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EXPERIENCIAS Y PROYECTOS

Prefacio de A.J. Greimas

0. NOTAS INTRODUCTORIAS

El campo semiótico conocido en los últimos años ha tenido progresos notables – al


menos las investigaciones teóricas y sus aplicaciones más representativas - son sin
duda las relacionadas con el análisis del discurso narrativo. A partir de la exploración
un poco apresurada de la “morfología” de Propp, la reflexión sobre la narrativa ha
dado lugar tanto a los proyectos de una disciplina autónoma, la “narratología”, como a
construcciones ligeras de “gramáticas” o de “lógicas” narrativas. En consecuencia, y de
manera contraria a lo ocurrido en la Unión Soviética o en los Estados Unidos, donde
los semióticos como E. Meletinsky o A. Dundes han hecho el esfuerzo de profundizar
en el conocimiento de los mecanismos internos de la narración limitados a los textos
etnoliterarios, la semiótica francesa ha visto en la obra de Propp un modelo que
permite una mejor comprensión de los principios mismos de la organización del
discurso narrativo en su conjunto. La hipótesis de la existencia de formas universales que
organizan la narración, explícitamente reconoce o implícitamente admite todas las
inspiraciones de las investigaciones conocidas y al mismo tiempo ha generado penosas
confusiones.

Independientemente de las críticas que se presentan sobre los presupuestos ideológicos


anticientíficos y que tocan – o no tocan – al conjunto de las ciencias humanas, la
primera de aquellas confusiones proviene de la aplicación mecánica de los modelos
proppianos – o de sus derivados triviales – a los textos literarios de gran complejidad.
Sin cuestionar el postulado de la universalidad de las formas discursivas, aquellas
prácticas, que frecuentemente se han ejecutado mal, han mostrado ineficaces los
procedimientos ofrecidos por la semiótica. Dos tareas, muy distintas, estaban
confundidas continuamente en ejercicios de esta naturaleza: la primera, el aumento de
nuestros conocimientos sobre las organizaciones narrativas, con frecuencia, adoptadas
por gusto o por necesidad como procesos deductivos y formalistas; por contra, la
segunda, busca potenciar el conocimiento de los modelos narrativos con el propósito
de leer aquellos objetos semióticos complejos y particulares como son los textos, y
sobre todo, los textos literarios. Nada más sorprendente que la pobreza de medios que
conduce a lecturas insignificantes.

Dos clases de errores – o de insuficiencias – explican este estado de la cuestión.


Algunos semióticos no han tenido en cuenta los resultados de las investigaciones de
Dumézil o de Lévi-Strauss quienes han evidenciado la existencia de estructuras
profundas, organizadoras del discurso, pero subyacentes a las manifestaciones de la
narrativa de superficie del tipo proppiano. Han olvidado evaluar la enorme distancia
que separa el despliegue narrativo de la linealidad del texto manifiesto y que los
investigadores de la retórica y de la lingüística textual comienzan a explicitar con
dificultad. La lectura de un texto literario reducida a su dimensión narrativa superficial
se empobrece al extremo, tanto más que los modelos de análisis narrativos tomados de
Propp, los cuales, rectificados de manera significativa, son cada vez menos adecuados
para dar cuenta de los objetos de una complejidad estructural siempre más amplia.

Como preludio a una obra de iniciación a los problemas generales de la semiótica, este
texto desea ilustrar uno de esos problemas más candentes mostrando, por una parte, lo
más claro posible, aquello que puede ser considerado una experiencia de los proyectos
de la semiótica y de las hipótesis que desean abrir la visión a nuevas investigaciones.

I. EXAMEN CRÍTICO DE LA “MORFOLOGÍA” PROPPIANA

1. Problemas del lenguaje descriptivo

Sin pretender minimizar la importancia de los descubrimientos de Propp es necesario


decir, sin embargo, que la presentación de los resultados de su análisis carece de rigor
y exhibe lagunas evidentes.

a) Expresar, como lo hace Propp, que el cuento es la sucesión de 31 (sic) funciones


supone una definición condicionada al concepto de “función”. O, si se puede confiar en
la intuición de Propp hasta lo que él considera las “funciones” como recubrimientos de
las “esferas de acción” de los personajes del cuento, las formulaciones que suministra
sobre diferentes funciones, frecuentemente, nos generan dudas: si la “partida del
héroe” aparece como una “función” correspondiente a una forma de actividad, la
“falta”, lejos de representar un hacer, designa sobre todo un estado y no puede ser
considerado como una función.

De esta manera, lo que se considera el inventario de las denominaciones de las


“funciones” proppianas, dan la impresión de que sirven, en esencia, mucho más para
resumir, subsumiendo las variantes y generalizando su significación, las diferentes
secuencias del cuento que señalaron los diferentes tipos de actividades, cuya sucesión
presenta al cuento como un programa organizado. El lenguaje descriptivo utilizado
por Propp se exhibe también como un lenguaje documental: sin adjudicarle otras
exigencias, se le puede aplicar algunos principios simples que rigen la construcción de
tales lenguajes, buscando, en primer lugar, ofrecer a esta sucesión de “funciones” una
formulación canónica uniforme. Para disminuir fidelidad a la noción de “esfera de
acción”, se puede representar por ejemplo, de manera uniforme, cada “acción” por un
predicado (donde “función” tiene el sentido lógico de “relación”), completando esta
representación de la “acción” por la conjunción de actantes (≅ “personajes”) implicados
en la acción. La “función” proppiana tomará entonces la forma canónica de un
enunciado narrativo:

EN = F (A1, A2,...)
Sin traicionar de ninguna manera la intuición proppiana, tal observación homogénea
constituye así un preámbulo para una reflexión formal: permite por ejemplo, visualizar
la función “la partida” como una invariante y examinar los actantes que están
implicados en diversos espacios del texto como variables; ello facilita asumir tal actante
como invariante, la reunión de todas sus funciones como constituyentes de su “esfera
de acción”, etc.

b) Tal tentativa de uniformidad requiere de un rigor significativo, no puede perder de


vista las lagunas y las ambigüedades de la propuesta proppiana. Así, inscrito en la
secuencia narrativa, un enunciado narrativo que señala la partida del héroe, no puede
pasar por alto la ausencia de la “llegada del héroe”; de igual manera, examinando la
función proppiana de “la boda”, vemos un sincretismo de al menos dos enunciados
narrativos: la boda implica la entrega que hace el padre (o el rey) de su hija al héroe,
pero también la relación contractual entre los dos interesados. El problema de la
escritura “correcta” de unidades narrativas se excede: el hecho de que un enunciado
narrativo, lógicamente necesario, se omita en las manifestaciones textuales y que, por el
contrario, un segmento textual señale dos enunciados narrativos subyacentes, pone en
duda el estatuto teórico de aquello que para nosotros es sólo un discurso documental
sobre el texto narrativo explicado a través de sus ocurrencias. En lugar de ser un
resumen documental de aquello que se encuentra en los textos que recubre, ese
segundo discurso aparecerá como una representación sintáctica – semántica, a la vez
transformada y desembragada, que adopta el lugar de una estructura profunda ubicada
encima de las estructuras de superficie que son los textos – ocurrencias.

