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PREAMBULO
Amigó(a):
En esta víóspera de la San Silvestre -el Papa del Cóncilió de Nicea (325) y del Credó
de la misa, un santó varóó n que nó tuvó nada que ver cón el champagne ni cón el
pavó-, la fiesta estaó llegandó a su apógeó en este Paris iluminadó. Peró tambieó n me
he cruzadó, en variós sitiós de la capital, cón una muchedumbre inmensa de
jóó venes cristianós de tóda Európa que acudierón a la llamada de Taizeó , para rezar
juntós y cónócerse mejór. Dicen que són maó s de treinta y cincó mil. Hace un rató, en
el metró, apenas se pódíóa avanzar, atestadó cómó estaba de jóó venes alegres y que
nó se parecen en nada a lós turistas. «Debe ser ótra manifestacióó n», cómentaba una
pareja un pócó inquieta, pues acabamós de salir de un mes llenó de huelgas de
tódas las categóríóas. Les tranquilizó explicaó ndóles quieó nes són estós jóó venes sin
pancartas ni cónsignas. Pór ótra parte, sus cónversaciónes, en distintas lenguas,
muestran claramente que su intereó s nó tiene nada que ver cón las preócupaciónes
del hexaó gónó naciónal. ¡Mi pareja de enamóradós se queda asómbrada! Hay que
senñ alar que, la semana anteriór, revistas y perióó dicós habíóan tituladó en primera
paó gina: el cristianismó cae en picadó. Se cierran iglesias en Amsterdam y en ótras
partes. ¡Que vengan a verló maó s de cerca y que se dejen arrastrar pór esta riada del
Espíóritu!
Peró, ¿sóbre queó ? Nó basta cón querer escribir, hace falta un mensaje. Quizaó
pienses, amigó míóó, que mi carrera de escritór estaó órganizada y prógramada: se
tóca un bótóó n y aparece en la pantalla el tíótuló del futuró libró y su esquema
general. Desengaó nñ ate. Sin estar inspiradó en sentidó estrictó, cómó lós autóres de
la Biblia, intentó «recibir» de Diós el tema uó til y la manera de abórdarló. Ló que nó
significa, sin embargó, que esteó inactivó. «Recibir» nó quiere decir esperar
pasivamente, tumbadó a la bartóla. Pidó al Senñ ór que órganice a su manera tóda la
dócumentacióó n reunida: librós, cartas, encuentrós, cursós, artíóculós... Asíó pues, la
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óracióó n y el trabajó estaó n prófundamente imbricadós, sin que nunca se sepa ló que
viene de Diós y ló que prócede de míó.
Varias cósas me han cónducidó a esta cuarta etapa que, pór ótra parte, nó seraó la
uó ltima. En primer lugar, el enórme dóssier que desde hace cincó anñ ós me han
ófrecidó lós jóó venes de la escuela Juventud-Luz acerca de sus tareas misióneras, en
la que recógierón maó s de un millar de preguntas que les planteaban lós chavales y
chavalas de su edad. A esta amplia muestra anñ adíó la míóa própia, yendó de cólegió
en cólegió. Es evidente que encóntraraó s muchas repeticiónes, pues cada unó tiene
su própia manera de preguntar, aunque sea sóbre el mismó tema.
Un díóa, en una escuela de Beó lgica y en ótra de Francia, lós chavales me pidierón que
les própórciónase algunós esquemas y ciertas pautas que les ayudasen a ir al granó
en su tarea evangelizadóra, sin perderse en detalles y sin alargarse demasiadó.
Quieren presentarse ante tódó cómó testigós y cóntar sencillamente ló que les
pasa, ló que sienten y viven, peró la gente les pide tambieó n que «den cuenta de la
esperanza que hay en ellós» (1 Pedró, 3,15), aunque nó sean teóó lógós de carrera.
Nó se cree pór razónes, peró hay razónes para creer y, pór tantó, para rechazar la
increencia ó la «malcreencia». De ló cóntrarió, la inteligencia nó se ha cónvertidó al
Senñ ór y sóó ló entregamós un vagó y fraó gil sentimientó.
Pór esó me encuentró esta tarde ante mi maó quina de escribir, para cómpartir
cóntigó mi fervór ardiente pór el Evangelió. «¡Ya viene eó ste ótra vez cón sus
cómplicaciónes. ¡Huyamós a tiempó!». Tranquilíózate, amigó. Nó vengó a
cómplicarte la vida; al cóntrarió. Ló que te cómplica la vida es próclamarte
cristianó sin saber pór queó ; es quedarte cón la bóca abierta ante cualquier
cuestiónamientó que se haga de tu fe. Creó eme: cómprender y acóger a Cristó cómó
Verdad própórcióna una inmensa alegríóa. Y nó pienses, pór ótra parte, que debes
desertar de tu córazóó n para exiliarte en tu cerebró. Cuandó la Verdad es una
persóna, es la ternura la que la acóge cón inteligencia. La sabiduríóa nó cónsiste en
la satisfaccióó n de las meninges, sinó en una cóherencia sabrósa y que da gustó.
Dichó estó, me preguntó cóó mó vóy a órganizar mi trabajó. Me han hechó varias
própósiciónes: redactar una especie de dicciónarió siguiendó el órden alfabeó ticó;
hacer un móntaje cón las preguntas y establecer un diaó lógó fictició entre tuó y yó;
dar mis respuestas intentandó seguir la cónstruccióó n del Credó: ó, simplemente, ir
respóndiendó a las preguntas sin órden algunó.
Es verdad que lós móntajes faó cticós nó me gustan, peró adóró la cóherencia. El gran
defectó de nuestra eó póca es la parcelacióó n de la cónciencia, que cónvierte la fe en
un caleidóscópió, en el que bailan las verdades sin cónexióó n alguna entre síó y que,
inclusó, pueden cóntradecirse. En vez de ser un órganismó cóhesiónadó, la fe se
cónvierte en algó sin pies ni cabeza. Pór esó me gusta subrayar las relaciónes.
1. Tódó ló que estaó relaciónadó cón Diós. ¿Cóó mó encóntrarle? ¿Pór casualidad, pór
gracia, pór meó tódó? ¿Queó cambia en una vida el encuentró cón Diós? ¿Pór queó
existen las diversas religiónes y cóó mó escóger entre ellas? ¿Cuaó l es la cualidad de ló
divinó en el cristianismó? ¿Es ciertó que Diós puede amarnós? ¿De dóó nde sacan
esta certeza lós que ló afirman? ¿Nó seraó que buscan seguridades? ¿Es pósible vivir
inteligente y generósamente sin creer en Diós? ¿Cóó mó hay que órganizar la vida
espiritual? ¿Nó queda tódó estó reducidó a la nadadór la escandalósa existencia del
mal y finalmente ¿Queó es creer? etceó tera
2. Tódó ló que estaó relaciónadó cón Cristó. En un mómentó en que lós mediós de
cómunicacióó n le presentan cón tódó tipó de róstrós. ¿Queó pensar de su psicólógíóa y,
especialmente, de sus tentaciónes? ¿Cuaó l puede ser el significadó de sus milagrós,
negadós pór algunós exegetas y curiósamente rehabilitadós... en el teatró, pór
Henri Tisót? ¿Queó pueden apórtarnós lós sacramentós, celebradós a menudó de
una manera aburrida? ¿La Eucaristíóa es la presencia de Cristó? Jesuó s pretende ser
el Caminó, la Verdad y la Vida, ¿cóó mó puede sóstenerse estó hóy, cuandó cada unó
se cónstruye su própia religióó n a la carta? Jesuó s nós ha dadó la cónsigna de
evangelizar: ¿nó es estó una agresióó n, una intólerancia y un sectarismó? Etceó tera.
se dirige nó sóó ló a sus fieles, sinó tambieó n a tóda la sóciedad? ¿Queó pensar de sus
intervenciónes puó blicas? ¿Tiene derechó a hacerlas? En casó afirmativó, ¿las
intervenciónes puó blicas de la Iglesia són adecuadas a lós tiempós en que vivimós?
¿Queó sabe la Iglesia del hómbre? ¿Cóó mó cónciliar el cristianismó cón la
módernidad? Etceó tera.
4. Tódó ló que define al hómbre. Entre lós dós extremós de su existencia. ¿La
creacióó n cónsiste en el big-bang? ¿Queda heridó el hómbre cuandó la prócreacióó n
se hace sin amór? ¿Saberse amadó pór Diós basta para ser feliz? ¿Es pósible una
«civilizacióó n del amór»? ¿Nó es algó sóbrehumanó el perdónar? ¿Vale la pena vivir,
sóbre tódó cuandó sabemós que vamós a mórir? ¿Pór queó se nós róban
prematuramente a nuestrós seres queridós? ¿Existe el maó s allaó y en queó cónsiste?
¿Hay pósibilidad de cómunicacióó n cón lós muertós? ¿Cóó mó permanecer en
cóntactó cón ellós? ¿Es creíóble una alegríóa eterna, aunque sea cón Cristó? Etceó tera.
Este es el plan que vóy a intentar seguir ló mejór que pueda, sin ahógar pór esó las
preguntas. Cónfíóa en míó: te descubriraó s en estas paó ginas. Es verdad que nó cónózcó
a tódós lós jóó venes, aunque haya cómpartidó mi vida cón muchós.
Ademaó s, nó tódós lós jóó venes són iguales. Lós cercanós nó deben hacernós ólvidar
a la multitud de lós alejadós. Pór ótra parte, algunós jóó venes se dejan influir
demasiadó pór lós adultós que se ócupan de ellós. Pórque tambieó n existe el laicó,
«vóz de su cura»... Y, sin embargó, tu generacióó n pósee una cierta hómógeneidad,
aun teniendó en cuenta lós distintós niveles culturales. Tambieó n en las
Universidades, dónde se educa en el rigór, hay jóó venes que se dejan tentar pór las
sectas, y la ignórancia religiósa es tan grande entre ellós cómó entre lós jóó venes
que nó han tenidó la ópórtunidad de pisar las aulas universitarias. Hasta tal puntó
que el mejór de la prómócióó n nó es capaz, a veces, de entender el sentidó de un
beleó n ó de una vidriera de la catedral de Leóó n.
1. Lós maó s mayóres han buscadó y buscan tódavíóa un Diós explicativó, una
Causa primera, una Razóó n suprema. En su juventud tuvierón que hacer frente al
dilema «de la fe ó la ciencia». Se encóntrarón cón el raciónalismó, para el cual Diós
es una hipóó tesis inuó til (decíóa el fíósicó Laplace). Inuó til en ló que cóncierne al órigen
del universó, que nó cómpórta misterió algunó; inuó til en ló que hace referencia a la
vida móral, que nó necesita fundamentó religiósó algunó, y que es muchó maó s pura
cuandó nó entranñ a ni recómpensa ni castigó. Asíó de óptimistas eran lós cientíóficós
de principiós de sigló, aunque nó tardarón muchó en desenganñ arse. Las teóríóas
sóbre el órigen del mundó nó cesan de módificarse, pórque ninguna parece
satisfactória. Pór ótra parte, las cóstumbres, privadas de su zóó caló cristianó, nó
dejen de degradarse, cómó ló habíóan previstó ya dós nó-creyentes, Jean-Paul Sartre
y Jacques Mónód. En las dós uó ltimas deó cadas, la inmóralidad ha dadó un saltó
cualitativó hacia adelante, y hóy se publican, bajó la próteccióó n de la ley, cósas
impensables hace veinte anñ ós.
Frente a las pretensiónes del raciónalismó, la Iglesia nó se encerróó en lós
sentimientós piadósós, cómó si el cristianó - tuviese que refugiarse en su
interióridad para hacerse inmune a lós ataques. «Sin duda la fe es inuó til, puede que
inclusó estupidez peró me calienta el córazóó n y, pór tantó, es verdad.» En 1870 el
Cóncilió Vaticanó I tómóó la defensa de la inteligencia, creyeó ndóla capaz de pónerse
en caminó hacia Diós, aunque en la ruta se encuentre cón numerósas encrucijadas
en las que es faó cil perderse. Tambieó n recórdeó que Diós habíóa queridó revelarse a síó
mismó en Jesucristó, y que esta luz sóbrepasa las capacidades de nuestra razóó n, nó
pórque sea irraciónal, sinó al cóntrarió, pór ser superrazónable.
De ahíó que la catequesis y la predicacióó n hayan puestó en marcha dós
argumentaciónes. Para salvar la inteligencia, desplegarón las «pruebas de la
existencia de Diós», que, en realidad, nó són maó s que «víóas» y nó caó lculós
matemaó ticós. Peró, para mantener a la inteligencia en el cíórculó de la humildad,
insistierón demasiadó en el milagró: Diós se manifestaríóa sóbre tódó rómpiendó
cón las leyes naturales e infringieó ndóló les espectaculares excepciónes, para
humillarnós de alguna manera. La pastóral, pór su parte, ha utilizadó
machacónamente el siguiente eslógan: «¡Razóó n, defieó ndete! ¡Razóó n, humíóllate!».
Si nó me equivócó, eó ste nó es tu universó, pór distintas razónes. En primer lugar,
hóy tóda pretensióó n de verdad, ya sea religiósa ó nó, ha perdidó su mórdiente.
Ademaó s, la filósófíóa nó es tu fuerte. Y pór uó ltimó, y sóbre tódó, tuó nó buscas a Diós
en las galaxias. Tuó quieres un Diós Amór que deó sentidó a tu vida. Pór esó
determinadós debates te aburren aunque veces puedas perderte cósas
interesantes. Ademaó s cada vez hay menós.
Sin embargó encuentró en mis nótas algunas preguntas de este tipó:
Pór un ladó. «¿cree usted los milagros de la Biblia?». Pregunta que revela la duda
que anida en tu córazóó n.
Pór ótró, «¿por qué Dios no hace ya milagros o no hace más milagros?». Y la
pregunta trasluce tu escaó ndaló ante el próblema del mal.
2. La gente que tiene entre cuarenta y cincuenta anñ ós cónvivióó cón ló que llaman
las «ciencias humanas», disciplinas que tómarón el relevó de las ciencias fíósicas sin
suprimirlas. La atencióó n se desplazóó hacia autóres (Marx, Nietzsche, Freud...) que
nó atacarón al Diós explicativó, sinó al Diós nócivó, ó inclusó perversó, móstrandó
el órigen viciósó de la religióó n, su sóspechósa «genealógíóa». Se les llamóó lós
«maestrós de la sóspecha». Nó intentarón demóstrar la inexistencia de Diós (para
Marx, es una cuestióó n inuó til), sinó cóó mó pódíóa surgir en la cónciencia humana una
idea tan descabellada. Hablarón de Diós cómó el ópió que adórmece la miseríóa
ecónóó mica, cómó el frutó de una neurósis engendrada pór la imagen de un padre
terrible, ó cómó el resultadó del resentimientó cóntra el mundó... Nó se trataba ya
del Diós explicativó, sinó del Diós explicadó... Estas ideas invadierón a la
inteligencia catóó lica, que quedóó aterrórizada y óbsesiónada pór ellas. Algunós
inclusó anñ adierón ótras razónes. Otrós intentarón demóstrar que, al destruir las
razónes para creer, se alcanzaba la «nóche» de lós míósticós. Tódó estó se ensenñ óó en
lós institutós catóó licós y en lós seminariós. Cón elló se hizó muchó danñ ó, sóbre tódó
a determinadós laicós, sacerdótes y religiósas que pretendíóan pónerse al díóa y
cómprender al hómbre módernó en un cursilló de cuatró díóas. ¿Ló hicierón? Sin
duda hubieran necesitadó una serenidad y una lucidez mayóres, pórque un aó rból
nó debe ócultar el bósque.
Cónfiesó que nó he encóntradó huella alguna de estós debates en tus cuestiónes.
A veces, preguntas a lós jóó venes cristianós si su fe nó es una especie de «fóó rceps»
psicólóó gicó para dar sentidó a la vida, peró sin acusarles de ninguna perversidad.
Tus preguntas nó apuntan hacia la autópsia de un Diós muertó. Seguramente
tampócó hayas leíódó ningunó de lós autóres citadós, cósa que deberíóas hacer.
Ademaó s, sus dóctrinas han envejecidó, al menós en algunós de sus puntós,
especialmente el marxismó. Otras dóctrinas se han divididó y estaó n en permanente
lucha unas fracciónes cóntra ótras, cómó en el casó de las distintas escuelas
freudianas.
En ló que cóncierne a su actitud antirreligiósa, estas dóctrinas apenas renuevan
sus argumentós, y muchós de ellós són tributariós del nivel de cónócimientós del
sigló pasadó. La críótica de la fe nó quedóó terminada en 1843, cómó ló pretendíóa
Marx; y la explicacióó n que da Freud del mónóteíósmó bíóblicó nó se sóstiene. En
cualquier casó, la «ilusióó n» cristiana de la que hablaba el padre del psicóanaó lisis,
tiene un belló «futuró» ante síó, decíóa Jacques Lacan. Nó te digó tódó estó, para que
barras cón un gólpe de despreció a tódós estós autóres, sinó para que nó te dejes
impresiónar pór ellós, cómó ló hicierón ciertós sacerdótes que llegarón inclusó a
flirtear cón sus ideas. Leó elós, si quieres, peró cón la cabeza fríóa.
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Y sóbre tódó nó exageres su influencia. El errór de lós uó ltimós veinte anñ ós radicóó
en haber creíódó que ser módernó era igual a ser ateó, y ser ateó, igual a ser
marxista. Algunós anaó lisis han sucumbidó a esta cónfusióó n, inclusó en el Vaticanó
II. De ahíó .que se haya llegadó a hacer de las ciencias humanas el pasó óbligadó para
ser cristianó hóy (¿cóó mó creer despueó s de Marx?). Algunós teóó lógós han llegadó
inclusó a própóner un cristianismó a la altura de la increencia, en el que la
preócupacióó n pólíótica reemplazaba a la fe evangeó lica. Es ló que se ha dadó en
llamar la secularizacióó n. Sin embargó, en la URSS, muchó antes de la perestróika
(que nó es un remedió milagrósó ), el cristianismó ha aguantadó pór medió de la
óracióó n lituó rgica y privada, y, sóbre tódó, pór medió del martirió. Si en vez de
entrar en la resistencia espiritual, se hubiese enterradó y perdidó vitalidad, habríóa
perecidó. Nó quieró vólver a repetir ló que ya dije en «Caminó del Evangelió», peró
estóy persuadidó que nuestra eó póca rechaza cualquier ideólógíóa, y me alegró de
elló, aunque la verdad tambieó n sufra las cónsecuencias de esta indiferencia. Lejós
de haber desaparecidó, la preócupacióó n religiósa se extiende en tódas las
direcciónes en esta eó póca del «nuevó individualismó» ó de la «póstmódernidad»
(Gilles Lipóvetsky). Surge, entónces, «ló sagradó a la carta» ó «la dóble
pertenencia», fenóó menó que cónóces bien. Pór muy laicó que sea el Estadó, la
intimidad de la persóna nó ló es. Y me parece que el Evangelió tiene maó s
pósibilidades cón el retórnó de ló sagradó que cón el ateíósmó. Estó es ló que
percibe cualquier misióneró luó cidó que entre en cóntactó cón la gente de la calle.
Hóy, igual que ayer, la timidez nó tiene cabida en el córazóó n del bautizadó.
decíóan antanñ ó esós herejes, llamadós maniqueós? ¿y si de lós dós el Maló fuese el
maó s póderósó? Inclusó sin abandónar el mónóteíósmó, ¿y si se demóstrase que
Satanaó s, la Bestia, el Anticristó, el nuó meró 666, es maó s eficaz que el Diós del Amór,
a juzgar pór lós estragós que causa en el mundó actual? En ese casó, ¿a quieó n hay
que seguir, a Diós ó al Diabló? Fíójate que se trata de la misma tentacióó n de Jesuó s en
el desiertó (Lucas 4,5-8), que el rechazóó sin cóntemplaciónes. Peró quizaó s a ti ya
tus cómpanñ erós se ós haya ócurridó pensar: «despueó s de tódó, ¿pór queó nó
intentarló cón Satanaó s?; ya veremós; hay que próbarló tódó, antes de decidirse».
Puede que inclusó hayaó is hechó un «pactó»: vender vuestra alma al Diabló a
cambió de póder. Habreó is salidó de la experiencia tremendamente decepciónadós
(Satanaó s miente tantó cómó respira y nó mantiene sus prómesas) y, a la vez,
heridós.
4. Pór esó me he vistó óbligadó a anñ adir un cuartó puntó a lós ótrós tres ya
enunciadós: en el fóndó, nó estaó s muy seguró de la calidad de ló divinó, y eó ste es tu
principal próblema. Nó te extranñ es. Es nórmal que te encuentres inmersó en la
córriente neópagana cóntempóraó nea, enemiga declarada de la revelacióó n judeó-
cristiana. En efectó, la Biblia nó se limita a afirmar que Diós es uó nicó, ló que ya
sabíóan determinadós pueblós; nós ensenñ a que este Diós es persónal, que tiene un
nómbre, que es amigó del hómbre, que sella una alianza cón eó l y le hace una
prómesa, que le manifiesta su misericórdia, y que desea entrar en cómunióó n cón eó l
sin que esta próximidad sea peligrósa. El prófeta bíóblicó nó se limita a cóndenar el
póliteíósmó, es decir, la pluralidad de dióses; reprócha, sóbre tódó, al creyente
equivócarse pór cómpletó en la manera de entrar en cóntactó cón el, cómó si se
pudiese fórzar la manó de Diós a traveó s de praó cticas maó gicas. De hechó las dós
pósturas estaó n relaciónadas: si lós paganós multiplican las divinidades, es para
explótar a fóndó tódas las energíóas sóbrenaturales a traveó s de la especializacióó n de
cada una de las divinidades (salud, riqueza, póder, venganza...). El ritó se cónvierte,
entónces, en la puesta en marcha de estós mecanismós infalibles. Es divinó tódó ló
que funcióna sin pararse ni retrasarse. El córazóó n nó tiene nada que ver en esta
distribucióó n autómaó tica.
Y nó creas que la «míóstica» escapa a este sóó rdidó universó. Ya sabes que para
mucha gente actual, la óracióó n es la reduccióó n del hómbre al vacíóó, a traveó s de tóda
una serie de ejerciciós córpórales y psicólóó gicós. Y el maó s allaó , si es que existe, nó
es maó s que la fusióó n del hómbre en el gran Tódó, cómó un terróó n de azuó car se
disuelve en una taza de cafeó caliente. Examinaremós esta cuestióó n maó s de cerca. En
el fóndó se trata de la misma pregunta de lós mayóres ( «seó quieó n es Diós, peró
¿existe?; ¿se necesita para explicar el mundó?» ) al reveó s: «seguramente Diós existe,
peró nó seó quieó n es, ni quieró saberló; yó mismó deseó desaparecer en este
Descónócidó».
El reversó de la medalla nó debe ócultarte la ótra cara: el cónvertidó de hóy nó
se queda satisfechó cón saber que Diós existe, ló que realmente le cónmócióna es el
saberse amadó pór el. Estó es ló que separa prófundamente las diversas
generaciónes de nuestra sóciedad: la encuesta sóbre la existencia de Diós ó la
acógida de la calidad de ló divinó. Estó es ló que hace difíócil la fe. En efectó, a la
existencia de Diós puedó llegar pór míó mismó y faó cilmente, cómó el 78 pór l00 de
lós jóó venes espanñ óles. El sentirme amadó pór EÉ l, sóó ló ló puedó creer. De ahíó que
sóó ló un 46 pór l00 de lós jóó venes espanñ óles acójan y crean en un Diós persónal...
(Nóta del editór: Estós datós han sidó sacadós del libró Jóó venes espanñ óles 89
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Ló que primeró me llama la atencióó n, amigó míóó, es que hablas de Diós sin saber
demasiadó ló que se escónde tras esta palabra tan usada y tan manida. Pór esó,
preguntas:
Asíó pues, antes de cóncederle a Diós la iniciativa, ó cólócar tal accióó n en su haber,
ó endósarle tal cataó strófe, quisieras saber quieó n es este póder misteriósó al que lós
hómbres atribuyen la capacidad de bendecir ó de maldecir, de crear y de aniquilar.
Y tienes razóó n. En efectó, «Diós» es ló que menós cónóce el hómbre, aunque sin
cesar hable de EÉ l. Cada unó próyecta sóbre esta palabra sus própiós sentimientós:
el deseó de ser prótegidó, el miedó de ser castigadó, la intercesióó n pór lós seres
queridós, la venganza cóntra lós enemigós, el recónócimientó tótal, la envidia
venenósa, la buó squeda de una belleza radiante, la espera de una nóche óscura «en
la que tódós lós gatós són pardós», la sed de cómunicar cón un Ser «suó per», la
maníóa de querer disólverse en una córriente vertiginósa, el ..deseó de sóbrevivir, la
vóluntad de desaparecer... Diós es ló que esperó de Diós; es ló que me cónviene que
sea, para afirmarló ó para negarló. En este aspectó, tantó el creyente cómó el nó
creyente pueden estar a merced de su imaginacióó n. El uó nicó que escapa realmente
a esta ilusióó n es el santó, el míósticó cristianó, el que supera las pruebas y atraviesa
las «nóches» espirituales. Este nó inventa, ciertamente, aun Diós que le cóntradice
duramente, y que nó le pasa la manó pór la espalda, y que le cónduce hacia
caminós dónde nó quisiera ir (Juan 21,18).
Preguó ntate, amigó míóó, si nó són tus caprichós, tus maníóas, tus miedós ó tus
frustraciónes las que te hacen decir «Diós», tantó para póner las manós juntas
cómó para lanzar un punñ etazó. ¡Desde este puntó de vista, cuaó ntas cósas que nó
tienen nada que ver cón la filósófíóa se escónden bajó muchós argumentós y
discusiónes! Esó nó quiere decir que nó haya que dialógar, peró teniendó presente
que una manifestacióó n de amistad hace prógresar un debate empantanadó, pórque
el blóqueó se encóntraba en el fóndó del córazóó n.
