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LECCIONARIO BIENAL

IMPAR

Adviento y
Cuaresma
Para la celebración
en comunidad
ADVIENTO
LUNES I

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 7, 1-17
La señal del Emmanuel

En tiempo de Ajaz, hijo de Yotam, hijo de Ozías, rey de Judá, subió Rasón,
rey de Aram, con Pécaj, hijo de Remalías, rey de Israel, a Jerusalén para atacarla,
más no pudieron hacerlo.
La casa de David había recibido este aviso:
«Aram se ha unido con Efraím».
Y se estremeció el corazón del rey y el corazón de su pueblo, como se
estremecen los árboles del bosque por el viento.
Entonces el Señor dijo a Isaías:
«Ea, sal con tu hijo Sear Yasub al final del caño de la alberca superior, por
la calzada del campo del Batanero, al encuentro de Ajaz, y dile:
«¡Alerta, pero ten calma! No temas, ni desmaye tu corazón por ese par de
cabos de tizones humeantes, ya que Aram, Efraím y el hijo de Remalías han
maquinado tu ruina diciendo: Subamos contra Judá y desmembrémoslo, abramos
brecha en él y pongamos allí por rey al hijo de Tabel. Así ha dicho el Señor: No
se mantendrá, ni será así; porque la capital de Aram es Damasco, y el cabeza de
Damasco, Rasón; Pues bien: dentro de sesenta y cinco años, Efraím dejará de ser
pueblo. La capital de Efraím es Samaría, y el cabeza de Samaría, el hijo de
Remalías. Si no os afirmáis en mí no seréis firmes.»
Volvió el Señor a hablar a Ajaz diciendo:
«Pide para ti una señal del Señor tu Dios en lo profundo del seol o en lo
más alto.»
Dijo Ajaz:
«No la pediré, no tentaré al Señor.» Dijo Isaías:
«Oíd, pues, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que
cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He
aquí que la joven está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Emmanuel. Cuajada y miel comerá hasta que sepa rehusar lo malo y elegir lo
bueno. Porque antes que sepa el niño rehusar lo malo y elegir lo bueno, será
abandonado el territorio cuyos dos reyes te dan miedo. El Señor atraerá sobre ti y
sobre tu pueblo y sobre la casa de tu padre, días cuales no los hubo desde aquel
en que se apartó Efraím de Judá.

Responsorio Lc 1, 31. 32
R. Concebirás y darás un hijo, * y le llamarás Jesús.
V. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre.
R. Y le llamarás Jesús.

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SEGUNDA LECTURA
De los tratados sobre los salmos de San Hilario, obispo (Sal 14, 4-5: CSEL 22, 86-88)
El cimiento de nuestro edificio es Cristo

El primero y más importante escalón que ha de ascender el que tiende a


las cosas celestiales es habitar en esta tienda y allí –apartado de las
preocupaciones seculares y abandonando los negocios de este mundo– vivir
toda la vida, noche y día, a imitación de muchos santos, que jamás se apartaron
de la tienda.
Bajo el nombre de «monte» —sobre todo tratándose de cosas celestiales–,
hemos de imaginar lo más grande y sublime. ¿Y hay algo más sublime que
Cristo? ¿y más excelso que nuestro Dios? «Su monte» es el cuerpo que asumió
de nuestra naturaleza y en el que ahora habita, sublime y excelso sobre todo
principado y potestad y por encima de todo nombre. Sobre este monte está
edificada la ciudad que no puede permanecer oculta, pues como dice el Apóstol:
Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. Por
consiguiente, como los que son de Cristo han sido elegidos en el cuerpo de
Cristo antes de que existiera el mundo, y la Iglesia es el cuerpo de Cristo, y Cristo
es el cimiento de nuestro edificio así como la ciudad edificada sobre el monte,
luego Cristo es aquel monte en el que se pregunta quién podrá habitar.
En otro salmo leemos de este mismo monte:
¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto
sacro? Y lo corrobora Isaías con estas palabras: Al final de los días estará firme el
monte de la casa del Señor y dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa
del Dios de Jacob». Y de nuevo Pablo:
Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén
del cielo. Ahora bien: si toda nuestra esperanza de descanso radica en el cuerpo
de Cristo y si, por otra parte, hemos de descansar en el monte, no podemos
entender por monte más que el cuerpo que asumió de nosotros, antes del cual
era Dios, en el cual era Dios y mediante el cual transformó nuestro cuerpo
humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con tal que clavemos en su
cruz los vicios de nuestro cuerpo, para resucitar según el modelo del suyo.
A él, en efecto, se asciende después de haber pertenecido a la Iglesia, en
él se descansa desde la sublimidad del Señor, en él seremos asociados a los
coros angélicos cuando también nosotros seamos ciudad de Dios. Se descansa,
porque ha cesado el dolor producido por la enfermedad, ha cesado el miedo
procedente de la necesidad, y gozando todos de plena estabilidad, fruto de la
eternidad, descansarán en los bienes fuera de los cuales nada puedan desear.
Por eso a la pregunta: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y
habitar en tu monte santo?, responde el Espíritu Santo por el profeta: El que
procede honradamente y practica la justicia. En la respuesta, pues, se nos dice
que el que procede honradamente y vive al margen de cualquier mancha de
pecado es aquel que, después del baño bautismal, no se ha vuelto a manchar con
ningún tipo de inmundicia, sino que permanece inmaculado y resplandeciente.
Ya es una gran cosa abstenerse de pecado, pero todavía no es éste el descanso
que sigue al camino recorrido: en la pureza de vida se inicia el camino, pero no
se consuma. De hecho el texto continúa: Y practica la justicia. No basta con

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proyectar el bien: hay que ejecutarlo; y la buena voluntad no basta con iniciarla:
hay que consumarla.

Responsorio Cf. Hb 7, 4. 2. 3
R. Considerad ahora cuán grande es éste, que viene a salvar a los pueblos: * Él es
el rey de justicia, sin comienzo de días, ni fin de vida.
V. Ha entrado por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote a semejanza
de Melquisedec.
R. Él es el rey de justicia, sin comienzo de días, ni fin de vida.

MARTES I

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 8, 1-18
El hijo del profeta es propuesto como señal

El Señor me dijo:
«Toma una tabla grande, escribe en ella con buril:
―Pronto al saqueo, presto al botín‖.»
Entonces yo tomé por fieles testigos míos al sacerdote Urías y a Zacarías,
hijo de Baraquías. Me acerqué a la profetisa, que concibió y dio a luz un hijo, el
Señor me dijo:
«Llámale ―Pronto al saqueo, presto al botín‖.
Porque antes que sepa el niño decir ―papá‖ y ―mamá‖, la riqueza de
Damasco y el botín de Samaría serán llevados ante el rey de Asiria.»
Volvió el Señor a hablarme de nuevo:
«Porque ha rehusado ese pueblo las aguas de Siloé que corren
mansamente y se ha desmoralizado ante Rasón y el hijo de Remalías, por lo
mismo, he aquí que el Señor hace subir contra ellos las aguas del Río
embravecidas y copiosas. Desbordará por todos sus cauces, (el rey de Asiria y
todo su esplendor) invadirá todas sus riberas. Seguirá por Judá anegando a su
paso, hasta llegar al cuello. Y la envergadura de sus alas abarcará la anchura de tu
tierra, Emmanuel.
Sabedlo, pueblos: seréis destrozados; escuchad, confines todos de la
tierra; en guardia: seréis destrozados; en guardia: seréis destrozados. Trazad un
plan: fracasará. Decid una palabra: no se cumplirá. Porque con nosotros está
Dios.
Pues así me ha dicho el Señor cuando me tomó de la mano y me apartó de
seguir por el camino de ese pueblo:
No llaméis conspiración a lo que ese pueblo llama conspiración, ni temáis
ni tembléis de lo que él teme. Al Señor de los ejércitos, a ése tened por santo,
sea él vuestro temor y él vuestro temblor.
Será un santuario y piedra de tropiezo y peña de escándalo para entrambas
Casas de Israel; lazo y trampa para los moradores de Jerusalén. Allí tropezarán
muchos, caerán, se estrellarán y serán atrapados y presos.
Guardo el testimonio, sello la enseñanza entre mis discípulos. Y aguardaré

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por el Señor, el que vela su faz de la casa de Jacob, y esperaré por él. Aquí
estamos yo y los hijos que me ha dado el Señor, por señales y pruebas en Israel,
de parte del Señor de los ejércitos, el que reside en el monte Sión.

Responsorio Cf. Jr 31, 10; cf. 4, 5


R. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor, anunciadla hasta los confines de la
tierra, * y decid a las islas remotas: «Vendrá nuestro Salvador.»
V. Anunciadlo y haced que se escuche en todas partes: proclamad la nueva,
gritadla a plena voz.
R. Y decid a las islas remotas: «Vendrá nuestro Salvador.»

SEGUNDA LECTURA
Del Comentario sobre el profeta Isaías de San Cirilo de Alejandría (Lib. 1, 2: PG 70,
67-71)
Visión escatológica de la Iglesia

Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de
los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles. Esta
profecía ha tenido cumplimiento en beneficio de los mortales en esta etapa
final, esto es, en las postrimerías de este mundo, en que se manifestó el Verbo
unigénito de Dios hecho carne, nacido de mujer; cuando él se representó y
presentó a sí mismo la mística Judea o Jerusalén, es decir, la Iglesia, como una
virgen casta, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada,
como está escrito.
Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán:
«Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá
en sus caminos y marcharemos pos sus sendas». No creo que sea necesario
acudir a largas explicaciones para demostrar que todos los pueblos fueron
constreñidos e integrados en la Iglesia por la fe: pues los mismos
acontecimientos están ahí, patentes y verídicos, para atestiguarlo. La multitud de
las naciones no recibió el llamamiento a través de la pedagogía de la ley ni por
medio de los santos profetas; fue más bien congregada por una gracia divina y
misteriosa, que iluminaba las inteligencias y les infundía, por medio de Cristo, el
deseo de la salvación.
Primero suben, después cuidan de que se les anuncie la palabra de Dios y
prometen marchar por los caminos del Señor, es decir, por las sendas del
evangelio, al cual se entra por la purificación que viene de la fe. Pues los que
desean ser instruidos en los caminos del Señor, se sobrentiende que han de
comenzar abjurando de su inveterado error de profanidad. De lo contrario no
tendría sentido la apetencia de cosas mejores, si no ha precedido la abdicación
del pasado. ¿Y cuál es su mistagogo? ¿Quién los condujo al conocimiento de la
verdad y los llevó a la persuasión de que, calificando de ridículas las anteriores
creencias, se lanzaran a abrazar la fe nueva? ¿Es que no fue Dios? Él fue quien
iluminó sus inteligencias y corazones y los movió a decir y a sentir al unísono: De
Sión saldrá la ley; de Jerusalén, la palabra del Señor.
Así, pues, el profeta predijo el tiempo de la vocación y conversión de los
gentiles, al decir: Cuando Dios, Rey y Señor del universo, juzgue a las gentes,

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esto es, cuando ejerza su derecho de juzgar y de hacer justicia sobre todos los
pueblos. Prevaleció la injusticia entre los pueblos que mutuamente se destruían
y se entregaban a todo género de crueldad y disolución. Pero una vez suprimido
este estado de cosas, Dios instauró el reinado de la justicia y la rectitud.
Cuando sobre las naciones reinó Cristo, que es la paz, desaparecieron de
en medio las disensiones, las contiendas, las refriegas y toda clase de
apetencias; desaparecieron asimismo las consecuencias negativas de la guerra, y
el miedo a que las guerras dan origen. Todo esto lo consiguió la voluntad de
aquel que nos dijo: La paz os dejo, mi paz os doy.

Responsorio Cf. Sal 71, 3; Is 56, 1


R. Juro, dice el Señor, que no me irritaré más contra la tierra: * Traigan los montes
paz al pueblo, y justicia los collados, y una alianza de paz será estable en
Jerusalén.
V. Muy pronto llegará mi salvación y ya está por revelarse mi justicia.
R. Traigan los montes paz al pueblo, y justicia los collados, y una alianza de paz
será estable en Jerusalén.

MIERCOLES I

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 9, 1-7
El príncipe de la paz

En otro tiempo, el Señor humilló a la tierra de Zabulón y a la tierra de


Neftalí, así el postrero honró el camino del mar, allende el Jordán, el distrito de
los Gentiles.
En otro tiempo humilló el Señor la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí,
pero luego ha llenado de gloria el camino del mar, el otro lado del Jordán,
Galilea de los gentiles.
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra
y sombras de muerte, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el
gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al
repartirse el botín.
Porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los
quebrantaste como el día de Madián. Porque la bota que pisa con estrépito y la
túnica empapada de sangre serán combustible, pasto del fuego.
Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el
principado, y es su nombre: «Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre de
eternidad, Príncipe de la paz».
Para dilatar el principado, con una paz sin límites, sobre el trono de David y
sobre su reino. Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde
ahora y por siempre. El celo del Señor del universo lo realizará.
El Señor ha lanzado una amenaza contra Jacob, que caerá sobre Israel.

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Responsorio Lc 1, 32. 33; Is 9, 5
R. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; * y reinará en la casa de
Jacob para siempre.
V. Será llamado: «Dios poderoso», «Padre sempiterno» y «Príncipe de la paz».
R. Y reinará en la casa de Jacob para siempre.

SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de Pedro de Blois, presbítero (Sermón 3 sobre la venida del Señor: PL
207, 569-572)
Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio
trabajo

Siguiendo el consejo del Apóstol, llevemos ya desde ahora una vida sobria,
honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del
gran Dios. Hay una religión del hombre para con el Señor, una honradez para con
el prójimo y una sobriedad para consigo mismo. La venida del Señor puede
sernos perniciosa, si no la esperamos religiosa, sobria y honradamente.
Tres son las venidas del Señor: la primera en la carne, la segunda en el
alma, la tercera en el juicio. La primera tuvo lugar a medianoche, la segunda por
la mañana, la tercera al mediodía.
Respecto a la primera venida citemos las palabras de verdad del evangelio:
A medianoche se oyó una voz: «¡Que llega el esposo!». Pienso que era
medianoche cuando, en medio de un profundo silencio, la noche llegó a la mitad
de su carrera. Era noche para los judíos, cuyos ojos había oscurecido la malicia
para que no pudieran ver. Y lo mismo el pueblo de los paganos, que caminaba en
tinieblas. Llega el esposo y se oye una voz.
Rompióse el silencio en la noche. Llegó el que ilumina lo escondido en las
tinieblas; ahuyentó la noche e hizo el día. ¿Y por qué a medianoche se oyó una
voz, sino porque cuando un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la
noche en su carrera, la Palabra todopoderosa decidió descender desde el trono
real de los cielos, conociendo los profetas la venida de Cristo, prorrumpieron en
gritos de triunfo y alegría, rompiendo de la noche el profundo silencio? Grande
era ciertamente el griterío, al que singular y colectivamente se sumó el coro de
los profetas.
Si queremos que la venida de Cristo nos sea causa de redención,
preparémonos para su llegada, como nos amonesta el profeta en la persona de
Israel: Prepárate, Israel, y sal al encuentro del Señor que se acerca. También
vosotros, hermanos, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene
el Hijo del hombre. La primera venida pertenece ya al pasado.
Cristo apareció en el mundo y vivió entre los hombres. Cristo vino para dar
personalmente cumplimiento a la ley por nosotros; y como, según el Apóstol, un
testamento sólo adquiere validez a la muerte del testador, Cristo convalidó el
testamento de nuestra redención en la cruz, de palabra, por el Espíritu y con las
obras.
Nos encontramos en el tiempo de la segunda venida, a condición sin embargo
de que seamos tales que Cristo se digne venir a nosotros. Pero podemos estar
seguros de que, si le amamos, él vendrá a nosotros y hará morada en nosotros. Esta

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venida a nosotros es incierta.
Por lo que se refiere a la tercera venida, hay una cosa ciertísima: que vendrá; y
una cosa inciertísima: cuándo vendrá. ¿Hay algo más cierto que la muerte? Y sin
embargo nada más incierto que la hora de la muerte. En esta vida sólo podemos estar
seguros de una cosa: de que no estamos seguros. Tan pronto estamos sanos como
caemos enfermos; tan pronto nos sonríen todos los éxitos como se dan cita todas las
desgracias; hoy existimos, mañana dejamos de existir: la muerte no perdona ni edad
ni sexo.
¡Dichoso el que puede decir confiado: Mi corazón está firme, Dios mío, mi
corazón está firme! Este tal percibe el fruto de gracia de la primera venida, y recogerá
de la segunda venida el fruto de salvación y de gloria. La primera da acceso a la
segunda, y ésta prepara para la tercera. La primera venida fue oculta y humilde, la
segunda es secreta y admirable; la tercera será manifiesta y terrible. En la primera
vino a nosotros, para entrar en la segunda dentro de nosotros; en la segunda entró
dentro de nosotros, para no tener que venir en la tercera contra nosotros. En la
primera venida nos otorgó su misericordia, en la segunda nos confiere su gracia, y en
la tercera nos dará la gloria, porque el Señor da la gracia y la gloria.
El Señor dará a los santos la recompensa de sus trabajos. De esta venida él
mismo dice: Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno
su propio trabajo. Que Cristo Jesús, a quien hemos recibido como salvador y
esperamos como juez, nos salve, no según las malas obras que hayamos hecho
nosotros, sino según su gran misericordia.

Responsorio Cf. Sb 10, 17


R. He aquí que nuestro Rey vendrá, con todos sus santos, * a otorgar la
recompensa de sus trabajos.
V. He aquí que el Señor, el rey de los reyes, vendrá.
R. A otorgar la recompensa de sus trabajos.

JUEVES I

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 10, 5-21
El Día del Señor

¡Ay de Asiria, vara de mi ira! ¡Mi furor es bastón entre sus manos!
Lo envío contra una nación impía, lo mando contra el pueblo que provoca mi
cólera, para saquearlo y despojarlo, para hollarlo como barro de las calles.
Pero él no lo entiende así, no es eso lo que piensa en su corazón, sino
exterminar, aniquilar naciones numerosas.
Se decía:
«¿No son reyes mis ministros? ¿No le pasó a Calnó como a Carquemis? ¿No es
Jamat como Arpad y Samaría como Damasco? Así como mi mano alcanzó a aquellos
reinos con más ídolos e imágenes que Jerusalén y Samaría, lo mismo que hice con
Samaría y sus ídolos, ¿no lo haré con Jerusalén y sus imágenes?».
Cuando el Señor haya concluido su tarea en la montaña de Sión y en Jerusalén,

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pedirá cuentas de la soberbia de corazón del rey de Asiria y de la arrogancia de su
mirada altanera.
Porque se decía:
«Con la fuerza de mi mano lo he hecho, con mi saber, porque soy inteligente.
He borrado las fronteras de las naciones, he saqueado sus tesoros y, como un héroe,
he destronado a sus señores. Mi mano ha alcanzado a las riquezas de los pueblos,
como si fueran un nido; como quien recoge huevos abandonados, recogí toda su
tierra. Ninguno batió el ala, ninguno abrió el pico para piar».
¿Se enorgullece el hacha contra quien corta con ella? ¿Se gloría la sierra contra
quien la mueve? ¡Como si el bastón moviera a quien lo sostiene, o la vara sostuviera a
quien no es de madera!
Por eso, el Señor, Dios del universo, debilitará a los hombres vigorosos y bajo
su esplendor encenderá un fuego abrasador. La luz de Israel se convertirá en fuego, el
Dios santo en llamas, arderá y devorará en un día sus espinos y zarzas.
Consumirá el esplendor de su bosque y de su huerto, de la médula a la corteza.
Será como un enfermo que se extingue. Árboles contados quedarán de su bosque, un
niño podría contarlos.
Aquel día, el resto de Israel y los supervivientes de la casa de Jacob no
volverán a apoyarse en su agresor, sino que se apoyarán con lealtad en el Señor, en el
Santo de Israel. Un resto volverá, un resto de Jacob al Dios fuerte.

Responsorio Jl 2, 1. 2; 2 Pe 3, 10
R. Tiemblen los habitantes del país: que viene, ya está cerca el día del Señor. *
Día de oscuridad y tinieblas, día de nube y nubarrón.
V. Vendrá el día del Señor como un ladrón: entonces desaparecerán los cielos con
estruendo, los elementos abrasados se disolverán y la tierra con todas sus obras
dejará de existir.
R. Día de oscuridad y tinieblas, día de nube y nubarrón.

SEGUNDA LECTURA
De los sermones de San Odilón, Abad (Sermón 10, sobre San Juan Bautista: PL 142,
1019-1020)
Mira, yo envío mi mensajero delante de ti

Para repeler y ahuyentar las densísimas y negras tinieblas de la ignorancia y de


la muerte, que el autor de las tinieblas había introducido en el mundo, tuvo que venir
la luz que ilumina a todo el mundo. Ahora bien: era natural que a esta inefable y
eterna luz le precediera un sinnúmero de antorchas temporales y humanas. Me estoy
refiriendo a los patriarcas de la antigua alianza. Iluminados y adoctrinados con su
virtud, su ejemplaridad y su enseñanza, los pueblos fieles —disipada la calígine de la
inveterada ceguera— fueron capaces de conocer si no en su totalidad, sí al menos en
parte, aquella gran luz que se avecinaba.
Fueron, pues, antorchas: pero antorchas sin luz propia ni recibida de otra
fuente, sino derivada de aquella suprema luz que los iluminaba. Es decir, que fueron
amantes de los preceptos celestiales: unos antes de la ley, otros bajo la ley y otros
finalmente bajo los jueces, los reyes y los profetas; pregoneros de los misterios del
nacimiento del Señor, de su pasión, resurrección y ascensión. Tras ellos, apareció

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fulgurante Juan, el Precursor del Señor, quien con meridiana claridad, expuso
públicamente las predicciones de todos los patriarcas y los vaticinios de los profetas.
Este hombre santo no sólo fue justo, sino que nació de padres justos. Justo en
la predicación, justo en toda su conducta, justo en el martirio. El arcángel Gabriel
anunció su nacimiento, su justicia, su santidad y toda su intachable conducta; y la
narración evangélica trazó ampliamente su retrato. No hay palabras de humana
sabiduría capaces de expresar los dones de santidad y de gracia celestial de que el
Precursor del Señor fue enriquecido; pero no debemos silenciar lo que de él y a él se
le dijo.
¿Pero qué puede añadir a un hombre tan grande la palabra de un pobre
hombre? ¿Qué podrá decir en su elogio la pequeñez humana, cuando habla de él
nada menos que la suma e inefable Trinidad? Habla de él Dios Padre en un salmo,
habla también en el evangelio. En el salmo: Enciendo una lámpara para mi ungido. De
él escribe el santo evangelista: Él era la lámpara que ardía y brillaba. En el evangelio
se le dice: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha
de bautizar.
Algunos testimonios que el Espíritu Santo enuncia a través de Isaías y Jeremías
aludiendo primariamente a la persona del Salvador, pueden ser convenientemente
atribuidos, según el magisterio celeste y el sentido católico, a la persona de su
Precursor.
De él dio testimonio mucho más claramente el Espíritu Santo del que estuvo
repleto desde el vientre materno: a la llegada de la Madre del Señor —como nos
cuenta el evangelio—, saltó milagrosamente de alegría, no por instinto natural, sino al
impulso de la gracia.
El mismo Señor Jesús, de quien Juan dio testimonio diciendo: Este es el
cordero de Dios, éste es el que quita el pecado del mundo, durante su vida pública
afirmó de él: No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; al decir
que es el más grande de los nacidos de mujer, insinuó que estaba exento del vicio de
ligereza y de amor a los placeres; afirmó que era un profeta y un súper-profeta; y
aquel a quien él, con el poder de su divinidad, adornó con tal cúmulo de privilegios
en virtud y gracia, que superó los méritos de todos los mortales, es llamado por Dios
mensajero y fue enviado delante de él a preparar los caminos de la salvación, tal
como el Señor nos lo enseñó aduciendo un oráculo del profeta Malaquías.

Responsorio Cf. Jn 5, 35; Ml 3, 1; Mc 1, 4


R. Éste es el Precursor inmediato, lámpara que arde delante del Señor, * es Juan
quien preparó el camino en el desierto, y señaló al Cordero de Dios, iluminando
las mentes de los hombres.
V. Apareció Juan en el desierto, predicando un bautismo de conversión.
R. Es Juan quien preparó el camino en el desierto, y señaló al Cordero de Dios,
iluminando las mentes de los hombres.

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VIERNES I

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 11, 10-16
Retorno del resto del pueblo de Dios

Aquel día, la raíz de Jesé será elevada como enseña de los pueblos: se
volverán hacia ella las naciones y será gloriosa su morada.
Aquel día, el Señor tenderá otra vez su mano para rescatar el resto de su
pueblo: los que queden en Asiria y en Egipto, en Patros, Cus y Elán, en Sinar,
Jamat y en las islas del mar.
Izará una enseña hacia las naciones, para reunir a los desterrados de Israel,
y congregar a los dispersos de Judá, desde los cuatro extremos de la tierra.
Cesará la envidia de Efraín, se acabará la hostilidad de Judá: Efraín no
envidiará a Judá, ni Judá será hostil a Efraín.
Caerán contra el flanco de los filisteos a Occidente, juntos despojarán a los
hijos del Oriente: Edón y Moab son su propiedad, los amonitas son sometidos.
El Señor secará la lengua del mar de Egipto, agitará su mano contra el Nilo,
con su soplo ardiente lo dividirá en siete brazos, lo cruzarán en sandalias, y
habrá una calzada para el resto de su pueblo que quede en Asiria, como la
calzada de Israel cuando subió de Egipto.

Responsorio Is 5, 26; 56, 8; 35, 13


R. El Señor izará una enseña para un pueblo remoto, * y reunirá a los dispersos de
Israel.
V. Será esto para gloria del Señor, para señal eterna que jamás se borrará.
R. Y reunirá a los dispersos de Israel.

SEGUNDA LECTURA
Del comentario sobre el profeta Isaías de San Cirilo de Alejandría, obispo
(Lib. 3, t. 5: PG 70, 850-851)
Nos llamamos cristianos y en Cristo está puesta toda nuestra esperanza

El Verbo nacido de la Virgen era y es siempre Rey y Señor del universo.