2. El reconocimiento de regularidades

Hemos visto que la simple normalización de las denominaciones de las “funciones”


proppianas, formuladas como enunciados narrativos, permiten reconocer un cierto
número de regularidades al interior de la “secuencia” que constituye, según Propp, el
cuento como relato.

a) Cl. Lévi-Strauss ha sido pionero en llamar la atención de los investigadores


sobre la existencia de proyecciones paradigmáticas que recubren el desarrollo
sintagmático del relato proppiano, y ha insistido en la necesidad de proceder a
la articulación de “funciones”. En efecto, los enunciados narrativos pueden estar
unidos no por el hecho de su cercanía textual, sino a distancia, tal enunciado
apela – o mejor, recuerda – a su contrario ubicado anteriormente, las nuevas
unidades narrativas – discontinuas a diferencia de la trama del relato, pero
constituidas por las relaciones paradigmáticas que aproximan sus predicados-
funciones – aparecen entonces como parejas del tipo:

/partida/ vs /retorno/
/creación de la falta/ vs /liquidación de la falta/
/establecimiento de la prohibición/ vs /ruptura de la prohibición/, etc.

Al interior del esquema sintagmático, esas unidades paradigmáticas desempeñan un


papel organizador del relato y se constituyen en una especie de armadura. Además: la
simple “secuencia” de enunciados narrativos no es un criterio suficiente para dar
cuenta de la organización del relato, sólo el reconocimiento de las proyecciones
paradigmáticas permite hablar de la existencia de estructuras narrativas.

b) De otra parte, la lectura del inventario de las “funciones” proppianas revela no


sólo la existencia de unidades sintagmáticas de dimensiones más grandes que
los enunciados narrativos – se pensará, en primer lugar, en pruebas -, sino
también su naturaleza recurrente. Se pueden observar dos clases de
recurrencias. Inicialmente, nos encontramos las duplicaciones (una prueba que
no está seguida de la misma prueba que acepta) y/o las triplicaciones (tres
pruebas que continúan y se orientan a la obtención de un mismo objeto de
valor): la significación funcional de estas recurrencias – las cuales señalan la
intensidad o la totalidad del esfuerzo – no es inconveniente, el estudio
comparativo de las unidades recurrentes permite reconocer las características
invariantes y formales de las pruebas y distinguirlas de las investiduras
semánticas y figurativas variables.

Después de la reducción de esa clase de recurrencias, se presenta una serie de


pruebas que asumen la forma canónica ya reconocida, se distingue la una de la
otra por la diferencia de los objetos de valor referidos y por su posición en la
secuencia sintagmática. En otras palabras, junto a las relaciones paradigmáticas
antes mencionadas, se encuentran igualmente las relaciones sintagmáticas,
susceptibles de jugar el papel organizador de las estructuras narrativas. El
reconocimiento de una estructura relacional organizadora del relato, reemplaza
así la definición proppiana del cuento como “una sucesión de (31) funciones”.

II. LAS ESTRUCTURAS NARRATIVAS: DESPUÉS DE PROPP

1. El esquema narrativo.

1.1. Un conjunto de pruebas

Se puede preguntar sobre lo que se mantiene de la definición proppiana del cuento


después de ese primer examen analítico, que nos ha permitido sustituir la noción vaga
de “función” por la fórmula canónica de enunciado narrativo, reconocer la existencia
de unidades narrativas de carácter tanto paradigmáticas como sintagmáticas,
constituidas por las relaciones que mantienen entre sí los enunciados narrativos y la
interpretación del relato como una estructura narrativa, es decir, como una extensa red
de relaciones subyacente al discurso de superficie que se manifiesta sólo en parte. Es
evidente que se puede interrogar sobre lo que significa la noción de “sucesión”,
elemento capital de la definición de Propp: ese concepto designa simplemente que los
enunciados narrativos ocurren uno tras otro en la manifestación lineal de la
narratividad tomando la forma de discurso – sin ser falso, nos remite de nuevo a la
concepción de la “morfología” como un simple resumen de eventos referidos en el
cuento – o bien nos invita a considerar el dispositivo sintagmático del relato como
poseedor de un “sentido”, una direccionalidad, ¿una intencionalidad subyacente que
nos sugiere la interpretación? Esta es la segunda hipótesis que proponemos ahora.

Digamos que la lectura atenta de Propp no deja de ser elaborada para la recurrencia de
tres pruebas articuladas y para el conjunto del relato, ellas son:

- La prueba calificante,
- La prueba decisiva y
- La prueba glorificante.

Al seguir paso a paso el héroe del cuento maravilloso se encuentra que éste, después
de haber aceptado su misión, debe asumir una especie de prueba de admisión que le
permita adquirir – o le confirme como sujeto competente – la cualificación requerida
para emprender la búsqueda que se complementará con el compromiso decisivo y la
obtención del objeto de valor pretendido; esos hechos significativos lo conducirán a ser
reconocido y glorificado como héroe. Si se piensa un poco, se puede identificar que se
trata de una “historia” completa que no es relatada, es la historia de una vida ejemplar
en la cual las pruebas articulan los tres episodios fundamentales que siempre repiten
todos los narradores en el mundo: la cualificación del sujeto, manifestada en formas
diversas (ritos de iniciación, ritos de paso, concursos y patentes); en fin, la vida del
sujeto considerada como un espacio virtual que el ser humano está llamado a llenar
con sus actos haciendo algo y al mismo tiempo, manifestándose; el reconocimiento, esa
mirada de los otros que juzgan los actos de su autor y le constituyen en su ser.

Obviamente esa es sólo una versión, entre otras, que nos ofrece el imaginario humano
sobre el “sentido de la vida” presentado como un esquema de acción: las variaciones del
tema son numerosas, han abierto un amplio número de ideologías. Por ahora, lo
importante es el reconocimiento de un principio de organización invariante que
permite considerar ese esquema como un concepto operatorio. El punto de vista
proppiano nos sugiere la posibilidad de leer todo discurso narrativo como una
búsqueda de sentido, del sentido atribuido a la acción humana: el esquema narrativo
aparece entonces como la articulación organizadora de la actividad humana que lo
erige en significación.

