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Preguntas jóó venes a la vieja fe


Andreó Manaranche (óbra agótada y que nó se reedita)
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PREAMBULO

Amigó(a):

Es la tarde del 31 de diciembre y en el umbral de este nuevó anñ ó tengó el córazóó n


llenó de cósas que cóntarte en esta carta a lós jóó venes que tóma fórma de libró.
Abre, pues, estas paó ginas cómó si fuesen una carta dirigida a ti.

En esta víóspera de la San Silvestre -el Papa del Cóncilió de Nicea (325) y del Credó
de la misa, un santó varóó n que nó tuvó nada que ver cón el champagne ni cón el
pavó-, la fiesta estaó llegandó a su apógeó en este Paris iluminadó. Peró tambieó n me
he cruzadó, en variós sitiós de la capital, cón una muchedumbre inmensa de
jóó venes cristianós de tóda Európa que acudierón a la llamada de Taizeó , para rezar
juntós y cónócerse mejór. Dicen que són maó s de treinta y cincó mil. Hace un rató, en
el metró, apenas se pódíóa avanzar, atestadó cómó estaba de jóó venes alegres y que
nó se parecen en nada a lós turistas. «Debe ser ótra manifestacióó n», cómentaba una
pareja un pócó inquieta, pues acabamós de salir de un mes llenó de huelgas de
tódas las categóríóas. Les tranquilizó explicaó ndóles quieó nes són estós jóó venes sin
pancartas ni cónsignas. Pór ótra parte, sus cónversaciónes, en distintas lenguas,
muestran claramente que su intereó s nó tiene nada que ver cón las preócupaciónes
del hexaó gónó naciónal. ¡Mi pareja de enamóradós se queda asómbrada! Hay que
senñ alar que, la semana anteriór, revistas y perióó dicós habíóan tituladó en primera
paó gina: el cristianismó cae en picadó. Se cierran iglesias en Amsterdam y en ótras
partes. ¡Que vengan a verló maó s de cerca y que se dejen arrastrar pór esta riada del
Espíóritu!

Ahóra me encuentró en mi habitacióó n ante mi pequenñ a Hermes, que lleva a sus


espaldas veintidóó s anñ ós de buenós y leales serviciós sin rechistar. Lós jóó venes
amigós de Taizeó se repartierón pór las grandes iglesias de la ciudad para rezar.
Escuchó, en la FM, la emisióó n de Radió-Nóô tre-Dame que retransmite la vigilia
desde la catedral. Lós caó nticós de Jacques Berthier resuenan bajó las bóó vedas,
revistiendó de nótas musicales las lecturas bíóblicas hechas en las diversas lenguas.
El hermanó Róger, priór de Taizeó , se desplaza de una iglesia a ótra. Es algó
extraórdinarió y que engancha. ¿Puede haber una mejór incitacióó n para pónerse a
escribir?

Peró, ¿sóbre queó ? Nó basta cón querer escribir, hace falta un mensaje. Quizaó
pienses, amigó míóó, que mi carrera de escritór estaó órganizada y prógramada: se
tóca un bótóó n y aparece en la pantalla el tíótuló del futuró libró y su esquema
general. Desengaó nñ ate. Sin estar inspiradó en sentidó estrictó, cómó lós autóres de
la Biblia, intentó «recibir» de Diós el tema uó til y la manera de abórdarló. Ló que nó
significa, sin embargó, que esteó inactivó. «Recibir» nó quiere decir esperar
pasivamente, tumbadó a la bartóla. Pidó al Senñ ór que órganice a su manera tóda la
dócumentacióó n reunida: librós, cartas, encuentrós, cursós, artíóculós... Asíó pues, la
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óracióó n y el trabajó estaó n prófundamente imbricadós, sin que nunca se sepa ló que
viene de Diós y ló que prócede de míó.

Sin embargó, rezandó y reflexiónandó, descubró la cóntinuidad de ló que he hechó


desde hace tres anñ ós. Primeró escribíó un libró para presentarte a Cristó en caliente:
«Un Amór llamadó Jesuó s». Despueó s preciseó en queó cónsistíóa hóy la tarea
evangelizadóra en «La calle del Evangelió». A cóntinuacióó n intenteó balizar el
caminó de la primera cónversióó n cón «Lós primerós pasós en el amór». Tódavíóa me
queda respónder a esas preguntas a las que das vueltas en tu cabeza
cóntinuamente. Si me seguiste desde el principió, habraó s recórridó el caminó que
hace descubrir lós cómpónentes de la fe:

-primeró, el acóntecimientó del encuentró;


-despueó s, su valór de Buena Nóticia;
-luegó, la órganizacióó n de tu vida espiritual;
-y ahóra, la cómprensióó n de tu fe, es decir, la cónversióó n de tu espíóritu. ¡Pórque
debes entregarte tótalmente a Cristó!

Varias cósas me han cónducidó a esta cuarta etapa que, pór ótra parte, nó seraó la
uó ltima. En primer lugar, el enórme dóssier que desde hace cincó anñ ós me han
ófrecidó lós jóó venes de la escuela Juventud-Luz acerca de sus tareas misióneras, en
la que recógierón maó s de un millar de preguntas que les planteaban lós chavales y
chavalas de su edad. A esta amplia muestra anñ adíó la míóa própia, yendó de cólegió
en cólegió. Es evidente que encóntraraó s muchas repeticiónes, pues cada unó tiene
su própia manera de preguntar, aunque sea sóbre el mismó tema.

Un díóa, en una escuela de Beó lgica y en ótra de Francia, lós chavales me pidierón que
les própórciónase algunós esquemas y ciertas pautas que les ayudasen a ir al granó
en su tarea evangelizadóra, sin perderse en detalles y sin alargarse demasiadó.
Quieren presentarse ante tódó cómó testigós y cóntar sencillamente ló que les
pasa, ló que sienten y viven, peró la gente les pide tambieó n que «den cuenta de la
esperanza que hay en ellós» (1 Pedró, 3,15), aunque nó sean teóó lógós de carrera.
Nó se cree pór razónes, peró hay razónes para creer y, pór tantó, para rechazar la
increencia ó la «malcreencia». De ló cóntrarió, la inteligencia nó se ha cónvertidó al
Senñ ór y sóó ló entregamós un vagó y fraó gil sentimientó.

En el uó ltimó trimestre de 1988 me pidierón tambieó n que me encargase de


respónder las cartas que lós jóó venes dirigíóan al semanarió «Familia cristiana».
Acepteó sin dudarló. En este libró encóntraraó s, sin duda, algunas cósas de las que
esbóceó en la citada publicacióó n.

Otras cómunidades, vólcadas de llenó en la segunda evangelizacióó n, me han


própuestó cólabórar cón sus esfuerzós, redactandó óctavillas y pequenñ ós fascíóculós
baratós y faó ciles de leer. El hambre de Diós reclama tambieó n estas migajas que caen
de la mesa de lós cristianós mejór fórmadós, que pueden venir muy bien a lós maó s
póbres (Cf. Marcós 7,28). Pór tódó elló, me sientó a gustó haciendó este tipó de
librós, aunque prefiera escribir óbras maó s elabóradas.
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Pór esó me encuentró esta tarde ante mi maó quina de escribir, para cómpartir
cóntigó mi fervór ardiente pór el Evangelió. «¡Ya viene eó ste ótra vez cón sus
cómplicaciónes. ¡Huyamós a tiempó!». Tranquilíózate, amigó. Nó vengó a
cómplicarte la vida; al cóntrarió. Ló que te cómplica la vida es próclamarte
cristianó sin saber pór queó ; es quedarte cón la bóca abierta ante cualquier
cuestiónamientó que se haga de tu fe. Creó eme: cómprender y acóger a Cristó cómó
Verdad própórcióna una inmensa alegríóa. Y nó pienses, pór ótra parte, que debes
desertar de tu córazóó n para exiliarte en tu cerebró. Cuandó la Verdad es una
persóna, es la ternura la que la acóge cón inteligencia. La sabiduríóa nó cónsiste en
la satisfaccióó n de las meninges, sinó en una cóherencia sabrósa y que da gustó.

Dichó estó, me preguntó cóó mó vóy a órganizar mi trabajó. Me han hechó varias
própósiciónes: redactar una especie de dicciónarió siguiendó el órden alfabeó ticó;
hacer un móntaje cón las preguntas y establecer un diaó lógó fictició entre tuó y yó;
dar mis respuestas intentandó seguir la cónstruccióó n del Credó: ó, simplemente, ir
respóndiendó a las preguntas sin órden algunó.

Es verdad que lós móntajes faó cticós nó me gustan, peró adóró la cóherencia. El gran
defectó de nuestra eó póca es la parcelacióó n de la cónciencia, que cónvierte la fe en
un caleidóscópió, en el que bailan las verdades sin cónexióó n alguna entre síó y que,
inclusó, pueden cóntradecirse. En vez de ser un órganismó cóhesiónadó, la fe se
cónvierte en algó sin pies ni cabeza. Pór esó me gusta subrayar las relaciónes.

Ahóra bien, a primera vista encuentró cuatró grandes próblemas a la hóra de


clasificar las preguntas:

1. Tódó ló que estaó relaciónadó cón Diós. ¿Cóó mó encóntrarle? ¿Pór casualidad, pór
gracia, pór meó tódó? ¿Queó cambia en una vida el encuentró cón Diós? ¿Pór queó
existen las diversas religiónes y cóó mó escóger entre ellas? ¿Cuaó l es la cualidad de ló
divinó en el cristianismó? ¿Es ciertó que Diós puede amarnós? ¿De dóó nde sacan
esta certeza lós que ló afirman? ¿Nó seraó que buscan seguridades? ¿Es pósible vivir
inteligente y generósamente sin creer en Diós? ¿Cóó mó hay que órganizar la vida
espiritual? ¿Nó queda tódó estó reducidó a la nadadór la escandalósa existencia del
mal y finalmente ¿Queó es creer? etceó tera

2. Tódó ló que estaó relaciónadó cón Cristó. En un mómentó en que lós mediós de
cómunicacióó n le presentan cón tódó tipó de róstrós. ¿Queó pensar de su psicólógíóa y,
especialmente, de sus tentaciónes? ¿Cuaó l puede ser el significadó de sus milagrós,
negadós pór algunós exegetas y curiósamente rehabilitadós... en el teatró, pór
Henri Tisót? ¿Queó pueden apórtarnós lós sacramentós, celebradós a menudó de
una manera aburrida? ¿La Eucaristíóa es la presencia de Cristó? Jesuó s pretende ser
el Caminó, la Verdad y la Vida, ¿cóó mó puede sóstenerse estó hóy, cuandó cada unó
se cónstruye su própia religióó n a la carta? Jesuó s nós ha dadó la cónsigna de
evangelizar: ¿nó es estó una agresióó n, una intólerancia y un sectarismó? Etceó tera.

3. Tódó ló que cóncierne a la Iglesia. ¿Cuaó l es su órigen y cóó mó ha nacidó? ¿Cuaó l es


su papel en relacióó n cón Cristó? ¿Nó le estaó haciendó sómbra? ¿De dónde saca la
Iglesia sus exigencias mórales, sóbre tódó en materia de pureza? ¿Cón queó derechó
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se dirige nó sóó ló a sus fieles, sinó tambieó n a tóda la sóciedad? ¿Queó pensar de sus
intervenciónes puó blicas? ¿Tiene derechó a hacerlas? En casó afirmativó, ¿las
intervenciónes puó blicas de la Iglesia són adecuadas a lós tiempós en que vivimós?
¿Queó sabe la Iglesia del hómbre? ¿Cóó mó cónciliar el cristianismó cón la
módernidad? Etceó tera.

4. Tódó ló que define al hómbre. Entre lós dós extremós de su existencia. ¿La
creacióó n cónsiste en el big-bang? ¿Queda heridó el hómbre cuandó la prócreacióó n
se hace sin amór? ¿Saberse amadó pór Diós basta para ser feliz? ¿Es pósible una
«civilizacióó n del amór»? ¿Nó es algó sóbrehumanó el perdónar? ¿Vale la pena vivir,
sóbre tódó cuandó sabemós que vamós a mórir? ¿Pór queó se nós róban
prematuramente a nuestrós seres queridós? ¿Existe el maó s allaó y en queó cónsiste?
¿Hay pósibilidad de cómunicacióó n cón lós muertós? ¿Cóó mó permanecer en
cóntactó cón ellós? ¿Es creíóble una alegríóa eterna, aunque sea cón Cristó? Etceó tera.

Este es el plan que vóy a intentar seguir ló mejór que pueda, sin ahógar pór esó las
preguntas. Cónfíóa en míó: te descubriraó s en estas paó ginas. Es verdad que nó cónózcó
a tódós lós jóó venes, aunque haya cómpartidó mi vida cón muchós.

Ademaó s, nó tódós lós jóó venes són iguales. Lós cercanós nó deben hacernós ólvidar
a la multitud de lós alejadós. Pór ótra parte, algunós jóó venes se dejan influir
demasiadó pór lós adultós que se ócupan de ellós. Pórque tambieó n existe el laicó,
«vóz de su cura»... Y, sin embargó, tu generacióó n pósee una cierta hómógeneidad,
aun teniendó en cuenta lós distintós niveles culturales. Tambieó n en las
Universidades, dónde se educa en el rigór, hay jóó venes que se dejan tentar pór las
sectas, y la ignórancia religiósa es tan grande entre ellós cómó entre lós jóó venes
que nó han tenidó la ópórtunidad de pisar las aulas universitarias. Hasta tal puntó
que el mejór de la prómócióó n nó es capaz, a veces, de entender el sentidó de un
beleó n ó de una vidriera de la catedral de Leóó n.

En tódó casó, tranquilíózate, amigó. Nó vóy a servirme de ti para justificar mis


reacciónes de sexagenarió. Para cónfesaó rteló tódó, tengó que decirte que hay
algunós puntós impórtantes sóbre lós que me sientó tótalmente diferente de ti. Es
algó que vas a cónstatar maó s de una vez. Al final, quizaó puedas, de tódas fórmas,
encóntrar en estas paó ginas un retrató de jóven muy parecidó a ti.

¡Y basta ya de preaó mbulós! ¡Que el Espíóritu de Jesuó s te ayude a leerme, cómó me


ayuda a escribirte en este mómentó! El mismó Espíóritu que esta nóche hace
desplegar en la capital la bella y tranquila paraó bóla de Taizeó .
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I. TUS PREGUNTAS SOBRE DIOS

Permíóteme, amigó, cómenzar cón una pequenñ a clasificacióó n de tus interrógantes


sóbre Diós. Ademaó s de clasificarles, esó me permitiraó móstrarte en queó direccióó n
van las preócupaciónes de lós jóó venes. Pórque nó tódas las generaciónes tienen lós
mismós próblemas ante Diós. Digamós que hay tres capas de preguntas sóbre el
Absólutó y, pór tantó, tres sensibilidades en el fóndó de lós córazónes.

1. Lós maó s mayóres han buscadó y buscan tódavíóa un Diós explicativó, una
Causa primera, una Razóó n suprema. En su juventud tuvierón que hacer frente al
dilema «de la fe ó la ciencia». Se encóntrarón cón el raciónalismó, para el cual Diós
es una hipóó tesis inuó til (decíóa el fíósicó Laplace). Inuó til en ló que cóncierne al órigen
del universó, que nó cómpórta misterió algunó; inuó til en ló que hace referencia a la
vida móral, que nó necesita fundamentó religiósó algunó, y que es muchó maó s pura
cuandó nó entranñ a ni recómpensa ni castigó. Asíó de óptimistas eran lós cientíóficós
de principiós de sigló, aunque nó tardarón muchó en desenganñ arse. Las teóríóas
sóbre el órigen del mundó nó cesan de módificarse, pórque ninguna parece
satisfactória. Pór ótra parte, las cóstumbres, privadas de su zóó caló cristianó, nó
dejen de degradarse, cómó ló habíóan previstó ya dós nó-creyentes, Jean-Paul Sartre
y Jacques Mónód. En las dós uó ltimas deó cadas, la inmóralidad ha dadó un saltó
cualitativó hacia adelante, y hóy se publican, bajó la próteccióó n de la ley, cósas
impensables hace veinte anñ ós.
Frente a las pretensiónes del raciónalismó, la Iglesia nó se encerróó en lós
sentimientós piadósós, cómó si el cristianó - tuviese que refugiarse en su
interióridad para hacerse inmune a lós ataques. «Sin duda la fe es inuó til, puede que
inclusó estupidez peró me calienta el córazóó n y, pór tantó, es verdad.» En 1870 el
Cóncilió Vaticanó I tómóó la defensa de la inteligencia, creyeó ndóla capaz de pónerse
en caminó hacia Diós, aunque en la ruta se encuentre cón numerósas encrucijadas
en las que es faó cil perderse. Tambieó n recórdeó que Diós habíóa queridó revelarse a síó
mismó en Jesucristó, y que esta luz sóbrepasa las capacidades de nuestra razóó n, nó
pórque sea irraciónal, sinó al cóntrarió, pór ser superrazónable.
De ahíó que la catequesis y la predicacióó n hayan puestó en marcha dós
argumentaciónes. Para salvar la inteligencia, desplegarón las «pruebas de la
existencia de Diós», que, en realidad, nó són maó s que «víóas» y nó caó lculós
matemaó ticós. Peró, para mantener a la inteligencia en el cíórculó de la humildad,
insistierón demasiadó en el milagró: Diós se manifestaríóa sóbre tódó rómpiendó
cón las leyes naturales e infringieó ndóló les espectaculares excepciónes, para
humillarnós de alguna manera. La pastóral, pór su parte, ha utilizadó
machacónamente el siguiente eslógan: «¡Razóó n, defieó ndete! ¡Razóó n, humíóllate!».
Si nó me equivócó, eó ste nó es tu universó, pór distintas razónes. En primer lugar,
hóy tóda pretensióó n de verdad, ya sea religiósa ó nó, ha perdidó su mórdiente.
Ademaó s, la filósófíóa nó es tu fuerte. Y pór uó ltimó, y sóbre tódó, tuó nó buscas a Diós
en las galaxias. Tuó quieres un Diós Amór que deó sentidó a tu vida. Pór esó
determinadós debates te aburren aunque veces puedas perderte cósas
interesantes. Ademaó s cada vez hay menós.
Sin embargó encuentró en mis nótas algunas preguntas de este tipó:

«¡Pruébeme que Dios existe! ¿Qué es lo que le permite saberlo?»


«¿Qué piensa de la Creación? ¿y qué pinta Darwin en todo eso?»
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Tambieó n me encuentró cón preguntas sóbre lós milagrós.

Pór un ladó. «¿cree usted los milagros de la Biblia?». Pregunta que revela la duda
que anida en tu córazóó n.
Pór ótró, «¿por qué Dios no hace ya milagros o no hace más milagros?». Y la
pregunta trasluce tu escaó ndaló ante el próblema del mal.

Tómó nóta, pues, de estós deseós de luz, sóbre tódó en ló cóncerniente al


próblema del mal, cómuó n a tódas las generaciónes, y, en el fóndó, el gran y uó nicó
próblema.

2. La gente que tiene entre cuarenta y cincuenta anñ ós cónvivióó cón ló que llaman
las «ciencias humanas», disciplinas que tómarón el relevó de las ciencias fíósicas sin
suprimirlas. La atencióó n se desplazóó hacia autóres (Marx, Nietzsche, Freud...) que
nó atacarón al Diós explicativó, sinó al Diós nócivó, ó inclusó perversó, móstrandó
el órigen viciósó de la religióó n, su sóspechósa «genealógíóa». Se les llamóó lós
«maestrós de la sóspecha». Nó intentarón demóstrar la inexistencia de Diós (para
Marx, es una cuestióó n inuó til), sinó cóó mó pódíóa surgir en la cónciencia humana una
idea tan descabellada. Hablarón de Diós cómó el ópió que adórmece la miseríóa
ecónóó mica, cómó el frutó de una neurósis engendrada pór la imagen de un padre
terrible, ó cómó el resultadó del resentimientó cóntra el mundó... Nó se trataba ya
del Diós explicativó, sinó del Diós explicadó... Estas ideas invadierón a la
inteligencia catóó lica, que quedóó aterrórizada y óbsesiónada pór ellas. Algunós
inclusó anñ adierón ótras razónes. Otrós intentarón demóstrar que, al destruir las
razónes para creer, se alcanzaba la «nóche» de lós míósticós. Tódó estó se ensenñ óó en
lós institutós catóó licós y en lós seminariós. Cón elló se hizó muchó danñ ó, sóbre tódó
a determinadós laicós, sacerdótes y religiósas que pretendíóan pónerse al díóa y
cómprender al hómbre módernó en un cursilló de cuatró díóas. ¿Ló hicierón? Sin
duda hubieran necesitadó una serenidad y una lucidez mayóres, pórque un aó rból
nó debe ócultar el bósque.
Cónfiesó que nó he encóntradó huella alguna de estós debates en tus cuestiónes.
A veces, preguntas a lós jóó venes cristianós si su fe nó es una especie de «fóó rceps»
psicólóó gicó para dar sentidó a la vida, peró sin acusarles de ninguna perversidad.
Tus preguntas nó apuntan hacia la autópsia de un Diós muertó. Seguramente
tampócó hayas leíódó ningunó de lós autóres citadós, cósa que deberíóas hacer.
Ademaó s, sus dóctrinas han envejecidó, al menós en algunós de sus puntós,
especialmente el marxismó. Otras dóctrinas se han divididó y estaó n en permanente
lucha unas fracciónes cóntra ótras, cómó en el casó de las distintas escuelas
freudianas.
En ló que cóncierne a su actitud antirreligiósa, estas dóctrinas apenas renuevan
sus argumentós, y muchós de ellós són tributariós del nivel de cónócimientós del
sigló pasadó. La críótica de la fe nó quedóó terminada en 1843, cómó ló pretendíóa
Marx; y la explicacióó n que da Freud del mónóteíósmó bíóblicó nó se sóstiene. En
cualquier casó, la «ilusióó n» cristiana de la que hablaba el padre del psicóanaó lisis,
tiene un belló «futuró» ante síó, decíóa Jacques Lacan. Nó te digó tódó estó, para que
barras cón un gólpe de despreció a tódós estós autóres, sinó para que nó te dejes
impresiónar pór ellós, cómó ló hicierón ciertós sacerdótes que llegarón inclusó a
flirtear cón sus ideas. Leó elós, si quieres, peró cón la cabeza fríóa.
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Y sóbre tódó nó exageres su influencia. El errór de lós uó ltimós veinte anñ ós radicóó
en haber creíódó que ser módernó era igual a ser ateó, y ser ateó, igual a ser
marxista. Algunós anaó lisis han sucumbidó a esta cónfusióó n, inclusó en el Vaticanó
II. De ahíó .que se haya llegadó a hacer de las ciencias humanas el pasó óbligadó para
ser cristianó hóy (¿cóó mó creer despueó s de Marx?). Algunós teóó lógós han llegadó
inclusó a própóner un cristianismó a la altura de la increencia, en el que la
preócupacióó n pólíótica reemplazaba a la fe evangeó lica. Es ló que se ha dadó en
llamar la secularizacióó n. Sin embargó, en la URSS, muchó antes de la perestróika
(que nó es un remedió milagrósó ), el cristianismó ha aguantadó pór medió de la
óracióó n lituó rgica y privada, y, sóbre tódó, pór medió del martirió. Si en vez de
entrar en la resistencia espiritual, se hubiese enterradó y perdidó vitalidad, habríóa
perecidó. Nó quieró vólver a repetir ló que ya dije en «Caminó del Evangelió», peró
estóy persuadidó que nuestra eó póca rechaza cualquier ideólógíóa, y me alegró de
elló, aunque la verdad tambieó n sufra las cónsecuencias de esta indiferencia. Lejós
de haber desaparecidó, la preócupacióó n religiósa se extiende en tódas las
direcciónes en esta eó póca del «nuevó individualismó» ó de la «póstmódernidad»
(Gilles Lipóvetsky). Surge, entónces, «ló sagradó a la carta» ó «la dóble
pertenencia», fenóó menó que cónóces bien. Pór muy laicó que sea el Estadó, la
intimidad de la persóna nó ló es. Y me parece que el Evangelió tiene maó s
pósibilidades cón el retórnó de ló sagradó que cón el ateíósmó. Estó es ló que
percibe cualquier misióneró luó cidó que entre en cóntactó cón la gente de la calle.
Hóy, igual que ayer, la timidez nó tiene cabida en el córazóó n del bautizadó.

3. Queda tu próblema, ó, al menós, el que maó s frecuentemente planteas: ¿queó es


la fe y cóó mó se puede experimentar?; ¿queó cambia esó en una vida? Te entiendó. En
primer lugar, sueles estar angustiadó ante la falta de sentidó de tu vida, y quisieras
ver maó s claró cón la ayuda de Diós. Un Diós que estaó en funcióó n de tu próblema, al
menós en principió (algó que habraó que rectificar maó s adelante), peró al que nó
quieres reinventar. Un Diós que es tu Diós, verdaderamente Diós, y nó una ilusióó n.
Para llegar a encóntrarle, nó cuentas cón lós recursós de la filósófíóa, sinó que, cómó
un hómbre de finales de sigló, intentas una víóa experimental de accesó. Pór esó
preguntas a lós cónvertidós cóó mó ló han hechó y queó es ló que la fe ha
desencadenadó en ellós. Su testimónió canta el póder de la gracia, mientras tuó
buscas el mecanismó para cónseguir ló que te parece que depende del arbitrió del
Otró. Nó quieres rezar ni próvócar. Piensas maó s en el labóratórió que en el óratórió.
Maó s que esperar el dón de Diós, quieres una mecaó nica infalible que te pónga en
cómunicacióó n cón EÉ l. Cólócadó ante la pantalla de tu órdenadór, te parece raró que
existan distintas religiónes. ¿Nó habraó un errór en la infórmaó tica «espiritual»? Y
supóniendó que la pantalla me ófrezca varias pósibilidades para elegir, ¿quieó n me
garantiza, piensas, que he adóptadó la mejór, y la uó nica verdadera? Esta es una de
las preguntas que planteas repetidamente, nó cómó un filóó sófó, sinó cómó un
cónsumidór que teme haberse equivócadó en la eleccióó n de un artíóculó de valór,
pór nó haberló pensadó ló suficiente. En definitiva, eres un individualista y un ser
experimental, cómó tóda la gente de hóy. Deseas una cósa y la pruebas para ver queó
es ló que maó s te gusta: una uó nica cósa ó la mezcla de varias, una bebida seca ó un
cóó ctel.
Pór esó, algunós se embarcan en un caminó peligrósó. Cuandó se busca un Diós
uó til, se busca un Diós póderósó para cónvertirse unó mismó en póderósó a traveó s
de la divinidad. En principió, nó hay maó s que un Diós, ¿y si hubiese dós, cóó mó
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decíóan antanñ ó esós herejes, llamadós maniqueós? ¿y si de lós dós el Maló fuese el
maó s póderósó? Inclusó sin abandónar el mónóteíósmó, ¿y si se demóstrase que
Satanaó s, la Bestia, el Anticristó, el nuó meró 666, es maó s eficaz que el Diós del Amór,
a juzgar pór lós estragós que causa en el mundó actual? En ese casó, ¿a quieó n hay
que seguir, a Diós ó al Diabló? Fíójate que se trata de la misma tentacióó n de Jesuó s en
el desiertó (Lucas 4,5-8), que el rechazóó sin cóntemplaciónes. Peró quizaó s a ti ya
tus cómpanñ erós se ós haya ócurridó pensar: «despueó s de tódó, ¿pór queó nó
intentarló cón Satanaó s?; ya veremós; hay que próbarló tódó, antes de decidirse».
Puede que inclusó hayaó is hechó un «pactó»: vender vuestra alma al Diabló a
cambió de póder. Habreó is salidó de la experiencia tremendamente decepciónadós
(Satanaó s miente tantó cómó respira y nó mantiene sus prómesas) y, a la vez,
heridós.

4. Pór esó me he vistó óbligadó a anñ adir un cuartó puntó a lós ótrós tres ya
enunciadós: en el fóndó, nó estaó s muy seguró de la calidad de ló divinó, y eó ste es tu
principal próblema. Nó te extranñ es. Es nórmal que te encuentres inmersó en la
córriente neópagana cóntempóraó nea, enemiga declarada de la revelacióó n judeó-
cristiana. En efectó, la Biblia nó se limita a afirmar que Diós es uó nicó, ló que ya
sabíóan determinadós pueblós; nós ensenñ a que este Diós es persónal, que tiene un
nómbre, que es amigó del hómbre, que sella una alianza cón eó l y le hace una
prómesa, que le manifiesta su misericórdia, y que desea entrar en cómunióó n cón eó l
sin que esta próximidad sea peligrósa. El prófeta bíóblicó nó se limita a cóndenar el
póliteíósmó, es decir, la pluralidad de dióses; reprócha, sóbre tódó, al creyente
equivócarse pór cómpletó en la manera de entrar en cóntactó cón el, cómó si se
pudiese fórzar la manó de Diós a traveó s de praó cticas maó gicas. De hechó las dós
pósturas estaó n relaciónadas: si lós paganós multiplican las divinidades, es para
explótar a fóndó tódas las energíóas sóbrenaturales a traveó s de la especializacióó n de
cada una de las divinidades (salud, riqueza, póder, venganza...). El ritó se cónvierte,
entónces, en la puesta en marcha de estós mecanismós infalibles. Es divinó tódó ló
que funcióna sin pararse ni retrasarse. El córazóó n nó tiene nada que ver en esta
distribucióó n autómaó tica.
Y nó creas que la «míóstica» escapa a este sóó rdidó universó. Ya sabes que para
mucha gente actual, la óracióó n es la reduccióó n del hómbre al vacíóó, a traveó s de tóda
una serie de ejerciciós córpórales y psicólóó gicós. Y el maó s allaó , si es que existe, nó
es maó s que la fusióó n del hómbre en el gran Tódó, cómó un terróó n de azuó car se
disuelve en una taza de cafeó caliente. Examinaremós esta cuestióó n maó s de cerca. En
el fóndó se trata de la misma pregunta de lós mayóres ( «seó quieó n es Diós, peró
¿existe?; ¿se necesita para explicar el mundó?» ) al reveó s: «seguramente Diós existe,
peró nó seó quieó n es, ni quieró saberló; yó mismó deseó desaparecer en este
Descónócidó».
El reversó de la medalla nó debe ócultarte la ótra cara: el cónvertidó de hóy nó
se queda satisfechó cón saber que Diós existe, ló que realmente le cónmócióna es el
saberse amadó pór el. Estó es ló que separa prófundamente las diversas
generaciónes de nuestra sóciedad: la encuesta sóbre la existencia de Diós ó la
acógida de la calidad de ló divinó. Estó es ló que hace difíócil la fe. En efectó, a la
existencia de Diós puedó llegar pór míó mismó y faó cilmente, cómó el 78 pór l00 de
lós jóó venes espanñ óles. El sentirme amadó pór EÉ l, sóó ló ló puedó creer. De ahíó que
sóó ló un 46 pór l00 de lós jóó venes espanñ óles acójan y crean en un Diós persónal...
(Nóta del editór: Estós datós han sidó sacadós del libró Jóó venes espanñ óles 89
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publicadó pór la Editórial SM, Madrid, 1989, p.272).


La nueva evangelizacióó n nó cónsistiraó en predicar un Diós explicativó, sinó en
testimóniar la ternura. Esta ternura es la que estaó en el órigen de tódó. Peró nó se
trata de una «razóó n», pórque nó hay razónes para amar a alguien. «Amó pórque síó»,
decíóa San Bernardó.
Estó era ló que queríóa decirte, amigó míóó, antes de pasar a tus preguntas. Esperó
que ló expuestó te haya ayudadó a póner en órden el cajóó n de sastre de tus
preguntas. Tal vez ya cómiences a ver un pócó maó s claró. Pasemós, ahóra, a lós
detalles.

DIOS COMO EXPLICACION

Ló que primeró me llama la atencióó n, amigó míóó, es que hablas de Diós sin saber
demasiadó ló que se escónde tras esta palabra tan usada y tan manida. Pór esó,
preguntas:

«¿Cómo definiría usted a Dios?


-Dios es algo vago. ¿Para usted, Dios tiene forma física?
-¿Cómo se lo imagina?».

Asíó pues, antes de cóncederle a Diós la iniciativa, ó cólócar tal accióó n en su haber,
ó endósarle tal cataó strófe, quisieras saber quieó n es este póder misteriósó al que lós
hómbres atribuyen la capacidad de bendecir ó de maldecir, de crear y de aniquilar.
Y tienes razóó n. En efectó, «Diós» es ló que menós cónóce el hómbre, aunque sin
cesar hable de EÉ l. Cada unó próyecta sóbre esta palabra sus própiós sentimientós:
el deseó de ser prótegidó, el miedó de ser castigadó, la intercesióó n pór lós seres
queridós, la venganza cóntra lós enemigós, el recónócimientó tótal, la envidia
venenósa, la buó squeda de una belleza radiante, la espera de una nóche óscura «en
la que tódós lós gatós són pardós», la sed de cómunicar cón un Ser «suó per», la
maníóa de querer disólverse en una córriente vertiginósa, el ..deseó de sóbrevivir, la
vóluntad de desaparecer... Diós es ló que esperó de Diós; es ló que me cónviene que
sea, para afirmarló ó para negarló. En este aspectó, tantó el creyente cómó el nó
creyente pueden estar a merced de su imaginacióó n. El uó nicó que escapa realmente
a esta ilusióó n es el santó, el míósticó cristianó, el que supera las pruebas y atraviesa
las «nóches» espirituales. Este nó inventa, ciertamente, aun Diós que le cóntradice
duramente, y que nó le pasa la manó pór la espalda, y que le cónduce hacia
caminós dónde nó quisiera ir (Juan 21,18).
Preguó ntate, amigó míóó, si nó són tus caprichós, tus maníóas, tus miedós ó tus
frustraciónes las que te hacen decir «Diós», tantó para póner las manós juntas
cómó para lanzar un punñ etazó. ¡Desde este puntó de vista, cuaó ntas cósas que nó
tienen nada que ver cón la filósófíóa se escónden bajó muchós argumentós y
discusiónes! Esó nó quiere decir que nó haya que dialógar, peró teniendó presente
que una manifestacióó n de amistad hace prógresar un debate empantanadó, pórque
el blóqueó se encóntraba en el fóndó del córazóó n.
En relacióó n cón Diós, tambieó n hay ideas falsas «en fríóó», que próceden de una
falta de fórmacióó n ó de una mala educacióó n religiósa. Hablemós de ellas. La Iglesia
sóstiene que la inteligencia humana es capaz de buscar a Diós e inclusó de admitir
su existencia, peró tambieó n recónóce que este prócesó es difíócil, puede desviarse y
nó cónsigue encóntrar el róstró divinó tal y cómó se nós ha queridó manifestar. La
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razóó n puede cónstruir un retrató róbót apróximativó, peró nó es capaz de


encóntrar a alguien, alguien que es Amór y que nós ama. Seguó n lós diversós
sóndeós, la mayóríóa de la gente que dice «creer» en Diós cónfiesa que nó sabe
quieó n es y ló identifica cón un espíóritu cóó smicó, una especie de gas. En cualquier
casó, cómó dice Juan, «a Diós nadie ló ha vistó jamaó s; es el Hijó uó nicó, que es Diós y
estaó al ladó del Padre, quien ló ha explicadó» (Juan 1,18). Nó ólvides nunca estó e
intenta evitar tus prejuiciós. Y ahóra abórdemós las seis preguntas principales que
me planteas.

El Dios causa

Muchas veces, de una u ótra fórma, me preguntas:

«¿Cómo puede crear Dios? ¿Cómo se inserta su acción en el encadenamiento de los


fenómenos?
-¿Cómo interviene hoy en el mundo? ¿Sólo a través del milagro?
-¿Por qué el Todopoderoso no es capaz de prevenir las catástrofes?
-¿Cómo surge la fe en el corazón? ¿Hay algún mecanismo? ¿Por qué no surge en mi
corazón?» Etceó tera.
Cuandó te planteas tales preguntas, estaó s invadidó pór variós sentimientós: pór
el escaó ndaló ó pór la duda.

El escándalo

Primeró sientes el escaó ndaló que próvóca en ti el mal. El mal que asóla el
mundó, y que cónóces a traveó s de lós mediós de cómunicacióó n, el que te martiriza
persónalmente. Entónces buscas la causa, es decir, el culpable, pórque, en lenguaje
juríódicó, «instruir una causa» es hacer una investigacióó n pólicial, para identificar al
respónsable de un determinadó delitó y póder acusarle. En el prócesó intelectual
hay, pues, un elementó pasiónal que quizaó tuó nó percibes. Retómareó este tremendó
interrógante desde maó s atraó s, peró, ya desde ahóra, quisiera prevenirte de un
errór: imaginar un Diós actuandó sóbre lós fenóó menós cómó cualquiera de las
fuerzas fíósicas (un seíósmó) ó humanas (una agresióó n), exactamente en el mismó
nivel. Piensó en aquella madre que, en vez de dar a su hijó la medicina, se equivócóó
de bótella y le administróó un próductó tóó xicó que causóó la muerte de su hijó en
medió de unós dólóres tremendós. Esta póbre mujer cristiana intentaba aceptar
esta «vóluntad de Diós» imaginaó ndóse que el mismó Senñ ór le habíóa guiadó la manó
para hacerle pasar esta prueba. ¡Hórrible!
Ya ves que, inclusó en el hómbre maó s módernó y raciónal, anida algó de esa
mentalidad primitiva, llamada animismó, y que nó sóó ló existe en AÉ frica. El hómbre
módernó, cuandó sufre un danñ ó, quiere identificar al culpable para vengarse de eó l ó
llevarle ante lós tribunales. Sóó ló asíó se calma. Peró, ¿queó hacer cuandó el mal nó se
le puede imputar a nadie, cómó en el casó de un alud ó de un caó ncer? El hómbre nó
acepta faó cilmente el recursó del azar, pórque esta sólucióó n nó le tranquiliza ló maó s
míónimó, ni satisface su córazóó n. ¿Cóó mó un acóntecimientó impórtante puede ser
puramente accidental ó inócentemente fórtuitó? En el Tercer Mundó, la desgracia
se explica pór la influencia nefasta de lós malós espíóritus ó pór el póder del brujó.
En Európa, es al mismó Diós al que a menudó se acusa y se cónmina a cómparecer
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ya defenderse. « ¿Queó he hechó yó para que Diós me envíóe tantas calamidades?


Despueó s de tódó, si hubiese un Diós, nó me pasaríóa esó». Quejas cómó eó stas
próliferan. Hay inclusó cataó strófes (seíósmós, inundaciónes, erupciónes
vólcaó nicas...) a las que se les llama «actós de Diós». ¡Siniestró! Diós nó es ese
«absurdó emperadór del mundó» que denunciaba un filóó sófó ateó. Deja, pues, de
imaginarte a tu Padre del cieló cómó un Juó piter bigótudó que, desde ló altó del
Olimpó, accióna lós mecanismós cóó smicós de un mótór que aplasta entre sus
ruedas asesinas al Charlót de lós «Tiempós módernós».
Nó hables tampócó de la «vóluntad de Diós» a la ligera. ¿Queó sabes tuó ? La
vóluntad del Padre celestial nós ha sidó manifestada en Jesucristó cómó amór y
salvacióó n, y de una manera que nó admite dudas. Diós nó nós inócula las
enfermedades cómó ese mósquitó que, durante una misióó n en Benin, me óbsequióó
cón un fuerte ataque de paludismó. Nó aceptó una fiebre ó una desgracia cómó un
dón del cieló que me seríóa cómunicadó sin intermediarió algunó (directamente del
próductór al cónsumidór), sinó que, cómó Pascal, rezó «pór la buena utilizacióó n de
la enfermedad, que nó es ló mismó». La vóluntad divina nó es el mal, sinó la gracia
para vivir cristianamente un períóódó difíócil de mi vida. Descónfíóa de lós atajós,
pórque suelen ser escandalósós.
Ten en cuenta que eó sta es una tentacióó n córriente. Hace unós veinte anñ ós, para
prevenir el errór del que te estóy hablandó, lós teóó lógós terminarón pór decir que
Diós nó interveníóa para nada en el mundó. Asíó se terminaba cón lós punñ ós
levantadós hacia el cieló y, en la órganizacióó n del mundó, el hómbre gózaba de una
tótal libertad ( el hómbre «secularizadó» ). ¿Hasta queó puntó se trataba de una
sólucióó n justa? ¿Cóó mó Diós pódíóa seguir siendó el Amór si se desentendíóa pór
cómpletó de nuestrós asuntós y se lavaba las manós ante nuestrós próblemas?
Hablar asíó era cómó «tirar al ninñ ó cón el agua del banñ ó». Pór esó la reaccióó n nó se
hizó esperar. En determinadós ambientes se pusó en marcha el mótór celestial y se
atribuyerón tódós lós acóntecimientós al Senñ ór de una manera inmediata: tódó ló
que pasa ha sidó queridó pór Diós, que ha cólócadó tódó en su sitió cómó un buen
ingenieró. Hay que cóngratularse de póder «recibir», al segundó, la palabra divina
que cónviene exactamente, sin tener que estrujarse la cabeza. Ya nó hay
intermediariós, ya nó hay distincióó n entre el bien y el mal, pues ambós próceden de
la misma fuente. ¡Queó ciscó!
Yó creó:
-que Diós actuó a, peró a su manera, sin entrar en la cadena ó ser su primer mótór;
-que nó quiere, ni nunca ha queridó, el mal;
-que su gracia nós alcanza en circunstancias que el nó ha próvócadó
directamente, peró que utiliza para inspiramós una cónducta ó para ensenñ amós el
caminó;
-que esta gracia nó nós impide reflexiónar y actuar: nuestra participacióó n nó la
mancha;
-que esta manera nórmal de actuar pór parte de Diós nó quita su intervencióó n
milagrósa.
Amigó, cónfíóate al Padre de Jesuó s. Nó intentes cónfiscar su vóluntad, ni para
injuriarle («¡Hacerme estó, a míó!»), ni para utilizarle cómó una maó quina
tragaperras («¡Diós me ha habladó!»). El Amór nó actuó a mecaó nicamente y nó se
manipula cómó un aparató.
Que tu cónfianza sea absóluta, sin que esó te dispense de actuar. ¡Puedes pedir al
Senñ ór que te ayude a encóntrar un buen nóvió ó una buena nóvia, puedes ser
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escuchadó(a) e inclusó puedes decirló, peró sin cónvertirle en un ójeadór de caza ó


en una Celestina! Asíó pues, maneja cón precaucióó n esta nócióó n de «causalidad
divina», sin ser ingenuó cuandó las cósas te salgan bien, ni demasiadó huranñ ó si
salen mal. Si nadas en la felicidad, que te apróveche; peró, al alabar al Senñ ór, piensa
en lós demaó s y nó creas que estaó s sóló en el mundó. Nó cantes apresuradamente el
Magníóficat para dar gracias a Diós pór haber salvadó el Carmeló de Lisieux durante
lós bómbardeós de 1944. ¡Piensa tambieó n en el cónventó de lós benedictinós,
tótalmente arrasadó! Cónveó ncete, cón el filóó sófó Jean Lacró ix, que, mediandó
cierta cónfusióó n mental y verbal, la causalidad es la razóó n principal de la
increencia, ó de la «malcreencia», ó de la fe dólórósa. Sal del infantilismó y deja de
ser un ninñ ó ante Diós.

La duda

Mal entendida, la idea de un Diós-Causa puede exasperarte cuandó la póngas en


relacióó n cón el mal. Y puede óbligarte a bajar la cabeza cuandó la cómpares cón el
resultadó de las ciencias naturales. De las dós explicaciónes, la divina y la humana,
¿cuaó l es la buena? Es la idea de tu pregunta, referida anteriórmente: «¿Queó piensa
de la Creacióó n? ¿y queó pinta Darwin en tódó estó?». Una pregunta que se cóncreta
en un cónócidó dilema: ó la Biblia ó la ciencia.
Yó piensó que la Escritura habla el lenguaje de su eó póca, cómó tambieó n tuó ló
haces, y, sóbre tódó, que nó pretende darnós una explicacióó n. Y estó es algó que tal
vez termines pór admitir, siempre que te ólvides de lós malós catecismós
aprendidós de memória. La creacióó n nó es el órigen, y muchó menós la descripcióó n
del órigen en víódeó. La creacióó n es la afirmacióó n de nuestra dependencia radical de
Diós y, al mismó tiempó, nuestra distincióó n de el, que nó depende de nadie. A veces
te preguntas: «¿Quieó n ha creadó a Diós?» Sin duda alguna estaó s cónfundiendó la
creacióó n cón la fabricacióó n (nó te preócupes, Sartre ló hizó antes que tuó ). ¡Piensas
en un super ingenieró que cónstruye el prótótipó, ló mónta en la faó brica y próduce
módelós en serie! ¡Nó estamós en la Seat! Ni siquiera en una maternidad.
Fíójate bien, amigó. La creacióó n significa que nuestra razóó n de ser nó estaó en
nósótrós, sinó sóó ló en Diós y en su eterna ternura. «Sóy amadó, luegó sóy». «Te
quieró pórque te quieró». Estó escandaliza a lós raciónalistas, que prefieren
justificar el mundó pór el azar ó la necesidad. Yó, en cambió, me alegró de nó
cómpartir ninguna de estas dós mecaó nicas. Me alegró de próceder de un Diós que
nó me quisó pór necesidad (para rómper su sóledad, ó tener una imagen de síó
mismó al reveó s, ó cómplacerse en su buena accióó n, ó enórgullecerse de sus
extraórdinarias pósibilidades), ni pór caprichó (para divertirse cómó un príóncipe
aburridó, dedicadó a invenciónes descabelladas para matar el tiempó). Me
cóngratuló de nó deber la existencia a ninguó n caó lculó egóíósta, a ninguna sabia
prógramacióó n. Me disgustaríóa enórmemente haber salidó de un labóratórió ó de un
órdenadór, aunque tuviese tódó el póder de un misil admirable. Es verdad que nó
sóy autóó nómó, ni sóy Diós, peró mi dependencia nó sóó ló me distingue de mi Padre,
sinó que tambieó n me une y relacióna cón EÉ l.
Si estó es asíó, nó se puede cónfundir la creacióó n cón lós óríógenes. Ciertamente, la
fe nós dice que Diós, al crear, inauguróó el tiempó. Peró, cómó precisa Santó Tómaó s,
aunque el mundó hubiese existidó desde siempre, nó pór esó habríóa dejadó de ser
creadó. La creacióó n nó es el big-bang: es mi relacióó n cón Diós. Si fuese el big-bang,
sóó ló habríóa sidó creadó el primer hómbre, peró nó lós demaó s, ni yó mismó. Nó
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seríóamós maó s que cópias del prótótipó, duplicadós. Ahóra bien, yó he sidó tan
creadó cómó Adaó n y tan queridó pór Diós cómó eó l.
La creacióó n es muchó maó s bella que la prócreacióó n. Esta uó ltima puede llevarse a
cabó sin amór en la pareja y sin deseó de un hijó, en una especie de cóitó instintivó.
Ademaó s, aunque esteó llena de ternura, la prócreacióó n es una accióó n. Que se termina
cón el nacimientó. Despueó s, el bebeó pósee su própia existencia, aunque durante
muchó tiempó dependa de su madre, tantó a nivel sanitarió cómó afectivó. Diós nó
se cóntenta cón dar el pistóletazó de salida. Me crea permanentemente y me ama
sin cesar. Nó se trata de un partó mómentaó neó, sinó de una ternura sin fin. Ló
espiritual teje un lazó maó s fuerte que la biólógíóa.
Mi creacióó n es maó s bella que mi órigen, sóbre tódó si eó ste tiene alguna tara. He
pódidó ser cóncebidó pór descuidó una nóche de bórrachera ó de adulterió; mi
padre ha pódidó abandónar inmediatamente a mi madre, y eó sta ha pódidó pensar
en abórtar. A pesar de tódó esó, mi Padre del cieló me ha queridó, me quiere y nó
cesaraó de quererme. Sóó ló esta «papaó - terapia» es capaz de curar mis prófundas
heridas.
La creacióó n del hómbre nó se cónfunde, pues, cón su prócreacióó n, cón su
cómienzó biólóó gicó. De la misma manera que la creacióó n del universó nó se
cónfunde cón el big-bang, su cómienzó cóó smicó. El Geó nesis nó es un repórtaje
sóbre lós primerós instantes del mundó. Nós cuenta, cón un lenguaje cólóridó y
llenó de imaó genes, que sóó ló Diós es Diós y que tódó ló demaó s prócede de EÉ l sin
cónfundirse cón EÉ l, y sin que las cósas se cónfundan tampócó cón el hómbre. Y nós
da el sabbat para que cómpartamós cada semana el asómbró de Diós ante su óbra.
Es decir, puedes adóptar la teóríóa cientíófica que maó s te guste, siempre que
permanezca en su nivel: el de la explicacióó n de lós fenóó menós. Si sale de ahíó, deja
de ser cientíófica y se mete en el campó de la filósófíóa.
Hay teóríóas materialistas y ateas que niegan la existencia y la accióó n de Diós. Y, al
cóntrarió, tambieó n hay explicaciónes cientíóficas que creen póder demóstrar la
existencia de Diós experimentalmente, descubriendó pór dóquier agujerós que
reclaman su intervencióó n. Nó creas ni a lós unós ni a lós ótrós. Nó deduzcas a Diós
mecaó nicamente. Nó le reduzcas al nivel de lós fenóó menós. La Iglesia llama a esta
ilusióó n «cóncórdismó», es decir, el intentó de hacer cóncórdar la fe y la ciencia en el
mismó nivel.
Un jóven me planteóó esta pregunta: « ¿Quieó n era yó antes de nacer?» Hacíóas
cuerpó cón tu madre, órgullósa de llevarte dentró, de alimentarte, de acariciarte y
de quererte. Nó eres, pues, un próductó de una cadena de móntaje ó de una faó brica
cualquiera. Y antes de tu cóncepcióó n estabas en el córazóó n de Diós, cómó un
próyectó de su ternura, un próyectó eternó y uó nicó, destinadó a la glória. Estó es ló
que eres, amigó míóó, maó s allaó de tu carnet de identidad ó de tu grupó sanguíóneó.
¡Nó cónfundas, pues, lós planes, ni deterióres tu belló misterió!

EL DIOS QUE BUSCA LA INTELIGENCIA

A veces me preguntas:
«¿Por qué está tan seguro de la existencia de Dios? ¡Deme una prueba!».
Y anñ ades:
«Si un día se prueba que Dios no existe, ¿cómo reaccionaría? ¿Qué piensa de la
gente que dice que Dios no existe?»
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Nuestros caminos hacia Dios

A su manera, el hómbre busca a Diós desde siempre. La Biblia nós presenta una
revelacióó n que nós sóbrepasa, teniendó en cuenta las capacidades de nuestra
sabiduríóa humana, que nó sóó ló se debe póner en móvimientó, sinó tambieó n evitar
las malfórmaciónes gróseras de ló divinó. Dichó de ótra manera, Diós es un derechó
del hómbre: EÉ l es, a la vez, transparente en sus óbras y diferente de ellas (Sabiduríóa
13,1-9; Rómanós 1,18-23). Al vólver a repetimós estó en el sigló pasadó, el Cóncilió
Vaticanó I tóma partidó en favór del espíóritu humanó, castradó pór el raciónalismó
de la maó s bella de sus pósibilidades y privadó del maó s vital de sus cónócimientós.
Al mismó tiempó, la Iglesia tambieó n próclama este principió para lós ateós, que se
adjudican el derechó natural de rechazar a Diós y se vanaglórian de elló cómó de
una liberacióó n; a lós agnóó sticós, que nó niegan nada peró se declaran
incómpetentes y sin un óó rganó aprópiadó; y a lós mismós cristianós, que se
refugian en el sentimientó invócandó la «míóstica». Haciendó estó, la Iglesia se situó a
inequíóvócamente en el caminó de la prómócióó n humana sin la menór vacilacióó n.
Juan Pabló II nó cesa de repetir estas mismas palabras, en una eó póca en que la
defensa de lós derechós del hómbre nó siempre se lleva hasta sus uó ltimas
cónsecuencias. El hómbre tiene derechó a Diós y nadie le debe privar de la libertad
religiósa. Para ti, amigó, la fe te parece ante tódó un deber, y un deber penósó; para
el Papa es un derechó que permite el accesó a la alegríóa y a la realizacióó n persónal.
Tuó preguntas: «¿estóy óbligadó a creer?». Y tu pastór te respónde: «¿tuó tienes el
derechó de privarte de la fe?» Tuó dudas, temiendó aburrirte ó córrer un riesgó
incóntrólable. Peró tambieó n hay ótró riesgó, el cóntrarió: asfixiarte pór falta de
adóracióó n, caer en la pasividad pór falta de verdadera alegríóa. Curiósó, ¿verdad? ,
Seríóa grótescó que intentase hacerte en diez líóneas una expósicióó n de las mil y
una razónes para admitir la existencia de Diós. Tampócó vóy a recurrir a «pruebas»
matemaó ticamente cómpróbables. En este casó, el nó creyente seríóa un imbeó cil,
cómó ese alumnó que nó es capaz de encóntrar, en la , pizarra de la clase, la
sólucióó n al próblema, que salta a la vista. La cuestióó n de Diós nó próviene de ló que
Pascal llama el espíóritu de la geómetríóa, sinó que supóne una reflexióó n en
prófundidad y que cómprómete la vida entera. El puró razónamientó nó llega a la
luz, sóbre tódó el razónamientó ramplóó n, que se queda en el nivel maó s bajó de sus
pósibilidades, en vez de elevarse «a lós niveles superióres del saber».
El nó creyente nó es ninguó n tóntó, ni el uó ltimó de la clase; puede ser, inclusó,
muy inteligente y virtuósó, cómó veremós maó s adelante, peró es insensible al «pór
queó » uó ltimó. Tambieó n puede darse el casó que tenga pór una caricatura grótesca de
Diós, que blóquea su reflexióó n. Ten en cuenta, amigó míóó, que tus falsas imaó genes
de Diós pueden próvócar la incredulidad en ótrós.
Santó Tómaó s de Aquinó nó habla de «pruebas» de Diós, sinó de «víóas» hacia
Diós, y tiene tóda la razóó n del mundó. Es evidente que la víóa cóncluye en alguna
parte, peró própóniendó un caminó, nó administrandó la sólucióó n del próblema al
instante. La sólucióó n nós hace cerrar la bóca, el asuntó cóncluye y nó hay nada maó s
que decir. El caminó nós cónduce hacia el asómbró: un nivel en el que nunca se
terminaraó de descubrir ó de vivir. Tengó miedó, amigó míóó, de que me pidas un
«trucó» para estar seguró de Diós, para arreglar esta cuestióó n de una vez pór tódas.
Peró reflexióna. Si la existencia de Diós fuese algó evidente, ¿queó haríóas despueó s?
La clasificaríóas en tus archivós cómó un próblema resueltó, cómó una tesis
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demóstrada sóbre la que nó es necesarió vólver. ¿Póseer estós archivós te


própórciónaríóa una vida espiritual? ¿Rezaríóa Róusseau a su «Ser Supremó» ó
Vóltaire a su «Relójeró»? Ló dudó. Ademaó s, cómó decíóa unó de vósótrós: «¿Diós nós
ha creadó cómó el relójeró hace un relój? Peró a míó nó me gustan lós relójerós».
Cada unó encuentra la víóa hacia Diós que le parece mejór, tantó el carbóneró
cómó el universitarió. Peró nó tódas las explicaciónes sóbre Diós són buenas, ni
siquiera las que se plantean só pretextó de satisfacer el espíóritu. Inclusó hay
algunas tremendamente simples. Es estuó pidó decir que Diós tiene que existir para
hacer pósible el arranque de la serie, cómó el primer huevó que da órigen a la
primera gallina, ó la primera gallina póniendó el primer huevó... Vuelvó a repetirte
que Diós nó estaó sóó ló en el principió. EÉ l es nuestra razóó n de ser permanente. Nadie
existe pór síó mismó, ni yó, ni mis padres, ni nadie. Lós seres creadós habríóan
pódidó cóntinuar en la nada, y nó han existidó siempre. ¿Quieó n les pudó llamar,
pues, a la existencia, a nó ser el Amór increadó y eternó? Este es el fóndó de la
cuestióó n. Diós nó es, pues, el Ser supremó, el primeró y el maó s grande en la cima de
la piraó mide. Diós estaó fuera de la cónstruccióó n. He aparecidó un díóa en la tierra
pórque un Amór eternó, que nó me necesitaba, me ha queridó y nó cesa de
quererme.
Partiendó de aquíó, la filósófíóa prósigue su interrógatórió. Siendó el ser creadó
finitó e imperfectó, ¿de dóó nde saca la idea de infinitud y de perfeccióó n que
curiósamente anida en su córazóó n? ¿De dóó nde saca la idea de Diós, que nó estaó en
su póder, cómó si fuera una secrecióó n del espíóritu? ¿Cóó mó pódríóa pensarse a Diós si
nó existiera? ¿Cóó mó pódríóa tener tódas las perfecciónes, salvó la de existir... ?
Ahóra bien, tódas estas reflexiónes tódavíóa nó són la fe. Creer en Diós nó
cónsiste en admitir la idea de Diós, ni siquiera su existencia. Creer es acóger la
revelacióó n que de EÉ l mismó nós hace en su Hijó Jesucristó. Es escuchar a Diós,
hablar de Diós. Es «óbedecer al Evangelió» recibieó ndóló cón humildad y sin
cónsiderarló cómó una humillacióó n. Pórque, el Evangelió, lejós de vejar nuestra
inteligencia, la sacia de una manera inesperada; lejós de detener su actividad, le da
en queó pensar. Nó repróches a Diós el haber cómplicadó las cósas revelaó ndóse a síó
mismó. Ló hizó pórque queríóa que cónócieó semós íóntimamente su vida, cón el fin de
asóciarnós a ella. El misterió nó es un jeróglíóficó incómprensible para amargarnós
la vida, si nó una cónfidencia amistósa, que nós invita a la cómunióó n.
En la Biblia, «cónócer» nó es tener cónócimientós sóbre alguien, sinó cónócer a
alguien; nó es identificar a alguien pór su carnet, sinó entrar en cóntactó cón eó l y,
en sentidó estrictó, «hacer el amór» cón el ser queridó. Estó es ló que quisó Diós al
revelarse: ófrecemós su persóna y nó su retrató, su ternura y nó su existencia
bruta. Y, de esta manera, póner fin a lós muó ltiples erróres que el hómbre nó cesaba
de acumular respectó a su Creadór, despueó s de haber pecadó.
Pór cónsiguiente, respóndiendó a tu pregunta «deme una prueba de la
existencia de Diós»), yó nó te di la fe cristiana; simplemente esperó haberte abiertó
el caminó, despejandó el óbstaó culó de la duda. Nó te quedes, pues, tranquiló viendó
la ruta despejada. Avanza, vete muchó maó s lejós. Allíó te espera, nó un certificadó ó
un diplóma, sinó una Presencia. ¡Inteó ntaló, al menós!

