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Las cuentas regularizadoras tienen como objetivo ajustar otras cuentas contables, corrigiendo
su valor en determinadas ocasiones en las que la corrección no debe hacerse sobre la cuenta
principal. Por este motivo son cuentas que siempre acompañan a otras.
A estas cuentas también se las llama contra-cuentas ya que se utilizan de forma opuesta a las
cuentas que acompañan. Por ejemplo, mientras que las cuentas de activo suman por
él debe y restan por el haber, las cuentas regularizadoras de activo hacen lo contrario, es decir
suman por el haber y restan por él debe. Lo mismo ocurre con las demás cuentas
regularizadoras.
Si tenemos un determinado activo y éste se deprecia, lo que podemos hacer es acumular esa
depreciación en una cuenta regularizadora de activo, manteniendo de esta forma el valor
original del activo su cuenta correspondiente.
Cuando queremos conocer el valor actual del activo, debemos restarle, al valor que figura en
la cuenta de activo, el valor acumulado en la cuenta regularizadora.
Cuando suponemos con certeza que va a existir una pérdida podemos constituir una previsión
para esa pérdida en una cuenta regularizadora de activos, de tal forma de seguir manteniendo
los activos listados, pero al mismo tiempo reflejar el resultado de la pérdida si queremos
conocer el valor real de los activos.
Cuando contraemos la deuda, los intereses, que en realidad se irán devengando cada mes, ya
figuran en el pagaré y los estamos considerando pasivos cuando en realidad aún no lo son.
Cada vez que devengamos intereses, por ejemplo al finalizar cada mes, hacemos un asiento
debitando la cuenta “Intereses devengados” (de resultados negativos) contra “Intereses
negativos a devengar” (regularizadora de pasivo) que contenía el total de los intereses no
devengados y es desde donde vamos restando a través del haber.
Por ejemplo se utilizan para ajustar las emisiones de acciones cuando se hacen por un valor
menor al valor nominal.