Tal concepción del esquema narrativo – es un aporte significativo para iniciar la


respuesta a la controvertida pregunta que busca conocer lo que es el relato -
evidentemente, no es más que una hipótesis susceptible de convocar numerosas
investigaciones específicas. Es claro que el valor del modelo proppiano no reside en la
profundidad de los análisis que lo soportan, ni en la precisión de sus formulaciones,
sino en su provocación, en su poder de suscitar hipótesis: la característica del enfoque
de la semiótica narrativa en sus inicios es sobrepasar, en todo sentido, la especificidad
del cuento maravilloso. La ampliación y consolidación del concepto de esquema
narrativo canónico se constituye así en una de sus tareas actuales.

Si la “secuencia” proppiana, interpretada como una intencionalidad significante y


situada en un nivel más profundo que la simple linealidad de la manifestación
discursiva, permite postular la existencia de un esquema narrativo organizador, la
articulación lógica de ese esquema ofrece, por el contrario, la imagen de una “secuencia
retrospectiva”. Las tres pruebas, para no dejarlas por fuera, en efecto ocurren, en la
línea temporal (o gráfica), unas y otras, pero no existe ninguna necesidad lógica para
que la prueba calificante surja a continuación de una prueba decisiva o que aquella sea
sancionada: hay ejemplos de sujetos competentes que nunca pasan a la acción y
acciones meritorias jamás reconocidas. De modo distinto, la lectura de una secuencia
retrospectiva instaura un orden lógico de presuposición: el reconocimiento del héroe
presupone la acción heroica; aquella, a su vez, presupone una cualificación suficiente
del héroe (abstracción hecha evidente por el dispositivo de valores de verdad que,
sobre determinando las diferentes pruebas, introduce las nuevas variables) La
intencionalidad del discurso narrativo, simple hipótesis de partida, encuentra su
justificación, en la forma del desarrollo genético del organismo, después de todo, en el
acuerdo lógico identificado.

1.2. La confrontación

La reflexión que nos ha permitido identificar el concepto de esquema narrativo se basa,


en gran parte, en el estudio del cuento maravilloso proppiano. Si analizamos de
manera más detallada, se percibe que ese cuento en lugar de constituir un todo
homogéneo, es en realidad un relato complejo o al menos doble, porque se presenta
como la relación de pruebas a cumplir por parte del sujeto (héroe), al mismo tiempo,
contiene – es verdad, de manera implícita – otra historia, aquella del antisujeto
(traidor), dos relatos que se cruzan y entrelazan, sin distinción desde el punto de vista
de su organización formal, positiva o negativa dependiendo de su tinte moral. Lo
anterior, lejos de ser una característica constitutiva del relato, no es más que una sobre
determinación secundaria y variable: el traidor proppiano, sobre determinado
negativamente, tiene un comportamiento comparable a aquel de Pulgarcito, héroe
positivo; el Ogro presentado como un “traidor”, no se distingue esencialmente del
hecho de su modalización de un poder-hacer al estado puro, del heroico Roland que
rehúsa a tocar la trompeta para recurrir así a cierto “saber-hacer”.

El hallazgo de ese desdoblamiento nos obliga a considerar el esquema narrativo como


constituido de dos recorridos narrativos, propios de cada uno de los sujetos (sujeto y
antisujeto) instalados en el relato. Esos recorridos se pueden desarrollar de manera
separada, uno de los dos dominando, por ejemplo, el inicio y el otro el final de la
narración: sin embargo, es necesario que en algún momento se reúnan y superpongan
para que se dé lugar a una confrontación de los sujetos, por tanto, constituyen uno de
los pivotes del esquema narrativo. A su vez, la confrontación puede ser polémica,
transaccional, se manifiesta tanto por un conflicto como por una transformación,
distinción que permite reconocer dos concepciones de las relaciones humanas (lucha de
clases por ejemplo, opuesta al contrato social) y divisar, según sea el criterio, los relatos
en dos grandes clases.

1.3. Circulación de los objetos y comunicación entre sujetos

El tema de las confrontaciones, sin importar que sean violentas o pacíficas, está
constituido por los objetos de valor codiciados por las dos partes enfrentadas y sus
consecuencias se reducen a las transferencias de objetos de un sujeto al otro. Así, la
confrontación puede ser resumida en sus resultados en una fórmula canónica simple:

S1 U O ∩ S2

que expresa que después de un enfrentamiento o de una transacción, uno de los sujetos
estará necesariamente disjunto del objeto de valor mientras que su antagonista estará
en conjunción con él. En el cuento maravilloso tales transferencias se producen muchas
veces (el traidor toma a la hija del rey, el héroe la recupera y la devuelve a su padre que
la entrega en matrimonio), y la etnoliteratura conoce una clase de relatos caracterizada
por el encadenamiento infinito de transferencias de objetos. El relato puede, desde ese
punto de vista, definirse por la circulación de objetos, cada transferencia constituye un
pivote narrativo a partir del cual todo puede reiniciar.

Sin embargo, - y esto puede ser lo más importante – aparece aquí una nueva distinción
entre dos niveles diferentes de profundidad: si el conjunto del relato parece sostenido
por una clase de sintaxis elemental de transferencias, el desplazamiento de objetos es al
mismo tiempo recubierto por un nivel más superficial, por las configuraciones discursivas
de todas clases (pruebas, secuestros, engaños, contratos, dones y contra dones) que las
desarrollan de manera figurativa. De lo anterior, resulta que los dos niveles
reconocidos pueden ser descritos y estudiados separadamente y, para dar cuenta del
funcionamiento interno del texto narrativo es necesario establecer, de una parte, las
reglas de circulación de los objetos de valor y, de otro, instaurar una tipología de las
configuraciones discursivas gramaticales a través de las cuales esas transferencias se
manifiestan: la nuevas reglas de restricción precisan las condiciones de enlace de las
transferencias, establecerán el puente entre las representaciones lógicas y figurativas de
la narratividad.

La circulación de objetos no es entonces algo mecánico y dado en sí mismo; como un


balón durante un partido de fútbol, cambia permanentemente de espacio, el objeto de
valor requiere ser ubicado y atrapado por los sujetos actuantes. Las configuraciones
discursivas que hemos situado de una manera un poco apresurada, sobre la dimensión
figurativa del texto, recubren no solamente las transacciones de objetos, sino también
un conjunto de actos ejecutados por los sujetos que realizan las transferencias: en otras
palabras, la circulación de objetos presupone la ubicación en un lugar anterior de los
sujetos que los manipulan, una estructura de la comunicación en la que los objetos
circularán como mensajes.