La solidez de nuestra fe

« ¿Y si un día se probase que Dios no existe...?»


Cómó ves, acabó de cóntestar a tu pregunta. Primeró, Diós nó se «prueba»: se
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descubre. Ademaó s, es impósible próbar la existencia de alguien. Para cónseguirló,


haríóa falta haber recórridó tódós lós lugares susceptibles de cóbijarle, y nadie
puede enórgullecerse de haber visitadó tódós lós pósibles escóndrijós. Se puede
afirmar, cón Andreó Fróssard: «Diós existe, yó ló he encóntradó». Peró nó se puede
decir: «Diós nó existe, yó nó ló he encóntradó». Si nó ló he encóntradó es pórque,
tal vez, nó haya escógidó el buen caminó...
Pór uó ltimó, y sóbre tódó, para míó creer nó cónsiste en tener mis própias ideas
sóbre Diós, sinó en acóger su visita persónal. Nó se trata de cóntentarme sabiendó
que existe, cómó existe una silla, un aó rból, ó fulanitó de tal, sinó de experimentar su
ternura. Nó es decir «Diós», sinó «Abba, mi queridíósimó papaó ».
Pór esó, cuandó esta gracia me ha sidó dada, ya nó puedó perder la fe, cómó
suele decirse. Impósible perderla pór casualidad, cómó se pierde un manójó de
llaves. Ló que se pierde asíó nó es una fe viva, sinó una cóstumbre mal enraizada, un
haó bitó familiar, una religióó n juvenil. Y la prueba de tódó elló es bien faó cil de hacer.
Cuandó la gente pierde un óbjetó que estima muchó, ló reclama raó pidamente en la
óficina de óbjetós perdidós. Peró lós que dicen haber perdidó la fe nó estaó n
dispuestós a recórrer ni medió kilóó metró para buscarla. Maó s auó n, a veces, ni
siquiera se dan cuenta de ló que han perdidó... Nó se pierde un gran amór sin sentir
enseguida un vacíóó intólerable, ¿verdad?
En cambió, se puede rechazar la fe en Jesuó s. La Iglesia nó se prónuncia sóbre la
culpabilidad de este abandónó libre y cónsciente. Sóó ló nós dice, en el Vaticanó I,
que el cristianó nó tiene ninguna razóó n óbjetiva para renegar del Evangelió. En
efectó, cuandó se ha cónócidó verdadera y experiencialmente el amór de Jesuó s,
nada puede justificar nuestra desercióó n. Y, sin embargó, lós abandónós se
multiplican. ¿Pór queó ? Pór razónes subjetivas, a las que sóó ló Diós puede juzgar.
Amigó, cón la gracia de Diós y la fuerza del Espíóritu, creó póder decir que nó me
escandalizó faó cilmente. Puedó sufrir, sóbre tódó a causa de determinadas persónas
de la iglesia, peró hay ótras muchas que me ayudan póderósamente. Ademaó s, tódó
estó nó tiene nada que ver cón mi relacióó n cón Jesucristó. Ló que sópórta EÉ l, ¿pór
queó nó ló pódríóa sópórtar yó tambieó n? Asíó pues, nó hagas mezclas explósivas. Nó
tengó ninguó n mótivó vaó lidó para dudar del Diós que me ha entregadó a su Hijó ya
quien he entregadó mi córazóó n. Pór esó me gusta este caó nticó:

Padre, yó sóy tu hijó amadó; mil pruebas de amór me has ófrecidó.


Alabarte quieró cón mi cantó,
cantó de amór de mi bautismó.

Cuantó maó s viejó me hagó, maó s evidente me parece este Diós, maó s descubró su
identidad, maó s me hundó en eó l, mi fe se hace maó s familiar y mi córazóó n maó s
sencilló. Estamós lejós de las «pruebas» que reclamabas y que sóó ló són buenas
para lós principiantes. Despueó s, el Senñ ór es capaz de revelarse a Síó mismó, maó s allaó
de cualquier jeróglíóficó cerebral. Seó maó s de EÉ l apretaó ndóme cóntra su córazóó n que
leyendó un libró.
Me diraó s, sin duda, que tambieó n algunós santós se plantearón la cuestióó n: « ¿y si
Diós nó existiera?» Es ciertó, peró hay que entender bien ló que queríóan decir cón
elló. El primeró en hacerló es San Pabló, y su razónamientó es el siguiente: si Cristó
nó hubiese resucitadó, ló habríóa perdidó tódó y seríóa tremendamente desgraciadó,
pórque tódó se ló he dadó a EÉ l (1 Córintiós 15,14-19). Se trata de una excelente
ócasióó n, para el apóó stól y para nósótrós, de verificar si realmente se ló hemós dadó
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tódó. Este es el óbjetivó pedagóó gicó de este supuestó impósible (igual que de este
ótró: «Seríóa capaz de amar a Diós aunque me cóndenara al infiernó...»).
el cura de Ars tambieó n dice: «Si al final de mi vida descubriese que Diós nó
existe, estaríóa atrapadó, peró nó me arrepentiríóa en absólutó haber creíódó en el
Amór». Bajó esta deliciósa ócurrencia, se escónde la certeza de que Diós es Amór y
de que nunca el Amór puede fallar. Piensó tambieó n en esta «maliciósa» reflexióó n de
un teóó lógó: «si Diós nó existiese, se equivócaríóa». ¡Y tantó! Pues nó pódríóa verificar
la bella imagen que tenemós de EÉ l... Y que el mismó nós ha dadó: la imagen del
Amór. ¿De dóó nde si nó pódríóa venirnós esta imagen?

EL DIOS QUE HACE MARAVILLAS

Abórdemós ahóra lós milagrós, un tema que planteas cóntinuamente para


decirme que nó crees en ellós... Y, al mismó tiempó, que te gustaríóa que hubiese
maó s. Yó, en cambió, creó en ellós, y piensó que se dan a menudó cuandó se tiene
una fe viva. Esta es mi tesis. Ahóra me explicó.

Falsas ideas sobre el milagro

«Quitad lós milagrós del Evangelió y tóda la tierra caeraó de bruces a lós pies de
Jesucristó», escribe Jean-Jacques Róusseau. Nó cómpartó, lóó gicamente, su teóríóa,
peró intentó entender la prócedencia de esta reaccióó n, que se prólónga hasta la
actualidad. Creó que esta reaccióó n se debe a tres razónes.
En primer lugar, pórque se ha abusadó de la presentacióó n del milagró, nó cómó
un signó de la atenta presencia de Diós ante las preócupaciónes de lós hómbres,
sinó cómó una travesura destinada a humillar a la razóó n. «Creeó is en el valór
absólutó de vuestras leyes, parecen decir lós partidariós de esta presentacióó n de
lós milagrós, para ólvidarós de Diós ó inclusó para negarló. Pues bien, Diós ós
muestra su existencia y sus capacidades viólandó esas leyes cuandó le viene en
gana. ¡Asumid la reprimenda y recónóced vuestró errór!». Es decir, el milagró se
definíóa cómó una excepcióó n de las leyes naturales, para dar en la cara a lós
raciónalistas órgullósós. Se cómprende perfectamente la indignacióó n de eó stós, que,
si bien merecíóan una leccióó n, nó teníóa pór queó ser tan humillante. Diós nó se dedica
a hacer sietes en el tejidó de la naturaleza, sinó maravillas. Es capaz de hacer
maravillas sin hacer sietes, es decir, insertandó su accióó n en el cursó de lós
acóntecimientós. Yó mismó he disfrutadó en mi vida de las sónrisas del Senñ ór, que
nó se pueden catalógar cómó pródigiós, peró síó cómó signós de su presencia. A la
inversa, nó basta cón que haya un pródigió para cóncluir afirmandó la presencia de
Diós. Ninguó n milagró, ni siquiera una resurreccióó n, puede fórzar a alguien a creer
(Lucas 16,30). Este es, pues, a mi juició, el primer malentendidó.
Dadó que el milagró es definidó cómó una excepcióó n hecha pór Diós en las leyes
naturales, para cónstatar tal hechó se establece en Lóurdes un centró meó dicó,
encargadó de analizar las curaciónes. Sóó ló pódraó hablarse de milagró en el casó de
que la ciencia nó encuentre explicacióó n natural alguna a tal curacióó n. Es, pues, ló
anórmal ló que permite testar la accióó n divina. De esta fórma, dicen lós partidariós
de esta póstura, lós nó creyentes nó pódraó n hablar de subterfugiós. Sin duda, peró
nó pór esó quedaraó n maó s cónvencidós. Siempre pódraó n decir que alguó n díóa el
prógresó cientíóficó terminaraó pór hallar la causa que hóy tódavíóa se nós escapa. Asíó
pues, a pesar de tódas las precauciónes tómadas, el milagró nunca puede ser
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próbadó rigurósamente y el cientíóficó siempre pódraó negarló.


Peró, ¿pór queó haríóa falta próbarló? ¿Pór queó el enfermó curadó tendríóa que
esperar un certificadó que le ótórgase la etiqueta de milagrósó y le permitiese asíó
dar gracias a su Senñ ór sin temór a equivócarse? Tantó maó s cuantó que este selló de
autenticidad de la Iglesia nó cónvenceríóa a tódó el mundó.
El milagró nó se cónfunde, pues, cón ló inexplicable. Es un acóntecimientó que
se aduenñ a de una história espiritual y que cómpórta, pór ejempló, peregrinacióó n,
intercesióó n, óracióó n de cónfianza, invócacióó n a Maríóa, prómesa de una vida maó s
fervórósa, caridad hacia lós póbres, prómesa de cónversióó n, etc. Sóó ló lós hómbres
que han vividó tales mómentós tienen derechó a ver en ellós un signó del cieló,
independientemente de que la curacióó n se pueda explicar, al menós parcialmente,
sin recurrir al milagró. El hechó nó debe arrancarse, pues, de su cóntextó, para
trasladarló al labóratórió y cónvertirló en un casó clíónicó y nada maó s. En el
Evangelió, lós relatós de lós milagrós subrayan ante tódó la relacióó n entre Jesuó s y
su interlócutór, insistiendó en la cónfianza tótal de eó ste en el Senñ ór. Y si Cristó envíóa
al leprósó curadó al sacerdóte, nó es para una verificacióó n meó dica, sinó para que
sea reinsertadó legalmente en la cómunidad..., previó pagó del dón prescritó
(Mateó 8,4).
El tercer malentendidó estaó muy relaciónadó cón lós ya expuestós. Algunas
persónas curadas milagrósamente se afanan en próclamar que su fe cóincide cón
su curacióó n. Y estó nó es del tódó ciertó. Es evidente que el favór recibidó puede
próducir en el córazóó n maravilladó del enfermó curadó una cónversióó n prófunda.
Ahóra bien, el credó del cristianó nó se limita a próclamar: «creó en el Diós que me
curóó ». Nó hay que exagerar la nóta y cólócar una curacióó n en el culmen del plan
divinó. De ló cóntrarió, ¿cóó mó pódríóan creer lós que nó han recuperadó su salud?
¡De tódas maneras, entre la desaparicióó n de un tumór y la Resurreccióó n de Jesuó s
hay una cónsiderable distancia! Una distancia que me hace cómprender que mi
Diós es tambieó n el de lós demaó s, que nó sóy la maravilla de las maravillas, y que ha
hechó en míó algó muchó maó s impórtante que curarme una pierna.
Una curacióó n nó dispensa, pues, de la catequesis. De ló cóntrarió, el milagró
seríóa un medió cóó módó y ecónóó micó de creer..., sin necesidad de la fe. Ahóra bien,
en el Evangelió, el pródigió nó encierra sóbre síó mismó al que ló recibe, sinó que le
hace vólverse hacia Cristó, próclamandó que es el Hijó de Diós. Pór esó, Jesuó s invita
al ciegó de nacimientó, tótalmente feliz pór haber recóbradó la vista, a recórrer ló
que le queda de caminó para alcanzar la luz.
«-¿Crees en el Hijó del Hómbre?, le dice.
-¿y quieó n es, Senñ ór, para que crea en eó l?
-Ya ló estaó s viendó, es el mismó que habla cóntigó.
-Entónces eó l dijó: Senñ ór, yó creó» (Juan 9,35-38).
El ciegó tódavíóa nó habíóa caíódó en la cuenta que el que le habíóa curadó era el
mismó Senñ ór, el Senñ ór de tódós lós hómbres.
Lós tres malentendidós explicadós tienen algó en cómuó n: previenen cóntra la
tentacióó n de querer cazar a Diós, de intentar pillarle en flagrante delitó de
existencia a traveó s del milagró, cómó si la fe fuese un simple atestadó asequible a
tódó el mundó sin la menór preparacióó n. Tambieó n en estó, el Evangelió deja las
cósas en su sitió, recórdaó ndónós que en Nazaret Jesuó s nó hizó milagrós, pórque sus
paisanós nó creíóan en el (Mateó 13,58). El milagró nó da, pues, la fe, si nó existe
previamente, al menós en fórma de cónfianza tótal en Cristó. Diós es, ante tódó,
Amór ófrecidó, miraó ndónós a lós ójós. Y la maravilla se próduce en esta mirada.
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«¿Creeó is que puedó hacer estó? -pregunta Jesuó s a lós dós ciegós.
-Síó, Senñ ór -le cóntestan.
-Entónces les tócóó lós ójós diciendó: Seguó n la fe que teneó is, que se cumpla»
(Mateó 9,27-29).
Ya ves queó lejós estamós de la pura mecaó nica...

Los signos de Jesús

En su Evangelió, Juan habla casi siempre de signós en vez de milagrós. Y estó nós
va a ayudar a prófundizar en el tema. Para mucha gente, Jesuó s es alguien que
anuncia una dóctrina misteriósa y difíócil de entender, bien sea pórque ló hace
apósta, para invitarnós a la humildad, ó bien sea pórque, a pesar de intentarló, nó
ló puede evitar. De ahíó que, para recuperarse, realice milagrós que nada tienen que
ver cón ló que dice, peró que le cónfieren prestigió y credibilidad a sus ensenñ anzas.
Esta credibilidad, sin embargó, nó prócede de su ensenñ anza, demasiadó abstrusa,
sinó de sus capacidades y de su extraórdinaria persónalidad. De esta manera, Jesuó s
renunciaríóa a cónvencemós, cóntentaó ndóse cón asómbramós. Algó asíó cómó un
prófesór de geómetríóa que, al verse incapaz de hacer entender a sus alumnós la
demóstracióó n de un teórema, se pusiera a hacer el pinó delante de la pizarra, para
que sus alumnós le creyesen en nómbre de su talentó acróbaó ticó (imagen utilizada
pór Claudel, para hacernós cómprender ló ridíóculó de la situacióó n.) el milagró seríóa,
pues, una pura payasada, sin relacióó n cón la dóctrina de Jesuó s, ni cón su córazóó n, y
su funcióó n seríóa servir de apóyó externó al Evangelió. Desde esta perspectiva, se
entiende perfectamente a esas persónas pócó creyentes, ó pócó dispuestas a
cónvertirse realmente, que córren de aquíó para allaó en busca de milagrós
(verdaderós ó falsós) para cólecciónarlós y utilizarlós cóntra la Iglesia.
Paradóó jicamente, repróchan a lós demaó s cristianós su incredulidad, cuandó lós
primerós increó dulós són ellós. En efectó, digan ló que digan, nó tienen fe
evangeó lica, pórque eó sta cónsiste en una tóma de pósicióó n ante la persóna de Jesuó s y
ante su mensaje, algó pór ló que nó muestran ninguó n intereó s. Són simplemente
gente curiósa que se deja asómbrar pór fenóó menós extranñ ós (verdaderós ó falsós)
y que cónfunden su asómbró cón un sentimientó religiósó. Pórque estaó n
asómbradós, ya piensan que «creen». Peró, ¿es pósible creer sin seguir a Jesuó s? El
milagró se hace para cónducirnós al Senñ ór, nó para quedarnós pegadós al milagró.
Ló que yó veneró nó es el pródigió, sinó el amór de mi Diós.
Pór esó Juan habla de «signós», es decir, de hechós significativós y que nó sóó ló
són visibles, sinó tambieó n legibles. Hechós que nós designan a Jesuó s cómó la fuente
de tódó y que nós dan la cónsigna de ser sus discíópulós. Una payasada nó nós
ensenñ a nada acerca del córazóó n del acróó bata; sóó ló nós manifiesta su talentó. Un
trucó de magia nó nós dice nada sóbre la vida interiór del prestidigitadór,
simplemente nós muestra su destreza de ilusiónista. Pór el cóntrarió, el milagró
prócede de ló maó s prófundó de Jesucristó, nós revela su persóna, su óbra y su
mensaje, prócede de EÉ l y nós cónduce a EÉ l.
Ademaó s, en lós Evangeliós, Jesuó s nó tiene nada del charlataó n de feria que dice
«nada en las mangas, nada en el sómbreró, nada en lós bólsillós», apróvechaó ndóse
del asómbró de lós demaó s para pasar la bandeja. Mira su discrecióó n en Canaó , pór
ejempló. ¡Nada de pelíóculas! Satanaó s es el que le própóne que mónte un shów
arrójaó ndóse desde el pinaó culó del templó sin paracaíódas un díóa de fiesta. Jesuó s nó
juega este juegó. Y lós milagrós relatadós en lós Evangeliós nó cóntienen nada de
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cara a la galeríóa, ni nada que pueda dispensar la cónversióó n de lós córazónes.


Cuandó Juan Bautista estaó en la caó rcel y duda de un Mesíóas tan pócó espectacular,
Jesuó s le da signós que nó enganñ an (Maleó 11,2-6). Signós que nó miden el póder de
sus bíóceps, sinó que revelan sus intenciónes prófundas: devólver la vista a lós
ciegós, hacer andar a lós paralíóticós, curar a lós enfermós, hacer óíór a lós sórdós,
resucitar a lós muertós y, sóbre tódó, dar esperanza a lós maó s póbres. El milagró nó
es, pues, un fenóó menó que se pueda separar de su raíóz y cónvertirló en una
curiósidad autóó nóma y apta para periódistas. Si Jesuó s escógióó dar la vista a lós
ciegós, fue para ensenñ amós que el es la Luz y que tantó la luz de lós ójós cómó la
del córazóó n próceden de el. El signó llega a su meta cuandó próvóca en lós labiós
del curadó una prófesióó n de fe (Juan 9,38). Bartimeó, el ciegó de Jericóó , escógióó
inclusó una fóó rmula activa: nada maó s ser curadó, se pusó a caminar detraó s de Jesuó s
(Marcós 10,52) ¡Queó rapidez de reflejós la de Bartimeó!
Amigó, el milagró es irritante cuandó se cónvierte en algó maó s cónvincente y
apasiónante que Jesuó s; cuandó seduce, en vez de cónvertir. Cómó dice San Agustíón,
nó quieras al anilló maó s que a la nóvia, peró tampócó dudes en recibir el anilló de
manós de la nóvia. Nó digas a Diós que nó necesitas milagrós para creer en su
amór. Tuó y yó sabemós que esó nó es del tódó ciertó. Y, sóbre tódó, nó le vayas cón
el cuentó de que, sin lós milagrós, su Evangelió pasaríóa mejór el examen. ¡Deja
hacer su trabajó al Senñ ór! ¡Es de supóner que ló sabraó hacer mejór que tuó y que yó!
Tampócó intentes hacerte el sutil, queriendó separar el hechó del sentidó, y
afirmandó que la história es falsa, peró la leccióó n bónita. ¡Tónteríóas de intelectuales
cansadós!

¿UN DIOS CASTIGADOR?

Esta es la pregunta que me planteas:

«¿Cómo se puede decir que el Sida es un castigo de Dios, cuando hay niños
totalmente inocentes que mueren por culpa de esta terrible enfermedad?».

Siempre es ló mismó: un Diós-explicacióó n de una plaga cóntempóraó nea. En


primer lugar, debó cónfiarte que estós dós uó ltimós anñ ós ayudeó a bien mórir, en un
hóspital de Paríós, a dós jóó venes amigós, afectadós pór el Sida: Frank, muertó el18
de mayó de 1988, a lós 22 anñ ós, y Martíón, muertó el 22 de eneró de 1988, a lós 29
anñ ós de edad. Tambieó n debó decirte que Martíón, pensandó en su casó persónal, me
habíóa planteadó tu misma pregunta. Evidentemente, nó le trateó cómó un malditó de
Diós, sinó cómó el hijó queridó del Abba, nuestró Padre del cieló, y asíó, pócó a pócó,
le fui cónvenciendó. Cómprenderaó s que, si el mismó Diós hubiese enviadó desde ló
altó del cieló este virus terrible, para castigar a la gente, nó nós iba a pedir que
amaó semós a lós afectadós en su nómbre. ¡Al menós que estuviese arrepentidó y
quisiese reparar un mal del que se avergónzase! ¡Seamós lóó gicós! En ese casó nó
nós habríóa dichó: «amarós lós unós a lós ótrós», sinó «apartaós de lós sidósós,
estaó n malditós...».
Mi actitud cóntigó nó seraó diferente a la que mantuve cón mis amigós, que en
paz descansen, aunque mi respuesta trataraó de ser maó s reflexiva y prófunda.

¿Quién plantea esta pregunta?


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Permíóteme, en primer lugar, preguntarte cón queó actitud planteas esta pregunta.
Pórque hay dós fórmas de reacciónar. Pór un ladó estaó , sin duda, tu reaccióó n, que
traduce una perplejidad ó, inclusó, un escaó ndaló dólórósó. Y pór ótró ladó, la del
«deshacedór de entuertós», que muestra su alegríóa, cónstatandó que -¡pór fin!-
Diós defiende su causa, sancióna eneó rgicamente el mal, y detiene la decadencia
creandó esta terrible peró beneó fica disuasióó n. ¡Ya iba siendó hóra! ¡El principió de
la sabiduríóa es el miedó del pólicíóa... Y de la enfermedad mórtal! Ademaó s, la
amenaza cómienza ya a dar sus frutós: aunque la permisividad móral cóntinuó e, ya
nó se muestra tan triunfante. A ló que algunós, maó s pesimistas, anñ aden: «es ciertó,
peró llega demasiadó tarde; la Virgen predijó la inminencia de la cataó strófe y la
hóra ha llegadó; prepareó mónós para el Apócalipsis».
Ten en cuenta, ademaó s, que nó es raró encóntrarse cón esta actitud. Despueó s de
escribir un artíóculó en «Familia cristiana», para restablecer la verdad, es decir, la
bóndad de Diós, recibíó una carta indignadíósima de un lectór, repróchaó ndóme el
haber desfiguradó el verdaderó róstró de Diós y haber apóyadó la inmóralidad. Le
respóndíó preguntaó ndóle sencillamente si, cuandó cómulgaba, recibíóa en la hóstia el
cuerpó de un .verdugó de lós demaó s... Y el episódió me hizó recórdar un pasaje de
la pelíócula «Senñ ór Vicente». Unas senñ óras de la alta sóciedad, a las que San Vicente
Paul habíóa invitadó a acóger a unós ninñ ós abandónadós, le respónden indignadas:
«¡Diós nó quiere que vivan; són lós hijós del pecadó!». A ló que el santó, muy serió,
replicóó : «Senñ óras, cuandó Diós quiere que alguien muera pór el pecadó, envíóa a su
própió hijó». ¡Queó respuesta!

¿Qué dice la Escritura?

Y, sin embargó, la idea de un Diós castigadór, que a ti ya míó nós aterróriza, puede
basarse en argumentós bíóblicós nada despreciables. Es verdad que, desde el primer
pecadó (Geó nesis 3,14-19) hasta lós de hóy (Rómanós 1,18-32), el Senñ ór castiga la
rebeldíóa cón penas diversas, de las que la peór es la muerte. Su palabra anuncia el
juició: «pór haber hechó estó..., ¡OH hómbre!..., te pasaraó estó.»
De esta fórma eneó rgica fue tratadó el puebló de Diós, cuandó se móstraba infiel,
pór lós prófetas. Asíó, en tiempó de lós Jueces, el puebló puede elegir entre la
zanahória ó el paló. Ademaó s, en la Biblia, Diós nó se cóntenta cón dejar que el
pecadó deó su própió frutó autómaó ticamente (es ló que se llama la «justicia
inmanente»), sinó que infringe el castigó en persóna.
Peró esta taó ctica divina del gólpe pór gólpe puede que funcióne a nivel cólectivó,
peró nó a nivel individual. En este segundó nivel, lejós de sanciónar
inmediatamente al maló, a menudó Diós le deja prósperar y pavónearse en un lujó
insólente. Ya tiene papada y, mientras sigue engórdandó (Salmó 73,6-7), se burla
de un cieló que parece sórdó, ciegó y mancó (versíóculós 10-11). En cambió, el justó
sópórta tóda clase de calamidades... ¡Realmente la justicia divina escandaliza y
cónfunde! Es el mundó al reveó s. Algó de esó vivióó el póbre Jób ahógadó pór las
desgracias, mientras sus amigós intentaban hacerle cónfesar un pecadó secretó
que justificase sus males. ¡Y Yahveó se cóntentaba cón mandarle guardar silenció!
En la misma eó póca, lós prófetas se pónen a próclamar que Diós nó quiere la
muerte del pecadór, sinó que viva (Ezequiel 18,23). Sin aflójar su exigencia, Yahveó
se muestra dispuestó al perdóó n y multiplica sus llamadas al arrepentimientó. El
tónó va cambiandó: se acercan lós nuevós tiempós.
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El Evangelió cónfirma esta óferta de misericórdia. Puestó en presencia del ciegó


de nacimientó, Jesuó s rechaza categóó ricamente la idea de un castigó persónal ó
familiar (Juan 9,1-3). Asimismó, al hablar de la tórre de Silóeó , que habíóa sepultadó
bajó sus escómbrós a diecióchó persónas, evita póner en relacióó n directa la
cataó strófe cón un eventual pecadó cómetidó pór las victimas (Lucas 13, 4-5).
Ademaó s, el Padre celestial nó mira la buena ó mala cónciencia de lós campesinós
para sóbre sus tierras el sól y la lluvia. En efectó, calienta y riega indistintamente a
justós y pecadóres sin que las nubes salten las tierras de lós malós para castigarles
pór sus pecadós tambieó n nósótrós hemós de hacer ló mismó y saludar a nuestrós
enemigós cómó si fuesen amigós.
A la inversa, el Senñ ór nó cura a tódós lós enfermós, y cuandó cura a algunós, nó
se trata de una recómpensa, sinó de un signó, y lós que nó són libradós de su
enfermedad nó pueden tómaó rseló cómó un castigó. ¡Aleó jate, pues, de este
simplíósimó que te própórcióna deó biles explicaciónes!

¿Y el Sida?

Vólvamós al Sida. Aunque a menudó vaya unidó a la hómósexualidad ( sóbre


tódó el principió) ó la tóxicómaníóa ( pór el usó de jeringuillas cóntaminadas), esta
terrible enfermedad se transmite tambieó n pór ótras causas. Pór ejempló pór una
simple transfusióó n sanguíónea. El persónal hóspitalarió se arriesga
permanentemente a un accidente, a pesar de las precauciónes tómadas. Nó debes
pues establecer una relacióó n directa entre el Sida y la inmóralidad.
Pór ótra parte, guardaó ndóte muy muchó de imaginar un Diós vengadór,
entregandó una especie de querraó bacteriólóó gica cóntra lós impurós, cómó lós
rusós en Afganistaó n. El Sida muestra simplemente que el hómbre nó puede jugar
cón su humanidad de una manera insensata, cóntraviniendó la sabiduríóa inscrita
en la naturaleza. Nó se puede hacer el amór de fórma cualquiera. ¡Nó se maltratan
impunemente las mucósas ni lós sentimientós! Desgracia tambieó n para lós póderes
puó blicós que, bajó el pretextó de acabar pór tódós lós mediós cón esta grave
amenaza, nó cónsiguiesen mas que amentar y legalizar la permisividad
banalizandó la distribucióó n de preservativós. La urgencia a córtó plazó nó debe
hacemós ólvidar el próblema de fóndó, que nó es sóó ló un asuntó de la Iglesia, a la
que, pór ótra parte, se acusa de intólerancia y se ridiculiza.
el asuntó nó es nuevó. En tódas las eó pócas, maó s menós turbulentas, algunós
creyentes predijerón cataó strófes ó atribuyerón una cataó strófe presente al pecadó
sócial del mómentó. ¡Durante la Segunda Guerra Mundial, algunós predicadóres
presentarón la derróta de Francia cómó un castigó pór su laicismó! Nó interpretes
a tu gustó lós acóntecimientós de este mundó, atribuyeó ndólós a lós designiós del
cieló. En ese casó estaraó s próyectandó sóbre Diós tus terróres y tus viólencias. Es
verdad que el Sida es una tremenda amenaza ante la que nó se pueden cerrar lós
ójós, ya que su presencia es cada vez maó s evidente. Se cómprende tambieó n que
algunós vean un juició de Diós en una plaga de una amplitud galópante. Peró seríóa
tótalmente erróó neó buscar en el Sida el hóróó scópó divinó. Ló que Diós quiere de ti
es que te armes cón el córaje de la pureza y de la caridad. ¡Nó busques en ótra
parte! (1: A mediadós del sigló XVI, un teóó lógó flamencó, Miguel Bayó, defendióó que
tódó sufrimientó humanó era el castigó del pecadó óriginal ó de lós pecadós
persónales. Cóncluyóó , ademaó s, que la Virgen Maria nó era inmaculada. pór ló
muchó que habíóa sufridó durante su vida, y que inclusó habíóa pecadó cómó tódó el
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mundó. ¡Ya ves a dónde cónducen las teóríóas! el Papa San Píóó V cóndenóó este errór
en 1567. Muchó antes, San Agustíón habíóa dichó que el sufrimientó funcióna cómó
un remedió maó s que cómó un castigó).

EL DIOS QUE PERMITE EL MAL

Peró tu gran próblema y el de tódas las generaciónes es el próblema del mal. Hay
multitud de preguntas sóbre este puntó cóncretó:

«¿Por qué, si Dios ha creado el mundo, no hace todo lo posible por mejorarlo?
-¿Por qué no hace milagros?
-¿Por qué ha creado Dios a los hombres para que se maten entre ellos?
-¿Por qué algunos niños nacen con minusvalía y otros no?
-¿Por qué hay tantas miserias en la tierra, cuando deberíamos ser felices?
-¿Por qué Dios no hace nada para hacer felices a los africanos que se mueren de
hambre?
-Si Dios es bueno, ¿por qué hay tantas injusticias en la tierra?
-¿Por qué deja morir a los niños de Etiopía?
-¿Piensa que Dios es justo al quitamos a un ser querido? -¿Por qué en la vida
algunos son felices y otros no?
-¿Dios podría lograr que todos los países se entendiesen y evitasen los conflictos?
-No creo en Dios, porque mi familia, incapaz de hacer daño a una mosca, se ha
visto continuamente perseguida por la adversidad.
-Si Jesús ha resucitado, ¿por qué no resuelve todos los problemas del mundo?
-¿Por qué hay guapos y feos?
-¿Aceptaría la muerte de su propio padre...?»

Las preguntas són impresiónantes y, antes de cóntestarte, me póngó de ródillas


y rezó...

1. Nadie, ni siquiera Diós, pudó dar una explicacióó n satisfactória del mal. El
Senñ ór nó prónuncióó un discursó sóbre el asuntó. Su uó nica elócuencia es la de un
Crucificadó que calla y se ófrece. Didier Rimaud le llama «el Libró abiertó a gólpe
de lanza», y anñ ade: «Jesuó s ha muertó: el Libró se ha leíódó.» Es ló que Pabló llama el
«lenguaje de la Cruz» (1 Córintiós 1,18), una lócura que la fe transfórma en la
verdadera sabiduríóa cón el pasó del tiempó. Nó te digó estó para adórmecerte ó
para drógarte antes de suministrarte mis razónamientós. Te ló digó pórque es ló
uó nicó que tengó que decirte. Permanezcamós bajó la imagen del Crucificadó.
Cóntemplemós al Córderó inmóladó que en glória cónserva las huellas de sus
heridas para tóda la eternidad (Apócalipsis 5 y 6). Cuandó tengas que hablar del
mal cón alguó n cómpanñ eró, cómienza y termina cón una óracióó n, si puedes. Jesuó s nó
explicóó la cruz: simplemente la llevóó y se dejóó clavar en ella. Resucitadó, te la
presenta cómó la Cruz glóriósa, sangre y óró.

2. Pór ótra parte, ló que te preócupa nó es el mal en general, sinó el mal de


alguien ó el tuyó própió. Y estó ló cambia tódó, pórque el aó mbitó persónal es
inexplicable; sóó ló se pueden hacer teóríóas sóbre ló geneó ricó. El mal nó es una idea,
sinó un córazóó n cóncretó que sufre. Cónfóó rtale, nó sóó ló cón palabras, sinó tambieó n
cón tu silenció y tu óracióó n...
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3. Elimina tambieó n lós simplismós sóbre el asuntó, y hay variós:


-Suprimir el próblema divinizandó el mal. Es ló que suele llamarse el
«maniqueíósmó», la herejíóa de Manes, a la que Agustíón sucumbióó durante nueve
anñ ós, hasta su cónversióó n al cristianismó. Sus póstuladós són, muy sencillós: hay
dós Dióses, unó buenó y ótró maló. Cón esta simple divisióó n, se evitan tódós lós
próblemas. Nó se puede hacer nada ante el mal fíósicó, debidó al caraó cter impuró de
la creacióó n material. Tampócó se puede evitar el mal móral, que es maó s fuerte que
nósótrós. ¡Pór ló tantó, nó vale la pena privarse de nada! Tal vez algunós santós
pueden intentar liberarse de ambós males recurriendó a purificaciónes asceó ticas,
hasta el líómite de sus pósibilidades: Agustíón nós sacóó de este errór desesperante
recórdandó la bóndad del Diós uó nicó y la bóndad de su creacióó n, y achacandó el
mal a la respónsabilidad humana, para que el pecadór intente salir de eó l cón la
ayuda de la gracia. Si san Agustíón hace hincapieó en el pecadó, nó es pórque sea
pesimista, sinó pórque rechaza tódó fatalismó. ¿Un próblema arcaicó ese del
fatalismó? De ninguna manera. Lós Albigenses eran maniqueós y tódavíóa existen
hóy muchós maó s de lós que crees.
-Evitar el bien que prócede del mal. Es ló que se llama la dialeó ctica, aficióó n
intelectual que se pusó muy de móda el sigló pasadó. ¡Viva la guerra, que endurece
lós caracteres! ¡Viva la lucha, que es la cómadróna del prógresó! ¡Viva la revólucióó n,
que nós hace pasar a la etapa siguiente! ¡Y si el individuó muere es para permitir el
prógresó de la especie! Ademaó s, ¡nó se puede hacer una tórtilla sin cascar lós
huevós! Etceó tera.
Este discursó, utilizadó tantó pór la derecha cómó pór la izquierda, suena a falsó.
Se trata de ideólógíóas, es decir, de explicaciónes tótalitarias, que funciónan
exactamente cómó el Góulag: pasandó a lós individuós pór las hórcas caudinas de
las ideas inamóvibles. Pór esó, el filóó sófó Emmanuel Leó vinas dice un nó rótundó «a
una história que hace una buena cómpra cón nuestras laó grimas privadas». Yó
tambieó n. Es evidente que el bien puede brótar del mal, peró nó de una manera
infalible y sistemaó tica. Enfrentadó a la pena capital, el jóven Jacques Fesch murióó
en 1957, a lós veintisiete anñ ós de edad, en medió de una gran dulzura y serenidad.
¡Peró esó nó canóniza la guillótina!
-Móstrar una sabiduríóa razónable. Una sabiduríóa aburrida, la sabiduríóa del
sentidó cómuó n, la sabiduríóa del «asíó es la vida», ó del «ólvidemós las penas y
disfrutemós tódó ló que pódamós», ó del «hay tiempó para tódó; unas veces sómós
felices y ótras desgraciadós, nó estaó tan mal»..., etc. Una sabiduríóa estóica del estiló
del «aceptemós ló inevitable cón fríóa resignacióó n; abórdemós el mal cón la frente
alta y cón dignidad». El emperadór rómanó Marcó Aurelió escribióó bellas ideas
sóbre este tema..., ló que nó le impidióó perseguir a lós cristianós sin ninguna
dignidad.
La fe evangeó lica nó escamótea el mal. Al cóntrarió, ló mira de frente, nó cómó un
próblema que hay que analizar cón frialdad, sinó cómó un misterió. Un «misterió
de iniquidad» (2 Tesalónicenses 2,7) que Jesuó s absórbe en el «misterió de su
piedad» (1 Timóteó 3,16).

4. Evita tambieó n tódós lós discursós que huelan a juiciós, esas póleó micas
óratórias que enfrentan a lós defensóres de Diós cón lós defensóres del hómbre en
un debate interminable. Jesuó s nunca entróó en estas cónsideraciónes. Sencillamente,
nós salvóó cón el preció de su sangre. Lós abógadós que defienden al ser humanó
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argumentan que eó ste nó pidióó nacer, que nó es respónsable del pecadó óriginal, que
el Creadór pudó haberló creadó buenó, y que, sin duda, su vida estaó llena de
meó ritós... Lós abógadós de Diós, en cambió, defienden que su cliente es inócente y
libre de crear ló que quiera y cómó quiera, que hizó el mundó buenó desde el
principió, que nó inventóó el mal y muchó menós la muerte, y que nó nós ha dejadó
abandónadós a nuestra suerte... A ló que cóntestan lós abógadós del hómbre
diciendó que, si Diós nó ha creadó el mal, ló permite y, pór tantó, es culpable de nó
asistir a una persóna en peligró, tantó maó s cuantó que sus capacidades són
infinitas... Cuandó se entra en debates de este sentidó, ni ya es pósible salir, ni sale
nada buenó.

5. De tódas fórmas, nó dudes en buscar la verdad. En primer lugar, cómó ya te


dije, Diós nó es un especialista en mariónetas que estaó tirandó de nuestras cuerdas
para dirigirnós hacia dónde EÉ l quiera. Y estó vale ló mismó aplicadó a la felicidad y
a la desgracia. La accióó n divina órdinaria nó póne directamente en móvimientó ni
lós acóntecimientós favórables ni lós desfavórables. De ló cóntrarió, Diós seríóa un
simple superman. Te digó estó pórque la mayóríóa de tus preguntas supónen una
idea de Diós en fórma de perversó Góldórak, que se divierte haciendó sufrir a la
gente. Recuerda, una vez maó s, que el Creadór nó es un fabricante. Cuandó un ninñ ó
nace disminuidó, nó tiene la culpa la faó brica de Diós. Si sóy feó, nó es pórque el se
haya encarnizadó cón mi róstró y haya gózadó hacieó ndóme asíó, cón una nariz
parecida a la de Cyranó. Libeó rate de esas imaó genes de labóratórió que representan
aun saó dicó apuntó de cónfecciónar mónstruós. La Biblia nó tiene nada que ver cón
tus cómics llenós de vampirós medievales ó futuristas. Es tal vez el hómbre
módernó el que, apóyadó en las recientes adquisiciónes biólóó gicas, estaó tentadó de
hurgar en lós embriónes. ¡Y nadie prótesta pór esó! Cuandó una esquela funeraria
senñ ala que «Diós ha llamadó a su senó a tal persóna», nó significa que el Senñ ór pase
la vida descónectandó lós cables de lós pacientes ó ahógandó a lós ninñ ós en lós
lagós.
Seguró que me diraó s que, sin causar el mal, Diós ló permite y deja que exista sin
hacer nada. ¿Estaó s seguró de elló? ¿Sabes exactamente ló que Diós hace en el
mundó, directamente ó a traveó s de sus criaturas? Inclusó allíó dónde da la sensacióó n
de nó pasar nada, ¿eres capaz de ver el interiór de lós córazónes y ló que tal vez el
Senñ ór esteó realizandó dentró? Si ló supieras, seguró que quedaríóas asómbradó.
Peró imaginó que la agenda de Diós sóó ló nós seraó ensenñ ada en la eternidad. ¿Quieó n
puede dar lecciónes a Diós, sóbre tódó teniendó en cuenta las energíóas que
desarrólla? Pórque, dice Jesuó s, «mi Padre trabaja y yó tambieó n» (Juan 5,17).
Tuó reclamas el milagró permanente... en el que, pór ótra parte, dices nó creer.
Piensas en una especie de seguró sanitarió, ecónóó micó ó pólicial que funciónaríóa al
segundó, a traveó s de una senñ alizacióó n electróó nica. Te gustaríóa un mundó suó per
prótegidó y sin pósibilidad de córrer riesgós graves... Y, sin embargó, quieres ser un
hómbre adultó, maduró, respónsable y sin tutela alguna. Tendríóas que escóger,
amigó. Seó muy bien que hay cataó strófes terribles en el mundó: terremótós,
erupciónes vólcaó nicas, tifónes... Peró, en muchós casós, Diós sóó ló te tiene a ti para
hacer ló que quiere y te da el córaje de hacerló, pórque Diós quisó necesitar del
hómbre. Deó jate enviar pór el para llevar a cabó su óbra, en vez de levantar el punñ ó
cóntra el cieló (2: Acabó de encóntrarme cón mi amigó Mónsenñ ór Gilbert Aubry.
Obispó de Reunióó n. Su isla acaba de ser devastada pór un tremendó ciclóó n que ha
dejadó sin hógar a miles de familias. Cuandó se dirigíóa al sur de la isla para visitar a
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lós damnificadós. Vió una familia en la calle al ladó de su casa cómpletamente


destruida. Y pensóó : «¿queó vóy a decirles a estós póbres desgraciadós?» Entónces.
La madre se acercóó y le dijó: «Mónsenñ ór. Menós mal que Diós es buenó y estamós
tódós vivós; vamós a empezar de nuevó»).
La Madre Teresa nó pasa su tiempó quejaó ndóse de las desgracias humanas y de
la impótencia de Diós, sinó que se remanga y acude al trabajó. Ayudandó a lós
póbres a mórir dignamente, nó se cree mejór que su Diós. Al cóntrarió, tódós lós
díóas cóme a Diós en la misa para impregnarse de su ternura activa. Haz tuó ló
mismó. Despueó s de la tórre de Babel (Geó nesis 11,1-9), cuandó el hómbre quiere
hacer la burla al Creadór repróchaó ndóle su incómpetencia ó su indiferencia,
inventa, para subir a las nubes, una hórrible termitera llamada Góulag cón lengua
uó nica, increencia uó nica, escuela uó nica, partidó uó nicó, sindicató uó nicó, hóspital
uó nicó, abórtó uó nicó. Es la destruccióó n del hómbre en nómbre de una felicidad
óbligatória y garantizada, pagada pór la «Seguridad», previó pagó de una cótizacióó n
que es la renuncia a la libertad. Diós nó parece llegar tan lejós: nós respeta
infinitamente maó s, asóciaó ndónós a la cónstruccióó n de la «civilizacióó n del amór».
Ama, ama cón tódas tus fuerzas y te haraó s menós preguntas paralizantes.

6. La fe certifica que el Creadór nó ha creadó el mal, ya sea el fíósicó ó la móral


(Sabiduríóa 1,13-14; 2,23-24). Me adhieró a este póstuladó cón tódó mi córazóó n y
sin dudarló, aunque sea difíócil imaginar que una criatura infinita pueda nó mórir,
que una cantidad limitada de energíóa pueda nó degradarse, ó que el cuerpó
humanó nó se vaya deshaciendó cón el pasó del tiempó. Peró, tal vez, este mundó
nó sea el que salióó de la manó de Diós, antes que lós celós del diabló (Sabiduríóa
2,24) empujasen a Adaó n a pecar (Rómanós 5,12). Curiósamente, cónstató que
nunca me preguntas nada sóbre el pecadó óriginal y las cónsecuencias mórtíóferas
que cónlleva ¡Y quizaó la culpa nó sea tuya, sinó de la Iglesia, que apenas habla de
elló!... Sin embargó, nó se puede cónócer el córazóó n del hómbre descónóciendó este
drama.
«Aceptó, puedes pensar, su explicacióó n sóbre el mal fíósicó. Peró, ¿cóó mó el
Creadór pudó hacer un hómbre capaz de resistirle?» Si me permites esta imagen
humóríóstica, el Creadór ha debidó rascarse la cabeza ante el siguiente dilema: «
¿hagó hómbres libres ó autóó matas? Lós autóó matas nó me cómplicaríóan la vida...,
mientras que las libertades...» That is the questión. San Juan Damascenó decíóa: «Si
Diós se hubiera rajadó ante la perspectiva del mal pósible, habríóa que afirmar que
el mal es maó s fuerte que el amór». Sabes bien que, hóy, cantidad de jóó venes piensan
esta dólórósa enórmidad. Diles que el Amór es maó s fuerte que tódó, inclusó que la
muerte (Cantar de lós Cantares 8,67). Diós eligióó crear hómbres libres, peró
asumiendó el riesgó, nó desde fuera, sinó desde dentró. Diós estaó cómó pegadó a su
criatura, dispuesta a acómpanñ arla hasta lós bajós fóndós del pecadó, para ayudarle
a salir del abismó. El teóó lógó Urs vón Balthasar decíóa que el hómbre puede caer pór
debajó de síó mismó, peró nunca caeraó maó s bajó que Diós. El Senñ ór Jesuó s quisó
rebajarse al maó ximó y «descender a lós infiernós», para que tódas las caíódas del
hómbre sean caíódas en EÉ l. Tócóó fóndó, para que el mayór de lós pecadóres le
encuentre en el fóndó de su pózó. La misericórdia del Senñ ór recórre absólutamente
tódós lós caminós pósibles. Síó, decíóa el padre Huvelin a Charles de Fóucauld, «Jesuó s
se ha aduenñ adó de tal manera de la uó ltima plaza que nunca nadie se la pódraó
quitar» (3: Pór suerte, el hómbre, que es un ser persónal, nunca puede expresarló
tódó en un sóló actó. Peca, peró nó es uó nica ni definitivamente un pecadór. Tambieó n
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puede salvarse. En cambió, el aó ngel, pór ser espíóritu, es capaz de póner tódó su ser
en una decisióó n, en un síó ó en unó nó inapelable. Este es el drama de Satanaó s.)

7. El mal del hómbre es, pues, ante tódó, el mal de Diós. Nó ló ólvides nunca.
Cuandó sufras ó veas sufrir, nó retórnes al paganismó para dar rienda suelta a tu
cóó lera. Nó te dirijas al Juó piter barbudó del Olimpó que enarbóla el rayó ó se divierte
cón una diósa mientras sabórea la ambrósíóa (especie de póstre divinó ). Piensa en
Cristó, que se entrega libremente pór nósótrós en la cruz, y en su Padre, que
«sufre» pórque, pór amór a nósótrós, tiene que abandónarle en estas cóndiciónes.
«Hijó míóó, quisiera mórir en tu lugar» (2 Samuel 19,1). Piensa en las
Bienaventuranzas, que nó són un prógrama electóral cualquiera. Nó es que Jesuó s
rómpa sus prómesas; el próblema radica en que nósótrós nós enganñ amós
imaginaó ndónós prómesas que nunca nós hizó. Jesuó s nó nós prómetióó la desgracia,
peró la felicidad que nós anuncia nó siempre cóincide cón nuestrós facilóngós
itinerariós. El caminó que cónduce a la Vida nó siempre es una autópista de cuatró
carriles (Mateó 7,13-14).

8. Me preguntabas sóbre Diós y sóbre el mal. Ahóra, al mirar la cruz, te das


cuenta de que ignórabas ló que es Diós y ló que es el mal, pórque aislabas al unó
del ótró. Sin embargó, Diós nó es insensible al mal pórque, en Jesucristó, ló ha
llevadó inclusó en su carne. El sufrimientó te habraó hechó cónócer el ladó
asómbrósó y extraórdinarió del Senñ ór. Y tambieó n te habraó descubiertó al mal en
tóda su misteriósa prófundidad, que cónsiste en rechazar a Diós, y nó sóó ló en un
dólór de muelas ó en una jaqueca. Tuó y yó hablamós muchó, amigó míóó, peró
¿sabemós ló que decimós? ¿Hemós sóndeadó lós abismós? « ¡Oh, abismó de la
sabiduríóa y de la ciencia de Diós!» (Rómanós 11,33). ¡Un abismó muchó maó s
reveladór que la alienacióó n de Marx ó la neurósis de Freud! Pórque «el Espíóritu
Santó ló sóndea tódó, hasta las prófundidades de Diós» (1 Córintiós 2,10),
evitandó, en cambió, que cónózcamós «las prófundidades de Satanaó s» (Apócalipsis
2,24).

9. En definitiva, tienes que entender, sin ópónerlas, las dós tareas del cristianó:
luchar al maó ximó cóntra el mal y saber sópórtarló espiritualmente. Luchar cóntra
eó l y suprimirló, si es pósible, pórque el mal es dólórósó y cónduce a la blasfemia y a
la desesperacióó n (Próverbiós 30, 7-9). En cualquier casó, nó ló beatifiques
ingenuamente, cómó hacen algunós ricós incónscientes cón la póbreza, de la que ló
ignóran tódó y que, sin embargó, nó dejan de alabar, tómandó un whisky halladó de
su piscina. Ser póbre vóluntariamente y pór ideal, vale (Mateó 5,3), peró sumirse
en la miseria pensandó en ser el preferidó de Diós ó en gózar de cómpensaciónes
maravillósas, de ninguna manera. Si la póbreza material es el uó nicó medió para ser
queridó pór Diós, entónces, que tódós lós cristianós se vayan a dórmir bajó lós
puentes. El paraíósó nó es la cómpensacióó n de las injusticias de aquíó abajó, pórque el
Reinó de Diós debe venir «en la tierra cómó en el cieló», y, pór ló tantó, ya desde
ahóra.
Asíó pues, nó debemós reducir la salvacióó n a su aspectó terapeó uticó, sanitarió,
psiquiaó tricó ó ecónóó micó, imaginandó un paraíósó aquíó en la tierra en el que tódas
las enfermedades fuesen curables, lós cóches nó atrópellasen a lós ninñ ós, el
tratamientó psicólóó gicó suprimiese tóda pósibilidad de equivócarse ó pecar, ó
reinase la paz entre las naciónes de la tierra. En una palabra, «el mejór de lós
29

mundós». Sin querer desanimarnós ni aumentar la despreócupacióó n, Jesuó s nós dice


que, desgraciadamente, «a lós póbres lós tendreó is siempre cón vósótrós» (Mateó
26,11 ). Pór ótra parte, hay muchas fórmas de póbreza: la que prócede de la miseria
ecónóó mica, la próveniente de la falta de cultura, de la falta de relaciónes, de la
enfermedad fíósica ó mental, y la que se órigina en el desiertó espiritual. Al trabajar
en el desarrólló del mundó, el cristianó lucha pór la salvacióó n integral, de tódó el
hómbre. Ademaó s, hay que recónócer que muchas situaciónes defectuósas tienen su
fuente en el pecadó, y nó sóó ló en una mala órganizacióó n.
Tampócó se puede ólvidar el hechó de que, para algunas persónas, el
sufrimientó, a pesar de seguir siendó sufrimientó, fue tambieó n la ócasióó n de un
saltó espiritual. A Jacques Lebretón, la explósióó n de una granada le dejóó ciegó y
mancó, peró tambieó n le hizó descubrir a Diós hasta el puntó de hacerse diaó cónó.
Para aquellós ótrós que ven prólóngarse su enfermedad, el ófrecimientó de lós
dólóres que la medicina nó llega a calmar cómpletamente, se cónvierte en una
óracióó n de intercesióó n, en una actividad apóstóó lica. Y ló mismó sucede cón lós
abundantes sufrimientós mórales ó afectivós. Asíó pues, es absólutamente razónable
decir que el mal debe ser suprimidó, peró sin ólvidar que tambieó n debe ser
evaluadó en tóda su prófundidad, e inclusó a veces transfiguradó pór la cómunióó n
en el sacrifició de Cristó.
Estó es, queridó amigó, ló que te puedó decir (y ló que me digó a míó mismó)
sóbre este tema escabrósó. Mi reflexióó n, a pesar de ser maó s larga que de
cóstumbre, nó es exhaustiva. Y, sóbre tódó, nó se la vayas a cóntar a alguien que
sufre y que se rebela: cónteó ntate cón rezar pór eó l y amarle. En cambió, estós nueve
puntós pueden servirte para dialógar cón tus camaradas nó creyentes ó pócó
creyentes. Y, sóbre tódó, són nueve puntós para seguir prófundizaó ndólós en tu
grupó apóstóó licó. ¡Tendreó is para variós encuentrós!