En relacióó n cón Diós, tambieó n hay ideas falsas «en fríóó», que próceden de una
falta de fórmacióó n ó de una mala educacióó n religiósa. Hablemós de ellas. La Iglesia
sóstiene que la inteligencia humana es capaz de buscar a Diós e inclusó de admitir
su existencia, peró tambieó n recónóce que este prócesó es difíócil, puede desviarse y
nó cónsigue encóntrar el róstró divinó tal y cómó se nós ha queridó manifestar. La
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El Dios causa
El escándalo
Primeró sientes el escaó ndaló que próvóca en ti el mal. El mal que asóla el
mundó, y que cónóces a traveó s de lós mediós de cómunicacióó n, el que te martiriza
persónalmente. Entónces buscas la causa, es decir, el culpable, pórque, en lenguaje
juríódicó, «instruir una causa» es hacer una investigacióó n pólicial, para identificar al
respónsable de un determinadó delitó y póder acusarle. En el prócesó intelectual
hay, pues, un elementó pasiónal que quizaó tuó nó percibes. Retómareó este tremendó
interrógante desde maó s atraó s, peró, ya desde ahóra, quisiera prevenirte de un
errór: imaginar un Diós actuandó sóbre lós fenóó menós cómó cualquiera de las
fuerzas fíósicas (un seíósmó) ó humanas (una agresióó n), exactamente en el mismó
nivel. Piensó en aquella madre que, en vez de dar a su hijó la medicina, se equivócóó
de bótella y le administróó un próductó tóó xicó que causóó la muerte de su hijó en
medió de unós dólóres tremendós. Esta póbre mujer cristiana intentaba aceptar
esta «vóluntad de Diós» imaginaó ndóse que el mismó Senñ ór le habíóa guiadó la manó
para hacerle pasar esta prueba. ¡Hórrible!
Ya ves que, inclusó en el hómbre maó s módernó y raciónal, anida algó de esa
mentalidad primitiva, llamada animismó, y que nó sóó ló existe en AÉ frica. El hómbre
módernó, cuandó sufre un danñ ó, quiere identificar al culpable para vengarse de eó l ó
llevarle ante lós tribunales. Sóó ló asíó se calma. Peró, ¿queó hacer cuandó el mal nó se
le puede imputar a nadie, cómó en el casó de un alud ó de un caó ncer? El hómbre nó
acepta faó cilmente el recursó del azar, pórque esta sólucióó n nó le tranquiliza ló maó s
míónimó, ni satisface su córazóó n. ¿Cóó mó un acóntecimientó impórtante puede ser
puramente accidental ó inócentemente fórtuitó? En el Tercer Mundó, la desgracia
se explica pór la influencia nefasta de lós malós espíóritus ó pór el póder del brujó.
En Európa, es al mismó Diós al que a menudó se acusa y se cónmina a cómparecer
12
La duda
seríóamós maó s que cópias del prótótipó, duplicadós. Ahóra bien, yó he sidó tan
creadó cómó Adaó n y tan queridó pór Diós cómó eó l.
La creacióó n es muchó maó s bella que la prócreacióó n. Esta uó ltima puede llevarse a
cabó sin amór en la pareja y sin deseó de un hijó, en una especie de cóitó instintivó.
Ademaó s, aunque esteó llena de ternura, la prócreacióó n es una accióó n. Que se termina
cón el nacimientó. Despueó s, el bebeó pósee su própia existencia, aunque durante
muchó tiempó dependa de su madre, tantó a nivel sanitarió cómó afectivó. Diós nó
se cóntenta cón dar el pistóletazó de salida. Me crea permanentemente y me ama
sin cesar. Nó se trata de un partó mómentaó neó, sinó de una ternura sin fin. Ló
espiritual teje un lazó maó s fuerte que la biólógíóa.
Mi creacióó n es maó s bella que mi órigen, sóbre tódó si eó ste tiene alguna tara. He
pódidó ser cóncebidó pór descuidó una nóche de bórrachera ó de adulterió; mi
padre ha pódidó abandónar inmediatamente a mi madre, y eó sta ha pódidó pensar
en abórtar. A pesar de tódó esó, mi Padre del cieló me ha queridó, me quiere y nó
cesaraó de quererme. Sóó ló esta «papaó - terapia» es capaz de curar mis prófundas
heridas.
La creacióó n del hómbre nó se cónfunde, pues, cón su prócreacióó n, cón su
cómienzó biólóó gicó. De la misma manera que la creacióó n del universó nó se
cónfunde cón el big-bang, su cómienzó cóó smicó. El Geó nesis nó es un repórtaje
sóbre lós primerós instantes del mundó. Nós cuenta, cón un lenguaje cólóridó y
llenó de imaó genes, que sóó ló Diós es Diós y que tódó ló demaó s prócede de EÉ l sin
cónfundirse cón EÉ l, y sin que las cósas se cónfundan tampócó cón el hómbre. Y nós
da el sabbat para que cómpartamós cada semana el asómbró de Diós ante su óbra.
Es decir, puedes adóptar la teóríóa cientíófica que maó s te guste, siempre que
permanezca en su nivel: el de la explicacióó n de lós fenóó menós. Si sale de ahíó, deja
de ser cientíófica y se mete en el campó de la filósófíóa.
Hay teóríóas materialistas y ateas que niegan la existencia y la accióó n de Diós. Y, al
cóntrarió, tambieó n hay explicaciónes cientíóficas que creen póder demóstrar la
existencia de Diós experimentalmente, descubriendó pór dóquier agujerós que
reclaman su intervencióó n. Nó creas ni a lós unós ni a lós ótrós. Nó deduzcas a Diós
mecaó nicamente. Nó le reduzcas al nivel de lós fenóó menós. La Iglesia llama a esta
ilusióó n «cóncórdismó», es decir, el intentó de hacer cóncórdar la fe y la ciencia en el
mismó nivel.
Un jóven me planteóó esta pregunta: « ¿Quieó n era yó antes de nacer?» Hacíóas
cuerpó cón tu madre, órgullósa de llevarte dentró, de alimentarte, de acariciarte y
de quererte. Nó eres, pues, un próductó de una cadena de móntaje ó de una faó brica
cualquiera. Y antes de tu cóncepcióó n estabas en el córazóó n de Diós, cómó un
próyectó de su ternura, un próyectó eternó y uó nicó, destinadó a la glória. Estó es ló
que eres, amigó míóó, maó s allaó de tu carnet de identidad ó de tu grupó sanguíóneó.
¡Nó cónfundas, pues, lós planes, ni deterióres tu belló misterió!
A veces me preguntas:
«¿Por qué está tan seguro de la existencia de Dios? ¡Deme una prueba!».
Y anñ ades:
«Si un día se prueba que Dios no existe, ¿cómo reaccionaría? ¿Qué piensa de la
gente que dice que Dios no existe?»
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A su manera, el hómbre busca a Diós desde siempre. La Biblia nós presenta una
revelacióó n que nós sóbrepasa, teniendó en cuenta las capacidades de nuestra
sabiduríóa humana, que nó sóó ló se debe póner en móvimientó, sinó tambieó n evitar
las malfórmaciónes gróseras de ló divinó. Dichó de ótra manera, Diós es un derechó
del hómbre: EÉ l es, a la vez, transparente en sus óbras y diferente de ellas (Sabiduríóa
13,1-9; Rómanós 1,18-23). Al vólver a repetimós estó en el sigló pasadó, el Cóncilió
Vaticanó I tóma partidó en favór del espíóritu humanó, castradó pór el raciónalismó
de la maó s bella de sus pósibilidades y privadó del maó s vital de sus cónócimientós.
Al mismó tiempó, la Iglesia tambieó n próclama este principió para lós ateós, que se
adjudican el derechó natural de rechazar a Diós y se vanaglórian de elló cómó de
una liberacióó n; a lós agnóó sticós, que nó niegan nada peró se declaran
incómpetentes y sin un óó rganó aprópiadó; y a lós mismós cristianós, que se
refugian en el sentimientó invócandó la «míóstica». Haciendó estó, la Iglesia se situó a
inequíóvócamente en el caminó de la prómócióó n humana sin la menór vacilacióó n.
Juan Pabló II nó cesa de repetir estas mismas palabras, en una eó póca en que la
defensa de lós derechós del hómbre nó siempre se lleva hasta sus uó ltimas
cónsecuencias. El hómbre tiene derechó a Diós y nadie le debe privar de la libertad
religiósa. Para ti, amigó, la fe te parece ante tódó un deber, y un deber penósó; para
el Papa es un derechó que permite el accesó a la alegríóa y a la realizacióó n persónal.
Tuó preguntas: «¿estóy óbligadó a creer?». Y tu pastór te respónde: «¿tuó tienes el
derechó de privarte de la fe?» Tuó dudas, temiendó aburrirte ó córrer un riesgó
incóntrólable. Peró tambieó n hay ótró riesgó, el cóntrarió: asfixiarte pór falta de
adóracióó n, caer en la pasividad pór falta de verdadera alegríóa. Curiósó, ¿verdad? ,
Seríóa grótescó que intentase hacerte en diez líóneas una expósicióó n de las mil y
una razónes para admitir la existencia de Diós. Tampócó vóy a recurrir a «pruebas»
matemaó ticamente cómpróbables. En este casó, el nó creyente seríóa un imbeó cil,
cómó ese alumnó que nó es capaz de encóntrar, en la , pizarra de la clase, la
sólucióó n al próblema, que salta a la vista. La cuestióó n de Diós nó próviene de ló que
Pascal llama el espíóritu de la geómetríóa, sinó que supóne una reflexióó n en
prófundidad y que cómprómete la vida entera. El puró razónamientó nó llega a la
luz, sóbre tódó el razónamientó ramplóó n, que se queda en el nivel maó s bajó de sus
pósibilidades, en vez de elevarse «a lós niveles superióres del saber».
El nó creyente nó es ninguó n tóntó, ni el uó ltimó de la clase; puede ser, inclusó,
muy inteligente y virtuósó, cómó veremós maó s adelante, peró es insensible al «pór
queó » uó ltimó. Tambieó n puede darse el casó que tenga pór una caricatura grótesca de
Diós, que blóquea su reflexióó n. Ten en cuenta, amigó míóó, que tus falsas imaó genes
de Diós pueden próvócar la incredulidad en ótrós.
Santó Tómaó s de Aquinó nó habla de «pruebas» de Diós, sinó de «víóas» hacia
Diós, y tiene tóda la razóó n del mundó. Es evidente que la víóa cóncluye en alguna
parte, peró própóniendó un caminó, nó administrandó la sólucióó n del próblema al
instante. La sólucióó n nós hace cerrar la bóca, el asuntó cóncluye y nó hay nada maó s
que decir. El caminó nós cónduce hacia el asómbró: un nivel en el que nunca se
terminaraó de descubrir ó de vivir. Tengó miedó, amigó míóó, de que me pidas un
«trucó» para estar seguró de Diós, para arreglar esta cuestióó n de una vez pór tódas.
Peró reflexióna. Si la existencia de Diós fuese algó evidente, ¿queó haríóas despueó s?
La clasificaríóas en tus archivós cómó un próblema resueltó, cómó una tesis
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La solidez de nuestra fe
Cuantó maó s viejó me hagó, maó s evidente me parece este Diós, maó s descubró su
identidad, maó s me hundó en eó l, mi fe se hace maó s familiar y mi córazóó n maó s
sencilló. Estamós lejós de las «pruebas» que reclamabas y que sóó ló són buenas
para lós principiantes. Despueó s, el Senñ ór es capaz de revelarse a Síó mismó, maó s allaó
de cualquier jeróglíóficó cerebral. Seó maó s de EÉ l apretaó ndóme cóntra su córazóó n que
leyendó un libró.
Me diraó s, sin duda, que tambieó n algunós santós se plantearón la cuestióó n: « ¿y si
Diós nó existiera?» Es ciertó, peró hay que entender bien ló que queríóan decir cón
elló. El primeró en hacerló es San Pabló, y su razónamientó es el siguiente: si Cristó
nó hubiese resucitadó, ló habríóa perdidó tódó y seríóa tremendamente desgraciadó,
pórque tódó se ló he dadó a EÉ l (1 Córintiós 15,14-19). Se trata de una excelente
ócasióó n, para el apóó stól y para nósótrós, de verificar si realmente se ló hemós dadó
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tódó. Este es el óbjetivó pedagóó gicó de este supuestó impósible (igual que de este
ótró: «Seríóa capaz de amar a Diós aunque me cóndenara al infiernó...»).
el cura de Ars tambieó n dice: «Si al final de mi vida descubriese que Diós nó
existe, estaríóa atrapadó, peró nó me arrepentiríóa en absólutó haber creíódó en el
Amór». Bajó esta deliciósa ócurrencia, se escónde la certeza de que Diós es Amór y
de que nunca el Amór puede fallar. Piensó tambieó n en esta «maliciósa» reflexióó n de
un teóó lógó: «si Diós nó existiese, se equivócaríóa». ¡Y tantó! Pues nó pódríóa verificar
la bella imagen que tenemós de EÉ l... Y que el mismó nós ha dadó: la imagen del
Amór. ¿De dóó nde si nó pódríóa venirnós esta imagen?
«Quitad lós milagrós del Evangelió y tóda la tierra caeraó de bruces a lós pies de
Jesucristó», escribe Jean-Jacques Róusseau. Nó cómpartó, lóó gicamente, su teóríóa,
peró intentó entender la prócedencia de esta reaccióó n, que se prólónga hasta la
actualidad. Creó que esta reaccióó n se debe a tres razónes.
En primer lugar, pórque se ha abusadó de la presentacióó n del milagró, nó cómó
un signó de la atenta presencia de Diós ante las preócupaciónes de lós hómbres,
sinó cómó una travesura destinada a humillar a la razóó n. «Creeó is en el valór
absólutó de vuestras leyes, parecen decir lós partidariós de esta presentacióó n de
lós milagrós, para ólvidarós de Diós ó inclusó para negarló. Pues bien, Diós ós
muestra su existencia y sus capacidades viólandó esas leyes cuandó le viene en
gana. ¡Asumid la reprimenda y recónóced vuestró errór!». Es decir, el milagró se
definíóa cómó una excepcióó n de las leyes naturales, para dar en la cara a lós
raciónalistas órgullósós. Se cómprende perfectamente la indignacióó n de eó stós, que,
si bien merecíóan una leccióó n, nó teníóa pór queó ser tan humillante. Diós nó se dedica
a hacer sietes en el tejidó de la naturaleza, sinó maravillas. Es capaz de hacer
maravillas sin hacer sietes, es decir, insertandó su accióó n en el cursó de lós
acóntecimientós. Yó mismó he disfrutadó en mi vida de las sónrisas del Senñ ór, que
nó se pueden catalógar cómó pródigiós, peró síó cómó signós de su presencia. A la
inversa, nó basta cón que haya un pródigió para cóncluir afirmandó la presencia de
Diós. Ninguó n milagró, ni siquiera una resurreccióó n, puede fórzar a alguien a creer
(Lucas 16,30). Este es, pues, a mi juició, el primer malentendidó.
Dadó que el milagró es definidó cómó una excepcióó n hecha pór Diós en las leyes
naturales, para cónstatar tal hechó se establece en Lóurdes un centró meó dicó,
encargadó de analizar las curaciónes. Sóó ló pódraó hablarse de milagró en el casó de
que la ciencia nó encuentre explicacióó n natural alguna a tal curacióó n. Es, pues, ló
anórmal ló que permite testar la accióó n divina. De esta fórma, dicen lós partidariós
de esta póstura, lós nó creyentes nó pódraó n hablar de subterfugiós. Sin duda, peró
nó pór esó quedaraó n maó s cónvencidós. Siempre pódraó n decir que alguó n díóa el
prógresó cientíóficó terminaraó pór hallar la causa que hóy tódavíóa se nós escapa. Asíó
pues, a pesar de tódas las precauciónes tómadas, el milagró nunca puede ser
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«¿Creeó is que puedó hacer estó? -pregunta Jesuó s a lós dós ciegós.
-Síó, Senñ ór -le cóntestan.
-Entónces les tócóó lós ójós diciendó: Seguó n la fe que teneó is, que se cumpla»
(Mateó 9,27-29).
Ya ves queó lejós estamós de la pura mecaó nica...
En su Evangelió, Juan habla casi siempre de signós en vez de milagrós. Y estó nós
va a ayudar a prófundizar en el tema. Para mucha gente, Jesuó s es alguien que
anuncia una dóctrina misteriósa y difíócil de entender, bien sea pórque ló hace
apósta, para invitarnós a la humildad, ó bien sea pórque, a pesar de intentarló, nó
ló puede evitar. De ahíó que, para recuperarse, realice milagrós que nada tienen que
ver cón ló que dice, peró que le cónfieren prestigió y credibilidad a sus ensenñ anzas.
Esta credibilidad, sin embargó, nó prócede de su ensenñ anza, demasiadó abstrusa,
sinó de sus capacidades y de su extraórdinaria persónalidad. De esta manera, Jesuó s
renunciaríóa a cónvencemós, cóntentaó ndóse cón asómbramós. Algó asíó cómó un
prófesór de geómetríóa que, al verse incapaz de hacer entender a sus alumnós la
demóstracióó n de un teórema, se pusiera a hacer el pinó delante de la pizarra, para
que sus alumnós le creyesen en nómbre de su talentó acróbaó ticó (imagen utilizada
pór Claudel, para hacernós cómprender ló ridíóculó de la situacióó n.) el milagró seríóa,
pues, una pura payasada, sin relacióó n cón la dóctrina de Jesuó s, ni cón su córazóó n, y
su funcióó n seríóa servir de apóyó externó al Evangelió. Desde esta perspectiva, se
entiende perfectamente a esas persónas pócó creyentes, ó pócó dispuestas a
cónvertirse realmente, que córren de aquíó para allaó en busca de milagrós
(verdaderós ó falsós) para cólecciónarlós y utilizarlós cóntra la Iglesia.
Paradóó jicamente, repróchan a lós demaó s cristianós su incredulidad, cuandó lós
primerós increó dulós són ellós. En efectó, digan ló que digan, nó tienen fe
evangeó lica, pórque eó sta cónsiste en una tóma de pósicióó n ante la persóna de Jesuó s y
ante su mensaje, algó pór ló que nó muestran ninguó n intereó s. Són simplemente
gente curiósa que se deja asómbrar pór fenóó menós extranñ ós (verdaderós ó falsós)
y que cónfunden su asómbró cón un sentimientó religiósó. Pórque estaó n
asómbradós, ya piensan que «creen». Peró, ¿es pósible creer sin seguir a Jesuó s? El
milagró se hace para cónducirnós al Senñ ór, nó para quedarnós pegadós al milagró.
Ló que yó veneró nó es el pródigió, sinó el amór de mi Diós.
Pór esó Juan habla de «signós», es decir, de hechós significativós y que nó sóó ló
són visibles, sinó tambieó n legibles. Hechós que nós designan a Jesuó s cómó la fuente
de tódó y que nós dan la cónsigna de ser sus discíópulós. Una payasada nó nós
ensenñ a nada acerca del córazóó n del acróó bata; sóó ló nós manifiesta su talentó. Un
trucó de magia nó nós dice nada sóbre la vida interiór del prestidigitadór,
simplemente nós muestra su destreza de ilusiónista. Pór el cóntrarió, el milagró
prócede de ló maó s prófundó de Jesucristó, nós revela su persóna, su óbra y su
mensaje, prócede de EÉ l y nós cónduce a EÉ l.
Ademaó s, en lós Evangeliós, Jesuó s nó tiene nada del charlataó n de feria que dice
«nada en las mangas, nada en el sómbreró, nada en lós bólsillós», apróvechaó ndóse
del asómbró de lós demaó s para pasar la bandeja. Mira su discrecióó n en Canaó , pór
ejempló. ¡Nada de pelíóculas! Satanaó s es el que le própóne que mónte un shów
arrójaó ndóse desde el pinaó culó del templó sin paracaíódas un díóa de fiesta. Jesuó s nó
juega este juegó. Y lós milagrós relatadós en lós Evangeliós nó cóntienen nada de
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«¿Cómo se puede decir que el Sida es un castigo de Dios, cuando hay niños
totalmente inocentes que mueren por culpa de esta terrible enfermedad?».
Permíóteme, en primer lugar, preguntarte cón queó actitud planteas esta pregunta.
Pórque hay dós fórmas de reacciónar. Pór un ladó estaó , sin duda, tu reaccióó n, que
traduce una perplejidad ó, inclusó, un escaó ndaló dólórósó. Y pór ótró ladó, la del
«deshacedór de entuertós», que muestra su alegríóa, cónstatandó que -¡pór fin!-
Diós defiende su causa, sancióna eneó rgicamente el mal, y detiene la decadencia
creandó esta terrible peró beneó fica disuasióó n. ¡Ya iba siendó hóra! ¡El principió de
la sabiduríóa es el miedó del pólicíóa... Y de la enfermedad mórtal! Ademaó s, la
amenaza cómienza ya a dar sus frutós: aunque la permisividad móral cóntinuó e, ya
nó se muestra tan triunfante. A ló que algunós, maó s pesimistas, anñ aden: «es ciertó,
peró llega demasiadó tarde; la Virgen predijó la inminencia de la cataó strófe y la
hóra ha llegadó; prepareó mónós para el Apócalipsis».
Ten en cuenta, ademaó s, que nó es raró encóntrarse cón esta actitud. Despueó s de
escribir un artíóculó en «Familia cristiana», para restablecer la verdad, es decir, la
bóndad de Diós, recibíó una carta indignadíósima de un lectór, repróchaó ndóme el
haber desfiguradó el verdaderó róstró de Diós y haber apóyadó la inmóralidad. Le
respóndíó preguntaó ndóle sencillamente si, cuandó cómulgaba, recibíóa en la hóstia el
cuerpó de un .verdugó de lós demaó s... Y el episódió me hizó recórdar un pasaje de
la pelíócula «Senñ ór Vicente». Unas senñ óras de la alta sóciedad, a las que San Vicente
Paul habíóa invitadó a acóger a unós ninñ ós abandónadós, le respónden indignadas:
«¡Diós nó quiere que vivan; són lós hijós del pecadó!». A ló que el santó, muy serió,
replicóó : «Senñ óras, cuandó Diós quiere que alguien muera pór el pecadó, envíóa a su
própió hijó». ¡Queó respuesta!
Y, sin embargó, la idea de un Diós castigadór, que a ti ya míó nós aterróriza, puede
basarse en argumentós bíóblicós nada despreciables. Es verdad que, desde el primer
pecadó (Geó nesis 3,14-19) hasta lós de hóy (Rómanós 1,18-32), el Senñ ór castiga la
rebeldíóa cón penas diversas, de las que la peór es la muerte. Su palabra anuncia el
juició: «pór haber hechó estó..., ¡OH hómbre!..., te pasaraó estó.»
De esta fórma eneó rgica fue tratadó el puebló de Diós, cuandó se móstraba infiel,
pór lós prófetas. Asíó, en tiempó de lós Jueces, el puebló puede elegir entre la
zanahória ó el paló. Ademaó s, en la Biblia, Diós nó se cóntenta cón dejar que el
pecadó deó su própió frutó autómaó ticamente (es ló que se llama la «justicia
inmanente»), sinó que infringe el castigó en persóna.
Peró esta taó ctica divina del gólpe pór gólpe puede que funcióne a nivel cólectivó,
peró nó a nivel individual. En este segundó nivel, lejós de sanciónar
inmediatamente al maló, a menudó Diós le deja prósperar y pavónearse en un lujó
insólente. Ya tiene papada y, mientras sigue engórdandó (Salmó 73,6-7), se burla
de un cieló que parece sórdó, ciegó y mancó (versíóculós 10-11). En cambió, el justó
sópórta tóda clase de calamidades... ¡Realmente la justicia divina escandaliza y
cónfunde! Es el mundó al reveó s. Algó de esó vivióó el póbre Jób ahógadó pór las
desgracias, mientras sus amigós intentaban hacerle cónfesar un pecadó secretó
que justificase sus males. ¡Y Yahveó se cóntentaba cón mandarle guardar silenció!
En la misma eó póca, lós prófetas se pónen a próclamar que Diós nó quiere la
muerte del pecadór, sinó que viva (Ezequiel 18,23). Sin aflójar su exigencia, Yahveó
se muestra dispuestó al perdóó n y multiplica sus llamadas al arrepentimientó. El
tónó va cambiandó: se acercan lós nuevós tiempós.
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¿Y el Sida?
mundó. ¡Ya ves a dónde cónducen las teóríóas! el Papa San Píóó V cóndenóó este errór
en 1567. Muchó antes, San Agustíón habíóa dichó que el sufrimientó funcióna cómó
un remedió maó s que cómó un castigó).
Peró tu gran próblema y el de tódas las generaciónes es el próblema del mal. Hay
multitud de preguntas sóbre este puntó cóncretó:
«¿Por qué, si Dios ha creado el mundo, no hace todo lo posible por mejorarlo?
-¿Por qué no hace milagros?
-¿Por qué ha creado Dios a los hombres para que se maten entre ellos?
-¿Por qué algunos niños nacen con minusvalía y otros no?
-¿Por qué hay tantas miserias en la tierra, cuando deberíamos ser felices?
-¿Por qué Dios no hace nada para hacer felices a los africanos que se mueren de
hambre?
-Si Dios es bueno, ¿por qué hay tantas injusticias en la tierra?
-¿Por qué deja morir a los niños de Etiopía?
-¿Piensa que Dios es justo al quitamos a un ser querido? -¿Por qué en la vida
algunos son felices y otros no?
-¿Dios podría lograr que todos los países se entendiesen y evitasen los conflictos?
-No creo en Dios, porque mi familia, incapaz de hacer daño a una mosca, se ha
visto continuamente perseguida por la adversidad.
-Si Jesús ha resucitado, ¿por qué no resuelve todos los problemas del mundo?
-¿Por qué hay guapos y feos?
-¿Aceptaría la muerte de su propio padre...?»
1. Nadie, ni siquiera Diós, pudó dar una explicacióó n satisfactória del mal. El
Senñ ór nó prónuncióó un discursó sóbre el asuntó. Su uó nica elócuencia es la de un
Crucificadó que calla y se ófrece. Didier Rimaud le llama «el Libró abiertó a gólpe
de lanza», y anñ ade: «Jesuó s ha muertó: el Libró se ha leíódó.» Es ló que Pabló llama el
«lenguaje de la Cruz» (1 Córintiós 1,18), una lócura que la fe transfórma en la
verdadera sabiduríóa cón el pasó del tiempó. Nó te digó estó para adórmecerte ó
para drógarte antes de suministrarte mis razónamientós. Te ló digó pórque es ló
uó nicó que tengó que decirte. Permanezcamós bajó la imagen del Crucificadó.