Pero después de la encarnación asumió la condición propia de la naturaleza
humana. Así, pues, podemos creer con verdad y sin ningún género de duda que
fue hecho a semejanza nuestra. Por lo cual, cuando se afirma que ha recibido el
dominio sobre todas las cosas, hay que entenderlo referido a su naturaleza
humana, no a la preeminencia divina por la que sabemos que él es ya Señor del
universo.
Dios le llama Jacob e Israel, en cuanto nacido, según la carne, de la sangre
de Jacob, llamado también Israel. Dice en efecto: Jacob es mi siervo, a quien
sostengo; Israel, mi elegido, a quien prefiero. Pues el Padre cooperaba con el Hijo
y obraba maravillas como si procedieran de su propio poder. Y es realmente el
elegido, porque es el más bello de los hombres; el estimado, por ser el amado
en quien el Padre Dios descansa. Por lo cual dice:

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Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
Lo que se dice de él que fue ungido según el modo humano y hecho
partícipe del Espíritu Santo, cuando es él el que comunica el Espíritu y el que
santifica la criatura, lo aclaró al decir: Sobre él he puesto mi Espíritu. Se nos dice
en efecto que, una vez bautizado el Señor, se abrió el cielo y bajó el Espíritu
Santo sobre él en forma de paloma y se posó sobre él. Ahora bien: si en su
condición de hombre recibió el Espíritu Santo en el momento del bautismo, esto
pudo ocurrir en muchas otras ocasiones. Porque no fue santificado en cuanto
Dios al recibir el Espíritu, ya que es él el que santifica, sino en cuanto hombre en
atención a la economía divina.
Así pues, fue ungido para juzgar a las naciones. El juicio a que aluden estas
palabras es llamado juicio justo: condenando a Satanás que las tiranizaba,
justificó a las naciones. Es lo que él mismo nos enseñó, diciendo: Ahora va a ser
juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y
cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.
Condenó, pues, a muerte al que se había apoderado de toda la tierra,
reservando para su juicio santo a los que se habían dejado engañar por él. Pero
—dice— no gritará, no clamará, no voceará por las calles. El Salvador y Señor del
universo se comportó en el tiempo de su peregrinación, con mucha discreción y
humildad, y como sin estrépito, sino silenciosa y calladamente a fin de no
quebrar la caña cascada ni apagar el pabilo vacilante.
Y ¿qué es lo que hará y cómo gobernará a las naciones? Promoverá
fielmente el derecho. Aquí «derecho» parece sinónimo de «ley». Pues está
escrito de Dios, Señor de Israel y del mundo entero: Tú administras la justicia y el
derecho, tú actúas en Jacob. Proclamó en toda su verdad el derecho o la ley
medio oculta en las figuras; mostró, con el oráculo evangélico, el estilo de vida
acepto a sus ojos, y transformó el culto de la ley basado en la letra, en un culto
radicado en la verdad.
El evangelio fue predicado por toda la tierra y sus vaticinios quedaron
como esculpidos. Pues está escrito: Tu justicia es justicia eterna, tu voluntad es
verdadera. En su nombre —dice— esperarán las naciones. Una vez que le hayan
reconocido como verdadero Dios, aunque sea un Dios encarnado, depositarán
en él su confianza, como dice el salmista: Tu nombre es su gozo cada día. Nos
llamamos cristianos y en Cristo está puesta toda nuestra esperanza.

Responsorio Cf. Mi 4, 9; Is 40, 27


R. Jerusalén, pronto vendrá tu salvación. ¿Por qué clamas? * ¿Han perecido tus
consejeros, que un espasmo te atenaza? No temas, te salvaré y te libraré.
V. Por qué dices, Jacob, y hablas, Israel: Oculto está mi camino para el Señor, y a
mi Dios se le pasa mi derecho?
R. ¿Han perecido tus consejeros, que un espasmo te atenaza? No temas, te
salvaré y te libraré.

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LUNES II

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 34, 1-17
Juicio del Señor sobre Edom

¡Acercaos, pueblos, y escuchad! ¡Prestad atención, naciones! Escuche la


tierra y cuanto contiene, el orbe y cuanto en él brota.
Está airado el Señor contra las naciones, enfurecido contra todo su
ejército. Las ha consagrado al exterminio, destinado a la masacre. Arrojan a sus
muertos y despiden hedor sus cadáveres, se disuelven las montañas en su
sangre. Se descompone el ejército del cielo, son enrollados los cielos como un
pliego y caen las estrellas, como se marchita el follaje de la vid, como se
marchitan las hojas de la higuera.
Se ha embriagado su espada en los cielos, ahora desciende sobre Edón,
contra un pueblo condenado al exterminio. La espada del Señor se ha cubierto
de sangre, se ha impregnado de grasa, de sangre de corderos y de machos
cabríos, de la grasa de entrañas de carneros: sacrificio en Bosra para el Señor,
masacre en la tierra de Edón. Caen con ellos búfalos, novillos y toros. Se sacia su
tierra con la sangre, el polvo se impregna de grasa.
Es día de venganza para el Señor, año de desquite por la causa de Sión. Se
convertirán en brea sus torrentes y su suelo en azufre; su tierra se convierte en
brea ardiente que no se extingue ni de día ni de noche, y su humareda sube sin
cesar.
Quedará desolada por generaciones, jamás pasará nadie por allí.
La heredarán el pelícano y el erizo, la habitarán el cuervo y la lechuza. La
medirá el Señor con la cuerda de la desolación, la aplanará con el nivel del caos.
No quedarán nobles en ella, ni proclamarán un reino; todos sus príncipes serán
nada.
Espinos crecerán en sus palacios, ortigas y cardos en sus torreones, será
una morada de chacales, guarida de crías de avestruz. Los gatos monteses
encuentran hienas, los chivos se llaman uno al otro, allí reposa Lilit y establece su
morada. Allí la serpiente hará su nido, pondrá sus huevos y los incubará,
recogerá las crías bajo su protección; también allí se reunirán los buitres, uno
junto al otro.
Buscad en el Libro del Señor y leed: ninguna de esas bestias faltará,
ninguna debe buscar su pareja, porque la boca del Señor lo ha ordenado y su
espíritu las reúne. Él ha echado las suertes para ellas, su mano establece con la
cuerda los lotes, que heredarán para siempre; habitarán en ellos por
generaciones.

Responsorio 1 Pe 4, 17-18; Jb 4, 18
R. Ha llegado el tiempo en que comienza el juicio por la casa de Dios; y, si
empieza así por nosotros, ¿qué fin tendrán los que rechazan el mensaje de Dios?
* Y, si el justo a duras penas se salva, ¿qué será del impío y del pecador?
V. Dios no encuentra fieles ni a sus criados.
R. Y, si el justo a duras penas se salva, ¿qué será del impío y del pecador?

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SEGUNDA LECTURA
Del Tratado sobre la Trinidad de San Hilario, obispo (Lib. 11, 36-40: PL 10, 423-425)
El Hijo entregará al reinado de Dios, a los que él llamó al reino

Todo le ha sido sometido a Cristo, a excepción del que le ha sometido


todo. Entonces también el Hijo se someterá al que se lo había sometido todo. Y
así Dios lo será todo para todos. Así pues, la primera fase de este misterio es la
total sumisión de las cosas a Cristo; y entonces él mismo se someterá al que le
ha sometido todo: y así como nosotros somos súbditos de Cristo que reina en su
cuerpo glorioso, así y en virtud del mismo misterio, el que reina en la gloria de su
cuerpo se someterá al que le ha sometido todo. Nos sometemos a la gloria de su
cuerpo, para participar en la claridad con que reina en el cuerpo, pues seremos
configurados a su cuerpo.
Y la verdad es que los evangelios se hacen lenguas de la gloria del que ya
ahora reina en su cuerpo. Leemos en efecto estas palabras del Señor: Os aseguro
que algunos de los aquí presentes no morirán antes de haber visto llegar al Hijo
del hombre en su reino. Y a los apóstoles efectivamente se les mostró la gloria
del que venía a reinar en su cuerpo, pues el Señor se les apareció revestido en su
gloriosa transfiguración, revelándoles la claridad de su cuerpo real. Y al prometer
a los apóstoles una participación de su gloria se expresó así: Así será al fin del
tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos
los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y
el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su
Padre. El que tenga oídos que oiga.
¿Es que no todos tienen bien abiertos los oídos naturales y corporales para
escuchar lo que se nos ha dicho, de modo que sea necesaria la exhortación del
Señor a escuchar? Mas queriendo el Señor insinuar el conocimiento de un
misterio, reclama una escucha atenta de su enseñanza. Al fin del tiempo, en
efecto, arrancarán de su reino a los corruptores. Tenemos pues al Señor reinando
según la claridad de su cuerpo, mientras son apartados los corruptores. Y
estamos nosotros también configurados a la gloria de su cuerpo en el reino del
Padre, refulgentes como la luz del sol. Este será el traje de etiqueta en su reino
tal como lo demostró a sus apóstoles cuando se transfiguró en el monte.
Y entregará el reino a Dios Padre: no como si lo concediera en virtud de su
propio poder, sino que, a nosotros configurados ya a la gloria de su cuerpo, nos
entregará como reino a Dios. Nos entregará pues, como un reino, según este
pasaje del evangelio: venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino
preparado para vosotros desde la creación del mundo. Entonces los justos
brillarán como el sol en el reino de su Padre. El Hijo entregará al reinado de Dios,
a los que él llamó a su reino y a quienes prometió la bienaventuranza de este
misterio, diciendo: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Cuando llegue a reinar, arrancará a los corruptores, y entonces los justos
brillarán como el sol en el reino del Padre. Y entregará a Dios Padre el reino, y
entonces los que entregase a Dios como reino, verán a Dios. Qué clase de reino
sea éste, él mismo lo declaró cuando dijo a los apóstoles: El reino de Dios está
dentro de vosotros. El que reina entregará el reino. Y si alguien quiere saber
quién es este que entrega el reino, escuche: Cristo resucitó de entre los muertos:

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el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido
la resurrección.
Todo lo que acabamos de decir se refiere al sacramento del cuerpo, pues
Cristo es las primicias de los resucitados de entre los muertos. ¿Y por qué
secreta razón resucitó Cristo de entre los muertos? Nos lo aclara el Apóstol al
decir: Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del
linaje de David. Así que la muerte y la resurrección en Cristo son correlativas a su
condición de hombre. Reina en este su cuerpo ya glorioso hasta que, eliminadas
las potencias adversas y vencida la muerte, someta a todos los enemigos.

Responsorio Dn 2, 44; Ap 11, 15


R. El Dios del cielo hará surgir un reino que nunca será destruido, y no pasará a
otro pueblo: * pulverizará y aniquilará a todos los demás reinos.
V. El reinado del mundo es de nuestro Señor y de su Cristo: él reinará por los
siglos de los siglos.
R. Pulverizará y aniquilará a todos los demás reinos.

MARTES II

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 35, 1-10
Retorno de los redimidos a través del desierto

Esto dice el Señor:


El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá,
germinará y florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo.
Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón.
Contemplarán la gloria del Señor, la majestad de nuestro Dios.
Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes; decid a los
inquietos: «Sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la
retribución de Dios. Viene en persona y os salvará».
Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se
abrirán; entonces saltará el cojo como un ciervo y cantará la lengua del mudo,
porque han brotado aguas en el desierto y corrientes en la estepa.
El páramo se convertirá en estanque, el suelo sediento en manantial. En el
lugar donde se echan los chacales habrá hierbas, cañas y juncos.
Habrá un camino recto. Lo llamarán «Vía sacra». Los impuros no pasarán por él. Él
mismo abre el camino para que no se extravíen los inexpertos.
No hay por allí leones, ni se acercan las bestias feroces. Los liberados
caminan por ella y por ella retornan los rescatados del Señor. Llegarán a Sión con
cantos de júbilo: alegría sin límite en sus rostros. Los dominan el gozo y la
alegría. Quedan atrás la pena y la aflicción.

Responsorio Is 35, 3-4


R. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, vosotros,
cobardes de corazón, sed fuertes, no temáis, dice el Señor, porque vengo * a

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romper el yugo de vuestra esclavitud.
V. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, a resarcir y a
salvarnos.
R. A romper el yugo de vuestra esclavitud.

SEGUNDA LECTURA
De los Tratados sobre los salmos de San Hilario, obispo (Sal 2, 31.34 35.37: CSEL 22,
60.63.64.65)
Cristo regirá como pastor las naciones que se le han confiado

Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la


tierra. Recibió en herencia las naciones que pidió. Y las pidió cuando dijo: Padre,
ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique. En esto
consiste su herencia: en dar a toda carne la vida eterna, en que todas las naciones
bautizadas y adoctrinadas, sean regeneradas para la vida: no ya sometidas –según
el famoso cántico de Moisés– a la dominación de Israel ni divididas según el
número de los hijos de Dios, sino integradas en la familia del Señor y
consideradas como domésticas de Dios, trasladadas finalmente del injusto,
culpable y perverso derecho de los dominadores al eterno reino de Dios. Pues ya
no es sólo Israel la porción del Señor, ni Jacob el único lote de su heredad, sino
la totalidad de las naciones, divididas antes según el número de los hijos de
Dios, pero reducidas ahora a la unidad y constituyendo el único pueblo del único
Dios. Y del eterno Heredero, primogénito de entre los muertos, todos estos
resucitados son la eterna herencia.
Los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza. A
muchos que, o piensan equivocadamente o ignoran la fuerza o propiedad del
lenguaje del Señor, este texto les parece contrario a la bondad de Dios, es decir,
que a las naciones que pidió en posesión y se le concedieron en heredad, el Hijo
de Dios vaya a gobernarlas con el terror del cetro de hierro y las quiebre como si
fuesen objetos de alfarería. Ningún hombre honrado da o recibe algo que tiene la
intención de destruir. Y el que no quiere la muerte sino la conversión del
pecador, no parece que actuaría según la predisposición de su naturaleza, ni
quebrara con cetro de hierro a los que pidió se le dieran como herencia. Los
gobernarás, es decir, los regirás como pastor, teniendo buen cuidado de regirlos
con afecto de pastor: pues él es el buen pastor y nosotros somos sus ovejas, por
las que dio su vida.
Por el antiguo Testamento sabemos que a la predicación de la palabra se la
llama «cetro».
Leemos en efecto: Cetro de rectitud es tu cetro real. Cetro de rectitud es
aquel que con su doctrina nos guía por el camino justo y útil; cetro real es
indudablemente la doctrina del reino. Isaías llama «cetro» al Señor en persona en
razón de la útil y moderada predicación de su doctrina: Brotará – dice– un cetro
del tronco de Jesé. Y para que la palabra «cetro» no sugiriese a alguno la idea de
una tiránica severidad, se apresuró el profeta a añadir: Y de su raíz florecerá un
vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor. De esta manera con la suavidad
de la flor mitiga la severidad del cetro, pues el terror de la doctrina nos hace
anhelar a todos el estado de una felicidad perfecta. Con este cetro regirá el

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Señor los pueblos que le han sido entregados: un cetro incorruptible, no caduco
ni frágil, sino de hierro, es decir, inflexible y, debido a la solidez de su naturaleza,
firmísimo.