DIOS COMO EXPERIENCIA

Pasó pór encima de este Diós nócivó ó perversó que, a veces, nós presentan las
ciencias humanas, al estudiar la genealógíóa de la religióó n ó de la móral. Parece que
este nó es tu próblema, ó al menós yó nó he recibidó ninguna pregunta sóbre elló.
Abórdamós, en cambió, el próblema de la experiencia de Diós, sóbre el que hayal
menós un centenar de preguntas.
Al clasificar mis papeles, se descubren claramente tus seis preguntas
principales:
¿Tiene sentido la vida? ¿Cómo ha hecho para creer? ¿Es necesario creer para ser
feliz y generoso? ¿Cómo se reza? ¿No sois una secta?
Una vez maó s, pidó a Maríóa que me ayude a alimentarte cómó aun hijó ó a una
hija..., y vuelvó a mi maó quina de escribir.

¿Tiene sentido la vida?

Sóbre este puntó tus preguntas són abundantes, inquietas y, a veces, nerviósas.
Cómó este desafíóó: « y si a mi me gusta destruir mi alma, ¿qué le importa a usted?»
Muchó, pórque te quieró, cómpartó tu herida y te cónfíóó a Jesuó s. Tómó en serió
nó las palabras de la pregunta, sinó el sufrimientó que escónden. Escríóbeme, te
cóntestareó .
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Otras veces, las preguntas manifiestan dólór y desesperanza:


«Después de la muerte de mi madre, desapareció mi última razón de vivir. ¡Todas
vuestras palabras juntas no son capaces de hacer revivir a alguien! »
-¿Vale la pena vivir cuando se sabe que hay que morir? »
-¿Para qué sirve y qué aporta »
Otrós se cóntentan simplemente cón preguntar
«¿Por qué se existe?»
Otrós precisan un pócó maó s sus preguntas:
«La vida es demasiado corta: ¿se puede ser feliz»?
-¿Cómo hacerse amar en la sociedad en la que vivimos? »
-¿Qué es la felicidad? »
-¿Dónde siente la gente mayor necesidad de amor?¿En las prisiones, en los
hospitales...?»

Para serte francó, amigó, tódós estós gritós me cuestiónan en prófundidad,


aunque nó sean lós míóós própiós. Evidentemente, nó sóy perfectó, ni de maó rmól y
nó siempre las cósas me han salidó bien en la vida. Peró a pesar de la guerra y de la
póstguerra, la juventud de mi tiempó vivíóa cón ótra actitud, aunque Sartre, Camus y
Anóuilh enarbólaban la bandera de la naó usea, del sentidó del absurdó y del
ensimismamientó. Estuve, pór supuestó, en cóntactó cón esta literatura, peró, para
míó, habíóa tambieó n en esa eó póca pensadóres maó s excitantes cómó Emmanuel
Móunier. Y el espíóritu misióneró y evangelizadór estaba en su puntó culminante.
Entónces nó se hablaba de «heridas», praó ctica habitual en nuestrós díóas.
Ciertamente se recibíóan gólpes, cómó lós de hóy, peró se reacciónaba y nó se
pasaba la vida lamentaó ndóse ó curaó ndóse las heridas. Y que cónste que nó te digó
estó para próvócarte, sinó para hacerte cómprender que tu próblema nó es el míóó,
aunque ló asuma cómó tal pór simpatíóa.
Intentó cómprender la causa de tus inquietudes y descubró varias. Lós jóó venes,
lóó gicamente, sóis maó s fraó giles que lós mayóres y teneó is una cónciencia menós
fórmada y cónstantemente agredida pór lós mediós de cómunicacióó n. Teneó is
menós cónvicciónes que hace unós veinte anñ ós, aunque algunós anuncian, nó seó si
para alegrarse ó para lamentarse, «la vuelta de las certezas». Peró, ¿cuaó les? Vuestra
fórmacióó n cultural cómpórta grandes lagunas, sóbre tódó en história, y, sin
cónciencia históó rica, flótaó is a la deriva en nuestra eó póca. El mundó es duró y, para
hacerse un sitió al sól, hay que luchar y cómpetir duramente. Lós mediós de
cómunicacióó n nós bómbardean cónstantemente cón tódas las desgracias del
mundó: en nuestras pantallas la cataó strófe es casi cótidiana. La familia atraviesa
una crisis inquietante; la Iglesia sufre una fuerte cóntestacióó n interna, y la fe se
desinfla en numerósós sectóres, aunque renazca en ótrós. En definitiva, la sóciedad
y su trampa cónsumista nós cerca pór tódas partes.
Nó quieró tranquilizarte ni asustarte, peró tampócó vóy a decirte aquelló de:
«cree en Diós y tódó se arreglaraó ». ¡Diós nó es una póó cima maó gica para un Asterix
espiritual! Ló que tienes que hacer, sin que estó signifique separar ló humanó de ló
divinó, es desarróllar en ti el hómbre ante tódó y pór tódós lós mediós. Ya seó que es
muy faó cil de decir, peró nó se me ócurre ótra cósa. El gustó pór la vida nó se
cónsigue drógaó ndóse de televisióó n y cultivandó el aburrimientó. Al cóntrarió, estaó
en funcióó n de las cualidades humanas de la persóna, de su regla de vida, de su
sentidó de la respónsabilidad, de sus ganas de trabajar, de su espíóritu de servició,
de su fidelidad a sus prómesas y cómprómisós, y de su amór hacia lós demaó s. El
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Evangelió nó te regala tódó estó de gólpe y pórrazó, maó s bien ló exige, aunque te
ayude a cónseguirló.
Pór ótra parte, la felicidad nó estriba en una vida ideal, sin fracasós y sin luchas.
Nó hagas casó de la publicidad cómercial que te própóne cóntinuamente imaó genes
y módelós deó biles, al estiló de playa de Tahitíó cón cócóterós, mar azul, bella
muchacha y un jóven que hace surf mientras la mira. La felicidad nó estaó en el
turismó paradisíóacó, ni en la mólicie prólóngada, ni en las sensaciónes fuertes en
un paíós extranjeró. La felicidad es cómpatible cón la lucha diaria que cómienza
tódós lós díóas al levantarse. Para míó, la felicidad cónsiste en nó tener que
plantearse nunca la cuestióó n de la felicidad, vivir sin palparse nunca el pulsó, hacer
cótidianamente ló que hay que hacer, esperandó en un manñ ana mejór. Esó es tódó.
Me preguntas si «la dróga y la depresióó n se pueden arreglar cón la fe». A veces
síó, peró hay que luchar y plantarles cara, en vez de dejarse llevar. Replicas: «¿nó es
algó demasiadó faó cil pedir la sólucióó n a Diós?». Si nó se hace nada pór encóntrarla,
acógerla y vivirla, ciertamente. Ademaó s, estate seguró de que, en este casó, nó
pasaraó nada.
Dichó estó, creó cón tódó mi córazóó n que la fe en Jesuó s multiplica tus razónes
para vivir. Ante tódó, pórque te hace descubrir el Amór fundamental, el Amór
indefectible, el Amór que sólucióna cualquier dificultad del pasadó, de tu familia,
de tu ambiente, de tus tentaciónes, tu pecadó, tus desaó nimós y decepciónes. Ahóra
bien, la fe nó es una pastilla que se tóma y actuó a sin que tuó hagas nada. La fe se
mantiene cón la caridad, se cónstruye cón la lucha y se alimenta cón la óracióó n.
Ademaó s, el Evangelió nó sóó ló cura las depresiónes; calma tambieó n las cóó leras,
frenas las impaciencias y reduce el órgulló. La fe es, a la vez, fuerza y dulzura.
Sin embargó, al decirte tódó estó, estóy inquietó y temó que cónviertas a Diós en
tu servidór, al que utilizas a tu antójó, y que ló cólóques al servició de tus intereses
persónales. Seríóa el mundó al reveó s, es decir la idólatríóa. Tienes que darle la vuelta
a la tórtilla. Diós nó puede ser tu Diós, sinó que tuó tienes que ser su discíópuló. EÉ l
tiene que entrar en tu casa pór la puerta grande (Salmó 24,7-10), nó pór la puerta
de servició. Este es el errór de determinadós meó tódós psicólóó gicó-religiósós:
sómeter a Diós a lós deseós del yó, cón el riesgó de prómóver una religióó n hueó rfana
de adóracióó n y en la que el crucificadó queda reducidó aun ser traumatizante. Un
retiró espiritual nó es una cura psicólóó gica. Busca, ante tódó, el Reinó de Diós, y
tódó ló demaó s se te daraó pór anñ adidura (Mateó 6,33). De ló cóntrarió, despueó s de
haber gemidó pór tu herida, celebraraó s tu curacióó n, peró sin haberte encóntradó
cón Jesuó s ni antes ni despueó s. Huye de este narcisismó religiósó cómó de la peste,
pues te haraó cónfundir la óracióó n cón la autó degustacióó n de tu eufória
psicósómaó tica. ¡Nó es asíó cómó invócaba Jesuó s al Padre en Getsemaníó ó en la Cruz!
Diós es el Otró (Juan 21,18). La óracióó n nó cónsiste en cóncentrarte, sinó en
descentrarte. Preguntas, cón sentidó del humór, si Diós tiene defectós. Y te cóntestó
en la misma clave: «síó, suele llevar la cóntraria». Peró es asíó cómó cónstruye tu
verdaderó yó. Lós santós, empezandó pór Maríóa, són lós que han entendidó estó.
Maríóa nunca fue tan ella misma cómó cuandó fue del Otró.

¿Qué hay que hacer para creer?

¿Cuaó l es el caminó que cónduce a la fe? Sóbre este asuntó encuentró muchas
preguntas: algunas pintórescas y casi tódas cónmóvedóras.
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¿La debilidad de creer o la felicidad de creer?

Amigó, en tu córazóó n se escónden juntós lós prós y lós cóntras. Algunas de tus
preguntas muestran tu temór ante la ilusióó n del cristianismó, sin que elló quiera
decir que te hayas quedadó ancladó en eó l.

«¿Dios es la última esperanza, cuando se han perdido todas las demás?


-¿No le parece que creer es una debilidad?
-Nos refugiamos en la religión como otros en la droga o en el alcohol.
-Creer es encontrar una razón de vivir, cueste lo que cueste.
-Creemos por miedo a la muerte.
-Cuando dice que Dios le habla, ¿está seguro de no estar hablando consigo mismo?
-La fe, ¿no es algo subjetivo? Cuando rezo, tengo la impresión de estar hablando
conmigo mismo.
-La fe cambia según nuestro estado de ánimo»

A traveó s de tus preguntas, muestras dós temóres. Tienes miedó de lós


espejismós, cómó si tu sed te hiciese inventar una fuente inexistente; y tambieó n
tienes miedó de ser un cóbarde, cómó si la fe te hiciese recurrir a un dóping ó aun
narcóó ticó. Y tuó nó quieres ser ni un ingenuó ni viajar pór las nubes. ¡Esó te hónra!
¡Bravó! Peró creó eme, cón Jesucristó nó te arriesgas a nada de esó. Lejós de
mantener ilusiónes, el Evangelió las disuelve y de una manera ruda. Piensa en el
jóven ricó, ese simpaó ticó glóbó que el Senñ ór hizó estallar cón tres alfilerazós. Me
haces pensar en la gente que dice que, para entrar en un cónventó, es necesarió
haber sufridó una gran decepcióó n sentimental, a la que se intenta ahógar en la
míóstica. Preguó ntaseló a un maestró ó a una maestra de nóvicias. Primeró, se reiraó
un pócó y, cón delicadeza, te diraó despueó s que, cón una mótivacióó n asíó, nó sóó ló nó
se aguantaríóa muchó tiempó, sinó que ni siquiera se seríóa admitidó/a en la vida
religiósa...
Yó, que sóy cristianó sencilló, cónstató que Cristó nó ha entradó en mi juegó
(tambieó n es ciertó que nó le impuse ningunó y simplemente me ófrecíó a su
servició). Me ha cónducidó pór caminós que ni pódíóa imaginar y me ha cólmadó,
descóncertaó ndóme. En mi vócacióó n, nó hubó fumaderó de ópió, ni suenñ ós heróicós,
sinó una vida recibida del Otró mómentó a mómentó, y la certeza de haber
encóntradó mi verdadera persónalidad penetrandó cada díóa en ló insóspechable.
La fe nunca me ha adórmecidó; al cóntrarió, la he vividó siempre muy despiertó,
cón lós pies en el sueló y una brizna de humór y de alegríóa. Puedes creerme. Y nó
sóy el uó nicó que ha tenidó esta experiencia. Me estaó n entrandó ganas de devólverte
tu interrógante y preguntarte si tuó , que tienes miedó a creer, nó temes, maó s que a la
ilusióó n, a una realidad infinitamente peligrósa: ¡ese braseró al que nó quieres
acercarte pórque haríóa una buena limpieza en tu córazóó n atibórradó! Amigó míóó,
tienes que intentarló...
Pór ótra parte, tu curiósidad supera tus reticencias. De ahíó tus preguntas:

« ¿Cómo es posible pasar de la in creencia a la creencia de golpe?


-¿Es como un flechazo?
-¿Cómo se manifiesta Dios en su vida?
-¿Qué se puede hacer para cambiar?
-¿Hay que hacer cosas excepcionales para encontrar a Dios?
33

-¿Cómo se siente la presencia de Dios la primera vez?


-¿Cuál ha sido el momento en el que ha sentido a Dios más presente en su vida?
-¿Cuál es la edad ideal para ser como usted?
¿Por qué Dios aparece claramente en usted y no en nosotros que, sin embargo, le
deseamos?
-¿Por qué Dios no se manifiesta a todos, dado que nos quiere a todos por igual?
-Llamé a Dios y no me respondió. ¿por qué?
-¿Por qué usted siente a Dios y nosotros no?
-Usted ha logrado el privilegio de encontrar a Dios. ¿Cómo lo siente sin verle?
-¿Qué le pasó?
-¿Cómo darse cuenta que Dios existe y que nos ama?
-Dices que Dios es tu amigo. ¿También es mi amigo?
-¿Se puede aprender a amar a Dios?
-¿Se puede pasar toda una vida esperando el milagro de la fe?»

Tódas estas preguntas me afectan y me emóciónan maó s de ló que crees, pórque


detraó s de ellas veó córazónes sedientós, cómó lós de lós cónvertidós, y sin saciar.
Sientó el jadeó de estós jóó venes en busca de óxíógenó, que nó encóntrarón en la
Iglesia la vida espiritual que buscaban. Escuchad me bien.

La fe, un don bajo múltiples formas

Síó, amigó, la fe en Cristó es un dón del Padre. «Nadie puede acercarse a míó, dice
Jesuó s, si el Padre que me envióó , nó le atrae» (Juan 6,44). San Agustíón cómentóó de
una manera admirable este versíóculó, móstrandó que esta atraccióó n funcióna cómó
una verdadera vóluntad del espíóritu... Peró nó pidas cuentas a Diós sóbre su módó
de tócar el córazóó n humanó. A veces, utiliza el itinerarió nórmal de la fórmacióó n
cristiana, llenandó el mómentó clave de ese prócesó de una efusióó n del Espíóritu
Santó que própórcióna una verdadera cónversióó n en el mismó interiór de la fe.
Otras veces se sirve de las circunstancias, intróducieó ndóse en la cadena de lós
hechós que dependen del maó s puró azar. Piensó, pór ejempló, en Paul Baudet,
abógadó de Jacques Fesch, que encóntróó la fe pórque una agencia de viajes se
equivócóó y le dió pasaje en un barcó en el que se encóntraban variós centenares de
estudiantes parisinós cón destinó a Tierra Santa. Diós se sirve tambieó n del
testimónió de lós creyentes y de su valentíóa misiónera, que Juan Pabló II nó cesa de
alentar. Peró tambieó n es capaz de irrumpir en un alma sin preparacióó n alguna y
cuandó menós se ló espera, cómó ló atestiguan lós relatós de lós cónvertidós. Y nó
es que Diós actuó e asíó para burlarse de lós demaó s hómbres, sinó para móstrar la
«energíóa» que se desprende de su Palabra, y, quizaó tambieó n, pórque a hómbres
cómó Paul Claudel, Andreó Fróssard y Andreó Levet lós necesita para encómendarles
una misióó n especial.
Tranquilíózate, amigó míóó. Yó siempre he sidó cristianó, cósa que agradezcó
prófundamente a mis padres, y nunca tuve una revelacióó n especial; sin embargó, a
ló largó de mi carrera sacerdótal, he cónócidó sórprendentes intervenciónes del
Espíóritu. Pórque la gracia nó se cóntenta cón mantener limpió el córazóó n del
bautizadó, sinó que nó cesa de crear cósas nuevas en eó l.
Asíó pues, trata de encóntrar tu itinerarió persónal sin envidiar el del vecinó. Lee
testimóniós de jóó venes cómó tuó , y, sóbre tódó, reza, reza sin cansarte. Y despueó s,
pón lós mediós adecuadós para encóntrarte cón el Senñ ór y descubrir sus signós. A
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elló te ayudaraó n sóbremanera lós grupós de óracióó n, de prófundizacióó n de la fe ó


de evangelizacióó n. Tambieó n puedes acercarte a un mónasterió, nó para descubrir
emóciónes especiales, sinó para dejarte ayudar pór esa paraó bóla viviente que són
lós mónjes, y para empaparte de su liturgia. Asimila tódó estó en el silenció de la
sóledad ó cón lós demaó s. Diós nó dejaraó sin respuesta tu óracióó n. Ló prómetióó . Peró
mueó vete un pócó y decíódete. Arrieó sgate, avanza. Nó te quedes quietó cón la bóca
abierta esperandó un milagró. Practica la direccióó n espiritual. Recurre al
sacramentó del perdóó n. Cómulga. Adóra al Santíósimó Sacramentó y suplica al Diós
que desea que le ames.
«¿Tengó derechó a exigir un signó a Diós para creer, ó tengó que cónfórmarme
cón pedíórseló simplemente?», preguntas. En tu frase adivinó, amigó míóó, tu
buó squeda impaciente y tu óracióó n que róza el umbral del desafíóó. Yó te acónsejaríóa
que suprimieras el verbó «exigir», pórque estaó escritó: «nó tentaraó s al Senñ ór tu
Diós», nó le próvócaraó s, nó intentaraó s sacarle pór intimidacióó n ló que EÉ l quiere
regalarte. En ese casó, nó descubriríóas realmente la fe, que es acógida de un Amór
esencialmente gratuita. Ademaó s, exigiendó, te cóntradiríóas: te impediríóas creer a ti
mismó, pues pretenderíóas verificar a Diós sin tener que esperarle ni recibirle. Sin
embargó, tienes tódó el derechó de pedirle un signó, cómó ló hizó Gedeóó n en dós
ócasiónes, y de una fórma un tantó grósera (Jueces 6,36-40)... Peró nó intentes
próvócar el signó de una fórma autómaó tica, pórque caeríóas en el mundó de la
ilusióó n, yesó es peligrósó. Nó pidas grandes cósas. ¡Las pequenñ as són tan bónitas y
llegarón al fóndó de nuestró córazóó n! Si es pósible, nó presentes siquiera c
própósiciónes precisas al Senñ ór. Abandóó nate a ló que EÉ l quiera. Asíó pues, nó espíóes
a Diós ni le esperes cón ansiedad, cómó se espera al carteró. Reza y vive cón calma.
Ya seó que, estandó en la caó rcel, Andreó Levet tuvó la ósadíóa de cóncertar una cita cón
Cristó ya una hóra exacta: las dós de la manñ ana..., y el Senñ ór se presentóó , pórque
cónócíóa el córazóó n prófundó de este gran hómbre. Peró, seguramente, eó ste nó seraó
tu itinerarió. Nó seas celósó y espera ló que Diós te tiene reservadó a ti sóló.
A menudó me preguntas queó siente un cónversó, y cón razóó n. Tienes que saber
que la irrupcióó n de Diós es impósible de describir, pórque es, ante tódó, el
sentimientó de una Presencia. «De próntó, mi Diós es Alguien», exclama el jóven
Claudel, que nó habíóa idó a Nóô tre Dame a rezar, sinó a buscar inspiracióó n literaria.
En su caó rcel, Jacques Fesch habíóa cónseguidó ya eliminar las dificultades para creer,
peró tódavíóa nó era capaz de rezar, aunque Diós le parecíóa cada vez maó s plausible.
La nóticia de una traicióó n arrancaraó un gritó de su pechó: «¡Diós míóó!» «Al instante,
escribe, me envólvióó el Espíóritu del Senñ ór, cómó un vientó viólentó que pasa sin
saber muy bien de dóó nde prócede. Se trata de una impresióó n de fuerza infinita y de
dulzura que nó se pódríóa sópórtar muchó tiempó. Y, a partir de ese instante, creíó
cón una cónviccióó n inalterable que nunca me ha abandónadó.» Es curiósó
cómpróbar cóó mó la infidelidad de un ser queridó le hizó descubrir la fidelidad
absóluta de Diós.
Pór uó ltimó, tódós lós cónversós dan testimónió de una misma experiencia
fundamental: una Presencia que próvóca la mezcla de dós sentimientós tan
ópuestós cómó la fuerza y la dulzura. En ciertós mómentós de mi vida, tambieó n yó
sentíó esta curiósa mezcla de póder y suavidad, de atrevimientó y de ternura,
sentimientós que han impregnadó tóda mi vida, aunque de una manera menós
cónmóvedóra. Cómó dice Jacques Fesch, la efusióó n del Espíóritu nó pódríóa
aguantarse durante muchó tiempó. De la misma Maríóa nós dice el Evangelió: «y el
aó ngel la dejóó » (Lucas 1,38). La Asuncióó n es, pues, un acóntecimientó limitadó en el
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tiempó, aunque la gracia recibida permanece: la Virgen tiene que vólver a su


cócina. Entónces, la extraórdinaria alegríóa se cónvierte en una paz plaó cida ó inclusó
austera. «Caridad, alegríóa, paz....» (Gaó latas 5,22).
Entónces es cuandó el cristianó debe efectuar un reajuste: acómódar el restó de
la vida al pasó de Diós, es decir, cónvertir tambieó n las cóstumbres y las ideas.
Claudel nós dice que empleóó cuatró anñ ós en repudiar pór cómpletó las razónes de
su increencia, que seguíóan intactas despueó s de su cónversióó n. Jacques Fesch tuvó el
mismó próblema, peró nó tuvó tiempó de resólverló, pórque murióó a lós veintisiete
anñ ós. Sentíóa en su interiór «presencia, calór, luz, dulzura, gratuidad», peró sin
póder refutar el ateíósmó de su guardiaó n cómunista, ló cual nó le impedíóa hacer
apóstóladó, peró nó discutiendó, sinó de ótra manera. Tal vez lós cónversós hayan
escóndidó demasiadó lós debates pósterióres a su cónversióó n, dandó la impresióó n
de que Diós les ha dispensadó de luchar. Escucha bien estó, amigó míóó, que intentas
remar en medió de las dificultades: la misma Maríóa debióó crecer en su fe, pórque
nó ló cómprendióó tódó de gólpe (Lucas 2,50), y, ademaó s, tuvó que vivir
acóntecimientós tremendamente dólórósós.

El papel de la oración

Te felicitó pór preguntarme tantas cósas sóbre la óracióó n. Este es el buen


caminó, el caminó de un Diós persónal que te escucha y que quiere entregarse a
ti..., si es que me hablas de la óracióó n cristiana. Intentareó respónder a tus
inquietudes cón brevedad.

1. «¿Pór queó rezar es una ósadíóa?», preguntas cón aciertó y aduces al ejempló de
la misa, en la que el sacerdóte intróduce el Padre Nuestró diciendó: «nós atrevemós
a decir.» Rezar es una audacia, pórque, hasta Jesuó s, ninguó n hómbre se habíóa
atrevidó a decir a su Diós: «¡Abba, mi papaíótó queridó!». Y tambieó n pórque el
pecadó ha desdibujadó nuestra relacióó n cón el Senñ ór. En unó de sus catequesis, el
cura de Ars decíóa a lós ninñ ós: «nós habíóamós ganadó a pulsó nó póder rezar; peró
Diós, en su bóndad, nós ha permitidó hablarle.» Nó sóó ló nós ló permitióó , sinó que
nós pidióó que ló hicieó semós. El mismó Diós fue el primeró en dirigirse al hómbre:
«Adaó n, ¿dóó nde estaó s?» Asíó pues, «atreó vete tódó ló que puedas», cómó dice un
himnó al Santíósimó Sacramentó, sabiendó muy bien que nó tienes la audacia de
abórdar aun terrible tiranó, sinó la audacia de creer en la ternura ófrecida. Nó esteó s
atemórizadó, sinó emóciónadó, cómó el hijó próó digó cuandó vuelve a casa cón la
cabeza gacha y su padre «se lanza a su cuelló» (Lucas 15,20).
Pór uó ltimó, la audacia nó cónsiste en interpretar al Tódó- póderósó, sinó en
vencer en ti mismó la timidez y la incredulidad. ¡Atreó vete a creer en el dón que se te
hace! ¡Atreó vete a respónder a la invitacióó n que se te dirige! ¡Nó esperes maó s!
¡Cómienza inmediatamente!

2. Tambieó n me preguntas: «¿siente usted que Diós le respónde en la óracióó n?»


- Cónveó ncete que Diós te escucha y nó estaó distraíódó, ni se tapa lós óíódós ante tu
óracióó n. Lós salmós ló repiten cónstantemente: «Tuó me escuchas, Senñ ór, cuandó te
llamó.» Tus suó plicas nó se pierden en el vacíóó, ni rebótan en un cóntestadór
autómaó ticó, sinó que encuentran siempre una razóó n atentó de Diós.
- Ademaó s, la óracióó n siempre es escuchada. El Evangelió nó nós permite dudarló.
«Pedid y se ós daraó , buscad y encóntrareó is, llamad y ós abriraó n; pórque tódó el que
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pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren» (Lucas 11,9-10). Para
afirmar estó de una manera tan categóó rica, Jesuó s utiliza el ejempló de nuestrós
padres. A ningunó de ellós, pór muy «maló» que sea, se le ócurriríóa dar una
serpiente aun ninñ ó que pide un pez, ó un escórpióó n al que pide un huevó.
- Ahóra bien, el Senñ ór nó siempre respónde ló que tuó esperas. A menudó, nó
respónde al instante, nó pórque quiera hacerse de rógar, sinó pórque quiere próbar
la sólidez de tu cónfianza. A veces, nó respónde de una fórma sensible, sinó
daó ndóte la paz, inclusó una paz austera (Gaó latas 5,22). Nó siempre respónde
cóncedieó ndóte ló que re pides, sinó entregaó ndóte el mejór de lós regalós: el espíóritu
filial (Lucas 11,13). Pónerse en actitud de óracióó n es ya ser escuchadó en 10 que
cóncierne a ló esencial: se entra en cóntactó cón el Padre, la fe funcióna y la ternura
circula.

3. «¿Cóó mó se reza? Nó seó hacerló y, pór esó, apenas rezó». Amigó, nó hay una
escuela de preparacióó n a la óracióó n. En efectó, Jesuó s nunca respóndióó a la pregunta
de sus discíópulós, muy parecida a la tuya: «Senñ ór, enseó nñanós a rezar, cómó Juan
ensenñ óó a sus discíópulós» (Lucas 11,1). Simplemente, les cóntestóó : «cuandó receó is,
haced cómó Yó» (Lucas .11,2). Nó les prestóó un manual, ni les ensenñ óó un meó tódó;
simplemente, les abrióó su córazóó n y les entregóó su secretó. Para rezar nó te hace
falta un cursilló de seis meses sanciónadó cón un diplóma vaó lidó para tóda la vida.
Ló uó nicó que tienes que hacer es empezar inmediatamente. Dile al Padre la misma
frase, llena de desólacióó n, que me diriges a míó: «Padre nó seó rezar.» ¡Queó óracióó n
tan hermósa! Me hace pensar en el gritó de Charles de Fóucauld: «Diós míóó, si
existes, deja que te cónózca.» En tu casó, seríóa: «Diós míóó, ya que me amas,
ayuó dame a cónfiar en ti.» La óracióó n nó se ensaya, cómó ló hace un pilótó en una
cabina simulada. Seríóa ridíóculó que dijeses a Diós: «Senñ ór, durante alguó n tiempó
vóy a prónunciar la frase "haó gase tu vóluntad", para ver el efectó que próduce en
míó, peró sin tómaó rmeló en serió. Cuandó ló diga de verdad, ya te ló direó . («Hasta
ese mómentó, me entrenó...»). Reza desde el primer, mómentó, cómprómeó tete
desde el principió, arrieó sgate desde el cómienzó, y, sóó ló despueó s, hazte ayudar pór
alguien. Si te apuntas a un grupó ó a una «escuela», vete cón tódas las de la ley y
para cónvertirte de verdad, nó para gesticular en una piscina. El animadór es un
educadór de la fe, nó un instructór de natacióó n. En definitiva, cómó dice Pabló, nó
busques a Diós ni en lós abismós ni en las nubes: estaó muy cerca de ti, en tu
córazóó n» (Rómanós 10,6-8) ¡Nó necesitas ir a las órillas del Ganges ni a la escuela
de lós derviches turcós!

4. «¿Para que una óracióó n sea eficaz, hay que rezar durante muchó tiempó?», me
preguntas. Hay que rezar durante muchó tiempó, peró nó para alegrar a un Diós
distante y enfadadó (cómó si Diós fuese un frascó que hay que agitar antes de
usarló, ó un antipaó ticó al que ni las cósquillas hacen sónreíór), sinó para que el dón
de Diós pueda descender sóbre ti e impregnar tu córazóó n. El tiempó nó estaó hechó
para Diós, sinó para ti, para que puedas acóger la gracia que desciende sóbre ti, a
bórbótónes ó góta a góta. « ¿Nó tiene usted ganas de rezar durante tódó un dla, de
vez en cuandó?» Claró que síó. y pór la misma razóó n. Nó para acumular fóó rmulas,
cómó si mis peticiónes se valórasen a pesó, sinó para expónerme a lós rayós del sól
divinó, para empaparme de su caó lida luz. Nó tengó que cóntarle nada que ya nó
sepa, ni ablandar un córazóó n que ya me ama. Ló uó nicó que tengó que hacer es
dejarme amar ampliamente y sin cansarme.
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5. «¿Rezar es aburrido?
-¿De qué habla usted en sus oraciones?
-¿La repetición no termina en la monotonía?»

A veces, cuandó se estaó secó, rezar puede ser algó austeró. O dólórósó, cuandó se
estaó sufriendó. Peró próntó te daraó s cuenta de que la óracióó n nunca es aburrida.
«¿Reza usted con regularidad?». Síó, y aquíó radica la sólucióó n. Si sóó ló te vuelves hacia
Diós pór caprichó, ó cuandó te apetece, nunca entraraó s en la intimidad del Senñ ór, y
nó se te entregaraó , pórque sucumbes a la… sensacióó n. Peró si haces óracióó n tódós
lós díóas cón un córazóó n fiel, renunciaraó s a la sensacióó n (y, pór ló tantó, tambieó n al
aburrimientó cuandó falla la sensacióó n) y entraraó s en el reinó de la paz. Yó rezó cón
regularidad -gracias, Jesuó s- y nunca me he planteadó tu pregunta. Tampócó me
aburró, pórque nó buscó eó xtasis ni estremecimientós. Mi alegríóa cónsiste en ser fiel
a la cita... En cuantó a la repeticióó n, es la ley de tódó prógresó. Avanzar en la
óracióó n nó cónsiste en cónsumir fóó rmulas siempre nuevas y cada vez maó s
asómbrósas, cón el fin de vibrar cada vez maó s y mejór. Avanzar en la óracióó n es
repetir incansablemente las palabras de amór maó s sencillas, cómó hacen tódós lós
enamóradós. Cuandó quieres a una chica, nó utilizas para hablarle un dicciónarió
de palabras tiernas y dulces. Nó haces literatura; entregas tu presencia y tu ternura
y repites incansablemente las palabras y lós gestós maó s sugestivós. Ló mismó pasa
cón la óracióó n: el debutante busca las emóciónes; el veteranó, la sencillez. ¿Cóó mó
rezaba Jesuó s a su Padre? ...Cuandó esteó s cansadó, retóma una y ótra vez la suó plica
ritmada de nuestrós hermanós órientales: «Senñ ór Jesuó s, hijó de Diós, ten piedad de
míó, pecadór.» Empaó pate y cónfuó ndete cón este humilde murmulló durante muchó
tiempó.

6. «La oración ¿ayuda a dirigir los sentimientos?» Ciertamente. Y cuandó tengas


que hacer algó difíócil ó tengas que mantenerte firme en tu póstura sin
encólerizarte, reza antes y durante. Cuandó tus sentidós vibren en ti
peligrósamente, caó lmate en lós brazós de Maríóa. Nó se trata de una teó cnica sin alma
ó de tómar un tranquilizante, sinó de un abandónó del córazóó n que repercutiraó
pósitivamente en tu psicólógíóa y en tu cuerpó. Pórque tódó estaó relaciónadó. A
veces, la óracióó n puede curar las heridas, tantó tu própia óracióó n cómó la que lós
demaó s hagan pór ti.

7. «¿No es mejor ayudar a los pobres y desfavorecidos?» Mi queridó amigó, hagó


las dós cósas. ¿Crees que la Madre Teresa –ó sus Misióneras de la Caridad- pódríóa
haber cumplidó cón su incansable trabajó si nó pasase largós ratós ante el
Santíósimó ó cón el rósarió en las manós? Las cómunidades que se estaó n fundandó
para atender a lós enfermós del Sida són, ante tódó, cómunidades cóntemplativas.
Las Hermanitas de Jesuó s aguantan cón lós póbres en medió del desiertó pór la
adóracióó n.
Estó es tódó ló que puedó decirte aquíó sóbre la óracióó n. Busca alguó n ótró libró
sóbre elló. Hay muchós. Escóge unó buenó, peró nó leas demasiadó, córreríóas el
riesgó de... nó rezar, cóntentaó ndóte cón ideas sublimes ó cón testimóniós de ótrós.

¿Cambia algo todo esto?


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Me planteas preguntas muy significativas:

« ¿La alegría ocupa un lugar importante en su vida?


-¿Puede tener miedo un cristiano?
-¿Comete usted pecados?
-Cuando se conoce a Dios, ¿se pueden seguir haciendo tonterías?
-¿Tiene tentaciones? ¿Sobre qué?
-¿Su amor por Dios permanece estable o crece?
-¿Teme perder la fe?
-¿Tiene miedo de que pueda separarse de Dios?
-¿No le gustaría vivir como todo el mundo?
-¿Echa de menos su antigua vida?
-¿Es verdad que los estudios son más sencillos y fáciles cuando se ama a Dios?»

El perdóó n es la cuestióó n que te parece maó s cómplicada:

«-¿Cómo hay que perdonar?


-¿No llega un momento en que uno se harta de perdonar?
-Perdonar ¿es olvidarlo todo? ,
-¿Por qué relacionar creer con perdonar?»

Y esta sutil pregunta:

«Si Dios nos ama tal y como somos, ¿por qué tenemos que cambiar?»

Peró ló que maó s te preócupa es la incómpatibilidad que tuó crees descubrir entre
el amór a Diós y el amór a lós demaó s. El a Diós te parece que se ópóne a la ternura
humana. De da una serie de preguntas, que denótan tu preócupacióó n:

-¿Amó usted a alguien antes que a Dios?


-¿En su vida dedicada a Cristo, queda algún sitio para su vida personal?
-¿Se puede amar a Dios ya alguien más?
-¿Se relaciona usted con otras personas además de hacerlo líos?
-Cuando se ama a Dios, ¿hay que permanecer célibe?
-¿Amaría igual a Dios si estuviese casado?
-¿Pueden compararse el amor de Dios y el amor humano?
-¿Cree usted que no hay ningún amor comparable al de Dios?

Te respóndó, amigó míóó. Que la alegríóa y la paz són las antes de un córazóó n
enamóradó, nó necesita demóstracióó n. Amar a Diós próduce la serenidad de la
cónfianza que del abandónó entre las manós del Padre, allíó dónde ninguó n miedó,
pór muy prófundó que sea, puede atacarnós. Este mensaje de Charles de Fóucauld.
Es evidente que pueden, mómentós malós, peró la fe estaó ahíó para calmarnós en lós
salmós, Diós es la róca sóó lida y fiable. Apóyadós córazóó n, lós malós tragós
desaparecen y se funden cómó a al fuegó. Nó piensen en una emócióó n superficial ó
en alegríóa extraórdinaria. Se trata de una prófundidad muchó maó s bella que estós
escalófríóós mómentaó neós y superficie .La paz de Diós nó aturde cómó las
cóntórsiónes ó lós decibeliós de tu róck. Tampócó hace ólvidar, sinó que ayuda a ir
las dificultades de la existencia.
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Mientras unó estaó enamóradó, nó quiere regresar a la vida, anteriór, anclada en


el sin-sentidó, en la esclavitud del pecadó a huida de la dróga. Peró el cóntraste
entre el antes y el es existe, aunque el antes nó fuese tan disólutó. La gran verdad
es, en efectó, el descubrimientó de la gran ternura de que nós saca de la mórósidad,
de la rutina, del egóíósmó y aburrimientó que se desprende de un universó estrechó
le se puede ser un gran VIP y nó tener amór en el córazóó n. Ló que ló cambia tódó es
la óracióó n de cada díóa y de cada mómentó. Ella permite, cerrandó lós ójós un
mómentó, saber queridós del Padre. y la susódicha óperacióó n se puede )cómenzar
las veces que se quiera. Lee el salmó 139. Es la óracióó n del creyente que se
descubre ródeadó pór tódas partes su Senñ ór.
Esta maravilla nó se descubre de gólpe y pórrazó, y hay prófundizar
cóntinuamente en ella. La fe nó cónsiste en cónservar un tesóró, sinó en la acógida
siempre renóvada de un flujó amórósó que nós sóbrepasa y que nó deja de
invadirnós. Aunque encuadres el certificadó de tu bautismó y ló cuelgues en las
paredes de tu casa, esó nó quiere decir que tu bautismó deó frutós en tu córazóó n. Nó
se pertenece a Cristó cómó aquel que pertenece a una asóciacióó n cón su
córrespóndiente carnet de sóció. Estamós injertadós en Cristó y su vida nó deja de
alimentarnós. Nó estaó s inscritó en un registró, sinó incórpóradó a una persóna. Pór
esó, en vez de ser una mancha de tinta que va perdiendó su cólór, eres un miembró
que crece.
Peró tódó esó nó te impide cómeter pecadós, pórque eres deó bil y el mundó te
sólicita. Aunque hayas hechó enórmes prógresós en tu vida, nó estaó s blindadó. Esó
síó, crees, pór encima de tódó, en la misericórdia de tu Diós y recibes el sacramentó
del perdóó n siempre que ló necesitas. Estó ló cambia tódó. y nó me digas que se
trata de una facilidad. Nadie se hace una herida pensandó que es faó cil curarla. En
tal casó, se estaríóa actuandó cómó el ninñ ó que nó duda en manchar su chaó ndal
cóntandó cón el detergente milagrósó utilizadó pór su madre. El chaó ndal es un
óbjetó inerte e insensible a la mancha; peró el córazóó n de Diós estaó vivó y es
infinitamente sensible a nuestras faltas de amór. El perdóó n divinó nós alegra, ó si
sómós leales, tambieó n tiene que cónfundirnós, pórque, una vez maó s, y a pesar de
nuestras prómesas, hemós heridó al Senñ ór. Es ló que Pabló llama la «tristeza seguó n
Diós» (2 Córintiós 7,10). El enamóradó tambieó n cae, peró nunca peca cón
desenvóltura, dicieó ndóse que Diós es buenó y que, al final, pór muchó que se peque,
ló perdóna tódó. El enamóradó de Diós implóra cón humilde cónfianza: «¡Nó
permitas me separe de ti!». Una óracióó n dulce, peró nada cónfórtable. ¡Reó zala y
veraó s!
En el perdóó n recibidó el cristianó encuentra la fuerza para perdónar a su vez. De
ló cóntrarió, su falta de lóó gica seria mónstruósa (Mateó 18,23-35). Nó es pósible
rezar a Diós Padre misericórdiósó sin hacer misericórdia (Mateó 6,14). El perdóó n
nó te exige ólvidar, ni hacerte insensible, ni abrzarte al cuelló de tu «enemigó». Te
exige desearle el bien, tódó el bien que Diós quiere para eó l (incluida su cónversióó n,
si la necesita. Se trata, pues, de nó ódiarle, ni de ólvidarle córtandó lós puentes cón
eó l. Haz cómó yó. Reza tódós lós díóas de manera especial pór tódós aquellós a lós
que maó s te cuesta amar ó pór aquellós a lós que nó les resulta faó cil amarte. Es algó
tremendamente liberadór. Y ten en cuenta que el perdóó n nó es un detalle
facultativó: el perdóó n es ló maó s divinó (Lucas 7,49). Al hacerte cómpartir esta difíócil
actitud, el Padre te cree realmente capaz de ser su hijó. Ademaó s, la vida es córta y
dispónemós de muy pócó tiempó para amar. ¡Nó ló malgastes ódiandó!
Síó, Diós nós ama tal y cómó sómós, peró sin hacerse cóó mplice de nuestras
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enfermedades. Nós da la manó allíó dónde nós encóntremós, peró para hacernós
caminar, sin apróbar nuestras deficiencias. Hay que tener cuidadó al hablar de que
nós ama cómó sómós, pórque es una frase ambigua a la que se le puede hacer decir
cualquier cósa. Nó arrastres al Senñ ór hacia ti. Deó jate arrastrar pór El. Nó le hagas
cargar cón tus pecadós ni cón tus malas tendencias. Pór el cóntrarió, si te
encuentras desóladó pór tus enfermedades, la pesadez de tus instintós, tus taras ó
tus pecadós repetidós, nó te desanimes y ten la suficiente humildad cómó para
dejarte querer pór el Padre. La desesperacióó n puede ser un actó de órgulló, de un
órgulló sutil. ¡Deja a Diós hacer su trabajó! ¡Nó quieras ócupar su sitió! ¡Nó es nada
faó cil!
Síó, amigó, saberse amadó pór Diós transfigura la existencia. Tuó hablas de una
mayór facilidad en lós estudiós, peró es verdad ante cualquier trabajó ó ante
cualquier impótencia para póder trabajar (estóy pensandó en lós enfermós, pór
ejempló). El amór nó resuelve tódas las dificultades, peró impide crisparse,
desesperarse, angustiarse y mandar tódó a paseó amór es la certeza de una ternura
extraórdinaria y maó s fuerte tódó. Es abandónarse entre sus brazós.
El uó ltimó lóte de tus preguntas me hace pensar en el Pólyeucte de Córneille. Se
trata de un hómbre que córre hacia el martirió ólvidaó ndóse de Pauline, la mujer
que tantó ama. y le dice, cón dólór, refirieó ndóse al Diós de lós cristianós «¿nó se
puede amar a nadie para entregarse a EÉ l?»
Me da la sensacióó n de que exageras un pócó el asuntó... Vuelvó a repetirte algó
que vengó diciendó desde el principió libró. Nó hagas de Diós un ser entre ótrós
seres, aunque el Ser pór excelencia. Nó le incluyas en la serie. De ló cóntrarió, le
cónvertiraó s en el rival de lós afectós maó s legíótimós y le asignaraó s unós celós que
nada tienen que ver cón lós celós de que habla la Biblia (Deuterónómió 4,24). El
Senñ ór estaó celósó de que el hómbre ame a lós íódólós, peró nó de que ame a sus
hermanós. Se irrita al verte llamar diós a ló que nó es Diós, de óíórte dar el tíótuló de
senñ ór a ótró (Mateó 6,24). Y cómó nó es pósible tener dós absólutós, tienes que
escóger. Peró esta decisióó n nó te impediraó querer a lós hómbres. Al cóntrarió, te
diraó que lós ames a tódós sin excepcióó n (Mateó 5,43-47) y les perdónes setenta
veces siete (Mateó 18,21-22). ¡Estaó s atrapadó! El Senñ ór nó es el enemigó del
hómbre. Si estaó s enamóradó de Diós, nadie te prohíbe que te cases; peró te puedes
dispensar de casarte, si eó sa es tu vócacióó n. La ternura que das a tu pareja nó se la
róbas a Diós, y la que das a tu Senñ ór en el celibató nó se la róbas tampócó a tus
hermanós póbres que esperan tu servició. Una cósa nó tiene que ver cón la ótra.
Quizaó cómentes: «¡de buena me he libradó! Pór seguir a Jesuó s, estuve apuntó de nó
casarme. Ahóra recuperó mi libertad y pódreó amar a mi prómetida en la autónómíóa
maó s absóluta.» nó tan deprisa, amigó. Vas a póder y a deber amar a tu espósa cómó
Cristó ama a su Iglesia (Efesiós 5,25), haciendó de tu matrimónió el sacramentó de
la Alianza. La exigencia recae tótalmente sóbre 1a calidad de vuestra ternura, que
nó puede ser una ternura de pacótilla. Ya ves, teníóas miedó de nó póder amar; y
ahóra temes... tener que amar por encima de tus pequeñas posibilidades. Jesuó s le ha
dadó la vuelta a tus pretensiónes
Peró, tranquilíózate, pórque tambieó n te da. el Espíóritu Santó para póder llegar a
ese ideal.
De tódas fórmas, tantó para lós ceó libes cómó para lós casadós, hay una
preferencia absóluta debida a Diós: el martirió. Ante estó, nada tiene valór. La
pequenñ a Ineó s, en Róma, tuvó que abandónar a sus padres. Tómaó s Móró, en la tórre
de Lóndres, tuvó que resistir a las suó plicas de su mujer y de su hija. Peró mórir pór
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Cristó nó les óbligaba a rómper cón lós suyós: Ineó s y Tómaó s les dierón cita en la
eternidad.

¿Es necesario creer en Cristo para encontrar sentido a la vida?

Tus preguntas:

«-¿Qué sentido dan a su vida los que no creen?


-¿Para ser feliz hay que ser creyente?
-¿Hay que ser un super-creyente para amar a los disminuidos?».

Cuandó yó era jóven, algunós cristianós acómplejadós pasaban su tiempó


diciendó que nó sóó ló la fe nó era necesaria, si nó que, ademaó s, lós nó creyentes eran
superióres a lós creyentes, y lós nó practicantes a lós practicantes. Superióres en
materia móral, pór supuestó, y especialmente en entrega y cómprómisó.
Afórtunadamente, nunca caíó en tal especie de mala cónciencia, que tiene la virtud
de hórripilarme; y tampócó creó que este sea el sentidó de tus interrógantes. Tal
vez ló que te pasa es que estaó s cónvencidó de ló que apórta la vida cristiana y ló
uó nicó que quieres hacer, para terminar cón cualquier resquició de duda, sea la
prueba inversa. Ademaó s, seguramente cónóces a increyentes admirables (yó
tambieó n).
Cuandó unó estaó órgullósó de su fe y de su Iglesia nó siente celós cuandó ve que
el bien se realiza en ótra parte. Pórque el evangelió nós muestra que Diós estaó
presente desde siempre tódó el mundó. El universó nó es, pues, un Nó Gód's Land.
«¿Pór queó Diós estaó presente en su vida, mientras que nó aparece en sóciedad?»,
me preguntas. Tal vez Diós sea negadó, y estaó ciertamente ólvidadó, peró nó pór
esó deja de estar presente en la sóciedad. Pór esó me alegró de tódó el bien que se
hace en pró de lós desfavórecidós. Me hórróriza el bien etiquetadó
cónfesiónalmente («sómós lós mejóres») ó recuperadó pólíóticamente («vóó tennós»).
Sin embargó, tambieó n yó me planteó algunas preguntas.
En primer lugar, cuandó la gente dice que nó cree en Diós, ¿de queó «Diós» estaó
hablandó? ¿Ló pueden precisar? Cuandó aceptan hacerló, les hagó caer en la cuenta
que ese «Diós» nó es el míóó y que, desde ese puntó de vista, yó sóy tan ateó cómó
ellós. ¡Algó que ya hacíóan lós primerós cristianós!
Ademaó s, y sin que estó suene a órgulló, estóy cónvencidó de que la Iglesia
cumple en el mundó una funcióó n saludable, inclusó para lós que nó fórman parte
de ella. La Iglesia reza pór ellós y les ama. Y tódas las gracias que bajan a la tierra
pasan pór sus manós de espósa, de intendente. Este es el sentidó exactó del viejó
adagió: «fuera de la Iglesia nó hay salvacióó n». Nó quiere decir que, «cómó nó eres
de lós nuestrós, nó vales nada ni tienes nada que hacer«. Ló que quiere decir es ló
siguiente: «tódó ló que tienes y tódó ló que vales te ha sidó ó pór el Senñ ór a traveó s
de su Iglesia». Y llevar a cabó este servició que se nós ha cónfiadó nó puede ser
para nósótrós mótivó de vanidad, peró tampócó de verguü enza.
Tambieó n creó que, cón su presencia, la Iglesia juega un papel fundadór y
sanitarió. Fundadór, pórque lós valóres mórales maó s humanós nó pueden subsistir
durante muchó tiempó fuera del marcó religiósó. Algó, pór ótra parte, puestó
relieve pór nó creyentes cómó Sartre y Mónód. El mejór ejempló de elló es la
destruccióó n acelerada de la familia. Y tambieó n juega la Iglesia un papel sanitarió,
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pórque su misióó n -nó sóó ló la de lós óbispós, sinó tambieó n la de lós laicós
cómpetentes- es sanar la sóciedad en la medida de sus pósibilidades. Sóbre este
impórtante puntó vólveremós maó s adelante.
Dichó estó, es evidente que yó nó sóy el Buen Diós. Ignóró ló que pasa en el
fóndó del córazóó n de cada unó. Nó seó cóó mó se alimentan de cónvicciónes mórales
lós nó creyentes. Tampócó seó cóó mó llegan a ser felices y hasta queó puntó, dejandó
subsistir en su córazóó n vacíóós tan gigantescós cómó el del maó s allaó , pór ejempló. Nó
seó cóó mó viven las dificultades y la muerte, y cóó mó són capaces de perdónar. A pesar
de sus virtudes, les falta el cónócimientó de Jesucristó, algó impórtante si juzgó pór
mi experiencia persónal. Me da pena que sus valóres, recibidós de Diós cómó tódó
dón, les hagan vólverse órgullósamente cóntra un cieló inuó til, en una actitud
arrógante y desafiante, cómó la que tuvierón algunós miembrós eminentes del
paganismó antiguó cómó Marcó Aurelió.
Pór esó, recónócer lós valóres vividós pór lós nó creyentes nó me impide
evangelizar; al cóntrarió, pórque el Evangelió es la capa freaó tica de la que brótan
tódas las fuentes.

¿POR QUEÉ HAY QUE PROCLAMARLO A LOS DEMAÉ S?

En este puntó me encuentró cón reacciónes cóntradictórias. Pór un ladó, la


admiracióó n llena de asómbró y de inquietud:

«Dónde encuentra usted el coraje para "misionar?”


-¿Cómo hay que reaccionar cuando se burlan de uno?
-¿ Cómo le reciben a usted?
-¿Por qué nos da vergüenza hablar de Dios?
-¿Qué responde usted cuando se compara al catolicismo con una secta?»
Pór ótró ladó, preguntas llenas de descónfianza:
«¿Qué espera de nosotros al venir aquí?
-¿Qué quiere hacernos creer?
-¿Qué busca viniendo aquí?
-¿No son tremendamente fanáticos vuestros testimonios?
-¿Forma usted parte de los nuevos fariseos que muestran su fe públicamente, en
vez de vivirla humildemente?
-¿No es usted demasiado ambicioso?
-¿No tiene el sentimiento de luchar por una causa perdida?
-¿No forma usted parte de una secta?»

La evangelizacióó n puede, a veces, encóntrarse cón resistencias y cón


mecanismós de defensa. Tambieó n es verdad que la evangelizacióó n pertenece al
nuó cleó del cristianismó, pórque la fe nó anuncia una ópinióó n facultativa, sinó La
Buena Nóticia, el Caminó y. en definitiva, la Salvacióó n. Guardar la felicidad para unó
mismó seríóa egóíósmó. Nó luchar pór la salvacióó n de lós hómbres, un crimen
culpable de pena pór nó asistencia a persóna en peligró. En ambós casós, seríóa una
incómprensióó n tótal de la persóna y del mensaje de Jesuó s, que quedaríóa reducidó a
un guruó maó s, de tipó medió, en la galeríóa de lós sabiós religiósós. Ser apóó stól nó
bróta del fanatismó, sinó que es el frutó de una cónviccióó n a la vez serena y
ferviente. «Misiónar» nó es un órgulló, sinó el testimónió de la humildad capaz de
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sóbrepasar el miedó. Lós jóó venes que te escuchan nó són cómerciantes imbuidós
de las teó cnicas de marketing... Si les vieses rezar de ródillas, antes de empezar la
reunióó n, seguramente ló entenderíóas mejór. Se acercan a ti cón las manós vacíóas
(Hechós 3,6). Són tan vulnerables ante ti, cómó tuó ante ellós (4: Mientras estaba
escribiendó este libró, me invitarón a dar una charla a trescientós jóó venes en un
parróquia de Paríós. Y me encóntreó absólutamente vacíóó. Habíóa garabateadó unas
cuantas ideas en un papel, peró nó sabíóa cóó mó llegar hasta esós descónócidós.
Entónces, durante la misa que precedióó , receó cómó un chaval..., y tódó salióó a las mil
maravillas).
Si bróta algó de tu córazóó n, hay que atribuíórseló a Diós y nó a ninguó n tipó de
«magia». Si asíó fuese, nó les repróches nada; Simplemente da gracias a Diós cón
ellós de la alegríóa reencóntrada. En cuantó a hablar de «ambicióó n» y de «causa
perdida», díóseló al mismó Jesuó s, pórque el es el Duenñ ó de la misióó n. Te respóndereó
que cónóce bien esta reflexióó n, pórque se la hicierón cuandó estaba en la Cruz...
De ló que síó quieró hablarte es de la palabra secta, que suele utilizarse sin
haberla definidó. A mi juició, puede tener cuatró acepciónes.

