Desde la categoría de sacramento, esta dimensión es la res et sacramentum. Lo que vamos a ver es la cáscara, la pura y dura. Si viéramos el bautismo tendríamos que ver el agua. En el año 1825 un teólogo alemán J. A. Möhler escribe un libro “La unidad en la Iglesia”. Ese libro se basa en los Padres de los tres primeros siglos. Empieza a construir un relato eclesiológico muy pneumático. Hay una primera parte del libro que habla de la Iglesia como misterio, y una segunda donde habla de la estructura jerárquica y la dimensión institucional. Es interesante la mentalidad de este hombre para entender la dimensión institucional de la Iglesia. Cuando empieza la segunda parte dice: “con la entrada del espíritu divino en la humanidad, con la instalación de esta nueva fuerza debía ser dada con ella también, una nueva y correspondiente realización exterior como nunca hasta ahora constatada”. Con la efusión del Espíritu Santo se genera una nueva forma de relacionarse y es esa nueva forma de relacionarse el que empieza a dar forma a nuevas formas de institución. Es verdad que Jesús no fundó una institución. No es como el fundador de una congregación. No es cierto, pero sí Jesús generó, sí fue por actuación de Jesús que se derramó el Espíritu Santo en el mundo. La dinámica interna de esa misma comunidad es la que empieza a fundar su propia institucionalidad. Es como una semilla, que desde su propia dinámica se genera un árbol. La Iglesia, que, desde su propia dinámica, empieza a formar su propia institucionalidad. Primero se da una relación que es el germen de toda institucionalidad, que es la relación obispo- laico: “toda la vida del obispo está llena de la vida de su comunidad, y toda la vida de la comunidad está llena de su obispo”. Esta es la mutua inhabitación. De esa relación empieza a desarrollarse una institucionalidad. El primer ámbito es cuando empiezan a surgir las provincias eclesiásticas. El imperio romano estaba dividido en provincias. En esa provincia empieza a haber un obispo, y cerca, con vínculos sociológicos y políticos empiezan a haber otros obispos. Hay una dinámica interior de esta comunidad cristiana que busca generar comunión, donde ningún cristiano considera a otro cristiano como ajeno a sí mismo. Tenemos una ciudad que convierte en lugar de encuentro de los caminos, si la Iglesia es comunión, se sigue que el obispo de esta ciudad, que es cruce de caminos, este obispo, empieza a tener un rol especial en la comunión. Empiezan a surgir las sedes metropolitanas. Porque si se quiere generar comunión, tiene que haber un lugar para reunirse, el lugar natural es la ciudad cruce de caminos, se genera la “sede metropolitana” donde todos los obispos empiezan a confluir. A tal punto que cuando se muere un obispo, cómo lo completamos, los mecanismos siempre involucraron a los obispos de “a la vuelta”. Si bien territorialmente podemos hacer un mapa de dónde terminan y comienzan cada iglesia local, las comunidades no eran ajenas unas de las otras. Nadie llega a ser obispo de una diócesis sin intervención de los que están cerca. Cada iglesia local tiene dentro de sí la presencia de las otras. No solo en solidaridad, sino también en sus relaciones institucionales. Hay una exigencia de comunión que genera exigencias institucionales en la relación. Si el verbo encarnado se hubiese encarnado en otro lugar tendría otros rasgos. La forma institucional que va adquiriendo la iglesia tiene mucho que ver con la forma sociológica, política de la sociedad donde se encarna. Por lo tanto, muchos elementos de la institucionalidad se deben ir cambiando, y se han cambiado. Hay determinados principios que sí se debieran mantener, la expresión institucional cambia. Tenemos un Código de Derecho Canónico de 1983, antes de 1917, antes no había, pero sí había derecho canónico. Muchas veces la forma institucional es la que se puede en determinada época. Así como la formulación de la fe muchas veces depende de los recursos de la época. La primera forma institucional que va surgiendo es la sede metropolitana. Cómo se empieza a notar la mutua inmanencia de las iglesias locales entre sí. En la dinámica interna de la iglesia local no sólo la determina su obispo, sino los demás obispos también. Las demás iglesias juegan un determinado rol. Esta misma mentalidad se empieza a sostener. Empiezan a surgir obispos de particularísima importancia, entonces, empiezan a surgir espacios patriarcales, porque no solamente no es una provincia, son espacios culturales, marcados por una lengua, una forma cultural, van surgiendo los espacios patriarcales, con la figura del patriarca que empieza a ser un “súper”-arzobispo. Esas sedes se convierten en sedes muy importantes del momento por distintos motivos. El obispo de Roma es importante para el occidente del imperio, que es donde se habla latín, tienen una mentalidad más pragmática, una liturgia más sencilla. Ahí se configura un espacio patriarcal. Otros espacios son griegos, con otra mentalidad, con otro estilo de liturgia. También en la zona de Egipto, empieza a surgir otro espacio patriarcal. Siempre es la misma mentalidad, la dinámica del Espíritu genera comunión, que hay que encontrar formas institucionales para expresar esto. Empiezan a surgir los Concilios regionales para tratar determinados aspectos, muchos de ellos los seguimos leyendo hasta el día de hoy. Möhler habla hasta acá. La existencia de un primado universal es producto de la misma dinámica, empieza a surgir en el siglo V. Hay una dinámica del Espíritu, que genera relaciones, y esas relaciones empiezan a surgir una forma institucionalidad. Por eso podemos decir que Jesucristo es el fundador de la Iglesia, porque es una comunidad que tiene la vocación por el resto de la historia, a la cual él mismo le dio su Espíritu, y este Espíritu le da una dinámica, que por dinámica propia empieza a surgir su propia institucionalidad. (Jesucristo → Espíritu → dinámica comunidad → institucionalidad) Esta institucionalidad es orgánica, de su propia dinámica interior, empieza a generar sus partes. Cada célula de este organismo, tiene el ADN del todo. En contraposición a lo que sería una institucionalidad mecánica, no es la suma de piezas para una determinada funcionalidad. La Iglesia como institución no es mecánica, hay una unidad trascendente de cada una de sus partes, por tanto, es una unidad orgánica, no mecánica. De hecho, tenemos instituciones nuevas, el Sínodo de obispos, es relativamente nueva. Las Conferencias episcopales son relativamente nuevas. Vale que la institucionalidad se vaya reformando. Lo único irreformable es que tiene que haber obispos, un obispo ejerce una función de articulador de todos, el obispo de Roma; es irreformable la jerarquía de presbíteros y diáconos.