2. El programa narrativo

2.1 Los enunciados de estado

Mientras las configuraciones discursivas gramaticales mantienen su estatus de


cobertura figurativa de operaciones lógicas, vamos a reconocer y a distinguir
formalmente, sobre esta cobertura transparente, dos clases de sujetos: los sujetos de
estado y los sujetos de hacer, considerando en los primeros, sus junciones (conjunciones y
disjunciones) con los objetos, como los depositarios de valores, y los segundos como
los sujetos que al actuar, operan las junciones, transformando a los primeros. Los
sujetos de estado se definen en su existencia semiótica por sus propiedades
(capacidades, atributos): en efecto, no pueden ser reconocidos como sujetos que están a
la par en relación con los objetos de valor y participan en diferentes universos
axiológicos; a su turno, los objetos de valor sólo son valiosos si son referenciados por
los sujetos. Dicho de otra forma, no hay una definición posible del sujeto sin ponerlo en
relación con el objeto y a la inversa.

Por tanto, la representación canónica del sujeto toma la forma de enunciado de estado en
el cual la función está constituida por la relación entre el sujeto y el objeto:

S∩OóSUO

Tal formulación ofrece ventajas pues permite definir cada actante del esquema
narrativo, en un momento dado de la narración, por el conjunto de enunciados de
estado que lo constituyen.

2.2. Los enunciados de hacer

El sujeto de hacer opera las transformaciones que se ubican entre los estados. Así la
fórmula:
SUO S∩O

se lee como la representación de dos estados sucesivos de un sujeto que en un principio


está disjunto del objeto de valor y después se encuentra conjunto a él, lo anterior, a
partir de una intervención que determina la transformación. Tal intervención sólo
puede ser interpretada si se postula la existencia de un hacer transformador, ejercido
por un sujeto de hacer orientado, como objeto, a un enunciado de estado que él trata de
transformar: el enunciado de hacer es así un enunciado que rige a un enunciado de
estado. Señalando de forma redundante el sujeto de hacer como S1 y el sujeto de estado
como S2, se los puede representar de la siguiente manera:

F transf. [S1 (S2 ∩ O)] ó F transf. [S1 (S2 U O)]

La distinción de dos sujetos, S1 y S2, no resulta únicamente de una exigencia formal, se


basa en muchos casos observables: en el caso del “robo” los dos sujetos están en
sincretismo reunidos en un mismo actor, en el caso del “regalo”, el mismo estado de S2
es producido por el hacer de S1, distinto del primero.

Si se quiere traducir la fórmula propuesta en un lenguaje cotidiano se puede expresar


como “hacer-ser”, lo que constituye la definición tradicional del acto: los enunciados de
hacer y los enunciados de estado no son más que representaciones lógico – semánticas
de actos y de estados.

2.3. La sintaxis actancial

De forma inadvertida se encuentra una alternativa para la solución de un problema


que no cesa de inquietar a los semióticos, la eventual definición del “relato mínimo”:
en efecto, si se propone el relato, intuitivamente, como “algo que ocurre”, nuestra
concepción del acto como producción de un nuevo estado puede dar lugar a tal
definición.

De todas formas, las conclusiones que se sugieren se distinguen fundamentalmente de


aquellas que se adoptan en la cotidianidad, según las cuales el relato mínimo sería una
clase de micro relato susceptible de combinarse con otros micro relatos para constituir,
en el conjunto de integraciones, los entrecruzamientos y encadenamientos sucesivos, el
macro relato correspondiente a las dimensiones del texto narrativo en su conjunto.
Para nosotros, la diferencia entre el “micro relato” y el “macro relato” es una diferencia
de naturaleza y no de dimensión.

De inicio se impone una precisión terminológica. Al hablar del enunciado de hacer


como la representación de un acto productor de un estado, se ha omitido señalar –
dándolo por sentado – que no se trata de un acto efectivamente realizado, sino de un
acto expresado, de un acto “escrito” por así decirlo. También es necesario considerar la
fórmula objeto de estudio como representante no del acto, sino del programa narrativo
que da cuenta de la organización sintáctica del acto.

En consecuencia, se puede retomar la observación hecha en el punto 2.2.1, según la


cual el enunciado de estado puede servir para definir sin importar el actante del
esquema narrativo en cualquier momento de su establecimiento, para complementarlo
mediante la adición que también es válida para los enunciados de hacer, susceptibles
de definirse como sujetos de hacer diferentes actantes de la narración (destinador,
sujeto, anti-sujeto, etc) De ello resulta que el sujeto de hacer y el sujeto de estado que
acabamos de definir no son actantes semióticos participando directamente, en tanto tales,
en el esquema que organiza el discurso, sino actantes sintácticos, una clase de
indicadores sintácticos del modus operandi y significante, que permiten calcular las
operaciones efectuadas por diferentes actantes y medir su “ser” en aumento y/o
disminución constante a través del desarrollo del relato. En otras palabras, los
programas narrativos son las unidades narrativas que revelan una sintaxis actancial
aplicable a toda clase de discurso; dan cuenta de la organización de diferentes
segmentos del esquema narrativo, sin ser constituyentes de ese esquema que
corresponde, según el sentido que da Martinet al término, a una “articulación” más del
discurso.

Los programas narrativos (que representamos PN) son unidades simples pero son
susceptibles de expansiones y complicaciones formales que no cambian en nada su
estatus de fórmulas sintácticas aplicables a las más diversas disposiciones narrativas.

a) Así, como ya mencionamos, hablando de pruebas, de hechos duplicados o


triplicados que son en realidad multiplicaciones cuantitativas de PN en las
cuales las significaciones funcionales (al interior del esquema narrativo) de
intensificación y de totalización son evidentes.
b) Se agregan esas multiplicaciones de PN debido a la proliferación de objetos de
valor referidos (Pulgarcito regresa con sus hermanos después de adquirir las
riquezas)
c) Una relación hipotáctica puede regir dos o más PN con nexo entre ellos, un PN
de uso precediendo el PN principal (el mono, para atrapar el banano, busca un
palo)
d) Finalmente, se puede introducir el cálculo de PN correlacionados, dando cuenta
de las transferencias de objetos y de la comunicación entre sujetos (c.f. “Un
problème de sémiotique narrative: les objets de valeur”, en Languages, No 31)

La lista de complejidades de los PN no es exhaustiva, sin embargo, ofrece las


indicaciones suficientes para una posibilidad de una formalización más sólida de la
sintaxis actancial, herramienta indispensable para el análisis del discurso.

