Los jokaras fueron sorprendidos por un nutrido tiroteo en la zona de Llallagua y La
Salvadora, confundidos por la fiesta, y creyeron que se trataba de dinamitazos o cohetillos
usados en fiestas similares.
Sin embargo, los gritos desesperados de mujeres, el llanto de los niños y el lamento de los
heridos los sacaron de su error. Las viviendas de los mineros fueron atacadas por soldados
del ejército. Cientos de balas cruzaban por todas partes, mataban gente, aún cuando
estuviera dormida. Entonces ese ambiente de fiesta se tornó trágico; las calles, en esos
momentos, olían a sangre y el estallido de dinamitas y balas reemplazaban a los juegos
artificiales. Las mayores víctimas se registraron en el campamento denominado La
Salvadora, cerca de la estación ferroviaria de Cancañiri.
Al final de la ocupación, ningún medio pudo determinar la cantidad exacta de muertos,
heridos y desaparecidos.
La prensa orureña, creyó su deber, dejar sentado que se produjeron «enfrentamientos de
grandes proporciones». Muchos heridos no fueron al hospital, algunos obreros simplemente
desaparecieron, sin que se hubiesen podido establecer con exactitud, hasta el día de hoy, las
cifras de la masacre.
El diario La Patria informó que:
A las 4:55 de ayer, las poblaciones mineras de esta zona amanecieron con intensos disparos de fusiles,
ametralladoras y explosiones de dinamita, cuando las fuerzas del ejército y la policía minera ocupaban los
campamentos mineros en sangrienta acción.

Inicialmente se hablaba de 20 muertos y 72 heridos.


Fueron intervenidas las emisoras radiales Siglo XX y La Voz del Minero; sin embargo, en
la clandestinidad se informaba la lista de algunos muertos, heridos y desaparecidos. Los
primeros de la lista fueron Rosendo García, Ponciano Mamani, Nicanor Tórrez,
Maximiliano Achú, Bernardino Condorí, un niño de 8 años, y un bebé recién nacido (con
pocas horas de vida) y otros más.
Eduardo Galeano escribe sobre la Masacre de San
Juan[editar]
En esta noche de San Juan, mientras ocurre la mejor de las fiestas, el ejército se agazapa en las montañas. Casi nada
se sabe aquí de los guerrilleros del lejano río Ñancaguazú, aunque dicen que pelean por una revolución bella y
jamás vista, como la mar, pero el general Barrientos cree que en cada minero anida un taimado terrorista. Antes del
amanecer, al final de la fiesta de San Juan, un huracán de balas arrasa el pueblo de Llallagua. Parece fulgor de
huesos la luz del nuevo día. Después el sol se esconde tras las nubes, mientras los parias dela tierra cuentan sus
muertos y en carretillas los llevan. Los mineros marchan por un callejón de barro de Llallagua. La procesión
atraviesa el río, cauce de sucia saliva entre piedras de cenizas, y por las vasta pampa llega el camposanto de Catavi
(...) Hay que cavar muchos pozos. Cuerpos de todos los tamaños yacen en hilera, tendidos, esperando.
Eduardo Galeano, escritor uruguayo

Víctor Montoya escribe sobre la Masacre de San


Juan[editar]
Todo comenzó cuando las familias mineras se retiraban a dormir después de haber festejado el solsticio
de invierno alrededor de las fogatas, donde se bailó y cantó al ritmo de cuecas y huaynos,
acompañados con ponches de alcohol, comidas típicas, coca, cigarrillos, cachorros de dinamita y
cuetillos. Mientras esto sucedía en la población civil de Llallagua y los campamentos de Siglo XX, las
tropas del regimiento Rangers y Camacho, que horas antes habían tendido un cerco al amparo de la
noche, abrieron fuego desde todos los ángulos, dejando un saldo de una veintena de muertos y setenta
heridos entre las punzadas del frío y los silbidos del viento. Muchos dirigentes sindicales fueron tomados
presos esa madrugada y posteriormente torturados, como fue el caso de la célebre Domitila Barrios de
Chungara, férrea opositora de la dictadura.

Potrebbero piacerti anche