Responsorio Is 40, 10. 11; Jn 10, 11


R. El Señor viene con poder; como un pastor, él apacienta su rebaño, * lo reúne
con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderitos y guía con cuidado a las
ovejas madres.
V. Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas.
R. Las reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderitos y guía con
cuidado a las ovejas madres.

MIERCOLES II

PRIMERA LECTURA
Comienza el libro de Rut 1, 1-22
Fidelidades de Rut

Sucedió, en tiempos de los jueces, que hubo hambre en el país y un


hombre decidió emigrar, con su mujer y sus dos hijos, desde Belén de Judá a la
región de Moab. El hombre se llamaba Elimélec; su mujer, Noemí, y sus hijos
Majlón y Kilyón. Eran efrateos de Belén de Judá. Llegados a la región de Moab, se
establecieron allí.
Murió Elimélec, el marido de Noemí, y quedó ella sola con sus dos hijos.
Estos tomaron por mujeres a dos moabitas llamadas Orfá y Rut. Pero, después
de residir allí unos diez años, murieron también Majlón y Kilyón, quedando
Noemí sin hijos y sin marido.
Entonces Noemí, enterada de que el Señor había bendecido a su pueblo
procurándole alimentos, se dispuso a abandonar la región de Moab en compañía
de sus dos nueras. Salió, pues, con ellas del lugar en que residían y emprendió el
camino de regreso a Judá.
Noemí dijo a sus nueras:
«Volved a casa de vuestras madres. Que el Señor tenga piedad de vosotras
como vosotras la habéis tenido con mis difuntos y conmigo; que él os conceda
felicidad en la casa de un nuevo marido».
Y las abrazó.
Ellas, echándose a llorar, replicaron:
«Eso no. Iremos contigo a tu pueblo». Noemí insistió:
«Volved, hijas mías. ¿Para qué vais a venir conmigo? ¿Imagináis que puedo
tener más hijos que os sirvan de maridos? ¡Ánimo, hijas, volved! Soy demasiado
vieja para casarme de nuevo. Y aunque todavía tuviera esperanzas, aunque me
casara esta misma noche y tuviera hijos, ¿aguardaríais a que fueran mayores?
¿Renunciaríais a otro matrimonio? No, hijas mías. Mi amargura es mayor que la
vuestra, porque la mano del Señor ha caído sobre mí».
Ellas lloraban. Después Orfá dio un beso a su suegra y se volvió a su
pueblo, mientras que Rut permaneció con Noemí.

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«Ya ves —dijo Noemí— que tu cuñada vuelve a su pueblo y a sus dioses.
Ve tú también con ella».
Pero Rut respondió:
«No insistas en que vuelva y te abandone. Iré adonde tú vayas, viviré donde
tú vivas; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios; moriré donde tú
mueras, y allí me enterrarán. Juro ante el Señor que solo la muerte podrá
separarnos».
Viendo que Rut estaba decidida a seguirla, Noemí no insistió. Y las dos
continuaron el camino hasta llegar a Belén.
Su llegada produjo cierta conmoción en la ciudad. Las mujeres se
preguntaban:
«¿No es ésta Noemí?». Pero ella respondía:
«No me llaméis Noemí; llamadme Mará, porque el Todopoderoso me ha
colmado de amargura. Salí llena y el Señor me devuelve vacía.
¿Por qué me llamáis Noemí, si el Señor me ha afligido tanto y el
Todopoderoso me ha hecho tan desgraciada?».
Así fue como Noemí volvió de la región de Moab junto con Rut, su nuera
moabita. Cuando llegaron a Belén, comenzaba la siega de la cebada.

Responsorio Jl 3, 5; Am 9, 11-12
R. En el monte de Sión y en Jerusalén quedará un resto; como lo ha prometido el
Señor a los supervivientes * que él llamó.
V. Levantaré la tienda caída de David, levantaré
sus ruinas, para que posean las primicias de Edom y de todas las naciones.
R. Que él llamó.

SEGUNDA LECTURA
Del Comentario sobre el profeta Isaías de San Cirilo, obispo (Lib. 4, or. 1: PG 70, 859-
861)
Su gloria llenará la tierra

Nuevo es el himno, o el cántico, como corresponde a la novedad de las


cosas: El que es de Cristo es una criatura nueva. Pues está escrito: Lo antiguo ha
pasado, lo nuevo ha comenzado. Los israelitas fueron rescatados de la tiranía de
los egipcios por la mano del sapientísimo Moisés: fueron liberados del trabajo
de los ladrillos y de los vanos sudores de las preocupaciones terrenas, de la
sevicia de los capataces y de la crueldad del faraón. Atravesaron por medio del
mar, comieron el maná en el desierto, bebieron el agua de la roca, atravesaron el
Jordán a pie enjuto, entraron en la tierra prometida.
Pues bien: todo esto se renueva en nosotros de un modo
incomparablemente mejor que en la antigüedad. En efecto, nos hemos
emancipado, no de la esclavitud carnal sino de la espiritual, y en vez de las
preocupaciones terrenas, hemos sido liberados de toda mancha de codicia
carnal; no nos hemos librado de los capataces egipcios ni de un tirano impío y
despiadado, hombre al fin y al cabo como nosotros, sino más bien de los
malvados y nefandos demonios que nos inducen al pecado, y del jefe de
semejante grey, o sea, de Satanás.

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Hemos atravesado, como un mar, el oleaje de la presente vida con su
cortejo de innumerables y vanas agitaciones. Hemos comido el maná espiritual e
intelectual, y el pan del cielo que da vida a mundo; hemos bebido el agua que
brotaba de la roca, es decir, de las aguas cristalinas de Cristo, abundantes,
deliciosas. Hemos atravesado el Jordán a través del inapreciable don del
bautismo. Hemos entrado en la tierra prometida y digna de los santos, de la que
el mismo Salvador hace mención cuando dice: Dichosos los sufridos, porque
ellos heredarán la tierra.
Era por tanto conveniente que por estos acontecimientos nuevos el reino
de Cristo, esto es, todos los que sumisos le obedecen, cantaran un cántico
nuevo. Y este himno o, lo que es lo mismo, esta digna glorificación, debe ser
cantado no sólo por los judíos, sino desde el uno al otro confín de la tierra, es
decir, por todos cuantos viven en la tierra entera. En otro tiempo Dios se
manifestaba en Judá y en solo Israel era grande su fama. Pero una vez que
hemos sido llamados por Cristo al conocimiento de la verdad, el cielo y la tierra
están llenos de su gloria. Así lo afirma el salmista: Su gloria llenará la tierra.

Responsorio Cf. Is 49, 13; 66, 10


R. Gritad de alegría, montes, * porque la luz del mundo, el Señor, viene con
poder.
V. Alegraos con Jerusalén y regocijaos por ella, todos los que la amáis.
R. Porque la luz del mundo, el Señor, viene con poder.

JUEVES II

PRIMERA LECTURA
Del libro de Rut 2, 1-13
Encuentro de Booz con Rut

Tenía Noemí un pariente por parte de su marido; un hombre muy acomodado de


la familia de Elimélec; su nombre era Booz.
Rut, la moabita, dijo a Noemí:
«¿Puedo ir a espigar en el campo de quien me lo permita?».
Noemí respondió:
«Sí, hija mía».
Marchó Rut a recoger espigas detrás de los segadores, y sucedió que vino a
parar en una parcela de Booz, el de la familia de Elimélec.
Llegó entonces el mismo Booz, procedente de Belén, y saludó a los
segadores:
«El Señor sea con vosotros». A lo que ellos respondieron:
«El Señor te bendiga».
Luego preguntó Booz a su capataz:
«¿De quién es esa muchacha?».
«Es una moabita —explicó el capataz—: la que ha venido con Noemí de la
región de Moab. Me ha pedido que le permita espigar y recoger entre los
rastrojos detrás de los segadores. Desde que vino esta mañana se ha mantenido

18
en pie hasta ahora, sin descansar un momento».
Booz dijo entonces a Rut:
«Escucha, hija mía. No vayas a espigar a otro campo, no te alejes de aquí.
Quédate junto a mis criados. Fíjate dónde siegan los hombres y ve detrás de
ellos. He mandado que no te molesten. Cuando tengas sed, bebe de los cántaros
que ellos han llenado».
Ella se postró ante él y le dijo:
«¿Por qué te interesas con tanta amabilidad por mí, que soy una simple
extranjera?».
Booz respondió:
«Me han contado cómo te has portado con tu suegra después de morir tu
marido; cómo has dejado a tus padres y tu tierra natal para venir a un pueblo que
no conocías. El Señor te pague lo que has hecho; el Señor, Dios de Israel, bajo
cuyas alas has venido a refugiarte, te conceda lo que mereces».
Rut dijo:
«Gracias, señor. Tus palabras me consuelan y alivian mi corazón. Si lo
tienes a bien, trátame como a una de tus criadas».

Responsorio Os 2, 24; Lc 13, 29


R. Me compadeceré de la «No—compadecida», * y diré a «No—es—mi—
pueblo»: «Tú eres mi pueblo», y él responderá: «Tú eres mi Dios.»
V. Vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur.
R. Y diré a «No—es—mi—pueblo»: «Tú eres mi pueblo», y él responderá: «Tú
eres mi Dios.»

SEGUNDA LECTURA
Del Comentario sobre el profeta Isaías San Cirilo de Alejandría (Lib 3, t l: PG 70, 563-
566)
Por la fe en Cristo hemos sacudido el enojoso y pesado yugo del pecado

Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de


todos los rostros. A la enseñanza de los misterios de la fe se une con toda
naturalidad y lógica el tema de la resurrección de los muertos. Por eso al sernos
conferido el bautismo y hacer la confesión de nuestra fe, afirmamos esperar la
futura resurrección y así lo creemos.
Pero la muerte prevaleció contra nuestro primer padre Adán a causa de la
transgresión, y como una fiera taimada y cruel le acechó y se apoderó de él. Desde
entonces toda la tierra es un coro de lamentos y lloros, lágrimas y cantos fúnebres. Pero
cesaron al venir Cristo, el cual, vencida la muerte, resucitó al tercer día convirtiéndose
en modelo de la naturaleza humana para vencerla definitivamente.
Él es el primogénito de entre los muertos y primicia de todos los que
duermen. A las primicias le seguirá todo el resto, empezando por los últimos,
esto es, por nosotros. Así pues, el llanto se trocó en gozo, se rasgó el saco y
hemos sido revestidos por Dios con la alegría de Cristo, de modo que, gozosos,
podemos exclamar: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu
aguijón? El aguijón —dice— de la muerte es el pecado. Así que ha sido enjugada
toda lágrima. Pues abrigando la esperanza de que muy pronto nos reuniremos

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con los muertos, no nos dejaremos arrastrar por una excesiva tristeza como los
hombres sin esperanza.
La culpabilidad del pueblo parece dar razón de la presencia de la muerte:
por ella fuimos inducidos a la desobediencia y al pecado, éste abrió las puertas a
la muerte, y la muerte dominó a todos los habitantes de la tierra.
Pero como a muchos les costaba aceptar el misterio de la resurrección por
parecerles increíble dada su misma magnificencia, el santo profeta se vio
obligado a añadir: Ha hablado la boca del Señor.
Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios de quien esperamos que nos
salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará
sobre este monte».
Conoceréis —dice— al que propina la alegría, además del vino; conoceréis
también al que unge con ungüento a los que en Sión tienen menos capacidad
para entender: conoceréis que es realmente Dios e Hijo de Dios por naturaleza,
aun cuando se haya manifestado en forma de siervo, hecho hombre para
salvación y vida de todos, y en todo semejante al hombre terreno menos en el
pecado. Aquí está nuestro Dios de quien esperábamos que nos salvara;
celebremos su salvación.
Pienso que estas palabras se refieren sobre todo a los israelitas, quienes
bien nutridos con las palabras de Moisés y no ignorando las predicciones de los
santos profetas, esperaron en su tiempo, la venida de nuestro Señor Jesucristo,
salvador y redentor. De hecho, Zacarías el padre de Juan, lleno del Espíritu Santo,
profetizó que Dios había suscitado una fuerza de salvación para el pueblo.
También Simeón, tomando en brazos al Niño dijo: Mis ojos han visto a tu
Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos.
Y cuando hayan reconocido a su salvador y redentor, al que es la esperanza
de todos los hombres, al anunciarlo por los profetas, entonces dirán: Aquí está
nuestro Dios. Y reconocerán al mismo tiempo que la mano del Señor se posará
sobre este monte. Supongo que estarás de acuerdo conmigo en que por «monte»
debe entenderse la Iglesia, pues en ella se nos da el descanso. Hemos
efectivamente oído decir a Cristo: Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados y yo os aliviaré. Y es que por la fe en él hemos sacudido el enojoso y
molesto peso del pecado. Este descanso tiene además otra motivación: nos
vemos libres del terror al suplicio que hubiéramos debido padecer y de las
penas que por nuestros pecados hubiéramos tenido que pagar. Y no para ahí la
benevolencia de Cristo, nuestro salvador para con nosotros: hay que añadir los
bienes que todavía esperamos: la posesión del reino de los cielos, la vida
interminable y eterna, y la ausencia de los males que suelen ser el obligado
cortejo de la tristeza.

Responsorio Cf. Sal 28, 11; Is 40, 10


R. Mirad, el Señor vendrá; bajará con esplendor y poder * para visitar a su pueblo
en la paz y establecer para él la vida eterna.
V. Mirad, el Señor del universo vendrá con poder.
R. Para visitar a su pueblo en la paz y establecer para él la vida eterna.