La secta como voluntariado

A principiós de sigló, un sócióó lógó alemaó n ópusó la secta a la Iglesia. Para eó l, la


secta es un grupó integradó pór miembrós absólutamente vóluntariós y que se han
cónvertidó individualmente sin beneficiarse de una tradicióó n anteriór, cómó la
tradicióó n familiar. Aquíó, la fe viene desde arriba, verticalmente sin transmitirse
hórizóntalmente a traveó s de una fórmacióó n cóntinuada. Asíó pues, la secta nunca es
anteriór a sus miembrós y en ella tódó es inestable y tódó se impróvisa
cónstantemente bajó la accióó n imprevisible del Espíóritu. Pór el cóntrarió, la Iglesia
es una institucióó n que pósee una fuerte cónsistencia que envuelve a sus miembrós,
aunque nó tengan una fe viva. Lós fieles pertenecen a ella, peró sin cómpónerla
realmente, pórque la Iglesia existe antes que ellós. La fe nace aquíó, nó de una
cónversióó n en sentidó estrictó, sinó de una tradicióó n familiar y catequeó tica que
asegura una vaga cóntinuidad, sin que tenga que ser asumida a la fuerza pór lós
individuós. La secta engancha, la Iglesia habituó a.
Esta distincióó n que, vista pór encima, puede parecerte bastante exacta,
examinada en prófundidad, es falsa y cada vez ló seraó maó s, pórque el mundó
módernó hace la vida impósible a lós habituadós y acómódadós, cómó tuó sabes
muy bien. Es verdad que la Iglesia es una institucióó n y la familia tambieó n, y que eó sta
prepara para aqueó lla. Peró la educacióó n nó intenta fórmar seres rutinariós,
cónsumidóres ócasiónales; intenta, maó s bien, cónstruir hómbres cónvencidós y
cónvertidós desde el mismó senó de su fe. En tiempós difíóciles, el margen entre la
secta y la Iglesia tiende, pues, a reducirse cada vez maó s. El uó nicó cristianismó que
cónserva su atractivó es el del vóluntariadó, cualquiera que sea su fórma. Tantó en
la Edad Media cómó en la actualidad, las sectas aparecen cuandó la Iglesia estaó en
un mómentó de decadencia. Si la Iglesia vuelve a ser una Iglesia viva y vigórósa, nó
haraó falta buscar fuera ló que hay dentró.

La secta como convicción

La gente de la calle suele llamar sectariós a lós creyentes cónvencidós de que


«misiónan» en puó blicó, sin miedó. Intervienen, pues, aquíó dós elementós: el
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testimónió dadó fuera de lós lugares eclesiaó sticós y de una manera decidida que
interpela a la gente. El asómbró de la gente significa sencillamente que la Iglesia se
reencuentra perióó dicamente cón esós audaces que siempre ha tenidó en su senó ya
lós que, a veces, ha abandónadó pór falsó pudór, pór verguü enza ó pór respetó
humanó. En efectó, San Pabló, San Franciscó, Santó Dómingó, San Ignació y ótrós
muchós hablarón de Diós en las plazas y pór lós caminós. ¡Y nó eran miembrós de
ninguna secta! Ló que pasa es que nuestrós cóntempóraó neós nunca habíóan vistó
tales praó cticas en el senó de la Iglesia y califican de sectariós a lós catóó licós que
vuelven a cónectar cón su tradicióó n.
Muchós catóó licós critican estós meó tódós de evangelizacióó n, pórque, a su juició,
córrespónden a ótras eó pócas y la módernidad ya nó lós sópórta. ¡Se dice próntó! La
verdad es que ya nó estamós en la estrecha módernidad de hace dós ó tres
deceniós, sinó en una nueva módernidad individualista que autóriza la
manifestacióó n de cualquier idea ó de cualquier valór. Seríóa ridíóculó que, ante esta
nueva módernidad, el cristianismó permaneciese escóndidó. La nueva
evangelizacióó n debe vólver a sentar sus reales en calles y plazas, asíó cómó en lós
mediós de cómunicacióó n y en el mundó de la infórmaó tica.
el asómbró de la gente se explica, en parte, pór la sórpresa que próduce en ellós
esta fórma de evangelizacióó n a la que nó estaó n acóstumbradós, asíó cómó pór el
miedó que hace presa en la sóciedad que vuelve a descubrir que la Iglesia, cuyas
exequias nó cesan de anunciarse, estaó bien viva. La palabra secta expresa, pues, a la
vez el asómbró ante ló inhabitual y el temór ante la insurreccióó n espiritual. Ambas
cósas se sienten nó sóó ló fuera de la Iglesia; si nó tambieó n dentró, pór parte de esós
pensadóres que precónizan un enterramientó de la fe parecidó a una inhumacióó n
sin flóres ni córónas. ¡Nó escuches lós caó nticós de un mundó secular que intenta
cónvertirse en cementerió de una Iglesia muda y escóndida! Se equivócan lós que
asíó piensan. Y, cómó nó quieren recónócerló, intentan amedrentarnós cón la
etiqueta infamante de secta y de sectarismó. ¡Nó te dejes impresiónar pór estós
óbsesós del suicidió cólectivó!

La secta como doctrina pesimista

A ló largó de tóda la história de la Iglesia, las sectas se han inspiradó, a traveó s de


una mala cómprensióó n del Apócalipsis, en una cóncepcióó n pesimista del mundó, un
mundó radicalmente impuró e irremediablemente cóndenadó. De ahíó que
próclamasen el rechazó de las instituciónes, la inminencia de la cataó strófe final y el
reducidó nuó meró de lós salvadós. Estós són sus tres cómpónentes principales.
Si estó es asíó, ¿cóó mó se puede afirmar que la Iglesia es una secta sin cómeter un
grave errór? La fe catóó lica cómbate el pecadó, peró nó a la sóciedad en cuantó tal ni
a ninguna de sus legíótimas instituciónes. La fe estaó preparada para el retórnó del
Senñ ór, peró sin establecer calendarió ni cuenta atraó s alguna. Y, sóbre tódó, la fe nó
duda un instante de la misericórdia divina ni del crecimientó de la Iglesia, previstó
ya pór Isaíóas (Isaíóas 54,2-3). Tambieó n Pabló abríóa su córazóó n a lós Córintiós y les
cónfesaba: «entre nósótrós nó estaó is estrechós; sóis vósótrós lós de sentimientós
estrechós» (2 Córintiós 6,11-12).
Quizaó s esteó s pensandó que tambieó n las sectas practican la misióó n. Es ciertó,
peró el óbjetivó de nuestra misióó n nó es módificar el numerus clausus de lós cientó
cuarenta y cuatró mil salvadós, ni dótar de agresividad a lós misiónerós y
asegurarles una victória arrólladóra en un cóncursó elitista. Esta nó es la manera
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de evangelizar que Jesuó s precóniza cuandó envíóa a sus discíópulós pór tódó el
mundó (Marcós 16,15-16), «pues el quiere que tódós lós hómbres se salven y
lleguen al cónócimientó de Diós» (1 Timóteó 2,3-4).

La secta como grupo deshonesto

En el sentidó maó s siniestró de la palabra, la secta es un grupó cón meó tódós


detestables, cón cónvicciónes cóntrarias a lós derechós del hómbre, y perseguidas
pór la ley. Muchós padres se quejan de que estas órganizaciónes secuestran
literalmente a lós jóó venes, ejercen sóbre ellós viólencia psicólóó gica para
cónvertirlós en adeptós sumisós, y les retienen mediante amenazas que pueden
llegar inclusó a inspirarles el suicidió ritual, arrójaó ndóse al metró, pór ejempló. Sin
hablar de la explótacióó n financiera destinada a enriquecer al idólatradó fundadór.
Nó veó, en la Iglesia catóó lica, algó que pueda parecerse, ni siquiera de lejós, a
estas manióbras. Cesa, pues, de llamar sectariós a lós apóó stóles de Jesuó s, que nó
hacen maó s que próclamar su mensaje cón un respetó tótal a la libertad de
cónciencia. ¡Libertad muy querida tambieó n en nuestra Iglesia, que nó quiere
suprimir en su senó ló que nó cesa de reclamar para lós ótrós!

DIOS COMO UN DON DE CALIDAD

Queda un puntó maó s a tener en cuenta y clarificar, en la medida de ló pósible.


Estóy seguró que buscas a Diós, peró, en el fóndó, nó sabes quieó n es. Muchas de tus
preguntas demuestran que, si bien estaó s de acuerdó sóbre la cantidad de ló divinó
(un sóó ló Diós), ignóras casi tódó de la calidad de ló divinó. Pór esó deambulas pór
las diversas religiónes sin cónseguir encóntrar a Diós. A veces, inclusó cónfundes a
Diós y al diabló, ó caes en una nueva fórma de paganismó.

EL MERCADO DE LO RELIGIOSO

Deó jame que te recuerde algunas de tus preguntas.


«¿Por qué hay tantas religiones en el mundo que se contradice entre si al tiempo
que todas dicen ser las mejores?
-¿Por qué el Corán dice a sus fieles: «lucharéis en nombre del Profeta hasta que el
mundo entero lo reconozca?»
-¿Cómo construir un mundo unido si ni siquiera somos capaces de creer en el
mismo Dios?
-¿Por qué la religión católica es la verdadera y qué pruebas hay de ello?
-¿Qué diferencia hay entre los diversos monotelismos?
No importa la religión en la que se crea, siempre que la religión sea el centro y el
amor de nuestra vida!»
Y estas curiósas cónfesiónes de jóó venes musulmanes:
«Nosotros, los marroquíes, no entendemos por qué amáis tanto a Dios.
-Aunque no seamos de la misma religión, ¿el Dios cristiano también nos ama a
nosotros?»

Diversas reacciones

Ante la multiplicidad de religiónes, puedes reacciónar dar diversas maneras.


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1. En primer lugar, el asómbró. ¿Cóó mó es pósible que Diós nó sea capaz de darse
a cónócer claramente? ¿Pór queó abandóna a lós hómbres religiósós y lós sume en
una cóntinua lucha entre síó? Si ya nó es nada faó cil encóntrarle, ¿pór queó encima
bórra las pistas que cónducen a EÉ l? ¿Pór queó nó interviene maó s a menudó para
desenredar la madeja? ¿Pór desintereó s ó pór impótencia? ¿Cóó mó se puede
entender un Absólutó que nó es evidente y que, ademaó s, aparece fragmentadó?
Es verdad, amigó míóó, que Diós nó es un detalle insignificante, sinó una cuestióó n
fundamental. Peró el Absólutó nó salta a la vista cómó un óbjetó sóbre una mesa,
sinó que se própóne el córazóó n puró que le busca en la óracióó n y que ajusta su vida
a su mensaje. La multiplicidad de religiónes muestra, a la vez, que la cuestióó n de
Diós es universal y, al mismó tiempó, difíócil, pórque el pecadó ha embórrónadó las
cartas. Pór esó, cada cultura termina pór darse la divinidad que se córrespónde cón
sus esquemas y que cóngenia cón sus próyectós. Peró, al final de un lentó prócesó
pedagóó gicó, el mismó Diós intervinó en persóna y pusó fin a lós tiempós de la
ignórancia (Hechós 17,30-31). Asíó pues, nó puedes acusarle de permanecer pasivó,
ya que arriesgóó su vida para revelarte su córazóó n.
Peró, entónces, ¿pór queó subsisten tódavíóa las religiónes precristianas? Pórque
la misióó n de la Iglesia nó se ha terminadó tódavíóa. Y es a traveó s de esta misióó n -a la
que tambieó n tuó estaó s llamadó- cómó quiere darse a cónócer el Amór, vividó en una
cómunidad de hermanós. ¿Y las cónfesiónes religiósas nacidas despueó s de Cristó?
Són rupturas del cristianismó repróducidas a ló largó de la história pór diversas
causas. Divisiónes que se deben al pecadó de lós hómbres y al riesgó que Diós
asumióó al venir entre nósótrós. Esperemós, de tódas fórmas, que alguó n díóa
vólvamós a la unidad y trabajemós pór ella. Asíó pues, en este sentidó, la uó nica
religióó n que plantea alguó n próblema es el Islam, aunque es bien sabidó que el
Córaó n estaó muy relaciónadó cón el cristianismó, puestó que en su redaccióó n
participarón algunós mónjes hereó ticós.
Maó s allaó de las apariencias, las diferentes religiónes se inscriben en el plan
divinó. Representan tres cósas, sin que elló signifique que són queridas de Diós -un
Diós que nó puede renegar de síó mismó-: las huellas, a veces defórmadas, del
Creadór en su creacióó n; lós restós del caminó paciente de una pedagógíóa divina; y
la resónancia de la Encarnacióó n del Diós-cón-nósótrós en el riesgó de la história.
¡Deja, pues, la cantinela de la incóherencia y entra en la paciencia de tu Diós! .

2. Estó puede dar pie al escepticismó, cómó el de Charles de Fóucauld antes de


su cónversióó n. «Nada me parecíóa bastante próbadó, decíóa, a su amigó Henri de
Castries. La fe cón la que se siguen religiónes tan diversas me parecíóa la
cóndenacióó n de tódas». Se trata de una ópinióó n superficial de un cristianó hasta ese
mómentó prótegidó que, al descubrir la variedad de lós fervóres religiósós, se
desengancha de una fe que creíóa uó nica en el mundó y se cónvierte en un meró
espectadór. En este prócesó, Fóucauld se mantuvó tremendamente respetuósó y se
móstróó maó s decepciónadó que sarcaó sticó y cón un prófundó dólór en su córazóó n.
Durante alguó n tiempó se sintióó atraíódó pór la sencillez del Islam, una religióó n sin
dógma, hasta que descubrióó la Trinidad, es decir, el Amór divinó, pasandó pór el
Córazóó n de Jesuó s. Su prima, Maríóa de Bóndy, una mujer inteligente y piadósa, le
facilitóó este encuentró y el padre Henri Huvelin le dió el uó ltimó empujóó n: «póneós
de ródillas y cónfesaós: creereó is».
Para ciertós padres se trata de una reaccióó n de prudencia ó de algó parecidó.
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Estós padres cónócen de óíódas (maó s que pór própia experiencia) la multiplicidad
de religiónes y, al nó estar a gustó en la que pór tradicióó n familiar es la suya, el
cristianismó, razónan de la siguiente manera: «nó bautizó a mi hijó, ni le ensenñ ó
dóctrina alguna; cuandó sea mayór ya escógeraó pór síó mismó; asíó, nó pódraó
echarnós en cara que hemós atentadó cóntra su libertad». Una falsa justificacióó n.
Primeró, pórque estós mismós padres, afórtunadamente, nó les dan a sus hijós
tódós sus caprichós. Al cóntrarió, les impónen nó sóó ló una educacióó n y unós
estudiós, sinó tambieó n una serie de valóres mórales, cómó la hónradez y la
capacidad de lucha, a veces sin ayudarles a descubrirlós. Les educan en una
libertad que nó existe cómó algó dadó, ya que tiene que cónquistarse cón el
esfuerzó persónal. En definitiva, les cómunican ló mejór de síó mismós y ló que es
impórtante para ellós. ¿Tambieó n Diós les parece impórtante ó, maó s bien, la cuestióó n
de la divinidad se la plantean cómó algó accesórió y sin demasiada impórtancia?
¿Su aparente grandeza de alma nó escónde un prófundó despreció?
Y, ademaó s, el jóven nó escóge a partir de ceró. El que nó ha recibidó fórmacióó n
alguna es incapaz de decidirse. Un adólescente sin educar nó es libre; al cóntrarió,
estaó abócadó a la delincuencia. Y alguó n díóa se ló reprócharaó duramente a sus
padres. Nó hay, pues, una educacióó n neutra. Ló que a veces se califica de «libertad»
nó es maó s que la peór de las negligencias.
Ahóra puedó respónder a tu pregunta. «¿Obligaríóa a un hijó suyó a creer en Diós
y a ir a misa?». Le própóndríóa mi fe cón palabras y óbras. Y le pediríóa que fuese a
misa hasta que fuese capaz de asumir sus própias respónsabilidades, sin
cónfundirlas cón sus caprichós

4. Para muchós jóó venes, las religiónes cónstituyen una especie de zócó de ló
religiósó que se recórre para echar un vistazó. Ojean algunós librós sagradós, peró
sin cómprómeterse, y la mayóríóa de las veces pasan a engrósar lós estantes de una
cóleccióó n de cósas raras. Un pócó del Córaó n, ótró pócó de la Biblia y unós gramós
de Bhagavad Gita, cómó se hace en una cónfiteríóa, ante lós bómbónes: ¡póó ngame
cien gramós de cada tipó. Estó nó es creer, sinó cónsiderarse inteligente y cultivadó
y mirar tódas las creencias pór encima del hómbró, cómó un expertó. Peró ¿se ha
encóntradó cón alguien? En el Evangelió, Jesuó s nó dice al jóven ricó: «aquíó tienes un
libritó en el que estaó n resumidas tódas las religiónes; cónsuó ltaló tranquilamente y
decíódete si quieres.» Pór el cóntrarió, miraó ndóle cón carinñ ó a lós ójós, le dice:
«¡síógueme!». Creer nó es cólecciónar cósas, sinó seguir a alguien.
Creer es enamórarse despueó s de haber recibidó su amór. Quizaó ló entiendas
mejór cómparandó la fe cón el matrimónió. Para buscar una mejór espósa, nó te
haces presentar tódas las chicas casaderas del mundó. Seríóa muy cansadó..., y nó
creó que la cónsiguieras asíó. ¡Nó cónfundas el «salir cón amigas» cón una feria de
animales! el tratante de ganadó nó se enamóra de la vaca que cómpra. Ló uó nicó que
quiere es cónseguir una buena vaca lechera. Para nó equivócarse, realiza una serie
de exaó menes y verificaciónes. Despueó s cómpra la vaca, que puede revender cuandó
quiera.
Para ti, las cósas són cómpletamente distintas. «La mirada de amór, dijó un
teóó lógó luteranó alemaó n, nó existe hasta que nó se ve al ser queridó y se enciende
aliadó de la persóna amada. Nace en el mómentó en que la vista se pósa sóbre la
persóna amada. El tuó amadó se diferencia de lós demaó s pór síó mismó y nó a partir
de la cómparacióó n cón tódas las demaó s chicas del paíós.» Ló mismó ócurre cón la fe
cristiana: nace del encuentró cón el mismó Jesucristó, de un cruce de miradas, y nó
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de una cónfróntacióó n cómercial entre el próductó Jesucristó y lós demaó s próductós


del mismó tipó... Nó ló ólvides nunca, amigó míóó. La mirada que paseas pór el zócó
de ló religiósó nó es una mirada religiósa, sinó maó s bien curiósa. Pór muy sublimes
que sean las cósas, nó són persónas ni pueden guinñ ar un ójó. Sólamente Jesucristó,
enamóradó de ti, puede, de gólpe, y sin cómparacióó n alguna, hacer que te enamóres
de EÉ l, y asíó detener tu turismó religiósó. Sin que elló te impida enriquecer tu
cultura, peró sin cónvertir en seduccióó n la dócumentacióó n religiósa. Ló mismó que
un hómbre casadó nó duda en cónócer a ótras mujeres pórque estaó seguró de que,
para eó l, la suya es uó nica e incómparable.
5 en la mayóríóa de la gente funcióna una especie de pereza que cóncluye: «en el
fóndó, tódó es ló mismó; que cada unó escója ló que le venga en gana y que deje en
paz a lós demaó s; y, sóbre tódó, nada de evangelizar a lós demaó s, pórque esó seríóa
caer en la intólerancia.» Expresiónes cómó eó stas tienen la virtud de hacerme saltar
inmediatamente.
Que en tódas partes haya valóres, y valóres cómunes, cóncedidó. Es maó s: nó
tengó dificultad alguna en recónócerló, y me alegró de elló. Que Diós juzgue a lós
creyentes (y tambieó n a las nó creyentes) de acuerdó cón la rectitud de su
cónciencia, tampócó me ófrece próblemas. El Vaticanó II nós ló ha recórdadó. Que
el hómbre sinceró, cuandó dice «Diós» en su religióó n, puede alcanzar al verdaderó
Diós reveladó en Jesucristó, de acuerdó.
Peró que su Diós sea «óbjetivamente» el mismó al que yó adóró, de ninguna
manera. El nó creyente puede alcanzar al mismó Diós, peró sin que sea el mismó
Diós. Y esó es algó que nó me sacó de la manga. Su mismó Libró sagradó, el Córaó n,
ló afirma al negar la Trinidad, la Encarnacióó n y la Redencióó n. Para Mahóma, Alaó es
uó nicó en el sentidó maó s absólutó del teó rminó; Jesuó s nó es maó s que un prófeta (y nó
de lós maó s impórtantes), y nó murióó en la cruz, sinó que crucificarón a ótró en su
lugar. Cómó ves, estamós muy lejós de la revelacióó n cristiana. Pór esó, en el Islam
nó estaó bien llamar a Diós amór, Padre ó Espósó. Peró, si es rectó y sinceró, el
musulmaó n es capaz de cómunicarse en su córazóó n, a traveó s de la óracióó n, cón el
Diós al que niega su cerebró. Y ló mismó ócurre cón el ateó, a pesar de que rechaza
cualquier tipó de óracióó n. Peró esó nó quiere decir que la subjetividad suprima la
óbjetividad, ó que la sinceridad pueda reemplazar a la verdad.
En menór medida tódavíóa, me atreveríóa a senñ alar -cómó hacen algunós
misiónerós, desgraciadamente- que tódas las religiónes són queridas pór Diós
cómó auteó nticós mediós de salvacióó n, al mismó nivel que la fe cristiana. Otrós
manifiestan que la palabra de Diós es una multinaciónal cón sucursales ó una gran
empresa que própórcióna trabajó a ótras. Es absurdó pensar que tódó da ló mismó.
Precisamente para esó
La misióó n cónsiste en anunciar el Evangelió, y nó «ótró Evangelió» ( Gaó latas
1,67), pórque nó pueden existir dós evangeliós cóntradictóriós. La misióó n nó
cónsiste en hacer amigós, sinó discíópulós de Cristó. La tarea misiónera nó cónsiste
en hacer a un musulmaó n un mejór musulmaó n.
6. La multiplicidad de cónfesiónes diferentes nó tiene pór queó engendrar miedó
ante la pósibilidad de una guerra religiósa. En ló que a lós catóó licós se refiere, el
Evangelió nó nós pide desóllar infieles, y el Apócalipsis tampócó. Y si bien es
verdad que las naciónes cristianas nó siempre han vividó este ideal, tambieó n ló es
que el Islam ensenñ a la guerra santa. Sin embargó, Juan Pabló II nó se desanima pór
esó y tuvó la audacia de reunir, pór vez primera en la história, en Asíós a lós
respónsables de tódas las grandes religiónes del mundó. Su intencióó n nó fue
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mezclarlas, sinó hacerlas rezar en el mismó lugar, tódós juntós y separadamente, en


pró de la paz. ¡Una magníófica iniciativa! Habraó que cóntinuar en esta líónea, pórque
una gólóndrina nó hace veranó.

Clarificaciones necesarias

Dichó estó, amigó míóó, nó metas tódó en el mismó sacó y reflexióna un pócó. Tan
falsó es sóstener que para ser cristianó es necesarió haber recórridó cón antelacióó n
tódas las religiónes para póder escóger (cómó si Cristó fuese una mercancíóa y el
creyente un avispadó cónsumidór de ló religiósó ), cómó negarse a cónócer las
diversas religiónes del mundó, aunque sóó ló sea para nó mezclarlas.
Distingue bien, en primer lugar, las grandes cónfesiónes cristianas (órtódóxós,
anglicanós, luteranós y calvinistas), separadas del católicismó, peró que
permanecen muchó maó s cercanas a la Iglesia que ótras cómunidades que se fuerón
separandó ulteriórmente unas de ótras, perdiendó algó de sustancia en cada una
de las escisiónes. Pór ótra parte, las grandes cónfesiónes cristianas són bastante
diferentes entre síó. Pór ejempló, el calvinismó se encuentra bastante lejós de la
Iglesia órtódóxa. Lós que tuó llamas «prótestantes» cóbijan, asimismó, en su senó
una serie de sectas que ya nó tienen nada de cristianó, aunque hablen de Jesuó s,
pórque han repudiadó la Trinidad, la Encarnacióó n y la Redencióó n. Ló sueló
cónstatar a menudó en AÉ frica, dónde trabajan adventistas, testigós de Jehóvaó y
ótrós grupós que se hacen pasar pór refórmadós sin serló, ya que han sóbrepasadó
cón creces la fróntera maó s allaó de la cual se vacíóa al Evangelió de cóntenidó.
Fuera del cristianismó, cólóca en un lugar especial el judaíósmó, ese ólivó
mutiladó sóbre el que nós hemós injertadó, dice San Pabló (Rómanós 11,16-24).
Aunque se haya cónstituidó en «religióó n» autóó nóma, distanciaó ndóse de nósótrós
hacia el anñ ó 90 (Juan 9-22) y separandó sus Escrituras de las nuestras, seguimós
estandó vital mente unidós. Hónramós al mismó Diós, próclamamós el mismó
mónóteíósmó, el de un Senñ ór que es unó, nó sóó ló cuantitativamente, sinó tambieó n
cualitativamente. Si quieres, nuestró mónóteíósmó nó es aritmeó ticó, sinó amórósó.
Es un mónóteíósmó mónóó gamó: un sóó ló Diós y un sóó ló Espósó. Nó hables, pues, de
lós tres grandes mónóteíósmós, expresióó n absólutamente falsa. Nó hay maó s que dós
grandes mónóteíósmós: el judeó-cristianó y el islaó micó. Esta es la razóó n pór la que
lós cristianós hónramós al Antiguó Testamentó. ¡Me cóntentaríóa cón que muchós
catóó licós adórasen al Diós de lós prófetas, en vez de hacerló cón el DiósRelójeró de
Vóltaire! Cuandó Jesuó s y Pabló utilizan y citan «las Escrituras», ló hacen a traveó s de
lós róllós de Israel, lós uó nicós existentes, y que anuncian ya el misterió de la Pascua
(Lucas 24,27). Nó seas, pues, un antisemita furibundó, pórque cón esa actitud
ófenderaó s a Jesuó s ya Maríóa, y próntó te cónvertiraó s en un paganó.
En cuantó a las demaó s religiónes, tambieó n es necesarió distinguirlas. Hay
religiónes que adóran aun Diós ó a variós Dióses. Existen sabiduríóas que buscan,
sóbre tódó, una actitud espiritual ó una fórma de vivir (frente al deseó y al
sufrimientó que eó ste engendra). Hay cónfesiónes cón lós cóntórnós bien definidós
y míósticas indefinidas. Hay revelaciónes (verdaderas ó supuestas) que se presentan
cómó tales, y paganismós que nó pretenden haber recibidó mensaje algunó del
cieló. Hay revelaciónes cónsignadas en un Libró, cómó es el casó del Islam, del
Judaíósmó y del Cristianismó. Es decir, hay religiónes del Libró y religiónes cón libró.
Y, pór uó ltimó, hay religiónes misióneras que se expórtan y paganismós lócales,
ligadós a una cultura, una etnia ó una tierra.
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Discuó lpame pór ser tan esquemaó ticó. Mi intencióó n es ófrecerte una mera
clasificacióó n. De tódas fórmas, a mi juició, la diferencia fundamental estriba en que
las religiónes nó bíóblicas tienen algó en cómuó n: parten del mundó. Se parecen
muchó entre síó, pórque, para tódas ellas, es el hómbre el que busca a Diós.
mientras, en las Escrituras, es Diós el que desde el primer instante busca al
hómbre. «Adaó n, ¿dónde estaó s?», dice Yahveó en el Geó nesis. Diós ama primeró(1 Juan
4,19). Estó es algó absólutamente óriginal y póne fin a tantas buó squedas a ciegas ya
lós tiempós de la ignórancia (Hechó-r 17,27-30) que han caracterizadó y
caracterizan a muchós itinerariós religiósós. La verdadera fe nó bróta de una
buó squeda pólicial de Diós a partir de un retrató róbót. Nó es un óbjetó ló que se
encuentra, sinó que, en la fe, me descubró encóntradó y amadó pór alguien que ha
tómadó la iniciativa. Di a tus amigós que presten atencióó n a cualquier cósa rara,
que, si' Diós es dignó de su nómbre y de su reputacióó n, nó va a jugar al escóndite ni
a hacerse de rógar. Si es tan buenó cómó ló supónemós y deseamós, ha debidó dar
lós primerós pasós, móstraó ndónós a su própió Hijó en la história. Diles que el
exóterismó es ló cóntrarió de la religióó n del Amór; un Amór que se ófrece
libremente a tódós lós hómbres.
Asíó pues, amigó míóó, es hóra de que pulses la tecla adecuada. Despueó s del uó ltimó
cóncilió nó puedes despreciar las ótras religiónes, ni siquiera ignórarlas; peró
tampócó tienes pór queó avergónzarte de la tuya. Entre el triunfalismó y la
depresióó n nerviósa, hay sitió para el órgulló cristianó, que es la Cruz de Jesuó s
(Gaó latas 6,14). Nó pienses, ni pór un instante, que Diós haríóa mejór en nó revelarse
a nadie, para nó dar celós a lós demaó s. Nó pienses que el Evangelió es algó que te
cómplica la vida. Nó sóstengas que el ecumenismó próhíóbe las cónversiónes ó
suprime la libertad de cónciencia. En efectó, algunós catóó licós han criticadó sin
piedad la entrada del hermanó Max Thurian (mónje prótestante de Taizeó )en
nuestra iglesia asíó cómó su órdenacióó n sacerdótal. ¿Pór queó razóó n? ¿Habríóan tenidó
la misma reaccióó n sin un mónje catóó licó se hubiese pasadó al prótestantismó? En
cambió el hermanó Róger tuvó la delicadeza y la lealtad de seguir cóbijandó a Max
en su cómunidad. Escapa, pues, a tóda prisa de la mala cónciencia y de esós
cómplejós ridíóculós. Tuó que admiras a lós creyentes cónvencidós, nó vayas a
avergónzarte de sus própias cónvicciónes.

¿DIOS O EL DIABLO?

A veces, la gente dice: «fulanitó nó cree ni en Diós ni en el diabló.» Cólócan, asíó, a


lós dós en el mismó cestó, ló cual es un grave errór, pórque, aunque admita sin
dudarló la existencia del diabló, nó creó en eó l de la misma manera que creó en Diós.
A Este me entregó pór cómpletó, al diabló, nó. Ademaó s, si creó en Diós es pórque
admitó muchó maó s que su simple existencia, cósa que tambieó n el diabló es capaz
de hacer (Santiagó 2,19). Si creó en Diós es para entregarme a el de tódó córazóó n,
nó temblandó de miedó, sinó saltandó de alegríóa. Nó juegues, pues, cón el verbó
«creer» sin saber bien ló que dices.
Te habló de elló pórque, hóy en díóa, muchós jóó venes nó saben ya a queó Diós
entregarse, si: al beneó ficó ó al maleó ficó. Es curiósó, pórque en nuestra Iglesia ya
casi nó se mencióna al diabló para nada, si nó es para definirle cómó un mitó de lós
tiempós pasadós ó un fantasma para retrasadós mentales, incapaces de distinguir
ló religiósó de ló psicólóó gicó. Inclusó algunós teóó lógós han llegadó a dudar de la
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capacidad de Jesuó s para clarificar este próblema.


Sin embargó, tuó estaó s óyendó hablar de Satanaó s cóntinuamente, en tus revistas y
perióó dicós llenós de vampirós, brujós, magós y ótras especies. Peró, en estas
publicaciónes, el diabló deja de ser un aó ngel caíódó al que Jesuó s desenmascara y
dómina, y Maríóa aplasta cón su calcanñ al, para cónvertirse en una cuasi-divinidad,
en un cómpetidór de Diós. Pór esó, bastantes jóó venes rinden cultó a Satanaó s cómó
el póder que cómpite cón el del Creadór.
Estóy recórdandó a Gabriel, un jóven hippie que cónfesaba a su amiga Elena que
eó l veneraba al mal cómó la fuerza superiór a tódas las demaó s. Pór esó llevaba un
pequenñ ó atauó d cólgandó del cinturóó n. Piensa en Móó nica, que un díóa, a la vuelta de
unas cónvivencias espirituales, decide dar su medalla de la Virgen al primer jóven
que se encuentre en el metró. Y asíó ló hace. Peró el jóven al que le entrega la
medalla se queda sórprendidó y, al verla, le cóntesta: «ló sientó, mi Diós es Sataó n.»
Y, pensaó ndóló un pócó, anñ ade: «sin embargó, la vóy a guardar; asíó cómpróbareó
quieó n de lós dós es maó s fuerte.» ¡Esperó que Maríóa haya defendidó su causa y la de
su Hijó!»
Esta cónfusióó n nós viene desde la nóche de lós tiempós. En latíón, «sagradó»
significa al mismó tiempó «benditó» y «malditó». En griegó, la palabra «daimón»
tambieó n significa las dós cósas. De hechó, es la palabra que Pabló utiliza en el
Areóó pagó para llamar «religiósós» a lós atenienses (Hechós 17,22). Ademaó s, hay
cultós paganós en lós que nó se sabe exactamente a quieó n se reza. En este sentidó,
Pabló es muy claró: ~ ciertas inmólaciónes hechas a lós íódólós són hechas, en
realidad, al mismó demónió (1 Córintiós 10,20). Cuandó un hómbre pide a la
«divinidad» que le ayude a vengarse de su enemigó, que le cónvierta en un
superman invulnerable e inmórtal, ó que le descubra lós secretós del mundó, nó
puede dirigirse maó s que al diabló. Sóó ló Mefistóó feles puede escuchar la óracióó n de
Faustó. Una óracióó n que, pór ótra parte, es incapaz de atender, pórque el diabló
miente maó s que respira. Asíó ló hizó cón Jesuó s, cuandó le llevóó a la cima del mónte y
le dijó: «te dareó tódó ese póder y esa glória, pórque me ló han dadó a míó y yó ló dóy
a quien quieró; si me rindes hómenaje, tódó seraó tuyó» , (Lucas 4,6).
Nó creó que tuó caigas en tales exageraciónes, peró algunas de tus preguntas
versan sóbre Sataó n:

«-Cree en el diablo?
-¿El demonio es más fuerte que Dios? ¿Cuál es su poder exacto?
-¿cómo pudo Satanás atacar al propio Jesús?
-¿Qué es el anticristo?

el tema te preócupa. Puede que inclusó cónózcas a alguó n cómpanñ eró cón teóríóas
y practicas raras. El satanismó es, a mismó tiempó, un errór sóbre Satanaó s, cuyó
póder se magnifica, y un errór sóbre Diós, al que se asimila a un póder anóó nimó,
capaz de hacer el bien y el mal. En el fóndó, ciertós jóó venes cónfunden la religióó n
cón la cónquista (iba a decir captura) y la explótacióó n de un póder. Estaó n
dispuestós a pagar cualquier preció pór elló, aunque sea un preció exórbitante y
alienante cómó el dón de su alma al diabló. Y este pactó les destruye Pór esó, el
exórcista tiene que identificar al demónió, cónócer su nómbre y el pactó
establecidó, para póder liberar al endemóniadó.
Amigó míóó, nó cónfundas al Padre de Jesuó s cón un dinamismó impersónal, ni la
gracia cón una pósesióó n diabóó lica. E Cristó que vive en ti ( Gaó latas 2,20) nó
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destruye tu persónalidad. El Otró que te dirige a dónde tuó nó quieres ir (Juan


21,18) nó te vióla ni te viólenta. Lejós de deteriórar tu ser, la vida divina ló restaura.
Lejós de cóartar tu libertad, la gracia la reclama y la activa. Nó eres el juguete de un
magó ni el autóó mata de un sabió malditó. Jesuó s nó tiene esbirrós; sus servidóres
són sus amigós (Juan 15,15).

LA RENOVACIOÉ N DEL PAGANISMO

«¿Quién es más fuerte, Dios o Goldorack?», Preguntas. Cuaó nta angustia se escónde
bajó este lenguaje aparentemente infantil! La angustia, es decir, el miedó inherente
a tódó paganismó.
Y nó exageró. Me cinñ ó a las encuestas maó s recientes. Ya te he dichó que del 74
pór 1 00 de jóó venes espanñ óles cree en Diós, el 46 pór 1 00 cree en un Diós
persónal; el 27 pór 100, en un Espíóritu ó fuerza vital, mientras el 18 pór 100 es
incapaz de identificar al ser ó a la fuerza cuya existencia recónóce. Pór ótra parte,
lós nó creyentes definen su ateismó en funcióó n de las respuestas dadas pór lós
creyentes: niegan la divinidad (mal entendida) que estós uó ltimós recónócen. De ahíó
que un de las preguntas que planteas de distintas fórmas sea: «¿Cóó mó puede saber
que Diós nós quiere?». Para hablar de un Diós que nós ama es necesarió que ese
Diós sea persónal. ¡Sóy incapaz de imaginarme la ternura que pódríóa sentir hacia
míó un espíóritu cóó smicó!

Un Dios impersonal

En la actualidad, cómó antanñ ó en la tierra de Canaaó n, ló divinó es una energíóa


anóó nima que puede cumplir diversas y muó ltiples funciónes: hacer llóver, cónceder
hijós, hacer germinar el trigó, ganar una guerra, curar..., etc. Cada santuarió tiene su
especialidad, cómó las distintas óficinas de la Administracióó n. El ritó nó es una
óracióó n en el sentidó judeó-cristianó, es decir, la suó plica cónfiada dirigida a un
verdaderó padre, sinó el medió infalible para óbligar a la divinidad, siempre que se
haga córrectamente y respetandó la tradicióó n. Ló divinó es tambieó n una realidad
misteriósa a la que hay que sórprender pór medió de una serie de teó cnicas
adivinatórias, ya que el cónócimientó de ese saber ócultó própórcióna un póder
que ya nó se encuentra en la magia, sinó en la gnósis.
De ahíó que nó haya óracióó n ni vida espiritual. Sóó ló el Diós amór puede abrirnós
su intimidad para que la cómpartamós cón el. El dón y la gracia cónstituyen ló maó s
especíóficó del judeó-cristianismó.
Tampócó hay pecadó, es decir, rechazó tótal de la ternura de Diós. El paganó se
muerde lós dedós, peró nó cónóce la cóntricióó n y cree que la divinidad es cómó una
especie de córriente eleó ctrica de alta tensióó n a la que es mejór nó acercarse.
De ahíó que el hómbre tenga que reencarnarse, es decir, cambiar de «casa» las
veces que le sean necesarias para que ¿y despueó s? Si existe un «despueó s» (algunós
partidariós ( la reencarnacióó n nó ló estiman necesarió), nó tiene nada que ver cón
una cómunióó n, cón un «ser cón Cristó» (Filipenses 1,23; Tesalónicenses 4,17), sinó
una supervivencia difusa y muy definida, de tipó cuantitativó y sin ternura alguna.
¡Cuaó nta angustia y cuaó ntas ganas de huir hay que tener para que esta deó biles
imaó genes puedan alimentar una esperanza!
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Un Dios que despersonaliza

el universó neópaganó tambieó n despersónaliza al hómbre. En el Canaaó n de la


Biblia, para hacer llóver, germinar nacer, lós paisanós practicaban la próstitucióó n
sagrada. Cuandó ló divinó es anóó nimó, la mujer tambieó n; Diós se reduce a su póder
y la mujer a su fecundidad.
En nuestrós díóas, la próstitucióó n ya nó estaó relaciónada cón la religióó n. Peró,
para algunós, la óracióó n se reduce a un: serie de teó cnicas córpórales y psicólóó gicas
destinadas a crea el vacíóó en unó mismó. Se buscan pósiciónes, se cóntróla la
respiracióó n y se repiten unas palabras, para fundirse en un gran tódó inmóó vil. Lós
que han vueltó desde las riberas de Ganges a las del Jórdaó n han dadó testimónió
del caraó cter destructór de estós meó tódós, en lós que caen ciertós cristianós. He
vistó, en Beó lgica, un cartel cón una larga lista de tódós ló Mónasteriós catóó licós en
lós que se practicaba y ensenñ aba el Zen.
Otrós cónfunden el eó xtasis cón esós estadós segundós que se pueden alcanzar
pór la danza, la dróga ó el ayunó. Peró, ¿se puede próvócar el eó xtasis? ¿Cónstituye
eó ste el uó ltimó peldanñ ó de la perfeccióó n? «Prefieró la mónótóníóa del sacrifició, decíóa
la pequenñ a Teresa, al eó xtasis. Cristó es mi amór y tóda mi vida.» Ella ló habíóa
entendidó. Si Diós es Amór, la santidad nó puede ser maó s que la perfeccióó n de la
caridad. Lós míósticós catóó licós ló han repetidó pór activa y pór pasiva. Si, cuandó
estóy rezandó, me enteró de que hay alguien que estaó hambrientó, es preferible
interrumpir la óracióó n y sócórre verdaderó Diós nó despersónaliza; al cóntrarió,
esta pendiente de cada persóna.
En cuantó al cieló, nó es la disólucióó n de lós individuós, la peó rdida de la
cónciencia. Diós, en su eternidad, permanece atentó activó: «nó duerme, ni
descansa, el guarda Israe1» (Salmó 121,4). La cómunióó n trinitaria nó suprime la
distincióó n de las tres Persónas divinas. En su repósó, el Padre nó cesa de engendrar
al Hijó en el Espíóritu; la vida bulle y circula sin estancarse, es dada y recibida sin
cesar. La felicidad nó es sópóríófera, sinó alegre y radiante. Es verdad que el cieló
sigue siendó misteriósó para nósótrós, peró cónócemós ló suficiente para saber en
queó cónsiste «la bienaventurada esperanza». Nó impedir a Diós que me ame, ni
privar a lós demaó s de que les debó, intentandó desaparecer.
Y asíó se termina eó ste nuestró primer diaó lógó, en el que hemós abórdadó las
cuestiónes maó s impórtantes pór esó valíóa la pena detenerse un pócó maó s. Esperó
que nó te hayas cansadó demasiadó. Tóma un respiró y reza un buen rató cónmigó
para agradecer a Diós la gracia recibida.

Al Dios que está por encima de todo lo creado, sólo podíamos llamarle ¡el
Desconocido!
Bendito seas por esa voz
que sabe tu Nombre, que viene de ti,
y hace posible que nuestra humanidad te dé gracias.
Tú, a quien ningún hombre ha podido ver, te vemos coger tu parte
de nuestros sufrimientos.
¡Bendito seas por haber mostrado, sobre el Rostro bien amado
del Cristo ofrecido a nuestras miradas, tu inmensa gloria!
Tú, a quien ningún hombre escucho, Nosotros te escuchamos, palabra enterrada
En nuestro interior. ¡bendito seas por haber sembrado
En el universo que hay que consagrar, palabras que todavía hablan hoy y nos
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construyen!
Tú, a quien ningún hombre ha tocado,
nosotros te hemos cogido: el Arbol fue levantado en medio de la tierra.
¡Bendito seas por haber puesto
entre las manos de los más pequeños, este Cuerpo en el que no cabe tu corazón de
Padre!» (5)
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II. TUS PREGUNTAS SOBRE JESÚS

Queridó amigó, de Jesuó s ya te he habladó muchó, pórque tódó ló dichó de Diós


puede aplicarse a el. Es curiósó que tus preguntas sóbre Jesuó s sean menós que
sóbre Diós. Ademaó s, las preguntas que me planteas sóbre Diós muestran que
quieres resólver muchós próblemas prescindiendó del Hijó. Y esó es impósible. Nó
tómes, pues este capituló cómó si el Hijó fuese un apeó ndice, y nó pienses tampócó
que Diós es mas cónócidó que Jesuó s.
Cón tus preguntas sóbre Jesuó s se pueden hacer cincó grupós:

1. ¿Cuál es la relación que hay entre Dios y Jesús?


2. ¿Qué sabemos del Jesús histórico?
3. ¿Cómo comprender la persona de Jesús?
4. ¿Cómo creer en su concepción virginal?
5. ¿Para que sirven los sacramentos?

Me parece que este plan englóba tódas tus interrógantes. De tódas fórmas,
permíóteme remitirme a mi libró «un amór llamadó Jesuó s», en el que muchós de
estós temas estaó n mas ampliamente tratadós.

JESÚS Y DIOS

Entre el cuó muló de preguntas que hacen referencia este tema, me permitó
selecciónar estas tres:

«Jesús y Dios ¿son dos personas diferentes?»


«¿por qué se habla mas de Jesús que de Dios?»
«¿por qué no soy capaz de rezar a Dios Padre?»

¿Cómo relacionar a Jesús con Dios?

Cómprendó perfectamente tu dificultad, amigó míóó. Cuandó era pequenñ ó me di


cuenta que mi abueló maternó hablaba de «Dios» y del «buen Dios». El primeró
era… Diós; eó l «buen Dios» era Jesuó s. En estós teó rminós, que aparecen ópóner a las
dós persónas sugiriendó que una es mejór que la ótra, se expresaba mi abueló.
Ahóra bien, en el textó del jóven ricó, Cristó rechaza categóó ricamente esta idea.
«¿Pór que me llamas buenó? Nadie es buenó mas que Diós»
Ya ves que nó eres el uó nicó en pensar asíó. Muchós cristianós creen en ló mismó,
aunque nó se atrevan a cónfesarló. En Európa, «Diós» evóca al ser supremó; en
AÉ frica, a una antigua divinidad pagana mal bautizada. En ambós casós, ¿quieó n es
Jesuó s?¿Un hómbre buenó, un prófeta, un mensajeró, un testigó? Tuó sabes bien
quien es Jesuó s es muchó maó s que tódó estó.
En el fóndó, la dificultad radica en ló mal que se nós ha ensenñ adó el misterió de
la trinidad. Para muchós cristianós, este misterió nó es mas que un puró detalle
que nó cambia nada y que ló cómplica tódó. La trinidad seríóa un inventó de lós
teóó lógós que clasifican el espació divinó para cólócar en eó l a tres persónas difíóciles
de identificar. En el fóndó, piensan estós cristianós, la trinidad nó cambia nada a la
cuestióó n de Diós, a nó ser en que ófende a lós musulmanes, y hace muchó maó s
difíócil el diaó lógó. Maó s en cóncretó, estós cristianós piensan que la divinidad es un
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plató cómuó n de tódas las religiónes en la gran cócina ecumeó nica que cada religióó n
puede preparar y cóndimentar a su manera. ¡ la trinidad seríóa, pues, una especie de
salsa para tódó! O dichó de ótra manera, Diós es un patróó n cónfecciónadó en la
fabrica ecumeó nica al que cada cónfesióó n religiósa puede módificar y adórnar cómó
le plazca, sin salirse del módeló estaó ndar. Cuandó la gente dice que tódas las
religiónes tienen el mismó Diós, estó es ló que sóbreentienden. Para ellós, Diós es
un óbjetó, una cantidad sin calidad(sin amór). La trinidad es pura palabrera:
sugiere aspectós diferentes, peró nó relaciónes vivas. Pór esó, su óracióó n es
mórtalmente aburrida.
Nó, amigó míóó. El creyente nó cómienza creyendó simplemente en Diós para
despueó s irle anñ adiendó flórituras sin impórtancia. Desde el principió el
cristianismó, en cómpanñ íóa de Jesuó s, empieza pór descubrir al Padre, «abba, Padre
queridó», al que el espíóritu hace nómbrar asíó. Desde el principio conoces su ternura
y no solo su existencia bruta, sin embargó, fíójate que en tódas tus preguntas del
capituló anteriór versaban sóbre un ser cóncebidó cómó un superóbjetó, cuya
mecaó nica sóló póníóa en funciónamientó el mal. ¡Pór esó me preguntabas cómó un
Diós asíó pódíóa amarte! Y yó te cóntesteó , nó cón teóríóas, sinó acurrucaó ndóme cóntra
el córazóó n de Jesuó s para óíór lós latidós del Hijó. La fuente de mis ensenñ anzas es la
óracióó n.
Jesuó s es pues, el Hijó de Diós Padre, que se hizó hómbre en el senó virginal de
Maria para revelarnós un misterió maravillósó: que sómós hijós queridós, salvadós
y destinadós a la glória.
En el nuevó testamentó, Diós es casi siempre el Padre, ó«el Diós y Padre».
Ciertamente, el Padre nó es el uó nicó que pósee la vida divina, pór la sencilla razóó n
de que nó la pósee, sinó que la entrega. Ahóra bien, cómó EÉ l es la fuente, se le
atribuye, en primer lugar, el nómbre de «Diós». Hay un sóló Diós pórque hay un
sóló Padre, del que prócede tódó. Esó nó quiere decir que Jesuó s nó sea Diós,
ciertamente ló es, peró recibe su divinidad del Padre. Y tambieó n es hómbre.
Ló mismó ócurre en la liturgia, dónde «Diós» significa el Padre. De ahíó que tódas
las óraciónes esteó n cómpuestas siguiendó el mismó esquema baó sicó: «Diós
tódópóderósó y eternó… tuó que has hechó estó ó aquelló…, te pedimós… nós
cóncedas… pór Jesucristó tu Hijó. » el Diós que tiene un Hijó nó puede ser mas que
el Padre. Nó ólvides y nóte ló imagines mas allaó arriba cómó un Juó piter barbudó
que se burla de tu óracióó n. Y entónces caeraó s en la cuenta de que el póder divinó
maó s cólósal es, ante tódó, la misericórdia.
En el lenguaje córriente, «Diós» suele designar a tóda la trinidad. En este
sentidó me encanta una frase seó sór Isabel, que repitó tódós lós díóas al levantarme:
«OH, Diós míóó, trinidad que yó adóró.» Es decir. Tienes que tener cuidadó para que
la palabra «Diós» nó pierda su sabór trinitarió y se cónvierta en una palabra
pagana. En este casó se vacíóa de vida, evóca un desiertó pór dónde el amór nó
circula, y te encuentras ante un blóque de cementó sin entranñ as que nó puede
respónder a tus preguntas. Desgraciadamente, estó se próduce muy a menudó.
Amigó, nó «descristianices» nunca a tu Diós.
Ló mismó ócurre cón el tituló de «Senñ ór». En la Biblia Adonai se aplica, cómó
nómbre própió de Diós. Pero, en san Pablo, «Senñ ór» (kyriós) se aplica sóbre tódó al
Cristó resucitadó. Entónces la palabra funcióna cómó un adjetivó. «Jesuó s es el
Senñ ór» significa que Jesuó s es tan Senñ ór cómó el Padre. El gloria de la misa dice ló
mismó: «sóló Tuó Senñ ór, Jesucristó», senñ alandó cón elló que ninguó n ser humanó ( ni
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siquiera el emperadór) puede reivindicar esta apelacióó n. Hay maó rtires que dierón
su vida pór elló.

¿Hay que hablar de Dios o de Jesús?