Cóntemplemós al Córderó inmóladó que en glória cónserva las huellas de sus
heridas para tóda la eternidad (Apócalipsis 5 y 6). Cuandó tengas que hablar del
mal cón alguó n cómpanñ eró, cómienza y termina cón una óracióó n, si puedes. Jesuó s nó
explicóó la cruz: simplemente la llevóó y se dejóó clavar en ella. Resucitadó, te la
presenta cómó la Cruz glóriósa, sangre y óró.
4. Evita tambieó n tódós lós discursós que huelan a juiciós, esas póleó micas
óratórias que enfrentan a lós defensóres de Diós cón lós defensóres del hómbre en
un debate interminable. Jesuó s nunca entróó en estas cónsideraciónes. Sencillamente,
nós salvóó cón el preció de su sangre. Lós abógadós que defienden al ser humanó
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argumentan que eó ste nó pidióó nacer, que nó es respónsable del pecadó óriginal, que
el Creadór pudó haberló creadó buenó, y que, sin duda, su vida estaó llena de
meó ritós... Lós abógadós de Diós, en cambió, defienden que su cliente es inócente y
libre de crear ló que quiera y cómó quiera, que hizó el mundó buenó desde el
principió, que nó inventóó el mal y muchó menós la muerte, y que nó nós ha dejadó
abandónadós a nuestra suerte... A ló que cóntestan lós abógadós del hómbre
diciendó que, si Diós nó ha creadó el mal, ló permite y, pór tantó, es culpable de nó
asistir a una persóna en peligró, tantó maó s cuantó que sus capacidades són
infinitas... Cuandó se entra en debates de este sentidó, ni ya es pósible salir, ni sale
nada buenó.
puede salvarse. En cambió, el aó ngel, pór ser espíóritu, es capaz de póner tódó su ser
en una decisióó n, en un síó ó en unó nó inapelable. Este es el drama de Satanaó s.)
7. El mal del hómbre es, pues, ante tódó, el mal de Diós. Nó ló ólvides nunca.
Cuandó sufras ó veas sufrir, nó retórnes al paganismó para dar rienda suelta a tu
cóó lera. Nó te dirijas al Juó piter barbudó del Olimpó que enarbóla el rayó ó se divierte
cón una diósa mientras sabórea la ambrósíóa (especie de póstre divinó ). Piensa en
Cristó, que se entrega libremente pór nósótrós en la cruz, y en su Padre, que
«sufre» pórque, pór amór a nósótrós, tiene que abandónarle en estas cóndiciónes.
«Hijó míóó, quisiera mórir en tu lugar» (2 Samuel 19,1). Piensa en las
Bienaventuranzas, que nó són un prógrama electóral cualquiera. Nó es que Jesuó s
rómpa sus prómesas; el próblema radica en que nósótrós nós enganñ amós
imaginaó ndónós prómesas que nunca nós hizó. Jesuó s nó nós prómetióó la desgracia,
peró la felicidad que nós anuncia nó siempre cóincide cón nuestrós facilóngós
itinerariós. El caminó que cónduce a la Vida nó siempre es una autópista de cuatró
carriles (Mateó 7,13-14).
9. En definitiva, tienes que entender, sin ópónerlas, las dós tareas del cristianó:
luchar al maó ximó cóntra el mal y saber sópórtarló espiritualmente. Luchar cóntra
eó l y suprimirló, si es pósible, pórque el mal es dólórósó y cónduce a la blasfemia y a
la desesperacióó n (Próverbiós 30, 7-9). En cualquier casó, nó ló beatifiques
ingenuamente, cómó hacen algunós ricós incónscientes cón la póbreza, de la que ló
ignóran tódó y que, sin embargó, nó dejan de alabar, tómandó un whisky halladó de
su piscina. Ser póbre vóluntariamente y pór ideal, vale (Mateó 5,3), peró sumirse
en la miseria pensandó en ser el preferidó de Diós ó en gózar de cómpensaciónes
maravillósas, de ninguna manera. Si la póbreza material es el uó nicó medió para ser
queridó pór Diós, entónces, que tódós lós cristianós se vayan a dórmir bajó lós
puentes. El paraíósó nó es la cómpensacióó n de las injusticias de aquíó abajó, pórque el
Reinó de Diós debe venir «en la tierra cómó en el cieló», y, pór ló tantó, ya desde
ahóra.
Asíó pues, nó debemós reducir la salvacióó n a su aspectó terapeó uticó, sanitarió,
psiquiaó tricó ó ecónóó micó, imaginandó un paraíósó aquíó en la tierra en el que tódas
las enfermedades fuesen curables, lós cóches nó atrópellasen a lós ninñ ós, el
tratamientó psicólóó gicó suprimiese tóda pósibilidad de equivócarse ó pecar, ó
reinase la paz entre las naciónes de la tierra. En una palabra, «el mejór de lós
29
Pasó pór encima de este Diós nócivó ó perversó que, a veces, nós presentan las
ciencias humanas, al estudiar la genealógíóa de la religióó n ó de la móral. Parece que
este nó es tu próblema, ó al menós yó nó he recibidó ninguna pregunta sóbre elló.
Abórdamós, en cambió, el próblema de la experiencia de Diós, sóbre el que hayal
menós un centenar de preguntas.
Al clasificar mis papeles, se descubren claramente tus seis preguntas
principales:
¿Tiene sentido la vida? ¿Cómo ha hecho para creer? ¿Es necesario creer para ser
feliz y generoso? ¿Cómo se reza? ¿No sois una secta?
Una vez maó s, pidó a Maríóa que me ayude a alimentarte cómó aun hijó ó a una
hija..., y vuelvó a mi maó quina de escribir.
Sóbre este puntó tus preguntas són abundantes, inquietas y, a veces, nerviósas.
Cómó este desafíóó: « y si a mi me gusta destruir mi alma, ¿qué le importa a usted?»
Muchó, pórque te quieró, cómpartó tu herida y te cónfíóó a Jesuó s. Tómó en serió
nó las palabras de la pregunta, sinó el sufrimientó que escónden. Escríóbeme, te
cóntestareó .
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Evangelió nó te regala tódó estó de gólpe y pórrazó, maó s bien ló exige, aunque te
ayude a cónseguirló.
Pór ótra parte, la felicidad nó estriba en una vida ideal, sin fracasós y sin luchas.
Nó hagas casó de la publicidad cómercial que te própóne cóntinuamente imaó genes
y módelós deó biles, al estiló de playa de Tahitíó cón cócóterós, mar azul, bella
muchacha y un jóven que hace surf mientras la mira. La felicidad nó estaó en el
turismó paradisíóacó, ni en la mólicie prólóngada, ni en las sensaciónes fuertes en
un paíós extranjeró. La felicidad es cómpatible cón la lucha diaria que cómienza
tódós lós díóas al levantarse. Para míó, la felicidad cónsiste en nó tener que
plantearse nunca la cuestióó n de la felicidad, vivir sin palparse nunca el pulsó, hacer
cótidianamente ló que hay que hacer, esperandó en un manñ ana mejór. Esó es tódó.
Me preguntas si «la dróga y la depresióó n se pueden arreglar cón la fe». A veces
síó, peró hay que luchar y plantarles cara, en vez de dejarse llevar. Replicas: «¿nó es
algó demasiadó faó cil pedir la sólucióó n a Diós?». Si nó se hace nada pór encóntrarla,
acógerla y vivirla, ciertamente. Ademaó s, estate seguró de que, en este casó, nó
pasaraó nada.
Dichó estó, creó cón tódó mi córazóó n que la fe en Jesuó s multiplica tus razónes
para vivir. Ante tódó, pórque te hace descubrir el Amór fundamental, el Amór
indefectible, el Amór que sólucióna cualquier dificultad del pasadó, de tu familia,
de tu ambiente, de tus tentaciónes, tu pecadó, tus desaó nimós y decepciónes. Ahóra
bien, la fe nó es una pastilla que se tóma y actuó a sin que tuó hagas nada. La fe se
mantiene cón la caridad, se cónstruye cón la lucha y se alimenta cón la óracióó n.
Ademaó s, el Evangelió nó sóó ló cura las depresiónes; calma tambieó n las cóó leras,
frenas las impaciencias y reduce el órgulló. La fe es, a la vez, fuerza y dulzura.
Sin embargó, al decirte tódó estó, estóy inquietó y temó que cónviertas a Diós en
tu servidór, al que utilizas a tu antójó, y que ló cólóques al servició de tus intereses
persónales. Seríóa el mundó al reveó s, es decir la idólatríóa. Tienes que darle la vuelta
a la tórtilla. Diós nó puede ser tu Diós, sinó que tuó tienes que ser su discíópuló. EÉ l
tiene que entrar en tu casa pór la puerta grande (Salmó 24,7-10), nó pór la puerta
de servició. Este es el errór de determinadós meó tódós psicólóó gicó-religiósós:
sómeter a Diós a lós deseós del yó, cón el riesgó de prómóver una religióó n hueó rfana
de adóracióó n y en la que el crucificadó queda reducidó aun ser traumatizante. Un
retiró espiritual nó es una cura psicólóó gica. Busca, ante tódó, el Reinó de Diós, y
tódó ló demaó s se te daraó pór anñ adidura (Mateó 6,33). De ló cóntrarió, despueó s de
haber gemidó pór tu herida, celebraraó s tu curacióó n, peró sin haberte encóntradó
cón Jesuó s ni antes ni despueó s. Huye de este narcisismó religiósó cómó de la peste,
pues te haraó cónfundir la óracióó n cón la autó degustacióó n de tu eufória
psicósómaó tica. ¡Nó es asíó cómó invócaba Jesuó s al Padre en Getsemaníó ó en la Cruz!
Diós es el Otró (Juan 21,18). La óracióó n nó cónsiste en cóncentrarte, sinó en
descentrarte. Preguntas, cón sentidó del humór, si Diós tiene defectós. Y te cóntestó
en la misma clave: «síó, suele llevar la cóntraria». Peró es asíó cómó cónstruye tu
verdaderó yó. Lós santós, empezandó pór Maríóa, són lós que han entendidó estó.
Maríóa nunca fue tan ella misma cómó cuandó fue del Otró.
¿Cuaó l es el caminó que cónduce a la fe? Sóbre este asuntó encuentró muchas
preguntas: algunas pintórescas y casi tódas cónmóvedóras.
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Amigó, en tu córazóó n se escónden juntós lós prós y lós cóntras. Algunas de tus
preguntas muestran tu temór ante la ilusióó n del cristianismó, sin que elló quiera
decir que te hayas quedadó ancladó en eó l.
Síó, amigó, la fe en Cristó es un dón del Padre. «Nadie puede acercarse a míó, dice
Jesuó s, si el Padre que me envióó , nó le atrae» (Juan 6,44). San Agustíón cómentóó de
una manera admirable este versíóculó, móstrandó que esta atraccióó n funcióna cómó
una verdadera vóluntad del espíóritu... Peró nó pidas cuentas a Diós sóbre su módó
de tócar el córazóó n humanó. A veces, utiliza el itinerarió nórmal de la fórmacióó n
cristiana, llenandó el mómentó clave de ese prócesó de una efusióó n del Espíóritu
Santó que própórcióna una verdadera cónversióó n en el mismó interiór de la fe.
Otras veces se sirve de las circunstancias, intróducieó ndóse en la cadena de lós
hechós que dependen del maó s puró azar. Piensó, pór ejempló, en Paul Baudet,
abógadó de Jacques Fesch, que encóntróó la fe pórque una agencia de viajes se
equivócóó y le dió pasaje en un barcó en el que se encóntraban variós centenares de
estudiantes parisinós cón destinó a Tierra Santa. Diós se sirve tambieó n del
testimónió de lós creyentes y de su valentíóa misiónera, que Juan Pabló II nó cesa de
alentar. Peró tambieó n es capaz de irrumpir en un alma sin preparacióó n alguna y
cuandó menós se ló espera, cómó ló atestiguan lós relatós de lós cónvertidós. Y nó
es que Diós actuó e asíó para burlarse de lós demaó s hómbres, sinó para móstrar la
«energíóa» que se desprende de su Palabra, y, quizaó tambieó n, pórque a hómbres
cómó Paul Claudel, Andreó Fróssard y Andreó Levet lós necesita para encómendarles
una misióó n especial.
Tranquilíózate, amigó míóó. Yó siempre he sidó cristianó, cósa que agradezcó
prófundamente a mis padres, y nunca tuve una revelacióó n especial; sin embargó, a
ló largó de mi carrera sacerdótal, he cónócidó sórprendentes intervenciónes del
Espíóritu. Pórque la gracia nó se cóntenta cón mantener limpió el córazóó n del
bautizadó, sinó que nó cesa de crear cósas nuevas en eó l.
Asíó pues, trata de encóntrar tu itinerarió persónal sin envidiar el del vecinó. Lee
testimóniós de jóó venes cómó tuó , y, sóbre tódó, reza, reza sin cansarte. Y despueó s,
pón lós mediós adecuadós para encóntrarte cón el Senñ ór y descubrir sus signós. A
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El papel de la oración
1. «¿Pór queó rezar es una ósadíóa?», preguntas cón aciertó y aduces al ejempló de
la misa, en la que el sacerdóte intróduce el Padre Nuestró diciendó: «nós atrevemós
a decir.» Rezar es una audacia, pórque, hasta Jesuó s, ninguó n hómbre se habíóa
atrevidó a decir a su Diós: «¡Abba, mi papaíótó queridó!». Y tambieó n pórque el
pecadó ha desdibujadó nuestra relacióó n cón el Senñ ór. En unó de sus catequesis, el
cura de Ars decíóa a lós ninñ ós: «nós habíóamós ganadó a pulsó nó póder rezar; peró
Diós, en su bóndad, nós ha permitidó hablarle.» Nó sóó ló nós ló permitióó , sinó que
nós pidióó que ló hicieó semós. El mismó Diós fue el primeró en dirigirse al hómbre:
«Adaó n, ¿dóó nde estaó s?» Asíó pues, «atreó vete tódó ló que puedas», cómó dice un
himnó al Santíósimó Sacramentó, sabiendó muy bien que nó tienes la audacia de
abórdar aun terrible tiranó, sinó la audacia de creer en la ternura ófrecida. Nó esteó s
atemórizadó, sinó emóciónadó, cómó el hijó próó digó cuandó vuelve a casa cón la
cabeza gacha y su padre «se lanza a su cuelló» (Lucas 15,20).
Pór uó ltimó, la audacia nó cónsiste en interpretar al Tódó- póderósó, sinó en
vencer en ti mismó la timidez y la incredulidad. ¡Atreó vete a creer en el dón que se te
hace! ¡Atreó vete a respónder a la invitacióó n que se te dirige! ¡Nó esperes maó s!
¡Cómienza inmediatamente!
pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren» (Lucas 11,9-10). Para
afirmar estó de una manera tan categóó rica, Jesuó s utiliza el ejempló de nuestrós
padres. A ningunó de ellós, pór muy «maló» que sea, se le ócurriríóa dar una
serpiente aun ninñ ó que pide un pez, ó un escórpióó n al que pide un huevó.
- Ahóra bien, el Senñ ór nó siempre respónde ló que tuó esperas. A menudó, nó
respónde al instante, nó pórque quiera hacerse de rógar, sinó pórque quiere próbar
la sólidez de tu cónfianza. A veces, nó respónde de una fórma sensible, sinó
daó ndóte la paz, inclusó una paz austera (Gaó latas 5,22). Nó siempre respónde
cóncedieó ndóte ló que re pides, sinó entregaó ndóte el mejór de lós regalós: el espíóritu
filial (Lucas 11,13). Pónerse en actitud de óracióó n es ya ser escuchadó en 10 que
cóncierne a ló esencial: se entra en cóntactó cón el Padre, la fe funcióna y la ternura
circula.
3. «¿Cóó mó se reza? Nó seó hacerló y, pór esó, apenas rezó». Amigó, nó hay una
escuela de preparacióó n a la óracióó n. En efectó, Jesuó s nunca respóndióó a la pregunta
de sus discíópulós, muy parecida a la tuya: «Senñ ór, enseó nñanós a rezar, cómó Juan
ensenñ óó a sus discíópulós» (Lucas 11,1). Simplemente, les cóntestóó : «cuandó receó is,
haced cómó Yó» (Lucas .11,2). Nó les prestóó un manual, ni les ensenñ óó un meó tódó;
simplemente, les abrióó su córazóó n y les entregóó su secretó. Para rezar nó te hace
falta un cursilló de seis meses sanciónadó cón un diplóma vaó lidó para tóda la vida.
Ló uó nicó que tienes que hacer es empezar inmediatamente. Dile al Padre la misma
frase, llena de desólacióó n, que me diriges a míó: «Padre nó seó rezar.» ¡Queó óracióó n
tan hermósa! Me hace pensar en el gritó de Charles de Fóucauld: «Diós míóó, si
existes, deja que te cónózca.» En tu casó, seríóa: «Diós míóó, ya que me amas,
ayuó dame a cónfiar en ti.» La óracióó n nó se ensaya, cómó ló hace un pilótó en una
cabina simulada. Seríóa ridíóculó que dijeses a Diós: «Senñ ór, durante alguó n tiempó
vóy a prónunciar la frase "haó gase tu vóluntad", para ver el efectó que próduce en
míó, peró sin tómaó rmeló en serió. Cuandó ló diga de verdad, ya te ló direó . («Hasta
ese mómentó, me entrenó...»). Reza desde el primer, mómentó, cómprómeó tete
desde el principió, arrieó sgate desde el cómienzó, y, sóó ló despueó s, hazte ayudar pór
alguien. Si te apuntas a un grupó ó a una «escuela», vete cón tódas las de la ley y
para cónvertirte de verdad, nó para gesticular en una piscina. El animadór es un
educadór de la fe, nó un instructór de natacióó n. En definitiva, cómó dice Pabló, nó
busques a Diós ni en lós abismós ni en las nubes: estaó muy cerca de ti, en tu
córazóó n» (Rómanós 10,6-8) ¡Nó necesitas ir a las órillas del Ganges ni a la escuela
de lós derviches turcós!
4. «¿Para que una óracióó n sea eficaz, hay que rezar durante muchó tiempó?», me
preguntas. Hay que rezar durante muchó tiempó, peró nó para alegrar a un Diós
distante y enfadadó (cómó si Diós fuese un frascó que hay que agitar antes de
usarló, ó un antipaó ticó al que ni las cósquillas hacen sónreíór), sinó para que el dón
de Diós pueda descender sóbre ti e impregnar tu córazóó n. El tiempó nó estaó hechó
para Diós, sinó para ti, para que puedas acóger la gracia que desciende sóbre ti, a
bórbótónes ó góta a góta. « ¿Nó tiene usted ganas de rezar durante tódó un dla, de
vez en cuandó?» Claró que síó. y pór la misma razóó n. Nó para acumular fóó rmulas,
cómó si mis peticiónes se valórasen a pesó, sinó para expónerme a lós rayós del sól
divinó, para empaparme de su caó lida luz. Nó tengó que cóntarle nada que ya nó
sepa, ni ablandar un córazóó n que ya me ama. Ló uó nicó que tengó que hacer es
dejarme amar ampliamente y sin cansarme.
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5. «¿Rezar es aburrido?
-¿De qué habla usted en sus oraciones?
-¿La repetición no termina en la monotonía?»
A veces, cuandó se estaó secó, rezar puede ser algó austeró. O dólórósó, cuandó se
estaó sufriendó. Peró próntó te daraó s cuenta de que la óracióó n nunca es aburrida.
«¿Reza usted con regularidad?». Síó, y aquíó radica la sólucióó n. Si sóó ló te vuelves hacia
Diós pór caprichó, ó cuandó te apetece, nunca entraraó s en la intimidad del Senñ ór, y
nó se te entregaraó , pórque sucumbes a la… sensacióó n. Peró si haces óracióó n tódós
lós díóas cón un córazóó n fiel, renunciaraó s a la sensacióó n (y, pór ló tantó, tambieó n al
aburrimientó cuandó falla la sensacióó n) y entraraó s en el reinó de la paz. Yó rezó cón
regularidad -gracias, Jesuó s- y nunca me he planteadó tu pregunta. Tampócó me
aburró, pórque nó buscó eó xtasis ni estremecimientós. Mi alegríóa cónsiste en ser fiel
a la cita... En cuantó a la repeticióó n, es la ley de tódó prógresó. Avanzar en la
óracióó n nó cónsiste en cónsumir fóó rmulas siempre nuevas y cada vez maó s
asómbrósas, cón el fin de vibrar cada vez maó s y mejór. Avanzar en la óracióó n es
repetir incansablemente las palabras de amór maó s sencillas, cómó hacen tódós lós
enamóradós. Cuandó quieres a una chica, nó utilizas para hablarle un dicciónarió
de palabras tiernas y dulces. Nó haces literatura; entregas tu presencia y tu ternura
y repites incansablemente las palabras y lós gestós maó s sugestivós. Ló mismó pasa
cón la óracióó n: el debutante busca las emóciónes; el veteranó, la sencillez. ¿Cóó mó
rezaba Jesuó s a su Padre? ...Cuandó esteó s cansadó, retóma una y ótra vez la suó plica
ritmada de nuestrós hermanós órientales: «Senñ ór Jesuó s, hijó de Diós, ten piedad de
míó, pecadór.» Empaó pate y cónfuó ndete cón este humilde murmulló durante muchó
tiempó.
«Si Dios nos ama tal y como somos, ¿por qué tenemos que cambiar?»
Peró ló que maó s te preócupa es la incómpatibilidad que tuó crees descubrir entre
el amór a Diós y el amór a lós demaó s. El a Diós te parece que se ópóne a la ternura
humana. De da una serie de preguntas, que denótan tu preócupacióó n:
Te respóndó, amigó míóó. Que la alegríóa y la paz són las antes de un córazóó n
enamóradó, nó necesita demóstracióó n. Amar a Diós próduce la serenidad de la
cónfianza que del abandónó entre las manós del Padre, allíó dónde ninguó n miedó,
pór muy prófundó que sea, puede atacarnós. Este mensaje de Charles de Fóucauld.
Es evidente que pueden, mómentós malós, peró la fe estaó ahíó para calmarnós en lós
salmós, Diós es la róca sóó lida y fiable. Apóyadós córazóó n, lós malós tragós
desaparecen y se funden cómó a al fuegó. Nó piensen en una emócióó n superficial ó
en alegríóa extraórdinaria. Se trata de una prófundidad muchó maó s bella que estós
escalófríóós mómentaó neós y superficie .La paz de Diós nó aturde cómó las
cóntórsiónes ó lós decibeliós de tu róck. Tampócó hace ólvidar, sinó que ayuda a ir
las dificultades de la existencia.
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enfermedades. Nós da la manó allíó dónde nós encóntremós, peró para hacernós
caminar, sin apróbar nuestras deficiencias. Hay que tener cuidadó al hablar de que
nós ama cómó sómós, pórque es una frase ambigua a la que se le puede hacer decir
cualquier cósa. Nó arrastres al Senñ ór hacia ti. Deó jate arrastrar pór El. Nó le hagas
cargar cón tus pecadós ni cón tus malas tendencias. Pór el cóntrarió, si te
encuentras desóladó pór tus enfermedades, la pesadez de tus instintós, tus taras ó
tus pecadós repetidós, nó te desanimes y ten la suficiente humildad cómó para
dejarte querer pór el Padre. La desesperacióó n puede ser un actó de órgulló, de un
órgulló sutil. ¡Deja a Diós hacer su trabajó! ¡Nó quieras ócupar su sitió! ¡Nó es nada
faó cil!
Síó, amigó, saberse amadó pór Diós transfigura la existencia. Tuó hablas de una
mayór facilidad en lós estudiós, peró es verdad ante cualquier trabajó ó ante
cualquier impótencia para póder trabajar (estóy pensandó en lós enfermós, pór
ejempló). El amór nó resuelve tódas las dificultades, peró impide crisparse,
desesperarse, angustiarse y mandar tódó a paseó amór es la certeza de una ternura
extraórdinaria y maó s fuerte tódó. Es abandónarse entre sus brazós.
El uó ltimó lóte de tus preguntas me hace pensar en el Pólyeucte de Córneille. Se
trata de un hómbre que córre hacia el martirió ólvidaó ndóse de Pauline, la mujer
que tantó ama. y le dice, cón dólór, refirieó ndóse al Diós de lós cristianós «¿nó se
puede amar a nadie para entregarse a EÉ l?»
Me da la sensacióó n de que exageras un pócó el asuntó... Vuelvó a repetirte algó
que vengó diciendó desde el principió libró. Nó hagas de Diós un ser entre ótrós
seres, aunque el Ser pór excelencia. Nó le incluyas en la serie. De ló cóntrarió, le
cónvertiraó s en el rival de lós afectós maó s legíótimós y le asignaraó s unós celós que
nada tienen que ver cón lós celós de que habla la Biblia (Deuterónómió 4,24). El
Senñ ór estaó celósó de que el hómbre ame a lós íódólós, peró nó de que ame a sus
hermanós. Se irrita al verte llamar diós a ló que nó es Diós, de óíórte dar el tíótuló de
senñ ór a ótró (Mateó 6,24). Y cómó nó es pósible tener dós absólutós, tienes que
escóger. Peró esta decisióó n nó te impediraó querer a lós hómbres. Al cóntrarió, te
diraó que lós ames a tódós sin excepcióó n (Mateó 5,43-47) y les perdónes setenta
veces siete (Mateó 18,21-22). ¡Estaó s atrapadó! El Senñ ór nó es el enemigó del
hómbre. Si estaó s enamóradó de Diós, nadie te prohíbe que te cases; peró te puedes
dispensar de casarte, si eó sa es tu vócacióó n. La ternura que das a tu pareja nó se la
róbas a Diós, y la que das a tu Senñ ór en el celibató nó se la róbas tampócó a tus
hermanós póbres que esperan tu servició. Una cósa nó tiene que ver cón la ótra.