III. UNA SEMIÓTICA DE LA ACCIÓN

1. La perfomance del sujeto

Es posible regresar ahora al esquema narrativo para ver cómo se manifiestan los
diferentes elementos de la sintaxis actancial, cómo, más exactamente, los PN, en los
cuales creemos haber reconocido los mecanismos apropiados que dan cuenta de la
narratividad, funcionan al interior de grandes unidades que constituyen ese esquema.
Procediendo paso a paso, no consideraremos el esquema en su conjunto, sino un
recorrido narrativo que lo compone (v. supra, 1.2) y no el recorrido completo, sino uno de
sus sintagmas, aquel que incluye y corresponde en el modelo proppiano a la prueba
decisiva. Consideramos que ese es el lugar privilegiado del relato donde el héroe,
después de su triunfo, puede finalmente realizar la misión de la cual está encargado: es
el momento del recorrido narrativo que parece estructuralmente más cercano a la
definición de PN en tanto que acto performativo.

Sin embargo, no hay que olvidar que el PN es la forma canónica que da cuenta, en
principio, de todo acto, cualquiera que sea: su proyección, con fines de identificación,
sobre el sintagma del recorrido narrativo propuesto debe estar acompañada de la
puesta en escena de un cierto número de restricciones que, protegiendo las
características del acto, tendrán la tarea de especificarlo y distinguirlo de otras
manifestaciones posibles del PN. Las principales restricciones son las siguientes:

a) Primero tenemos que postular la reunión del sujeto de hacer y el sujeto de


estado en un solo actante narrativo: esto a condición de que el sujeto semiótico
pueda ser reconocido como ser y como actuante (se nota que al contrario, la
separación del sujeto de hacer del sujeto de estado, manifestada por ejemplo en
la configuración “don”, caracteriza la relación entre Destinador y Destinatario)
b) El sujeto así constituido debe orientarse al objeto investido de un valor
descriptivo. Los valores descriptivos se definen por la exclusión de valores
modales (v.infra) y se dividen en valores pragmáticos (en todos los universos
axiológicos posibles) y valores cognitivos (constituidos por la orientación no
hacia el objeto de valor, sino por el saber sobre ese objeto): sobre la naturaleza
de los valores referidos diremos que, en el primer caso, el recorrido narrativo se
ubica en la dimensión pragmática y, en el segundo, en la dimensión cognitiva, el
sujeto ejerce el hacer pragmático o cognitivo.
c) La tercera restricción se ubica finalmente en el modo de existencia semiótico del
programa narrativo: para aplicarse al componente del recorrido narrativo que
examinamos, el PN debe estar realizado, el hacer ejecutado conduce al resultado
inscrito en el enunciado de estado (conjunción o disjunción)

El PN, sometido a estas restricciones – pero susceptible de las expansiones


mencionadas en el punto 2.2.3 – define la composición del recorrido narrativo llamada
perfomance del sujeto.

2. La competencia del sujeto

Parece evidente que el sujeto no puede lograr una perfomance si no posee previamente
la competencia necesaria: la presuposición lógica constituye así, antes que otra
consideración, la base de la composición del recorrido narrativo que precede la
perfomance. Asimismo, si la perfomance corresponde, no obstante las restricciones
introducidas, a la definición del acto como un “hacer-ser”, la competencia puede ser
formulada en el mismo registro intuitivo, como la condición necesaria del acto, como
“aquello que hace ser”.
Pero, de forma contraria a lo que ocurre cuando se quiere definir el concepto de
perfomance, la definición de la competencia no se puede obtener partiendo del modelo
del PN y del enunciado de hacer que constituye el núcleo: la competencia es “aquello
que hace ser”, es del orden del “ser” y no del “hacer”. En consecuencia, es la estructura
del enunciado de estado que debe tomarse como punto de partida de su estudio, y el
sujeto competente, en principio, debe estar definido con la ayuda de propiedades que
están en conjunción con él y se constituyen como las restricciones que lo caracterizan
como un sujeto de estado.

a) El sujeto competente debe estar ligado a un PN que eventualmente tendrá que


ejecutar, programa que, en relación con el modo de existencia semiótica, tendrá
el estatuto de PN actualizado (y no realizado):

S ∩ PN (a)

b) Por otra parte, el sujeto competente debe estar dotado de “evidencias” de la


realización de ese PN, lo que quiere decir que debe poseer un conjunto de
modalidades de deseo y/o deber y de poder y/o saber hacer. En consecuencia,
como sujeto de estado, el sujeto competente debe estar en conjunción con un
objeto investido de un complejo de valores modales (y no descriptivos)

S ∩ Ov (deseo/deber + poder/saber)

El objeto modal referido está constituido por un conjunto de sobre determinaciones del
hacer, es decir de propiedades que debe poseer la acción antes de hacerse efectiva,
anterior a su realización: para conjuntarse con el objeto, el sujeto competente aparecerá
como dotado de un hacer actualizado, como un sujeto semiótico en potencia.

Rem. Para evitar eventuales confusiones, es necesario resaltar que dada nuestra
propuesta estructural, aquí se entiende por competencia del sujeto una
combinatoria de modalidades compatibles (cf. “Pour une théorie des modalités” en
Langages, sep.1976): la competencia no es siempre positiva, puede ser insuficiente
o incluso negativa, de tal manera que la perfomance puede ser exitosa o conducir
al fracaso.

Esas son las condiciones generales que determinan el estado del sujeto que está listo
para pasar al acto, en la posición inmediatamente precedente a la perfomance. Sin
embargo, considerar la competencia como un estado ayuda a esbozar la descripción
pero no resuelve por completo la problemática. Los enunciados que formulan ese
estado son interpretados como regidos por los enunciados de hacer dando cuenta de
transformaciones que conducen a la constitución de los “estados de las cosas”. En otras
palabras, la existencia del sujeto competente introduce el problema y presupone el
mecanismo de la formación de la competencia. El relato proppiano es así muy
revelador: las pruebas calificantes, numerosas y diversas, que se hallan desarrolladas,
manifiestan la importancia que el relato otorga a la adquisición de la competencia.