Entiende muy bien tu segunda pregunta, pórque tambieó n yó me la planteó. De


hechó, parece que hay dós clases de cristianós: lós adultós que siempre hablan de
«Diós» y lós jóó venes que hablan de Jesuó s cón afectó. ¿Pór queó ? Es tóda una história.
En el nuevó testamentó el próblema nó se plantea. En efectó, la primera
predicacióó n de lós apóó stóles recóge tódó el plan de salvacióó n. «el Diós de nuestrós
padres, que hizó a Abraham la prómesa de un puebló nuevó, acaba de cumplir sus
prómesas, entregaó ndónós a su Hijó, anunciandó pór lós prófetas. Peró vósótrós
habeó is matadó al dadór de la vida. Sabed, sin embargó, que Diós le ha resucitadó,
móstraó ndónós asíó a Jesuó s, cómó Cristó y Senñ ór. De esó sómós testigós. Creed, pues
en la palabra, unirós a nósótrós y recibid el bautismó. Este era el discursó de lós
apóó stóles a sus cómpatriótas judíóós. En cambió, a lós paganós, que descónócen las
escrituras, les hablan asíó: «¡escuchadnós! Pór ló que parece, sóis muy religiósós,
peró ós enganñ aó is creyendó encerrar a Diós en vuestrós templós. En efectó, el credó
del mundó nó es un óbjetó en nuestras manós, al cóntrarió, eó l es el que nós da la
vida. Esó es ló que vislumbrarón algunós de vuestrós póetas. Peró para clausurar el
tiempó de la ignórancia, durante el cual lós hómbres buscarón ló divinó en la
óscuridad a ciegas, Diós ha enviadó a su Hijó Jesuó s. Y para acreditarló ante nuestrós
ójós, le ha resucitadó de entre lós muertós. La carcajada que en ese mómentó
resónóó en el areóó pagó ateniense impidióó a Pabló próseguir su discursó y
própónerles el bautismó. Sin embargó, algunós le siguierón. En ambós casós, la fe
cristiana es un cónjuntó cóherente. Esta claró que nó hay Diós sin Jesuó s, ni Jesuó s sin
Diós.
Peró tambieó n es verdad que en el centró del anunció ( del kerigma) es un gritó
gózósó: «Jesucristó es el Senñ ór», ó «Cristó ha resucitadó. Ló que en el fóndó, quiere
decir: «Diós le ha resucitadó. Fíójate en una cósa. Al decir«Jesucristó», nó estamós
prónunciandó un nómbre, si nó haciendó una prófesióó n de fe. En efectó, el nómbre
es Jesuó s, Yeschóua en hebreó. «Cristó», en cambió, es el tíótuló dadó a Jesuó s para
cónfesar que es el Mesíóas y el Senñ ór. Juntandó las dós palabras, próclamó que el
hómbre llamadó Jesuó s, el hijó de Maria es, para míó, el hijó de Diós resucitadó. Peró,
¿quieó n sabe hóy estó? La gente dice «Jesucristó» cómó si dijese cualquier ótra cósa.
Tienes que tener, amigó míóó, ideas claras a ese respectó. Pabló, en sus cartas, utiliza
diversas fórmas: «Jesuó s el Cristó», «el Cristó Jesuó s», «el Senñ ór Jesuó s» ó el Senñ ór
«Jesucristó». Si Jesuó s hubiera tenidó un carnet, se leeríóa en eó l: Nómbre, yeschóua;
sóbrenómbre, alias «el Cristó». Peró en el credó le llamamós «Jesucristó nuestró
Senñ ór. ¿Entiendes ahóra el pór que?
Si sigues avanzandó en el devenir de lós siglós, veras que, en la practica
espiritual, lós cristianós han privilegiadó en cada mómentó una manera de invócar
al Senñ ór. Hay tóda una córriente muy antigua, que se decanta pór «Jesuó s», cón un
matiz muy afectivó. Esta fórma se encuentra en la edad media, en un póema latinó,
pór ejempló, utilizandó en la liturgia:
«Jesu, dulcis memória». En el sigló XV nós vólvemós a encóntrar cón eó l, en la
vigórósa predicacióó n de Bernandinó de Siena. En Ignació de Lóyóla, «fundadór de
la cómpanñ íóa de Jesuó s» en el sigló XVI. Y maó s cerca ya de nósótrós, en Charles de
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Fóucauld y en la pequenñ a teresa. Charles trataba a su Senñ ór de usted; en cambió,


teresa ló tuteaba.
Fue al final del sigló pasadó, en un cóntextó muy deíósta (en el que Diós era una
adquisicióó n de la razóó n), cuandó algunós santós revalórizarón el nómbre de Jesuó s.
Sin hacer córtes absólutós en la história de la iglesia, la revalórizarón del nómbre
de Jesuó s preside tambieó n el nacimientó de la accióó n catóó lica hacia 1925. Jesuó s de la
JOC, que era córdial sin ser dulzóó n, estalla, de alguna manera, en el móvimientó
carismaó ticó y en su calurósa óracióó n. Las dós silabas de la palabra «Jesuó s» se
musitaban libremente despueó s de la accióó n de gracias cólectiva.
Entretantó, se pródujó una gran debacle en el senó de la iglesia. Sucumbiendó
ante las ciencias humanas que denunciaban a Diós cómó un ser perversó, frutó del
ser humanó enfermó (psicólóó gicamente para Freud y Nietzsche, y
sóciólóó gicamente Marx), ó negaban cualquier valór filósóó ficó a la misma cuestióó n
de absólutó, algunós teóó lógós cómenzarón a cantarnós una cancióó n que les duró
unós veinte anñ ós. El estribilló era siempre el mismó: «Diós ha muertó.» La frase es
ambigua y puede interpretarse de diferentes maneras: «Diós ha muertó sóbre la
cruz en Jesuó s crucificadó», ló cual es ciertó; ó «muriendó, Jesuó s ha hechó perecer
una idea falsa de Diós», ló que es verdad a medias, pórque, despueó s de esó, ¿hay
que hablar del verdaderó Diós ó hay que guardar el mas absólutó silenció sóbre el?
ó, pór ultimó, «para nuestrós cóntempóraó neós, ha muertó la misma pregunta sóbre
Diós; Abórdemós, pues, el evangelió reducieó ndóló a filantrópíóa sócial y utilizaó ndóló
sólamente para la hacinó pólíótica». ¡Que cataó strófe!
La reaccióó n nó se hizó esperar y fue una reaccióó n pór parte dóble. Primeró en
Ameó rica, y despueó s en Francia, surgióó el móvimientó hippy «Jesuó s peóple», que,
apartaó ndóse de la dróga y del sexó, extendióó pór la sóciedad európea una óla de
admiracióó n pór un Jesuó s en vaquerós y bastante mal definidó. En su caminó, un
eó xitó al menós: el espectaó culó musical «Gódspell» La ótra reaccióó n partióó de una
serie de familias espirituales (nó me atrevó a llamarles sectas) que, óbviandó la
pantómima de un Jesuó s íódóló y vedette, recógierón de la tierra al Diós que lós
cristianós(al menós, algunós!)habíóan tiradó al sueló. Dichó de ótra fórma, tantó
unós cómó ótrós nós acusarón de habernós cónvertidó en ateós. ¿Y cóó mó sóstener
ló cóntrarió, cuandó lós mismós teóó lógós ló escribíóan en grandes caracteres y lós
marxistas trataban de atraer hacia sus tesis a este «ateismó cristianó» que les
presentamós en bandeja de plata?
Quizaó pór esó habíóan surgidó diversas escuelas que, cón una curiósa mezcla de
psicólógíóa y religióó n, ófrecíóan sus serviciós a lós cristianós que se sentíóan mal
cónsigó mismós, ófrecieó ndóles un Diós aspirina... muy parecidó a ellós mismós ó a
su ómbligó. En este cóntextó, una vez participeó en la clausura de una de estas
sesiónes en la que la Eucaristíóa nó teníóa sentidó, y menós durante el tiempó de
Cuaresma. Peró el cólmó ló cónstituyóó la fiesta cómpartida, en la que algunós
dierón gracias a Diós, peró en la que nadie prónuncióó el nómbre de Jesucristó. La
curacióó n nó es la cónversióó n. Nó se adhiere unó a Jesuó s miraó ndóse en un espejó.
Discuó lpame pór cóntarte tódas estas cósas, peró tengó que hacerla si quieró
cóntestar a tu pregunta. Vólvamós ahóra al fóndó de la cuestióó n y escuó chame bien.
Jesús no vino a anunciar a los judíos otra religión u ótró Diós, sinó a cumplir la
Prómesa. Nó vinó a ensenñ amós ótra! dóctrina sóbre Diós, sinó a actuar de parte de
Diós y cómó el mismó Diós. Ni siquiera vinó a revelarles una misericórdia divina de
la que nó tuviesen ni la maó s míónima idea, sinó a ensenñ arles que dicha misericórdia
nó excluíóa a nadie, ni siquiera a lós pecadóres ó a lós paganós.
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Jesús nó vino a ocupar el sitio de Dios ni a suplantarle. Ya te ló dije: el nó es todo


Diós, ya que nó es maó s que el Hijó; y nó sóó ló es Diós, ya que tambieó n es hómbre (1
Timoteo 2,5). Ciertamente, lós judíóós le acusarón de blasfemar (Juan 5,18; 10,33),
pór hacerse igual al Padre, ló que, efectivamente, pretendíóa (Juan 10,30); peró
nunca le acusarón de ser un ateó (6: Lós primerós cristianós fuerón acusadós de
ateíósmó, peró pórque negaban lós falsós dióses paganós). Sóbre esta cuestióó n, lós
exaó menes maó s minuciósós siempre le fuerón favórables. «Muy bien, Maestró», le
dice el escriba, «tienes razóó n al decir que Diós es uó nicó» (Marcos 12,32).
Jesús tampoco tuvo la intención de añadirse a Dios, herejíóa que el Islam reprócha
a lós cristianós. «¿Cóó mó situaó is a Diós, a Jesuó s y a Maríóa en el mismó nivel?», me
preguntaba un musulmaó n, creyendó que esa era la Trinidad de lós cristianós. Es
evidente que Maríóa nó es Diós (¿pór queó , entónces, algunós de nuestrós hermanós
prótestantes nós acusan de adórarla?). El Hijó -y el Espíóritu- nó se anñ aden
aritmeó ticamente a un Diós que seríóa ya un sóó ló Diós aritmeó ticamente. Y es que nó
se puede sómeter al Infinitó a nuestras raquíóticas sumas. Cómó dice cón razóó n
Tertulianó, un abógadó africanó del final del sigló IlI, daó ndónós a su Hijó y al
Espíóritu, «Diós ha queridó ser creíódó unó de una nueva manera». En efectó, el Diós
Tri. nidad nó es unó cómó un blóque de cementó sóó lidó y estaó ticó. Es unó cómó el
Amór que circula del Padre al Hijó en el Espíóritu. Su unidad dimana del dinamismo
de la ternura. Una vez maó s cónstatas que, a pesar de la semejanza de lós teó rminós,
las religiónes apenas se parecen, a nó ser para el ignórante ó para el miópe.
Nó estaó s, pues, fórzadó a escóger entre Diós y Jesuó s. Puedes quedarte cón tódó,
cómó Teresa.

¿Cómo hay que rezar a Dios Padre?

Antes de respónder a tu pregunta, quisiera que analizaras la prócedencia de esta


dificultad. Quizaó sea debida a que en tu hógar nó ha habidó un papaó , pórque tu
mamaó era madre sóltera; ó quizaó pórque tu madre se casóó despueó s de tu
nacimientó, y un padrastró, pór muy carinñ ósó que sea, nunca es ló mismó que un
padre. O tódavíóa peór, quizaó has sidó abandónadó pór una madre a la que nunca
llegaste a cónócer, y, pór supuestó, muchó menós a tu padre, aunque quizaó hayas
sidó adóptadó pór un matrimónió que te quiere cómó a un hijó. «Cón ellós estóy
tranquiló, me decíóa un chaval hablandó de sus padres adóptivós, pórque estóy
cómpletamente seguró de que nunca me abandónaraó n...» O puede, inclusó, que
tengas un verdaderó padre cón el que nó te entiendes, pórque es demasiadó severó.
O inclusó puede que tus padres esteó n divórciadós y tu padre viva cón ótra mujer, ló
que te ha heridó prófundamente. En cualquier casó, necesitas urgentemente una
«papaó terapia». Necesitas que el Senñ ór pónga en tu caminó la ternura de un hómbre
que cure tu herida y que sea cómó la imagen del papaó de Jesuó s. Inclusó el carinñ ó de
tu nóvia, uó nicó para ti, se situó a en ótró nivel. Seas ló que seas, casadó ó sólteró
cónsagradó, ójalaó cónsigas la experiencia de la paternidad, aunque sea
simplemente espiritual, y ójalaó descubras a este Padre «de dónde viene tóda
paternidad, en el cieló y en la tierra» (Efesios 3,15).
Maó s allaó de estós casós traó gicós, quizaó sóó ló seas un adolescente que tiene un
amigó muy cerca del córazóó n y, en casa, cóntinuas escenas cón tus padres. En este
casó estaraó s predispuestó a rezar a Jesuó s cómó a tu amigó maó s queridó, mientras
que Diós Padre te parece maó s lejanó. Peró ten cuidadó de nó hacer cóó mplice de tus
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sentimientós a Cristó, que amaba apasiónadamente a su Padre, inclusó en su


agóníóa en Getsemaníó. Nó intentes arrastradó a tus pósiciónes; de ló cóntrarió nó
entenderaó s nada del Evangelió.
Quizaó seas un jóven lanzadó a la acción, y la Escritura te sirva para revitalizar tu
fervór y recalentar calderas. Buscas en el Evangelió textós en lós que puedas
encóntrar una imitacióó n de Jesuó s ó una incitacióó n a amar a lós póbres. Pónes la
óracióó n al servició de tus cómprómisós; ella es, para ti, cómó el alcóhól del
cómbatiente. Pór esó nó tienes demasiadas ganas de cóntemplar al Padre..., ló que,
sin embargó, Jesuó s hacíóa a menudó y nós acónseja hacer. Pór ló tantó, te hace falta
rectificar un pócó tu póstura.
Nó vóy a repetirte ló que ya he escritó en «Un Amór llamadó Jesuó s». Quieró
decirte simplemente que nó entenderaó s nada del córazóó n de tu amigó si nó
adivinas el secretó de su ternura: Abba. Nó entenderaó s el Evangelió si nó pónes el
«esteó reó»; es decir, si al captar la vóz de Jesuó s, haces callar a la ótra fuente sónóra,
la del testigó ócultó que daraó a tu escucha relieve trinitarió. Empieza
inmediatamente. Veraó s cómó esó ló cambia tódó.
El Padre es la fuente primera de dónde bróta tódó amór; la . róca sóbre la que
puedes cónstruir sóó lidamente tu vida; la ternura que te sirve de fórtaleza. El es la
respuesta a tódas tus preguntas..., nó la busques en ótra parte.
Amigó míóó, para tener un córazóó n filial sóó ló puedes hacer una cósa: vivir en
estado de vocación. Y entieó ndeme bien. Nó habló sóó ló de las grandes órientaciónes
vitales y de las grandes decisiónes. Nó habló sóó ló de un caminó de Damascó, sinó
de la vida diaria. Pór ótra parte, ten presente que nó eres el uó nicó hómbre en la
tierra y nó seraó s el uó ltimó. Desde hace muchó tiempó, la humanidad ha elabóradó
una sabiduríóa (maó s ó menós exacta) y la ha cónfiadó a su memória. Esta sabiduríóa
te llega bajó la fórma de leyes generales recapituladas en cóó digós. Peró cuandó
tienes que escóger el bien, nó te encuentras ante un libró, sinó ante el Padre del
cieló, que te mira cón una infinita ternura. «Póbre Diós, estaraó tan ócupadó que nó
sabraó a quieó n atender, y su central telefóó nica debe estar cóntinuamente saturada.
Aunque ló intente, seguramente ló uó nicó que cónseguiraó seraó cónectar cón el
cóntestadór autómaó ticó, en el que la vóz de un aó ngel desesperadamente suave
repetiraó hasta la saciedad: «Este es el Secretariadó de la Primera Persóna de la
Santíósima Trinidad, que ós pide disculpas pór nó póder atenderós a causa de sus
muó ltiples ócupaciónes, peró ós remite al código de la moral universal, editadó pór
su Iglesia, que pódeó is cómprar en las buenas libreríóas. Al final de la óbra
encóntraraó un íóndice detalladó, en el que cón tóda seguridad estaraó resueltó su
casó persónal. ¡Animó y hasta la próó xima!» Nó, amigó míóó. El Padre Eternó nó tiene
próblemas de tiempó. Reó zale: es tódó tuyó. Ama a todo el mundo y, por tanto, te
ama a ti. Escucha cóó mó te dice en las maó s pequenñ as circunstancias de la vida:
«Pequenñ ó míóó, sóy yó el que te ló pide; hazló pór míó.» Y cónteó stale, sin dudadó: «Síó,
Papaó , te quieró, y pór ti ló hagó inmediatamente» (cf. Mateo 21,28-32). Veraó s cóó mó
esó ló cambia tódó, y cóó mó el Padre te adjudicaraó tareas que nó estaó n en el cóó digó:
las maó s bellas tareas, evidentemente.
Asíó pues, di cónmigó una vez maó s:

Oh, Padre, soy tu hijo,


Tengo mil pruebas de tu amor. Quiero alabarte con mi canto, el canto de amor de
mi bautismo.
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JESUS y LA HISTORIA

Hace algunós anñ ós, un sóndeó afirmaba que, para el 50 pór 100 de lós franceses,
Jesuó s era un persónaje sóbre el que sóó ló pódemós saber que existióó . Tuó , en cambió,
me preguntas:
«¿Por qué Jesús se ha convertido en un punto de referencia en la historia?
-¿Es normal a nuestra edad plantearse preguntas sobre Jesús?
-¿Qué pensar de los milagros de Jesús?
-¿Qué es el Evangelio para usted?
-A su juicio, ¿Jesús es un impostor?»
Estas cincó preguntas plantean el próblema de la históricidad de lós cuatró
Evangeliós, del que intentareó darte un resumen prógresivó.
1. Actualmente nadie niega ya la existencia de Jesús, que ha servidó de puntó de
partida a nuestra era cristiana (lós judíóós dicen «era cómuó n» pórque les mólesta el
adjetivó «cristianó», ló cual es perfectamente cómprensible). Esta era tiene cuatró
anñ ós de retrasó pórque el mónje Diónisió el Pequenñ ó se equivócóó en sus caó lculós.
Lós musulmanes utilizan tambieó n ótró calendarió que cómienza en el 622, fecha de
la eó gira, es decir, de la huida de Mahóma de la Meca a Medina.
Que lós históriadóres griegós y rómanós apenas hablen de Jesuó s es una prueba
maó s de su existencia, ya que en su tiempó era impósible detectar la presencia de un
«perró judíóó», de un Israel minuó sculó en la enórmidad del imperió rómanó. Pór
ótra parte, en el própió Israel próliferaban lós falsós mesíóas, que, de vez en cuandó,
alteraban la paz de lós ócupantes rómanós. En cambió, es nórmal que un
históriadór judíóó, cóntempóraó neó de Jesuó s, Flavió Jósefó, hable de EÉ l en su libró
«La Guerra de los Judíos». Lós mejóres especialistas; entre ellós mi cómpanñ eró
Andreó Pellegier, han establecidó la autenticidad de un pasaje cóntróvertidó de su
óbra en el que hace alusióó n a Cristó y a su brillante reputacióó n. Lós demaó s história-
dóres, tódós ellós maó s tardíóós, sóó ló hablan de lós discíópulós de «Chrestós»,
perseguidós pór lós emperadóres.
2. Lós manuscritós maó s cómpletós de lós textos evangélicos se remóntan al sigló
IV, ló que nó deja de ser sórprendente, ya que en tódas las grandes óbras literarias
de la antiguü edad la distancia entre el autór y las primeras huellas escritas de su
óbra es muchó mayór. Ademaó s, póseemós fragmentós de papirós del capíótuló 18 de
San Juan, del anñ ó 130. Cónservamós tambieó n citas evangeó licas en las óbras de
autóres cristianós de lós siglós II Y IlI. En ló que cóncierne, pues, a la tradicióó n
manuscrita, lós evangeliós ócupan una excelente ,pósicióó n en relacióó n cón las
demaó s grandes óbras de la antiguü edad.
3. Tódas las disciplinas científicas han sidó utilizadas para verificar la exactitud
de ló que dicen lós evangeliós. Nó cóntrapóngas, pues, la ciencia a la Biblia, pórque
hay una ciencia de la Biblia, e incluso varias. Lós exeó getas suelen ser auteó nticós
sabiós que, ademaó s de estar especializadós en una determinada materia, tienen
cónócimientós de arqueólógíóa, de numismaó tica, de tejidós, inscripciónes,
cóstumbres y, naturalmente, de linguü íóstica. Si has visitadó Tierra Santa, habraó s
vistó excavaciónes arqueólóó gicas impresiónantes que nós hacen remóntar a lós
tiempós bíóblicós maó s remótós, y, pór supuestó, a la eó póca de Jesuó s. Lós judeó-
cristianós, y despueó s lós bizantinós, cónstruyerón santuariós ,en lós lugares
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veneradós, ya fuese la casa de Maríóa en Nazaret ó la de Pedró en Cafarnauó m. Otrós


sabiós se dedicarón a estudiar las distintas maneras de crucifixióó n en tiempós de
lós rómanós, ó las diversas fórmas de enterrar pe lós judíóós, que cónfirman ló que
nós dicen lós textós sagradós. Amigó míóó, la Iglesia nó tiene miedó al rigór
cientíóficó. Píóó XII nó dudóó en mandar hacer excavaciónes bajó la basíólica de San
Pedró para verificar la existencia de la tumba de Pedró, que quedóó asíó cónfirmada.
Pór su parte, Juan Pabló 11 ha queridó sómeter el santó sudarió de Turíón a la
prueba del carbónó 14, y ya sabes que lós tres labóratóriós encargadós de hacerló
han cóincididó en fechar el tejidó en tórnó al sigló xv. Aceptó este veredictó. De
cualquier manera, el sudarió nó es el fundamentó de mi fe, aunque me emóciónaba
rezandó ante eó l y ló sigó haciendó. Ademaó s, este anaó lisis nó invalida lós hechós
anteriórmente pór lós sabiós de la NASA en ló que cóncierne a lós póó lenes
descubiertós asíó cómó a la imagen tridimensiónal y al órigen nó quíómicó de la
imagen (que parece que se debe a una radiacióó n). Tódavíóa estóy esperandó que
alguien me explique estós fenóó menós, y, sóbre tódó, cóó mó se pódíóa inventar un
clicheó negativó en plenó sigló xv...
4. La exeó gesis bíóblica estaó tódavíóa viciada por una serie de presupuestos,
prócedentes del sigló pasadó, y que no tienen nada de científico. Numerósós sabiós
alemanes, pertenecientes a menudó al prótestantismó liberal, basarón sus estudiós
en aprioris raciónalistas que falsearón sus juiciós. Para muestra, dós ejemplós.
Estós exeó geta s afirman: el milagro es impósible; luegó lós relatós de milagrós han
sidó inventadós pór la cómunidad cristiana primitiva; luegó lós evangeliós són
tardíóós; y tódó ló que es tardíóó es sóspechósó. Senñ alan tambieó n que la profecía nó
existe; luegó las que se encuentran en el textó han sidó escritas despueó s de que se
hubiesen próducidó lós acóntecimientós anunciadós; luegó lós evangeliós són
tardíóós; y ló tardíóó es sóspechósó. Póstulan, asimismó, que lós ministerios de la
Iglesia són invenciónes del católicismó, que Jesuó s nó ha pódidó crear, ni Pabló
póner en funciónamientó en Córintó; luegó las epíóstólas de la cautividad, que
hablan muchó de lós ministeriós, nó són de San Pabló; són, pues, maó s tardíóas; y ló
tardíóó es sóspechósó... Hóy, cada vez maó s exeó getas denuncian estós presupuestós
pseudócientíóficós.
5. Asíó pues, el camino es estrecho y serpentea entre dos errores.

Pór una parte, debes saber que:


a) el Evangelio no es una biografía de Jesús. Su óbjetivó ( dar un testimónió para
cónducir al lectór ó al óyente a plantearse la cuestióó n: ¿Quieó n es este hómbre? Ló
que nó quiere decir que un testimónió sea menós verdaderó que una biógrafíóa.
b) el Evangelio no es un reportaje hechó pór un periódista cón una caó mara y un
magnetófóó n, para sórprender a Jesuó s e flagrante delitó de existir y de actuar.
Ademaó s, a una instantaó nea de este tipó le hubiera faltadó prófundidad.
Reflexiónandó cón pósterióridad, San Juan nó alteróó nada. Tardíóó n quiere decir
inexactó, sinó maó s prófundizadó y reflexiónadó.
Pór ótra parte, es falso adjudicar todo el trabajo a la primitiva comunidad cómó si
fuese una especie de cómódíón capaz d explicadó tódó.
a) En primer lugar, los sabios han rechazado la idea de que las obras de los
grandes autores de la Antigüedad, Hómeró pór ejempló, son una creación colectiva.
¿Pór queó el Evangelió tendríóa que ser la uó nica excepcióó n a esta regla?
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b) Se le endilgan a la comunidad una serie de cosas que no j quieren adjudicar a


Jesús, cómó la institucióó n de la Iglesia, la d lós Dóce Apóó stóles ó la de la Eucaristíóa.
Tódó estó habríóa aparecidó maó s tarde para tapar un agujeró, reemplazandó la
Iglesia al Reinó que tardaba en llegar, ó para crear un ritó semejante al de lós
paganós (la misa). Peró estós aprióris són falsós. Lós mismós prótestantes han
demóstradó que la fórmacióó n de la Iglesia nó sóó ló cóincidióó cón la eó póca de Jesuó s
sinó que fue puesta en marcha pór el própió Jesuó s. Próbarón tambieó n que era
impósible entender la Eucaristíóa si el mismó Jesuó s nó la hubiese instituidó, y
descubrierón lós sacramentó en el Evangelió de San Juan.
6. Hóy se percibe mejór la estrecha relación existente entre Jesús y los Evangelios.
a) El mismo Jesús dió a sus discíópulós y a sus Apóó stóles una fórmacióó n inspirada
en la tradicióó n rabíónica, cón una manera de hablar que favórecíóa la memórizacióó n:
frases córtas, juegós de palabras y juegós sónórós, teó cnicas pertenecientes tódas
ellas a la tradicióó n óral. Muy próntó sus ensenñ anzas fuerón puestas pór escritó en
fórma de «fichas» maó s ó menós grandes, en las que se inspirarón lós evangelistas.
b) Pór ótra parte, el textó griegó, que es nuestró textó actual, deja entrever, pór
sus girós incórrectós, que es la traduccióó n de un original más antiguo, hebreó ó
arameó. Asíó pues, lós evangeliós se basan en testimóniós semíóticós (7: Asíó, en el
caó nticó de Zacaríóas (1, 72-73), las tres palabras «salvacióó n», «memória» y
«prómesa» córrespónden en hebreó a lós nómbres de tres persónajes: Juan (Yahveó ,
salva), Zacaríóas (Yahveó se recuerda) e Isabel (prómesa). Yendó hacia el pórtal, lós
pastóres se dicen: «Vayamós a ver esta palabra» (Lucas 2,15), ló que nó es córrectó
en griegó, peró síó en hebreó, pórque en esta lengua una palabra (dabar) es, ante
tódó, un acóntecimientó que se cóntempla y nó un discursó que se óye. Ademaó s,
hay juegós de palabras que facilitan la memórizacióó n: «Cón estas piedras (abanim),
Diós puede hacer hijós (banim) de Abrahaó n» (Lucas 3,8). Etceó tera.

En cualquier casó, Lucas nós advierte que eó l ha utilizadó fuentes de primera


manó (Lucas 1,1-4).
c) Se ha rehabilitado, sobre todo, el Evangelio de Juan, que, a principiós de sigló,
pasaba a ser una meditacióó n piadósa escrita al final del sigló n. Ahóra bien, lós
papirós encóntradós en Egiptó óbligan a situar su cómpósicióó n antes del anñ ó 100. Y
lós descubrimientós del Qumran, en el desiertó de Judea, permiten relaciónadó cón
la tradicióó n judíóa, ló que, pór ótra parte, recónócen lós mismós judíóós. Ademaó s,
Juan demuestra en cantidad de detalles que cónóce perfectamente aquelló de ló
que habla. Inclusó relata tradiciónes descónócidas para lós demaó s evangelistas, y la
fecha que asigna a la Cena parece muy plausible. «Si Jesuó s hubiera pódidó leer el
cuartó Evangelió, cóncluye P. Dreyfus, hubiera dichó: "sóy yó".» '
7. Hóy existe una tendencia que cónsiste en volver a fechar el Nuevo Testamento,
es decir, en situar lós Evangeliós maó s próó ximós a Jesuó s. Se trata de un asuntó que
hay que seguir estudiandó, peró:
., '

a) Esa nó es una razóó n suficiente para excitarse y dar a la disputa una vertiente
pólíótica, cómó sucede en Francia.
b) Tampócó hay que exagerar y remóntar demasiadó las fechas, cómó si se
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quisiesen cónvertir lós textós en un repórtaje.


c) Nó hay que caer en el razónamientó del adversarió. Hace algunas deó cadas se
decíóa que una fecha tardíóa cónvertíóa en sóspechósó al testimónió. Pór esó, hay hóy
algunós que fechan lós Evangeliós ló maó s cerca pósible de Jesuó s, para demóstrar asíó
su autenticidad. Peró el errór es el mismó en ambós casós: la próximidad del
escritó y del acóntecimientó nó establece la verdad del acóntecimientó, asíó cómó la
distancia entre ambós nó significa una menór autenticidad. Un repórtaje inmediató
puede ser falsó ó simplemente superficial; en cambió, una mediacióó n maó s alejada
puede ser maó s justa y maó s prófunda.
8. Ademaó s, no olvidemos a San Pablo, cuyas cartas, redactadas a partir del anñ ó
50, són anterióres a lós textós evangeó licós que póseemós. Pabló es un puente
fundamental entre Jesuó s y la Iglesia. Hacia el anñ ó 57 recuerda a lós Córintiós ló que
les ha ensenñ adó algunós anñ ós antes (hacia el 51), durante la fundacióó n de su
Iglesia: una dóctrina que eó l mismó habíóa recibidó de lós Apóó stóles en el mómentó
de su cónversióó n (hacia el anñ ó 37), y que eó stós habíóan a su vez recibidó del mismó
Senñ ór, cuyós testigós habíóan sidó. Esta dóctrina es la Eucaristíóa (1 Corintios 11,23).
¡De esta manera, estamós cónectadós directamente cón el acóntecimientó, y en un
tiempó reó córd! Ademaó s, recónócemós en lós escritós paulinós la misma fe que la
nuestra de hóy, aunque en la actualidad esteó maó s desarróllada. Pór esó, un teóó lógó
prótestante se ha atrevidó a decir que, en el espació de dós deó cadas, han pasadó
maó s cósas en la-Iglesia que en lós siete siglós anterióres. ¡Algó extraórdinarió!
Pór ótra parte, fíójate bien en que Pabló nó se hace pasar pór el Buen Diós. En
determinadós mómentós nós dice: «Os he transmitidó ló que yó mismó he
recibidó» (1 Corintios 15,3). «He recibidó del Senñ ór ló que a mi vez ós he
transmitidó» (1 Corintios 11,23). En ótró mómentó, precisa: «Pór ló que se refiere a
las víórgenes, nó recibíó órden del Senñ ór, peró ós dóy mi parecer cómó un hómbre
que, pór la misericórdia del Senñ ór, merece cónfianza (1 Corintios 7,25). El Apóó stól
juega, pues, claró y sin mezclar unas cósas cón ótras: ló que prócede directamente
de Cristó y ló que prócede de eó l. ¡Es dignó de tódó creó ditó!
Discuó 1pame, amigó míóó, pór estas paó ginas un pócó densas, que tal vez tengas
que releer cón maó s tranquilidad y hacieó ndóte ayudar pór alguien cómpetente. Peró
nó pódíóa ser maó s breve si queríóa respónder a tu pregunta. Es buenó que, al menós
una vez en tu juventud, te des cuenta de la seriedad de nuestra fe. Dichó estó, te
invitó a que leas cón carinñ ó y cón tóda cónfianza la Escritura. ¡el nóvió nó lee la
carta de su prómetida haciendó un estudió de su estiló, y tódavíóa menós buscandó
las faltas de órtógrafíóa!

LA PERSONA DE JESUS

Sóbre la persóna de Jesuó s me vóy a detener sólamente en dós de tus preguntas:


una que me parece muy... anticuada, y ótra que estaó de rabiósa actualidad. La
primera versa sóbre la «impóstura» de Jesuó s, la segunda sóbre sus tentaciónes
(puestas de actualidad pór la pelíócula de. Scórsese).

¿Fue Jesuó s un impóstór?

Nó seó , amigó míóó, de dóó nde has sacadó esta idea. Tal vez de un libró (¿cuaó l?),
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charlandó cón un camarada anticristianó, ó simplemente dialógandó cóntigó


mismó. Vamós a analizarla juntós cón calma..

Opiniónes sóbre Jesuó s

Cuandó el Hijó de Diós se encarnóó entre nósótrós, se encóntróó aprisiónadó entre


dós gigantescós pares de tenazas que le óprimierón de muchas y diversas fórmas.
El ódió le manchóó , la incredulidad le redujó, la herejíóa le mutilóó , la curiósidad le
viólóó , la impureza le manchóó , la ópinióó n y lós mediós de cómunicacióó n le
banalizarón... Y el fervór le adóróó . Este fue el riesgó que Jesuó s córrióó cón la
Encarnacióó n. ¡Ya ves que nó ha regateadó cómprómisó! ¡Tóma ejempló!
Hubó muchós enfrentamientós entre lós judíóós y lós cristianós, peró sóó ló existióó
realmente un escritó judaicó que denigróó a Cristó maó s allaó de lós líómites
permitidós. Es el «Toledot Jesu», panfletó redactadó en Alemania en lós alrededóres
del sigló IX. Este libró atribuye el nacimientó de Jesuó s al adulterió de Maríóa, y
justifica su cóndenacióó n imputaó ndóle críómenes de herejíóa y magia. Casi me da
verguü enza cóntarte tódó estó, pórque se trata de una história muy antigua que hace
avergónzarse inclusó a nuestrós hermanós judíóós (8 Al menós la mayóríóa, pórque
nó hace muchó tiempó tódavíóa escucheó a un guíóa israelita recórdar esta história
durante una peregrinacióó n a Tierra Santa. ¡Peró estó nó es maó s que un
anticristianismó... primarió!)

Tuó eres jóven e ignóras las peripecias de lós uó ltimós cincuenta anñ ós. Tienes que
saber que, durante la gran persecucióó n de Israel pór el nazismó, la Iglesia, a pesar
de tódó, se pusó de parte de estas víóctimas y, ante el antisemitismó de Hitler, el
Papa Píóó XI se declaróó un «semita espiritual». A partir de lós anñ ós 30 se desa -
rróllarón las relaciónes judeó-cristianas, y el judaíósmó intelectual cómenzóó a mirar
a Jesuó s de una fórma tótalmente nueva, inclusó admirativa, sin que -dichó respetó
llegue hasta la cónversióó n masiva, naturalmente. Desde entónces, muchós histó-
riadóres judíóós escribierón óbras en las que móstraban sus simpatíóas hacia Cristó,
aunque sóó ló fuese recónócieó ndóle... unó de lós suyós, tantó a nivel de pensamientó,
cómó de espiritualidad, cultura y praó ctica religiósa. Hóy, esta evólucióó n se ha
cónfirmadó tantó de una parte cómó de la ótra, hasta el puntó de próvócar la
emóciónante visita de Juan Pabló II a la sinagóga de Róma. UÉ ltimamente, pór un
curiósó cambió, són lós antisemitas lós que han recógidó la antórcha del
anticristianismó. Peró estas gentes, a menudó relaciónadas cón la extrema derecha,
nó han llegadó a tachar de impóstór a Jesuó s.
Insertaó ndóse en una larga tradicióó n filósóó fica de siglós, tradicióó n que recuerda el
cardenal Lustiger en «La Eleccióó n de Diós», estós raciónalistas afirman que Jesuó s
nó es maó s que ti n aventureró de ideas incendiarias e incóherentes, un prófeta
hirsutó de palabras revóluciónarias capaces de desestabilizar el mundó, un
charlataó n incapaz de crear una óbra sóó lida. Le repróchan tambieó n el haber niveladó
la humanidad pór abajó, tómandó partidó pór lós póbres y predicandó el perdóó n de
lós enemigós; haber degradadó y debilitadó el caraó cter de ese hómbre vigórósó que
era el paganó, criticandó a lós jefes y a lós emprendedóres, y de haber hechó maó s
fraó gil la cónciencia, predicandó la misericórdia. Prefieren cón muchó a San Pabló,
que es, para ellós, el verdaderó inventór del cristianismó. Y, pór uó ltimó, felicitan a la
Iglesia catóó lica de antanñ ó, pór haber cóntribuidó a la cónstruccióó n de Európa y al
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nacimientó de la industria, ólvidandó a Jesucristó. En cualquier casó, estas gentes


ven en Jesuó s a un malhechór que a un impóstór. ¡Nó cómpartiraó s tuó su ópinióó n ... !

La luminosa figura de Jesús

Jesuó s, desembarazadó de tódas las leyendas inventadas pór lós evangeliós


apóó crifós -es decir, lós evangeliós nó recónócidós pór la Iglesia (9: Gracias a
nuestra querida Iglesia por haber barrido todas estas fábulas románticas o heréticas,
para entregarnos al verdadero Jesús. Cuando se examinan estos textos, que datan del
final del siglo II, se descubre todavía con mayor claridad la seriedad de nuestros
Evangelios canónicos. La diferencia es apabullante. Desgraciadamente, todavía hoy
hay gente que busca la fantasía para tapar los agujeros de la Escritura, sobre todo
los de la infancia o la Pasión. ¡No ofendas al Espíritu acusándole de hacer mal su
trabajo...!)-, es una figura absólutamente líómpida. Rechaza en el desiertó tódós lós
tratós que Satanaó s le própóne (Lucas 4,1-13). Predica su Evangelió cón las manós
desnudas, cómó sus Apóó stóles (Hechós 3,6). Habla en puó blicó sin ócultarse ni
escónderse, cómó hacen lós truhanes (Marcós 14,48-49). Dice bien altó ló que
piensa, sin parar mientes ante lós póderósós (Mateó 23). Es capaz de descubrir las
caó scaras de plaó tanó que lós hipóó critas le cólócan bajó lós pies y de respónder cón
sabiduríóa, sin dejarse engatusar pór lós cumplidós (Mateó 22,15-22). Dómina la
situaciónes difíóciles (Lucas 13,3 1 33) cón maó s astucia que el astutó zórró. Quiere
ayudar a la gente, peró sin hacerse partíócipe de sus «cómpónendas» (Lucas 12,13-
15). Hace ló que tiene que hacer, sin precipitarse (Juan 11,6-10). Trata cón carinñ ó a
lós discíópulós que ha elegidó, aunque a menudó nó le entiendan. Asume su sóledad
cón dignidad (Marcós 10,32). Y, si seduce a las multitudes (Juan 7,12), nó es cón
trucós cómerciales para tóntós, ni cón prómesas falsas, ni cón sentimentalismós.
Cón la gente es buenó, esencialmente buenó. Asume la defensa de la mujer
aduó ltera cón valentíóa, y planteandó a lós hipóó critas la pregunta que les cónfunde
(Juan 8,1-11). Es capaz de póstular la mayór de las misericórdias, peró sin pór elló
alentar el pecadó (Lucas 15,11-32). Nó apaga la mecha humeante (Mateó 12,20).
Rectifica el tórpe gestó de una mujer enferma que tóma su tuó nica pór un talismaó n,
y, sin vejarla, le muestra el póder de su fe (Mateó 15,21-28). Sabe hacer a Zaqueó
(Lucas 19,1-10) y a la Samaritana (Juan 4) la própuesta que transfórmaraó tóda su
vida.
Peró es siempre absólutamente leal. Nó se apróvecha de la generósidad
adólescente del jóven ricó para embarcarle de inmediató; al cóntrarió, le póne a
prueba, aun a riesgó de verle vólver hacia su casa, a pesar de que le amaba (Marcós
10, 17-22). A lós dós hijós del Zebedeó, que se han cómpinchadó cón su madre para
que interceda pór sus respectivas carreras ante el Maestró, les plantea la cuestióó n
decisiva del caó liz que han de beber: asíó, las cósas quedaraó n claras (Mateó 19,20-
23). Cuandó la multitud le sigue, seducida pór la multiplicacióó n de lós panes, nó se
apróvecha de la ócasióó n para ganar admiradóres. Inesperadamente, les próvóca
hablaó ndóles de una cómida imperecedera, ló que terminaraó pór desalentar a casi
tódós (Juan 26-27). En realidad, nó tiene sentidó algunó del marketing, para
desesperacióó n de sus Apóó stóles. Nó, realmente nó hay en el gestó algunó de
impóstura. Lós suyós viviraó n díóas difíóciles, peró el ya les habíóa prevenidó (Juan
16,4).
Su dóctrina es, a la vez, difíócil y sencilla. Se expresa cón imaó genes claras, cómó
en la admirable paraó bóla del hijó próó digó. Lejós de planear pór las alturas, es capaz
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de pensar en las necesidades elementales de la gente y de cónmóverse ante la


multitud hambrienta (Mateó 15-32). Resucita a la hija de Jairó y, ante el estupór
general, estaó pendiente inclusó de recórdar a sus padres que le den de cómer
(Marcós 5,43). Es capaz de hablar del cieló y de abrazar a lós ninñ ós.
Y, sin embargó, Jesuó s nó es un cólósó de maó rmól, inaccesible a la emócióó n: se
estremece y llóra ante la tumba de Laó zaró (Juan 11,32-38), ó ante la vista de su
ciudad rebelde, Jerusaleó n (Lucas 19,41-44). Es vulnerable y fuerte a la vez. Cuandó
Pedró ló niega, acusa el gólpe, peró aun asíó es capaz de vólverse y de fijar en el
Apóó stól su penetrante mirada para hacerle sentir su cóbardíóa (Lucas 22,61).
Ciertamente nó murióó abatidó, peró tampócó fue al Calvarió cómó un heó róe
intreó pidó: llevóó la cruz sin chuleríóa; tuvó miedó a mórir (Mateó 26,37). Su córaje nó
fue el de un «duró» que, para fingir serenidad, se muestra cíónicó, jóvial ó brómista.
Sin embargó, en la víóa dólórósa sacóó fuerzas de flaqueza para cónsólar a las
mujeres que llóraban pór el (Lucas 23,26-32). Sus uó ltimas palabras en la cruz són
asómbrósas. ¿Cóó mó puede un móribundó pensar tódó esó y decirló, inclusó en un
suspiró y entre dós gemidós?
De lós milagrós de Jesuó s ya te he habladó, al menós de una fórma general. Te
acónsejó que leas una y ótra vez un libró magníóficó sóbre la cuestióó n de lós
milagrós (10: «Milagrós de Jesuó s y teólógíóa del milagró», Cerf Bellarmin, 1980. Nó
es un libró faó cil de leer de una tirada, peró puedes cónsultarló sóbre un
determinadó milagró. Nó cónózcó un libró mejór sóbre la cuestióó n).
En eó l cada relató evangeó licó es estudiadó minuciósamente, y se percibe
claramente la estupidez (el caraó cter nó cientíóficó) de tantós intentós de demólicióó n.
En efectó, la tradicióó n de lós milagrós evangeó licós seríóa inexplicable si Jesuó s nó
fuese un «taumaturgó» (hacedór de cósas maravillósas). Lós signós maó s
incóntestables són aquellós que maó s mólestarón a lós judíóós: las curaciónes hechas
en saó badó y lós exórcismós. Tódó elló nós es cóntadó de la manera maó s sencilla,
cón detalles sórprendentes y en vivó. Ya te ló he dichó: Jesuó s nunca se presenta
cómó un vendedór de feria; al cóntrarió, realiza sus signós de una manera discreta
e imperceptible. Nó intenta asómbrar. sinó demóstrar que el Reinó estaó presente.
Algunós pretenden que determinadós episódiós han pódidó ser retócadós despueó s
de la resurreccióó n. Pór ejempló, el de Jesuó s marchandó sóbre las aguas (Marcós
6,45-52). Peró esó es algó impósible. En efectó, si bajó el influjó de la alegríóa
pascual Lós Once y sus discíópulós hubieran retócadó el acóntecimientó, nó
hubieran escritó: «Y fue sóbremanera mayór el asómbró que les invadióó , pues nó
habíóan cómprendidó auó n el hechó de lós panes y teníóan embótada su inteligencia»
(Versíóculós 51-52).
Pór el cóntrarió, en la eufória reencóntrada, hubieran cóncluidó: «Lós Apóó stóles
estaban en el cólmó de la alegríóa y llenós de recónócimientó cantarón: Aleluya.»
Marcós cuenta, pues, la verdad maó s estricta sin maquillarla. ¡De hechó, en su
Evangelió, nó les regala nada a lós Apóó stóles, sóbre tódó a Pedró! Es evidente, sin
embargó, que, despueó s de Pascua, lós cristianós daban al relató una significacióó n
maó s prófunda: en la tempestad del lagó ven ahóra la imagen de las bórrascas que
azótan a la barca de la Iglesia, y piensan que el milagró va a repetirse muchas veces
a ló largó de la História. Asíó pues, releíóan el relató, es decir ló veíóan cón ótrós ójós,
peró nó pór esó ló retócaban.

¿COÉ MO Y DE QUEÉ FUE TENTADO JESUS?


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En algunas de tus preguntas me interrógas sóbre la pelíócula de Scórsese de una


fórma lacóó nica. Peró mi respuesta nó se centraraó en el film, sinó en el próblema que
plantea y que resuelve mal. Ahóra bien, a pesar de la indignacióó n que la susódicha
próduccióó n ha suscitadó «pór principió», estóy seguró de que muchós cristianós
piensan ló mismó que el cineasta, cón la uó nica excepcióó n de que nó póndríóan sus
pensamientós en imaó genes. Nó hace muchó tiempó, una mujer muy tradiciónalista
me hacíóa partíócipe de sus ideas realmente sórprendentes sóbre la sexualidad de
Jesuó s.

¿Zarandeado por la prueba o seducido por el mal?

La palabra griega, que en el Nuevó Testamentó es traducida a menudó pór


«tentacióó n», puede tener dós sentidós.
En primer lugar, significa póner a prueba a alguien y testar su resistencia a
traveó s del sufrimientó fíósicó ó móral. Seguramente Jesuó s pasóó pór elló: «Pór cuantó
nó tenemós un Póntíófice incapaz de cómpadecerse de nuestras flaquezas; antes
bien, a excepcióó n del pecadó, ha sidó en tódó próbadó igual que nósótrós»
(Hebreós 4,15). La culminacióó n es, evidentemente, la Pasióó n. En Getsemaníó sóbre la
cruz, Cristó «ófrecióó plegarias y suó plicas cón vehemente clamór y laó grimas al que
pódíóa salvarló de la muerte; y fue atendidó a causa de su abnegacióó n. Aun cón ser
Hijó, aprendióó cón la experiencia del sufrimientó la óbediencia» (Hebreós 5,7-8).
La misma idea es la expresada pór el gritó de Jesuó s en el Calvarió: «Diós míóó, Diós
míóó, ¿pór queó me has abandónadó?» (Marcós 15,34).

Peró si bien Diós nuestró Padre nós puede hacer pasar pór la prueba siempre
ayudadós pór su gracia, nósótrós, en cambió, nó debemós póner a prueba su
eficacia, daó ndóle un ultimaó tum, para ver cóó mó reaccióna. Es ló que Jesuó s respónde
a Satanaó s para rechazar la pelíócula que le presenta: «Nó tentaraó s al Senñ ór, tu Diós»
(Mateó 4,7). Nó se puede próbar a Diós, cómó se prueba la sólidez de un puente ó
se verifica la firmeza de caraó cter. Hacer esó cón Diós seríóa intentar burlarse de el.
La fe cónfíóa y se abandóna en lós brazós de una persóna en vez de verificar la
mecaó nica de un mótór.
El segundó sentidó de la palabra «tentacióó n» significa ser empujada al mal pór
una seduccióó n que viene del exteriór ó del interiór y que encuentra en nósótrós
cómplicidad. Evidentemente, de esta manera Diós nó tienta a nadie (Santiagó
1,1215). En el Padre Nuestró (tan mal traducidó, pór ciertó) nó le pedimós que «nó
nós sómeta a la tentacióó n» (cómó si fuera EÉ l el que nós diese males ideas), sinó que
le suplicamós que nó nós deje caer en ella. «Nó nós dejes caer en la tentacióó n.» Le
pedimós, asimismó, que nós libre del mal, es decir, del Malignó, de Satanaó s.
Peró, ¿cóó mó es pósible que Jesuó s, el Hijó de Diós, haya pódidó sufrir una
agresióó n de este tipó, aunque fuese asíó de sutil? ¿Pór dóó nde ha pódidó intróducirse
la tentacióó n en su cónciencia?

¿De qué fue tentado Jesús y cómo?

En el desiertó (Mateó 4, 1 -11; Lucas 4,1-13) el diabló nó própóne el pecadó a


Jesuó s: seríóa algó demasiadó evidente. ¡Póner el frutó del paraíósó ante las narices de
Eva para tentarla, sin respetar la próhibicióó n divina y sin temer el castigó, es una
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estrategia demasiadó grósera y evidente para almas mal cónvertidas, a quienes el


pecadó les gusta tantó, que estaó n dispuestas a jugarse el infiernó! Cón Cristó,
Satanaó s utiliza una teó cnica muchó maó s sutil. Dicieó ndóle «si eres el Hijó de Diós», el
tentadór presenta las cósas de una manera tremendamente haó bil; se disfraza de
padre espiritual, e inclusó de exeó geta bíóblicó ó de «aó ngel de la luz» (2 Córintiós
11,14). Peró sin eó xitó algunó. Jesuó s recibe la tentacióó n de frente y sin encóntrar en
el la menór cómplicidad. Jesuó s es capaz de descubrir al primer gólpe de vista lós
sófismas maó s verósíómiles. Pór esó respónde al diabló en lós mismós teó rminós y sin
dudar ni un segundó. La respuesta es inmediata y fulgurante.
Peró, ¿de queó fue tentadó Jesuó s? ¿Cóó mó es pósible tal cósa? ¿Dóó nde se encuentra
su puntó deó bil, si se puede hablar asíó?...

1. Jesuó s nunca ignóróó quien era. En EÉ l, su cónciencia se cónfunde cón su misióó n:


EÉ l es el Hijó que el Padre ha enviadó a salvar el mundó. Cuandó dice «Yó», anñ ade
inmediatamente, «Yó he venidó para...” (Juan 9,39; 10,10; 12,27...). EÉ l es Aquel que
ha venidó a darnós la vida, y es perfectamente cónsciente de elló. Su persóna es
inseparable de su misióó n. Sóbre este puntó nó hay duda alguna. Jesuó s tiene una
cónciencia clara de su identidad y nó necesita infórmarse para saber quieó n es.

2. Jesuó s nunca quisó hacer ló cóntrarió de su misióó n. Nunca se preguntóó si debíóa


ó nó llevarla a cabó, y tódavíóa menós si pódíóa desviarse de la líónea trazada pór la
vóluntad de su Padre. EÉ l «póder pecar» nó tiene cabida en su libertad: EÉ l es
muchíósimó maó s libre que nósótrós. Nó estuvó sómetidó al póder del mal, ló que nó
quiere decir que nó haya tenidó meó ritó algunó.

3. Pórque, a pesar de que teníóa siempre clara su misióó n, Jesuó s tiene que buscar el
cóó mó realizarla en el detalle y en ló cóncretó, cón la libertad que le es própia y sin
la cual nó seríóa realmente un hómbre. Pór esó, la idea de evitar la humillacióó n de la
cruz se le presenta cómó un atajó humanamente plausible, e inclusó seductór. Las
sugerencias que le hace el Malignó, cón gran prófusióó n de textós de la Escritura, se
reducen a utilizar lós mediós faó ciles para cónseguir una mayór eficacia, preparar el
terrenó cón prófusióó n de pequenñ ós regalós, el recursó a las teó cnicas de
mercadótecnia. Peró Jesuó s huele desde el primer mómentó la enórme falsedad que
le presenta el Mentirósó (Juan 8,44), susurraó ndóle al óíódó que la cruz nó merece la
pena, cuandó seraó el póló de atraccióó n pór excelencia (Juan 12,32). El Tentadór se
aleja entónces, antes de vólver a la carga (Lucas 4,13). Maó s tarde utilizaraó la
ingenuidad de Pedró para disuadir a Jesuó s de aceptar la Pasióó n, y el póbre Apóó stól
seraó tratadó de Satanaó s (Mateó 16,22-23). El diabló se intróduciraó , asimismó, en las
burlas de lós fariseós, retandó al Crucificadó, en un ódiósó chantaje: «Baja de la
Cruz y creeremós en Ti» (Mateó 27,42). Esta es la verdadera tentacióó n de Jesuó s, la
primera y la uó ltima, la de tóda su vida. Nó hay ótra. Lucas afirma explíócitamente
que Satanaó s agótóó tódós sus recursós. Esta tentacióó n prócedíóa, sin duda, tambieó n
del mesianismó pólíóticó de lós zelótas, gentes que desenvainaban faó cilmente la
espada, luchandó pór la liberacióó n del territórió de Israel. Nó ólvidemós que, en el
grupó de Jesuó s, habíóa cincó ó seis miembrós de ese grupó.

No hay nada que buscar en la sexualidad


70

Vivimós una eó póca en la que la sexualidad se exhibe sin recató algunó. Es, pues,
cómprensible que algunós próyecten mis fantasmas sóbre Jesuó s para justificar sus
praó cticas. Al hacer estó, nó se dan cuenta hasta queó puntó su cónducta cóntradice
la Encarnacióó n. En efectó, el Hijó se hace hómbre para revelar al hómbre a síó
mismó. El hómbre nó puede, pues, pretender revelar a Cristó atribuyeó ndóle
próblemas que nó són suyós. Nó póngamós el mundó al reveó s.
Senñ alemós, en primer lugar, que, en lós Evangeliós, lós escribas, que nó cesan de
hóstigar a Jesuó s, nunca ló cógierón en flagrante delitó de irregularidad sexual, a
pesar de su inmejórable servició de espiónaje. Se acusóó a Cristó de ser un glótóó n y
un bebedór (Mateó 11,19), se le repróchóó el que frecuentaba a lós pecadóres, peró
nunca se interpretarón sus relaciónes cón las mujeres cómó faltas de impureza, a
pesar de que algunós de sus encuentrós cón ellas fuerón insóó litós, e inclusó
escabrósós. Sin embargó, Simóó n el fariseó nó se escandaliza de lós besós de la
pecadóra. De esta prómiscuidad cónsentida deduce que su hueó sped seguramente
nó es un prófeta, pues nó sabe quieó n le estaó tócandó (Lucas 7,39). De ló que
realmente se escandaliza Simóó n es del perdóó n que Cristó cóncede a la próstituta
(Lucas 7,49). De la misma manera, en el pózó de Siqueó m, lós Apóó stóles, que
vuelven a buscar vituallas, nó imaginan nada dudósó al encóntrar a Jesuó s cón la
Samaritana. De ló uó nicó que se sórprenden es de que el rabíó puede hablar cón una
mujer que, ademaó s, es extranjera (Juan 4,27). Nadie reprócha tampócó a Cristó que
permanezca sóó ló -aunque sea en puó blicó- cón la mujer aduó ltera. Ló que les
escandaliza es que haya impedidó que sus acusadóres la lapidasen, cómó ló exigíóa
la ley (Juan 8, 1 -1 l). Pór esó, Jesuó s pudó lanzar este desafíóó increíóble: «¿Quieó n de
vósótrós me acusaraó de pecadó?» (Juan 8,46). Al nó póder acusarle de impureza,
sus enemigós le dierón la vuelta al argumentó y le tratarón de impótente y de
eunucó (Mateó 19,12). Una buena ócasióó n para que Jesuó s precisase: «Eunucó, si
quereó is, peró pór el Reinó, vóluntariamente, y nó pór malfórmacióó n ó pór
mutilacióó n.»
De ló que nó se puede dudar es que Cristó fue un hómbre sexuadó (Lucas 2,23;
Apócalipsis 12,5). Peró su afectividad nó se puede cómparar tótalmente cón la
nuestra. Tuvó necesidad de amigós, cómó Laó zaró y sus hermanas de Betania; fue
feliz acariciandó a lós ninñ ós; sufrióó la indiferencia y la traicióó n..., peró su vida
afectiva se desarróllóó en un nivel distintó al nuestró, un nivel que pueden entender
un pócó mejór que lós demaó s lós ceó libes cónsagradós.
Nó es buenó que el hómbre esteó sóló, dice el Creadór a Adaó n antes de darle una
espósa (Geó nesis 2,18). Peró a Jesuó s nó le falta nada: cómó Hijó uó nicó estaó
plenamente satisfechó pór su Padre, que jamaó s le deja sóó ló (Juan 8,29; 16,32). Nó
necesita, pues, cómpanñ íóa. Es plenamente feliz cón la ternura que recibe de su Padre
y a la que córrespónde a córazóó n abiertó. Su relacióó n trinitaria le basta: se empapa
en ella sin necesitar ninguó n ótró cómplementó. Y, cómó siempre, el cuerpó sigue al
córazóó n.
Jesuó s viene cómó el Espósó (Marcós 2,19-20), peró de ótra manera. En efectó, nó
necesita a su Iglesia cómó Adaó n deseaba a Eva, para servirle de ayuda y de
cómplementó. EÉ l es la Plenitud (Cólósenses 1,19; 2,9) y nós la cómunica
generósamente, peró sin fóndó para apagar la sed de la Samaritana. Nó estaó casadó
cón una Diósa cómó lós Dióses paganós de la antiguü edad. Ciertamente, nó es
indiferente a nuestra respuesta, peró, pidieó ndónósla, es EÉ l el que nós la cóncede
cómó una gracia.
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Jesuó s tiene muchós hijós, peró nó bajó el impulsó del instintó (Juan 1,13), ni en
la cóó pula, ni para cónjurar la muerte. Nós ófrece un nuevó nacimientó, un
nacimientó de ló altó, absólutamente gratuitó. Inaugura un nuevó Reinó en el que
lós hijós tic la Resurreccióó n nó pódraó n mórir jamaó s y dónde el matrimónió habraó
prescritó (Lucas 20,35-36).
Jesuó s nós ama cón tódó su córazóó n. Su ternura alcanza el puntó culminante
cuandó en la Cena nós dice: «Tómad y cómed: este es mi cuerpó entregadó pór
vósótrós.» Renueva incesantemente esta dónacióó n en la Eucaristíóa, entregaó ndóse
en nuestrós labiós cómó el besó del Espósó. Peró esta cómunióó n sacramental, que
tóma su simbólógíóa del matrimónió, nós intróduce en ótra realidad, maó s allaó de
nuestras bódas y de nuestra tierra.
Jesuó s inaugura un Reinó en el que las relaciónes familiares saldraó n de su
estrechó cíórculó (Marcós 3,31-35) y rómperaó n tódas las barreras (Gaó latas 3,28). Nó
se puede encerrar a Jesuó s en una familia, que siempre cónstituye un líómite, aunque
las relaciónes que en ella se establezcan sean tremendamente generósas. ¿Nó tuvó
que tómar distancias cón su clan de Nazaret, que se estaba cónvirtiendó para el en
una carga pesada?
Pór tódas estas razónes, la psicólógíóa de Cristó nó es igual que la nuestra. Móón,
el dirigente de la secta que lleva su mismó nómbre, ló ha entendidó muy bien; y
para evitar el, en su ópinióó n, «fracasó» de un Jesuó s virgen y crucificadó, ha
preferidó vivir cómó un espósó prólíóficó y cólmadó de bienes para instaurar el
Reinó en la tierra.
La tentacióó n de Cristó nó es, pues, móral (nó se basa en un pósible pecadó), sinó
mesiaó nica, pórque plantea la cuestióó n del verdaderó Mesíóas. Es una tentacióó n
teólógal, pórque póne en juegó (durante una fraccióó n de segundó sólamente) la
legitimidad del plan del Padre, aparentemente inhumanó e ineficaz. En este nivel es
en el que Cristó ha tenidó que elegir libre y amórósamente para nó «avergónzarse
del Evangelió» (Rómanós 1,16). Estó es tódó, amigó míóó. Nó busques en ótra parte.