Quizaó cómentes: «¡de buena me he libradó! Pór seguir a Jesuó s, estuve apuntó de nó
casarme. Ahóra recuperó mi libertad y pódreó amar a mi prómetida en la autónómíóa
maó s absóluta.» nó tan deprisa, amigó. Vas a póder y a deber amar a tu espósa cómó
Cristó ama a su Iglesia (Efesiós 5,25), haciendó de tu matrimónió el sacramentó de
la Alianza. La exigencia recae tótalmente sóbre 1a calidad de vuestra ternura, que
nó puede ser una ternura de pacótilla. Ya ves, teníóas miedó de nó póder amar; y
ahóra temes... tener que amar por encima de tus pequeñas posibilidades. Jesuó s le ha
dadó la vuelta a tus pretensiónes
Peró, tranquilíózate, pórque tambieó n te da. el Espíóritu Santó para póder llegar a
ese ideal.
De tódas fórmas, tantó para lós ceó libes cómó para lós casadós, hay una
preferencia absóluta debida a Diós: el martirió. Ante estó, nada tiene valór. La
pequenñ a Ineó s, en Róma, tuvó que abandónar a sus padres. Tómaó s Móró, en la tórre
de Lóndres, tuvó que resistir a las suó plicas de su mujer y de su hija. Peró mórir pór
41
Cristó nó les óbligaba a rómper cón lós suyós: Ineó s y Tómaó s les dierón cita en la
eternidad.
Tus preguntas:
pórque su misióó n -nó sóó ló la de lós óbispós, sinó tambieó n la de lós laicós
cómpetentes- es sanar la sóciedad en la medida de sus pósibilidades. Sóbre este
impórtante puntó vólveremós maó s adelante.
Dichó estó, es evidente que yó nó sóy el Buen Diós. Ignóró ló que pasa en el
fóndó del córazóó n de cada unó. Nó seó cóó mó se alimentan de cónvicciónes mórales
lós nó creyentes. Tampócó seó cóó mó llegan a ser felices y hasta queó puntó, dejandó
subsistir en su córazóó n vacíóós tan gigantescós cómó el del maó s allaó , pór ejempló. Nó
seó cóó mó viven las dificultades y la muerte, y cóó mó són capaces de perdónar. A pesar
de sus virtudes, les falta el cónócimientó de Jesucristó, algó impórtante si juzgó pór
mi experiencia persónal. Me da pena que sus valóres, recibidós de Diós cómó tódó
dón, les hagan vólverse órgullósamente cóntra un cieló inuó til, en una actitud
arrógante y desafiante, cómó la que tuvierón algunós miembrós eminentes del
paganismó antiguó cómó Marcó Aurelió.
Pór esó, recónócer lós valóres vividós pór lós nó creyentes nó me impide
evangelizar; al cóntrarió, pórque el Evangelió es la capa freaó tica de la que brótan
tódas las fuentes.
sóbrepasar el miedó. Lós jóó venes que te escuchan nó són cómerciantes imbuidós
de las teó cnicas de marketing... Si les vieses rezar de ródillas, antes de empezar la
reunióó n, seguramente ló entenderíóas mejór. Se acercan a ti cón las manós vacíóas
(Hechós 3,6). Són tan vulnerables ante ti, cómó tuó ante ellós (4: Mientras estaba
escribiendó este libró, me invitarón a dar una charla a trescientós jóó venes en un
parróquia de Paríós. Y me encóntreó absólutamente vacíóó. Habíóa garabateadó unas
cuantas ideas en un papel, peró nó sabíóa cóó mó llegar hasta esós descónócidós.
Entónces, durante la misa que precedióó , receó cómó un chaval..., y tódó salióó a las mil
maravillas).
Si bróta algó de tu córazóó n, hay que atribuíórseló a Diós y nó a ninguó n tipó de
«magia». Si asíó fuese, nó les repróches nada; Simplemente da gracias a Diós cón
ellós de la alegríóa reencóntrada. En cuantó a hablar de «ambicióó n» y de «causa
perdida», díóseló al mismó Jesuó s, pórque el es el Duenñ ó de la misióó n. Te respóndereó
que cónóce bien esta reflexióó n, pórque se la hicierón cuandó estaba en la Cruz...
De ló que síó quieró hablarte es de la palabra secta, que suele utilizarse sin
haberla definidó. A mi juició, puede tener cuatró acepciónes.
testimónió dadó fuera de lós lugares eclesiaó sticós y de una manera decidida que
interpela a la gente. El asómbró de la gente significa sencillamente que la Iglesia se
reencuentra perióó dicamente cón esós audaces que siempre ha tenidó en su senó ya
lós que, a veces, ha abandónadó pór falsó pudór, pór verguü enza ó pór respetó
humanó. En efectó, San Pabló, San Franciscó, Santó Dómingó, San Ignació y ótrós
muchós hablarón de Diós en las plazas y pór lós caminós. ¡Y nó eran miembrós de
ninguna secta! Ló que pasa es que nuestrós cóntempóraó neós nunca habíóan vistó
tales praó cticas en el senó de la Iglesia y califican de sectariós a lós catóó licós que
vuelven a cónectar cón su tradicióó n.
Muchós catóó licós critican estós meó tódós de evangelizacióó n, pórque, a su juició,
córrespónden a ótras eó pócas y la módernidad ya nó lós sópórta. ¡Se dice próntó! La
verdad es que ya nó estamós en la estrecha módernidad de hace dós ó tres
deceniós, sinó en una nueva módernidad individualista que autóriza la
manifestacióó n de cualquier idea ó de cualquier valór. Seríóa ridíóculó que, ante esta
nueva módernidad, el cristianismó permaneciese escóndidó. La nueva
evangelizacióó n debe vólver a sentar sus reales en calles y plazas, asíó cómó en lós
mediós de cómunicacióó n y en el mundó de la infórmaó tica.
el asómbró de la gente se explica, en parte, pór la sórpresa que próduce en ellós
esta fórma de evangelizacióó n a la que nó estaó n acóstumbradós, asíó cómó pór el
miedó que hace presa en la sóciedad que vuelve a descubrir que la Iglesia, cuyas
exequias nó cesan de anunciarse, estaó bien viva. La palabra secta expresa, pues, a la
vez el asómbró ante ló inhabitual y el temór ante la insurreccióó n espiritual. Ambas
cósas se sienten nó sóó ló fuera de la Iglesia; si nó tambieó n dentró, pór parte de esós
pensadóres que precónizan un enterramientó de la fe parecidó a una inhumacióó n
sin flóres ni córónas. ¡Nó escuches lós caó nticós de un mundó secular que intenta
cónvertirse en cementerió de una Iglesia muda y escóndida! Se equivócan lós que
asíó piensan. Y, cómó nó quieren recónócerló, intentan amedrentarnós cón la
etiqueta infamante de secta y de sectarismó. ¡Nó te dejes impresiónar pór estós
óbsesós del suicidió cólectivó!
de evangelizar que Jesuó s precóniza cuandó envíóa a sus discíópulós pór tódó el
mundó (Marcós 16,15-16), «pues el quiere que tódós lós hómbres se salven y
lleguen al cónócimientó de Diós» (1 Timóteó 2,3-4).
EL MERCADO DE LO RELIGIOSO
Diversas reacciones
1. En primer lugar, el asómbró. ¿Cóó mó es pósible que Diós nó sea capaz de darse
a cónócer claramente? ¿Pór queó abandóna a lós hómbres religiósós y lós sume en
una cóntinua lucha entre síó? Si ya nó es nada faó cil encóntrarle, ¿pór queó encima
bórra las pistas que cónducen a EÉ l? ¿Pór queó nó interviene maó s a menudó para
desenredar la madeja? ¿Pór desintereó s ó pór impótencia? ¿Cóó mó se puede
entender un Absólutó que nó es evidente y que, ademaó s, aparece fragmentadó?
Es verdad, amigó míóó, que Diós nó es un detalle insignificante, sinó una cuestióó n
fundamental. Peró el Absólutó nó salta a la vista cómó un óbjetó sóbre una mesa,
sinó que se própóne el córazóó n puró que le busca en la óracióó n y que ajusta su vida
a su mensaje. La multiplicidad de religiónes muestra, a la vez, que la cuestióó n de
Diós es universal y, al mismó tiempó, difíócil, pórque el pecadó ha embórrónadó las
cartas. Pór esó, cada cultura termina pór darse la divinidad que se córrespónde cón
sus esquemas y que cóngenia cón sus próyectós. Peró, al final de un lentó prócesó
pedagóó gicó, el mismó Diós intervinó en persóna y pusó fin a lós tiempós de la
ignórancia (Hechós 17,30-31). Asíó pues, nó puedes acusarle de permanecer pasivó,
ya que arriesgóó su vida para revelarte su córazóó n.
Peró, entónces, ¿pór queó subsisten tódavíóa las religiónes precristianas? Pórque
la misióó n de la Iglesia nó se ha terminadó tódavíóa. Y es a traveó s de esta misióó n -a la
que tambieó n tuó estaó s llamadó- cómó quiere darse a cónócer el Amór, vividó en una
cómunidad de hermanós. ¿Y las cónfesiónes religiósas nacidas despueó s de Cristó?
Són rupturas del cristianismó repróducidas a ló largó de la história pór diversas
causas. Divisiónes que se deben al pecadó de lós hómbres y al riesgó que Diós
asumióó al venir entre nósótrós. Esperemós, de tódas fórmas, que alguó n díóa
vólvamós a la unidad y trabajemós pór ella. Asíó pues, en este sentidó, la uó nica
religióó n que plantea alguó n próblema es el Islam, aunque es bien sabidó que el
Córaó n estaó muy relaciónadó cón el cristianismó, puestó que en su redaccióó n
participarón algunós mónjes hereó ticós.
Maó s allaó de las apariencias, las diferentes religiónes se inscriben en el plan
divinó. Representan tres cósas, sin que elló signifique que són queridas de Diós -un
Diós que nó puede renegar de síó mismó-: las huellas, a veces defórmadas, del
Creadór en su creacióó n; lós restós del caminó paciente de una pedagógíóa divina; y
la resónancia de la Encarnacióó n del Diós-cón-nósótrós en el riesgó de la história.
¡Deja, pues, la cantinela de la incóherencia y entra en la paciencia de tu Diós! .
Estós padres cónócen de óíódas (maó s que pór própia experiencia) la multiplicidad
de religiónes y, al nó estar a gustó en la que pór tradicióó n familiar es la suya, el
cristianismó, razónan de la siguiente manera: «nó bautizó a mi hijó, ni le ensenñ ó
dóctrina alguna; cuandó sea mayór ya escógeraó pór síó mismó; asíó, nó pódraó
echarnós en cara que hemós atentadó cóntra su libertad». Una falsa justificacióó n.
Primeró, pórque estós mismós padres, afórtunadamente, nó les dan a sus hijós
tódós sus caprichós. Al cóntrarió, les impónen nó sóó ló una educacióó n y unós
estudiós, sinó tambieó n una serie de valóres mórales, cómó la hónradez y la
capacidad de lucha, a veces sin ayudarles a descubrirlós. Les educan en una
libertad que nó existe cómó algó dadó, ya que tiene que cónquistarse cón el
esfuerzó persónal. En definitiva, les cómunican ló mejór de síó mismós y ló que es
impórtante para ellós. ¿Tambieó n Diós les parece impórtante ó, maó s bien, la cuestióó n
de la divinidad se la plantean cómó algó accesórió y sin demasiada impórtancia?
¿Su aparente grandeza de alma nó escónde un prófundó despreció?
Y, ademaó s, el jóven nó escóge a partir de ceró. El que nó ha recibidó fórmacióó n
alguna es incapaz de decidirse. Un adólescente sin educar nó es libre; al cóntrarió,
estaó abócadó a la delincuencia. Y alguó n díóa se ló reprócharaó duramente a sus
padres. Nó hay, pues, una educacióó n neutra. Ló que a veces se califica de «libertad»
nó es maó s que la peór de las negligencias.
Ahóra puedó respónder a tu pregunta. «¿Obligaríóa a un hijó suyó a creer en Diós
y a ir a misa?». Le própóndríóa mi fe cón palabras y óbras. Y le pediríóa que fuese a
misa hasta que fuese capaz de asumir sus própias respónsabilidades, sin
cónfundirlas cón sus caprichós
4. Para muchós jóó venes, las religiónes cónstituyen una especie de zócó de ló
religiósó que se recórre para echar un vistazó. Ojean algunós librós sagradós, peró
sin cómprómeterse, y la mayóríóa de las veces pasan a engrósar lós estantes de una
cóleccióó n de cósas raras. Un pócó del Córaó n, ótró pócó de la Biblia y unós gramós
de Bhagavad Gita, cómó se hace en una cónfiteríóa, ante lós bómbónes: ¡póó ngame
cien gramós de cada tipó. Estó nó es creer, sinó cónsiderarse inteligente y cultivadó
y mirar tódas las creencias pór encima del hómbró, cómó un expertó. Peró ¿se ha
encóntradó cón alguien? En el Evangelió, Jesuó s nó dice al jóven ricó: «aquíó tienes un
libritó en el que estaó n resumidas tódas las religiónes; cónsuó ltaló tranquilamente y
decíódete si quieres.» Pór el cóntrarió, miraó ndóle cón carinñ ó a lós ójós, le dice:
«¡síógueme!». Creer nó es cólecciónar cósas, sinó seguir a alguien.
Creer es enamórarse despueó s de haber recibidó su amór. Quizaó ló entiendas
mejór cómparandó la fe cón el matrimónió. Para buscar una mejór espósa, nó te
haces presentar tódas las chicas casaderas del mundó. Seríóa muy cansadó..., y nó
creó que la cónsiguieras asíó. ¡Nó cónfundas el «salir cón amigas» cón una feria de
animales! el tratante de ganadó nó se enamóra de la vaca que cómpra. Ló uó nicó que
quiere es cónseguir una buena vaca lechera. Para nó equivócarse, realiza una serie
de exaó menes y verificaciónes. Despueó s cómpra la vaca, que puede revender cuandó
quiera.
Para ti, las cósas són cómpletamente distintas. «La mirada de amór, dijó un
teóó lógó luteranó alemaó n, nó existe hasta que nó se ve al ser queridó y se enciende
aliadó de la persóna amada. Nace en el mómentó en que la vista se pósa sóbre la
persóna amada. El tuó amadó se diferencia de lós demaó s pór síó mismó y nó a partir
de la cómparacióó n cón tódas las demaó s chicas del paíós.» Ló mismó ócurre cón la fe
cristiana: nace del encuentró cón el mismó Jesucristó, de un cruce de miradas, y nó
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Clarificaciones necesarias
Dichó estó, amigó míóó, nó metas tódó en el mismó sacó y reflexióna un pócó. Tan
falsó es sóstener que para ser cristianó es necesarió haber recórridó cón antelacióó n
tódas las religiónes para póder escóger (cómó si Cristó fuese una mercancíóa y el
creyente un avispadó cónsumidór de ló religiósó ), cómó negarse a cónócer las
diversas religiónes del mundó, aunque sóó ló sea para nó mezclarlas.
Distingue bien, en primer lugar, las grandes cónfesiónes cristianas (órtódóxós,
anglicanós, luteranós y calvinistas), separadas del católicismó, peró que
permanecen muchó maó s cercanas a la Iglesia que ótras cómunidades que se fuerón
separandó ulteriórmente unas de ótras, perdiendó algó de sustancia en cada una
de las escisiónes. Pór ótra parte, las grandes cónfesiónes cristianas són bastante
diferentes entre síó. Pór ejempló, el calvinismó se encuentra bastante lejós de la
Iglesia órtódóxa. Lós que tuó llamas «prótestantes» cóbijan, asimismó, en su senó
una serie de sectas que ya nó tienen nada de cristianó, aunque hablen de Jesuó s,
pórque han repudiadó la Trinidad, la Encarnacióó n y la Redencióó n. Ló sueló
cónstatar a menudó en AÉ frica, dónde trabajan adventistas, testigós de Jehóvaó y
ótrós grupós que se hacen pasar pór refórmadós sin serló, ya que han sóbrepasadó
cón creces la fróntera maó s allaó de la cual se vacíóa al Evangelió de cóntenidó.
Fuera del cristianismó, cólóca en un lugar especial el judaíósmó, ese ólivó
mutiladó sóbre el que nós hemós injertadó, dice San Pabló (Rómanós 11,16-24).
Aunque se haya cónstituidó en «religióó n» autóó nóma, distanciaó ndóse de nósótrós
hacia el anñ ó 90 (Juan 9-22) y separandó sus Escrituras de las nuestras, seguimós
estandó vital mente unidós. Hónramós al mismó Diós, próclamamós el mismó
mónóteíósmó, el de un Senñ ór que es unó, nó sóó ló cuantitativamente, sinó tambieó n
cualitativamente. Si quieres, nuestró mónóteíósmó nó es aritmeó ticó, sinó amórósó.
Es un mónóteíósmó mónóó gamó: un sóó ló Diós y un sóó ló Espósó. Nó hables, pues, de
lós tres grandes mónóteíósmós, expresióó n absólutamente falsa. Nó hay maó s que dós
grandes mónóteíósmós: el judeó-cristianó y el islaó micó. Esta es la razóó n pór la que
lós cristianós hónramós al Antiguó Testamentó. ¡Me cóntentaríóa cón que muchós
catóó licós adórasen al Diós de lós prófetas, en vez de hacerló cón el DiósRelójeró de
Vóltaire! Cuandó Jesuó s y Pabló utilizan y citan «las Escrituras», ló hacen a traveó s de
lós róllós de Israel, lós uó nicós existentes, y que anuncian ya el misterió de la Pascua
(Lucas 24,27). Nó seas, pues, un antisemita furibundó, pórque cón esa actitud
ófenderaó s a Jesuó s ya Maríóa, y próntó te cónvertiraó s en un paganó.
En cuantó a las demaó s religiónes, tambieó n es necesarió distinguirlas. Hay
religiónes que adóran aun Diós ó a variós Dióses. Existen sabiduríóas que buscan,
sóbre tódó, una actitud espiritual ó una fórma de vivir (frente al deseó y al
sufrimientó que eó ste engendra). Hay cónfesiónes cón lós cóntórnós bien definidós
y míósticas indefinidas. Hay revelaciónes (verdaderas ó supuestas) que se presentan
cómó tales, y paganismós que nó pretenden haber recibidó mensaje algunó del
cieló. Hay revelaciónes cónsignadas en un Libró, cómó es el casó del Islam, del
Judaíósmó y del Cristianismó. Es decir, hay religiónes del Libró y religiónes cón libró.
Y, pór uó ltimó, hay religiónes misióneras que se expórtan y paganismós lócales,
ligadós a una cultura, una etnia ó una tierra.
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Discuó lpame pór ser tan esquemaó ticó. Mi intencióó n es ófrecerte una mera
clasificacióó n. De tódas fórmas, a mi juició, la diferencia fundamental estriba en que
las religiónes nó bíóblicas tienen algó en cómuó n: parten del mundó. Se parecen
muchó entre síó, pórque, para tódas ellas, es el hómbre el que busca a Diós.
mientras, en las Escrituras, es Diós el que desde el primer instante busca al
hómbre. «Adaó n, ¿dónde estaó s?», dice Yahveó en el Geó nesis. Diós ama primeró(1 Juan
4,19). Estó es algó absólutamente óriginal y póne fin a tantas buó squedas a ciegas ya
lós tiempós de la ignórancia (Hechó-r 17,27-30) que han caracterizadó y
caracterizan a muchós itinerariós religiósós. La verdadera fe nó bróta de una
buó squeda pólicial de Diós a partir de un retrató róbót. Nó es un óbjetó ló que se
encuentra, sinó que, en la fe, me descubró encóntradó y amadó pór alguien que ha
tómadó la iniciativa. Di a tus amigós que presten atencióó n a cualquier cósa rara,
que, si' Diós es dignó de su nómbre y de su reputacióó n, nó va a jugar al escóndite ni
a hacerse de rógar. Si es tan buenó cómó ló supónemós y deseamós, ha debidó dar
lós primerós pasós, móstraó ndónós a su própió Hijó en la história. Diles que el
exóterismó es ló cóntrarió de la religióó n del Amór; un Amór que se ófrece
libremente a tódós lós hómbres.
Asíó pues, amigó míóó, es hóra de que pulses la tecla adecuada. Despueó s del uó ltimó
cóncilió nó puedes despreciar las ótras religiónes, ni siquiera ignórarlas; peró
tampócó tienes pór queó avergónzarte de la tuya. Entre el triunfalismó y la
depresióó n nerviósa, hay sitió para el órgulló cristianó, que es la Cruz de Jesuó s
(Gaó latas 6,14). Nó pienses, ni pór un instante, que Diós haríóa mejór en nó revelarse
a nadie, para nó dar celós a lós demaó s. Nó pienses que el Evangelió es algó que te
cómplica la vida. Nó sóstengas que el ecumenismó próhíóbe las cónversiónes ó
suprime la libertad de cónciencia. En efectó, algunós catóó licós han criticadó sin
piedad la entrada del hermanó Max Thurian (mónje prótestante de Taizeó )en
nuestra iglesia asíó cómó su órdenacióó n sacerdótal. ¿Pór queó razóó n? ¿Habríóan tenidó
la misma reaccióó n sin un mónje catóó licó se hubiese pasadó al prótestantismó? En
cambió el hermanó Róger tuvó la delicadeza y la lealtad de seguir cóbijandó a Max
en su cómunidad. Escapa, pues, a tóda prisa de la mala cónciencia y de esós
cómplejós ridíóculós. Tuó que admiras a lós creyentes cónvencidós, nó vayas a
avergónzarte de sus própias cónvicciónes.
¿DIOS O EL DIABLO?
«-Cree en el diablo?
-¿El demonio es más fuerte que Dios? ¿Cuál es su poder exacto?
-¿cómo pudo Satanás atacar al propio Jesús?
-¿Qué es el anticristo?
el tema te preócupa. Puede que inclusó cónózcas a alguó n cómpanñ eró cón teóríóas
y practicas raras. El satanismó es, a mismó tiempó, un errór sóbre Satanaó s, cuyó
póder se magnifica, y un errór sóbre Diós, al que se asimila a un póder anóó nimó,
capaz de hacer el bien y el mal. En el fóndó, ciertós jóó venes cónfunden la religióó n
cón la cónquista (iba a decir captura) y la explótacióó n de un póder. Estaó n
dispuestós a pagar cualquier preció pór elló, aunque sea un preció exórbitante y
alienante cómó el dón de su alma al diabló. Y este pactó les destruye Pór esó, el
exórcista tiene que identificar al demónió, cónócer su nómbre y el pactó
establecidó, para póder liberar al endemóniadó.
Amigó míóó, nó cónfundas al Padre de Jesuó s cón un dinamismó impersónal, ni la
gracia cón una pósesióó n diabóó lica. E Cristó que vive en ti ( Gaó latas 2,20) nó
52
«¿Quién es más fuerte, Dios o Goldorack?», Preguntas. Cuaó nta angustia se escónde
bajó este lenguaje aparentemente infantil! La angustia, es decir, el miedó inherente
a tódó paganismó.
Y nó exageró. Me cinñ ó a las encuestas maó s recientes. Ya te he dichó que del 74
pór 1 00 de jóó venes espanñ óles cree en Diós, el 46 pór 1 00 cree en un Diós
persónal; el 27 pór 100, en un Espíóritu ó fuerza vital, mientras el 18 pór 100 es
incapaz de identificar al ser ó a la fuerza cuya existencia recónóce. Pór ótra parte,
lós nó creyentes definen su ateismó en funcióó n de las respuestas dadas pór lós
creyentes: niegan la divinidad (mal entendida) que estós uó ltimós recónócen. De ahíó
que un de las preguntas que planteas de distintas fórmas sea: «¿Cóó mó puede saber
que Diós nós quiere?». Para hablar de un Diós que nós ama es necesarió que ese
Diós sea persónal. ¡Sóy incapaz de imaginarme la ternura que pódríóa sentir hacia
míó un espíóritu cóó smicó!
Un Dios impersonal
Al Dios que está por encima de todo lo creado, sólo podíamos llamarle ¡el
Desconocido!
Bendito seas por esa voz
que sabe tu Nombre, que viene de ti,
y hace posible que nuestra humanidad te dé gracias.
Tú, a quien ningún hombre ha podido ver, te vemos coger tu parte
de nuestros sufrimientos.
¡Bendito seas por haber mostrado, sobre el Rostro bien amado
del Cristo ofrecido a nuestras miradas, tu inmensa gloria!
Tú, a quien ningún hombre escucho, Nosotros te escuchamos, palabra enterrada
En nuestro interior. ¡bendito seas por haber sembrado
En el universo que hay que consagrar, palabras que todavía hablan hoy y nos
54
construyen!
Tú, a quien ningún hombre ha tocado,
nosotros te hemos cogido: el Arbol fue levantado en medio de la tierra.
¡Bendito seas por haber puesto
entre las manos de los más pequeños, este Cuerpo en el que no cabe tu corazón de
Padre!» (5)
55
Me parece que este plan englóba tódas tus interrógantes. De tódas fórmas,
permíóteme remitirme a mi libró «un amór llamadó Jesuó s», en el que muchós de
estós temas estaó n mas ampliamente tratadós.
JESÚS Y DIOS
Entre el cuó muló de preguntas que hacen referencia este tema, me permitó
selecciónar estas tres:
plató cómuó n de tódas las religiónes en la gran cócina ecumeó nica que cada religióó n
puede preparar y cóndimentar a su manera. ¡ la trinidad seríóa, pues, una especie de
salsa para tódó! O dichó de ótra manera, Diós es un patróó n cónfecciónadó en la
fabrica ecumeó nica al que cada cónfesióó n religiósa puede módificar y adórnar cómó
le plazca, sin salirse del módeló estaó ndar. Cuandó la gente dice que tódas las
religiónes tienen el mismó Diós, estó es ló que sóbreentienden. Para ellós, Diós es
un óbjetó, una cantidad sin calidad(sin amór). La trinidad es pura palabrera:
sugiere aspectós diferentes, peró nó relaciónes vivas. Pór esó, su óracióó n es
mórtalmente aburrida.
Nó, amigó míóó. El creyente nó cómienza creyendó simplemente en Diós para
despueó s irle anñ adiendó flórituras sin impórtancia. Desde el principió el
cristianismó, en cómpanñ íóa de Jesuó s, empieza pór descubrir al Padre, «abba, Padre
queridó», al que el espíóritu hace nómbrar asíó. Desde el principio conoces su ternura
y no solo su existencia bruta, sin embargó, fíójate que en tódas tus preguntas del
capituló anteriór versaban sóbre un ser cóncebidó cómó un superóbjetó, cuya
mecaó nica sóló póníóa en funciónamientó el mal. ¡Pór esó me preguntabas cómó un
Diós asíó pódíóa amarte! Y yó te cóntesteó , nó cón teóríóas, sinó acurrucaó ndóme cóntra
el córazóó n de Jesuó s para óíór lós latidós del Hijó. La fuente de mis ensenñ anzas es la
óracióó n.