No es de extrañar que la formación de la competencia una vez constituida, aparece


como un “estado” del sujeto y toma la forma sintáctica previsible de un conjunto de PN
destinados a producir su enriquecimiento progresivo. Sin embargo, contrario a lo que
pasa con la perfomance en la cual los dos sujetos – sujeto de hacer y sujeto de estado –
se encuentran en sincretismo, el sujeto operador aparece aquí como una posición
sintáctica disponible, susceptible de estar ocupado por dos actores diferentes. Entre el
simple don del Destinador y las cualificaciones adquiridas en la lucha del sujeto mismo
– dos representaciones imaginarias polarizadas del origen de la competencia,
correspondientes más o menos a una serie de dicotomías tales como determinismo y
libre arbitrio, innatismo y constructivismo – se ubican las formas ambiguas, los
términos complejos que dominan de un lado o del otro los dos polos: el mejor ejemplo
de esta prueba calificante, característica del cuento maravilloso, que incluye el combate
simulado, nos hace creer que el sujeto llega a ser competente por sus propios medios y
que deja relucir al mismo tiempo, sobre la máscara del adversario, la figura del
Destinador, proveedor verdadero de la competencia.

3. La concepción dinámica de las estructuras actanciales

Una concepción renovada del actante semiótico emerge progresivamente del estudio del
recorrido narrativo en el cual acabamos de identificar dos instancias lógicamente
relacionadas – la competencia y la perfomance -. Inicialmente reconocidas como una
virtualidad generadora del ser y del hacer, susceptible de articulaciones taxonómicas,
el actante aparece ahora portador de definiciones sintagmáticas complementarias.

Tomemos el caso del sujeto semiótico: se observa que independientemente de que se


presente en uno u otro de los componentes, el sujeto es competente o ejecutante. Esta
distinción es todavía un poco rústica: desde el punto de vista sintagmático, el sujeto
realiza, sobre el esquema narrativo previsible, un recorrido narrativo que está
compuesto de un conjunto de estados, cada estado se distingue del que le precede debido
a una trasformación generadora de discontinuidades evidentes. En consecuencia, no es
suficiente hablar del sujeto semiótico en abstracto, basado en los conceptos de
individualidad y de la “permanencia del ser”, todavía falta precisar su posición
sintagmática (entendida como la situación del estado del sujeto en contraste al conjunto
de recorridos) y el estatuto modal que caracteriza a cada etapa de ese recorrido (el sujeto
es competente en lo sucesivo, por ejemplo, según el deseo, poder, saber hacer) así, a
medida que el recorrido narrativo se descompone en un conjunto de estados narrativos,
se asumirá por rol actancial una definición a la vez posicional y modal de cada uno de
esos estados.

Surge una primera dificultad cuando se quiere identificar esta concepción dinámica del
actante semiótico: percibimos que el sujeto no es una simple sucesión de roles
actanciales que asume, por el contrario es, en cada estado del recorrido, el conjunto
organizado de roles actanciales adquiridos a lo largo del recorrido precedente, que el
“héroe”, por ejemplo, no es solamente el sujeto ligado al instante en el cual sale
victorioso de su combate decisivo, sino también, tiene tras él todo un “pasado” que,
desde sus “inicios” y a través de pruebas lo ha llevado a ser lo que es. Esa es una de las
grandes dificultades pero también interés principal de la semiótica discursiva: el
discurso, contrario a la frase aislada, poseedor de una “memoria”; si, desde cierta
perspectiva, se puede decir que está hecho de una sucesión de enunciados,
inmediatamente se debe agregar que a la manera de un “sí” francés que presupone un
“no” anterior, un enunciado inscrito en la continuidad del discurso “recuerda” que un
estado definido presupone un estado latente anterior. ¿Éste resulta de una especie de
incompatibilidad del estado anímico – o de naturaleza? – el análisis del discurso
narrativo y la gramática transformacional sólo tratan las transformaciones entre
enunciados susceptibles de ubicarse paralelamente y no los conjuntos ordenados de
enunciados. Es ahí también donde reside la dificultad de aprovechar, para ese tipo de
análisis, las reglas demostradas del cálculo lógico que se basan en el principio de
sustitución de enunciados o de segmentos tautológicos.

Ahora es más sencillo distinguir el rol actancial del estatuto actancial: a continuación del
rol actancial sólo la superposición que se agrega, en un momento dado del recorrido
narrativo, constituye al actante que sigue la progresión sintagmática del discurso, el
estatuto actancial es aquel que se define teniendo en cuenta la totalidad de su recorrido
anterior, manifestado o simplemente presupuesto. Así, por ejemplo, el adyuvante es un
actor que asume un rol actancial de sujeto del cual está disjunto en tanto que actor; el
estatuto actancial del sujeto, en el momento de la adquisición del adyuvante, está
constituido por su propio recorrido anterior más el adyuvante.

4. Los modos de existencia semiótica

En nuestra pretensión de claridad, utilizamos para ilustrar la problemática de la


organización de los roles actanciales, los ejemplos ubicados principalmente en el
segmento del recorrido donde se encuentra ubicada la formación de la competencia, es
decir, en el fondo correspondiente al sujeto semiótico en tanto que sujeto de hacer.
Desde ese punto de vista, como instancia original de sus actos, el sujeto pasa
sucesivamente por tres modos diferentes de existencia semiótica:

Sujeto virtual sujeto actualizado sujeto realizado

Tres estados narrativos en los cuales el primero es anterior a la adquisición de la


competencia, el segundo resulta de la adquisición y el último designa al sujeto
habiendo producido el acto que le conjuntó con el objeto de valor, realizado así su
proyecto.
Sin embargo, el sujeto semiótico puede ser considerado igualmente, en su calidad de
sujeto de estado, como una virtualidad que es susceptible de tomar su propia
“historia”. O el sujeto de estado se define esencialmente y solamente por su relación
con el objeto de valor, relación que depende de las variaciones a lo largo del recorrido
narrativo. Así, independientemente de las investiduras semánticas que pueden recibir
los objetos de valor, se puede hablar tanto de su estatuto modal como de sus modos de
existencia semiótica. Si un objeto no llega a tener un valor en la proyección del “querer-
ser” del sujeto, es decir dotado del estatuto modal de “ser querido”, se puede asumir
que antes de tomar un valor para el sujeto, el objeto sólo tiene una existencia virtual en
el seno del universo axiológico garantizada actancialmente por el Destinador. En
consecuencia, se puede decir que la asunción del sujeto y su inscripción en el programa
narrativo actualiza el valor, que la conjunción con el sujeto lo realiza, que una renuncia
lo revirtualiza o que una disjunción obliga a la reactualización… así se encuentran no
solamente los tres modos de la existencia semiótica de los objetos de valor:

objeto virtual objeto actualizado objeto realizado

que corresponden al recorrido general del sujeto y lo definen como ser, sino también
los nuevos desarrollos posibles a partir de la perfomance o renuncias a los objetos de
valor generan las prolongaciones del esquema narrativo, además, las nuevas
privaciones de los objetos sirven de pivotes narrativos, pretextos para el inicio de
nuevos recorridos.