20
VIERNES II

PRIMERA LECTURA
Del libro de Rut 2, 14-23
Regreso de Rut junto a Noemí

A la hora de la comida, Booz le dijo a Rut:


«Acércate aquí; puedes tomar pan y mojarlo en la salsa».
Ella se sentó junto a los segadores y él le ofreció trigo tostado. Rut comió
hasta saciarse y todavía le sobró.
Cuando se puso de nuevo a espigar, Booz ordenó a sus hombres:
«No la molestéis si espiga entre las gavillas. Dejad caer incluso algunas
espigas de los manojos para que ella pueda recogerlas libremente».
Rut estuvo espigando en el campo hasta el atardecer. Cuando desgranó lo
que había recogido, había más de veinte kilos de cebada.
Llegó hasta la ciudad con la carga a cuestas y mostró a su suegra lo
recogido. Sacó luego lo que le había sobrado de la comida y se lo dio.
Noemí le preguntó:
«¿Dónde has estado espigando? ¿Adónde has ido? Bendito sea quien te ha
tratado tan bien».
Rut dijo a su suegra que había estado trabajando con Booz.
Noemí exclamó:
«¡El Señor le bendiga! El Señor ha mostrado su fidelidad con los vivos y
con los muertos. Ese hombre es pariente nuestro, uno de los que han de
protegernos».
Rut, la moabita, añadió:
«Me ha dicho además que siga a sus segadores hasta que terminen toda la
siega».
Noemí le respondió:
«Es mejor, hija mía, que salgas con ellos; así no te molestarán en otro
campo».
Rut continuó, pues, con los segadores de Booz, espigando hasta que
terminó la siega de la cebada y del trigo. Mientras tanto vivía con su suegra.

Responsorio Lc 1, 68. 70; 1 Jn 8, 14


R. El Señor ha redimido a su pueblo, * según lo había predicho desde antiguo por
boca de sus santos profetas.
V. El Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo.
R. Según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.

SEGUNDA LECTURA
Del Tratado contra las herejías de San Ireneo, obispo (Lib. 5,19, 1; 20, 2; 21, 1: SC 153,
248-250. 260-264)
Eva y María

El Señor vino y se manifestó en una verdadera condición humana que lo sostenía,

21
siendo a su vez ésta su humanidad sostenida por él, y, mediante la obediencia
en el árbol de la cruz, llevó a cabo la expiación de la desobediencia cometida en
otro árbol, al mismo tiempo que liquidaba las consecuencias de aquella
seducción con la que había sido vilmente engañada la virgen Eva, ya destinada a
un hombre, gracias a la verdad que el ángel evangelizó a la Virgen María,
prometida también a un hombre.
Pues de la misma manera que Eva, seducida por las palabras del diablo, se
apartó de Dios, desobedeciendo su mandato, así María fue evangelizada por las
palabras del ángel, para llevar a Dios en su seno, gracias a la obediencia a su
palabra. Y si aquélla se dejó seducir para desobedecer a Dios, ésta se dejó
persuadir a obedecerle, con lo que la Virgen María se convirtió en abogada de la
virgen Eva.
Así, al recapitular todas las cosas, Cristo fue constituido cabeza, pues
declaró la guerra a nuestro enemigo, derrotó al que en un principio, por medio de
Adán, nos había hecho prisioneros, y quebrantó su cabeza, como encontramos
dicho por Dios a la serpiente en el Génesis: Establezco hostilidades entre ti y la
mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en
el talón.
Con estas palabras se proclama de antemano que aquel que había de nacer
de una doncella y ser semejante a Adán habría de quebrantar la cabeza de la
serpiente. Y esta descendencia es aquella misma de la que habla el Apóstol en su
carta a los Gálatas: La ley se añadió hasta que llegara el descendiente beneficiario
de la promesa.
Y lo expresa aún con más claridad en otro lugar de la misma carta, cuando
dice: Pero cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una
mujer. Pues el enemigo no hubiese sido derrotado con justicia si su vencedor no
hubiese sido un hombre nacido de mujer. Ya que por una mujer el enemigo
había dominado desde el principio al hombre, poniéndose en contra de él.
Por esta razón el mismo Señor se confiesa Hijo del hombre, y recapitula en
sí mismo a aquel hombre primordial del que se hizo aquella forma de mujer:
para que así como nuestra raza descendió a la muerte a causa de un hombre
vencido, ascendamos del mismo modo a la vida gracias a un hombre vencedor.

Responsorio Cf. Lc 1, 26. 27. 30. 31. 32


R. Fue enviado el ángel Gabriel a una virgen desposada con un hombre llamado
José, para anunciarle el mensaje; y se turbó la Virgen ante su resplandor. «No
temas, María, porque has hallado gracia a los ojos de Dios: * Concebirás y darás
a luz un hijo, el cual será llamado Hijo del Altísimo.»
V. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob
para siempre.
R. Concebirás y darás a luz un hijo, el cual será llamado Hijo del Altísimo.»

22
LUNES III

PRIMERA LECTURA
Del primer libro de las Crónicas 17, 1-15
Oráculo del profeta Natán

En aquellos días, una vez instalado en su casa, David dijo al profeta Natán:
«Mira yo vivo en una casa de cedro, mientras que el Arca de la alianza del
Señor está en una tienda».
Natán le respondió:
«Haz lo que te dicte el corazón, porque Dios está contigo».
Pero aquella noche Natán recibió esta palabra de Dios:
«Ve a decir a mi siervo David: ―Así dice el Señor: No serás tú quien me
construya la Casa para habitar. Desde el día en que liberé a Israel hasta el día de
hoy no he habitado en casa alguna, sino que he estado de tienda en tienda y de
santuario en santuario. Mientras iba de un lugar a otro con todo Israel, ¿acaso
dirigí la palabra a algún juez de Israel, a los que mandé gobernar a mi pueblo,
para decirle:
¿Por qué no me construís una casa de cedro?‖.
Pues bien, di a mi siervo David: ―Así dice el Señor del universo: Yo te tomé
del pastizal, de andar tras el rebaño, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. He
estado contigo dondequiera que hayas ido, he eliminado a todos tus enemigos
ante ti y voy a hacerte tan famoso como a los más famosos de la tierra.
Dispondré un lugar para mi pueblo Israel, lo plantaré para que viva en él; ya no
será perturbado, ni los malvados continuarán humillándolo, como antaño, como
en los días en que instituí jueces sobre mi pueblo, Israel, sino que humillaré a
todos tus enemigos.
Te anuncio además que el Señor te edificará una casa. Y cuando llegue el
momento de irte con tus antepasados, suscitaré a un descendiente, a uno de tus
hijos, y afianzaré su reino. Él me edificará un templo y yo consolidaré su trono
para siempre. Yo seré para él padre y él será para mí hijo; no le retiraré mi favor,
como se lo retiré a tu predecesor. Lo confirmaré para siempre en mi casa y en mi
reino, y su trono estará firme eternamente‖».
Natán comunicó a David toda esta visión y todas estas palabras.

Responsorio Cf. 1 Cro 17, 7-8. 11. 12; Sal 88, 5


R. Yo te he sacado del campo, de atrás del rebaño, para que seas caudillo de mi
pueblo Israel; he estado contigo en todas las empresas. * Consolidaré tu reino
para siempre.
V. Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades.
R. Consolidaré tu reino para siempre.

SEGUNDA LECTURA
Del Comentario sobre el profeta Miqueas de San Cirilo de Alejandría, obispo
(Num. 7, 72: PG 71, 774-775)
Los hombres de fe son los que reciben la bendición con Abrahán el fiel

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Realmente el misterio de Cristo nos colma de estupor, y la excelencia de
su bondad para con nosotros supera toda capacidad de admiración. Por eso, el
profeta Habacuc, estupefacto ante la economía de la encarnación, se expresa
con toda claridad: Señor, he oído tu fama, me ha impresionado tu obra. Pues el
Unigénito, igual por naturaleza a Dios Padre, de rico que era en cuanto Dios se
hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza, para salvar lo que estaba
perdido, consolidar lo débil, vendar las heridas, dar vida a lo muerto, purificar la
impureza y honrar con la adopción filial a los que eran siervos por naturaleza.
Que todos lo aclamen: ¿Quién como tú, oh Dios? Sí, es bueno hasta el punto de
no recordar las injurias y perdonar los pecados del resto de su heredad, bajo
cuyo nombre hay que incluir a los creyentes de Israel, ya que la gran mayoría fue
a la ruina más completa por negarse a creer.
Y no contuvo su ira como memorial. Fuimos arrojados en Adán, pero
recibidos en Cristo. Si por la transgresión de uno —dice— murieron todos, así
por la justicia de uno solo vivirán muchos. Cesó de airarse: Porque Dios es
misericordioso. En el momento de la conversión, esto es, de la encarnación o, lo
que es lo mismo, de la asunción de la naturaleza humana, arrojó simbólicamente
al mar los pecados de todos. Y como —dice— prometió a los santos padres
Abrahán y Jacob multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo, les
dará — dice— lo que les prometió. Serán llamados padres de muchas naciones,
esto es, no sólo de los descendientes de Israel según la carne, sino también de
aquellos que son llamados hijos según la promesa.
Estos son los que, procedentes de la incircuncisión o de la circuncisión
forman por la fe una sola unidad espiritual. Pues está escrito: No todos los
descendientes de Israel son pueblo de Israel; es lo engendrado en virtud de la
promesa lo que cuenta como descendencia. Los hombres de fe son los que
reciben la bendición con Abrahán el fiel. Y por bendición puede entenderse la
gracia de Cristo, por el cual y en el cual sea dada gloria a Dios Padre en unión del
Espíritu Santo por los siglos. Amén.

Responsorio Ga 3, 8-9; Gn 17, 4


R. La Escritura, previendo que Dios justificaría a los paganos por la fe, anunció
con antelación a Abraham: En él serán bendecidas todas las naciones * Por
consiguiente, los que viven de la fe son bendecidos con Abraham que creyó.
V. Dios dijo a Abraham: Heme aquí: mi alianza está contigo y tú serás padre de
una multitud de pueblos.
R. Por consiguiente, los que viven de la fe son bendecidos con Abraham que
creyó.

MARTES III
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Miqueas 4, 1-7
Las naciones suben al monte del Señor

Esto dice el Señor:


En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor; en la cumbre

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de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las
naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán:
«Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos
instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; pues de Sión saldrá la
ley, la palabra del Señor, de Jerusalén».
Juzgará entre muchas naciones, será árbitro de pueblos poderosos y
lejanos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la
espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.
Cada cual habitará bajo su parra y su higuera, sin sentirse molestado por nadie.
¡Lo ha dicho el Señor del universo!
Si todas las naciones van tras sus dioses, nosotros caminamos en el
nombre del Señor, nuestro Dios, por siempre jamás.
Aquel día —oráculo del Señor— juntaré a las ovejas cojas, reuniré a las
dispersas y a las que había afligido.
Haré de las cojas un resto, de las cansadas, un pueblo numeroso. El Señor
reinará sobre ellos en el monte Sión, desde ahora y para siempre.

Responsorio Mi 4, 2; Jn 4, 25
R. Irán pueblos numerosos diciendo: «Vamos a subir al monte del Señor, al
templo del Dios de Jacob. * Él nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus
sendas.»
V. Viene el Mesías, el Cristo; cuando venga, nos hará saber todas las cosas.
R. Él nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas.

SEGUNDA LECTURA
Del Comentario sobre el profeta Malaquías de San Cirilo de Alejandría, obispo
(Núm. 3, 32: PG 72, 330-331)
Vendrá el Señor y su doctrina superará a la ley

Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. Estas
palabras proféticas han sido muy oportunamente acomodadas al misterio de
Cristo. Dios Padre le hizo para nosotros Emmanuel: justicia, santificación y
redención, purificación de toda inmundicia, liberación del pecado, rechazo de la
deshonestidad, camino hacia un modo de vivir más santo y digno, puerta de
acceso a la vida eterna; por él fueron enderezadas todas las cosas, derrocado el
poder del diablo, reencontrada la justicia.
Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. Estas
palabras parecen anunciar al Bautista. Pues el mismo Cristo dijo en otro lugar: Él
es de quien está escrito: «Yo envío mi mensajero delante de mí para que prepare
el camino ante ti». Esto mismo lo confirma san Juan cuando interpelaba a los que
acudían a él para recibir el bautismo de conversión de esta manera: Yo os
bautizo con agua, pero detrás de mí viene uno, y yo no merezco agacharme para
desatarle las sandalias: él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el
mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Fíjate cómo Cristo vino de
improviso después de su Precursor: se mantuvo oculto a todos los judíos,
apareciendo entre ellos de un modo repentino e inesperado. Decimos que al

25
santo Bautista se le llama «ángel»: no por naturaleza, ya que Juan nació de una
mujer, hombre como nosotros, sino porque se le confió la misión de predicarnos
y anunciarnos a Cristo, misión típicamente angélica. Juan es «ángel» por su
oficio, no por su condición de ángel.
Se dice que entrará en el santuario, bien porque la Palabra se hizo carne y
en ella habitó como en un santuario, santuario que asumió del castísimo cuerpo
de la santísima Virgen; bien en cuanto hombre perfecto, alma y cuerpo, que
según la fe fue formado sin intermediario, por la divina providencia; o
sencillamente por santuario se entiende Jerusalén, como ciudad santa y
consagrada a Dios; o también la Iglesia de la que Jerusalén era tipo.
Por lo demás, su venida o presencia Cristo la promulgó mediante muchas y
estupendas obras: Proclamando el Evangelio del reino, curando las
enfermedades y dolencias del pueblo, como está escrito. Entrará, pues, el Señor
–dice– a quien vosotros buscáis, los que decís en vuestro apocamiento: ¿Dónde
está el Dios de la justicia?
Vendrá, pues, y su doctrina superará a la ley, a los símbolos y a las figuras.
Y será el mensajero de la alianza, otrora anunciado por boca de Dios Padre. En
cierto pasaje de los libros santos se le dice al doctor Moisés: Suscitaré un profeta
de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que
yo le mande.
Que Cristo es el mensajero del nuevo Testamento, lo atestigua Isaías de
esta manera hablando de él: Porque la bota que pisa con estrépito y la túnica
empapada en sangre serán combustible, pasto del fuego. Porque un niño nos ha
nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre:
maravilla de Consejero. Consejero indudablemente de Dios Padre.