Jesuó s es pues, el Hijó de Diós Padre, que se hizó hómbre en el senó virginal de
Maria para revelarnós un misterió maravillósó: que sómós hijós queridós, salvadós
y destinadós a la glória.
En el nuevó testamentó, Diós es casi siempre el Padre, ó«el Diós y Padre».
Ciertamente, el Padre nó es el uó nicó que pósee la vida divina, pór la sencilla razóó n
de que nó la pósee, sinó que la entrega. Ahóra bien, cómó EÉ l es la fuente, se le
atribuye, en primer lugar, el nómbre de «Diós». Hay un sóló Diós pórque hay un
sóló Padre, del que prócede tódó. Esó nó quiere decir que Jesuó s nó sea Diós,
ciertamente ló es, peró recibe su divinidad del Padre. Y tambieó n es hómbre.
Ló mismó ócurre en la liturgia, dónde «Diós» significa el Padre. De ahíó que tódas
las óraciónes esteó n cómpuestas siguiendó el mismó esquema baó sicó: «Diós
tódópóderósó y eternó… tuó que has hechó estó ó aquelló…, te pedimós… nós
cóncedas… pór Jesucristó tu Hijó. » el Diós que tiene un Hijó nó puede ser mas que
el Padre. Nó ólvides y nóte ló imagines mas allaó arriba cómó un Juó piter barbudó
que se burla de tu óracióó n. Y entónces caeraó s en la cuenta de que el póder divinó
maó s cólósal es, ante tódó, la misericórdia.
En el lenguaje córriente, «Diós» suele designar a tóda la trinidad. En este
sentidó me encanta una frase seó sór Isabel, que repitó tódós lós díóas al levantarme:
«OH, Diós míóó, trinidad que yó adóró.» Es decir. Tienes que tener cuidadó para que
la palabra «Diós» nó pierda su sabór trinitarió y se cónvierta en una palabra
pagana. En este casó se vacíóa de vida, evóca un desiertó pór dónde el amór nó
circula, y te encuentras ante un blóque de cementó sin entranñ as que nó puede
respónder a tus preguntas. Desgraciadamente, estó se próduce muy a menudó.
Amigó, nó «descristianices» nunca a tu Diós.
Ló mismó ócurre cón el tituló de «Senñ ór». En la Biblia Adonai se aplica, cómó
nómbre própió de Diós. Pero, en san Pablo, «Senñ ór» (kyriós) se aplica sóbre tódó al
Cristó resucitadó. Entónces la palabra funcióna cómó un adjetivó. «Jesuó s es el
Senñ ór» significa que Jesuó s es tan Senñ ór cómó el Padre. El gloria de la misa dice ló
mismó: «sóló Tuó Senñ ór, Jesucristó», senñ alandó cón elló que ninguó n ser humanó ( ni
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siquiera el emperadór) puede reivindicar esta apelacióó n. Hay maó rtires que dierón
su vida pór elló.
JESUS y LA HISTORIA
Hace algunós anñ ós, un sóndeó afirmaba que, para el 50 pór 100 de lós franceses,
Jesuó s era un persónaje sóbre el que sóó ló pódemós saber que existióó . Tuó , en cambió,
me preguntas:
«¿Por qué Jesús se ha convertido en un punto de referencia en la historia?
-¿Es normal a nuestra edad plantearse preguntas sobre Jesús?
-¿Qué pensar de los milagros de Jesús?
-¿Qué es el Evangelio para usted?
-A su juicio, ¿Jesús es un impostor?»
Estas cincó preguntas plantean el próblema de la históricidad de lós cuatró
Evangeliós, del que intentareó darte un resumen prógresivó.
1. Actualmente nadie niega ya la existencia de Jesús, que ha servidó de puntó de
partida a nuestra era cristiana (lós judíóós dicen «era cómuó n» pórque les mólesta el
adjetivó «cristianó», ló cual es perfectamente cómprensible). Esta era tiene cuatró
anñ ós de retrasó pórque el mónje Diónisió el Pequenñ ó se equivócóó en sus caó lculós.
Lós musulmanes utilizan tambieó n ótró calendarió que cómienza en el 622, fecha de
la eó gira, es decir, de la huida de Mahóma de la Meca a Medina.
Que lós históriadóres griegós y rómanós apenas hablen de Jesuó s es una prueba
maó s de su existencia, ya que en su tiempó era impósible detectar la presencia de un
«perró judíóó», de un Israel minuó sculó en la enórmidad del imperió rómanó. Pór
ótra parte, en el própió Israel próliferaban lós falsós mesíóas, que, de vez en cuandó,
alteraban la paz de lós ócupantes rómanós. En cambió, es nórmal que un
históriadór judíóó, cóntempóraó neó de Jesuó s, Flavió Jósefó, hable de EÉ l en su libró
«La Guerra de los Judíos». Lós mejóres especialistas; entre ellós mi cómpanñ eró
Andreó Pellegier, han establecidó la autenticidad de un pasaje cóntróvertidó de su
óbra en el que hace alusióó n a Cristó y a su brillante reputacióó n. Lós demaó s história-
dóres, tódós ellós maó s tardíóós, sóó ló hablan de lós discíópulós de «Chrestós»,
perseguidós pór lós emperadóres.
2. Lós manuscritós maó s cómpletós de lós textos evangélicos se remóntan al sigló
IV, ló que nó deja de ser sórprendente, ya que en tódas las grandes óbras literarias
de la antiguü edad la distancia entre el autór y las primeras huellas escritas de su
óbra es muchó mayór. Ademaó s, póseemós fragmentós de papirós del capíótuló 18 de
San Juan, del anñ ó 130. Cónservamós tambieó n citas evangeó licas en las óbras de
autóres cristianós de lós siglós II Y IlI. En ló que cóncierne, pues, a la tradicióó n
manuscrita, lós evangeliós ócupan una excelente ,pósicióó n en relacióó n cón las
demaó s grandes óbras de la antiguü edad.
3. Tódas las disciplinas científicas han sidó utilizadas para verificar la exactitud
de ló que dicen lós evangeliós. Nó cóntrapóngas, pues, la ciencia a la Biblia, pórque
hay una ciencia de la Biblia, e incluso varias. Lós exeó getas suelen ser auteó nticós
sabiós que, ademaó s de estar especializadós en una determinada materia, tienen
cónócimientós de arqueólógíóa, de numismaó tica, de tejidós, inscripciónes,
cóstumbres y, naturalmente, de linguü íóstica. Si has visitadó Tierra Santa, habraó s
vistó excavaciónes arqueólóó gicas impresiónantes que nós hacen remóntar a lós
tiempós bíóblicós maó s remótós, y, pór supuestó, a la eó póca de Jesuó s. Lós judeó-
cristianós, y despueó s lós bizantinós, cónstruyerón santuariós ,en lós lugares
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a) Esa nó es una razóó n suficiente para excitarse y dar a la disputa una vertiente
pólíótica, cómó sucede en Francia.
b) Tampócó hay que exagerar y remóntar demasiadó las fechas, cómó si se
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LA PERSONA DE JESUS
Nó seó , amigó míóó, de dóó nde has sacadó esta idea. Tal vez de un libró (¿cuaó l?),
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Tuó eres jóven e ignóras las peripecias de lós uó ltimós cincuenta anñ ós. Tienes que
saber que, durante la gran persecucióó n de Israel pór el nazismó, la Iglesia, a pesar
de tódó, se pusó de parte de estas víóctimas y, ante el antisemitismó de Hitler, el
Papa Píóó XI se declaróó un «semita espiritual». A partir de lós anñ ós 30 se desa -
rróllarón las relaciónes judeó-cristianas, y el judaíósmó intelectual cómenzóó a mirar
a Jesuó s de una fórma tótalmente nueva, inclusó admirativa, sin que -dichó respetó
llegue hasta la cónversióó n masiva, naturalmente. Desde entónces, muchós histó-
riadóres judíóós escribierón óbras en las que móstraban sus simpatíóas hacia Cristó,
aunque sóó ló fuese recónócieó ndóle... unó de lós suyós, tantó a nivel de pensamientó,
cómó de espiritualidad, cultura y praó ctica religiósa. Hóy, esta evólucióó n se ha
cónfirmadó tantó de una parte cómó de la ótra, hasta el puntó de próvócar la
emóciónante visita de Juan Pabló II a la sinagóga de Róma. UÉ ltimamente, pór un
curiósó cambió, són lós antisemitas lós que han recógidó la antórcha del
anticristianismó. Peró estas gentes, a menudó relaciónadas cón la extrema derecha,
nó han llegadó a tachar de impóstór a Jesuó s.
Insertaó ndóse en una larga tradicióó n filósóó fica de siglós, tradicióó n que recuerda el
cardenal Lustiger en «La Eleccióó n de Diós», estós raciónalistas afirman que Jesuó s
nó es maó s que ti n aventureró de ideas incendiarias e incóherentes, un prófeta
hirsutó de palabras revóluciónarias capaces de desestabilizar el mundó, un
charlataó n incapaz de crear una óbra sóó lida. Le repróchan tambieó n el haber niveladó
la humanidad pór abajó, tómandó partidó pór lós póbres y predicandó el perdóó n de
lós enemigós; haber degradadó y debilitadó el caraó cter de ese hómbre vigórósó que
era el paganó, criticandó a lós jefes y a lós emprendedóres, y de haber hechó maó s
fraó gil la cónciencia, predicandó la misericórdia. Prefieren cón muchó a San Pabló,
que es, para ellós, el verdaderó inventór del cristianismó. Y, pór uó ltimó, felicitan a la
Iglesia catóó lica de antanñ ó, pór haber cóntribuidó a la cónstruccióó n de Európa y al
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Peró si bien Diós nuestró Padre nós puede hacer pasar pór la prueba siempre
ayudadós pór su gracia, nósótrós, en cambió, nó debemós póner a prueba su
eficacia, daó ndóle un ultimaó tum, para ver cóó mó reaccióna. Es ló que Jesuó s respónde
a Satanaó s para rechazar la pelíócula que le presenta: «Nó tentaraó s al Senñ ór, tu Diós»
(Mateó 4,7). Nó se puede próbar a Diós, cómó se prueba la sólidez de un puente ó
se verifica la firmeza de caraó cter. Hacer esó cón Diós seríóa intentar burlarse de el.
La fe cónfíóa y se abandóna en lós brazós de una persóna en vez de verificar la
mecaó nica de un mótór.
El segundó sentidó de la palabra «tentacióó n» significa ser empujada al mal pór
una seduccióó n que viene del exteriór ó del interiór y que encuentra en nósótrós
cómplicidad. Evidentemente, de esta manera Diós nó tienta a nadie (Santiagó
1,1215). En el Padre Nuestró (tan mal traducidó, pór ciertó) nó le pedimós que «nó
nós sómeta a la tentacióó n» (cómó si fuera EÉ l el que nós diese males ideas), sinó que
le suplicamós que nó nós deje caer en ella. «Nó nós dejes caer en la tentacióó n.» Le
pedimós, asimismó, que nós libre del mal, es decir, del Malignó, de Satanaó s.
Peró, ¿cóó mó es pósible que Jesuó s, el Hijó de Diós, haya pódidó sufrir una
agresióó n de este tipó, aunque fuese asíó de sutil? ¿Pór dóó nde ha pódidó intróducirse
la tentacióó n en su cónciencia?
3. Pórque, a pesar de que teníóa siempre clara su misióó n, Jesuó s tiene que buscar el
cóó mó realizarla en el detalle y en ló cóncretó, cón la libertad que le es própia y sin
la cual nó seríóa realmente un hómbre. Pór esó, la idea de evitar la humillacióó n de la
cruz se le presenta cómó un atajó humanamente plausible, e inclusó seductór. Las
sugerencias que le hace el Malignó, cón gran prófusióó n de textós de la Escritura, se
reducen a utilizar lós mediós faó ciles para cónseguir una mayór eficacia, preparar el
terrenó cón prófusióó n de pequenñ ós regalós, el recursó a las teó cnicas de
mercadótecnia. Peró Jesuó s huele desde el primer mómentó la enórme falsedad que
le presenta el Mentirósó (Juan 8,44), susurraó ndóle al óíódó que la cruz nó merece la
pena, cuandó seraó el póló de atraccióó n pór excelencia (Juan 12,32). El Tentadór se
aleja entónces, antes de vólver a la carga (Lucas 4,13). Maó s tarde utilizaraó la
ingenuidad de Pedró para disuadir a Jesuó s de aceptar la Pasióó n, y el póbre Apóó stól
seraó tratadó de Satanaó s (Mateó 16,22-23). El diabló se intróduciraó , asimismó, en las
burlas de lós fariseós, retandó al Crucificadó, en un ódiósó chantaje: «Baja de la
Cruz y creeremós en Ti» (Mateó 27,42). Esta es la verdadera tentacióó n de Jesuó s, la
primera y la uó ltima, la de tóda su vida. Nó hay ótra. Lucas afirma explíócitamente
que Satanaó s agótóó tódós sus recursós. Esta tentacióó n prócedíóa, sin duda, tambieó n
del mesianismó pólíóticó de lós zelótas, gentes que desenvainaban faó cilmente la
espada, luchandó pór la liberacióó n del territórió de Israel. Nó ólvidemós que, en el
grupó de Jesuó s, habíóa cincó ó seis miembrós de ese grupó.
Vivimós una eó póca en la que la sexualidad se exhibe sin recató algunó. Es, pues,
cómprensible que algunós próyecten mis fantasmas sóbre Jesuó s para justificar sus
praó cticas. Al hacer estó, nó se dan cuenta hasta queó puntó su cónducta cóntradice
la Encarnacióó n. En efectó, el Hijó se hace hómbre para revelar al hómbre a síó
mismó. El hómbre nó puede, pues, pretender revelar a Cristó atribuyeó ndóle
próblemas que nó són suyós. Nó póngamós el mundó al reveó s.
Senñ alemós, en primer lugar, que, en lós Evangeliós, lós escribas, que nó cesan de
hóstigar a Jesuó s, nunca ló cógierón en flagrante delitó de irregularidad sexual, a
pesar de su inmejórable servició de espiónaje. Se acusóó a Cristó de ser un glótóó n y
un bebedór (Mateó 11,19), se le repróchóó el que frecuentaba a lós pecadóres, peró
nunca se interpretarón sus relaciónes cón las mujeres cómó faltas de impureza, a
pesar de que algunós de sus encuentrós cón ellas fuerón insóó litós, e inclusó
escabrósós. Sin embargó, Simóó n el fariseó nó se escandaliza de lós besós de la
pecadóra. De esta prómiscuidad cónsentida deduce que su hueó sped seguramente
nó es un prófeta, pues nó sabe quieó n le estaó tócandó (Lucas 7,39). De ló que
realmente se escandaliza Simóó n es del perdóó n que Cristó cóncede a la próstituta
(Lucas 7,49). De la misma manera, en el pózó de Siqueó m, lós Apóó stóles, que
vuelven a buscar vituallas, nó imaginan nada dudósó al encóntrar a Jesuó s cón la
Samaritana. De ló uó nicó que se sórprenden es de que el rabíó puede hablar cón una
mujer que, ademaó s, es extranjera (Juan 4,27). Nadie reprócha tampócó a Cristó que
permanezca sóó ló -aunque sea en puó blicó- cón la mujer aduó ltera. Ló que les
escandaliza es que haya impedidó que sus acusadóres la lapidasen, cómó ló exigíóa
la ley (Juan 8, 1 -1 l). Pór esó, Jesuó s pudó lanzar este desafíóó increíóble: «¿Quieó n de
vósótrós me acusaraó de pecadó?» (Juan 8,46). Al nó póder acusarle de impureza,
sus enemigós le dierón la vuelta al argumentó y le tratarón de impótente y de
eunucó (Mateó 19,12). Una buena ócasióó n para que Jesuó s precisase: «Eunucó, si
quereó is, peró pór el Reinó, vóluntariamente, y nó pór malfórmacióó n ó pór
mutilacióó n.»
De ló que nó se puede dudar es que Cristó fue un hómbre sexuadó (Lucas 2,23;
Apócalipsis 12,5). Peró su afectividad nó se puede cómparar tótalmente cón la
nuestra. Tuvó necesidad de amigós, cómó Laó zaró y sus hermanas de Betania; fue
feliz acariciandó a lós ninñ ós; sufrióó la indiferencia y la traicióó n..., peró su vida
afectiva se desarróllóó en un nivel distintó al nuestró, un nivel que pueden entender
un pócó mejór que lós demaó s lós ceó libes cónsagradós.
Nó es buenó que el hómbre esteó sóló, dice el Creadór a Adaó n antes de darle una
espósa (Geó nesis 2,18). Peró a Jesuó s nó le falta nada: cómó Hijó uó nicó estaó
plenamente satisfechó pór su Padre, que jamaó s le deja sóó ló (Juan 8,29; 16,32). Nó
necesita, pues, cómpanñ íóa. Es plenamente feliz cón la ternura que recibe de su Padre
y a la que córrespónde a córazóó n abiertó. Su relacióó n trinitaria le basta: se empapa
en ella sin necesitar ninguó n ótró cómplementó. Y, cómó siempre, el cuerpó sigue al
córazóó n.
Jesuó s viene cómó el Espósó (Marcós 2,19-20), peró de ótra manera. En efectó, nó
necesita a su Iglesia cómó Adaó n deseaba a Eva, para servirle de ayuda y de
cómplementó. EÉ l es la Plenitud (Cólósenses 1,19; 2,9) y nós la cómunica
generósamente, peró sin fóndó para apagar la sed de la Samaritana. Nó estaó casadó
cón una Diósa cómó lós Dióses paganós de la antiguü edad. Ciertamente, nó es
indiferente a nuestra respuesta, peró, pidieó ndónósla, es EÉ l el que nós la cóncede
cómó una gracia.
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Jesuó s tiene muchós hijós, peró nó bajó el impulsó del instintó (Juan 1,13), ni en
la cóó pula, ni para cónjurar la muerte. Nós ófrece un nuevó nacimientó, un
nacimientó de ló altó, absólutamente gratuitó. Inaugura un nuevó Reinó en el que
lós hijós tic la Resurreccióó n nó pódraó n mórir jamaó s y dónde el matrimónió habraó
prescritó (Lucas 20,35-36).
Jesuó s nós ama cón tódó su córazóó n. Su ternura alcanza el puntó culminante
cuandó en la Cena nós dice: «Tómad y cómed: este es mi cuerpó entregadó pór
vósótrós.» Renueva incesantemente esta dónacióó n en la Eucaristíóa, entregaó ndóse
en nuestrós labiós cómó el besó del Espósó. Peró esta cómunióó n sacramental, que
tóma su simbólógíóa del matrimónió, nós intróduce en ótra realidad, maó s allaó de
nuestras bódas y de nuestra tierra.
Jesuó s inaugura un Reinó en el que las relaciónes familiares saldraó n de su
estrechó cíórculó (Marcós 3,31-35) y rómperaó n tódas las barreras (Gaó latas 3,28). Nó
se puede encerrar a Jesuó s en una familia, que siempre cónstituye un líómite, aunque
las relaciónes que en ella se establezcan sean tremendamente generósas. ¿Nó tuvó
que tómar distancias cón su clan de Nazaret, que se estaba cónvirtiendó para el en
una carga pesada?
Pór tódas estas razónes, la psicólógíóa de Cristó nó es igual que la nuestra. Móón,
el dirigente de la secta que lleva su mismó nómbre, ló ha entendidó muy bien; y
para evitar el, en su ópinióó n, «fracasó» de un Jesuó s virgen y crucificadó, ha
preferidó vivir cómó un espósó prólíóficó y cólmadó de bienes para instaurar el
Reinó en la tierra.
La tentacióó n de Cristó nó es, pues, móral (nó se basa en un pósible pecadó), sinó
mesiaó nica, pórque plantea la cuestióó n del verdaderó Mesíóas. Es una tentacióó n
teólógal, pórque póne en juegó (durante una fraccióó n de segundó sólamente) la
legitimidad del plan del Padre, aparentemente inhumanó e ineficaz. En este nivel es
en el que Cristó ha tenidó que elegir libre y amórósamente para nó «avergónzarse
del Evangelió» (Rómanós 1,16). Estó es tódó, amigó míóó. Nó busques en ótra parte.
Abórdemós juntós la uó ltima cuestióó n sóbre Jesuó s, que es tambieó n una cuestióó n
sóbre Maríóa. Tuó la expresas discretamente y a tu manera, sin utilizar el lenguaje
óficial de la Iglesia, peró, aun asíó, te plantea próblemas. Tantó maó s que la ensenñ anza
habitual sóbre este puntó cóncretó dista muchó de ser la ensenñ anza de la fe.
Se llama asíó a lós dós primerós capíótulós de Mateó y de Lucas. Ahóra bien, estós
pasajes han planteadó dós cuestiónes. En primer lugar, ¿pór queó nó estaó n en lós
demaó s Evangeliós? Y, en segundó lugar, ¿hay que tómar en serió estós relatós que,
maó s bien, parecen faó bulas?
1. Es verdad que Marcós cómienza pór la vida puó blica de Jesuó s, y que Juan,
despueó s de cómenzar hablaó ndónós de la Encarnacióó n del Verbó, se salta tambieó n la
infancia de Cristó para hablarnós de su bautismó en el Jórdaó n (11: Sin embargó, lós
exeó getas discuten sóbre Juan 1,13, textó que lós manuscritós nó transcriben de la
misma fórma. Si se adapta el singular, cómó ócurre en la versióó n maó s antigua, nós
encóntramós cón la cóncepcióó n virginal de Jesuó s: «... El, cuya generacióó n nó es
carnal, ni frutó, del instintó, ni de un plan humanó, sinó de Diós»).
Peró, ¿Queó prueba esó? Que la fe cristiana tiene su centró en el misterió pascual
y nó en ninguna ótra parte, cómó es lóó gicó. ¿Y de q u e es centró este centró? De un
cónjuntó de verdades segundas, que nó secundarias, y que, muy próntó, la fe ha
tenidó que desarróllar para nó quedarse sin base históó rica. En efectó, ¿quieó n seríóa
un Cristó que nó fuese Jesuó s, hijó de Maríóa? ¿Y cóó mó se cónvirtióó en hijó de Maríóa?
Nó se puede eludir esta prófundizacióó n de ló cóntrarió el Resucitadó se encóntraríóa
privadó de su tróncó cómó un ninñ ó hueó rfanó. Aquíó vuelves a cónstatar el errór que
te senñ alaba anteriórmente y que pretende que «tódó ló que es tardíóó es falsó». Lós
que sóstienen estó póseen una cóncepcióó n regresiva de la verdad: sóó ló se fíóan de
las fuentes. Entónces, ¿queó pasa cón el Vaticanó II?... ¡Amigó míóó, nó seas de esós
cristianós que, cómó en lós autóbuses, caminan hacia adelante mirandó hacia atraó s!
2. Nó, amigó míóó: lós Evangeliós de la infancia nó són culebrónes escritós para
satisfacer la imaginacióó n pópular. Nada maó s lejós de la realidad. Ciertamente nó
nós presentan la história cómó un históriadór actual, cósa que tampócó hacíóan lós
mejóres históriadóres de la antiguü edad. ¡Lucas nó crónómetra, relój en manó, la
hóra en que Gabriel llega a Nazaret! Sóó ló se preócupa pór presentar lós hechós,
subrayandó su significadó prófundó. Y es una suerte, pórque una simple aneó cdóta
nó puede salvamós. Peró, lejós de sucumbir a la mentalidad ambiental, Lucas y
Mateó la cóntradicen tótalmente en dós puntós precisós.
En primer lugar, en la cóncepcióó n virginal precisamente. Lós judíóós cristianós de
la eó póca hubieran preferidó que Jesuó s naciese de Jóseó . Primeró, pórque era muchó
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maó s faó cil de entender y su explicacióó n nó era nada próblemaó tica; mientras que la
cóncepcióó n milagrósa, ¿quieó n se la iba a creer?...
Ademaó s, esó permitíóa entróncar a Jesuó s cón la familia real, ló que,
evidentemente, era muchó maó s hónórable para el y para nósótrós. Asimismó, esó
exigíóa una explicacióó n pór parte del aó ngel Gabriel a Jóseó : «Nó temas, le hubiera
tenidó que decir, tómar a esta mujer, de cuya pureza nó sóspechas -¡la cónóces
demasiadó bien!-, peró que nó te atreves a disputaó rsela a Diós, que la ha tómadó
para EÉ l (entre nósótrós, ¡bravó pór tu humildad!). Naturalmente, nó es necesarió
decirle que el ninñ ó que lleva nó es tuyó, peró tuó le daraó s un nómbre de parte de
tódó Israel. Asíó, gracias a ti, su padre adóptivó, la genealógíóa que cómienza en
Abrahaó n seraó la de Jesuó s.» Al escribir algó asíó, Mateó nó sigue la ópinióó n
generalizada, sinó que trata de revelar la verdad absóluta, al tiempó que calma sus
inquietudes.
Ló mismó sucede cón la estancia de Jesuó s en Nazaret. Tambieó n en este puntó lós
judeó-cristianós hubieran preferidó ótró lugar distintó de esa aldea de próvincias,
de dónde nada buenó pódíóa salir (Juan 1,46). Les hubiera gustadó que Jesuó s viviese
en un barrió elegante de Jerusaleó n y hubiese estudiadó en un buen cólegió...
Tampócó aquíó ceden lós evangelistas. Sóó ló muchó maó s tarde lós apóó crifós
sucumbiraó n a la tentacióó n.
Me temó que, tambieó n hóy, lós que niegan la cóncepcióó n virginal de Jesuó s se
plieguen a su vez a la presióó n de la cultura raciónalista ambiental. ¿Dóó nde estaó ,
pues, la libertad?
Ahóra puedó ya, amigó míóó, intróducirte en el belló misterió de Nuestra Senñ óra,
que se resume en tres puntós: nóvedad, gratuidad y audacia.