IV. NUEVAS PERSPECTIVAS

1. Algunas conclusiones

1. Podemos observar bien las posibilidades de aplicación, para el análisis textual, de


tal teorización de los recorridos narrativos del sujeto: estos recorridos, asumidos
como el conjunto de sus variables, pueden ser considerados como modelos de
previsibilidad que se proyectan sobre textos particulares manifestados,
permitiendo así reconocer qué tipo de recorrido y a qué segmento del recorrido
corresponde el texto- particular. Una vez reconocida la “macro-estructura” del
texto, entonces es más fácil, sirviéndose de las herramientas elaboradas en el
marco de la sintaxis actancial (enunciados de estado y de hacer, PN, etc.),
introducirse en el análisis de las “micro-estructuras”.

2. También se puede concebir una explotación teórica impulsada por el


reconocimiento de los recorridos. Vimos que, abstracción hecha de los contenidos
investidos en el discurso narrativo y los sistemas de valores que participan en su
construcción, es posible reconocer los sujetos en su ser (en sus relaciones con los
objetos de valor) y en su capacidad de hacer (de producir actos organizados en
acciones), todo sujeto es susceptible de estar dotado de una definición a la vez
modal y posicional, es decir, formal y no substancial. La semiótica narrativa
suministra así un aparato sumarial con el propósito de constituir una tipología de los
sujetos semióticos, contribuyendo por tal medio a la elaboración de una semiótica de
las culturas.

3. De otro lado, el estudio del esquema narrativo lo mostró como dotado de una
estructura transaccional y/o polémica, poniendo en escena y confrontando sujetos
con competencias variables, con intencionalidades a menudo conflictivas. A partir
de una tipología de los sujetos, que es de orden taxonómica, puede ser construida
una sintaxis dinámica, concebida como una estrategia de la comunicación - entre
sujetos competentes que cambian cualquier objeto de valor -.

4. Este breve examen sintético permite medir el camino recorrido desde el


redescubrimiento, en Francia, de los primeros análisis narrativos de Propp,
caracterizados por la elaboración de una herramienta metodológica más rigurosa,
por la ampliación también de la problemática semiótica. Pero, si bien en el dominio
de la semiótica de la acción, tal como acabamos de circunscribirla, el semiótico
tiene la impresión a veces de avanzar con firmeza, en otros campos, y no son
pocos, queda mucho por recorrer.

2. El marco axiológico

En nuestro esfuerzo de explicación del modelo proppiano, partimos de un núcleo


central elaborado a partir de una sucesión de pruebas, y lo interpretamos como el
recorrido del sujeto, considerándolo así mismo el origen de la presencia de la
confrontación de los sujetos como el lugar privilegiado del esquema narrativo. Sin
embargo, este núcleo está lejos de constituir todo el relato: por el contrario, está
relacionado con un nivel jerárquicamente superior, por las estructuras actanciales y los
desarrollos narrativos de naturaleza diferente.

Así, el solo hecho del desdoblamiento del relato, característica del cuento maravilloso,
nos obliga a admitir la existencia de cierta organización económica que subsume los dos
relatos: sus recorridos narrativos - los del sujeto y del anti-sujeto- se desarrollan en
direcciones opuestas y se reducen a una fórmula de compensación, según la cual la
destrucción del orden social es seguida del retorno al orden, y la alienación es reparada
por los reencuentros con los valores perdidos. Todo acontence como si la organización
narrativa obedeciera a un principio de equilibrio que trasciende y rige las acciones
humanas cumplidas por los sujetos.

Lo que es igual para la intersección de los recorridos de los sujetos lo es también para el
componente acción tomado por separado. Esta se encuentra enunciada y encuadrada en
la estructura contractual que domina el desarrollo del relato: el contrato establecido
desde el principio entre Destinador y el sujeto - Destinatario rige el conjunto narrativo,
el resto del relato aparece entonces como su ejecución por las dos partes contratantes, el
recorrido del sujeto, que constituye la contribución del Destinatario, proseguido por la
sanción a la vez pragmática (la retribución) y cognitiva (el reconocimiento) del
Destinador.

Por consiguiente, la acción del sujeto se encuentra encuadrada por dos segmentos
contractuales: su establecimiento y su sanción que surgen de una instancia actancial
superior, que no es el sujeto. Se dirá que existe, adelante, una instancia ideológica para
informar la acción y, en retrospectiva, una nueva instancia para interpretarla y
homologarla con el universo axiológico que detenta. A manera de la lengua que, como
sistema, funda e instruye la palabra como práctica del lenguaje, la acción del hombre
parece, en esta perspectiva, tener sentido sólo si es inscrita en el universo de los valores
que lo rodea.

Se conocen las limitaciones que impone a esta forma de imaginario la sintaxis narrativa
de superficie exigiendo la ubicación de actantes antropomorfos. Dos figuras de
Destinadores - reunidos a menudo en un archí-actante- aparecen entonces, el primero
como el depositante de los valores que procurará inscribir en los programas de acción,
el segundo como el juez de la conformidad de las acciones con relación a la axiología
de referencia.

3. El recorrido de los destinadores

El estudio de los discursos narrativos se enriquece así de una nueva problemática poco
explorada todavía, y el esquema narrativo aparece compuesto por nuevos
componentes que se pueden identificar e interpretar como los nuevos recorridos
narrativos efectuados no por los sujetos, sino por los nuevos actantes denominados
como Destinadores semióticos.

Hemos señalado algunas diferencias que existen entre estos dos tipos de recorrido.
Resumámoslas brevemente.

1) Desde el punto de vista sintagmático, el esquema narrativo se presenta en su


conjunto como un doble recorrido del Destinador, en el cual los dos segmentos
- inicial y final- se articulan al recorrido del sujeto. Esta característica formal no
nos proporcionará información significativa si no se relaciona con otras
propiedades narrativas. Hay que añadir entonces que el recorrido del
Destinador se sitúa sobre la dimensión cognitiva del esquema y que el Destinador
ejerce allí un hacer cognitivo, contrario a la dimensión pragmática del recorrido
del sujeto y al hacer evenemencial somático que se manifiesta.