Responsorio Is 31, 4. 5; 30, 29


R. El Señor nos enseñará sus caminos y podremos seguir sus senderos. * Pues
de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor.
V. Desde Sión, esplendor de belleza, Dios resplandece.
R. Pues de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor.

MIÉRCOLES III

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Miqueas 5, 1-8
El Mesías será la paz

Esto dice el Señor:


«Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha
de gobernar Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemoriales.
Por eso, los entregará hasta que dé a luz la que debe dar a luz, el resto de
sus hermanos volverá junto con los hijos de Israel.
Se mantendrá firme, pastoreará con la fuerza del Señor, con el dominio del
nombre del Señor, su Dios; se instalarán, ya que el Señor se hará grande hasta el
confín de la tierra.
Él mismo será la paz, y cuando Asiria invada nuestro país, cuando ande por

26
nuestros palacios, alzaremos contra él siete pastores, alzaremos ocho guerreros.
Pastorearán Asiria con la espada, la tierra de Nimrod con el puñal; nos salvará de
Asiria, que invadió nuestro país, que atravesó nuestras fronteras.
El resto de Jacob estará en medio de naciones numerosas, como rocío que
viene del Señor, como chubasco sobre el césped, que nada espera de los
hombres, ni cuenta con ellos para nada.
El resto de Jacob estará en medio de naciones numerosas, como león
entre fieras salvajes, como cachorro de león entre ovejas, que pasa, pisa y
desgarra sin que puedan quitarle la presa.»
Responsorio Cf. Mi 5, 2. 4. 5; Za 9, 10
R. Belén, ciudad del Dios altísimo, de ti saldrá el jefe de Israel, cuyo origen es
antiguo, de tiempo inmemorial; se mostrará grande hasta los confines de la
tierra. * Y él será nuestra paz.
V. Dictará la paz a las naciones y su dominio llegará de un mar a otro mar.
R. Y él será nuestra paz.

SEGUNDA LECTURA
De los tratados sobre los salmos de San Hilario, obispo (Salmo 60, 5-6: CSEL 22, 205-207)
Cuando entregare el reino a Dios Padre, Cristo reinará con los que son reyes

Me darás la heredad de los que veneran tu nombre. Añade días a los días
del rey, que sus años alcancen varias generaciones; que reine siempre en
presencia de Dios.
La heredad del santo es esta: la vida, la incorrupción, el reino y la coeterna
comunión con Dios. Esta heredad no sólo se promete a Israel, sino a los que
veneran el nombre de Dios.
Son eternos los días del rey: bien porque los santos, al no ser siervos del
pecado, poseen la dignidad real según aquello del Apóstol: Ya habéis conseguido
el reino sin nosotros. ¿Qué más quisiera yo? Así reinaríamos juntos; bien porque,
en el presente texto, el mismo profeta es rey o bien porque el que se sienta a la
derecha del Padre en el reino eterno debe reinar hasta hacer de sus enemigos
estrado de sus pies. Y no es que hasta entonces él no fuese rey, sino que cuando
entregare el reino a Dios Padre, Cristo reinará con los que son reyes.
Todo esto me parece que explique cómo a los días del rey puedan
añadirse más días, por varias generaciones, mientras él reina para siempre en
presencia de Dios. De hecho, el tiempo que él debe reinar hasta hacer de sus
enemigos estrado de sus pies, abarca de una a otra generación, porque la
generación de entre los muertos sigue a esta generación del nacimiento
espiritual; pero el salmo predice además la eternidad del rey, que reina para
siempre en presencia de Dios. Pues Cristo es el primogénito de entre los
muertos.
De esta nueva generación habla el Señor a los apóstoles con estas
palabras: Creedme, cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en
el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis
en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Así pues, Cristo nos
muestra el tiempo de esta generación, y hasta que ésta no llegue, siempre cabe

27
la posibilidad de añadir a los días del rey días y años. Él, por lo demás,
permanecerá en presencia de Dios como rey eterno, una vez que haya elevado a
los redimidos a la categoría de reyes del cielo y coherederos de la eternidad, y
los haya entregado como reino a Dios Padre.
En este nuevo estado, hechos copartícipes, concorpóreos y conformes con
él, libres ya del dominio de la corrupción y de la muerte, y enriquecidos con la
plenitud de Dios, añade el espíritu del profeta: ¿Quién de entre ellos irá en busca
de tu gracia y tu lealtad? Estas generaciones no carecerán ya de su gracia y de su
lealtad, pues en él han sido regeneradas de entre los muertos para la vida y
permanecieron en la esperanza de la gloria de Dios; entonces, entregadas por él
como reino a Dios Padre, serán recibidas como reyes, totalmente perfectos en la
gracia y la lealtad de Cristo, dichosos por haber sido por él redimidos para la vida
y admitidos al encuentro con el Padre. Después de lo cual, no se pedirá más a
Dios la gracia y la lealtad, enriquecidos como están de la plenitud de Dios.

Responsorio Is 30, 18; Hb 9, 28


R. El Señor espera para haceros gracia; por eso se levantará para teneros
compasión, porque el Señor es un Dios justo; * dichosos los que esperan en él.
V. Se aparecerá a los que lo esperan para su salvación.
R. Dichosos los que esperan en él.

JUEVES III

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Miqueas 7, 7-13
La ciudad de Dios espera la salvación

Yo aguardaré al Señor, esperaré en el Dios que me salva. Mi Dios me


escuchará.
No te alegres por mi causa, enemiga mía, pues si caí me levantaré; si vivo
en tinieblas, el Señor es mi luz.
Cargaré con la cólera del Señor, pues pequé contra él, hasta que se vea mi
causa y se proclame mi sentencia; me hará salir a la luz y veré su justicia.
Cuando lo vea mi enemiga se cubrirá de vergüenza, esa que me decía:
«¿Dónde está el Señor, tu Dios?». Mis ojos llegarán a verla convertida en lugar
pisoteado, como barro de la calle.
Llega el día de reconstruir tus muros, el día de ensanchar las fronteras; día
en que lleguen a ti desde Asiria hasta Egipto, desde Egipto hasta el Éufrates, de
mar a mar, de montaña a montaña.
Todo el país y sus habitantes se convertirán en una desolación, por el fruto
de sus acciones.

Responsorio Cf. Mi 7, 7; Gn 49, 18


R. Yo miro atento al Señor, * espero en Dios, mi salvador.
V. Espero tu salvación, Señor.
R. Espero en Dios, mi salvador.

28
SEGUNDA LECTURA
Del Comentario sobre el salmo 118 de San Ambrosio, obispo (Sermón 11, 4-6: CSEL
62, 234-236)
Cristo es el camino para los que buscan a Dios

El que es santo y teme al Señor no acierta a desear sino la salvación de


Dios, que es Cristo Jesús. Le ama, le desea, a él tiende con todas sus fuerzas,
fomenta su recuerdo, a él se abre, con él se expansiona, y sólo teme una cosa:
perderle. Por eso, cuanto mayor es el deseo del alma ganosa de unirse a su
Salvador, tanto más le consume la espera. Y esta consunción, es verdad, produce
una disminución de fragilidad, pero opera al mismo tiempo una asunción de la
virtud. Por lo cual, el justo después de haber dicho: Mi alma está sedienta de ti,
añadió: Mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene.
Quien tiene sed, desea estar siempre junto a la fuente y parece no tener
otro anhelo y otro deseo que el del agua, cuyo simple contacto le sacia.
Cuando tu diestra sostiene mi alma y le comunica algo de su fortaleza, la
hace ser lo que no era, hasta el punto de poder decir: Vivo yo, pero no soy yo, es
Cristo quien vive en mí.
Un ejemplo te demostrará que este desfallecimiento es producido por la
gran intensidad del deseo: Mi alma –dice– se consume y anhela los atrios del
Señor. Cómo se consume el alma ansiando la salvación de Dios, nos lo enseña
Jeremías: La palabra del Señor era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en
los huesos; intentaba contenerlo, y no podía. Inflamado de este mismo deseo,
dice David: Me consumo ansiando tu salvación, y espero en tu palabra.
Esperó en la palabra, anunciada como próxima a venir, y que puede
identificarse con la Palabra de Dios. O bien esperó en la palabra el que dio fe a la
palabra celestial que anunciaba la venida de nuestro Señor Jesucristo o
proclamaba su gloria. Así que, el profeta reflexionando en lo que había leído y
reconociendo que, mientras permanecía en el cuerpo y como ligado a esta vida
por los vínculos del deseo, estaba alejado de la salvación de Dios, anhelaba,
deseaba, se consumía y se deshacía en afectos por ver si lograba ser posesión de
Aquel por quien suspiraba, como él mismo dice: Desahogo ante él mis afanes. Se
consume su espíritu, mejor, se consume el espíritu de todo aquel que se niega a
sí mismo para unirse a Cristo.
En efecto, Cristo es el camino para los que buscan al Señor. Deseemos
también nosotros con ardor aquella eterna salvación de Dios; no amemos el
dinero que es el amor de los avaros. Elévese, pues, nuestra alma desconfiando
de sus propias fuerzas y adhiriéndose a la salvación de Dios, que es Cristo, el
Señor Jesús. Él es la salvación, la verdad, la fortaleza y la sabiduría. Quien
desconfía de sí mismo para adherirse a la Fuerza, pierde lo que le es propio para
recibir lo que es eterno.

Responsorio Lm 3, 40-41; Is 55, 6


R. Examinemos nuestra conducta, escudriñémosla, volvamos al Señor. *
Levantemos en nuestras manos nuestro corazón hacia el Dios del cielo.
V. Buscad al Señor mientras se deja encontrar, llamadle mientras está cercano.
R. Levantemos en nuestras manos nuestro corazón hacia el Dios del cielo.

29
VIERNES III

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Miqueas 7, 14-20
La salvación consiste en el perdón de las culpas

Pastorea a tu pueblo con tu cayado, al rebaño de tu heredad, que anda solo


en la espesura, en medio del bosque; que se apaciente como antes en Basán y
Galaad.
Como cuando saliste de Egipto, les haré ver prodigios.
Los pueblos lo verán y se avergonzarán, a pesar de todo su poder; se
quedarán mudos y sordos; morderán el polvo como la serpiente que se arrastra
por la tierra; saldrán temblando de sus fortalezas hacia el Señor, nuestro Dios; se
asustarán y te temerán.
¿Qué Dios hay como tú, capaz de perdonar el pecado, de pasar por alto la
falta del resto de tu heredad? No conserva para siempre su cólera, pues le gusta
la misericordia.
Volverá a compadecerse de nosotros, destrozará nuestras culpas, arrojará
nuestros pecados a lo hondo del mar.
Concederás a Jacob tu fidelidad y a Abrahán tu bondad, como antaño
prometiste a nuestros padres.

Responsorio Mi 7, 19; Hch 10, 43


R. Nuestro Dios volverá a compadecerse, * extinguirá nuestras culpas y arrojará al
fondo del mar todos nuestros delitos.
V. Todos los profetas aseguran que cuantos tengan fe en él recibirán por su
nombre el perdón de los pecados.
R. Extinguirá nuestras culpas y arrojará al fondo del mar todos nuestros delitos.

SEGUNDA LECTURA
Del Sermón sobre la encarnación del Verbo de San Atanasio de Alejandría,
obispo (Núm. 8-9: PG 25, 110-111)
El Verbo de Dios vino por su benignidad hacia nosotros

Como Cristo es el Verbo del Padre y es infinitamente superior a todos, sólo


él podía renovar todas las cosas; sólo él fue capaz de expiar por todos y por
todos interceder ante el Padre.
Con esta misión vino al mundo el Verbo de Dios, incorpóreo, incorruptible
e inmaterial, aunque tampoco antes se hallaba lejos, pues nunca parte alguna del
universo se hallaba vacía de él, sino que lo llenaba todo en todas partes, ya que
estaba junto a su Padre.
Pero él vino por su benignidad hacia nosotros, y en cuanto se nos hizo visible.
Viendo efectivamente que el género humano caminaba a la ruina, dominado por
la muerte a causa de la corrupción; considerando que las amenazas de Dios y el
castigo infligido por la culpa no conseguían sino corroborar nuestra corrupción y
que era absurdo abrogar la ley antes de que se cumpliera; considerando además

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que no parecía conveniente destruir su propia creación; viendo finalmente que
todos los hombres eran reos de muerte, tuvo piedad de nuestra raza y de nuestra
debilidad y, compadecido de nuestra corrupción, no soportó que la muerte nos
dominase, para que no pereciese lo que había sido creado, con lo que hubiese
resultado inútil la obra de su Padre al crear al hombre, y por esto tomó para sí un
cuerpo como el nuestro, ya que no se contentó con habitar en un cuerpo ni
tampoco en hacerse simplemente visible. En efecto, si tan sólo hubiese
pretendido hacerse visible, hubiera podido ciertamente asumir un cuerpo más
excelente; pero él tomó nuestro mismo cuerpo, y no de cualquier manera, sino
que asumió un cuerpo puro, no mancillado por concurso de varón, formado en
las entrañas de una Virgen inviolada, intacta y desconocedora de varón.
Poderoso como es y creador de todas las cosas, se construyó en el seno de
la Virgen un templo, es decir, su cuerpo, y lo hizo su propio instrumento, en el
que había de darse a conocer y habitar; de este modo, habiendo tomado un
cuerpo semejante al de cualquiera de nosotros, ya que todos estaban sujetos a la
corrupción y a la muerte, lo entregó a la muerte por todos, ofreciéndolo al Padre
con un amor sin límites; con ello, al morir en su persona todos los hombres,
quedó sin vigor la ley de la corrupción que afectaba a todos, ya que agotó toda
la eficacia de la muerte en el cuerpo del Señor, y así ya no le quedó fuerza
alguna para ensañarse con los demás hombres, semejantes a él; con ello,
también hizo de nuevo incorruptibles a los hombres que habían caído en la
corrupción, y los llamó de muerte a vida, consumiendo totalmente en ellos la
muerte, con el cuerpo que había asumido y con el poder de su resurrección, del
mismo modo que la paja es consumida por el fuego.
Y sabiendo el Verbo que la corrupción de los hombres no podía ser sanada
sino con su muerte, y no pudiendo morir como Verbo por ser inmortal e Hijo del
Padre, por esta razón asumió un cuerpo mortal: para que este cuerpo, unido al
Verbo que está por encima de todo, satisficiera por todos la deuda contraída con
la muerte; para que, por el hecho de habitar el Verbo en él, no sucumbiera a la
corrupción; y, finalmente, para que, en adelante, por el poder de la resurrección,
se vieran ya todos libres de la corrupción.
De ahí que el cuerpo que él había tomado, al entregarlo a la muerte como
una hostia y víctima limpia de toda mancha, alejó al momento la muerte de
todos los hombres, a los que él se había asemejado, ya que se ofreció en lugar
de ellos. De este modo, el Verbo de Dios, superior a todo lo que existe,
ofreciendo en sacrificio su cuerpo, templo e instrumento de su divinidad, pagó
con su muerte la deuda que habíamos contraído, y, así, el Hijo de Dios, inmune a
la corrupción, por la promesa de la resurrección, hizo partícipes de esta misma
incorrupción a todos los hombres, con los que se había hecho una misma cosa
por su cuerpo semejante al de ellos.