LA IGLESIA Y JESUS
1. Algunós dicen que Jesuó s nó era maó s que un guruó , cuya uó nica pretensióó n
cónsistíóa en atraer hacia el, mientras vivíóa, a unós cuantós discíópulós. Fue despueó s
de su traó gicó final -traó gicó, peró nó redentór- cuandó sus amigós le habríóan
cónvertidó en un Diós y habríóan órganizadó su cultó.
Para ótrós, pór el cóntrarió, Jesuó s habríóa sidó un prófeta impaciente que
anunciaba la inminente venida del Reinó. De ahíó su desapegó de las cósas de este
mundó. Desgraciadamente, ló uó nicó que pasóó fue la cóndena de un prófeta excitadó
que habíóa calculadó mal la cuenta atraó s. Tambieó n aquíó, a falta de ótra cósa mejór,
lós discíópulós habríóan creadó una institucióó n de reemplazó, que nó teníóa el
atractivó de la esperanza primera. A falta de pan, buenas són tórtas. A falta del
Reinó, se crea la Iglesia. Esó es tódó.
En ambós casós, Jesuó s habríóa muertó sin haber hechó el testamentó y sin haber
dadó la maó s míónima cónsigna para que la cósa cóntinuase despueó s de el. De ló
cóntrarió, dicen algunós, habríóa dejadó algunas indicaciónes, aunque nó fuesen
muy precisas, que hubieran permitidó el lanzamientó de una serie de cómunidades
pór el mundó. Nó una Iglesia, sinó Iglesias próvisiónales sin estructura óbligatória
y sin órganizacióó n centralizada. En definitiva, un perpetuó renacer y una cónstante
invencióó n' al gustó de las cómunidades de base, manipuladas pór algunós haó biles
líóderes...
destinada a durar hasta el final de lós tiempós y que dispóne de la Eucaristíóa para
hacer presente su sacrifició, una cómunidad própulsada hacia el mundó pór una
evangelizacióó n de larga duracióó n; un grupó unidó pór el cólegió apóstóó licó, y nó
una federacióó n de Iglesias, unidas pór un secretarió general; un cuerpó llenó de
vida, y nó una asóciacióó n juríódica. Pór ótra parte, ya te dije tambieó n que Jesuó s nó es
un hómbre divinizadó, sinó un Diós que se humanizóó libremente.
Ademaó s, el Cristó de lós Evangeliós nó tiene nada de fanaó ticó. Pór el cóntrarió, es
un hómbre pónderadó, que se pasa la vida calmandó a sus discíópulós, que nó
acaban de ver llegar el Reinó (Lucas 19,11; Hechós 1,6), tal cómó ellós ló cónciben.
Las paraó bólas muestran que tódó estó exige una lenta germinacióó n (Marcós 4,26-
29). Y, en cualquier casó, la uó ltima cena atestigua que Jesuó s nó muere
desprevenidó: la Eucaristíóa inaugura un nuevó módó de presencia en próvechó de
una multitud que tódavíóa nó estaó allíó. Pórque, antes de que llegue el final, «el
Evangelió tiene que ser próclamadó a tódas las naciónes» (Marcós 13,10). ¡el fuegó
cón el que el Senñ ór desea incendiar la tierra entera tódavíóa nó ha prendidó en
muchós córazónes! (Lucas 12,49).
ócupadó pór Cristó nó estaó vacíóó. EÉ l cóntinuó a desempenñ andó el papel que es maó s
suyó que nunca y que nadie le pódraó cónfiscar. La Iglesia estaó siempre cón su
espósó; nó es su viuda triste, y muchó menós su viuda alegre. Nó puede ser una
asóciacióó n encargada de gestiónar la memória de un genió muertó, cuyós dóssieres
guardase. Ademaó s, Jesuó s nó escribióó ni una sóla líónea. Es el sacerdóció, el del óbispó
y el del sacerdóte, el que recuerda a la cómunidad su dependencia de Cristó.
Cuandó celebra, el ministró cónsagradó es la vez ótró y unó de tantós: fórma parte
del cuerpó, peró a la vez es, diferente. ¡EÉ l impide que el cuerpó pierda la cabeza! Si
las vócaciónes desapareciesen, la Iglesia se cónvertiríóa en una sóciedad de gestióó n.
Ya nó dependeríóa de Cristó, sinó que vendríóa en su auxilió. ¡el mundó al reveó s!
Síó, diraó s, peró tódó esó se mueve en el universó de lós principiós; en la praó ctica,
«¿se puede decir que la Iglesia es pórtadóra de Evangelió?» Es una pregunta que
tódavíóa hóy escucheó a lós alumnós de un institutó, a lós que respóndíó sin dudarló:
«síó, en el buenó y en el mal tiempó, yó dóy testimónió.» Pór encima de sus grandes
y pequenñ as miseríóas, la Iglesia es una madre fiel y valiente, llena de santós y de
maó rtires, purós reflejós de las bienaventuranzas. La muó sica cantada se
córrespónde a la perfeccióó n cón la muó sica escrita, cómó decíóa Franciscó de Sales.
«¿ Nó estaó la Iglesia en cóntradiccióó n cón Diós?», me preguntas. Nó seó , ló que
pasa pór tu cabeza ni a queó aludes, peró es un disparate pensar que la tótalidad del
puebló santó y el cónjuntó del episcópadó puedan ser la negacióó n de ló que Diós
piensa y quiere. Y fíójate que tal afirmacióó n puede próceder tantó de «prógresistas»
virulentós cómó de «tradiciónalistas» disidentes. ¿Y quieó n es el individuó ó el
grupó capaz de juzgar a 1.000 millónes de hermanós de una manera tan
expeditiva?
«Ló que era visible en nuestró Redentór, de ahóra en adelante estaó presente en
lós sacramentós», dice el Papa San Leóó n (sigló V) en una hómilíóa del díóa de la
Ascensióó n. Y, sin embargó, a ti, amigó míóó, estós ritós te aburren. Pór esó
preguntas:
«¿Són necesariós lós síómbólós religiósós, ó, maó s bien, tódó ló que pasa, sucede
en nuestró córazóó n?»
Estóy tentadó de cóntestarte: «entónces, deja de abrazar a tu nóvia ó a tu nóvió.»
Tuó óbjetaraó s: «nó es ló mismó. Lós hómbres necesitan signós pórque són hómbres.
Peró Diós es Diós y, pór ló tantó, nó vale la pena representarle. Cón EÉ l basta la
intencióó n del córazóó n.» el Diós del que me hablas nó es el de Jesucristó. Es el Ser
supremó ó el gran Espíóritu. En el Evangelió, Diós es el Emmanuel que viene a
nósótrós para que nuestrós ójós le vean, nuestrós óíódós le óigan y nuestras manós
le tóquen (1 Juan 1,1). Diós es el Resucitadó que sópla sóbre lós suyós (Juan 20,22),
y que dice a Tómaó s, móstraó ndóle su cóstadó abiertó: «Mete aquíó tu dedó» (Juan
20,27). Es el Cristó de la Cena que nós da su cuerpó y su sangre, cón la cónsigna de
hacer este ritó en memória suya. Realmente, Diós es maó s humanó que nósótrós,
póbres idealistas que degustamós nuestrós pensamientós en nuestró interiór, sin
saber si se córrespónden cón lós de Jesucristó...
80
Y, ademaó s, lós signós tienen ótra «utilidad»: vividós en cómunidad, nós reuó nen
en la celebracióó n de un mismó Senñ ór. Hóy, el Móvimientó Renóvadór explóta a
fóndó lós síómbólós religiósós para crear asambleas menós mórósas y maó s
dinaó micas.
Tódavíóa anñ ade: «cón lós óbjetós lituó rgicós se pódríóa alimentar a lós que tienen
hambre.» Es ciertó. Y desde hace muchó tiempó, lós grandes óbispós han hechó ló
que tuó sugieres sin la menór duda. Recientemente, en su encíóclica Sollicitudo rei
socialis, Juan Pabló II vuelve a decir ló mismó. De tódas fórmas, dudó muchó que se
pueda ayudar a las multitudes hambrientas cón las baratijas de muchas de
nuestras parróquias. Y en las grandes iglesias y catedrales, lós óbjetós de valór són
própiedad de la cómunidad. Pór ótra parte, muchós cristianós se enfadan, y cón
razóó n, al encóntrar en lós escaparates de lós anticuariós sagrariós cónvertidós en
bares y caó lices en vasós para tómar el aperitivó. Hay que encóntrar ótras fuentes de
financiacióó n maó s rentables y maó s respetuósas.
Despueó s de estó, pasas a las aplicaciónes particulares, y me cómentas, cón
mucha franqueza: «me aburró en misa, siempre cón las mismas lecturas y las
mismas óraciónes.» Nó es del tódó verdad. Las lecturas cambian tódós lós díóas del
anñ ó. Las del dómingó, inclusó cada tres anñ ós. En tódas ellas hay una fantaó stica
riqueza si eres capaz de preparar tu misa y de retómar lós textós leíódós en ella para
tu óracióó n diaria. ¡Inteó ntaló! En cuantó a las óraciónes, es verdad que se repiten, a
pesar de que hay una gran variedad a ló largó del anñ ó lituó rgicó. Peró, si hubiese que
inventarlas tódós lós díóas, próntó te sentiríóas ahógadó. La repeticióó n lenta y
ferviente es la gran ley de la meditacióó n, que rumia tranquilamente las palabras
maó s sabrósas. ¿Nó retómas, cón tu nóvió ó cón tu nóvia, en cada cita las mismas
actitudes de ternura, las mismas palabras y lós mismós besós? Ademaó s, si el
sacerdóte nó dice la misa cómó un tren de alta velócidad, te ayudaraó a descubrir la
prófundidad, hasta entónces ignórada, de algunas frases. Para míó, repetir es un
regaló: lejós de desgastar el textó, ló rejuvenece.
En el fóndó, tuó tambieó n ló dudas. Un jóven catóó licó me cómentaba hace pócó que
habíóa tenidó que cóntestar a esta pregunta de ótró jóven catóó licó, peró nó
practicante. «¿Pórqueó durante tantó tiempó la misa te ha dadó ló mismó, y despueó s
tódó cambióó ?» La respuesta es evidente: la que cambióó nó fue la misa, sinó el
chaval. Cambia, pues, tambieó n tu córazóó n, sin esperar para elló un gran milagró,
peró pidiendó al Senñ ór ti nó pequenñ ó. Nó vayas a la Eucaristíóa cón zapatós de
plómó, decididó a hundirte una vez maó s. Aceó rcate a ella cón un nuevó córazóó n, cón
un deseó intensó y cón hómbre de Diós, y participa activamente en las óraciónes
cón tus amigós.
«¿Queó hacer, cuandó se estaó tentadó de nó vólver a ir a misa?» Depende de ló
que entiendas pór la palabra «tentadó». Si, a pesar de tus esfuerzós, la Eucaristíóa
habíóa perdidó para ti -aunque mómentaó neamente- tódó significadó, estaó claró que
nó puedes cóntinuar haciendó una cómedia. Esó síó, deberíóas estar absólutamente
seguró de encóntrarte en tal extremó. E, inclusó en este casó, deberíóas evitar el dar
un pórtazó sin esperanza de retórnó. ¡Quizaó puedas rezar de ótra manera...!
Peró si la tentacióó n se reduce a un cambió de humór, a la ley del míónimó
esfuerzó, a una eó póca de desaó nimó ó de falta de sensibilidad, al tíópicó queó diraó n,
entónces te invitó a nó capitular. Insiste, entra cón resólucióó n en el juegó lituó rgicó y
participa en eó l cón tódas tus fuerzas. Puedes, inclusó, ófrecerte cómó animadór
lituó rgicó. ¡Haz algó! Nó pierdas una praó ctica que te cóstaraó muchó retómar.
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EL PERSONAL DE LA IGLESIA
EL PAPA
Cuandó Juan Pabló II va de visita a cualquier paíós del mundó es acógidó pór
decenas de miles de jóó venes que le aplauden cón entusiasmó, inclusó en Marruecós
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Su función
Persónalmente, preguntaríóa:
«¿Quién es el Papa y cuál es su función en la Iglesia y en el mundo?»
Pórque el Papa nó es un utensilió, sinó alguien, una persóna cón córazóó n. Para
respónderte, te remitó directamente al Evangelió.
dóminada pór el veó rtigó, «tantó a derecha cómó a izquierda», Juan Pabló II asume
su funcióó n cón una firmeza llena de bóndad. ¡Es infinitamente menós autóritarió
que algunós pensadóres, para quienes tódó el mundó es infalible..., menós el Papa!
3. El Papa es el óbispó de Róma. Nó es, pues, un superjefe de lós óbispós, sin ser
eó l mismó óbispó. Nó es tampócó el presidente de las Iglesias unidas. Fórma parte
de ló que se llama el cólegió episcópal, asíó cómó Pedró pertenecíóa al grupó de lós
Dóce, y es en el grupó dónde lleva a cabó su funcióó n: ejercer nó una primacíóa
hónóríófica (¿dóó nde habla el Evangelió del hónór humanó?, ¿se habríóa preócupadó
Jesuó s de las dignidades ... ?), sinó real. Esta autóridad nó cónfisca la de lós óbispós,
ni lós reduce a merós delegadós ó vicariós; nó interviene cóntinuamente en sus
asuntós. ¡el Papa aguanta muchó maó s que cualquier presidente ó jefe de góbiernó!
Y, sin embargó, es una autóridad real y universal.
Encóntraraó s dós tipós de hómbres en la Iglesia: unós (lós galicanós), cón un
«cómplejó antirrómanó» subidó; ótrós (lós ultramóntanós), que saltan pór encima
de su dióó cesis y se próclaman inmediatamente ciudadanós de la Iglesia universal.
Evíótalós a lós dós. Nó elijas. Cóó geló tódó. Nó ames al Papa para despreciar mejór a
tu óbispó. Nó te aferres a tu óbispó para ópónerte mejór al Papa. Estós són juegós
esteó riles de paíóses ricós, európeós y americanós. La autóridad es un tódó
indisóluble. Para un óbispó, el Papa nó es una amenaza, sinó una ayuda preciósa.
Algó que se nóta muchó en lós paíóses póbres ó perseguidós (14: el Estadó
perseguidór intenta siempre aislar a la Iglesia lócal para dóminarla mejór).
Para el Papa, el óbispó nó es un «subórdinadó» grunñ óó n que se limita a gestiónar
sus próblemas lócales, sinó un hermanó que, en su Iglesia particular, hace latir el
córazóó n de la Iglesia universal.
Su vida
En tus preguntas pasas revista a tódós lós tóó picós, desde lós grifós de óró del
Vaticanó hasta la piscina de Castelgandólfó, que, a tu juició, escandaliza a la gente.
A míó, nó. ¿Es un lujó una piscina? ¡Y un Papa depórtista es algó genial! Y en cuantó a
lós famósós grifós, te própóngó que subas a ver lós apartamentós privadós de Juan
Pabló II. Veraó s que nó hay gran lujó en ellós. ¡Tus estrellas preferidas, a las que
perdónas tódó, seguramente tienen muchó maó s cónfórt en sus apartamentós de
Marbella ó de Miami!
Pór ótra parte, lós edificiós representan un patrimónió difíócil y cóstósó de
cónservar. El góbiernó espanñ ól tiene estós mismós próblemas cón sus mónumentós
históó ricós, que nó són funciónales, peró són difíóciles de cónservar y que, ademaó s,
nó se pueden demóler. ¿Pór queó , entónces, tantas prótestas cóntra el Vaticanó?
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Es verdad que, desde Pabló VI, lós Papas viajan muchó, y cada vez maó s.
Habíóamós perdidó la cóstumbre de que lós Papas viajasen y, pór esó, sus viajes
siguen sórprendiendó. Peró, ¡queó difíócil es cóntentar a lós catóó licós! Cuandó
permanecíóa tranquilamente en su casa, recibiendó a lós cardenales y a lós
embajadóres, se decíóa que ólíóa a cerradó. Y cuandó sale, se dice que hace turismó.
¡Es el cuentó del padre, el hijó y el asnó ...! Yó, en cambió, estóy lócó de cóntentó de
que el Santó Padre nó permanezca encerradó en sus 44 hectaó reas (¡cón piscina!).
Le vemós y nós ve. Nó viene a pasearse ni a tirar de las órejas a lós episcópadós
naciónales, sinó a reunirse en tórnó suyó cón nuestrós pastóres y a animarnós. Nós
habla y esó nós hace muchó bien.... aunque a veces se alargue un pócó... ¿Se puede
llamar turismó a sus cabalgadas agótadóras, en las que hay que viajar, sónreíór
cónstantemente, hablar en una lengua descónócida y abrazar a lós ninñ ós? ¿Se
pueden llamar shóws a esas asambleas tórmentósas, cómó en Nicaragua, ó al
inevitable córtejó de hómósexuales, cómó en Amsterdam, ó al de las mónjas
americanas que reclaman el sacerdóció? De tal manera, que Juan Pabló II es
recibidó cón maó s delicadeza en lós paíóses nó cristianós ó pócó cristianós, cómó
Marruecós ó Japóó n. Ló que maó s me llama la atencióó n de sus viajes són esós rarós
mómentós de calma, en ló que se ve a nuestró Juan Pabló sentadó en su sillóó n, cón
lós ójós cerradós y la cabeza entre la manós, sóó ló cón su Diós. ¡Esta capacidad de
recógimientó, en medió de una inmensa multitud, es algó impresiónante!
Desde lós acuerdós de Letraó n (1929), el Vaticanó es cónsideradó cómó un
Estadó independiente. Este estatus le cóncede al jefe de la Iglesia una mayór
independencia (cómó se pudó cónstatar durante la uó ltima guerra). Peró estó nó
enganñ a a nadie. El Papa nó es primórdialmente un jefe de Estadó. ¡Tiene ótras
muchas cósas que hacer, ademaó s de góbernar sus 44 hectaó reas! Cuandó visita un
paíós, es recibidó cómó un sóberanó extranjeró, cón el himnó naciónal del paíós en
cuestióó n y el himnó póntifició (pór ciertó, nó muy bónitó). Estó le cómplica la vida,
pórque tiene que pedir y óbtener el permisó del córrespóndiente góbiernó, y debe
saber muy bien dónde póne lós pies. Peró tranquilíózate; desde el mismó instante en
que baja del avióó n, Juan Pabló II próclama inmediatamente que ha venidó a llevar a
cabó una misióó n pastóral, ló que despeja cualquier ambiguü edad. Y, aunque mide
sus palabras, nó duda en hablar de justicia sócial y póner el dedó en la llaga, aun en
presencia de lós pótentadós y póderósós, que nó suelen póner buena cara. Lós
periódistas, que estaó n siempre al acechó, han publicadó algunas de estas muecas
desapróbadóras de determinadós góbernantes.
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Nós queda la inevitable cuestióó n de la financiacióó n de lós viajes, que suele recaer
en lós catóó licós del paíós visitadó. ¡Despueó s de tódó, tienen derechó a darse este
gustó! Peró, inclusó en este puntó, deó jame que me ríóa un pócó cóntigó. ¿Sabes
cuaó ntó cuestan lós desplazamientós habituales de nuestras persónalidades
pólíóticas? Ademaó s, Juan Pabló II nó tiene la culpa de haber recibidó tres balas en el
vientre un trece de mayó, y que, cómó cónsecuencia de elló, haya que móvilizar un
cóntingente impórtante de pólicíóa para prótegerle. Si caes en la cuenta de la
impórtancia espiritual de un viaje pastóral, ló entenderaó s perfectamente. Tu críótica
-ó la que un adultó te ha sópladó- prócede seguramente de que nó ves la
impórtancia de estas visitas que nós reuó nen y nós animan. A nó ser que nó tengas
el maó s míónimó intereó s en escuchar al Papa recórdarte, en tu própia patria, alguna
exigencia mórtal que detestas. Interróó gate sóbre este puntó. ¿Cuaó ntas cósas nó eres
capaz de perdónar a las persónas que quieres? Y en cuantó a las póbres, el Papa
tambieó n va a verles, y ellós estaó n felices de recibirló sin reparar en gastós. Pórque
nó sóó ló de pan vive el hómbre... (15: Despueó s del pasó de un terrible ciclóó n que
arrasóó el sur de óbispó de La Reunióó n pensaba anular el viaje del Papa,
prógramadó para tres meses despueó s, para que el dineró fuese destinadó a lós
siniestradós. Peró la gente le decíóa: «de ninguna manera, Padre, tambieó n nósótrós
necesitamós un signó de esperanza».)
Su enseñanza
¡Yó, síó, y pór Cómpletó, y un gran nuó meró de jóó venes tambieó n! Para justificar mi
respuesta nó vóy a darte tódó un cursó, peró síó vóy a própónerte un discernimientó
previó, es decir aclarar tu malestar. Síógueme, amigó.
¿Quiere esó decir que su ensenñ anza era falsa ó inópórtuna? ¡De ninguna manera; al
cóntrarió, daba en el clavó! Si, cuandó sale una encíóclica, tódós lós cristianós
dijesen: «¡Bravó, Santó Padre, genial, nós habeó is dichó ló que ya sabíóamós!», esó
significaríóa que el Papa habríóa perdidó el tiempó y la tinta, escribiendó un textó
inuó til. Pór ló tantó, en ciertó sentidó, la cóntestacióó n es una buena senñ al. Muestra
que, descubriendó la herida, el Santó Padre pusó sal en ella y nó azuó car. La sal
quema, peró mata lós micróbiós.
2. ¿Pór queó nó nós damós cuenta de tódó estó? Pórque nuestra sensibilidad ha
cambiadó. Hace un sigló, Leóó n XIII hacíóa vóciferar a una parte impórtante de la
burguesíóa, al publicar una encíóclica sóbre la miseria del mundó óbreró (Rerum
Nóvarum, 1891), y, cuarenta anñ ós despueó s, Píóó XI cónstataba que la herida tódavíóa
nó estaba cicatrizada. ¿Se equivócaba el Papa? ¡Queó va! Hóy tódó el mundó ló
recónóce e inclusó afirma que deberíóa haberló hechó antes. ¿A queó se debe este
cambió? Pórque hóy estamós ya acóstumbradós a escuchar a nuestrós pastóres
hablar de la cuestióó n sócial (algunós nó hablan de ótra cósa), y nós parece algó
absólutamente nórmal... De la misma manera, dentró de alguó n tiempó, que esperó
que sea córtó, lós cristianós veraó n cómó algó nórmal que la Iglesia hable de móral
sexual, pórque, cón el pasó del tiempó, habraó n caíódó en la cuenta del caraó cter
prófeó ticó de las ensenñ anzas actuales, y de la valentíóa de lós Papas que se atrevierón
a desafiar a la ópinióó n puó blica.
Hóy, cómó hace un sigló, lós que se ópónen al Papa utilizan, sin darse cuenta, lós
mismós argumentós. Unós argumentós de sóbra cónócidós:
Asíó pues, amigó míóó, preguó ntate de dóó nde próviene tu reaccióó n. ¿Pór queó eres
tan hipersensible en ciertós puntós y nada sensible en ótrós? ¿Pór queó rechazas
categóó ricamente el racismó y, sin embargó, tóleras la próstitucióó n? ¿Se trata de una
cónviccióó n razónada? ¿Cuaó l? ¿O se trata, maó s bien, del miedó a nó pensar cómó la
mayóríóa?
LOS SACERDOTES
Nó me planteas pregunta alguna sóbre lós óbispós. En cambió, síó hay muchas
sóbre lós sacerdótes, y la mayóríóa de ellas són preguntas mediatizadas, cómó si nó
fueses maó s que un espejó de la sóciedad. Hay, sóbre tódó, una cuestióó n que repites
cóntinuamente, cómó un lóró, y es la que hace referencia al matrimónió de lós
curas:
-Si Dios quiere nuestra felicidad, ¿por qué prohíbe el matrimonio de los curas?»
Las chicas se preócupan maó s pór las religiósas. Una de ellas hace una pregunta
cómó si las mónjas fuesen el hareó n del Santó Padre:
«¿Por qué el Papa prohíbe a las monjas casarse? ¿Por qué las guarda todas para
él? Es muy egoísta».
Sientó muchíósimó tódó estó cómó sacerdóte feliz de serló. Y ló que maó s me aflige
es que nó hagas un esfuerzó para cómprender mi córazóó n. ¿Cuaó l es mi próblema?
Mi próblema es que he entregadó mi vida a Jesuó s para que venga su Reinó, y su
Reinó nó acaba de llegar. Mi próblema es encóntrarme a menudó, en bautizós y
matrimóniós, cón gente que apenas tiene fe y que, sin quererló, me hacen hacer
una cómedia. Mi próblema es aguantar a lós ninñ ós en la catequesis, ayudar a lós
jóó venes a cónvertirse de verdad, entrar en cóntactó cón el mayór nuó meró de
persónas y encóntrar las palabras justas para hacerló. Mi próblema es acóger a lós
heridós y órientarles lentamente hacia la curacióó n; sóstener a lós militantes
cómprómetidós en la vida familiar, sócial, ó en la accióó n caritativa. Mi próblema es
cónciliar las óbligaciónes de mi agenda cón las imprevistas que surgen; mantener
el tiempó de óracióó n aunque me cueste; acómpanñ ar a lós móribundós... Y tuó , para
cónsólarme, me dices, cón un tónó llenó de cómpasióó n: «caó sese y tódó se
arreglaraó .» Nó cónóces nada del córazóó n del cura, y la uó nica cancióó n que le cantas
es la del matrimónió. Es exactamente cómó en la pelíócula de Scórsese: ¡en la cruz,
Jesuó s cónsuma su sacrifició pór la salvacióó n de tódós lós hómbres, estaó en el
paróxismó de su caridad, se retuerce de dólór.... Y el cineasta le própóne las caricias
y lós mimós de Maríóa Magdalena! ¡Grótescó y repugnante!
Mi dólór de cura nó prócede de dórmir sóó ló en una cama, sinó de cónstatar que
la gente intenta siempre buscarme ótra «razóó n sócial» distinta a la que anida en mi
córazóó n. ¡Cómó si nó se viese a las claras que estóy enamóradó de Jesuó s! Ló mismó
suele ócurrirles a lós mónjes, a quienes muchós turistas cónfunden cón fabricantes
de quesó...
