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Víktor Shklovski, “El arte como artificio”, en Teoría de la literatura de los formalistas rusos, México, Siglo XXI,
1970, págs. 55-70.
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creadoras”2, la cual obliga al demiurgo a cumplir el objetivo, que plantea en su obra artística, con
el menor esfuerzo físico, espiritual, intelectual posible: “el mérito del estilo consiste en ubicar el
máximo pensamiento en un mínimo de palabras”3; por lo anterior, se deduce que aquel ente posee
cualidades muy significativas para el desarrollo correcto de otra función específica de la lengua: la
cotidiana. Además, Shklovski muestra la consecuencia mortal que atormentó a los usuarios de un
sistema lingüístico determinado: la automatización de la realidad; es decir, aquella en donde “todos
nuestros hábitos se refugian en un medio inconsciente y automático”4; lo cual, implica la
desaparición violenta de la existencia de mujeres y hombres puesto que abandonan su humanidad
para convertirse en los fríos engranajes que, con sus actividades automatizadas, hacen un funcionar
un sistema voraz, deletéreo, monstruoso. No obstante, ante aquel escenario catastrófico, aparece
milagrosamente un personaje muy cándido, muy artificioso que convierte al tornillo en clavadista,
a la tuerca en bailarina, al motor en baterista, al engranaje en poeta: es decir, el arte, el cual “es un
medio de experimentar el devenir del objeto: lo que ya está “realizado” no interesa al arte [porque
necesita mostrar, mediante el desarrollo de un procedimiento particular, lo que los ojos tanto desean
mirar]”5.
Aquél “devenir” señala claramente a ese ineludible procedimiento, el cual es expuesto
ampliamente por el pertersburgués mediante algunos ejemplos tomados de León Tolstoi (“Historia
de un caballo”). Con base en lo anterior, el autor llega a la conclusión de que el proceso de
singularización que explota Tolstoi, con el fin de oscurecer la forma “automatizada” de un objeto
cualquiera para cautivar violentamente la atención de quién lo observe pues este ahora percibe un
objeto “nuevo”, se particulariza por dos características muy ingeniosas: la primera, aquel escritor
no nombra los objetos, los describe; la otra, utiliza palabras que no concuerdan con la forma
aparente de la entidad descrita (por ello, la elegante sustitución de un látigo por un falo, de un
hombre racional por un caballo inocente, curioso).
El escritor de Sobre la prosa literaria muestra, además, las limitaciones que posee el
procedimiento antes expuesto: primeramente, “su finalidad no es la de acercar a nuestra
comprensión la significación que ella contiene, sino la de crear una percepción particular del
2
Ibídem., pág. 58.
3
Loc. cit.
4
Ibídem., pág. 59.
5
Ibídem., pág. 60.
2
objeto”6; la singularización (es decir, la sustitución de palabras) no es exclusiva del arte puesto que
es la base de todas las adivinanzas; en literatura, este procedimiento fabrica un objeto de manera
artificial, en otras palabras, el poeta configura los niveles de la lengua que estructuran su poema
con el fin exclusivo de atrapar la percepción del espectador.
También, Shklovski deduce algunas de las posibles cualidades esenciales de la lengua poética:
la primera, la obliga a ser, según Aristóteles, extraña casi como la situación incómoda que sufre
una lengua extrajera al invadir un territorio de costumbres lingüísticas ignotas; la asimilación y
adaptación del dolce stil novo, de arcaísmos, de barbarismos, de las particularidades léxicas y
fonéticas de los dialectos, de la intromisión enriquecedora de la lengua cotidiana en la poética, en
suma, “la lengua de la poesía es una lengua (…) llena de obstáculos”7.
Por último, el autor menciona la fatalidad de la sistematización de las particularidades de la
poesía puesto que al identificar las normas que rigen aparentemente al procedimiento creativo de
la literatura, estas tienden a cristalizarse en una normativa, protegida y difundida por una institución
intelectual, que le roba el carácter artificioso a la obra literaria, la cual se automatiza y, por tanto,
pierde su capacidad de provocar una contemplación estética en el observador: “si esta violación [la
del ritmo poético] llega a ser un canon, perderá la fuerza que tenía como artificio-obstáculo [en
consecuencia, no habrá nada que se encargue de desautomatizar la realidad, de mostrarnos la vida
que se oculta ante nuestros ojos azorados]”8.
6
Ibídem., pág. 65.
7
Loc. cit.
8
Ibídem., pág. 70.