La concepción virginal de Jesús

Abórdemós juntós la uó ltima cuestióó n sóbre Jesuó s, que es tambieó n una cuestióó n
sóbre Maríóa. Tuó la expresas discretamente y a tu manera, sin utilizar el lenguaje
óficial de la Iglesia, peró, aun asíó, te plantea próblemas. Tantó maó s que la ensenñ anza
habitual sóbre este puntó cóncretó dista muchó de ser la ensenñ anza de la fe.

Antes de cómenzar, quisiera asegurarme de que nó cónfundes, cómó ótra mucha


gente, inclusó Acadeó micós, la cóncepcióó n virginal de Jesuó s cón la inmaculada
cóncepcióó n de Maríóa, su madre. Para Maríóa, la inmaculada cóncepcióó n es el hechó
de haber sidó cóncebida sin pecadó óriginal, a causa de la maternidad divina a la
que habíóa sidó destinada. Nósótrós sómós salvadós de este pecadó en el bautismó
pór liberacióó n, Maríóa ló fue pór preservacióó n. La cóncepcióó n virginal de Jesuó s
cónsiste en el hechó de que Este nacióó de una mujer virgen pór la accióó n del
Espíóritu Santó y, pór ló tantó, nó tiene padre humanó en el sentidó biólóó gicó del
teó rminó.
La cóncepcióó n virginal de Jesuó s se encuentra en el Evangelió (Lucas 1,34-35;
Mateó 1,18 y 20) y, pór ló tantó, nó es una idea discutible. El Credó recóge esta
verdad y la intróduce en la cónfesióó n de la fe, textó cómuó n a tódas las Iglesias
cristianas. Tantó es asíó, que este puntó cóncretó de la dóctrina nunca fue
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cuestiónadó, ni siquiera en lós mómentós en lós que la cómunidad cristiana se


dividióó . Es un errór adjudicar al prótestantismó primitivó una tótal alergia a Maríóa:
tal fóbia fue muy pósteriór. En lós cómienzós de la Refórma nadie pusó en duda la
cóncepcióó n virginal de Jesuó s. ¿De dóó nde próvienen, entónces, las dificultades que
han terminadó pór alcanzar tambieó n a numerósós miembrós de la Iglesia catóó lica?
Creó que hay dós grandes explicaciónes para elló. La primera es la Sóspecha
lanzada pór el raciónalismó cóntra lós Evangeliós de la infancia. La segunda es la
incómprensióó n de ló que significa esta dóctrina.

LOS EVANGELIOS DE LA INFANCIA

Se llama asíó a lós dós primerós capíótulós de Mateó y de Lucas. Ahóra bien, estós
pasajes han planteadó dós cuestiónes. En primer lugar, ¿pór queó nó estaó n en lós
demaó s Evangeliós? Y, en segundó lugar, ¿hay que tómar en serió estós relatós que,
maó s bien, parecen faó bulas?

1. Es verdad que Marcós cómienza pór la vida puó blica de Jesuó s, y que Juan,
despueó s de cómenzar hablaó ndónós de la Encarnacióó n del Verbó, se salta tambieó n la
infancia de Cristó para hablarnós de su bautismó en el Jórdaó n (11: Sin embargó, lós
exeó getas discuten sóbre Juan 1,13, textó que lós manuscritós nó transcriben de la
misma fórma. Si se adapta el singular, cómó ócurre en la versióó n maó s antigua, nós
encóntramós cón la cóncepcióó n virginal de Jesuó s: «... El, cuya generacióó n nó es
carnal, ni frutó, del instintó, ni de un plan humanó, sinó de Diós»).
Peró, ¿Queó prueba esó? Que la fe cristiana tiene su centró en el misterió pascual
y nó en ninguna ótra parte, cómó es lóó gicó. ¿Y de q u e es centró este centró? De un
cónjuntó de verdades segundas, que nó secundarias, y que, muy próntó, la fe ha
tenidó que desarróllar para nó quedarse sin base históó rica. En efectó, ¿quieó n seríóa
un Cristó que nó fuese Jesuó s, hijó de Maríóa? ¿Y cóó mó se cónvirtióó en hijó de Maríóa?
Nó se puede eludir esta prófundizacióó n de ló cóntrarió el Resucitadó se encóntraríóa
privadó de su tróncó cómó un ninñ ó hueó rfanó. Aquíó vuelves a cónstatar el errór que
te senñ alaba anteriórmente y que pretende que «tódó ló que es tardíóó es falsó». Lós
que sóstienen estó póseen una cóncepcióó n regresiva de la verdad: sóó ló se fíóan de
las fuentes. Entónces, ¿queó pasa cón el Vaticanó II?... ¡Amigó míóó, nó seas de esós
cristianós que, cómó en lós autóbuses, caminan hacia adelante mirandó hacia atraó s!

2. Nó, amigó míóó: lós Evangeliós de la infancia nó són culebrónes escritós para
satisfacer la imaginacióó n pópular. Nada maó s lejós de la realidad. Ciertamente nó
nós presentan la história cómó un históriadór actual, cósa que tampócó hacíóan lós
mejóres históriadóres de la antiguü edad. ¡Lucas nó crónómetra, relój en manó, la
hóra en que Gabriel llega a Nazaret! Sóó ló se preócupa pór presentar lós hechós,
subrayandó su significadó prófundó. Y es una suerte, pórque una simple aneó cdóta
nó puede salvamós. Peró, lejós de sucumbir a la mentalidad ambiental, Lucas y
Mateó la cóntradicen tótalmente en dós puntós precisós.
En primer lugar, en la cóncepcióó n virginal precisamente. Lós judíóós cristianós de
la eó póca hubieran preferidó que Jesuó s naciese de Jóseó . Primeró, pórque era muchó
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maó s faó cil de entender y su explicacióó n nó era nada próblemaó tica; mientras que la
cóncepcióó n milagrósa, ¿quieó n se la iba a creer?...
Ademaó s, esó permitíóa entróncar a Jesuó s cón la familia real, ló que,
evidentemente, era muchó maó s hónórable para el y para nósótrós. Asimismó, esó
exigíóa una explicacióó n pór parte del aó ngel Gabriel a Jóseó : «Nó temas, le hubiera
tenidó que decir, tómar a esta mujer, de cuya pureza nó sóspechas -¡la cónóces
demasiadó bien!-, peró que nó te atreves a disputaó rsela a Diós, que la ha tómadó
para EÉ l (entre nósótrós, ¡bravó pór tu humildad!). Naturalmente, nó es necesarió
decirle que el ninñ ó que lleva nó es tuyó, peró tuó le daraó s un nómbre de parte de
tódó Israel. Asíó, gracias a ti, su padre adóptivó, la genealógíóa que cómienza en
Abrahaó n seraó la de Jesuó s.» Al escribir algó asíó, Mateó nó sigue la ópinióó n
generalizada, sinó que trata de revelar la verdad absóluta, al tiempó que calma sus
inquietudes.
Ló mismó sucede cón la estancia de Jesuó s en Nazaret. Tambieó n en este puntó lós
judeó-cristianós hubieran preferidó ótró lugar distintó de esa aldea de próvincias,
de dónde nada buenó pódíóa salir (Juan 1,46). Les hubiera gustadó que Jesuó s viviese
en un barrió elegante de Jerusaleó n y hubiese estudiadó en un buen cólegió...
Tampócó aquíó ceden lós evangelistas. Sóó ló muchó maó s tarde lós apóó crifós
sucumbiraó n a la tentacióó n.
Me temó que, tambieó n hóy, lós que niegan la cóncepcióó n virginal de Jesuó s se
plieguen a su vez a la presióó n de la cultura raciónalista ambiental. ¿Dóó nde estaó ,
pues, la libertad?

Una mala comprensión

Siempre se rechazaraó un milagró en el que nó tenga sentidó algunó creer. Y,


muchó maó s, si ófende lós valóres en cursó. Estó es ló que sucede en este casó.
La mayóríóa cónfunde la cóncepcióó n virginal cón la inmaculada cóncepcióó n, y les
parece una afrenta a lós nacimientós nórmales, ló cual es absólutamente falsó.
Maríóa nó es pura pór ser virgen, sinó pórque nó tiene pecadó, que nó es ló mismó.

El plan de Dios no intenta infravalorar el matrimonio ni el amor conyugal.

Inclusó lós que nó cómparten esta teóríóa nó cónceden muchó valór a la


virginidad. En nuestra eó póca, permanecer virgen maó s allaó de una edad cada vez
maó s precóz se cónsidera algó anórmal y pócó saludable. Pór ótra parte, la
cóncepcióó n del cuerpó humanó nó tiene en cuenta para nada ló móral ó ló
espiritual. Al cóntrarió, el cuerpó es un óbjetó de placer ó un estórbó, cuya libertad
hay que salvaguardar a cualquier preció, sóbre tódó para prótegerse de la amenaza
del amór, es decir, de lós hijós.
Hay gente que piensa que es grótescó que el cuerpó humanó tenga un papel que
jugar... en el plan de Diós. ¿Queó relacióó n puede haber entre un uó teró y el Amór de
Diós?, se preguntan. Y pór esó niegan la dóctrina. Otrós, pór el cóntrarió, la aceptan,
peró pensandó que nó tiene la menór impórtancia y que nó vale la pena hablar de
elló.
A tódó estó hay que anñ adir que la Iglesia acaba de salir de una fuerte crisis,
durante la cual numerósós sacerdótes y religiósós se casarón: unós, en silenció, y
ótrós, declarandó puó blicamente su gestó cómó un gestó prófeó ticó. Para muchós de
ellós, la Virgen representa un repróche.
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Comprender bien lo que se cree

Ahóra puedó ya, amigó míóó, intróducirte en el belló misterió de Nuestra Senñ óra,
que se resume en tres puntós: nóvedad, gratuidad y audacia.

1. La cóncepcióó n virginal de Jesuó s significa, en primer lugar, la nóvedad de Diós.


La salvacióó n que nós trae nó es el resultadó de nuestrós prócesós humanós,
biólóó gicós ó pólíóticós, sinó un dón que se manifiesta en una intervencióó n
inesperada de Diós que nó se atiene al desarrólló nórmal de las cósas. Ciertamente,
el Padre pide su senó a una madre, peró es el quien tóma la iniciativa y, ademaó s,
pasa de padre. Al cóntrarió de muchas tareas humanas masculinas, la salvacióó n
escapa a nuestra creatividad... Otra huella de nóvedad tendraó lugar al final de la
vida de Jesuó s: su resurreccióó n. Ya ló dijó el teóó lógó prótestante Karl Barth: se trata
de un mismó y uó nicó signó, el de un senó virgen llenó y el de una tumba llena que
se encuentra vacíóa.

2. La cóncepcióó n virginal de Jesuó s significa que el Salvadór prócede del Amór


gratuitó de Diós y de nada maó s. El embarazó órdinarió prócede de la masculinidad,
de la necesidad sexual ó de prólóngacióó n de la especie, cósas que, evidentemente,
nó tienen nada de maló, peró que evidencian lós líómites humanós. Sóó ló Diós es
capaz de querer sin sentir necesidad alguna: Cristó es frutó de este Agape
absólutamente libre. Pór esó su nacimientó nós puede traer la salvacióó n: pórque es
un regaló de la caridad en estadó puró y absólutamente desinteresadó.

3. Finalmente, y sóbre tódó, la cóncepcióó n virginal de Jesuó s atestigua esta audaz


realidad: que Cristó es el Hijó del Padre desde el primer instante, y nó un hómbre
cualquiera. Alguien dijó que «en Jesuó s, Diós nó tuvó un hijó, sinó que nós dió su
Hijó». El Padre nó esperóó a que un hómbre y una mujer de buena familia y cón
excelente estadó de salud tuviesen un ninñ ó preciósó, y que este ninñ ó bien educadó
estuviese vacunadó y hubiese superadó sus exaó menes universitariós y su servició
militar, para inócularle hacia la treintena (¡edad tranquila!) una sóbredósis de
Espíóritu Santó que le cónvirtiese en su hijó, ó en algó parecidó, al menós hasta que
nó se descubriese el pastel... El Padre nó tómóó estas precauciónes de pequenñ ó
burgueó s: cómetióó una lócura desde el primer mómentó. Puedes, pues, adórar a
Jesuó s desde las Navidades, ó inclusó algunós meses antes («Oh, Jesuó s, viviente en
Maríóa», decíóamós tódas las manñ anas en el seminarió): es el Hijó en persóna, es el.
Nó es una carcasa humana en espera de divinizacióó n, y menós en espera de una
divinizacióó n próvisiónal.
Fíójate bien en estó. Si la fe cristiana hubiese predicadó la divinizacióó n de un
hómbre, lós paganós nó hubieran encóntradó dificultad alguna en creerló, dadó
que estaban acóstumbradós a cónceder la glória a sus emperadóres sin ninguna
dificultad. Peró la fe dijó absólutamente ló cóntrarió: nó que un hómbre se hizó
Diós, sinó que Diós se hizó hómbre. Y estó se le atraganta a mucha gente (quizaó
tambieó n a ti). En teó rminós maó s cultós, la Iglesia nó nós ensenñ a la apóteósis, sinó la
keó nósis, nó predica la elevacióó n de un hómbre, sinó el rebajamientó de un Diós. ¡Asíó
de claró!
Asíó pues, acóge cón alegríóa este signó que el Padre te da en Maríóa. Nó le digas,
haciendó una mueca: «ha sidó tódó un detalle pór tu parte, Senñ ór, peró, entre
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nósótrós, ló habríóas pódidó hacer de ótra manera; te hubiera cóstadó muchó


menós, y nós habríóa cómplicadó muchó menós la vida, tódó sea dichó sin que te
enfades.» ¡Nó vayas a póner pegas a la maravilla de regaló que se te hace! ¡Nó des
lecciónes al amór para que ahórre en la Ecónómíóa de la Salvacióó n! ¡Nó tengas la
cara de querer própónerle un plan maó s audaz, maó s astutó y maó s cómpetitivó! ¿Queó
sabes tuó del córazóó n del hómbre? ¿Es tan ruin cómó tuó ló crees?
Estó es ló que queríóa decirte sóbre Jesuó s. Estóy terminandó estas paó ginas el
Mieó rcóles de Ceniza, pórtada de la Cuaresma. Hóy he ayunadó, escribiendó para mi
Diós y para ti. Ya es tarde. Buenas nóches. ¡Y hasta manñ ana!...

«¿,A queó paíós de sóledad,


cuarenta díóas y cuarenta nóches,
iraó s, empujadó pór el Espíóritu?
¿Queó te póne a prueba y te desnuda?
Peró lós tiempós són llegadós,
y Diós se cónvóca al ólvidó
de ló que fuerón vuestras servidumbres.
¿Pór queó permanecer ancladós en vuestras huellas,
bajandó vuestras frentes de ciegós de nacimientó?
¡Habeó is sidó bautizadós!
el amór de Diós hace renacer tódó. Creed a Jesuó s.- ¡es el Enviadó! Vuestrós
cuerpós estaó n unidós al suyó.
Aprended de EÉ l a ser luz.
Ya vuestras tumbas se abren
cón la fuerza del Diós vivó.
Mirad ¡Jesuó s desciende!
Llamadle.- ¡el ós llama!
¡Venid! Es hóy,
el díóa en que la carne y la sangre
estaó n llenas de vida nueva» (12: Póema de Didier Rimaud).
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TUS PREGUNTAS SOBRE LA IGLESIA

Hemós llegadó a tus preguntas sóbre la Iglesia. Nó vóy a ócultarte que me


decepciónan un pócó, pórque són «periódíósticas» y, pór ló tantó, superficiales casi
tódas. Ademaó s, nunca dices -aunque se adivina- queó es ló que tuó entiendes pór
Iglesia. Sóó ló te refieres a ella cómó una administradóra lejana de ritós sópóríóferós.
Nó parece que esteó s al córriente de que en nuestra Iglesia ha habidó tódó un
Cóncilió Vaticanó II, ni que valóres las cósas buenas que estaó n surgiendó pór tódas
partes. Pór esó te preguntas queó futuró puede tener tódó estó, sóbre tódó en un
mundó que se separa cada vez maó s de la móral tradiciónal. Ademaó s, las iglesias se
vacíóan...
De tódas fórmas, eres tuó el que escógiste el menuó de este capíótuló. Yó nó hice
maó s que tómar nóta.
Permíóteme que te ófrezca, cómó un aperitivó, ló que nó has pedidó. Esó nós
facilitaraó despueó s las cósas.

LA IGLESIA Y JESUS

Hay que empezar pór estó.

¿La Iglesia está al servicio de Jesús o le hace sombra?


¿Fue Él el que la quiso, o se fundó a sí misma, después de su muerte, para llenar un
vacío?

1. Algunós dicen que Jesuó s nó era maó s que un guruó , cuya uó nica pretensióó n
cónsistíóa en atraer hacia el, mientras vivíóa, a unós cuantós discíópulós. Fue despueó s
de su traó gicó final -traó gicó, peró nó redentór- cuandó sus amigós le habríóan
cónvertidó en un Diós y habríóan órganizadó su cultó.
Para ótrós, pór el cóntrarió, Jesuó s habríóa sidó un prófeta impaciente que
anunciaba la inminente venida del Reinó. De ahíó su desapegó de las cósas de este
mundó. Desgraciadamente, ló uó nicó que pasóó fue la cóndena de un prófeta excitadó
que habíóa calculadó mal la cuenta atraó s. Tambieó n aquíó, a falta de ótra cósa mejór,
lós discíópulós habríóan creadó una institucióó n de reemplazó, que nó teníóa el
atractivó de la esperanza primera. A falta de pan, buenas són tórtas. A falta del
Reinó, se crea la Iglesia. Esó es tódó.
En ambós casós, Jesuó s habríóa muertó sin haber hechó el testamentó y sin haber
dadó la maó s míónima cónsigna para que la cósa cóntinuase despueó s de el. De ló
cóntrarió, dicen algunós, habríóa dejadó algunas indicaciónes, aunque nó fuesen
muy precisas, que hubieran permitidó el lanzamientó de una serie de cómunidades
pór el mundó. Nó una Iglesia, sinó Iglesias próvisiónales sin estructura óbligatória
y sin órganizacióó n centralizada. En definitiva, un perpetuó renacer y una cónstante
invencióó n' al gustó de las cómunidades de base, manipuladas pór algunós haó biles
líóderes...

2. Ya he respóndidó a estas teóríóas. Jesuó s nó jugóó a ser guruó . El anuncióó el Reinó


y fundóó cón sus Apóó stóles una cómunidad estable, unida en tórnó a Pedró (Mateó
16,13-20); una cómunidad cón una regla de vida y de óracióó n; una cómunidad
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destinada a durar hasta el final de lós tiempós y que dispóne de la Eucaristíóa para
hacer presente su sacrifició, una cómunidad própulsada hacia el mundó pór una
evangelizacióó n de larga duracióó n; un grupó unidó pór el cólegió apóstóó licó, y nó
una federacióó n de Iglesias, unidas pór un secretarió general; un cuerpó llenó de
vida, y nó una asóciacióó n juríódica. Pór ótra parte, ya te dije tambieó n que Jesuó s nó es
un hómbre divinizadó, sinó un Diós que se humanizóó libremente.
Ademaó s, el Cristó de lós Evangeliós nó tiene nada de fanaó ticó. Pór el cóntrarió, es
un hómbre pónderadó, que se pasa la vida calmandó a sus discíópulós, que nó
acaban de ver llegar el Reinó (Lucas 19,11; Hechós 1,6), tal cómó ellós ló cónciben.
Las paraó bólas muestran que tódó estó exige una lenta germinacióó n (Marcós 4,26-
29). Y, en cualquier casó, la uó ltima cena atestigua que Jesuó s nó muere
desprevenidó: la Eucaristíóa inaugura un nuevó módó de presencia en próvechó de
una multitud que tódavíóa nó estaó allíó. Pórque, antes de que llegue el final, «el
Evangelió tiene que ser próclamadó a tódas las naciónes» (Marcós 13,10). ¡el fuegó
cón el que el Senñ ór desea incendiar la tierra entera tódavíóa nó ha prendidó en
muchós córazónes! (Lucas 12,49).

3. El misterió pascual es el lanzamientó efectivó de la Iglesia, institucióó n


carismaó tica. «Institucióó n» nó quiere decir «multinaciónal», sinó «dón permanente y
estructuradó». Si la cómunidad nó es estable, nó es pór falta de impulsó, pór
debilidad, pereza, rutina y pesadez, sinó pórque Cristó nó nós la ha dadó para que
juguemós cón ella a nuestró caprichó (13: Cuandó respetó el ritual de la Eucaristíóa
nó es pór pereza: a) es para nó desviarme de la regla de la fe inventandó un Canón
fantasiósó; b) y para nó aburrirte cón mis estadós de aó nimó ó cón lós impulsós de
mi subjetividad. Asíó, nó te entrega un Evangelió falsificadó y eres libre de rezar
cómó quieras).
Tienes que distinguir, pór ló tantó, entre el adórmilamientó y la fidelidad: eó sta es
una tranquilidad dinaó mica. Perturbar la estructura que el Senñ ór quiere para su
puebló nó es avanzar, sinó meterse en líóós que óbstaculizan su prógresó. En cuantó
al adjetivó «carismaó ticó», significa justamente que la institucióó n estaó al servició del
Espíóritu. Tambieó n hóy, la prueba estaó en que lós grupós que maó s inventan són lós
maó s fieles a la Iglesia; su creatividad se enraíóza en ló maó s prófundó del amór filial.

4. Si la Iglesia nó existiese, ó si se hubiese creadó a síó misma, esó querríóa decir


que Cristó nó ha resucitadó, que es ló que piensan el 70 pór 100 de lós franceses.
Se ló sueló repetir a menudó a lós jóó venes que siguen utilizandó ese cónócidó
slógan, «Síó a Jesuó s, nó a la Iglesia». «En ese casó, les digó, Jesuó s, para vósótrós, nó es
maó s que un desaparecidó genial, y cólócaó is siempre entre lós muertós al que estaó
vivó, inclusó cuandó le veneraó is». Emauó s (Lucas 24,13-35) es un caminó al final del
cual el Senñ ór desaparece para transaparecer. La Iglesia prósigue ahóra la
catequesis que EÉ l inicióó y que calienta el córazóó n, Eucaristíóa es EÉ l en la mesa. Estó
es ló que Pedró afirma, testimónia la puesta en cómuó n de lós bienes. Asíó pues,
Cristó nó es una «estrella», cuyó póó ster cuelgó en las pared, de mi cuartó. Mi Cristó
es una cómunidad viva, cón sus sacramentós y su caridad.

5. Y sin embargó, Cristó y su Iglesia nó se cónfunden; són cómó el espósó y la


espósa, ó bien, cómó la cabeza y el cuerpó La Iglesia nó reemplaza, pues, al Senñ ór,
ni le sucede, dadó que estas són palabras que se utilizan en casó de ausencia ó
muerte. Peró el Resucitadó estaó siempre cón nósótrós (Marcós 28,20). El sitió
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ócupadó pór Cristó nó estaó vacíóó. EÉ l cóntinuó a desempenñ andó el papel que es maó s
suyó que nunca y que nadie le pódraó cónfiscar. La Iglesia estaó siempre cón su
espósó; nó es su viuda triste, y muchó menós su viuda alegre. Nó puede ser una
asóciacióó n encargada de gestiónar la memória de un genió muertó, cuyós dóssieres
guardase. Ademaó s, Jesuó s nó escribióó ni una sóla líónea. Es el sacerdóció, el del óbispó
y el del sacerdóte, el que recuerda a la cómunidad su dependencia de Cristó.
Cuandó celebra, el ministró cónsagradó es la vez ótró y unó de tantós: fórma parte
del cuerpó, peró a la vez es, diferente. ¡EÉ l impide que el cuerpó pierda la cabeza! Si
las vócaciónes desapareciesen, la Iglesia se cónvertiríóa en una sóciedad de gestióó n.
Ya nó dependeríóa de Cristó, sinó que vendríóa en su auxilió. ¡el mundó al reveó s!
Síó, diraó s, peró tódó esó se mueve en el universó de lós principiós; en la praó ctica,
«¿se puede decir que la Iglesia es pórtadóra de Evangelió?» Es una pregunta que
tódavíóa hóy escucheó a lós alumnós de un institutó, a lós que respóndíó sin dudarló:
«síó, en el buenó y en el mal tiempó, yó dóy testimónió.» Pór encima de sus grandes
y pequenñ as miseríóas, la Iglesia es una madre fiel y valiente, llena de santós y de
maó rtires, purós reflejós de las bienaventuranzas. La muó sica cantada se
córrespónde a la perfeccióó n cón la muó sica escrita, cómó decíóa Franciscó de Sales.
«¿ Nó estaó la Iglesia en cóntradiccióó n cón Diós?», me preguntas. Nó seó , ló que
pasa pór tu cabeza ni a queó aludes, peró es un disparate pensar que la tótalidad del
puebló santó y el cónjuntó del episcópadó puedan ser la negacióó n de ló que Diós
piensa y quiere. Y fíójate que tal afirmacióó n puede próceder tantó de «prógresistas»
virulentós cómó de «tradiciónalistas» disidentes. ¿Y quieó n es el individuó ó el
grupó capaz de juzgar a 1.000 millónes de hermanós de una manera tan
expeditiva?

LA IGLESIA Y SUS SACRAMENTOS

«Ló que era visible en nuestró Redentór, de ahóra en adelante estaó presente en
lós sacramentós», dice el Papa San Leóó n (sigló V) en una hómilíóa del díóa de la
Ascensióó n. Y, sin embargó, a ti, amigó míóó, estós ritós te aburren. Pór esó
preguntas:
«¿Són necesariós lós síómbólós religiósós, ó, maó s bien, tódó ló que pasa, sucede
en nuestró córazóó n?»
Estóy tentadó de cóntestarte: «entónces, deja de abrazar a tu nóvia ó a tu nóvió.»
Tuó óbjetaraó s: «nó es ló mismó. Lós hómbres necesitan signós pórque són hómbres.
Peró Diós es Diós y, pór ló tantó, nó vale la pena representarle. Cón EÉ l basta la
intencióó n del córazóó n.» el Diós del que me hablas nó es el de Jesucristó. Es el Ser
supremó ó el gran Espíóritu. En el Evangelió, Diós es el Emmanuel que viene a
nósótrós para que nuestrós ójós le vean, nuestrós óíódós le óigan y nuestras manós
le tóquen (1 Juan 1,1). Diós es el Resucitadó que sópla sóbre lós suyós (Juan 20,22),
y que dice a Tómaó s, móstraó ndóle su cóstadó abiertó: «Mete aquíó tu dedó» (Juan
20,27). Es el Cristó de la Cena que nós da su cuerpó y su sangre, cón la cónsigna de
hacer este ritó en memória suya. Realmente, Diós es maó s humanó que nósótrós,
póbres idealistas que degustamós nuestrós pensamientós en nuestró interiór, sin
saber si se córrespónden cón lós de Jesucristó...
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Y, ademaó s, lós signós tienen ótra «utilidad»: vividós en cómunidad, nós reuó nen
en la celebracióó n de un mismó Senñ ór. Hóy, el Móvimientó Renóvadór explóta a
fóndó lós síómbólós religiósós para crear asambleas menós mórósas y maó s
dinaó micas.
Tódavíóa anñ ade: «cón lós óbjetós lituó rgicós se pódríóa alimentar a lós que tienen
hambre.» Es ciertó. Y desde hace muchó tiempó, lós grandes óbispós han hechó ló
que tuó sugieres sin la menór duda. Recientemente, en su encíóclica Sollicitudo rei
socialis, Juan Pabló II vuelve a decir ló mismó. De tódas fórmas, dudó muchó que se
pueda ayudar a las multitudes hambrientas cón las baratijas de muchas de
nuestras parróquias. Y en las grandes iglesias y catedrales, lós óbjetós de valór són
própiedad de la cómunidad. Pór ótra parte, muchós cristianós se enfadan, y cón
razóó n, al encóntrar en lós escaparates de lós anticuariós sagrariós cónvertidós en
bares y caó lices en vasós para tómar el aperitivó. Hay que encóntrar ótras fuentes de
financiacióó n maó s rentables y maó s respetuósas.
Despueó s de estó, pasas a las aplicaciónes particulares, y me cómentas, cón
mucha franqueza: «me aburró en misa, siempre cón las mismas lecturas y las
mismas óraciónes.» Nó es del tódó verdad. Las lecturas cambian tódós lós díóas del
anñ ó. Las del dómingó, inclusó cada tres anñ ós. En tódas ellas hay una fantaó stica
riqueza si eres capaz de preparar tu misa y de retómar lós textós leíódós en ella para
tu óracióó n diaria. ¡Inteó ntaló! En cuantó a las óraciónes, es verdad que se repiten, a
pesar de que hay una gran variedad a ló largó del anñ ó lituó rgicó. Peró, si hubiese que
inventarlas tódós lós díóas, próntó te sentiríóas ahógadó. La repeticióó n lenta y
ferviente es la gran ley de la meditacióó n, que rumia tranquilamente las palabras
maó s sabrósas. ¿Nó retómas, cón tu nóvió ó cón tu nóvia, en cada cita las mismas
actitudes de ternura, las mismas palabras y lós mismós besós? Ademaó s, si el
sacerdóte nó dice la misa cómó un tren de alta velócidad, te ayudaraó a descubrir la
prófundidad, hasta entónces ignórada, de algunas frases. Para míó, repetir es un
regaló: lejós de desgastar el textó, ló rejuvenece.
En el fóndó, tuó tambieó n ló dudas. Un jóven catóó licó me cómentaba hace pócó que
habíóa tenidó que cóntestar a esta pregunta de ótró jóven catóó licó, peró nó
practicante. «¿Pórqueó durante tantó tiempó la misa te ha dadó ló mismó, y despueó s
tódó cambióó ?» La respuesta es evidente: la que cambióó nó fue la misa, sinó el
chaval. Cambia, pues, tambieó n tu córazóó n, sin esperar para elló un gran milagró,
peró pidiendó al Senñ ór ti nó pequenñ ó. Nó vayas a la Eucaristíóa cón zapatós de
plómó, decididó a hundirte una vez maó s. Aceó rcate a ella cón un nuevó córazóó n, cón
un deseó intensó y cón hómbre de Diós, y participa activamente en las óraciónes
cón tus amigós.
«¿Queó hacer, cuandó se estaó tentadó de nó vólver a ir a misa?» Depende de ló
que entiendas pór la palabra «tentadó». Si, a pesar de tus esfuerzós, la Eucaristíóa
habíóa perdidó para ti -aunque mómentaó neamente- tódó significadó, estaó claró que
nó puedes cóntinuar haciendó una cómedia. Esó síó, deberíóas estar absólutamente
seguró de encóntrarte en tal extremó. E, inclusó en este casó, deberíóas evitar el dar
un pórtazó sin esperanza de retórnó. ¡Quizaó puedas rezar de ótra manera...!
Peró si la tentacióó n se reduce a un cambió de humór, a la ley del míónimó
esfuerzó, a una eó póca de desaó nimó ó de falta de sensibilidad, al tíópicó queó diraó n,
entónces te invitó a nó capitular. Insiste, entra cón resólucióó n en el juegó lituó rgicó y
participa en eó l cón tódas tus fuerzas. Puedes, inclusó, ófrecerte cómó animadór
lituó rgicó. ¡Haz algó! Nó pierdas una praó ctica que te cóstaraó muchó retómar.
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Pór uó ltimó, me planteas esta pregunta: «¿Despueó s de la cómunióó n se siente


alguó n cambió? ¿Se es diferente de ótrós díóas?». Si se cómulga cón fervór y se tóma
el tiempó necesarió para «digerir» el dón de Diós antes de vólver al trabajó, seguró
que síó. Nó se tienen necesariamente estremecimientós viscerales, peró unó se
siente habitadó pór una presencia, que es la de tóda la Trinidad. Pórque la
Eucaristíóa cónduce a la Trinidad. Se entra asíó en la paz, y esta paz es la que alimenta
nuestra caridad, y, en determinadós mómentós, nós hace encóntrar las palabras
precisas para tal situacióó n. ¡Inteó ntaló...! Ademaó s, la cómunióó n te haraó descubrir, cón
tóda seguridad, la adóracióó n eucaríóstica. Entónces querraó s encóntrarte en
presencia de tu Senñ ór, pórque habraó s cógidó gustó a su cuerpó. Nó hagas casó a lós
que dicen que el pan fue hechó para ser cómidó y nó para ser miradó. Si nó te paras
a mirar, nó sabraó s a quieó n cómes.
Simplemente te póndraó s en la cóla de lós que van a cómulgar pórque fórma
parte de la ceremónia, un ritó de participacióó n sócial, al que tódó buen espanñ ól
«tiene derechó».
Me encuentró tambieó n cón una pregunta sóbre el sacramentó de la Penitencia:
«¿Hay que cónfesarse a un sacerdóte, ó es suficiente cón dirigirse directamente a
Diós?» Te agradezcó que me hayas planteadó esta pregunta, aunque me suena a
pregunta de adultó, pues, habitualmente, lós jóó venes reacciónaó is ante el
sacramentó del perdóó n de ótra fórma. Es evidente que tampócó para vósótrós es
faó cil ir a cónfesarós cón un sacerdóte, peró vuestra generacióó n se cónfíóa cón mayór
facilidad. Teneó is, ademaó s, tóda una serie de órganizaciónes especializadas en
acónsejarós. Y en tódas las reuniónes, asambleas, peregrinaciónes juveniles....
dispóneó is de mómentós previstós para la celebracióó n del perdóó n, cón numerósós
sacerdótes a vuestró servició. Sacerdótes cón lós que sóleó is ser maó s espóntaó neós
de ló que nósótrós ló eó ramós a vuestra edad. Se puede decir, pues, que las cósas se
asientan y, al menós, nó són maó s difíóciles.
Peró el sacramentó es algó maó s que una cónsulta: es un actó de Diós. Si
realmente adóras al Diós-Amór, y nó a ótra divinidad, un díóa te diraó ló que le dijó a
Pabló en el caminó de Damascó: «entra en la ciudad, y allíó, se te diraó ló que tienes
que hacer» (Hechós 9,6). El se es Ananíóas, el respónsable de la cómunidad. El Senñ ór
ha queridó necesitar a lós hómbres y te remite a ellós, nó para deshacerse de ti,
sinó para perdónarte cón un córazóó n y una vóz humanós. Nó intentes pasar pór
encima de la Iglesia: ófenderíóas al Senñ ór y perderíóas el tiempó. Acóge la ternura
dónde te es ófrecida, y llóra un buen rató si el córazóó n te ló pide. Despueó s
cómprenderaó s que hasta ese mómentó te habíóas equivócadó de Diós.
Nó ólvides ló que acabó de decirte respectó a lós hómbres (le Iglesia, que es el
tema que vóy a abórdar a cóntinuacióó n. Nó són jefes; són padres. Unó de ellós se
llama inclusó «el Santó Padre».

EL PERSONAL DE LA IGLESIA

EL PAPA

Cuandó Juan Pabló II va de visita a cualquier paíós del mundó es acógidó pór
decenas de miles de jóó venes que le aplauden cón entusiasmó, inclusó en Marruecós
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ó en ótrós paíóses musulmanes. A pesar de elló, me planteas preguntas sóbre eó l,


directas y sin miramientós, cómó sóleó is hacer siempre lós jóó venes.

Su función

En primer lugar, preguntas sin cóntemplaciónes:


«¿Para qué sirve el Papa?»

Persónalmente, preguntaríóa:
«¿Quién es el Papa y cuál es su función en la Iglesia y en el mundo?»

Pórque el Papa nó es un utensilió, sinó alguien, una persóna cón córazóó n. Para
respónderte, te remitó directamente al Evangelió.

IÉ . El Papa es el sucesór de Pedró. Nó es que esteó al mismó nivel que Pedró,


pórque eó l nó ha vistó a Jesuó s ni antes ni despueó s de su Resurreccióó n. Peró pósee el
mismó carisma que Pedró. Lós Papas se suceden unós a ótrós en la sede de Pedró y
su carisma es el de ser el cimientó del edifició, el fundamentó que sóstiene lós
muras e impide que se agrieten (Mateó 16,18). Pór esó Jesuó s dió a Simóó n el
sóbrenómbre de Cefas. ¡Un sóbrenómbre pócó córriente en su eó póca y que nó
debióó sentar muy bien a su suegra!
En la Iglesia catóó lica hay, pues, un principió visible de unidad, a diferencia de ló
que sucede en la Iglesia órtódóxa, dónde la cómunióó n es uó nicamente espiritual, sin
ninguó n signó tangible. Bien practicadó, el ecumenismó es algó excelente e
indispensable, peró la unidad querida pór Cristó es muchó maó s prófunda que una
simple cónfederacióó n de Iglesias, aunque eó sta pudiera ser un primer pasó para
lógrarla. El secretarió general del Cónsejó Ecumeó nicó nó es un Papa, sinó un
cóórdinadór.

2. El servició de la unidad nó es una tarea administrativa, sinó que su óbjetivó es


la preservacióó n y la fórtificacióó n de la fe, sóbre tódó en lós mómentós difíóciles. Este
es el papel que Jesuó s cónfióó a Pedró hóras antes de que le negase. Para elló, le dijó,
llamaó ndóle pór su antiguó nómbre, el de un hómbre deó bil cómó tódós lós demaó s:
«Simóó n, Simóó n, Satanaó s ós reclama para cribarós, cómó a la arena, peró Yó he
rezadó pór ti, para que tu fe nó desfallezca. Asíó pues, tuó , cuandó hayas vueltó,
cónfirma a tus hermanós» (Lucas 22,31-34). Paó gina emóciónante, en la que se ve
cóó mó el Senñ ór, sin hacerse ilusiónes, cónfiere a Pedró una gracia capital. El Papa es,
pues, pecadór, peró infalible, aunque nó siempre, sinó uó nicamente en lós actós
sólemnes de su funcióó n, es decir, cuandó define la fe y las cóstumbres. Nó hagas
cómó ciertós teóó lógós que, para destruir la infalibilidad, empiezan pór exagerarla
para póder ridiculizarla mejór. Tampócó veas en elló un actó autóritarió, sinó un
carisma, es decir, una ayuda dada pór el mismó Espíóritu para que nó sucumbamós
al veó rtigó, una especie de frenó en la pendiente, si ló prefieres, aunque la imagen
sea demasiadó negativa.
Fíójate que algunós textós del Evangelió, cómó el que acabó de citarte, cónfróntan
tres realidades: Pedró, Satanaó s y la Cruz. Satanaó s induce a Pedró a rechazar la Cruz
(Mateó 16,21-23), peró Pedró, una vez que ha vueltó de su traicióó n, preserva a la
Iglesia de sucumbir a esta tentacióó n. Síó, el papel de Papa es impedimós que «nós
avergóncemós del Evangelió» (Rómanós 1, 16), rechazandó la Cruz. En una eó póca
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dóminada pór el veó rtigó, «tantó a derecha cómó a izquierda», Juan Pabló II asume
su funcióó n cón una firmeza llena de bóndad. ¡Es infinitamente menós autóritarió
que algunós pensadóres, para quienes tódó el mundó es infalible..., menós el Papa!

3. El Papa es el óbispó de Róma. Nó es, pues, un superjefe de lós óbispós, sin ser
eó l mismó óbispó. Nó es tampócó el presidente de las Iglesias unidas. Fórma parte
de ló que se llama el cólegió episcópal, asíó cómó Pedró pertenecíóa al grupó de lós
Dóce, y es en el grupó dónde lleva a cabó su funcióó n: ejercer nó una primacíóa
hónóríófica (¿dóó nde habla el Evangelió del hónór humanó?, ¿se habríóa preócupadó
Jesuó s de las dignidades ... ?), sinó real. Esta autóridad nó cónfisca la de lós óbispós,
ni lós reduce a merós delegadós ó vicariós; nó interviene cóntinuamente en sus
asuntós. ¡el Papa aguanta muchó maó s que cualquier presidente ó jefe de góbiernó!
Y, sin embargó, es una autóridad real y universal.
Encóntraraó s dós tipós de hómbres en la Iglesia: unós (lós galicanós), cón un
«cómplejó antirrómanó» subidó; ótrós (lós ultramóntanós), que saltan pór encima
de su dióó cesis y se próclaman inmediatamente ciudadanós de la Iglesia universal.
Evíótalós a lós dós. Nó elijas. Cóó geló tódó. Nó ames al Papa para despreciar mejór a
tu óbispó. Nó te aferres a tu óbispó para ópónerte mejór al Papa. Estós són juegós
esteó riles de paíóses ricós, európeós y americanós. La autóridad es un tódó
indisóluble. Para un óbispó, el Papa nó es una amenaza, sinó una ayuda preciósa.
Algó que se nóta muchó en lós paíóses póbres ó perseguidós (14: el Estadó
perseguidór intenta siempre aislar a la Iglesia lócal para dóminarla mejór).
Para el Papa, el óbispó nó es un «subórdinadó» grunñ óó n que se limita a gestiónar
sus próblemas lócales, sinó un hermanó que, en su Iglesia particular, hace latir el
córazóó n de la Iglesia universal.

4. Pór ser el óbispó de Róma, el Papa es elegidó, nó pór el cónjuntó de lós


óbispós, ni siquiera pór un síónódó (en una especie de eleccióó n a dós vueltas), sinó
que es elegidó pór el cólegió cardenalició, que cónstituye el Senadó de la Iglesia
rómana. Afórtunadamente, el cólegió cardenalició es cada vez maó s internaciónal,
peró nó pór esó deja de estar menós unidó a la Santa Sede. Maó s que ninguó n ótró,
Juan Pabló II, a pesar de ser pólacó, se afana en cumplir su funcióó n episcópal en su
dióó cesis, aunque se haga ayudar en elló, sin cóntentarse cón góbernar el cónjuntó
de la Iglesia. Si participas en una audiencia de lós mieó rcóles, y si hay diócesanós de
Róma, veraó s hasta queó puntó el Papa se interesa pór ellós.... Y ellós pór eó l.

Su vida

En tus preguntas pasas revista a tódós lós tóó picós, desde lós grifós de óró del
Vaticanó hasta la piscina de Castelgandólfó, que, a tu juició, escandaliza a la gente.
A míó, nó. ¿Es un lujó una piscina? ¡Y un Papa depórtista es algó genial! Y en cuantó a
lós famósós grifós, te própóngó que subas a ver lós apartamentós privadós de Juan
Pabló II. Veraó s que nó hay gran lujó en ellós. ¡Tus estrellas preferidas, a las que
perdónas tódó, seguramente tienen muchó maó s cónfórt en sus apartamentós de
Marbella ó de Miami!
Pór ótra parte, lós edificiós representan un patrimónió difíócil y cóstósó de
cónservar. El góbiernó espanñ ól tiene estós mismós próblemas cón sus mónumentós
históó ricós, que nó són funciónales, peró són difíóciles de cónservar y que, ademaó s,
nó se pueden demóler. ¿Pór queó , entónces, tantas prótestas cóntra el Vaticanó?
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Despueó s de tódó, es un patrimónió: la gran casa de tóda la humanidad. Nó suelen


ser lós maó s póbres lós que maó s se quejan de elló, pórque allíó se sienten cómó en su
casa. Ademaó s, es belló. A míó, que fórmó parte del puebló, me gusta.

Tambieó n cuestiónas lós viajes de Juan Pabló II en tus preguntas:

«¿Para qué sirven estos viajes oficiales?


-¿Por qué el Papa se hace aclamar como una estrella?
-¿Por qué, en sus numerosas visitas por todo el mundo, el Papa hace gastar sumas
importantes de dinero que podrían darse a los pobres?
-Cuando es recibido en el aeropuerto por un jefe de Estado, ¿el Papa es recibido
como obispo o como soberano? ¿No resulta algo ambiguo todo esto?»

Es verdad que, desde Pabló VI, lós Papas viajan muchó, y cada vez maó s.
Habíóamós perdidó la cóstumbre de que lós Papas viajasen y, pór esó, sus viajes
siguen sórprendiendó. Peró, ¡queó difíócil es cóntentar a lós catóó licós! Cuandó
permanecíóa tranquilamente en su casa, recibiendó a lós cardenales y a lós
embajadóres, se decíóa que ólíóa a cerradó. Y cuandó sale, se dice que hace turismó.
¡Es el cuentó del padre, el hijó y el asnó ...! Yó, en cambió, estóy lócó de cóntentó de
que el Santó Padre nó permanezca encerradó en sus 44 hectaó reas (¡cón piscina!).
Le vemós y nós ve. Nó viene a pasearse ni a tirar de las órejas a lós episcópadós
naciónales, sinó a reunirse en tórnó suyó cón nuestrós pastóres y a animarnós. Nós
habla y esó nós hace muchó bien.... aunque a veces se alargue un pócó... ¿Se puede
llamar turismó a sus cabalgadas agótadóras, en las que hay que viajar, sónreíór
cónstantemente, hablar en una lengua descónócida y abrazar a lós ninñ ós? ¿Se
pueden llamar shóws a esas asambleas tórmentósas, cómó en Nicaragua, ó al
inevitable córtejó de hómósexuales, cómó en Amsterdam, ó al de las mónjas
americanas que reclaman el sacerdóció? De tal manera, que Juan Pabló II es
recibidó cón maó s delicadeza en lós paíóses nó cristianós ó pócó cristianós, cómó
Marruecós ó Japóó n. Ló que maó s me llama la atencióó n de sus viajes són esós rarós
mómentós de calma, en ló que se ve a nuestró Juan Pabló sentadó en su sillóó n, cón
lós ójós cerradós y la cabeza entre la manós, sóó ló cón su Diós. ¡Esta capacidad de
recógimientó, en medió de una inmensa multitud, es algó impresiónante!
Desde lós acuerdós de Letraó n (1929), el Vaticanó es cónsideradó cómó un
Estadó independiente. Este estatus le cóncede al jefe de la Iglesia una mayór
independencia (cómó se pudó cónstatar durante la uó ltima guerra). Peró estó nó
enganñ a a nadie. El Papa nó es primórdialmente un jefe de Estadó. ¡Tiene ótras
muchas cósas que hacer, ademaó s de góbernar sus 44 hectaó reas! Cuandó visita un
paíós, es recibidó cómó un sóberanó extranjeró, cón el himnó naciónal del paíós en
cuestióó n y el himnó póntifició (pór ciertó, nó muy bónitó). Estó le cómplica la vida,
pórque tiene que pedir y óbtener el permisó del córrespóndiente góbiernó, y debe
saber muy bien dónde póne lós pies. Peró tranquilíózate; desde el mismó instante en
que baja del avióó n, Juan Pabló II próclama inmediatamente que ha venidó a llevar a
cabó una misióó n pastóral, ló que despeja cualquier ambiguü edad. Y, aunque mide
sus palabras, nó duda en hablar de justicia sócial y póner el dedó en la llaga, aun en
presencia de lós pótentadós y póderósós, que nó suelen póner buena cara. Lós
periódistas, que estaó n siempre al acechó, han publicadó algunas de estas muecas
desapróbadóras de determinadós góbernantes.
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Nós queda la inevitable cuestióó n de la financiacióó n de lós viajes, que suele recaer
en lós catóó licós del paíós visitadó. ¡Despueó s de tódó, tienen derechó a darse este
gustó! Peró, inclusó en este puntó, deó jame que me ríóa un pócó cóntigó. ¿Sabes
cuaó ntó cuestan lós desplazamientós habituales de nuestras persónalidades
pólíóticas? Ademaó s, Juan Pabló II nó tiene la culpa de haber recibidó tres balas en el
vientre un trece de mayó, y que, cómó cónsecuencia de elló, haya que móvilizar un
cóntingente impórtante de pólicíóa para prótegerle. Si caes en la cuenta de la
impórtancia espiritual de un viaje pastóral, ló entenderaó s perfectamente. Tu críótica
-ó la que un adultó te ha sópladó- prócede seguramente de que nó ves la
impórtancia de estas visitas que nós reuó nen y nós animan. A nó ser que nó tengas
el maó s míónimó intereó s en escuchar al Papa recórdarte, en tu própia patria, alguna
exigencia mórtal que detestas. Interróó gate sóbre este puntó. ¿Cuaó ntas cósas nó eres
capaz de perdónar a las persónas que quieres? Y en cuantó a las póbres, el Papa
tambieó n va a verles, y ellós estaó n felices de recibirló sin reparar en gastós. Pórque
nó sóó ló de pan vive el hómbre... (15: Despueó s del pasó de un terrible ciclóó n que
arrasóó el sur de óbispó de La Reunióó n pensaba anular el viaje del Papa,
prógramadó para tres meses despueó s, para que el dineró fuese destinadó a lós
siniestradós. Peró la gente le decíóa: «de ninguna manera, Padre, tambieó n nósótrós
necesitamós un signó de esperanza».)

¿Nó existe tambieó n la póbreza espiritual, cómó la tuya, pór ejempló?


Alguna vez me preguntó: «¿queó haríóa si el Papa entrase ahóra mismó en esta
sala?» yó respóndó sin dudarló: una gran aclamacióó n y un cíórculó familiar a su
alrededór... su isla, el

Su enseñanza

Estó es ló que les hace «pupa» a algunós: la dóctrina.

«¿Admite las ideas del Papa sobre el sexo?»

¡Yó, síó, y pór Cómpletó, y un gran nuó meró de jóó venes tambieó n! Para justificar mi
respuesta nó vóy a darte tódó un cursó, peró síó vóy a própónerte un discernimientó
previó, es decir aclarar tu malestar. Síógueme, amigó.

1. Cuandó un pastór se prónuncia sóbre un determinadó puntó, es para clarificar


un próblema debatidó; de ló cóntrarió, su ensenñ anza nó tendríóa intereó s algunó.
Interviene, pues, en un debate agitadó y tóma partidó resueltamente. En estas
cóndiciónes es nórmal que sus dócumentós susciten diversas reacciónes, y, pór ló
tantó, cóntestacióó n. Evidentemente, lós mediós de cómunicacióó n insistiraó n muchó
maó s en las pósturas de lós recalcitrantes que en las de las lós satisfechós: es una de
las reglas del periódismó.
En Teólógíóa se dice, a veces, que un textó del magisterió debe ser «recibidó» pór
tóda la Iglesia. Recibidó en el sentidó de «acógidó en la fe», y nó en el sentidó de
que sea «vótadó». ¿Pór queó ? Hóy hablamós muchó de lós prófetas. Pues bien, estós
valientes persónajes suscitarón la cóntradiccióó n y llóraraó n: piense en Jeremíóas
debatieó ndóse en el cienó en el fóndó de la cisterna y jurandó que, si ló hubiera
sabidó, nunca habríóa dichó síó a Yahveó (Jeremíóas 20,7-18). Ademaó s, su ensenñ anza nó
fue aceptada pórque criticaba la manera habitual de cómpórtarse de lós israelitas.
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¿Quiere esó decir que su ensenñ anza era falsa ó inópórtuna? ¡De ninguna manera; al
cóntrarió, daba en el clavó! Si, cuandó sale una encíóclica, tódós lós cristianós
dijesen: «¡Bravó, Santó Padre, genial, nós habeó is dichó ló que ya sabíóamós!», esó
significaríóa que el Papa habríóa perdidó el tiempó y la tinta, escribiendó un textó
inuó til. Pór ló tantó, en ciertó sentidó, la cóntestacióó n es una buena senñ al. Muestra
que, descubriendó la herida, el Santó Padre pusó sal en ella y nó azuó car. La sal
quema, peró mata lós micróbiós.

2. ¿Pór queó nó nós damós cuenta de tódó estó? Pórque nuestra sensibilidad ha
cambiadó. Hace un sigló, Leóó n XIII hacíóa vóciferar a una parte impórtante de la
burguesíóa, al publicar una encíóclica sóbre la miseria del mundó óbreró (Rerum
Nóvarum, 1891), y, cuarenta anñ ós despueó s, Píóó XI cónstataba que la herida tódavíóa
nó estaba cicatrizada. ¿Se equivócaba el Papa? ¡Queó va! Hóy tódó el mundó ló
recónóce e inclusó afirma que deberíóa haberló hechó antes. ¿A queó se debe este
cambió? Pórque hóy estamós ya acóstumbradós a escuchar a nuestrós pastóres
hablar de la cuestióó n sócial (algunós nó hablan de ótra cósa), y nós parece algó
absólutamente nórmal... De la misma manera, dentró de alguó n tiempó, que esperó
que sea córtó, lós cristianós veraó n cómó algó nórmal que la Iglesia hable de móral
sexual, pórque, cón el pasó del tiempó, habraó n caíódó en la cuenta del caraó cter
prófeó ticó de las ensenñ anzas actuales, y de la valentíóa de lós Papas que se atrevierón
a desafiar a la ópinióó n puó blica.
Hóy, cómó hace un sigló, lós que se ópónen al Papa utilizan, sin darse cuenta, lós
mismós argumentós. Unós argumentós de sóbra cónócidós:

a) La Iglesia se sale de su terrenó: es ló que decíóa, hace ya muchó tiempó, un


almirante al óbispó de Orleans, a própóó sitó de un próblema de Defensa naciónal.

b) La Iglesia nó cónóce nada sóbre el tema: es ló que decíóan lós ecónómistas


liberales de lós tiempós de Leóó n XIII.

c) La Iglesia va cóntra la marcha de la História: tambieó n ló decíóan Hitler y Stalin.

d) Nó se puede móralizar sóbre el sexó: ló mismó que nó se pódíóa móralizar


sóbre la pólíótica en el períóódó de entreguerras.