Es evidente que nó cónóces el sacerdóció. ¿Y el matrimónió? A finales de 1988
estuve tres díóas en un institutó, sómetidó a tóda clase de preguntas pór parte de lós
chavales. Algunas estaó n recógidas aquíó. Cómó nó pódíóa ser menós, entre ellós
próliferarón las preguntas sóbre el sexó. Despueó s de haber hechó el recórridó a
tódós lós próblemas relativós a la sexualidad (abórtó, divórció, anticónceptivós,
relaciónes prematrimóniales ... ), me plantearón el próblema del celibató «fórzadó»
de lós curas. De próntó, me enfadeó . Nó sóy maló, peró tengó un caraó cter fuerte.
Entónces, les dije: «¡Ah, mis canallas! Acabaó is de destruirme pór cómpletó el
matrimónió, y despueó s de la carniceríóa, veníós a ófrecerme lós pedazós en un plató.
¿Ló haceó is apósta u ós estaó is burlandó de míó?... Vósótrós nó quereó is curas casadós:
un matrimónió legíótimó y feliz es demasiadó retró para vósótrós... Ló que quereó is
són sacerdótes amancebadós, divórciadós, vueltós a casar (cón mónjas, muchó
mejór), abórtistas, hómósexuales... Dejadme que ós diga una cósa: ¡vósótrós nó
quereó is mi felicidad, sinó mi cómplicidad, pórque mi vivencia alegre del celibató ós
averguü enza y nó la sópórtaó is. Y si defendeó is a lós sacerdótes que nó se encuentran a
gustó en su estadó, nó es pór ellós, sinó pór vósótrós, pórque su desgracia ós
cómplace: ¡pór fin, lós curas van a ser cómó tódó el mundó, en vez de
singularizarse en ló impósible! ... » Intenta imaginar sus caras asómbradas. Estós
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Pódríóa hacer cómó Jesuó s que, de vez en cuandó, actuaba cómó lós gallegós, es
decir, respóndíóa a una pregunta cón ótra (Mateó 21,23-37). Pódríóa decirte:
«explíócame primeró queó es ló que entiendes pór matrimónió y yó te direó despueó s
pór queó nó me he casadó.» Peró nó vóy a hacerte esperar maó s. Nó me he casadó
pórque el Senñ ór me ha dispensadó del matrimónió y la Iglesia se ha apróvechadó
de elló para llamarme al sacerdóció. Estóy tan cóntentó de pertenecer a mi Diós
que nó me imaginó entregaó ndóme a una mujer. Pór ótra parte, cón el nunca estóy
sóló. Sóy feliz cónsagraó ndóme enteramente a la paternidad espiritual. Lócó de
alegríóa pór nó tener el córazóó n divididó. Lócó de alegríóa pór encóntrarme ya en la
ternura del Reinó, dónde el matrimónió ya nó existiraó .
«La Iglesia está acabada, ¿por qué, entonces, perder el tiempo evangelizando?»
¿El Evangelió? Claró que nó. La Buena Nóticia cóntinuó a siendó anunciada y
creíóda. La Palabra nó cesa de cónvertir córazónes y óriginar nuevas cómunidades,
que relevan cón ventaja a las viejas cómunidades que desaparecen. Maó s auó n, allíó
dónde lós catóó licós han bajadó la guardia, ótras cónfesiónes maó s audaces se lanzan
sóbre el terrenó. ¡Realmente, el Evangelió es inquebrantable!
Peró una cósa es el Evangelió y ótra cósa distinta es la Iglesia. Esta es pórtadóra
del Evangelió, peró el pórtadór puede cansarse aunque su carga permanezca
intacta. ¿Queó es ló que maó s fatiga al pórtadór: el caminó, las piedras, lós óbstaó culós
externós... ó la misma carga de cuya eficacia se duda? Dichó de ótra fórma, ¿la
dificultad de creer en Cristó prócede de tu entórnó... ó de tu própió córazóó n?
90
1. El cristianismó es una religióó n insóó lita y muchó maó s fraó gil e inestable que las
demaó s. Para nuestró Diós es una empresa arriesgada y azarósa. En vez de quedarse
tranquiló en su cieló, fuera de nuestró alcance, el Senñ ór quisó caminar entre
nósótrós y se entregóó a las manipulaciónes de lós hómbres, que pueden triturarle a
su gustó. Y nó estóy hablandó sóó ló y, sóbre tódó, de lós enemigós de Diós, sinó de
lós mismós bautizadós, que pueden ser lós primerós falseadóres de su fe. ¿Pór queó ?
Pórque la fe cristiana tiene la extranñ a capacidad de deshacerse desde el interiór, a
causa del relajamientó de sus miembrós ó de su verdad mal entendida. Alguien ha
dichó que el cristianismó era la uó nica religióó n susceptible di, suprimirse a síó misma,
llevandó sus principiós hasta el final Llevadós hasta el final... de la incóherencia, lós
citadós principiós ya nó són evangeó licós. Pórque las bienaventuranzas, que nós
prómeten la persecucióó n, nó nós invitan al suicidió. N muchó menós al suicidió
alegre.
2. Peró, pór las mismas razónes, la fe cristiana pósee una capacidad cónstante de
resurreccióó n. Mira la história de la Iglesia: es un cóntinuó y renóvadó surgimientó
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de bellas figuras y creaciónes, nuevós santós y nuevas iniciativas. Tóda una serie de
insurrecciónes espirituales que llegan siempre en el mejór mómentó, y cuandó maó s
falta hacen. Asíó, mientras centenares de sacerdótes móríóan en cóndiciónes
hórribles durante la Revólucióó n Francesa, el Senñ ór hacíóa crecer al jóven Juan Maríóa
Vianney, frutó de su heróicó sacrifició. Pór ló tantó, deja de hablar de las
«pósibilidades» de la fe en el futuró. Pósibilidad, suerte ó azar són palabras
paganas dirigidas a una Diósa caprichósa. Peró el cristianó nó adóra a ninguó n
póder anóó nimó. Su suerte es el dón que prócede de un Diós persónal y amórósó, y
este dón se llama gracia. La gracia nó es una casualidad, aunque llegue de
impróvisó. Tampócó es el resultadó de un caó lculó estimativó de próbabilidades,
pórque interviene cuandó menós se le espera. Piensa en la pesca milagrósa en el
lagó Tiberíóades. Nó estaba prógramada, peró tampócó fue fórtuita. «¡Es el Senñ ór!»,
grita Juan, que identificóó de próntó la silueta del hómbre en la órilla (Juan 21,7).
¡Tuó haz cómó eó l y ólvíódate de lós sóndeós!
4. Pór ótra parte, lós mediós de cómunicacióó n saben muy bien que la Iglesia nó
muere, que estaó pródigiósamente viva, y, esó les inquieta. Síó, amigó míóó,
cóntrariamente a ló que piensas, la Iglesia da miedó a algunós a causa de su
vitalidad: nadie se ensanñ a cón un cadaó ver. Pór esó lós «buitres» atósigan cón tódas
sus fuerzas al Leóó n de Judaó ó al Emmanuel pórque estas cómunidades són
vigórósas y evangelizadóra.. Pór esó tambieó n lanzan sóspechas sóbre las reuniónes
de jóó venes, acusaó ndólas de triunfalistas ó de cónfórmismó gregarió. Pór esó
preócupa el eó xitó de Juan Pabló II. En cuantó a lós nuevós móvimientós
carismaó ticós, despueó s de haberlós despreciadó cómó una ingenuidad cantante y
gesticulante, se les cómienza a valórar. Librós y revistas hablan cón inquietud del
«retórnó de las certezas», del renacimientó del «fundamentalismó» ó de la
aparicióó n de «nuevós integrismós». Y. ademaó s, se culpa a lós grupós editóriales de
sóstener la reaparicióó n de ló retró. Ya ves, cada unó se defiende cómó puede,
blandiendó palabras cómó espantapaó jarós.
6. Debes amar apasiónadamente el mundó cóntempóraó neó, cómó lós santós han
amadó su eó póca, para hacer frente a sus necesidades. Piensa en Juan Bóscó, ó en
Ignació de Lóyóla. Peró esó nó quiere decir que seas un ingenuó. La sóciedad va a
intentar neutralizar a la Iglesia pór tódós lós mediós. En primer lugar, hacieó ndóla
callar, argumentandó que el cristianismó, cómó tódas las religiónes, pertenece al
dóminió privadó. Algó que rechazó en nómbre del Cóncilió Vaticanó II, que ha
pedidó a lós Estadós que nó impidan a las cómunidades recórdar sus principiós ni
aplicarlós en la vida sócial (Dignitatis humanae n. 4). Lós Papas anterióres han
dichó ló mismó a lós Estadós tótalitariós, sóbre tódó Píóó XI. Entieó ndeló bien. La
Iglesia nó pide reinar ni impóner sus leyes. En estó, nuestró mundó estaó
secularizadó y, sin duda, es mejór asíó. Peró, dadó que es una Iglesia, y nó una secta;
dadó que cree en una Buena Nueva, que es algó diferente a una ópinióó n; dadó que
trae la salvacióó n, y nó una bagatela.... pór tódas estas razónes es «experta en
humanidad» (Pabló VI). Cristó nó trae una verdad para el cristianó, sinó una verdad
para el hómbre. La Iglesia nó impóne esta verdad a nadie, peró la próclama bien
alta, inclusó si mólesta a algunós. La Iglesia nó incendia lós cines que próyectan
«malas pelíóculas», peró tiene tódó el derechó del mundó a declarar que una
determinada próduccióó n ófende la cónciencia de muchós. La Iglesia nó juzga a lós
ministrós y a lós meó dicós que, ante la amenaza galópante del SIDA, piensan, en
cónciencia, que hay que utilizar preservativós, peró tiene tódó el derechó del
mundó para decir que eó sa nó es la verdadera sólucióó n del próblema, y que este
prócedimientó nó debe cónvertirse en una incitacióó n a la anarquíóa móral para lós
jóó venes.
8. Ló que apena a algunós catóó licós es ver que algunós prónóó sticós del uó ltimó
cóncilió nó se han cumplidó, es decir, que el mundó nó se ha cónvertidó tan
raó pidamente ni tan glóbalmente cómó se esperaba, gracias a la actitud maó s
cónciliadóra de la Iglesia. Es una pena, peró la história nó se detiene en 1964. Creó
que debemós próseguir cón tódas nuestras fuerzas la tarea iniciada pór el Vaticanó
II, peró, cómó decíóa Maurice Clavel, «ir al mundó» nó es «rendirse al mundó».
Persónalmente, y póniendó la palabra entre cómillas, esperó una especie de
«persecucióó n» larvada, de tipó administrativó pór ejempló, en la medida en que el
Estadó vea cónfirmarse la renóvacióó n de la Iglesia. En el fóndó, nó tiene
impórtancia. Al final, «tódó, es gracia».
las laó grimas, las laó grimas de la sangre y del amór de Diós» (18: Póema
cómpuestó pór Marie-Anne Petit).
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Asíó pues, vóy a hacer tres partes desiguales: una pequenñ a reflexióó n sóbre la
libertad; ótra sóbre el cuerpó, y la uó ltima, y la maó s impórtante, sóbre la vida eterna.
LA LIBERTAD
a) Sóy libre fíósicamente cuandó nada externó me fuerza ó me impide hacer una
determinada cósa. Nó estóy encerradó cón llave en una habitacióó n. Nó sóy
prisióneró, ni estóy secuestradó, ni bajó la amenaza de nadie. En definitiva, sóy
libre de hacer ló que me plazca.
Fíójate bien en estó, para nó mezclarló tódó: puedó estar encarceladó fíósicamente
y, sin embargó, tener una extraórdinaria libertad espiritual. Pór el cóntrarió, puedó
hacer tódó ló que me venga en gana durante un fin de semana y, sin embargó,
aburrirme cómó un cósacó. Puedó estar en plenó usó de tódas mis facultades y
servirme de ellas para enterrarme en el pecadó. Asíó pues, sóó ló gracias a mi vida
espiritual sóy capaz de liberar mi libertad. Pórque la verdadera libertad nó es la
pósibilidad de hacer ló que cada unó quiera, cómó aburrirse pór nó tener una ideal
ó suicidarse pór nó tener una razóó n suficiente para vivir. Se puede tambieó n,
desgraciadamente, utilizar la libertad psicólóó gica para matar a la libertad prófunda.
Tal era el desafíóó que se lanzaba a síó mismó un jóven cuandó decíóa: «¿Y si me da la
gana de destruir mi alma?» Peró este desafíóó, ¿nó era en el fóndó una llamada de
sócórró, cómó ló són tantós suiciDiós fracasadós? Pór el cóntrarió, es buenó ayudar
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a una vóluntad debilitada -la de un drógadictó, pór ejempló- para hacerle salir de
su caós, aunque lós líómites de la insistencia sean difíóciles de fijar. Ló mismó sucede
cón un ninñ ó, cuyós padres pódríóan llegar a próhibirle algó de manera terminante.
Sóó ló maó s tarde, cuandó haya maduradó, el jóven les estaraó agradecidó pór haberle
ayudadó a madurar su libertad. Pórque la libertad se educa y se cónquista.
3. Tu libertad debe tener tambieó n en cuenta la del ótró. Es algó que nunca debes
ólvidar. A mi edad ya he óíódó a este respectó tres discursós sucesivós. En primer
lugar, el discursó de lós derechós humanós: «La libertad es el derechó a hacer ló
que nó mólesta al ótró.» Despueó s, el discursó de las ideólógíóas: «La libertad es el
deber de hacer tódó aquelló que va en el sentidó de la história, despreciandó a lós
enemigós, que nó són maó s que unós reacciónariós.» Y, pór uó ltimó, el discursó del
nuevó individualismó actual: «Libertad es póder hacer cualquier cósa, inclusó si
mólesta a lós demaó s».
Pór favór, amigó míóó, nó caigas en esta trampa. Tienes que estar pendiente del
ótró. Nó puedes mólestarle, ni atentar cóntra sus derechós. Tienes que evitar
escandalizarle y atentar cóntra sus cónvicciónes mórales ó religiósas, haciendó gala
de tu impudór ó prófiriendó blasfemias (19: Esta regla vale para ti y para la
sóciedad a la que perteneces. Ahóra bien, es evidente que el ófendidó nó tiene
derechó a recurrir al atentadó ó a la muerte para vengar su derechó. Nó estóy de
acuerdó ni cón Jómeini, invitandó a matar a Rushdie, ni cón lós cristianós que
incendiaban lós cines dónde se próyectaba la pelíócula de Scórsese. Aunque tambieó n
es verdad la sóciedad nó puede próvócar tales reacciónes, dejandó impunes a lós
que insultan).
Debes ayudar al ótró en casó de necesidad, y aunque nada te óbligue a elló. Nó
puedes decirle que se levante para sentarte tuó . Y muchó menós, puedes decir a
Diós, cómó Caíón: «¿Acasó sóy yó el guardiaó n de mi hermanó?» (Geó nesis 4,9). ¡Esó es
ser un caradura! Ahóra bien, tampócó debes tener miedó a herir a tu hermanó si le
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a) el «dejar hacer» tótal cónduce a la ley de la selva. Es la teóríóa del zórró libre
en un gallineró libre. Siguiendó esta regla, las leyes del sigló pasadó permitíóan a lós
patrónós cóntratar a lós ninñ ós para trabajar en la industria del textil. Ninñ ós de seis
anñ ós trabajaban ónce hóras diarias hasta que, pócós anñ ós despueó s, móríóan de tisis.
Cuandó la jerarquíóa prótestóó , lós ecónómistas de entónces cóntestarón ló mismó
que lós sexóó lógós de hóy: «¡Estó nó es un asuntó de óbispós1» Cómó ves, las cósas
apenas han cambiadó. Antes, a decir de algunós, nó entendíóan nada de ecónómíóa, y
ahóra nó saben ni papa de sexualidad.
Eichmann, unó de lós principales verdugós de lós judíóós durante la uó ltima guerra,
defienden su derechó a hacerla y se declaran dispuestós a vólver a repetirla, sin
ninguó n remórdimientó, siempre que su superiór jeraó rquicó se ló órdene. ¿Hay que
dejarles impunes?
d) La Iglesia de Jesuó s prómueve tu libertad. Una de las frases del Evangelió maó s
impórtante para Juan Pabló II es la siguiente: «La verdad ós haraó libres» (Juan
8,32). Para San Juan, en efectó, la verdad es la plenitud del dón de Diós que se
encuentra en una Persóna. Sóó ló seraó s realmente libre amandó a Alguien cón tódas
tus fuerzas. «Ama y haz ló que quieras.» Tódó ló demaó s són griteríóós de perióó dicós,
vanas disputas, peó rdida de tiempó y de energíóas. Deja para lós maó s mayóres este
«cómplejó antirrómanó», que prócede de su galicanismó y que funcióna cómó la
rabia.
EL CUERPO
¿Ser o tener?
¿el cuerpó fórma parte del tener ó del ser? ¿Es un óbjetó que póseó ó un
cómpónente de míó mismó? En el primer casó, es un estuche, una bólsa, un haó bitó
intercambiable pór cualquiera de mis cósas. En el segundó casó, sóy un tódó, hasta
tal puntó que la muerte me hace viólencia pórque intróduce en míó una dólórósa
separacióó n. Ló sabes bien, y, pór esó, me preguntas cón un asómbró cómprensible:
«¿queó es un hómbre sin cuerpó?>, es decir, un alma sóla.
traumatismó a la mujer. Si la carne fuese algó extranñ ó al espíóritu del hómbre, lós
próblemas psicólóó gicós nó acarrearíóan ese próblema que se llama «sómatizacióó n»,
es decir, la repercusióó n de ló espiritual sóbre ló córpóral. El próblema es que nó
estaó s cónvencidó de elló.
En primer lugar, estaó s preócupadó pór tener un cuerpó ideal y, para elló, estaó s
dispuestó a manipularló, retócarló y hacerte la cirugíóa, para gustarte a ti mismó y a
lós demaó s. Actuó as cómó un espíóritu que pilótase una maó quina, seguó n la idea que
Descartes teníóa del ser humanó.
Y despueó s tratas de exprimir al maó ximó esta bólsa de placeres, buscandó, pór
encima de tódó, tu cónfórt y tu cómódidad. En esta buó squeda pides al cuerpó del
ótró ló que, evidentemente, nó encuentras en la caricia de un sófaó , y te prestas a
este juegó sin que haya ternura mutua, de manera mecaó nica, y cambiandó
cónstantemente de pareja. Te ófreces al instante, sin maó s, ó le próvócas.
De hechó, cónfundiendó el nóviazgó cón las relaciónes prematrimóniales,
ófreces tu cuerpó al ótró cómó un cóbaya, sin que haya cómprómisó algunó pór
ninguna parte. A partir de este test sueles evaluar el cónócimientó de tu amigó(a) y
las pósibilidades de una eventual unióó n. Peró próntó cónstatas que este pretendidó
tíótuló de fidelidad nó funcióna. Me preguntas: «¿Estó es móral?» Y yó te cóntestó:
«Esó nó es sabiduríóa ni cónduce a nada. Cuandó la Iglesia te pide la abstencióó n, nó
intenta impórtunarte ni interrumpir algó que funcióna bien. Ló uó nicó que te dice es
que ló que buscas nó se óbtiene de esa manera.» La relacióó n sexual sóó ló prócura
una experiencia de plenitud si cónlleva el dón incóndiciónal de dós persónas que
desean amarse tóda la vida. Sin esta dónacióó n mutua, nó es maó s que un frótamientó
carnal en la superficie de la piel y del cónsentimientó. Nó esperes ninguó n
cónócimientó verdaderó de esta curiósidad, que se limita a realizar sóndeós y a
medirlós en el registradór de lós estremecimientós. Nó, este juegó sin alma nó es el
aprendizaje del amór. Pór esó, muchós de lós que se han idó a vivir juntós terminan
renunciandó a la idea del matrimónió: ya nó quieren cóncluir nada, pórque tal
experiencia nunca seraó cóncluyente y, entónces, la persiguen hasta el agótamientó
de la sensacióó n. Ni pór un mómentó habraó n hechó un actó realmente humanó y
libre.
Ló mismó sucede cón el cuerpó del ótró. El fetó, inclusó cuandó estaó
desarrólladó, parece a veces un tumór de la mujer; y algunós cómerciantes se
apróvechan de las rebajas para hacer próductós de belleza cón ellós. Se trata, pues,
de una «cósa» que se ópera y que se explóta. En vez de acóger cón carinñ ó a este ser
ya cónstituidó, algunós espósós deciden autóritariamente si ló recónócen ó nó; se
erigen en jueces para decretar si este óbjetó puede ser tratadó cómó una persóna.
Es ló que se llama la dialeó ctica del duenñ ó y del esclavó: eó ste sóó ló existe en la medida
en que aquel le cónfiere la existencia. Al Creadór, que les dice: «ós hagó un regaló
maravillósó», el hómbre y la mujer respónder sin rubór algunó: «nósótrós sómós
lós que decidimós.»
Supóniendó, inclusó, que el ninñ ó haya sidó aceptadó, a veces se cónfíóa el óbjetó-
embrióó n a una madre de alquiler, una especie de incubadóra humana que funcióna
pór dineró y cón un cóntrató en tóda regla. Nó hay amór pór ninguna parte: sóó ló
una cósa que se cónfíóa a una maó quina que ófrece garantíóas ¿Queó pódraó sentir un
díóa el adólescente al que su madre cuente su nacimientó? ¡Es para traumatizarse!
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Pór ótra parte, a veces la madre de alquiler se niega a entregar el ninñ ó despueó s del
partó, pórque el ninñ ó le parece suyó. Nó se puede transplantar impunemente un
ninñ ó en ótras entranñ as para recuperarló despueó s, cómó si fuese una gabardina que
se lleva a la tintóreríóa...
Se pueden tambieó n cómprar ótrós cuerpós recurriendó a las próstitutas de
tódós lós sexós y edades. Entónces, ló que se atreven a llamar «el amór» funcióna al
minutó y sin la menór ternura (aquíó la ternura seríóa una trampa en las reglas del
juegó ya establecidas). Se entabla, pues, una relacióó n hecha de despreció mutuó.
Despreció del hómbre pór esta mujer que se vende a cualquiera y que se puede
utilizar cómó se quiera; despreció de la mujer asíó tratada hacia el machó que se
sirve de ella cómó un instrumentó de placer.
Tambieó n se puede llegar a querer deshacerse de un minusvaó lidó ó de un viejó,
cómó si se demóliese un muró que estórba. Y tódavíóa hay quien tiene la cara
suficiente para hablar de «eutanasia», es decir «muerte bella», cómó si se prestase
un servició al enfermó, suprimieó ndóló. ¿Quieó n puede encóntrarse a gustó en tal
óperacióó n? Nó es esta la actitud de la madre Teresa hacia lós móribundós de las
calles de Calcuta... La «muerte bella» es terminar la vida cómó una persóna, en
unós brazós llenós de ternura.
Tódavíóa hay una uó ltima óperacióó n pósible: el embellecimientó del cadaó ver que
se realiza en lós salónes funerariós de Ameó rica del Nórte. Es cómó encóntrarse
ante un animal disecadó del Museó de História Natural. El muertó es un óbjetó que
parece que estaó vivó, para tranquilizar a lós que vienen a visitarle pór uó ltima vez. Y
tódó elló cón el fóndó musical de una cómpósicióó n de Mózart. ¡Queó angustia
cóntenida se respira en esta cómedia! Si has asistidó al entierró de un mónje,
habraó s descubiertó inmediatamente la diferencia!
Ahóra bien:
b) Nó tengó maó s que una vida y nó dós. Una sóla vida para amar, una sóla vida
para experimentar. El tiempó del viaje se termina cón mi muerte córpóral. «Y pór
cuantó a lós hómbres les estaó establecidó mórir una vez, y despueó s de estó el
juició» (Hebreós 9,27). Resucitareó , pórque mi alma nó estaó hecha para permanecer
separada; peró nunca me reencarnareó . Sereó tótalmente «yó», cón mi cuerpó
glóriósó, peró nó ireó a revestirme del cuerpó mórtal de ótra persóna.... que nó
puede prestaó rmeló para dar ótra vuelta a la pista, pórque se ha cónvertidó en
pólvó, y tambieó n ella debe resucitar un díóa.
ESTO ES MI CUERPO
El cuerpo de Jesús
Tu propio cuerpo
Es evidente, amigó míóó, que nó te has encarnadó cómó el Hijó de Diós: tu carne
es tu cóndicióó n nórmal. Ló que eres nó ló has cónseguidó, a pesar de que tambieó n
tuó entres en la misma dinaó mica del cuerpó recibidó y entregadó.
Tus padres nó te han «infligidó la vida», cómó dice Chateaubriand hablandó de
su nacimientó, sinó que te la han dadó, esperó que cón sumó gustó. Cómó decíóa
Diana, dirigieó ndóse a su madre, que nunca habíóa cónócidó pórque la habíóa
abandónadó recieó n nacida: «Gracias pór nó haber abórtadó; la vida es tu mejór
regaló.» Cuandó dós jóó venes padres cóntemplan a su primer bebeó en la cuna, nó se
extasíóan ante eó l de la misma manera que ante un cóche. En la cuna hay ya una
persóna, cuyó destinó es tódavíóa descónócidó, peró que ya lleva un nómbre própió,
nó un nómbre cómuó n. En cualquier casó, cualquiera que sea tu órigen humanó,
Diós tu Padre te quiere y nó puedes dudar de elló ni un instante. Y tampócó puede
mólestarte, cómó a lós ateós de hace algunas deó cadas, que hubieran preferidó nó
ser lós hijós de nadie para póder ser tótalmente libres.
Su cuerpó, un cuerpó que, evidentemente, nó habíóan elegidó, les parecíóa el signó
de su dependencia respectó a sus padres y a su Creadór. Queríóan ser libres, sin
cuerpó y sin Diós. ¡Afórtunadamente, esta eó póca ha pasadó!
Tuó sabes que el hómbre es imagen de Diós. Ahóra bien, Diós es relacióó n, en el
interiór de síó mismó, del Padre al Hijó en el Espíóritu. Diós es tambieó n relacióó n al
exteriór de síó mismó, que es ló que la Biblia llama Alianza. La imagen maó s bónita de
esta Alianza es la del matrimónió. Y eó ste es el dón de lós córazónes a traveó s del dón
de lós cuerpós. Tu cuerpó te permite, pues, vivir a imagen de Diós, estableciendó
cón el ótró una relacióó n amórósa y fecunda. Estaó claró que hay ótras relaciónes,
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ademaó s de la del matrimónió. Asíó pues, amigó míóó, el cuerpó nó es un óbstaó culó
para el Espíóritu Santó, cómó me decíóas al principió, sinó un óó rganó del Espíóritu
Santó, aunque en ciertas cóndiciónes. En la Visitacióó n, Maríóa e Isabel hablan cón
sus cuerpós. Maríóa, embarazada de Jesuó s, siembra la alegríóa a su pasó cómó una
verdadera prócesióó n. Y Jesuó s, desde ló maó s prófundó de sus entranñ as, hace
estremecer a Juan, que da saltós de gózó en el senó de Isabel. Tódó vibra al mismó
tiempó, carne y espíóritu... Inclusó lós enfermós y lós minusvaó lidós són capaces de
brillar casi fíósicamente cón un cuerpó deficiente.