2) La relación existente entre los dos sujetos de hacer nos parecía ser de carácter
contractual, el esquema estaba construido por un doble intercambio, en primer
lugar por un cambio de compromisos, luego la reciprocidad de programas de
ejecución. Sin embargo, el contrato que los une no es igual, y una relación
jerárquica queda implícita allí, sería sólo por el hecho de que la estructura de
intercambio es para el Destinador el marco donde se ejerce su comunicación
participativa: mientras que el sujeto compromete en la transacción la totalidad de
su hacer y su ser, el Destinador, soberano generoso, ofrece todo, sin perder su
esencia.

Esas son sólo evidencias superficiales reconocidas a través del estudio del
esquema proppiano. Las determinaciones más precisas sólo aparecerán si se
consideran, por separado, ambos segmentos - inicial y final – del recorrido del
Destinador.

Al adoptar sólo el primer segmento de ese recorrido, inmediatamente se


destaca la diferencia entre ese Destinador inicial y el sujeto que habita en su
estatuto modal respectivo: mientras que el sujeto semiótico se define como un
sujeto de hacer, por su capacidad de actuar, de “hacer – ser” las cosas, el
Destinador, considerado desde ese mismo punto de vista, es aquel que “hace
hacer”, es decir que ejerce un hacer orientado a provocar el hacer del sujeto.
Esta definición de Destinador semiótico - caracterizado por su estatuto modal
factitivo y por su posición sintagmática antecedida e informada al sujeto - permite
considerar el recorrido de ese Destinador como una unidad narrativa autónoma
y separarlo del esquema de Propp en el cual aparece fijado como la expresión
de cierta ideología que sólo es una variante particular de las interacciones
posibles entre el Destinador y el Destinatario - sujeto. Así, la relación entre el
Destinador y el sujeto, tal como aparece en el relato proppiano, es la de una
jerarquía establecida y la interacción dominante/dominado que la caracteriza, es
dada por anticipado. Es posible entonces, y parece necesario, invertir los
términos del problema: en lugar de considerar el poder como preexistente al
hacer - hacer y como su fuente, se puede, al contrario, proponer que el hacer -
hacer, es decir la manipulación de los sujetos por otros sujetos, es generadora de
las relaciones de dominación y originan el poder establecido. Las
configuraciones discursivas de “halago”, “chantaje”, también pueden servir de
contra ejemplos de un segundo poder que recubre las relaciones jerárquicas
preexistentes.

Comprendemos entonces que el recorrido narrativo del Destinador, así


definido, puede aparecer no sólo como el lugar del ejercicio del poder
establecido, sino como aquel donde se esbozan los proyectos de manipulación y
se elaboran los programas narrativos destinados a movilizar los sujetos -
amigos o adversarios- a orientar el hacer deseado. Si, a un cierto nivel donde se
constituyen y ejercitan los actantes colectivos, la modalidad de hacer- hacer
puede definir el gobierno de los hombres, además, las estructuras modales
comparables pueden dar cuenta del gobierno de los hombres y para los
hombres: es decir que el recorrido narrativo observado es una construcción
formal susceptible de ser investida por ideologías diferentes. De igual manera,
el recorrido narrativo, considerado como tal, es indiferente al tipo de actantes
como el Destinador o el sujeto manifestado: Estados, sociedades, grupos
sociales o individuos.

Ahora, al considerar el segmento final del recorrido del Destinador, se percibe


que la figura del Destinador es diferente: ya no es el gran manipulador, maestro
orientador del universo que se presenta, sino un soberano como Mithra
custodio de los contratos, la equidad de las interacciones humanas y de la
verdad de las cosas y los seres. El hacer que se ejerce parece doble. Primero, se
trata de un hacer cognitivo de reconocimiento, es decir de identificación de los
actos realizados y de las maneras de ser presentadas junto a las normas de la
axiología que posee. Es el juez de la conformidad entre el hacer y el ser: las
acciones de los sujetos de acuerdo a los modelos preestablecidos son justas,
cuando los juicios de existencia a los cuales son sometidos los sujetos son
adecuados a las normas previstas, se vuelven verdaderas. La estructura modal
que caracteriza a tal Destinador es inicialmente el saber - hacer. El segundo tipo
de hacer, que sigue la conformidad establecida por el reconocimiento, es
investido por el término sanción, concepto complejo y ambiguo porque designa
al mismo tiempo el juicio de conformidad considerado como acto cognitivo y el
ejercicio del poder (retribución), y el hacer - saber (el reconocimiento público de
los actos del sujeto), el conjunto de estas modalidades se rige por un deseo
original.

Vemos como este Destinador se desprende progresivamente de la figura


soberana - mucho más dumeziliana que proppiana -, es posible otorgar al
recorrido narrativo que se acaba de trazar las grandes líneas de un estatuto a la
vez más autónomo y más general. Aquí, como en el estudio del primer
recorrido del Destinador, nos encontramos en presencia de la concepción,
heredada de toda una tradición mitológica y folklórica, de una soberanía
absoluta, preestablecida e indiscutible: un Destinador epistémico, único poseedor
de la justicia y de la verdad, que domina el conjunto del recorrido. Pero los
términos de la problemática se pueden invertir fácilmente y relativizar la
misma instancia epistémica. Si, en lugar de un Destinador que dispone de un
saber y de un saber - hacer asegurados, se imagina a un Destinador que se
encuentra en la búsqueda del saber verdadero y ejerce, de este hecho, un hacer
interpretativo permanente, el recorrido narrativo que trazamos, lejos de estar
dominado por la teoría de la verdad establecida (que sólo es un modo concebir
ese recorrido), será caracterizado por la búsqueda de las condiciones de verdad,
y la sanción soberanamente ejercida por el Destinador absoluto aparecerá como
una de las formas posibles de la adhesión del Destinador a la imagen del mundo
que se le presenta, adhesión que sanciona la búsqueda detectivesca, el trabajo
del investigador científico y la indagación del creyente.

¿Se presentan dos recorridos narrativos pertenecientes cada uno a un sujeto


Destinador distinto, o bien dos segmentos autónomos de un solo y único
recorrido que asume sucesivamente un solo Destinador? Toda respuesta, en
este momento de la investigación, sería presuntuosa y no aportaría nada a la
comprensión de los mecanismos cognitivos. El terreno apenas se prepara y la
búsqueda está en sus inicios.

Condé-sur-Huisne, 30 de junio, 1976 A.J.GREIMAS

Tomado de Courtés, J (1976) Introduction à la sémiotique narrative et discursive,


Hachette, Paris, pp. 5 – 25.
Traducción: Luis Fernando Arévalo Viveros.
Esta traducción tiene un fin exclusivamente didáctico.

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