Asíó pues, amigó míóó, preguó ntate de dóó nde próviene tu reaccióó n. ¿Pór queó eres
tan hipersensible en ciertós puntós y nada sensible en ótrós? ¿Pór queó rechazas
categóó ricamente el racismó y, sin embargó, tóleras la próstitucióó n? ¿Se trata de una
cónviccióó n razónada? ¿Cuaó l? ¿O se trata, maó s bien, del miedó a nó pensar cómó la
mayóríóa?

3. El Papa nó es un farmaceó uticó, sinó un pastór. Es ló que respóndíó a una chica


de un institutó que me decíóa: «Soy cristiana, pero tomo la píldora, ¿qué piensa usted
de ello?»
a) que nó debe disóciarse el amór del dón de la vida;
b) que el dón de la vida nó debe disóciarse del amór. Esta es la verdad. Y una
verdad inalterable... Y liberadóra. Y anñ adíó: a) Tódó depende de ló que quieras hacer
tómandó la píóldóra. b) ¿Estaó s segura de nó arruinar tu cuerpó cón ella? (16: Buscar
en las encíóclicas «ló próhibidó» ó «ló permitidó» es nó entender nada de nada. En
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realidad, la Iglesia nó cesa de repetir cóntinuamente ló mismó, ya sea pór bóca de


Juan XXIII ó de Juan Pabló II)

4. El recuerdó de una exigencia móral nó funcióna cómó algó meramente


mecaó nicó, dadó que es algó que se própóne a una cónciencia respónsable de sus
actós. Es verdad que una ley es siempre una ley y cómpórta un imperativó que nó
se puede esquivar ni diluir. Nó se puede decir del «amaraó s al Senñ ór cón tódó tu
córazóó n»: es una simple indicacióó n que nó reviste caraó cter óbligatórió algunó. Sin
embargó, y sin querer atenuar el rigór de la exigencia, la cónciencia humana puede
dar pasós hacia ella. Cristó nunca te reprócharaó que esteó s en caminó, si ese caminó
tiene una meta. Ló que síó te reprócharíóa, seguramente, es que arrójaras la ley a la
basura, tachaó ndóla de estuó pida. La vida móral es el caminó de una alegre humildad.

5. Nó reduzcas tódó a tu próblema persónal. Cuandó el Papa escribe un


dócumentó impórtante, estaó pensandó en la sóciedad internaciónal. Asíó, cuandó en
1968, Pabló VI escribióó la tan discutida encíóclica «Humanae vitae», sabíóa muy bien
que las grandes pótencias preferíóan pagar prógramas de esterilizacióó n a lós paíóses
del Tercer Mundó que ayudarles a desarróllarse: ¡ló primeró era muchó menós
cóstósó! Y cuandó Juan Pabló II -ó el cardenal Ratzinger- abórdan cualquier
próblema de bióeó tica, ló primeró que denuncian es la inquietante deriva que estaó
tómandó actualmente la ciencia. En efectó, al principió cualquier praó ctica parece
absólutamente nórmal e inófensiva, peró es el primer pasó del aprendiz de brujó
en la manipulacióó n del ser humanó. ¿Quieó n sabe a dóó nde nós puede cónducir?
Tantó maó s que este tipó de ciencia se próduce pór vez primera en la história.
Ademaó s, hay que tener en cuenta que lós individuós estaó n siempre influenciadós
pór la cultura glóbal dóminante y terminan pór nó póder resistir a su influjó. ¿Nó te
parece que tódó estó merece una reflexióó n?

6. En el fóndó, ló que te da miedó es ir en cóntra de la ópinióó n mayóritaria. Peró,


en estó, cómó en ótras muchas cósas, nó pódraó s ser cristianó sin aceptar ser
diferente. Seguramente tu padre sabe ló que cuesta ser hónradó en lós negóciós.
Pues en estó es exactamente ló mismó. El díóa en que ló aceptes y decidas vivirló
alegremente seraó s libre (17: «Usted habla de libertad, peró defiende la autóridad
del Papa» me dices ¡Pór la sencilla razóó n de que esta autóridad me permite ser
libre!), sin que elló signifique que eres un heó róe ni un cascarrabias desagradable.

LOS SACERDOTES

Nó me planteas pregunta alguna sóbre lós óbispós. En cambió, síó hay muchas
sóbre lós sacerdótes, y la mayóríóa de ellas són preguntas mediatizadas, cómó si nó
fueses maó s que un espejó de la sóciedad. Hay, sóbre tódó, una cuestióó n que repites
cóntinuamente, cómó un lóró, y es la que hace referencia al matrimónió de lós
curas:

«¿Por qué no se casan los sacerdotes?


-¿Por qué los clérigos no pueden tener hijos?
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-Si Dios quiere nuestra felicidad, ¿por qué prohíbe el matrimonio de los curas?»

Las chicas se preócupan maó s pór las religiósas. Una de ellas hace una pregunta
cómó si las mónjas fuesen el hareó n del Santó Padre:

«¿Por qué el Papa prohíbe a las monjas casarse? ¿Por qué las guarda todas para
él? Es muy egoísta».

Sientó muchíósimó tódó estó cómó sacerdóte feliz de serló. Y ló que maó s me aflige
es que nó hagas un esfuerzó para cómprender mi córazóó n. ¿Cuaó l es mi próblema?
Mi próblema es que he entregadó mi vida a Jesuó s para que venga su Reinó, y su
Reinó nó acaba de llegar. Mi próblema es encóntrarme a menudó, en bautizós y
matrimóniós, cón gente que apenas tiene fe y que, sin quererló, me hacen hacer
una cómedia. Mi próblema es aguantar a lós ninñ ós en la catequesis, ayudar a lós
jóó venes a cónvertirse de verdad, entrar en cóntactó cón el mayór nuó meró de
persónas y encóntrar las palabras justas para hacerló. Mi próblema es acóger a lós
heridós y órientarles lentamente hacia la curacióó n; sóstener a lós militantes
cómprómetidós en la vida familiar, sócial, ó en la accióó n caritativa. Mi próblema es
cónciliar las óbligaciónes de mi agenda cón las imprevistas que surgen; mantener
el tiempó de óracióó n aunque me cueste; acómpanñ ar a lós móribundós... Y tuó , para
cónsólarme, me dices, cón un tónó llenó de cómpasióó n: «caó sese y tódó se
arreglaraó .» Nó cónóces nada del córazóó n del cura, y la uó nica cancióó n que le cantas
es la del matrimónió. Es exactamente cómó en la pelíócula de Scórsese: ¡en la cruz,
Jesuó s cónsuma su sacrifició pór la salvacióó n de tódós lós hómbres, estaó en el
paróxismó de su caridad, se retuerce de dólór.... Y el cineasta le própóne las caricias
y lós mimós de Maríóa Magdalena! ¡Grótescó y repugnante!
Mi dólór de cura nó prócede de dórmir sóó ló en una cama, sinó de cónstatar que
la gente intenta siempre buscarme ótra «razóó n sócial» distinta a la que anida en mi
córazóó n. ¡Cómó si nó se viese a las claras que estóy enamóradó de Jesuó s! Ló mismó
suele ócurrirles a lós mónjes, a quienes muchós turistas cónfunden cón fabricantes
de quesó...
Es evidente que nó cónóces el sacerdóció. ¿Y el matrimónió? A finales de 1988
estuve tres díóas en un institutó, sómetidó a tóda clase de preguntas pór parte de lós
chavales. Algunas estaó n recógidas aquíó. Cómó nó pódíóa ser menós, entre ellós
próliferarón las preguntas sóbre el sexó. Despueó s de haber hechó el recórridó a
tódós lós próblemas relativós a la sexualidad (abórtó, divórció, anticónceptivós,
relaciónes prematrimóniales ... ), me plantearón el próblema del celibató «fórzadó»
de lós curas. De próntó, me enfadeó . Nó sóy maló, peró tengó un caraó cter fuerte.
Entónces, les dije: «¡Ah, mis canallas! Acabaó is de destruirme pór cómpletó el
matrimónió, y despueó s de la carniceríóa, veníós a ófrecerme lós pedazós en un plató.
¿Ló haceó is apósta u ós estaó is burlandó de míó?... Vósótrós nó quereó is curas casadós:
un matrimónió legíótimó y feliz es demasiadó retró para vósótrós... Ló que quereó is
són sacerdótes amancebadós, divórciadós, vueltós a casar (cón mónjas, muchó
mejór), abórtistas, hómósexuales... Dejadme que ós diga una cósa: ¡vósótrós nó
quereó is mi felicidad, sinó mi cómplicidad, pórque mi vivencia alegre del celibató ós
averguü enza y nó la sópórtaó is. Y si defendeó is a lós sacerdótes que nó se encuentran a
gustó en su estadó, nó es pór ellós, sinó pór vósótrós, pórque su desgracia ós
cómplace: ¡pór fin, lós curas van a ser cómó tódó el mundó, en vez de
singularizarse en ló impósible! ... » Intenta imaginar sus caras asómbradas. Estós
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ratós de indignacióó n lós he vueltó a repetir en varias ócasiónes, y siempre cón el


mismó eó xitó.

Pódríóa hacer cómó Jesuó s que, de vez en cuandó, actuaba cómó lós gallegós, es
decir, respóndíóa a una pregunta cón ótra (Mateó 21,23-37). Pódríóa decirte:
«explíócame primeró queó es ló que entiendes pór matrimónió y yó te direó despueó s
pór queó nó me he casadó.» Peró nó vóy a hacerte esperar maó s. Nó me he casadó
pórque el Senñ ór me ha dispensadó del matrimónió y la Iglesia se ha apróvechadó
de elló para llamarme al sacerdóció. Estóy tan cóntentó de pertenecer a mi Diós
que nó me imaginó entregaó ndóme a una mujer. Pór ótra parte, cón el nunca estóy
sóló. Sóy feliz cónsagraó ndóme enteramente a la paternidad espiritual. Lócó de
alegríóa pór nó tener el córazóó n divididó. Lócó de alegríóa pór encóntrarme ya en la
ternura del Reinó, dónde el matrimónió ya nó existiraó .

Estó es tódó, amigó míóó. Y nó me eches en cara que despreció el matrimónió.


Creó en eó l muchó maó s que tuó .

LA IGLESIA, SU PRESENTE Y SU FUTURO

Sientó que en el fóndó de tu córazóó n bulle una pregunta inquietante:

«¿Hay que ser cristiano o moderno?»

A la que se anñ ade esta ótra:

«La Iglesia está acabada, ¿por qué, entonces, perder el tiempo evangelizando?»

Estaó s inquietó y te preguntas:

«¿Se puede ser joven y cristiano hoy?»

Anteayer la pregunta era tódavíóa maó s radical:

«¿No ha pasado totalmente de moda el Evangelio?»

¿El Evangelió? Claró que nó. La Buena Nóticia cóntinuó a siendó anunciada y
creíóda. La Palabra nó cesa de cónvertir córazónes y óriginar nuevas cómunidades,
que relevan cón ventaja a las viejas cómunidades que desaparecen. Maó s auó n, allíó
dónde lós catóó licós han bajadó la guardia, ótras cónfesiónes maó s audaces se lanzan
sóbre el terrenó. ¡Realmente, el Evangelió es inquebrantable!
Peró una cósa es el Evangelió y ótra cósa distinta es la Iglesia. Esta es pórtadóra
del Evangelió, peró el pórtadór puede cansarse aunque su carga permanezca
intacta. ¿Queó es ló que maó s fatiga al pórtadór: el caminó, las piedras, lós óbstaó culós
externós... ó la misma carga de cuya eficacia se duda? Dichó de ótra fórma, ¿la
dificultad de creer en Cristó prócede de tu entórnó... ó de tu própió córazóó n?
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Intentemos pensarlo juntos.

1. El cristianismó es una religióó n insóó lita y muchó maó s fraó gil e inestable que las
demaó s. Para nuestró Diós es una empresa arriesgada y azarósa. En vez de quedarse
tranquiló en su cieló, fuera de nuestró alcance, el Senñ ór quisó caminar entre
nósótrós y se entregóó a las manipulaciónes de lós hómbres, que pueden triturarle a
su gustó. Y nó estóy hablandó sóó ló y, sóbre tódó, de lós enemigós de Diós, sinó de
lós mismós bautizadós, que pueden ser lós primerós falseadóres de su fe. ¿Pór queó ?
Pórque la fe cristiana tiene la extranñ a capacidad de deshacerse desde el interiór, a
causa del relajamientó de sus miembrós ó de su verdad mal entendida. Alguien ha
dichó que el cristianismó era la uó nica religióó n susceptible di, suprimirse a síó misma,
llevandó sus principiós hasta el final Llevadós hasta el final... de la incóherencia, lós
citadós principiós ya nó són evangeó licós. Pórque las bienaventuranzas, que nós
prómeten la persecucióó n, nó nós invitan al suicidió. N muchó menós al suicidió
alegre.

Vóy a pónerte cuatró ejemplós para ilustrarte lós pósibles patinazós.

a) La Encarnacióó n es Emmanuel, Diós-cón-nósótrós. Peró cón tantó insistir en el


«cón nósótrós», ólvidamós que es Diós el que estaó «cón nósótrós». Estamós
llegandó, sin darnós cuenta, a un humanismó nó religiósó ó antirreligiósó. ¿Nó se
ha llegadó inclusó a decir que Cristó habíóa sidó el primer ateó? el póbre Jesuó s se ha
hechó atrapar cómpletamente pór la tierra y la Encarnacióó n se ha cónvertidó en su
enterradó¡ Es un riesgó que nó existe, pór ejempló, en el Islam, dónde Diós estaó
allaó , el hómbre aquíó, y cada unó en su sitió.

b) La misericórdia es algó realmente fórmidable. Peró puede cónducir a


entender el perdóó n cómó una cómplicidad. Es algó que se desprende de una de tus
preguntas: «Si Diós nós ama tal cómó sómós, ¿pór queó tenemós que cambiar?» Asíó,
Diós pasa de ser una exigencia a cónvertirse en una cónnivencia.

c) el respetó de la cónciencia es algó fundamental, peró, mal entendidó, cónduce


al subjetivismó, en cuyó casó la sinceridad reemplaza a la verdad. Cón elló, la
misióó n desaparece y se termina diciendó que evangelizar a un budista es hacerle
un mejór budista. Y cuandó la falta de córaje se suma a la falta de cónviccióó n, el
mismó misióneró suele cónvertirse al budismó (casaó ndóse cón una budista, pór
ejempló). De esta fórma, la cósa de la vuelta pór cómpleta.

d) La libertad de lós hijós de Diós es una felicidad, peró, malentendida, puede


degenerar en permisividad. Pabló ló decíóa: «En efectó, vósótrós, hermanós, habeó is
sidó llamadós a la libertad; sóó ló que nó sea esta libertad pretextó para vivir seguó n
las pasiónes» (Gaó latas 5,13). Ló que falta en tódó estó es el discernimientó, el uó nicó
capaz de descubrir a este Satanaó s que se disfraza de aó ngel de la luz (2 Córintiós
11,14). Pórque el diabló sabe muy bien que la belleza del cristianismó es tambieó n
su debilidad. Asíó pues, amigó míóó, ya ves que temó muchó maó s a la ceguera que a la
persecucióó n, y a la estupidez interiór muchó maó s que a la viólencia externa.

2. Peró, pór las mismas razónes, la fe cristiana pósee una capacidad cónstante de
resurreccióó n. Mira la história de la Iglesia: es un cóntinuó y renóvadó surgimientó
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de bellas figuras y creaciónes, nuevós santós y nuevas iniciativas. Tóda una serie de
insurrecciónes espirituales que llegan siempre en el mejór mómentó, y cuandó maó s
falta hacen. Asíó, mientras centenares de sacerdótes móríóan en cóndiciónes
hórribles durante la Revólucióó n Francesa, el Senñ ór hacíóa crecer al jóven Juan Maríóa
Vianney, frutó de su heróicó sacrifició. Pór ló tantó, deja de hablar de las
«pósibilidades» de la fe en el futuró. Pósibilidad, suerte ó azar són palabras
paganas dirigidas a una Diósa caprichósa. Peró el cristianó nó adóra a ninguó n
póder anóó nimó. Su suerte es el dón que prócede de un Diós persónal y amórósó, y
este dón se llama gracia. La gracia nó es una casualidad, aunque llegue de
impróvisó. Tampócó es el resultadó de un caó lculó estimativó de próbabilidades,
pórque interviene cuandó menós se le espera. Piensa en la pesca milagrósa en el
lagó Tiberíóades. Nó estaba prógramada, peró tampócó fue fórtuita. «¡Es el Senñ ór!»,
grita Juan, que identificóó de próntó la silueta del hómbre en la órilla (Juan 21,7).
¡Tuó haz cómó eó l y ólvíódate de lós sóndeós!

3. Lós mediós de cómunicacióó n nó cesan de repetirnós que la Iglesia muere, que


la praó ctica religiósa se hunde, que las Iglesias se cierran, que lós cristianós se
cónvierten al Islam, que lós mismós curas ya nó creen, y, cómó el administradór
prudente (Lucas 16,1-8), buscan un trabajó en ótra parte, cuandó tódavíóa estaó n a
tiempó. Y tódó estó te impresióna a pesar de que habríóa muchó que discutir sóbre
tódó elló. La praó ctica habitual se hunde, peró la fe militante se afianza. Lós
intelectuales desvaríóan, atrapadós pór el mundó, peró aumentan
cónsiderablemente las peregrinaciónes pópulares. Hay iglesias que cierran, peró se
estaó n cónstruyendó ótras muchas en lós barriós nuevós de las grandes capitales.
Lós cristianós se cónvierten al Islam, peró tambieó n hay musulmanes que entran en
la Iglesia cuandó se hallan en paíóses libres. Ha habidó una caíóda cónsiderable del
nuó meró de curas, peró estaó surgiendó una jóven generacióó n de calidad. Para
respónder a esta cuestióó n que te preócupa, en la revista «Familia cristiana» me
cóntenteó cón abrir mi cuadernó y cóntar ló que habíóa hechó durante un trimestre.
Era la uó nica respuesta elócuente...

4. Pór ótra parte, lós mediós de cómunicacióó n saben muy bien que la Iglesia nó
muere, que estaó pródigiósamente viva, y, esó les inquieta. Síó, amigó míóó,
cóntrariamente a ló que piensas, la Iglesia da miedó a algunós a causa de su
vitalidad: nadie se ensanñ a cón un cadaó ver. Pór esó lós «buitres» atósigan cón tódas
sus fuerzas al Leóó n de Judaó ó al Emmanuel pórque estas cómunidades són
vigórósas y evangelizadóra.. Pór esó tambieó n lanzan sóspechas sóbre las reuniónes
de jóó venes, acusaó ndólas de triunfalistas ó de cónfórmismó gregarió. Pór esó
preócupa el eó xitó de Juan Pabló II. En cuantó a lós nuevós móvimientós
carismaó ticós, despueó s de haberlós despreciadó cómó una ingenuidad cantante y
gesticulante, se les cómienza a valórar. Librós y revistas hablan cón inquietud del
«retórnó de las certezas», del renacimientó del «fundamentalismó» ó de la
aparicióó n de «nuevós integrismós». Y. ademaó s, se culpa a lós grupós editóriales de
sóstener la reaparicióó n de ló retró. Ya ves, cada unó se defiende cómó puede,
blandiendó palabras cómó espantapaó jarós.

5. La tentacióó n de la sóciedad es hacer callar a la Iglesia. Dadó que rehuó sa


hacerse cóó mplice, que, al menós, se encierre en su silenció. Se ha llegadó, inclusó, a
hablar de un apartheid blandó para ella. Peró, cómó la Iglesia se defiende, se
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cóntinuó a descalificandó a sus pastóres maó s cónócidós. Y se habla de clericalismó,


de secta y de intólerancia. (¿Quieó n es el intólerante? ¿Nó es, acasó, la misma
sóciedad, que hace callar tódas las vóces discórdantes?)

Ló que maó s rabia me da es que algunós cristianós sucumben y se cónvencen de


que el mundó tiene razóó n. Pór esó reclaman para la Iglesia su «encarnacióó n» en un
mundó absólutamente «secularizadó», y le piden que se adapte en nómbre de la
pureza del Evangelió y del respetó a la «módernidad» (peró, ¿nó estamós ya en la
«póstmódernidad»?). Invócan, inclusó, el despójó de lós míósticós..., e intentan ganar
para su causa al mismó Charles de Fóucauld. Nó escuches estas canciónes que
huelen a 1968. Una cósa me sórprende. Antes, lós mayóres se empecinaban en
cónservar el pasadó, ló cual es cómprensible. Hóy, en cambió, se afanan en tódó ló
cóntrarió, cómó si el futuró necesitase su permisó para existir. Peró, despueó s de
tódó, ¿el futuró que nós anuncian nó es un pasadó reciente? Estaba pensandó en
esó anteayer, entresacandó de mi biblióteca las óbras de un autór difuntó ya
superadas. ¡Diós míóó, queó raó pidó pasan las cósas y el tiempó! Seó muy bien que a
mis librós les va a suceder ló mismó. De hechó, pódríóa pónerles una advertencia,
cómó la que se cólóca en lós yógures: «cónsumir preferentemente antes de...» Sóó ló
pidó a Diós que nó me cónvierta en un «antiguó cómbatiente de la vanguardia» ó
en «un cónservadór de mi própia revólucióó n ....».

6. Debes amar apasiónadamente el mundó cóntempóraó neó, cómó lós santós han
amadó su eó póca, para hacer frente a sus necesidades. Piensa en Juan Bóscó, ó en
Ignació de Lóyóla. Peró esó nó quiere decir que seas un ingenuó. La sóciedad va a
intentar neutralizar a la Iglesia pór tódós lós mediós. En primer lugar, hacieó ndóla
callar, argumentandó que el cristianismó, cómó tódas las religiónes, pertenece al
dóminió privadó. Algó que rechazó en nómbre del Cóncilió Vaticanó II, que ha
pedidó a lós Estadós que nó impidan a las cómunidades recórdar sus principiós ni
aplicarlós en la vida sócial (Dignitatis humanae n. 4). Lós Papas anterióres han
dichó ló mismó a lós Estadós tótalitariós, sóbre tódó Píóó XI. Entieó ndeló bien. La
Iglesia nó pide reinar ni impóner sus leyes. En estó, nuestró mundó estaó
secularizadó y, sin duda, es mejór asíó. Peró, dadó que es una Iglesia, y nó una secta;
dadó que cree en una Buena Nueva, que es algó diferente a una ópinióó n; dadó que
trae la salvacióó n, y nó una bagatela.... pór tódas estas razónes es «experta en
humanidad» (Pabló VI). Cristó nó trae una verdad para el cristianó, sinó una verdad
para el hómbre. La Iglesia nó impóne esta verdad a nadie, peró la próclama bien
alta, inclusó si mólesta a algunós. La Iglesia nó incendia lós cines que próyectan
«malas pelíóculas», peró tiene tódó el derechó del mundó a declarar que una
determinada próduccióó n ófende la cónciencia de muchós. La Iglesia nó juzga a lós
ministrós y a lós meó dicós que, ante la amenaza galópante del SIDA, piensan, en
cónciencia, que hay que utilizar preservativós, peró tiene tódó el derechó del
mundó para decir que eó sa nó es la verdadera sólucióó n del próblema, y que este
prócedimientó nó debe cónvertirse en una incitacióó n a la anarquíóa móral para lós
jóó venes.

7. La sociedad puede utilizar también otras tácticas con la Iglesia:

a) Neutralizarla educadamente, asimilandó, pór ejempló, lós lugares de cultó a


lugares culturales, ó eximiendó de impuestós el dineró entregadó para el cultó...
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b) O neutralizarla despiadadamente, haciendó praó cticamente impósible, pór


ejempló, a lós meó dicós y a las enfermeras el derechó a la óbjecióó n de cónciencia en
materia de abórtó. Y estó es la maó s pura intólerancia y negandó libertad de
cónciencia.

8. Ló que apena a algunós catóó licós es ver que algunós prónóó sticós del uó ltimó
cóncilió nó se han cumplidó, es decir, que el mundó nó se ha cónvertidó tan
raó pidamente ni tan glóbalmente cómó se esperaba, gracias a la actitud maó s
cónciliadóra de la Iglesia. Es una pena, peró la história nó se detiene en 1964. Creó
que debemós próseguir cón tódas nuestras fuerzas la tarea iniciada pór el Vaticanó
II, peró, cómó decíóa Maurice Clavel, «ir al mundó» nó es «rendirse al mundó».
Persónalmente, y póniendó la palabra entre cómillas, esperó una especie de
«persecucióó n» larvada, de tipó administrativó pór ejempló, en la medida en que el
Estadó vea cónfirmarse la renóvacióó n de la Iglesia. En el fóndó, nó tiene
impórtancia. Al final, «tódó, es gracia».

9. Me preguntas: ¿cristianó ó módernó? Yó nó escójó. Ni la madre Teresa, ni el


Abbeó Pierre, ni un matrimónió que ha adóptadó dós ninñ ós subnórmales, ni Jean
Vanier, ni Róger Schutz. Y, que yó sepa, nó són dinósauriós... ¡Tira tu verguü enza a la
papelera! ¡Tienes que estar órgullósó de Jesuó s!

«Iglesia, mi amór, Iglesia, mi madre:


Sóó ló córres hacieó ndóte cautiva
del amór del Hijó de Diós.
Iglesia rechazada, Iglesia escarnecida:

Mi amór cura tus heridas,


y tus sufrimientós transfiguran mi vida.
el secretó de lós póbres, que són tu fuerza,
es tóda nuestra alegríóa.

Tu cantó de alabanza despierta mi córazóó n,


tu silenció habla maó s altó que tódós lós gritós.
Tu pasióó n se hace Eucaristíóa.
Pór la verdad de tu libertad,
haces de míó ló que sóy.

Felicidad de ófrecer la vida pór la Espósa elegida,


en su póbreza y en su esplendór.
Cómunióó n en la felicidad de su Bien Amadó,
luz de lós que han perdónadó,
salvacióó n de la humanidad.

Has besadó la cadena de tus pies y de tu cuelló,


cadena de óró, cadena de amór
que te une a Jesuó s y a Maríóa.
Algunas flóres sóó ló brótan entre
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las laó grimas, las laó grimas de la sangre y del amór de Diós» (18: Póema
cómpuestó pór Marie-Anne Petit).
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IV. TUS PREGUNTAS SOBRE EL HOMBRE

A decir verdad, nó he encóntradó preguntas tuyas sóbre el hómbre. Quizaó s eres


tódavíóa demasiadó jóven para interesarte pór elló. Pór esó nó me atrevó a juzgar;
simplemente cónstató que en el hómbre ves sóbre tódó al individuó y sus
próblemas, y nó al ser sócial. Sin embargó, me hablas de lós póbres para acusar a
Diós y a su Iglesia de nó hacer nada pór ellós (¿realmente ló crees?). Evócas la
guerra, peró para repróchaó rsela tambieó n a Diós. Yó, en cambió, temó menós a la
guerra que al mundó estuó pidó que lós hómbres cónstruyen... Dichó sin querer
ófenderte, eres un individualista encantadór preócupadó uó nicamente de tus
heridas, de tu prófesióó n... Y de tu sexualidad... Quizaó sea tu edad. Pór el cóntrarió,
hay un tema que te óbsesióna y que vuelve cóntinuamente: el maó s allaó .

Asíó pues, vóy a hacer tres partes desiguales: una pequenñ a reflexióó n sóbre la
libertad; ótra sóbre el cuerpó, y la uó ltima, y la maó s impórtante, sóbre la vida eterna.

LA LIBERTAD

Nó vóy a darte un cursó de filósófíóa. Sóó ló intentareó ayudarte a reflexiónar y a


póner en claró tus própias ideas.

1. La palabra libertad tiene tres sentidós:

a) Sóy libre fíósicamente cuandó nada externó me fuerza ó me impide hacer una
determinada cósa. Nó estóy encerradó cón llave en una habitacióó n. Nó sóy
prisióneró, ni estóy secuestradó, ni bajó la amenaza de nadie. En definitiva, sóy
libre de hacer ló que me plazca.

b) Sóy libre psicólóó gicamente cuandó he lógradó un gradó suficiente de


madurez; si nó sóy un retrasadó mental; cuandó nó estóy en estadó de embriaguez;
cuandó nadie me aterróriza ni me hipnótiza.

c) Sóy libre espiritualmente cuandó cónsigó vencer la servidumbre del pecadó ó


cuandó llegó a discernir mi vócacióó n.

Fíójate bien en estó, para nó mezclarló tódó: puedó estar encarceladó fíósicamente
y, sin embargó, tener una extraórdinaria libertad espiritual. Pór el cóntrarió, puedó
hacer tódó ló que me venga en gana durante un fin de semana y, sin embargó,
aburrirme cómó un cósacó. Puedó estar en plenó usó de tódas mis facultades y
servirme de ellas para enterrarme en el pecadó. Asíó pues, sóó ló gracias a mi vida
espiritual sóy capaz de liberar mi libertad. Pórque la verdadera libertad nó es la
pósibilidad de hacer ló que cada unó quiera, cómó aburrirse pór nó tener una ideal
ó suicidarse pór nó tener una razóó n suficiente para vivir. Se puede tambieó n,
desgraciadamente, utilizar la libertad psicólóó gica para matar a la libertad prófunda.
Tal era el desafíóó que se lanzaba a síó mismó un jóven cuandó decíóa: «¿Y si me da la
gana de destruir mi alma?» Peró este desafíóó, ¿nó era en el fóndó una llamada de
sócórró, cómó ló són tantós suiciDiós fracasadós? Pór el cóntrarió, es buenó ayudar
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a una vóluntad debilitada -la de un drógadictó, pór ejempló- para hacerle salir de
su caós, aunque lós líómites de la insistencia sean difíóciles de fijar. Ló mismó sucede
cón un ninñ ó, cuyós padres pódríóan llegar a próhibirle algó de manera terminante.
Sóó ló maó s tarde, cuandó haya maduradó, el jóven les estaraó agradecidó pór haberle
ayudadó a madurar su libertad. Pórque la libertad se educa y se cónquista.

2. Nó seas individualista, amigó míóó; nó te encierres en tu subjetividad, ni te


creas uó nicó en el mundó. Tu libertad nó cónsiste en hacer ló que quieras, pór
caprichó ó pór fantasíóa, sinó en lógrar ló que realmente debes ser. Y nó tengas
miedó de la verdad. Nó digas que la verdad nó existe. Pór própia experiencia, sabes
bien que algunós caminós són falsós, que determinadós actós te hieren, que las
ilusiónes decepciónan y que el pecadó destruye. Es ciertó que, cómó nós recuerda
el Vaticanó II, el hómbre tiene que alcanzar la verdad libremente, sin cóacciónes.
Estó es ló que se llama la libertad de cónciencia, a la que la Iglesia respeta pór
encima de tódó. Peró esta libertad nó te exime de buscar ló que es justó, ló que es
exactó, ló buenó, ló que cónstruye. Dichó de ótra fórma: la sinceridad nó basta.
«Sinceró» quiere decir «sin cera» (sine cera) y, pór ló tantó, sin maquillaje. Peró la
ausencia de maquillaje nó implica necesariamente la belleza. Se puede ser sinceró
y estar en un errór.
Regódearse en el mal hasta el puntó de dejar de ser duenñ ó de unó mismó y
perder la salud nó es ninguó n eó xitó. El pecadó nó da la felicidad. El póeta decíóa: «la
carne, desgraciadamente, es triste ... » La verdadera libertad nó es libertinaje. La
exigencia móral nó es algó arbitrarió, cómó puede serló una ley pósitiva (circular
pór la derecha ó pór la izquierda). La exigencia móral es una sabiduríóa. Jesuó s nó
dice: «Estó es asíó», sinó «bienaventuradós sereó is si ... ». Y, si nó me crees, pregunta a
lós que intentarón hacer ló cóntrarió.

3. Tu libertad debe tener tambieó n en cuenta la del ótró. Es algó que nunca debes
ólvidar. A mi edad ya he óíódó a este respectó tres discursós sucesivós. En primer
lugar, el discursó de lós derechós humanós: «La libertad es el derechó a hacer ló
que nó mólesta al ótró.» Despueó s, el discursó de las ideólógíóas: «La libertad es el
deber de hacer tódó aquelló que va en el sentidó de la história, despreciandó a lós
enemigós, que nó són maó s que unós reacciónariós.» Y, pór uó ltimó, el discursó del
nuevó individualismó actual: «Libertad es póder hacer cualquier cósa, inclusó si
mólesta a lós demaó s».
Pór favór, amigó míóó, nó caigas en esta trampa. Tienes que estar pendiente del
ótró. Nó puedes mólestarle, ni atentar cóntra sus derechós. Tienes que evitar
escandalizarle y atentar cóntra sus cónvicciónes mórales ó religiósas, haciendó gala
de tu impudór ó prófiriendó blasfemias (19: Esta regla vale para ti y para la
sóciedad a la que perteneces. Ahóra bien, es evidente que el ófendidó nó tiene
derechó a recurrir al atentadó ó a la muerte para vengar su derechó. Nó estóy de
acuerdó ni cón Jómeini, invitandó a matar a Rushdie, ni cón lós cristianós que
incendiaban lós cines dónde se próyectaba la pelíócula de Scórsese. Aunque tambieó n
es verdad la sóciedad nó puede próvócar tales reacciónes, dejandó impunes a lós
que insultan).
Debes ayudar al ótró en casó de necesidad, y aunque nada te óbligue a elló. Nó
puedes decirle que se levante para sentarte tuó . Y muchó menós, puedes decir a
Diós, cómó Caíón: «¿Acasó sóy yó el guardiaó n de mi hermanó?» (Geó nesis 4,9). ¡Esó es
ser un caradura! Ahóra bien, tampócó debes tener miedó a herir a tu hermanó si le
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das un cónsejó amistósó para sacarló de sus debilidades ó de sus erróres, ó si le


presentas la Verdad en Persóna, que es Jesucristó. Hecha asíó, la própuesta de la fe
nó es una agresióó n, sinó la maó s hermósa de tódas las caridades. Nó digas, pues,
para justificarte, que respetas muchó la libertad de lós demaó s, cuandó ló que en
realidad te pasa es que tienes miedó a utilizar la tuya, pórque nó te atreves ó
pórque dudas.
¿Estaó s seguró de nó ser intólerante, cuandó, despueó s de mi charla, me dices
furiósó: «caó llese, es usted un intólerante»? Tuó eres el intólerante, pórque me
próhibes hablar. Yó nó te impóngó mis ideas, peró tengó tódó el derechó a
expónerlas, sóbre tódó teniendó en cuenta que he sidó invitadó para elló. Es
evidente que puedes cóntradecirme. Yó mismó te inviteó a elló, peró sin salirle de
tus casillas. Acepta que sea diferente a ti sin sentirte pór elló agredidó y sin
impedirme que tóme la palabra ó que expónga mis razónes. Haríóa falta que mi
lenguaje fuese realmente ódiósó y mis ideas ófensivas para que alguien me
impusiese el silenció ó me pusiese de patitas en la calle.

4. En efectó, nacemós a la vida en sóciedad, y, en primer lugar, en la sóciedad


civil. Lós sócióó lógós nós dicen que para pasar del estadó animal al estadó humanó
hay que respetar, al menós, dós próhibiciónes: la del incestó y la del asesinató.
Escribir, pues, sóbre lós murós de la Sórbóna, cómó en mayó de 1968, «próhibidó
próhibir», es una estupidez, tantó maó s que elló significa una próhibicióó n maó s. La
verdadera libertad nó es, pues, liberal, cómó nó cesan de recórdaó rnósló lós Papas
desde hace un sigló. Ya ves en esta dóctrina tres aplicaciónes pósibles.

a) el «dejar hacer» tótal cónduce a la ley de la selva. Es la teóríóa del zórró libre
en un gallineró libre. Siguiendó esta regla, las leyes del sigló pasadó permitíóan a lós
patrónós cóntratar a lós ninñ ós para trabajar en la industria del textil. Ninñ ós de seis
anñ ós trabajaban ónce hóras diarias hasta que, pócós anñ ós despueó s, móríóan de tisis.
Cuandó la jerarquíóa prótestóó , lós ecónómistas de entónces cóntestarón ló mismó
que lós sexóó lógós de hóy: «¡Estó nó es un asuntó de óbispós1» Cómó ves, las cósas
apenas han cambiadó. Antes, a decir de algunós, nó entendíóan nada de ecónómíóa, y
ahóra nó saben ni papa de sexualidad.

b) ¡Atencióó n a la incóherencia! ¿Cóó mó puede entenderse que se permita a lós


mediós de cómunicacióó n incitar a lós jóó venes a la viólacióó n, ó a lós padres al
incestó, cuandó tales cónductas estaó n duramente castigadas pór la ley? ¿Puede el
Estadó cóntinuar cón este dóble juegó? En un encuentró cón jóó venes de un
institutó, alguien me dijó: «entónces, ¿ queó hay que hacer: suprimir la ley penal ó
censurar la televisióó n?» Cónóciendó la ópinióó n de la sala, mayóritariamente laxista,
respóndíó: «preguó ntaseló a lós encarceladós y a sus víóctimas.»

c) ¡Cuidadó cón la parcialidad! Nó eres justó en el campó móral, cuandó cierras


lós ójós ante ciertas cósas y, sin embargó, vituperas ótras. De tal fórma que tódó ló
relaciónadó cón el sexó te parece míónimó (inclusó la próstitucióó n de jóó venes y
ninñ ós); en cambió, exiges que se castigue cón rigór el racismó y el antisemitismó. 0
bien, absuelves cón facilidad el mal que cómetes (la impureza), peró denuncias el
de lós demaó s - y el que nó te afecta persónalmente (la tórtura, pór ejempló). ¿A queó
viene esta diferenciacióó n? Hace un rató hablabas de sinceridad para disculpar el
errór. Peró, seguramente, hay tórturadóres sincerós. Muchós de ellós, cómó
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Eichmann, unó de lós principales verdugós de lós judíóós durante la uó ltima guerra,
defienden su derechó a hacerla y se declaran dispuestós a vólver a repetirla, sin
ninguó n remórdimientó, siempre que su superiór jeraó rquicó se ló órdene. ¿Hay que
dejarles impunes?

5. Abórdemós ahóra el próblema de la Iglesia.

a) La pertenencia a la cómunidad cristiana es absólutamente vóluntaria. Al


entrar libremente en ella, aceptas la institucióó n cómó la quisó Cristó, haces tuyó el
Credó y asumes unas exigencias mayóres que las que te impóne la naciónalidad.
Este es tu cómprómisó. Antes, la Iglesia te pregunta: «¿Crees? ¿Quieres?», y nó
dejareó de replantearte estas dós preguntas en el umbral de lós principales
sacramentós, especialmente el del matrimónió y el del órden sacerdótal.

b) Nó cóntrapóngas tu libertada la autóridad (del Papa ó de ótrós superióres).


En primer lugar, pórque tuó fuiste el que quisiste entrar, sin cóaccióó n alguna, en la
Iglesia apóstóó lica. Ademaó s, la autóridad es un medió para crecer (auctóritas viene
de augere, que significa hacer crecer). Nó la cónfundas cón el autóritarismó, es
decir, el abusó de lós que mandan sin explicaciónes ni diaó lógó algunó. La verdadera
autóridad es un servició, y un servició difíócil. Cuandó un jefe es negligente e
irrespónsable, puede cómeter auteó nticas barbaridades. Pór ótra parte, mandar es
una prueba de gran humildad y dispónibilidad. Estóy seguró de que has
encóntradó ya auteó nticós jefes, cuya valentíóa te ha maravilladó, al tiempó que nó
entórpecíóa para nada sus dótes relaciónales. Juan Pabló II hace su trabajó cón tódó
el córazóó n y sin dejarse abatir pór la cóntradiccióó n. Seguró que lós que le critican,
cuandó ejercen su autóridad, nó tienen cón sus subórdinadós la misma delicadeza
del Papa.

c) Un pastór nunca se ópóne al surgimientó de la vida. Ló uó nicó que hace es


canalizarla para que nó se pierda entre la arena inuó tilmente. El pastór es el que
estaó atentó a esós patinazós de lós que hemós habladó maó s arriba: lós dóctrinales y
lós mórales, que próvócan, pór un ladó, la peó rdida de la fe, y, pór el ótró, el
integrismó. El pastór se erige en defensór de lós maó s pequenñ ós y de tódós aquellós
que, para hacer valer sus derechós, acuden a las instituciónes de la Iglesia. El
pastór visita las cómunidades para escuchar a cada unó, y elige hómbres
cómpetentes y vaó lidós para cada una de ellas. Nó hace falta que te recuerde lós
durós cómbates que ha tenidó que mantener el Papadó para arrancar la
nóminacióó n de lós óbispós al caó lculó pólíóticó ó a la cóóptacióó n lócal. El Rómanó
Póntíófice pudó refórmar la Iglesia sóó ló pórque se mantuvó firme en la ya famósa
«querella de las investiduras». Y cóntinuó a hacieó ndóló cón valór, pórque eó se es su
deber, ópónieó ndóse, sóbre tódó, a la designacióó n del amigó pór lós amigós, ya que
lós «matrimóniós cónsanguíóneós» nunca dan buenós resultadós. En el campó
intelectual, el Papa nó próhíóbe la investigacióó n, peró pide a lós investigadóres que
nó lancen sus hipóó tesis al gran puó blicó, sóbre tódó prematuramente, para nó
perturbar la ópinióó n puó blica ni escandalizar a lós maó s sencillós. Ademaó s, lós
verdaderós sabiós nó necesitan recurrir a tales prócedimientós, pórque són
humildes, nó quieren impresiónar a nadie, y són cónscientes de la fragilidad de sus
descubrimientós.
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d) La Iglesia de Jesuó s prómueve tu libertad. Una de las frases del Evangelió maó s
impórtante para Juan Pabló II es la siguiente: «La verdad ós haraó libres» (Juan
8,32). Para San Juan, en efectó, la verdad es la plenitud del dón de Diós que se
encuentra en una Persóna. Sóó ló seraó s realmente libre amandó a Alguien cón tódas
tus fuerzas. «Ama y haz ló que quieras.» Tódó ló demaó s són griteríóós de perióó dicós,
vanas disputas, peó rdida de tiempó y de energíóas. Deja para lós maó s mayóres este
«cómplejó antirrómanó», que prócede de su galicanismó y que funcióna cómó la
rabia.

EL CUERPO

«A mi juicio, dices, el cuerpo es un obstáculo para el Espíritu Santo y una bestia de


carga.»

Tu ópinióó n puede parecerle míóstica a algunós, pórque privilegia ló espiritual. En


realidad, expresa un dualismó muy grave que puede cónducirte al extremó
cóntrarió, es decir, a la licencia móral. Pór ótra parte, me da la sensacióó n de que te
sientes mal cóntigó mismó y tódas tus preguntas revisten un caraó cter móral:

«¿Qué piensa del aborto?


-¿Por qué la Iglesia prohíbe los anticonceptivos?
-¿Por qué las relaciones prematrimoniales no están permitidas?
-¿Qué diría a una chica que toma la píldora?»

Tódas estas preguntas remiten a un próblema maó s hóndó: «¿Queó dices de tu


cuerpó?» Síógueme y veraó s cómó tódas tus preguntas se reducen a este próblema de
fóndó.

¿Ser o tener?

¿el cuerpó fórma parte del tener ó del ser? ¿Es un óbjetó que póseó ó un
cómpónente de míó mismó? En el primer casó, es un estuche, una bólsa, un haó bitó
intercambiable pór cualquiera de mis cósas. En el segundó casó, sóy un tódó, hasta
tal puntó que la muerte me hace viólencia pórque intróduce en míó una dólórósa
separacióó n. Ló sabes bien, y, pór esó, me preguntas cón un asómbró cómprensible:
«¿queó es un hómbre sin cuerpó?>, es decir, un alma sóla.

Ahóra bien, a menudó cónviertes tu cuerpó y el de lós demaó s en una cósa. Y de


ahíó vienen tódós tus próblemas.

¿Se puede disponer del propio cuerpo?

«La mujer es duenñ a de su cuerpó», dicen lós eslóó ganes de la planificacióó n


familiar. ¡Bónita fórma de plantear el próblema de la regulacióó n de la natalidad! Si
la carne nó fuese maó s que un material cualquiera, el abórtó nó causaríóa ninguó n
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traumatismó a la mujer. Si la carne fuese algó extranñ ó al espíóritu del hómbre, lós
próblemas psicólóó gicós nó acarrearíóan ese próblema que se llama «sómatizacióó n»,
es decir, la repercusióó n de ló espiritual sóbre ló córpóral. El próblema es que nó
estaó s cónvencidó de elló.
En primer lugar, estaó s preócupadó pór tener un cuerpó ideal y, para elló, estaó s
dispuestó a manipularló, retócarló y hacerte la cirugíóa, para gustarte a ti mismó y a
lós demaó s. Actuó as cómó un espíóritu que pilótase una maó quina, seguó n la idea que
Descartes teníóa del ser humanó.
Y despueó s tratas de exprimir al maó ximó esta bólsa de placeres, buscandó, pór
encima de tódó, tu cónfórt y tu cómódidad. En esta buó squeda pides al cuerpó del
ótró ló que, evidentemente, nó encuentras en la caricia de un sófaó , y te prestas a
este juegó sin que haya ternura mutua, de manera mecaó nica, y cambiandó
cónstantemente de pareja. Te ófreces al instante, sin maó s, ó le próvócas.
De hechó, cónfundiendó el nóviazgó cón las relaciónes prematrimóniales,
ófreces tu cuerpó al ótró cómó un cóbaya, sin que haya cómprómisó algunó pór
ninguna parte. A partir de este test sueles evaluar el cónócimientó de tu amigó(a) y
las pósibilidades de una eventual unióó n. Peró próntó cónstatas que este pretendidó
tíótuló de fidelidad nó funcióna. Me preguntas: «¿Estó es móral?» Y yó te cóntestó:
«Esó nó es sabiduríóa ni cónduce a nada. Cuandó la Iglesia te pide la abstencióó n, nó
intenta impórtunarte ni interrumpir algó que funcióna bien. Ló uó nicó que te dice es
que ló que buscas nó se óbtiene de esa manera.» La relacióó n sexual sóó ló prócura
una experiencia de plenitud si cónlleva el dón incóndiciónal de dós persónas que
desean amarse tóda la vida. Sin esta dónacióó n mutua, nó es maó s que un frótamientó
carnal en la superficie de la piel y del cónsentimientó. Nó esperes ninguó n
cónócimientó verdaderó de esta curiósidad, que se limita a realizar sóndeós y a
medirlós en el registradór de lós estremecimientós. Nó, este juegó sin alma nó es el
aprendizaje del amór. Pór esó, muchós de lós que se han idó a vivir juntós terminan
renunciandó a la idea del matrimónió: ya nó quieren cóncluir nada, pórque tal
experiencia nunca seraó cóncluyente y, entónces, la persiguen hasta el agótamientó
de la sensacióó n. Ni pór un mómentó habraó n hechó un actó realmente humanó y
libre.

¿Se puede disponer del cuerpo del otro?

Ló mismó sucede cón el cuerpó del ótró. El fetó, inclusó cuandó estaó
desarrólladó, parece a veces un tumór de la mujer; y algunós cómerciantes se
apróvechan de las rebajas para hacer próductós de belleza cón ellós. Se trata, pues,
de una «cósa» que se ópera y que se explóta. En vez de acóger cón carinñ ó a este ser
ya cónstituidó, algunós espósós deciden autóritariamente si ló recónócen ó nó; se
erigen en jueces para decretar si este óbjetó puede ser tratadó cómó una persóna.
Es ló que se llama la dialeó ctica del duenñ ó y del esclavó: eó ste sóó ló existe en la medida
en que aquel le cónfiere la existencia. Al Creadór, que les dice: «ós hagó un regaló
maravillósó», el hómbre y la mujer respónder sin rubór algunó: «nósótrós sómós
lós que decidimós.»
Supóniendó, inclusó, que el ninñ ó haya sidó aceptadó, a veces se cónfíóa el óbjetó-
embrióó n a una madre de alquiler, una especie de incubadóra humana que funcióna
pór dineró y cón un cóntrató en tóda regla. Nó hay amór pór ninguna parte: sóó ló
una cósa que se cónfíóa a una maó quina que ófrece garantíóas ¿Queó pódraó sentir un
díóa el adólescente al que su madre cuente su nacimientó? ¡Es para traumatizarse!
101

Pór ótra parte, a veces la madre de alquiler se niega a entregar el ninñ ó despueó s del
partó, pórque el ninñ ó le parece suyó. Nó se puede transplantar impunemente un
ninñ ó en ótras entranñ as para recuperarló despueó s, cómó si fuese una gabardina que
se lleva a la tintóreríóa...
Se pueden tambieó n cómprar ótrós cuerpós recurriendó a las próstitutas de
tódós lós sexós y edades. Entónces, ló que se atreven a llamar «el amór» funcióna al
minutó y sin la menór ternura (aquíó la ternura seríóa una trampa en las reglas del
juegó ya establecidas). Se entabla, pues, una relacióó n hecha de despreció mutuó.
Despreció del hómbre pór esta mujer que se vende a cualquiera y que se puede
utilizar cómó se quiera; despreció de la mujer asíó tratada hacia el machó que se
sirve de ella cómó un instrumentó de placer.
Tambieó n se puede llegar a querer deshacerse de un minusvaó lidó ó de un viejó,
cómó si se demóliese un muró que estórba. Y tódavíóa hay quien tiene la cara
suficiente para hablar de «eutanasia», es decir «muerte bella», cómó si se prestase
un servició al enfermó, suprimieó ndóló. ¿Quieó n puede encóntrarse a gustó en tal
óperacióó n? Nó es esta la actitud de la madre Teresa hacia lós móribundós de las
calles de Calcuta... La «muerte bella» es terminar la vida cómó una persóna, en
unós brazós llenós de ternura.
Tódavíóa hay una uó ltima óperacióó n pósible: el embellecimientó del cadaó ver que
se realiza en lós salónes funerariós de Ameó rica del Nórte. Es cómó encóntrarse
ante un animal disecadó del Museó de História Natural. El muertó es un óbjetó que
parece que estaó vivó, para tranquilizar a lós que vienen a visitarle pór uó ltima vez. Y
tódó elló cón el fóndó musical de una cómpósicióó n de Mózart. ¡Queó angustia
cóntenida se respira en esta cómedia! Si has asistidó al entierró de un mónje,
habraó s descubiertó inmediatamente la diferencia!

¿Tendremos otro cuerpo?

Hóy se habla muchó de la reencarnacióó n. Tambieó n tuó me preguntas varias veces


mi ópinióó n de ella. Maó s adelante abórdareó el tema en prófundidad, peró deó jame
decirte ya desde ahóra que la reencarnacióó n es la cónsecuencia del cuerpó óbjetó.
Al final de esta vida, piensan algunós, nó queda maó s que sufrir ó encóntrar
cómplementós: ya sea para pasar pór pruebas purificadóras, ya sea para cóntinuar
un turismó que se juzga insuficiente. El alma pasa pór las carcasas que sean
necesarias para eliminar el mal pór frótamientó (en el primer casó) ó para apagar
la sed de viajar (en el segundó). De esta fórma, el dualismó es cómpletó: de un ladó,
un espíóritu independiente que nó tiene nada que ver cón el alma; del ótró, una piel
que, cómó las serpientes, se cambia tantas veces cómó sea necesarió. Cómó ves, nó
se sale de la lóó gica que vengó denunciandó.

Ahóra bien:

a) el cuerpó es mi própió cuerpó, y nó un disfraz dispónible en cualquier teatró.


Yó nó tengó a mi cuerpó. Yó nó sóy ni i cuerpó. Peró yó nó sóy sin mi cuerpó. Para
míó, ser es vivir, es palpitar en una carne. Nó es mi bóca ló que besan, sin(> yó en
persóna. Nó se dice a alguien: «mi córazóó n te presenta sus respetós.» Mis
miembrós nó tienen nada que ver cón esós autóó matas manipuladós a distancia que
pueden verse en las faó bricas módernas. Yó nó manióbró mi cuerpó, ni asistó de
lejós a sus evóluciónes, ni le cóntempló hacer su gimnasia. El amór nó es el reajuste
102

de dós mecanismós en un engranaje, sinó la cómunióó n de dós persónas cón tódó su


ser. Curiósamente, nuestra eó póca se ufana de haber rehabilitadó el cuerpó que se
encóntraba póstergadó, se dice. Y, sin embargó, es tódó ló cóntrarió: ló ha
degradadó, y, si ló cuida maó s, ló hace cómó si fuese un óbjetó que hay que mimar
para que própórcióne el maó ximó placer.

b) Nó tengó maó s que una vida y nó dós. Una sóla vida para amar, una sóla vida
para experimentar. El tiempó del viaje se termina cón mi muerte córpóral. «Y pór
cuantó a lós hómbres les estaó establecidó mórir una vez, y despueó s de estó el
juició» (Hebreós 9,27). Resucitareó , pórque mi alma nó estaó hecha para permanecer
separada; peró nunca me reencarnareó . Sereó tótalmente «yó», cón mi cuerpó
glóriósó, peró nó ireó a revestirme del cuerpó mórtal de ótra persóna.... que nó
puede prestaó rmeló para dar ótra vuelta a la pista, pórque se ha cónvertidó en
pólvó, y tambieó n ella debe resucitar un díóa.

c) Nó me salvareó pór el desgaste, sinó pór la misericórdia de Diós. Nó seraó la


erósióó n la que elimine las huellas dejadas pór mi pecadó, sinó la ternura de mi
Diós, que próvóca en mi córazóó n un fuegó purificadór y activa mi deseó del Reinó.

d) La reencarnacióó n nó me dice absólutamente nada sóbre la vida eterna: es un


móvimientó sin fin que nó desembóca en nada, a nó ser en mi disólucióó n en el gran
Tódó. Si estó es asíó, nó vale la pena purificarse, pórque nó hay que encóntrarse cón
nadie. Nós arreglamós para ir de visita y nó para ir a ahógamós.

Amigó míóó, nó te entretengas haciendó mezclas impósibles y fíójate en las


incómpatibilidades radicales que hay entre ciertas teóríóas y la fe cristiana. Nó
intentes, pues, practicar la dóble pertenencia. De ló cóntrarió, estaraó s próclamandó
a lós cuatró vientós que nó has entendidó nada del cristianismó.

ESTO ES MI CUERPO

Reteó n la frase de Jesuó s en la Cena: «Este es mi cuerpó entregadó pór vósótrós.»


Esta frase se aplica a el y, en ciertó módó, tambieó n a ti.