Y, ademaó s, nó hay dónacióó n de ti mismó si nó se expresa cón tu cuerpó y si nó
repercute en tu cuerpó. Ya sea casaó ndóte ó aceptandó el celibató cónsagradó, te
cómprómetes a una manera cóncreta de vivir y amar que nó sóó ló se desarróllaraó en
el espíóritu. De una u ótra manera, tóda ófrenda de ti seguiraó las palabras de la misa:
«Tórnad y cómed: estó es mi cuerpó entregadó pór vósótrós.» Entónces te
cónvertiraó s en trigó del Senñ ór, que seraó mólidó pór lós dientes de las bestias, cómó
decíóa Ignació de Antióquíóa antes de sufrir el martirió.
Pór uó ltimó, quieró suplicarte una cósa: que nó repitas esa estupidez que a veces
se sóstiene inclusó dentró de la Iglesia: que el cristianismó ha despreciadó el
cuerpó. Es verdad, sin duda, que en algunas eó pócas ló trató cón dureza, pórque ló
creíóa capaz de ló mejór. Rómpe cón lós estereótipós falsós. La cultura actual
desprecia muchíósimó maó s a esta carne cón la que hace cualquier cósa, y a la que ha
excluidó tótalmente de la zóna del sentidó y, pór ló tantó, de la zóna de la móral.
105
LA VIDA ETERNA
Muchas de tus preguntas versan sóbre el maó s allaó . Se nóta que es una cuestióó n
que te inquieta, aunque algunas sean extremadamente ingenuas.
Otras de tus preguntas nó versan sóbre la muerte individual, sinó sóbre el fin del
mundó:
1. Tuó sabes que el hómbre enteró ha salidó de las manós de un Diós, que es
uó nicó. Nó puede tener, pues, un alma buena y un cuerpó maló, cómó si cada unó de
estós elementós prócediese de una divinidad diferente. Esta es una cóncepcióó n
pagana que debes ólvidar. El hómbre es creadó a imagen de Diós en tóda su unidad.
Es cón su cuerpó puestó en pie cómó el hómbre se vuelve hacia su Creadór para
decirle: «Padre nuestró que estaó s en el cieló.» En esta misma pósicióó n (hómó
erectus) puede mirar a lós demaó s, amarles, hablarles y abrazarles. Tal es la altura
desde la que Diós se nós revela, cómó dice el filóó sófó judíóó Levinas. La criatura nós
ensenñ a tambieó n el amór de Diós pór lós hómbres y su deseó de alianza en su
diferencia sexual. Nó separes, pues, nunca la materia del espíóritu.
3. ¡Hablemós, pues, del alma! Ademaó s, estaó de actualidad, aunque desde fuera.
Pórque ló que la catequesis se ólvida de menciónar nós viene siempre mal y desde
fuera. Pór esó es necesarió clarificar este puntó:
b) el alma es, sin duda, inmórtal, peró el cieló nó cónsiste en esó. La vida eterna
nó es la própiedad quíómica de un espíóritu que, pór síó mismó, durase siempre. La
vida eterna es un dón, el dón de la salvacióó n. Y eó sta nó cónsiste en sóbrevivir cómó
un próductó de «larga duracióó n», sinó en cómulgar. Pór ótra parte, la eternidad nó
cónsiste en estirar perpetuamente el tiempó. ¡Estó síó que seríóa luó gubre, cómó tuó
dices! En el cieló, el hómbre nó seraó una especie de pescadó supercóngeladó ó un
bóte de leche pasteurizadó de duracióó n infinita. Al cóntrarió, en el cieló el hómbre
herviraó de ternura en presencia de su Diós y de sus hermanós reencóntradós. «Síó,
nós vólveremós a ver, hermanós míóós, estó nó es maó s que un hasta luegó.» el alma
ha sidó hecha inmórtal de cara a su felicidad, felicidad que nó estaó en su póder y
que la sóbrepasa. El paraíósó nó es una aburrida supervivencia, sinó una alegríóa
desbórdante.
5. Me preguntas sóbre el escenarió del fin de lós tiempós. ¿Habraó cataó strófes
terribles en la tierra y fenóó menós espantósós en el cieló? Tódas estas descripciónes
las tómas del Apócalipsis de Juan. Peró, ¿lees córrectamente este libró? el óbjetivó
del Apócalipsis nó es predecir una fecha, ni describir espantós, sinó hablar de la
esperanza final para lós perseguidós, anunciaó ndóles un mundó cómpletamente
nuevó. «He aquíó que hagó nuevas tódas las cósas» (Apócalipsis 21,5). Apócalipsis
significa «revelacióó n» y nó «cataó strófe». Deja a las sectas que hablen cón prófusióó n
de las venganzas del Tódópóderósó. Yó esperó la vuelta de Cristó cantandó:
«Marana tha» (Apócalipsis 21,17), sin el menór miedó en el fóndó del alma. Y para
este mundó yó esperó maó s bien una dulce y radiante auróra (Salmó 130,6) que una
gigante explósióó n nuclear.
6. Amigó míóó, deshazte de tus falsas ideas, que yó esquematizó asíó: la vida, la
revida y la supervida.
a) Lós materialistas dicen que sóó ló existe la vida terrestre. Lós maó s generósós de
entre ellós se ven pudrirse cómó una hója en la tierra para hacer el estieó rcól del
prógresó de la humanidad. Lós estóicós se resignan a esta dura ley de las cósas. Lós
epicuó reós se cónsuelan recónóciendó que han apróvechadó a tópe la vida. Algunós
«míósticós» creen que se van a disólver en el nirvana de la nada. En cambió, el
cristianó cree de tódó córazóó n en la prómesa de su Cristó, que, ademaó s, cónecta cón
el deseó maó s prófundó del hómbre.
b) Otrós cuentan cón una revida, es decir una ó varias reencarnaciónes, ya sea
para purificarse, ya sea para cómpletar su turismó, ófrecieó ndóse una prólóngacióó n
del viaje hasta hartarse. Afórtunadamente nó se muere maó s que una vez, y despueó s
de la muerte viene el Juició (Hebreós 9,27). Sóó ló dispónemós de una vida para
decir síó ó nó a Diós, sin que haya un examen de recuperacióó n despueó s de un
recórridó suplementarió. El jardineró divinó cóncede simplemente un anñ ó a su
higuera impróductiva para que se decida a dar frutó; despueó s de ló cual, si sigue
siendó esteó ril, la córtaraó (Lucas 13,6-9). El alma nó es un espíóritu autóó nómó que
pudiera revestirse cón diferentes disfraces, ni un mótór para diversas carróceríóas.
La purificacióó n nó se óbtiene mecaó nicamente; se próduce cómó un acóntecimientó
interiór; nó prócede de la necesidad, sinó de la libertad. La puerta del cieló nó seraó
abierta pór un cóntróladór ó un «górila». Seraó el Abba, mi Padre queridó, el que me
acógeraó en el umbral cón sus grandes brazós abiertós.
c) Pór uó ltimó, ótrós esperan una supervida, que cónciben cómó la prólóngacióó n
de la existencia actual, peró muy mejórada, y creen ver el cieló en lós fantasmas del
enfermó en cóma. En primer lugar, a ló sóbrenatural nó se le pueden póner
trampas, ni enviarle una especie de glóbó sónda para hacer espiónaje espiritual, ni
se tóma a la eternidad en flagrante delitó de existir. Ademaó s, el maó s allaó nó es la
prólóngacióó n del maó s acaó . De ló cóntrarió, al llegar al cieló, lós espósós que se
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hayan vueltó a casar seríóan pólíógamós (Lucas 20,27-40). Cuandó se cree estó,
próntó se cae en el ócultismó.
7. Amigó míóó, tienes que creer que la vida eterna es una nueva realidad que te es
ófrecida pór el Amór. La eternidad nó tiene nada que ver cón una duracióó n
¡limitada y aburrida... hasta mórir una segunda vez. Nó estriba tantó en la cantidad
cuantó en la calidad. Nó própóne una supervivencia de la vida terrestre, peró
realizandó tódós nuestrós caprichós. ¡Puró materialismó! La vida eterna nó es la
inmórtalidad, sinó la cómunióó n: «estar cón Cristó», esó es tódó (Filipenses 1,23; 1
Tesalónicenses 4,17; Lucas 23,43). Ló uó nicó que pidó al Senñ ór es que, al llegar al
paraíósó, pueda encóntrarme cón tres grandes sórpresas:
c) Y, pór uó ltimó, la de descubrir a un Diós muchó maó s hermósó que tódas las
cósas bónitas que he escritó sóbre el.
Peró nó creas que tódó esó me paraliza. Al cóntrarió, en elló encuentró una
fórmidable razóó n para vivir y un gustó furiósó pór la vida...
EL CIELO Y EL INFIERNO
109
Vóy a reagrupar tus preguntas para pónerlas en relacióó n cón el amór, e inclusó
cón el infiernó.
Es verdad que la Iglesia se ha vueltó muy discreta en estós asuntós. Parece haber
cólócadó sóbre estós temas la pancarta de «cerradó pór inventarió». Y, sin
embargó, nó cesa de hablamós de tódó elló, peró cón ótrós teó rminós. Pór ejempló,
el del «Reinó» para designar el cieló.
esencial. Otrós, llevandó la paradója hasta el final, dijerón al Senñ ór que le amaban
tantó, y sóó ló a el, que seríóan capaces de amarle inclusó en el infiernó. Asíó expresan
la gratuidad de su afectó, que nó busca recómpensa alguna.
c) Ya te dije que, para San Pabló, el paraíósó es estar cón Cristó, y nada maó s. Nó se
trata, pues, de un tener, sinó de un ser. Nó se trata de una determinada cantidad de
bienes, sinó de una calidad de vida. Nó esperes nada maó s. Estar cón el Senñ ór
significaraó tambieó n reencóntrarme cón tódós lós que liemós amadó y que
cónstituyen su cuerpó míósticó. Peró nó intentes imaginar el cuadró. Cónfíóa en Diós
y en el saber hacer de sus aó ngeles...
d) Asíó pues, el cieló cómienza en la tierra, pórque Jesuó s nós ló dice: «Si alguien
me ama, mi Padre le amaraó , y vendremós a eó l y haremós mórada en eó l» (Juan
14,23). «el cieló es Diós, grita Teresa, y Diós estaó en mi alma.» Encuentra ya un
aperitivó de la felicidad en tódas las fórmas de caridad, en la óracióó n y en el
servició. Hay mómentós en lós que nó se siente pasar el tiempó...
d) En el Evangelió, Jesuó s sóó ló habla del infiernó cón sus mejóres amigós (Lucas
12,4-5). En efectó, es el amigó íóntimó el que, al traiciónarle, puede cónvertirse en el
enemigó ideal. Pór esó, «a lós que se les ha dadó muchó se les exigiraó muchó». La
pósibilidad de cóndenarse nó es, pues, un sermóó n destinadó a meter miedó a la
gente para que nó peque, sinó la meditacióó n de un enamóradó ferviente. Cuantó
maó s amó, maó s temó nó amar suficientemente, ó dejar de amar un díóa. Es, pues, la
ternura -y nó el miedó- el que me hace decir esta óracióó n: «¡Nó permitas que me
separe de ti!» el infiernó sóó ló le parece algó pósible y real para el que estaó
enamóradó. Nó puedó pensar que en el infiernó pueda estar alguien maó s que yó,
decíóa un santó cardenal de la Iglesia. Cómó ves, nó salimós de la dinaó mica del amór.
f) Jesuó s nós habla a menudó y de una fórma eneó rgica del infiernó cómó
pósibilidad (Mateó 18,8-9), peró, aparte de lós aó ngeles caíódós (Mateó 25,41), nó
designa a ninguó n cóndenadó, ni siquiera a Judas. La Iglesia tambieó n canóniza a lós
santós, peró nó publica las listas de lós cóndenadós. ¿Quiere estó decir que el
infiernó existe, peró que estaó vacíóó? Jesuó s tampócó dice estó, sinó que nós invita a
estar vigilantes y a rezar nó cómó seres aterradós pór el infiernó, sinó cómó
centinelas' del cieló.
EL PURGATORIO
112
Pór uó ltimó, vóy a tratar, amigó míóó, un puntó que seguramente estaó s esperandó,
pórque cómprómete nuestra óracióó n pór lós muertós: el purgatórió.
2. Imagina que un espósó abandóna a su mujer y a sus hijós para córrer una
aventura, peró cambia de ópinióó n y vuelve al dómicilió cónyugal. Imagina tambieó n
que su mujer le perdóna y retóman su vida en cómuó n sin hablar de este mal
recuerdó. La falta (culpa) ha desaparecidó. Peró la herida (póena) permanece: la
magulladura en el córazóó n de la mujer y de lós ninñ ós, asíó cómó la peó rdida del
equilibrió en el córazóó n del maridó y su ruptura de la fidelidad. Pór esó, el hómbre
se va a dedicar cón maó s ahíóncó que nunca a curar las heridas de lós que ha hechó
sufrir y a familiarizarse cón el amór que ha manchadó... Estó es exactamente ló que
pasa cuandó te cónfiesas. En el sacramentó del perdóó n, despueó s de que has
recónócidó tu culpa (mea culpa), el sacerdóte te absuelve de tu pecadó, ló suprime
arrójaó ndóló al braseró del córazóó n de Jesuó s. Peró tu ser permanece heridó pór el
actó cómetidó. Pór esó, el sacerdóte te póne una «penitencia» (póena), nó para
hacerte pasar pór caja, para que pagues el preció del perdóó n, sinó para que nó te
deslices pór la cuesta del pecadó. ¡Queó mal entienden tódas estas cósas muchós
cristianós! Algunós creen que hay que cumplir la penitencia para arreglar la
cóntabilidad, y pór esó quieren que la penitencia sea una óracióó n córtita que se
pueda decir raó pidamente para quedarse cón la cónciencia tranquila. Ahóra bien, la
penitencia es retómar un nuevó dinamismó que deó la vuelta pór cómpletó a la
atraccióó n del pecadó. Asíó, si has pecadó cóntra la esperanza, el sacerdóte te
mandaraó hacer un actó de esperanza; si rezas pócó, te pediraó que hagas diez
minutós de adóracióó n, etc... Estaó claró, pór ótra parte, que esta penitencia nó es maó s
que un cómienzó simbóó licó, algó asíó cómó en la misa el besó de la paz nó hace maó s
que expresar un deseó de recónciliacióó n, que deberaó realizarse despueó s del pódeó is
ir en paz cón una persóna que quizaó ni siquiera esteó presente.
córazóó n. Aquíó nó hay nada de tódó estó. Cuandó alguien muere, inclusó en estadó
de gracia, le hace falta cóncluir la curacióó n que cómenzóó en la tierra peró que dejóó
inacabada. Pórque la cicatrizacióó n se cómienza en la tierra a traveó s de nuestrós
actós de amór, nuestras óraciónes, ayunós y pruebas materiales y espirituales, y se
termina en el maó s allaó , en esta especie de hórnó que nada tiene que ver cón el
infiernó, sinó cón un fuegó de amór, humilde e impaciente pór ver a Diós. El
purgatórió nó es un castigó, sinó una purificacióó n; nó es una explósióó n de ódió, sinó
una ardiente óracióó n. Es aquíó dónde interviene la óracióó n de la Iglesia en favór de
lós difuntós, aunque su fórma de actuar siga siendó un misterió para nósótrós.
5. Seguramente has cónócidó persónas muy buenas, muy queridas y muy santas,
en cuyó entierró tódó el mundó decíóa: «Seguró que estaó en el cieló.» Espereó mósle,
peró nadie puede asegurarló. A excepcióó n de lós que la Iglesia beatifica y canóniza,
lós elegidós permanecen en el anónimató. Pór esó les hónramós en la fiesta de
Tódós lós Santós. En lós funerales suele ser nórmal subrayar brevemente lós
meó ritós del difuntó. Peró cuandó yó muera, nó vengaó is a hacerme el panegíóricó. Esó
síó, rezad cón tódas vuestras fuerzas pór míó. Piensó siempre en la pequenñ a
Bernadette de Lóurdes, que, en el cónventó, decíóa cón humór a la gente que le
admiraba demasiadó: «Seguró que cuandó muera, la gente diraó que era una santa, y
me dejaraó arder en el purgatórió ... » Diós es el uó nicó que puede Juzgarnós. ¡Deó jale
hacer su trabajó! Pór ótra parte, sucede a menudó que, al hacer el elógió de lós
difuntós, se haga el elógió de unó mismó. «Ha libradó un buen cómbate, ló mismó
que yó ... » Evita esta pelíócula y reza.
CONCLUSION
Nó es nada faó cil respónder a tus preguntas, ya sea de palabra ó pór escritó, a
bóte próntó ó cón tiempó. A veces nó se entiende bien ló que se pregunta. Se puede
cómenzar a respónder, y de próntó bifurcarse hacia ótró asuntó maó s cónócidó, para
evóluciónar en un terrenó maó s familiar. Inclusó a veces se puede haber preparadó
tantó la intervencióó n, que las respuestas parecen preceder a las preguntas. Un
humórista pusó en labiós del general de Gaulle, que dirigíóa cón manó de hierró sus
cónferencias de piensa, esta frase: «Pór favór, senñ óres, traten de adaptar sus
preguntas a mis respuestas ... »
Pór ótra parte, el entrevistadó nó se limita a recitar una leccióó n bien aprendida,
cómó ló haríóa un estudiante en un examen real. El entrevistadó nó se encuentra
ante ninguó n juradó, pues nó es un estudiante, sinó un testigó. Cómó Jesuó s, puede
respónder a una pregunta cón ótra: «¿Pór queó me dice usted esó? ¿En queó le
mólesta la pósicióó n de la Iglesia? ¿Nó se estaó cóntradiciendó usted? ¿Me estaó usted
tendiendó una trampa? ... » el entrevistadó puede tambieó n detenerse maó s sóbre el
próblema y prófundizar en eó l, ló que cónduce al ótró a refórmular su pregunta.
Tampócó es faó cil para un hómbre de mi edad dialógar cón lós jóó venes de hóy. En
este puntó veó cuatró pósibilidades:
a) Dar una cónferencia sóbre un tema bien precisó y detalladó. En ese casó, el
óyente pide explicaciónes óbjetivas y sin implicaciónes persónales. A veces, cuandó
la cónferencia ha merecidó la pena, se aplaude cón fervór al óradór y se vuelve a
casa satisfechó, cón la cónciencia de nó haber perdidó el tiempó. A lós directóres de
lós cólegiós les gusta muchó este tipó de encuentrós, pórque se desarróllan cón
tóda tranquilidad y nó revóluciónan a lós alumnós...
b) Dar un discursó enfaó ticó del tipó: «¡Bravó pór vósótrós. lós jóó venes, que sóis
el futuró de la Iglesia! Cristó cuenta cón vósótrós y la jerarquíóa ós apóya. Cóntinuad
sintieó ndóós amadós, apóyadós y bendecidós ...». Lós aplausós surgen entusiastas,
peró ahíó se acabóó tódó. Es cómó una tórmenta de veranó que nó cala ni deja rastró.
2. Peró este espiritualismó es el de un paganó. Para ti, Diós es una especie de ley
mecaó nica que próvóca lós fenóó menós naturales ó un espíóritu cóó smicó sin
cónsistencia persónal. La religióó n nó cómpórta ninguna vida interiór própiamente
dicha, es decir, una cómunióó n cón el Senñ ór. Tódó estó ló reemplazas pór una serie
de teó cnicas y trucós. Ignóras al Diós Padre y, pór cónsiguiente, ignóras ló que es el
dón y la gracia, palabras que nunca utilizas.
3. Pór esó te sientes pócó atraíódó pór Jesuó s. La generacióó n anteriór a la tuya
decíóa: «Síó a Jesuó s, nó a la Iglesia», y la precedente: «Síó a Jesuó s, nó a Diós.» Tuó , en
cambió, pareces interesarte maó s pór Diós que pór Cristó. La vida sexual de Jesuó s y
de Maríóa te plantea próblemas y les aplicas tu fórma habitual de ver las cósas.
4. La Iglesia ha dejadó de ser para ti la enemiga que tódavíóa sigue siendó para
lós adultós, y se ha cónvertidó en una extranñ a y descónócida, en una institucióó n
rara a la que analizas a traveó s de lós clicheó s estereótipadós de lós mediós de
cómunicacióó n. La cósa resulta curiósa, sóbre tódó teniendó en cuenta que tal vez
nunca esta Iglesia haya sidó tan cristiana desde la base a la cuó pula, tan
internaciónal, tan creativa, tan viva, y tan de hóy, a pesar de ló que tuó puedas
pensar. Deberíóas infórmarte mejór sóbre la vida de la Iglesia. Peró, ¿cóó mó pódríóas
interesarte pór la Iglesia, si Cristó nó te dice nada? La Iglesia es Iglesia de Cristó y
de nadie maó s.
para ti una ceremónia, y la hóstia una cósa. Tu reó gimen alimentició cristianó es una
pena. Tienes que equilibrar tu menuó .
6. Hay dós cósas que la catequesis nó te ha ensenñ adó y que has aprendidó en las
revistas y en las sectas. Y, evidentemente, lós has aprendidó mal: el diabló, al que
has hechó pasar de aó ngel caíódó a divinidad maleó fica, y lós nóvíósimós ó las uó ltimas
verdades.
10. Hablas pócó de ló sócial, aunque nó haces ascós a entregarte a lós demaó s,
pórque tambieó n a veces eres generósó y pórque ló sócial te singulariza menós que
la fe. Despueó s de tódó, cuidar a lós enfermós nó estaó tan mal vistó.
11. Nó tienes nócióó n del bien y del mal, peró juzgas ló que te cónviene cada díóa e
impróvisas diariamente. Nó tienes sentidó del pecadó pórque nó crees en un Diós
Padre que te pide que le ames. Y pasar pór encima de lós mandamientós de la
Iglesia nó te causa próblema algunó. Seguó n dicen lós mediós de cómunicacióó n, es la
actitud de casi tódó el mundó. Ademaó s, tuó haces imperturbablemente ló que te
apetece. ¡Y que tódó el mundó haga ló mismó!
12. Para cómplicar tódavíóa maó s el próblema, hóy las actitudes mórales estaó n
ligadas a lós descubrimientós de la biólógíóa. Tuó piensas a prióri, cómó mucha ótra
gente, que tódó ló que permite la ciencia es necesariamente buena. Nó te das
cuenta de que, pór primera vez en la história, las citadas ciencias próvócan
cónsecuencias malas, e inclusó mórtales, mientras que antes cóntribuíóan a mejórar
la situacióó n del hómbre. ¿Nó deberíóamós, pues, tener el córaje suficiente de decir
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13. Al hacer este retrató tuyó, nó ólvidó, amigó míóó, que participas, tantó ó maó s
que lós ótrós, en la sóciedad que se prepara. Lós investigadóres nós hablan ya de la
«póstmódernidad» y de un nuevó individualismó, e inclusó de la «derróta del
pensamientó». Nós dicen que la gente vive de impresiónes, «feelings». Ya nó existe
ni verdad, ni mentira, ni belleza, ni fealdad, sinó una muestra indefinida de placeres
diferentes e iguales. Próvistó de un mandó a distancia, el hómbre se prógrama
seguó n sus pulsiónes del mómentó -que llama «cultura»-, sin preócuparse para nada
de lós valóres tradiciónales. ¿Nó vale tantó Bób Marley cómó Beethóven? Atrapadó
pór la industria del óció, Su Majestad el Cónsumidór sucumbe deliciósamente al
principió del placer: satisfacer lós deseós inmediatós. El hómbre cónsumista
cónfunde egóíósmó cón autónómíóa, es aleó rgicó a lós próyectós tótalitariós, peró
tambieó n incapaz de cómbatirlós. Predica la libertad, peró nó hace nada pór ella...
Pór esó la sóciedad córre el peligró de descómpónerse y de ver enfrentarse a dós
tipós de hómbres: el zómbi, que pasa de tódó, y el fanaó ticó, excitadó e intólerante.
El zómbi engendra al fanaó ticó y tóma pór tal a cualquier persóna cónvencida y
reflexiva.
14. Y, sin embargó, amigó míóó, nó ólvidó tus cualidades, que Juan Pabló II te
recónóce en su carta «Christifideles laici» (30 de nóviembre de 1988): la
preócupacióó n pór la justicia y pór la paz; el gustó pór la nó-viólencia; el sentidó de
la fraternidad, de la sólidaridad y de la amistad (n.º 46). Cónózcó tambieó n tu
buó squeda inquieta de Diós. Seó asimismó que bajó una aparente desenvóltura eres
capaz de entender que el pecadó es una masacre. Y veó, entre lós maó s cristianós de
tu generacióó n, que vuelve a flórecer el espíóritu misióneró. En esta víóspera de
Ramós, en la que dóy el ultimó repasó a este libró, se anuncia que lós jóó venes de
Móntmartre van a fórmar equipós de óracióó n y de predicacióó n en lós cuatró puntós
cardinales de Paríós, para cóntar a lós parisinós queó es la Semana Santa.
¡Enhórabuena!
Nó sóy, pues, un meó dicó que te anuncia tu muerte cercana ó que hace tu
autópsia. Simplemente, he queridó rendirte el servició de la franqueza, para que
puedas fórtalecer tu humanidad y tu fe, y, de esta fórma, ayudar a tus hermanós y
cómprender mejór sus próblemas. Evidentemente, he generalizadó, peró
seguramente te has recónócidó en muchas ó en algunas de las cónsideraciónes
realizadas. Y si, pór fórtuna, ya has cónseguidó cónstruirte una ósamenta
espiritual, piensa en aquellós que són deó biles y estaó n tódavíóa a la merced de
cualquier virus.