Responsorio Flp 2, 6-7; 1Jn 4, 10


R. Cristo, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. *
Se anonadó a s mismo, tomando la condición de siervo.
V. Dios nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.
R. Se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo.

31
ADVIENTO: DEL 17 AL 24 DE DICIEMBRE
17 DE DICIEMBRE
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 40, 1-11
Consuelo para el corazón de Jerusalén

«Consolad, consolad a mi pueblo —dice vuestro Dios—; hablad al corazón


de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen,
pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados».
Una voz grita:
«En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una
calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se
abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria
del Señor, y la verán todos juntos —ha hablado la boca del Señor —».
Dice una voz:
«Grita». Respondo:
«¿Qué debo gritar?». «Toda carne es hierba y su belleza como flor
campestre: se agosta la hierba, se marchita la flor, cuando el aliento del Señor
sopla sobre ellos; sí, la hierba es el pueblo; se agosta la hierba, se marchita la
flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre».
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de
Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá:
«Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder y con su
brazo manda. Mirad, viene con él su salario y su recompensa lo precede. Como
un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva
sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían».

Responsorio Is 40, 2; Za 1, 16. 17


R. Hablad al corazón de Jerusalén, y gritadle que * se ha cumplido su servicio, y
está pagado su crimen.
V. Me vuelvo con misericordia a Jerusalén; el Señor consolará otra vez a Sión y
elegirá de nuevo a Jerusalén.
R. Se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen.
SEGUNDA LECTURA
Del Comentario sobre el profeta Isaías de San Cirilo de Alejandría, obispo (Lib. 4,
or. 2: PG 70, 955-958)
Dios Padre lo ha hecho para nosotros misericordia y justicia

Ya antes hablamos largamente de Ciro, rey de medos y persas, que devastó


la región de Babilonia y la arrasó por la fuerza, mitigó la esclavitud que en ella
sufría Israel y aflojó las cadenas de su cautividad, reconstruyó el templo de
Jerusalén, y fue incitado contra los caldeos por el mismo Dios, que le abrió las
puertas de bronce y quebró los cerrojos de hierro.
Pero en dicha narración se trataba de un hecho particular, ya que
únicamente los israelitas debían ser colocados en condiciones de tranquilidad y

32
liberados de la angustia de la cautividad.
Inmediatamente después, todo el interés de la narración se centra en el
Emmanuel, enviado por Dios Padre para anunciar a los cautivos la libertad, y a los
ciegos la vista; para liberar del mal a los que se hallaban inevitablemente
encadenados por sus pecados; para atraer nuevamente a sí a todos los
moradores de la tierra, rescatados ya de la tiranía del diablo, y conducirlos de
esta forma, por su mediación, a Dios Padre.
De este modo, se convirtió en el mediador entre Dios y los hombres, y por él
somos reconciliados con el Padre en un solo espíritu, porque —como dice la
Escritura— él es nuestra paz. Él restauró el lugar sagrado, esto es, su templo, que
es la Iglesia. Pues él se la colocó ante sí como una virgen pura, sin mancha ni
arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Por lo cual, nos es dado ver en
Ciro y en sus gestas una maravillosa figura de los divinos y admirables beneficios
concedidos por Dios a todos los habitantes de la tierra. Y este es el fin por el que
estas gestas fueron recordadas.
Alégrese, pues, el cielo superior, esto es, los que viven en la ciudad del
más-allá, afincados en una morada ilustre y admirable: los ángeles y los
arcángeles. Decimos que fue motivo de alegría para los espíritus celestiales la
conversión a Dios, por medio de Cristo, Salvador de todos nosotros, de los
extraviados habitantes de la tierra, la recuperación de la vista por los ciegos, en
una palabra, la salvación de lo que estaba perdido. Si se alegran ya por un solo
pecador que hace penitencia, ¿cómo dudar de que exulten de gozo al
contemplar salvado a todo el mundo? Por eso dice: Cielos, destilad el rocío;
nubes, derramad la victoria.
Entendemos por misericordia la caridad — que es el cumplimiento de la
ley—, acompañada de la justicia evangélica, cuyo dispensador y doctor es, para
nosotros, Cristo. Puede afirmarse también que la misericordia y la justicia, que
nace y brota de la tierra, son nuestro Señor Jesucristo en persona, pues Dios
Padre lo ha hecho para nosotros misericordia y justicia, si es que realmente
hemos obtenido en él misericordia y, justificados con el perdón de las culpas
pasadas, hemos recibido de él la justicia, que puede hacernos herederos de
todos los bienes, y es el camino de nuestra salvación.
Y si a la tierra se le manda germinar la justicia, que nadie se ofenda,
teniendo en cuenta que el salmista dice también de Dios Padre y del mismo
Emmanuel: Obró la justicia en medio de la tierra. Cristo, en efecto, no se trajo
nuestra carne de lo alto de los cielos, sino que, según la carne, nació de una
mujer, una de las que están en la tierra. Así pues, cuando se dice que Cristo es
fruto y germen de la tierra, debes entender —como acabo de decir— que nació
según la carne de una mujer especialmente elegida para este ministerio, aun
cuando era una más de las criaturas de la tierra.

Responsorio Sal 95, 11; Is 49, 13; Sal 71, 7


R. Alégrense los cielos, exulte la tierra, prorrumpan los montes en gritos de
alegría, * pues el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha
compadecido.
V. En sus días florecerá la justicia, y la paz abundará.
R. Pues el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido.

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18 DE DICIEMBRE
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 40, 12-18. 21-31
Grandeza del Señor

¿Quién ha medido el mar con el cuenco de sus manos y mensurado a


palmos el cielo, o con una medida el polvo de la tierra? ¿Quién ha pesado en la
báscula los montes y en la balanza las colinas?
¿Quién ha medido el espíritu del Señor? ¿Qué consejero lo ha instruido?
¿Con quién se aconsejó para comprender, para que lo instruyera en el camino
del derecho, le enseñara el saber y le diera a conocer la prudencia?
Mirad, las naciones son gotas en un cubo; pesan lo que el polvo en la
balanza. Mirad, las islas pesan lo que un grano. El Líbano no basta para leña, ni
sus fieras para el holocausto. Las naciones son como nada en su presencia. Ante
él son valoradas como nada y confusión.
¿Con quién podréis comparar a Dios y qué imagen pondréis en su lugar?
¿No lo sabéis? ¿No lo habéis oído? ¿No os lo anunciaron desde el principio? ¿No
habéis percibido quién fundó la tierra?
Es él, que tiene su trono sobre el círculo de la tierra, cuyos habitantes son
como saltamontes. Es él, que extiende el cielo como un toldo, como tienda
habitable lo despliega. Es él, que reduce a nada a los que mandan, y declara
inhábiles a los jueces del país. Apenas plantados, apenas sembrados, apenas
arraigan sus brotes en tierra, sopla sobre ellos y se agostan, el vendaval se los
lleva como paja.
«¿Con quién podréis compararme, quién es semejante a mí?», dice el
Santo. Alzad los ojos a lo alto y mirad: ¿quién creó todo esto? Es él, que
despliega su ejército al completo y a cada uno convoca por su nombre. Ante su
grandioso poder, y su robusta fuerza, ninguno falta a su llamada.
¿Por qué andas diciendo, Jacob, y por qué murmuras, Israel: «Al Señor no
le importa mi destino, mi Dios pasa por alto mis derechos?».
¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído? El Señor es un Dios eterno que
ha creado los confines de la tierra. No se cansa, no se fatiga, es insondable su
inteligencia.
Fortalece a quien está cansado, acrecienta el vigor del exhausto. Se cansan
los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan
en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se
fatigan, caminan y no se cansan.

Responsorio Rom 11, 34-35; Is 40, 14


R. ¿Quién ha conocido jamás la mente del Señor?
¿Quién ha sido su consejero? * ¿Quién le ha dado primero, para que él le
devuelva?
V. ¿Con quién se aconsejó para entenderlo, para que le enseñara el camino
exacto?
R. ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva?

34
SEGUNDA LECTURA
Del Comentario sobre el profeta Isaías San Cirilo de Alejandría, obispo (Lib 3, t. 4:
PG 70, 806-807)
Mirad: viene con su salario, y su recompensa lo precede

Mirad, el Señor Dios llega con poder y su brazo manda. Con estas palabras
muestra a quienes se les ha confiado el ministerio de la divina y salutífera
predicación, es decir, a los santos apóstoles y evangelistas e incluso —para
decirlo de una vez por todas— a quienes en el correr de los tiempos iban a ser
puestos al frente de la grey racional y se confiaría la celebración de los divinos
misterios, cómo podrían llegar los amigos de Dios a adquirir celebridad y a
cubrirse de gloria.
No conviene —viene a decir el texto- que los predicadores del evangelio, al
anunciar a todos y en todas partes la gloria y la salvación de Dios, lo hagan
tímidamente y como en voz baja, como si buscaran pasar desapercibidos, sino
como situados en un lugar eminente, y más visibles que los demás, convencidos
de su sin igual libertad y libres de todo miedo. Alza, pues, la voz, no temas, dice
el profeta. Di a las ciudades de Judá: Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su
brazo manda.
Al decir mira, no permite que la esperanza de su venida se proyecte sobre
un futuro lejano; demuestra más bien que el Redentor vendrá pronto, en breve:
mejor, que está ya ahí, a las puertas. Pues parece como invitarles a extender el
brazo y señalar con el dedo al que anuncian. Y que no ha de venir como uno de
los santos profetas ni como un orante cualquiera sino con la autoridad del Señor
y con el poder y dominio propios de un Dios, lo indica claramente al decir: Llega
con poder, y su brazo manda.
Y que este misterio de la divina economía no iba a ser infructuoso para el
que por nosotros se hizo nuestro, soportó la cruz y murió en ella, lo demuestra
diciendo: Mirad, viene con su salario, y su recompensa lo precede. Y señala cuál
va a ser el premio, fruto de su muerte según la carne. Dice en efecto: Os aseguro,
que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere,
da mucho fruto. Así que no carece de premio ni es infructuosa esta economía.
Además, sus rebaños le siguieron y se apacentaron ante sus ojos; y ante sus
ojos y con el poder de su brazo, reunió a los corderos. Los creyentes en él, cual
ovejas acabadas de engendrar y recientemente nacidas, han sido introducidos en la
nueva vida, es decir, han conseguido de lo alto la regeneración por mediación del
Espíritu. Por consiguiente, lo primero que apetecen es la leche auténtica y son
alimentados como los niños; pero después van creciendo hasta conseguir la
medida de Cristo en su plenitud. Los corderos son alimentados y algunas madres o
preñadas reciben los cuidados oportunos. Bajo la imagen de los corderos recién
nacidos podemos ver, y con razón, representados a los paganos convertidos.

Responsorio Ap 22, 12. 6


R. Mira, vengo pronto y traigo mi recompensa conmigo, dice el Señor, * para dar
a cada uno según sus obras.
V. Estas palabras son ciertas y verdaderas. Vengo pronto.
R. Para dar a cada uno según sus obras.

35
19 DE DICIEMBRE

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 41, 8-20
Promesa de un nuevo éxodo

Y tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi escogido; estirpe de Abrahán, mi amigo, a


quien escogí de los extremos de la tierra, a quien llamé desde sus confines,
diciendo: «Tú eres mi siervo, te he elegido y no te he rechazado», no temas,
porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortalezco, te
auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa.
Se avergonzarán humillados los que se enfurecían contra ti; serán
aniquilados y perecerán los que pleiteaban contra ti. Buscarás a tus adversarios, y
no podrás encontrarlos: serán aniquilados, como nada, los que te combaten.
Porque yo, el Señor, tu Dios, te tomo por tu diestra y te digo: «No temas, yo
mismo te auxilio».
No temas, gusanillo de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio —
oráculo del Señor—, tu libertador es el Santo de Israel.
Mira, te convierto en trillo nuevo, aguzado, de doble filo: trillarás los
montes hasta molerlos; reducirás a paja las colinas; los aventarás y el viento se
los llevará, el vendaval los dispersará. Pero tú te alegrarás en el Señor, te gloriarás
en el Santo de Israel.
Los pobres y los indigentes buscan agua, y no la encuentran; su lengua está
reseca por la sed. Yo, el Señor, les responderé; yo, el Dios de Israel, no los
abandonaré. Haré brotar ríos en cumbres desoladas, en medio de los valles,
manantiales; transformaré el desierto en marisma y el yermo en fuentes de agua.
Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos y olivares; plantaré en la estepa
cipreses, junto con olmos y alerces, para que vean y sepan, reflexionen y
aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel
lo ha creado.