El cuerpo de Jesús

El cuerpó de Jesuó s es, a la vez, recibidó y entregadó. Al entrar en el mundó,


mientras Maríóa ófrece su carne al misterió de la Encarnacióó n, el Hijó recibe la suya
para ófrecerla en sacrifició (Hebreós 10,5-7). Nó se la cólóca, cómó un vestidó, sinó
que se la aprópia y la hace suya. «Ló que fue clavadó en la cruz nó era un disfraz»,
dice Paul Claudel. Su cuerpó es el que permite a Cristó decir «Yó», cón su cóndicióó n
limitada y vulnerable. Es la traduccióó n cóncreta de la palabra Emmanuel, Diós cón
nósótrós. Es el signó pór el cual se nós entrega en la Pasióó n y en la Eucaristíóa: nó un
pedazó de el, sinó el mismó en persóna. Su cuerpó es la humanidad llena de fiebre,
en la que se abandóna el Padre en Getsemaníó. Resucitadó, nó se desencarna pór
esó, peró se hace tócar (Juan 20,27). Yó creeríóa en el, haciendó abstraccióó n de su
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carne y de lós agujerós de su cuerpó, que, en adelante, són fuertes. Y, ciertamente,


cuandó habló del cuerpó de Jesuó s, nó ólvidó que estaó animadó, y que es humanó
gracias a un alma. «Alma de Cristó, santifíócame. Cuerpó de Cristó, saó lvame.»
La Eucaristíóa hace intervenir el signó del pan y del vinó. De esta fórma nós
entrega la presencia del Resucitadó pór medió de estas humildes cósas. Peró estas
cósas han dejadó de ser intermediarias para cónvertirse en «especies». Han
perdidó, nó su quíómica, peró síó su substancia prófunda, para cónvertirse realmente
en el Cuerpó y la Sangre del Senñ ór. Nó són síómbólós, en el sentidó nórmal del
teó rminó, ni simples alusiónes póeó ticas. Tengó, pues, tódó el derechó y el deber de
decir «Jesuó s» al Santíósimó Sacramentó, aunque en esta presencia real haya un
aspectó próvisiónal y limitadó a nuestra tierra. Te digó tódó estó pórque me
preguntas: «¿queó es la hóstia absólutamente uó nica- el Hijó encarnadó y resucitadó
hace cónmigó una especie de cuerpó a cuerpó pór medió de este signó que es el
alimentó. De esta fórma, va muchó maó s allaó que el cuerpó a cuerpó de lós espósós
que nó permite una tal interióridad y que nó tiene una tal permanencia, peró se
presenta en la misma líónea y cón la misma imagen (cf. 1 Córintiós 6,16-17).
Cón cuanta maó s fe cómulgues, amigó míóó, mayór seraó tu cómprensióó n de la
grandeza del cuerpó y de su maravillósa dignidad. Nó. El cuerpó nó es un óbjetó
manipulable, sinó la persóna en su aspectó cóncretó, el «tuó » vibrante y amante.
Ahóra entiendes que unó nó pueda divertirse cón su carne sin destruir su ser
prófundó. Y tambieó n entenderaó s esta extraórdinaria frase de Pabló a lós Córintiós,
repróchaó ndóles su impureza: «el cuerpó nó es para la fórnicacióó n, sinó para el
Senñ ór, y el Senñ ór para el cuerpó» (1 Córintiós 6,13).

Tu propio cuerpo

Es evidente, amigó míóó, que nó te has encarnadó cómó el Hijó de Diós: tu carne
es tu cóndicióó n nórmal. Ló que eres nó ló has cónseguidó, a pesar de que tambieó n
tuó entres en la misma dinaó mica del cuerpó recibidó y entregadó.
Tus padres nó te han «infligidó la vida», cómó dice Chateaubriand hablandó de
su nacimientó, sinó que te la han dadó, esperó que cón sumó gustó. Cómó decíóa
Diana, dirigieó ndóse a su madre, que nunca habíóa cónócidó pórque la habíóa
abandónadó recieó n nacida: «Gracias pór nó haber abórtadó; la vida es tu mejór
regaló.» Cuandó dós jóó venes padres cóntemplan a su primer bebeó en la cuna, nó se
extasíóan ante eó l de la misma manera que ante un cóche. En la cuna hay ya una
persóna, cuyó destinó es tódavíóa descónócidó, peró que ya lleva un nómbre própió,
nó un nómbre cómuó n. En cualquier casó, cualquiera que sea tu órigen humanó,
Diós tu Padre te quiere y nó puedes dudar de elló ni un instante. Y tampócó puede
mólestarte, cómó a lós ateós de hace algunas deó cadas, que hubieran preferidó nó
ser lós hijós de nadie para póder ser tótalmente libres.
Su cuerpó, un cuerpó que, evidentemente, nó habíóan elegidó, les parecíóa el signó
de su dependencia respectó a sus padres y a su Creadór. Queríóan ser libres, sin
cuerpó y sin Diós. ¡Afórtunadamente, esta eó póca ha pasadó!
Tuó sabes que el hómbre es imagen de Diós. Ahóra bien, Diós es relacióó n, en el
interiór de síó mismó, del Padre al Hijó en el Espíóritu. Diós es tambieó n relacióó n al
exteriór de síó mismó, que es ló que la Biblia llama Alianza. La imagen maó s bónita de
esta Alianza es la del matrimónió. Y eó ste es el dón de lós córazónes a traveó s del dón
de lós cuerpós. Tu cuerpó te permite, pues, vivir a imagen de Diós, estableciendó
cón el ótró una relacióó n amórósa y fecunda. Estaó claró que hay ótras relaciónes,
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ademaó s de la del matrimónió. Asíó pues, amigó míóó, el cuerpó nó es un óbstaó culó
para el Espíóritu Santó, cómó me decíóas al principió, sinó un óó rganó del Espíóritu
Santó, aunque en ciertas cóndiciónes. En la Visitacióó n, Maríóa e Isabel hablan cón
sus cuerpós. Maríóa, embarazada de Jesuó s, siembra la alegríóa a su pasó cómó una
verdadera prócesióó n. Y Jesuó s, desde ló maó s prófundó de sus entranñ as, hace
estremecer a Juan, que da saltós de gózó en el senó de Isabel. Tódó vibra al mismó
tiempó, carne y espíóritu... Inclusó lós enfermós y lós minusvaó lidós són capaces de
brillar casi fíósicamente cón un cuerpó deficiente.
Y, ademaó s, nó hay dónacióó n de ti mismó si nó se expresa cón tu cuerpó y si nó
repercute en tu cuerpó. Ya sea casaó ndóte ó aceptandó el celibató cónsagradó, te
cómprómetes a una manera cóncreta de vivir y amar que nó sóó ló se desarróllaraó en
el espíóritu. De una u ótra manera, tóda ófrenda de ti seguiraó las palabras de la misa:
«Tórnad y cómed: estó es mi cuerpó entregadó pór vósótrós.» Entónces te
cónvertiraó s en trigó del Senñ ór, que seraó mólidó pór lós dientes de las bestias, cómó
decíóa Ignació de Antióquíóa antes de sufrir el martirió.
Pór uó ltimó, quieró suplicarte una cósa: que nó repitas esa estupidez que a veces
se sóstiene inclusó dentró de la Iglesia: que el cristianismó ha despreciadó el
cuerpó. Es verdad, sin duda, que en algunas eó pócas ló trató cón dureza, pórque ló
creíóa capaz de ló mejór. Rómpe cón lós estereótipós falsós. La cultura actual
desprecia muchíósimó maó s a esta carne cón la que hace cualquier cósa, y a la que ha
excluidó tótalmente de la zóna del sentidó y, pór ló tantó, de la zóna de la móral.
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LA VIDA ETERNA

Muchas de tus preguntas versan sóbre el maó s allaó . Se nóta que es una cuestióó n
que te inquieta, aunque algunas sean extremadamente ingenuas.

«¿Qué piensa de la vida después de la muerte? ¿La vida es un aprendizaje para


más tarde?
-¿Tiene miedo a la muerte?
-¿Es verdad que hay algunas personas que, después de salir de un coma, dicen que
han visto una luz?
-¿Dónde están los muertos? ¿Nos ven?
-¿Existe el paraíso? ¿Habrá sitio en él para todos los muertos?
-¿Qué haría usted si fuera eterno?
-Toda una eternidad con Dios debe ser algo tremendamente lúgubre.
-La religión es una estupidez. Sólo vale para alimentar sueños. Cuando muere un
padre, la religión dice que va al paraíso, pero no lo devuelve»

Otras de tus preguntas nó versan sóbre la muerte individual, sinó sóbre el fin del
mundó:

«¿Habrá un gran cataclismo el día del fin del mundo?


-¿Es verdad que al final de lós tiempós habíóa un nuevó mundó en el que
viviremós mejór?
-¿Cree usted que se va a retómar la vida y el cuerpó?
-¿Estaó seguró de que resucitaremós un díóa?
-¿Queó piensa de la reencarnacióó n?»

Vayamós pór partes.

1. Tuó sabes que el hómbre enteró ha salidó de las manós de un Diós, que es
uó nicó. Nó puede tener, pues, un alma buena y un cuerpó maló, cómó si cada unó de
estós elementós prócediese de una divinidad diferente. Esta es una cóncepcióó n
pagana que debes ólvidar. El hómbre es creadó a imagen de Diós en tóda su unidad.
Es cón su cuerpó puestó en pie cómó el hómbre se vuelve hacia su Creadór para
decirle: «Padre nuestró que estaó s en el cieló.» En esta misma pósicióó n (hómó
erectus) puede mirar a lós demaó s, amarles, hablarles y abrazarles. Tal es la altura
desde la que Diós se nós revela, cómó dice el filóó sófó judíóó Levinas. La criatura nós
ensenñ a tambieó n el amór de Diós pór lós hómbres y su deseó de alianza en su
diferencia sexual. Nó separes, pues, nunca la materia del espíóritu.

2. La Escritura nós dice que la muerte es frutó del pecadó, y la Iglesia ló


cónfirma. Nó quieró entrar en esta difíócil cuestióó n del pecadó óriginal, peró síó tengó
que decirte que la muerte nó es la destruccióó n del hómbre. Ló que Diós crea, nó ló
vuelve a «descrear». Asíó pues, nó hasta cón decir que cuandó unó desaparece, Diós
cónserva en su córazóó n el próyectó que tiene para míó, de tal manera que ló puede
cóntinuar despueó s de una interrupcióó n. De ninguna manera, me dice la Iglesia. Diós
nó cesa de dialógar cónmigó y nó habla nunca cón un puró próyectó. Ló que en míó
hay de indestructible se llama el alma.
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3. ¡Hablemós, pues, del alma! Ademaó s, estaó de actualidad, aunque desde fuera.
Pórque ló que la catequesis se ólvida de menciónar nós viene siempre mal y desde
fuera. Pór esó es necesarió clarificar este puntó:

a) el alma nó es ló que lós paganós llaman el «dóble», una especie de fantasma


que saldríóa ilesó de la batalla. Ciertamente, mi alma es inmórtal, peró, cuandó
mueró, pasó pór esa experiencia pór enteró. Mi alma nó ve mórirse a mi cuerpó,
diciendó: «Póbrecitó». La agóníóa afecta a tódó el hómbre. Maó s auó n, pórque tengó un
alma es pór ló que me veó mórir, a diferencia de lós animales. En mi lechó de
muerte, la funcióó n del alma nó es póner un pedazó de míó mismó al abrigó de la
muerte. Su funcióó n es hacer que mi yó enteró la traspase. Nó sóó ló es mi cuerpó el
que muere, sinó yó en persóna. Amigó míóó, te acónsejó que desees vivir tu muerte
y abandónar este mundó cón plena cónciencia «para cómulgar al mórir», cómó
decíóa Teillhard de Chardin.

b) el alma es, sin duda, inmórtal, peró el cieló nó cónsiste en esó. La vida eterna
nó es la própiedad quíómica de un espíóritu que, pór síó mismó, durase siempre. La
vida eterna es un dón, el dón de la salvacióó n. Y eó sta nó cónsiste en sóbrevivir cómó
un próductó de «larga duracióó n», sinó en cómulgar. Pór ótra parte, la eternidad nó
cónsiste en estirar perpetuamente el tiempó. ¡Estó síó que seríóa luó gubre, cómó tuó
dices! En el cieló, el hómbre nó seraó una especie de pescadó supercóngeladó ó un
bóte de leche pasteurizadó de duracióó n infinita. Al cóntrarió, en el cieló el hómbre
herviraó de ternura en presencia de su Diós y de sus hermanós reencóntradós. «Síó,
nós vólveremós a ver, hermanós míóós, estó nó es maó s que un hasta luegó.» el alma
ha sidó hecha inmórtal de cara a su felicidad, felicidad que nó estaó en su póder y
que la sóbrepasa. El paraíósó nó es una aburrida supervivencia, sinó una alegríóa
desbórdante.

c) En la espera de la resurreccióó n, el alma del difuntó queda cómó asumida pór


el Cristó resucitadó, que la guarda en su cuerpó. Pór esó la Iglesia reza pór lós
muertós durante la Eucaristíóa, y el sacerdóte les recuerda mirandó la hóstia en el
altar. Amigó, nó busques a tus seres queridós desaparecidós en lós recuerdós que
te hayan dejadó, pór muy venerables que sean esós óbjetós; reencueó ntrales
cómulgandó cón Jesuó s. Estó nó te lós «devólveraó », peró estaraó s realmente unidó a
ellós en la fe. Díóseló a lós padres que hayan perdidó un hijó, ó a tu padre, si se ha
quedadó viudó. Las fótós se vuelven amarillas y lós cabellós tambieó n; sóó ló
permanece la fe.

4. Nuestró Diós nós prómete la resurreccióó n, que ya se ha realizadó para Jesuó s y


para Maríóa, peró tódavíóa nó para nuestrós difuntós. La resurreccióó n nó es la
reanimacióó n de un cadaó ver que, cómó el de Laó zaró, vólviese a la vida anteriór y
tuviese que vólver a mórir (¡el póbre!). ¡Tantó maó s que al final de lós tiempós la
mayóríóa de lós cadaó veres seguramente se encuentren en un estadó lastimósó! Nó
«retómaremós la vida», cómó si vólvieó semós atraó s en el tiempó. «Pues sabemós
que Cristó, resucitadó de entre lós muertós, ya nó muere; la muerte ya nó tiene
dóminió sóbre EI» (Rómanós 6,9). Es, pues, inuó til buscar en la tumba. Escucha al
aó ngel de Pascua: «Nó busques entre lós muertós al que estaó vivó.» Nó quedan
reliquias del Resucitadó. Cree sólamente que el Espíóritu recónstituiraó tu persóna
entera de una fórma nueva, y nó intentes imaginar cóó mó ló haraó . En ti, el hómbre
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seraó salvadó, y nó sóó ló el alma, en una especie de saltó en el vacíóó indescriptible


para desembócar en la ternura de Diós, dónde hay sitió para tódós. Nó vayas a
imaginarte que el cieló estaó superpóbladó y que hay crisis de viviendas. En la
ternura de Diós hay sitió para tódós. Ya se ló decíóa Pabló a lós Córintiós: que en su
córazóó n hay sitió para tódós (2 Córintiós 6,12).

5. Me preguntas sóbre el escenarió del fin de lós tiempós. ¿Habraó cataó strófes
terribles en la tierra y fenóó menós espantósós en el cieló? Tódas estas descripciónes
las tómas del Apócalipsis de Juan. Peró, ¿lees córrectamente este libró? el óbjetivó
del Apócalipsis nó es predecir una fecha, ni describir espantós, sinó hablar de la
esperanza final para lós perseguidós, anunciaó ndóles un mundó cómpletamente
nuevó. «He aquíó que hagó nuevas tódas las cósas» (Apócalipsis 21,5). Apócalipsis
significa «revelacióó n» y nó «cataó strófe». Deja a las sectas que hablen cón prófusióó n
de las venganzas del Tódópóderósó. Yó esperó la vuelta de Cristó cantandó:
«Marana tha» (Apócalipsis 21,17), sin el menór miedó en el fóndó del alma. Y para
este mundó yó esperó maó s bien una dulce y radiante auróra (Salmó 130,6) que una
gigante explósióó n nuclear.

6. Amigó míóó, deshazte de tus falsas ideas, que yó esquematizó asíó: la vida, la
revida y la supervida.

a) Lós materialistas dicen que sóó ló existe la vida terrestre. Lós maó s generósós de
entre ellós se ven pudrirse cómó una hója en la tierra para hacer el estieó rcól del
prógresó de la humanidad. Lós estóicós se resignan a esta dura ley de las cósas. Lós
epicuó reós se cónsuelan recónóciendó que han apróvechadó a tópe la vida. Algunós
«míósticós» creen que se van a disólver en el nirvana de la nada. En cambió, el
cristianó cree de tódó córazóó n en la prómesa de su Cristó, que, ademaó s, cónecta cón
el deseó maó s prófundó del hómbre.

b) Otrós cuentan cón una revida, es decir una ó varias reencarnaciónes, ya sea
para purificarse, ya sea para cómpletar su turismó, ófrecieó ndóse una prólóngacióó n
del viaje hasta hartarse. Afórtunadamente nó se muere maó s que una vez, y despueó s
de la muerte viene el Juició (Hebreós 9,27). Sóó ló dispónemós de una vida para
decir síó ó nó a Diós, sin que haya un examen de recuperacióó n despueó s de un
recórridó suplementarió. El jardineró divinó cóncede simplemente un anñ ó a su
higuera impróductiva para que se decida a dar frutó; despueó s de ló cual, si sigue
siendó esteó ril, la córtaraó (Lucas 13,6-9). El alma nó es un espíóritu autóó nómó que
pudiera revestirse cón diferentes disfraces, ni un mótór para diversas carróceríóas.
La purificacióó n nó se óbtiene mecaó nicamente; se próduce cómó un acóntecimientó
interiór; nó prócede de la necesidad, sinó de la libertad. La puerta del cieló nó seraó
abierta pór un cóntróladór ó un «górila». Seraó el Abba, mi Padre queridó, el que me
acógeraó en el umbral cón sus grandes brazós abiertós.

c) Pór uó ltimó, ótrós esperan una supervida, que cónciben cómó la prólóngacióó n
de la existencia actual, peró muy mejórada, y creen ver el cieló en lós fantasmas del
enfermó en cóma. En primer lugar, a ló sóbrenatural nó se le pueden póner
trampas, ni enviarle una especie de glóbó sónda para hacer espiónaje espiritual, ni
se tóma a la eternidad en flagrante delitó de existir. Ademaó s, el maó s allaó nó es la
prólóngacióó n del maó s acaó . De ló cóntrarió, al llegar al cieló, lós espósós que se
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hayan vueltó a casar seríóan pólíógamós (Lucas 20,27-40). Cuandó se cree estó,
próntó se cae en el ócultismó.

7. Amigó míóó, tienes que creer que la vida eterna es una nueva realidad que te es
ófrecida pór el Amór. La eternidad nó tiene nada que ver cón una duracióó n
¡limitada y aburrida... hasta mórir una segunda vez. Nó estriba tantó en la cantidad
cuantó en la calidad. Nó própóne una supervivencia de la vida terrestre, peró
realizandó tódós nuestrós caprichós. ¡Puró materialismó! La vida eterna nó es la
inmórtalidad, sinó la cómunióó n: «estar cón Cristó», esó es tódó (Filipenses 1,23; 1
Tesalónicenses 4,17; Lucas 23,43). Ló uó nicó que pidó al Senñ ór es que, al llegar al
paraíósó, pueda encóntrarme cón tres grandes sórpresas:

a) Primeró, la de encóntrarme allíó.

b) Segundó, la de ver allíó a la gente que ya nó pensaba encóntrar.

c) Y, pór uó ltimó, la de descubrir a un Diós muchó maó s hermósó que tódas las
cósas bónitas que he escritó sóbre el.

8. Despueó s de haberte dichó tódó estó, ya puedó respónder a tu pregunta:


«¿Tiene miedó de la muerte?». ¿Cóó mó se puede tener miedó de pasar pór la muerte
para vólver a encóntrarse vivó? De ninguna manera. Deseó cón tódó mi córazóó n
«estar cón Cristó» y cónfíóó ciegamente en su palabra. Nó temó al maó s allaó , pórque,
en ló esencial, nó representa una incertidumbre para míó. ¿Miedó del trance de la
muerte? ¿Miedó de sufrir? Síó, un pócó. Peró me abandónó en manós de Diós y
cuentó cón mis hermanós y cón la óracióó n de la Iglesia. Cuantó maó s piensó en la
muerte, para familiarizarme cón ella, maó s me próhíóbó imaginarme el escenarió.
«Padre míóó, me abandónó en ti.» Pór esó la muerte se encuentra integrada en mi
vida espiritual cómó un mómentó capital, y asíó se ló ensenñ ó a lós demaó s cuandó
dirijó ejerciciós espirituales. Quieró vivirla ya de antemanó cómó un actó cótidianó.
«Mueró tódós lós díóas», decíóa San Pabló (1 Córintiós 15,31), pórque amar es mórir
un pócó. Cómó Jesuó s la tarde de la Cena, la víóspera de su Pasióó n, quieró que mi
muerte sea, ante tódó, un acóntecimientó espiritual y nó sóó ló algó biólóó gicó. En
este sentidó, «mi vida nadie me la tóma, sóy yó el que la da» (Juan 10, 17-18). Nó
quisiera tener que impróvisar el actó terminal de mi existencia, mi uó ltima ófrenda.
Si nó mueró de repente, quisiera que mis amigós me acómpanñ asen desde el
mómentó en que el meó dicó me hiciese ver ló irreversible de la situacióó n para entrar
en el «mórir» cón un actó perfectó de óblacióó n y la celebracióó n de la uncióó n de
enfermós.

Peró nó creas que tódó esó me paraliza. Al cóntrarió, en elló encuentró una
fórmidable razóó n para vivir y un gustó furiósó pór la vida...

EL CIELO Y EL INFIERNO
109

«¿Cree en el paraíósó, en el infiernó y en el purgatórió? -¿Queó significa tódó estó


para usted? -Si Diós ama a lós hómbres, ¿pór queó existe el infiernó?»

Vóy a reagrupar tus preguntas para pónerlas en relacióó n cón el amór, e inclusó
cón el infiernó.

Es verdad que la Iglesia se ha vueltó muy discreta en estós asuntós. Parece haber
cólócadó sóbre estós temas la pancarta de «cerradó pór inventarió». Y, sin
embargó, nó cesa de hablamós de tódó elló, peró cón ótrós teó rminós. Pór ejempló,
el del «Reinó» para designar el cieló.

1. Nó se puede hablar de las realidades invisibles cómó un explóradór que, a la


vuelta a casa, relata sus lejanas experiencias. Nadie vuelve del maó s allaó . El mismó
Jesuó s y la Escritura sóó ló nós hablan del maó s allaó cón imaó genes, pórque es la uó nica
fórma de evócar las realidades prófundas.

2. A veces empleamós la expresióó n «las uó ltimas verdades» para designar las


diversas pósibilidades que nós esperan en el maó s allaó . Peró este tipó de lenguaje es
imprópió, pórque parece cólócar tódas las pósibilidades en pie de igualdad. Ahóra
bien, el uó nicó «fin» cón el óbjetivó lógradó, el recórridó hechó, el happy end, es el
cieló. Diós nó nós cólóca ante la vida y ante la muerte cómó si nós pusiese ante dós
hipóó tesis que pudiesen dejarnós indiferentes, sinó que nós llama
«bienaventuradós» ó «malaventuradós». El síó y el nó nó próducen el mismó efectó,
sinó que impónen una eleccióó n. Sóó ló unó de lós caminós elegidós es un verdaderó
«final», es decir, una llegada satisfactória. El ótró es un final traó gicó.

3. El hómbre es creadó pór amór y para el amór. Y nó se trata de un detalle sin


impórtancia. Si se «divierte», cómó dice Pascal, un díóa u ótró terminaraó pór echar
en falta algó esencial. Si se desvíóa y se defórma, puede sufrir graves trastórnós y
lanzarse a cualquier cósa: sexó, alcóhól, dróga, espiritismó... ó suicidió. Nó te dejes
dóminar pór este veó rtigó, ni impresiónar pór lós que se burlan de tódó, pues sus
burlas pueden escónder una herida. Tampócó seas duró cón ellós y mueó strate
siempre dispuestó a echarles una manó. Lós psicóó lógós afirman que hay neurósis
que próvienen de una peó rdida prófunda de identidad, pórque falta la memória de
Diós.

4. Dichó estó, hablemós del cieló.

a) Nó es el próductó de tu imaginacióó n, ni la próyeccióó n de tus deseós maó s


tenaces, buenós ó malós. Nó es un lugar dónde, al fin, tódó es pósible, ni una mesa
llena de lós manjares maó s exquisitós... Tampócó es el lugar dónde, al fin, tódó estaó
permitidó y dónde se pueden cónseguir tódas las alegríóas del pecadó sin que sea
pecadó. Realmente, ¿hay alegríóa en el pecadó?... Lós santós han luchadó para nó
precipitarse sóbre el paraíósó cómó ninñ ós sóbre un carameló ó un pastel, y el mismó
Diós purificóó su deseó. En su cama de tuberculósa, Teresa de Lisieux murmuraba:
«me da la sensacióó n que despueó s de esta vida mórtal nó hay nada; tódó ha
desaparecidó para míó; sóó ló me queda el amór.» Habíóa tenidó que renunciar, sin
duda bajó lós efectós de su dólórósa enfermedad, a tódas las imaó genes suaves pór
medió de las cuales se representaba la felicidad eterna, y sóó ló le quedaba ló
110

esencial. Otrós, llevandó la paradója hasta el final, dijerón al Senñ ór que le amaban
tantó, y sóó ló a el, que seríóan capaces de amarle inclusó en el infiernó. Asíó expresan
la gratuidad de su afectó, que nó busca recómpensa alguna.

b) el cieló tampócó es la cómpensacióó n para el creyente pór sus privaciónes,


vóluntarias u óbligadas, ni la recómpensa futura para resignarse aquíó abajó. Es el
lenguaje atíópicó del sigló XIX: «Aceptad vuestrós sufrimientós actuales en espera
del juició final en el que creeó is, y aceptad que yó sea rica, pórque nó tengó la fe que
me recómpense en el cieló». De ninguna manera. El Reinó debe cómenzar pór
establecerse en la tierra y nó exime de ser justó aquíó abajó: «Que venga tu Reinó en
la tierra cómó en el cieló.»

c) Ya te dije que, para San Pabló, el paraíósó es estar cón Cristó, y nada maó s. Nó se
trata, pues, de un tener, sinó de un ser. Nó se trata de una determinada cantidad de
bienes, sinó de una calidad de vida. Nó esperes nada maó s. Estar cón el Senñ ór
significaraó tambieó n reencóntrarme cón tódós lós que liemós amadó y que
cónstituyen su cuerpó míósticó. Peró nó intentes imaginar el cuadró. Cónfíóa en Diós
y en el saber hacer de sus aó ngeles...

d) Asíó pues, el cieló cómienza en la tierra, pórque Jesuó s nós ló dice: «Si alguien
me ama, mi Padre le amaraó , y vendremós a eó l y haremós mórada en eó l» (Juan
14,23). «el cieló es Diós, grita Teresa, y Diós estaó en mi alma.» Encuentra ya un
aperitivó de la felicidad en tódas las fórmas de caridad, en la óracióó n y en el
servició. Hay mómentós en lós que nó se siente pasar el tiempó...

5. Sóó ló puedes «cómprender» el infiernó en funcióó n del cieló. Nó se trata, pues,


del hórnó llenó de tórturas sutiles y supliciós refinadós, sinó el sufrimientó
prócedente del hechó de haber rechazadó cónscientemente el amór para el que
estamós hechós.

a) el infiernó nó es un lugar delimitadó, sinó un fuera, un nó-lugar. Es el exteriór


de la cómunidad, de la que se es excluidó pór la própia culpa. Pór esó la Biblia
cólóca al diabló en el desiertó, en la tierra aó rida, inhóó spita y sin senderós. Pór ótra
parte, el mismó Satanaó s es un ser marginadó. De la misma manera, la cóndenacióó n
es ló cóntrarió del cómedór familiar, dónde brillan las luces familiares. Es la nóche
ópaca de fuera, que el Evangelió denómina «tinieblas exterióres».

b) el dólór del cóndenadó nó próviene de lós instrumentós de tórtura, sinó de la


evidencia de su falta de sentidó. El dólór del cóndenadó nó es algó que se anñ ade,
sinó que surge desde dentró. Al estiló de la alegríóa del cieló, que tampócó es un
suplementó de amór, sinó el mismó amór. Deja, pues, de ladó las imaó genes
terróríóficas de tus librós de adólescente. Diós nó castiga; sóó ló deja de resistir al
hómbre cuandó le dice: «¡Oh, hómbre, que se haga tu vóluntad!» Y entónces
cómienza la cóndenacióó n y tóda la verdad irrumpe en un alma vendida al errór. El
cóndenadó cóntinuó a prefiriendó tódó a Diós, peró se da cuenta de que nada puede
cónfundirse cón el. El cóndenadó se encuentra destrózadó entre tódó ló que ha
elegidó, y que nó es nada, y Aquel al que ha rechazadó, que ló es tódó.
Nó se necesita buscar un tórmentó exteriór; el interiór es maó s que suficiente. Nó
se necesita imaginar un suplició, puestó que aquíó el castigó se cónfunde cón la falta.
111

c) el infiernó nós es reveladó en el Nuevó Testamentó, al mismó tiempó que se


nós revela el mismó Amór. Se nós muestra cómó la terrible pósibilidad creada pór
la apertura de córazóó n de Jesuó s, si este Amór, recónócidó cómó tal, nó es acógidó.
Tambieó n aquíó la cóndenacióó n nó es maó s que una cónsecuencia y nó se córrespónde
cón ninguna intencióó n deliberada de Diós, cómó ló precisarón lós cónciliós. Quizaó
me digas que, en estas cóndiciónes, el Senñ ór habríóa hechó mejór quedaó ndóse
tranquilamente en su cieló sin amarnós nunca. Cómó ya te he explicadó maó s arriba,
nó fue ajenó a este próblema, peró tampócó se dejóó intimidar pór eó l, sinó que ló
asumióó . Crucificadó, vinó a impedir cón sus dós brazós extendidós la entrada del
infiernó; en adelante, para entrar en eó l hay que pasar sóbre su cuerpó.
Pór ótra parte, el es el primeró en móstrarse afectadó pór el rechazó categóó ricó
del hómbre. Si ló piensas bien, el infiernó es una humillacióó n para Diós, de tal
fórma que algunós, al pensar en estó, niegan la cóndenacióó n. Sugieren que el
ópónente absólutó debíóa, maó s bien, ser reducidó a la nada para evitar el escaó ndaló
de una cóntestacióó n definitiva. De esta fórma, Creadór y criatura quedaban
aliviadós de un tremendó próblema. Ahóra bien, eó sta es una teóríóa demasiadó
humana, Es la actitud que nósótrós tómaríóamós si estuvieó semós en el lugar de
Jesuó s. En cambió, el Senñ ór nunca rómpe sus cómprómisós y asume sus
cónsecuencias cón lealtad y valentíóa.

d) En el Evangelió, Jesuó s sóó ló habla del infiernó cón sus mejóres amigós (Lucas
12,4-5). En efectó, es el amigó íóntimó el que, al traiciónarle, puede cónvertirse en el
enemigó ideal. Pór esó, «a lós que se les ha dadó muchó se les exigiraó muchó». La
pósibilidad de cóndenarse nó es, pues, un sermóó n destinadó a meter miedó a la
gente para que nó peque, sinó la meditacióó n de un enamóradó ferviente. Cuantó
maó s amó, maó s temó nó amar suficientemente, ó dejar de amar un díóa. Es, pues, la
ternura -y nó el miedó- el que me hace decir esta óracióó n: «¡Nó permitas que me
separe de ti!» el infiernó sóó ló le parece algó pósible y real para el que estaó
enamóradó. Nó puedó pensar que en el infiernó pueda estar alguien maó s que yó,
decíóa un santó cardenal de la Iglesia. Cómó ves, nó salimós de la dinaó mica del amór.

e) el Evangelió nós dice que el fuegó del infiernó nó se apaga jamaó s. El


cóndenadó ha traspasadó, pues, el puntó de nó retórnó, cómó afirma la fe de la
Iglesia. De ahíó que se hable de un fuegó eternó, peró la expresióó n es ambigua. En
primer lugar, pórque la eternidad nó es una cantidad de tiempó, sinó una calidad
del ser. Pór ló tantó, esta calidad del ser nó puede ser la misma en el cieló que en el
infiernó. De ló cóntrarió, nó valdríóa la pena salvarse.

f) Jesuó s nós habla a menudó y de una fórma eneó rgica del infiernó cómó
pósibilidad (Mateó 18,8-9), peró, aparte de lós aó ngeles caíódós (Mateó 25,41), nó
designa a ninguó n cóndenadó, ni siquiera a Judas. La Iglesia tambieó n canóniza a lós
santós, peró nó publica las listas de lós cóndenadós. ¿Quiere estó decir que el
infiernó existe, peró que estaó vacíóó? Jesuó s tampócó dice estó, sinó que nós invita a
estar vigilantes y a rezar nó cómó seres aterradós pór el infiernó, sinó cómó
centinelas' del cieló.

EL PURGATORIO
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Pór uó ltimó, vóy a tratar, amigó míóó, un puntó que seguramente estaó s esperandó,
pórque cómprómete nuestra óracióó n pór lós muertós: el purgatórió.

1. Cuandó el hómbre peca, su mala accióó n próduce un dóble efectó: la falta


(culpa), que puede llegar inclusó a destruir la relacióó n amistósa cón Diós, y una
especie de lesióó n (póena), que crea en su córazóó n un desórden, una própensióó n,
una vulnerabilidad ó una desestabilizacióó n. La falta se anula cón el perdóó n: la
absólucióó n la suprime radicalmente. Peró la lesióó n permanece, y quizaó su
cicatrizacióó n sea larga. ¿0 es que crees que el hijó próó digó pudó retómar cón tóda
facilidad su vida anteriór, nada maó s cóncluida la fiesta dada en su hónór? ¿Y las
malas cóstumbres9 Ademaó s, ¿crees que el córazóó n de su padre, prófundamente
heridó pór su huida brutal, se quedóó curadó de sus heridas pór arte de magia? Nó.
Pór muy real que sea el perdóó n, nó se puede cónfundir cón la magia.

2. Imagina que un espósó abandóna a su mujer y a sus hijós para córrer una
aventura, peró cambia de ópinióó n y vuelve al dómicilió cónyugal. Imagina tambieó n
que su mujer le perdóna y retóman su vida en cómuó n sin hablar de este mal
recuerdó. La falta (culpa) ha desaparecidó. Peró la herida (póena) permanece: la
magulladura en el córazóó n de la mujer y de lós ninñ ós, asíó cómó la peó rdida del
equilibrió en el córazóó n del maridó y su ruptura de la fidelidad. Pór esó, el hómbre
se va a dedicar cón maó s ahíóncó que nunca a curar las heridas de lós que ha hechó
sufrir y a familiarizarse cón el amór que ha manchadó... Estó es exactamente ló que
pasa cuandó te cónfiesas. En el sacramentó del perdóó n, despueó s de que has
recónócidó tu culpa (mea culpa), el sacerdóte te absuelve de tu pecadó, ló suprime
arrójaó ndóló al braseró del córazóó n de Jesuó s. Peró tu ser permanece heridó pór el
actó cómetidó. Pór esó, el sacerdóte te póne una «penitencia» (póena), nó para
hacerte pasar pór caja, para que pagues el preció del perdóó n, sinó para que nó te
deslices pór la cuesta del pecadó. ¡Queó mal entienden tódas estas cósas muchós
cristianós! Algunós creen que hay que cumplir la penitencia para arreglar la
cóntabilidad, y pór esó quieren que la penitencia sea una óracióó n córtita que se
pueda decir raó pidamente para quedarse cón la cónciencia tranquila. Ahóra bien, la
penitencia es retómar un nuevó dinamismó que deó la vuelta pór cómpletó a la
atraccióó n del pecadó. Asíó, si has pecadó cóntra la esperanza, el sacerdóte te
mandaraó hacer un actó de esperanza; si rezas pócó, te pediraó que hagas diez
minutós de adóracióó n, etc... Estaó claró, pór ótra parte, que esta penitencia nó es maó s
que un cómienzó simbóó licó, algó asíó cómó en la misa el besó de la paz nó hace maó s
que expresar un deseó de recónciliacióó n, que deberaó realizarse despueó s del pódeó is
ir en paz cón una persóna que quizaó ni siquiera esteó presente.

3. La penitencia tiene algó de própió y algó de cómunitarió. Quizaó sepas que el


santó cura de Ars, que cónfesaba hasta diecisiete hóras diarias a muchós y grandes
pecadóres, póníóa penitencias bastante suaves. Alguien se ló dijó un díóa, y eó l
respóndióó : «Es que yó hagó el restó ... » Cargaba, pues, sóbre síó mismó, practicandó
la mórtificacióó n, cón una parte impórtante de la curacióó n de lós demaó s.

4. El purgatórió se mueve tambieó n en esta dinaó mica, Nó se parece en nada al


infiernó, ni siquiera a un infiernó reducidó. Nó tiene nada que ver cón la
cóndenacióó n, que es un castigó, y que se cumple lejós de Diós y cón el ódió en el
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córazóó n. Aquíó nó hay nada de tódó estó. Cuandó alguien muere, inclusó en estadó
de gracia, le hace falta cóncluir la curacióó n que cómenzóó en la tierra peró que dejóó
inacabada. Pórque la cicatrizacióó n se cómienza en la tierra a traveó s de nuestrós
actós de amór, nuestras óraciónes, ayunós y pruebas materiales y espirituales, y se
termina en el maó s allaó , en esta especie de hórnó que nada tiene que ver cón el
infiernó, sinó cón un fuegó de amór, humilde e impaciente pór ver a Diós. El
purgatórió nó es un castigó, sinó una purificacióó n; nó es una explósióó n de ódió, sinó
una ardiente óracióó n. Es aquíó dónde interviene la óracióó n de la Iglesia en favór de
lós difuntós, aunque su fórma de actuar siga siendó un misterió para nósótrós.

5. Seguramente has cónócidó persónas muy buenas, muy queridas y muy santas,
en cuyó entierró tódó el mundó decíóa: «Seguró que estaó en el cieló.» Espereó mósle,
peró nadie puede asegurarló. A excepcióó n de lós que la Iglesia beatifica y canóniza,
lós elegidós permanecen en el anónimató. Pór esó les hónramós en la fiesta de
Tódós lós Santós. En lós funerales suele ser nórmal subrayar brevemente lós
meó ritós del difuntó. Peró cuandó yó muera, nó vengaó is a hacerme el panegíóricó. Esó
síó, rezad cón tódas vuestras fuerzas pór míó. Piensó siempre en la pequenñ a
Bernadette de Lóurdes, que, en el cónventó, decíóa cón humór a la gente que le
admiraba demasiadó: «Seguró que cuandó muera, la gente diraó que era una santa, y
me dejaraó arder en el purgatórió ... » Diós es el uó nicó que puede Juzgarnós. ¡Deó jale
hacer su trabajó! Pór ótra parte, sucede a menudó que, al hacer el elógió de lós
difuntós, se haga el elógió de unó mismó. «Ha libradó un buen cómbate, ló mismó
que yó ... » Evita esta pelíócula y reza.

6. En las grandes circunstancias, el Papa póne a nuestra dispósicióó n tódó el


tesóró de la Iglesia: es ló que se llama las indulgencias. Las indulgencias nó se
refieren al perdóó n de lós pecadós (culpa), que pertenece al sacramentó y supóne
estar cónfesadó y haber cómulgadó. Su óbjetivó es acelerar tu curacióó n,
cónectaó ndóte cón la cómunióó n de lós santós, para que esta prófusióó n de caridad
suprima en ti tóda lesióó n (póena). Para elló, el Papa te pide, ademaó s de la cónfesióó n
y de la cómunióó n, que hagas alguna óbra buena: una óracióó n pór sus intenciónes,
una peregrinacióó n, una visita a la Iglesia, etc... Y, sóbre tódó, nó tómes estó cómó un
ritó maó gicó y nó transfórmes tódó estó en un traó ficó mercantil (ganar
indulgencias), puestó que la misericórdia es eminentemente gratuita. Y nó hagas
casó de lós que critican las indulgencias. Próntó te daraó s cuenta de que nó han
entendidó nada y de que se estaó n refiriendó a caricaturas cómó las del tiempó de
Luteró. Tuó , en cambió, mueó strate órgullósó de la cómunióó n de lós santós, este
intercambió extraórdinarió del que habla el Credó. Y nó te óbsesiónes cón tu
próblema: pide a Maríóa que te eche una manó...

7. En el centró de tódó estaó la Eucaristíóa, el gran intercambiadór cieló-tierra, el


puntó de encuentró de tóda la Iglesia militante, sufriente y triunfante. Piensa en
tódó estó durante el Canón de la misa, pórque eó se es el mómentó pródigiósó en el
que se cómunican lós aó ngeles y lós hómbres, lós santós y lós pecadóres, lós vivós y
lós muertós, cón una sóla y misma vóz (una vóce).

La muerte nó me puede retener sóbre la cruz;


mi cuerpó tiene que revivir en tus brazós.
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Vóy hacia ti, mi Senñ ór, cón alegríóa.


Vóy hacia ti, mi Senñ ór y mi Rey.
el díóa nó puede ya tardar,
el inviernó tiene que ceder a la primavera.
Tuó sabes mi nómbre, mi Senñ ór, y me esperas;
tuó sabes mi nómbre, mi Senñ ór, Diós vivó.
Tuó tómas mi vida y la llevas alegre;
tuó tómas mi sangre y yó abró lós ójós.
Y ves tus manós, mi Senñ ór, en lós cielós,
ves tus manós, mi Senñ ór y mi Diós» (20 Póema de Didier Rimaud).

CONCLUSION

Nó es nada faó cil respónder a tus preguntas, ya sea de palabra ó pór escritó, a
bóte próntó ó cón tiempó. A veces nó se entiende bien ló que se pregunta. Se puede
cómenzar a respónder, y de próntó bifurcarse hacia ótró asuntó maó s cónócidó, para
evóluciónar en un terrenó maó s familiar. Inclusó a veces se puede haber preparadó
tantó la intervencióó n, que las respuestas parecen preceder a las preguntas. Un
humórista pusó en labiós del general de Gaulle, que dirigíóa cón manó de hierró sus
cónferencias de piensa, esta frase: «Pór favór, senñ óres, traten de adaptar sus
preguntas a mis respuestas ... »

Pór ótra parte, el entrevistadó nó se limita a recitar una leccióó n bien aprendida,
cómó ló haríóa un estudiante en un examen real. El entrevistadó nó se encuentra
ante ninguó n juradó, pues nó es un estudiante, sinó un testigó. Cómó Jesuó s, puede
respónder a una pregunta cón ótra: «¿Pór queó me dice usted esó? ¿En queó le
mólesta la pósicióó n de la Iglesia? ¿Nó se estaó cóntradiciendó usted? ¿Me estaó usted
tendiendó una trampa? ... » el entrevistadó puede tambieó n detenerse maó s sóbre el
próblema y prófundizar en eó l, ló que cónduce al ótró a refórmular su pregunta.

Tampócó es faó cil para un hómbre de mi edad dialógar cón lós jóó venes de hóy. En
este puntó veó cuatró pósibilidades:

a) Dar una cónferencia sóbre un tema bien precisó y detalladó. En ese casó, el
óyente pide explicaciónes óbjetivas y sin implicaciónes persónales. A veces, cuandó
la cónferencia ha merecidó la pena, se aplaude cón fervór al óradór y se vuelve a
casa satisfechó, cón la cónciencia de nó haber perdidó el tiempó. A lós directóres de
lós cólegiós les gusta muchó este tipó de encuentrós, pórque se desarróllan cón
tóda tranquilidad y nó revóluciónan a lós alumnós...

b) Dar un discursó enfaó ticó del tipó: «¡Bravó pór vósótrós. lós jóó venes, que sóis
el futuró de la Iglesia! Cristó cuenta cón vósótrós y la jerarquíóa ós apóya. Cóntinuad
sintieó ndóós amadós, apóyadós y bendecidós ...». Lós aplausós surgen entusiastas,
peró ahíó se acabóó tódó. Es cómó una tórmenta de veranó que nó cala ni deja rastró.

c) La recuperacióó n tendenciósa: «Vósótrós lós jóó venes, pensaó is exactamente


igual que nósótrós, vuestrós mayóres. Juntós haremós un mundó nuevó despueó s de
haber barridó la actual pódredumbre...». Esta actitud me parece óDiósa y
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deshónesta. Tuó puedes manifestarme, siempre que quieras, tu desacuerdó ó tu


diferente visióó n de las cósas, sin que pór elló deje de cónsiderarte mi amigó.

d) La interpelacióó n franca y córdial. Esta es la actitud que creó he tómadó


cóntigó. Nó he queridó distraerte, ni excitarte, ni cóndiciónarte, sinó hacerte
reacciónar amistósamente. Tus salidas de pata de bancó y tus embestidas de tóró
bravó nó me han impresiónadó.

Y ahóra permíóteme que te cuente mis reflexiónes sóbre ti y sóbre tu generacióó n,


pórque a tu ladó he aprendidó muchas cósas que nó teníóa tan claras. Al principió de
este libró te prómetíó una fótó: aquíó estaó . Pócó a pócó tus cóntórnós se han idó
disenñ andó, unós maó s acusadós que ótrós, hasta que fue surgiendó tu retrató. Un
retrató que cóincida tótalmente cón el que, nó hace muchó tiempó, hacíóa el
cardenal Danneels de la juventud de su paíós.

1. Ya nó estaó s aferradó a un materialismó gróseró. Y nó crees a lós prófetas de


las «manñ anas luminósas». Nó me planteas ninguna pregunta sóbre Marx, pór
ejempló, y ni siquiera me interrógas sóbre ló que suele llamarse las ciencias
humanas. De entrada, te sientó maó s espiritualista, ó, en tódó casó, maó s
espiritualista que las generaciónes anterióres, aunque, en la praó ctica, te muestres
indiferente ante las diversas cómunidades religiósas claó sicas y ampliamente
ignórante de la fe catóó lica.

2. Peró este espiritualismó es el de un paganó. Para ti, Diós es una especie de ley
mecaó nica que próvóca lós fenóó menós naturales ó un espíóritu cóó smicó sin
cónsistencia persónal. La religióó n nó cómpórta ninguna vida interiór própiamente
dicha, es decir, una cómunióó n cón el Senñ ór. Tódó estó ló reemplazas pór una serie
de teó cnicas y trucós. Ignóras al Diós Padre y, pór cónsiguiente, ignóras ló que es el
dón y la gracia, palabras que nunca utilizas.

3. Pór esó te sientes pócó atraíódó pór Jesuó s. La generacióó n anteriór a la tuya
decíóa: «Síó a Jesuó s, nó a la Iglesia», y la precedente: «Síó a Jesuó s, nó a Diós.» Tuó , en
cambió, pareces interesarte maó s pór Diós que pór Cristó. La vida sexual de Jesuó s y
de Maríóa te plantea próblemas y les aplicas tu fórma habitual de ver las cósas.

4. La Iglesia ha dejadó de ser para ti la enemiga que tódavíóa sigue siendó para
lós adultós, y se ha cónvertidó en una extranñ a y descónócida, en una institucióó n
rara a la que analizas a traveó s de lós clicheó s estereótipadós de lós mediós de
cómunicacióó n. La cósa resulta curiósa, sóbre tódó teniendó en cuenta que tal vez
nunca esta Iglesia haya sidó tan cristiana desde la base a la cuó pula, tan
internaciónal, tan creativa, tan viva, y tan de hóy, a pesar de ló que tuó puedas
pensar. Deberíóas infórmarte mejór sóbre la vida de la Iglesia. Peró, ¿cóó mó pódríóas
interesarte pór la Iglesia, si Cristó nó te dice nada? La Iglesia es Iglesia de Cristó y
de nadie maó s.

5. Tienes enórmes lagunas en tu fórmacióó n, aunque nó te sean imputables. Pór


esó nunca hablas del pecadó, óriginal ó persónal, ni de la redencióó n, de la cruz ó del
sacrifició; casi nunca de la presencia real, y nunca de lós sacramentós. La misa es
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para ti una ceremónia, y la hóstia una cósa. Tu reó gimen alimentició cristianó es una
pena. Tienes que equilibrar tu menuó .

6. Hay dós cósas que la catequesis nó te ha ensenñ adó y que has aprendidó en las
revistas y en las sectas. Y, evidentemente, lós has aprendidó mal: el diabló, al que
has hechó pasar de aó ngel caíódó a divinidad maleó fica, y lós nóvíósimós ó las uó ltimas
verdades.

7. En el fóndó, eres esencialmente un ser narcisista, vueltó sóbre síó mismó y


mirandó casi exclusivamente en direccióó n de su sexó, que se ha cónvertidó en una
verdadera óbsesióó n para ti. A tu juició, el hómbre es una tierra sacudida
permanentemente pór un seíósmó cuyó epicentró es el bajó vientre. «Tienen pór
Diós a su vientre», dice Pabló (Filipenses 3,19). Se diríóa que nuestra eó póca, despueó s
de haber utilizadó tódas las demaó s fuentes de placer, se vuelca sóbre esta uó ltima
manera de gózar; peró ¿pór cuaó ntó tiempó? Dudó muchó que la sóciedad pueda
mantenerse en buena salud, mientras cóntinuó e deslizaó ndóse pór esta pendiente.

8. Eres un ser esencialmente cónfórmista, incapaz de definirte y de llevar la


cóntraria a la mayóríóa. La ópinióó n maó s extendida te parece absólutamente
irrefutable, nó tantó pór una cuestióó n de verdad, cuantó pór una cuestióó n de
cónfórt psicólóó gicó. Pórque ser diferente es ser un desviadó, y, pór ló tantó, un
anórmal, y cómó tal, un estigmatizadó. Tu reflejó interiór es el miedó de
diferenciarte de la tribu cultural. ¡el grupó ante tódó! Cómó nó tienes una
persónalidad fuerte, te alineas cón la infalibilidad tranquilizadóra de la sóciedad en
tódó ló que cóncierne a las ideas y a las cóstumbres. ¡Te hace falta calció!

9. Eres el hómbre del mómentó presente, y, pór esó, te da miedó cómprómeterte.


O mejór dichó, haces prómesas, peró casi nunca las cumples. Tu unidad de tiempó
es el díóa a díóa. El manñ ana nó existe para ti. ¿Queó haces de ese valór de base que es la
fidelidad a la palabra dada? ¿Queó cóherencia esperas de una visióó n de la vida
puramente puntual?

10. Hablas pócó de ló sócial, aunque nó haces ascós a entregarte a lós demaó s,
pórque tambieó n a veces eres generósó y pórque ló sócial te singulariza menós que
la fe. Despueó s de tódó, cuidar a lós enfermós nó estaó tan mal vistó.

11. Nó tienes nócióó n del bien y del mal, peró juzgas ló que te cónviene cada díóa e
impróvisas diariamente. Nó tienes sentidó del pecadó pórque nó crees en un Diós
Padre que te pide que le ames. Y pasar pór encima de lós mandamientós de la
Iglesia nó te causa próblema algunó. Seguó n dicen lós mediós de cómunicacióó n, es la
actitud de casi tódó el mundó. Ademaó s, tuó haces imperturbablemente ló que te
apetece. ¡Y que tódó el mundó haga ló mismó!

12. Para cómplicar tódavíóa maó s el próblema, hóy las actitudes mórales estaó n
ligadas a lós descubrimientós de la biólógíóa. Tuó piensas a prióri, cómó mucha ótra
gente, que tódó ló que permite la ciencia es necesariamente buena. Nó te das
cuenta de que, pór primera vez en la história, las citadas ciencias próvócan
cónsecuencias malas, e inclusó mórtales, mientras que antes cóntribuíóan a mejórar
la situacióó n del hómbre. ¿Nó deberíóamós, pues, tener el córaje suficiente de decir
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nó al aprendiz de brujó, aunque sus primeras realizaciónes tódavíóa parezcan


buenas?

13. Al hacer este retrató tuyó, nó ólvidó, amigó míóó, que participas, tantó ó maó s
que lós ótrós, en la sóciedad que se prepara. Lós investigadóres nós hablan ya de la
«póstmódernidad» y de un nuevó individualismó, e inclusó de la «derróta del
pensamientó». Nós dicen que la gente vive de impresiónes, «feelings». Ya nó existe
ni verdad, ni mentira, ni belleza, ni fealdad, sinó una muestra indefinida de placeres
diferentes e iguales. Próvistó de un mandó a distancia, el hómbre se prógrama
seguó n sus pulsiónes del mómentó -que llama «cultura»-, sin preócuparse para nada
de lós valóres tradiciónales. ¿Nó vale tantó Bób Marley cómó Beethóven? Atrapadó
pór la industria del óció, Su Majestad el Cónsumidór sucumbe deliciósamente al
principió del placer: satisfacer lós deseós inmediatós. El hómbre cónsumista
cónfunde egóíósmó cón autónómíóa, es aleó rgicó a lós próyectós tótalitariós, peró
tambieó n incapaz de cómbatirlós. Predica la libertad, peró nó hace nada pór ella...
Pór esó la sóciedad córre el peligró de descómpónerse y de ver enfrentarse a dós
tipós de hómbres: el zómbi, que pasa de tódó, y el fanaó ticó, excitadó e intólerante.
El zómbi engendra al fanaó ticó y tóma pór tal a cualquier persóna cónvencida y
reflexiva.

14. Y, sin embargó, amigó míóó, nó ólvidó tus cualidades, que Juan Pabló II te
recónóce en su carta «Christifideles laici» (30 de nóviembre de 1988): la
preócupacióó n pór la justicia y pór la paz; el gustó pór la nó-viólencia; el sentidó de
la fraternidad, de la sólidaridad y de la amistad (n.º 46). Cónózcó tambieó n tu
buó squeda inquieta de Diós. Seó asimismó que bajó una aparente desenvóltura eres
capaz de entender que el pecadó es una masacre. Y veó, entre lós maó s cristianós de
tu generacióó n, que vuelve a flórecer el espíóritu misióneró. En esta víóspera de
Ramós, en la que dóy el ultimó repasó a este libró, se anuncia que lós jóó venes de
Móntmartre van a fórmar equipós de óracióó n y de predicacióó n en lós cuatró puntós
cardinales de Paríós, para cóntar a lós parisinós queó es la Semana Santa.
¡Enhórabuena!

Nó sóy, pues, un meó dicó que te anuncia tu muerte cercana ó que hace tu
autópsia. Simplemente, he queridó rendirte el servició de la franqueza, para que
puedas fórtalecer tu humanidad y tu fe, y, de esta fórma, ayudar a tus hermanós y
cómprender mejór sus próblemas. Evidentemente, he generalizadó, peró
seguramente te has recónócidó en muchas ó en algunas de las cónsideraciónes
realizadas. Y si, pór fórtuna, ya has cónseguidó cónstruirte una ósamenta
espiritual, piensa en aquellós que són deó biles y estaó n tódavíóa a la merced de
cualquier virus.

Hasta próntó, amigó míóó. Sóó ló he pretendidó la evangelizacióó n calurósa de tu


espíóritu para que seas capaz de dar razóó n de tu esperanza a cualquiera que te la
pida (1 Pedró 3,15). Gracias pór haber reflexiónadó cónmigó y hasta ótra ócasióó n.
Un abrazó.
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