Responsorio Is 42, 1; Dt 18, 15


R. Mirad a mi siervo, en quien tengo mis complacencias; * en él he puesto mi
espíritu, para que haga brillar la justicia de las naciones.
V. El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta de en medio de ti, de entre tus
hermanos.
R. En él he puesto mi espíritu, para que haga brillar la justicia de las naciones.

SEGUNDA LECTURA
De los sermones de San Máximo de Turín, obispo (Sermón 61a, 1-3: CCL 23, 249. 250-
251)
La Navidad del Señor está cerca

Hermanos, aunque yo callara, el tiempo nos advierte que la Navidad de


Cristo, el Señor, está cerca, pues la misma brevedad de los días se adelanta a mi

36
predicación. El mundo con sus mismas angustias nos está indicando la
inminencia de algo que lo mejorará, y desea, con impaciente espera, que el
resplandor de un sol más espléndido ilumine sus tinieblas.
Pues mientras este sol, y teniendo en cuenta la brevedad de las horas,
teme que su curso se esté acabando, indica que abriga cierta esperanza de que
su ciclo anual sufra una transformación. Esta expectación de la criatura nos
persuade también a nosotros a esperar que el nacimiento de Cristo, nuevo sol,
ilumine las tinieblas de nuestros pecados; a desear que el sol de justicia disipe,
con la fuerza de su nacimiento, la densa niebla de nuestras culpas; a pedir que
no consienta que el curso de nuestra vida se cierre con una trágica brevedad,
sino más bien se prolongue gracias a su poder.
Así pues, ya que hemos llegado a conocer la Navidad del Señor incluso por
las indicaciones que el mundo nos ofrece, hagamos también nosotros lo que
acostumbra a hacer el mundo: como en ese día el mundo empieza a incrementar
la duración de su luz, también nosotros ensanchemos las lindes de nuestra
justicia; y al igual que la claridad de ese día es común a ricos y pobres, sea
también una nuestra liberalidad para con los indigentes y peregrinos; y del
mismo modo que el mundo comienza en esa fecha a disminuir la oscuridad de
sus noches, amputemos nosotros las tinieblas de nuestra avaricia.
Estando, hermanos, a punto de celebrar la Navidad del Señor, vistámonos
con puras y nítidas vestiduras. Hablo de las vestiduras del alma, no del cuerpo.
Adornémonos no con vestidos de seda, sino con obras preciosas. Los vestidos
suntuosos pueden cubrir los miembros, pero son incapaces de adornar la
conciencia, si bien es cierto que ir impecablemente vestido mientras se procede
con sentimientos corrompidos es vergüenza mucho más odiosa.
Por tanto, adornemos antes el afecto del hombre interior, para que el
vestido del hombre exterior esté igualmente adornado; limpiemos las manchas
espirituales, para que nuestros vestidos sean resplandecientes. De nada sirve ir
espléndidamente vestidos si la infamia mancilla el alma. Cuando la conciencia
está en tinieblas, el cuerpo entero estará a oscuras. Tenemos un poderoso
detergente para limpiar las manchas de la conciencia. Está escrito en efecto: Dad
limosna y lo tendréis todo limpio. Buen mandato éste de la limosna: trabajan las
manos y queda limpio el corazón.
Responsorio Cf. Lc 19, 10; Sal 79, 20
R. Ahora vendrá nuestra salvación, el Redentor anunciado por Gabriel y
concebido por María; * el Señor viene a liberar el hombre perdido, que él
mismo había plasmado.
V. Señor, Dios de los ejércitos, restáuranos, haz brillar tu rostro y seremos salvos.
R. El Señor viene a liberar el hombre perdido, que él mismo había plasmado.

20 DE DICIEMBRE
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 41, 21-29
El Señor, único Dios, es quien anuncia al libertador Ciro

Presentad vuestro pleito, dice el Señor; aducid vuestras pruebas, dice el

37
rey de Jacob. Que se acerquen y nos anuncien lo que va a suceder.
Decidnos cuáles fueron las cosas primeras y prestaremos atención. O bien,
anunciadnos lo que va a suceder y sabremos el desenlace.
Manifestad lo que vendrá después, y sabremos que sois dioses. Haced al
menos algo, bueno o malo, para que nos sorprendamos y lo veamos juntos. En
fin, vosotros sois nada, y nada son vuestras obras. Elegiros es abominable.
Yo lo he suscitado desde el Norte, y él viene, desde Oriente, y él me invoca
por mi nombre, pisotea a los gobernantes como barro, como apisona la arcilla el
alfarero. ¿Quién lo anunció desde el comienzo para que lo supiéramos, y de
antemano, para que dijéramos: «Es así»? Pero no: ninguno anuncia, ninguno
proclama y ninguno escucha vuestras palabras.
Yo fui el primero en anunciarlo en Sión:
«Mirad, helo aquí», y envié un heraldo a Jerusalén. Miré en torno, pero no
había nadie, nadie a quien pedir consejo y que pudiera responder. Todos ellos
no son nada, vacías son sus obras, viento y caos sus estatuas.

Responsorio Dt 18, 18; Lc 20, 13; Jn 6, 14


R. Les suscitaré un profeta y pondré mis palabras en su boca; * y les dirá todo lo
que yo le mande.
V. Enviaré a mi amado Hijo; éste es ciertamente el profeta que ha de venir al
mundo.
R. Y les dirá todo lo que yo le mande.

SEGUNDA LECTURA
Del Comentario sobre el profeta Isaías de San Cirilo de Alejandría, obispo
(Lib. 4, or. 4: PG 70, 1035-1038)
El profeta inspirado vaticinó al Dios-con-nosotros

Está escrito: Mirad: la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá
por nombre Emmanuel. El ángel Gabriel, al revelar a la santa Virgen Madre de
Dios el misterio, le dice: No temas, María, porque has encontrado gracia ante
Dios.
Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre
Jesús. Él salvará a su pueblo de los pecados.
¿Se contradijeron aquí, acaso, el santo ángel y el profeta? En absoluto.
Pues el profeta de Dios, hablando en espíritu del misterio, vaticinó al Dios- con-
nosotros, dándole un nombre en sintonía con la naturaleza y la economía de la
encarnación, mientras que el santo ángel le impuso un nombre de acuerdo con la
misión y su eficacia propia: salvará a su pueblo. Por eso le llamó salvador.
Efectivamente: cuando por nosotros se sometió a esta generación según la carne,
una multitud de ángeles anunció este fausto y feliz parto a los pastores,
diciendo: No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo:
hoy en la ciudad de David, os ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor. Es
llamado Emmanuel porque se hizo por naturaleza Dios-con- nosotros, es decir,
hombre; y Jesús, porque debía salvar al mundo, él, Dios mismo hecho hombre.
Así que cuando salió del vientre de su madre —pues de ella nació según la
carne—, entonces se pronunció su nombre. Sería inexacto llamar a Cristo el Dios

38
Verbo antes de su nacimiento que tuvo lugar — repito— según la carne. ¿Cómo
llamarle Cristo si todavía no había sido ungido?
Cuando nació hombre del vientre de su madre, entonces recibió una
denominación adecuada a su nacimiento en la carne. Dice que Dios hizo de su
boca una espada afilada. También esto es verdad. Pues de él está escrito, o
mejor, dice el mismo profeta Isaías: La justicia será cinturón de sus lomos, y la
lealtad, cinturón de sus caderas.
Herirá al violento con la vara de su boca. La predicación divina y celestial,
es decir, evangélica, anunciada por Cristo, era una espada aguda y sobremanera
penetrante, blandida contra la tiranía del diablo, que eliminaba a los poderes que
dominan este mundo de tinieblas y a las fuerzas del mal.
De hecho, disipó las tinieblas del error, irradió sobre los corazones de
todos el verdadero conocimiento de Dios, indujo al orbe entero a una santa
transformación de vida, convirtió a todos los hombres en entusiastas de las
instituciones santas, destruyó y erradicó del mundo el pecado: justificando al
impío por la fe, colmando del Espíritu Santo a quienes se acercan a él y
haciéndoles hijos de Dios, comunicándoles un ánimo esforzado y valiente para la
lucha, poniendo en sus manos la espada del espíritu, es decir, la palabra de Dios,
para que, resistiendo a los que antes eran superiores a ellos, corran sin tropiezo a
la consecución del premio al que Dios llama desde arriba.
Que esta disciplina e iniciación a los divinos misterios aportada por Cristo
haya derrocado en los habitantes de la tierra el poder tiránico del demonio, lo
afirma claramente el profeta Isaías cuando dice: Aquel día, castigará el Señor con
su espada, grande, templada, robusta, al Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al
Dragón.

Responsorio Is 7, 14; 9, 5. 6; Cf. Lc 1, 32-33


R. Mirad, la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, dice el Señor; * y será llamado
Consejero maravilloso, Dios fuerte.
V. Se sentará sobre el trono de David y reinará para siempre.
R. Y será llamado Consejero maravilloso, Dios fuerte.

21 DE DICIEMBRE

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 42, 10-25
Himno al Dios salvador, ceguera de Israel

Cantad al Señor un cántico nuevo, llegue su alabanza hasta el confín de la


tierra; muja el mar y lo que contiene, las costas y sus habitantes; alégrese el
desierto con sus tiendas, los cercados que habita Cadar; exulten los habitantes
de Petra, clamen desde la cumbre de las montañas; den gloria al Señor, anuncien
su alabanza en las costas.
El Señor sale como un héroe, excita su ardor como un guerrero, lanza el
alarido, mostrándose valiente frente al enemigo.
«Desde antiguo guardé silencio, me callaba, aguantaba; como parturienta, grito,

39
jadeo y resuello. Agostaré montes y collados, secaré toda su hierba, convertiré
los ríos en yermo, desecaré los estanques; conduciré a los ciegos por el camino
que no conocen, los guiaré por senderos que ignoran; ante ellos convertiré la
tiniebla en luz, lo escabroso en llano. Esto es lo que haré y no los abandonaré.
Retrocederán cubiertos de vergüenza los que confían en un ídolo, los que dicen
a sus obras: ―Vosotros sois nuestros dioses‖».
«¡Sordos, escuchad; ciegos, mirad y ved!
¿Quién está ciego, sino mi siervo, quién es sordo como el mensajero que
envío?». ¿Quién es tan ciego como aquel que ha sido castigado, tan ciego como
el siervo del Señor? Has visto mucho y no has observado nada, has abierto los
oídos, pero no has escuchado.
El Señor se ha complacido en aquel que era humillado: ha hecho grande su
salvación, magnífico su designio. Él era un pueblo saqueado y despojado,
atrapado en cuevas, encerrado en mazmorras.
Condenados al saqueo, nadie los liberaba, al despojo, y nadie protestaba.
¿Quién de vosotros prestará oído a todo esto, y escuchará con atención en
el futuro? ¿Quién ha entregado al despojo y al saqueo a Israel? ¿Acaso no los
entregó el mismo Señor contra quien hemos pecado, cuando no quisimos
caminar en sus caminos y no obedecimos sus preceptos?
Por eso derramó sobre él el ardor de su ira y el furor de la guerra, que lo
envolvía con sus llamas, pero él no comprendía; lo consumía, aunque él no
comprendía.

Responsorio Is 42, 16; Jn 8, 12


R. Conduciré a los ciegos por el camino que no conocen, los guiaré por senderos
que ignoran; * ante ellos convertiré la tiniebla en luz, lo escabroso en llano.
V. El que me sigue no camina en tinieblas.
R. Ante ellos convertiré la tiniebla en luz, lo escabroso en llano.

SEGUNDA LECTURA
De los sermones de San Odilón de Cluny (Sermón 1 en la Navidad del Señor: PL 142,
993-994)
Mirad, llegan días en que suscitaré a David un vástago legítimo

Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Si el Señor prometió a sus fieles estar con ellos todos los días, ¡cuánto más se
nos ha de hacer presente el día de su nacimiento, si acentuamos el fervor de
nuestro servicio!
El que dice por Salomón: Yo —la sabiduría— salí de la boca del Altísimo, la
primogénita de la creación; y de nuevo: El Señor me estableció al principio de sus
tareas al comienzo de sus obras antiquísimas En un tiempo remoto fui formada; y
por Jeremías dice: Yo lleno el cielo y la tierra, es el mismo que, nacido por un
admirable designio de la economía divina, es colocado en un pesebre. Aquel a
quien Salomón nos muestra existiendo eternamente antes de los siglos, Jeremías
afirma no estar ausente de ningún lugar.
No puede faltarnos el que existe desde siempre, y en todas partes está
presente. La veracidad y autenticidad de los testimonios de los antiguos profetas

40
sobre la eternidad de Cristo y sobre la inmensidad de su divina presencia, la
pregona aquella sonora trompeta del mensajero celestial: Jesucristo es el mismo
ayer y hoy y siempre. Y el mismo Salvador a los judíos en el evangelio: Antes que
naciera Abrahán existo yo. Pero comoquiera que poseía el ser antes de que
existiera Abrahán o, mejor, antes de la creación, desde siempre y en unión con
Dios Padre, quiso sin embargo nacer en el tiempo de la descendencia de
Abrahán. De hecho, Dios Padre le dijo a Abrahán: Todos los pueblos del mundo
se bendecirán con tu descendencia.
También el santo patriarca David mereció el insigne privilegio de una
promesa semejante, cuando Dios Padre, instruyéndole en el secreto de su
sabiduría, dijo: A uno de tu linaje pondré sobre tu trono. Y el profeta Isaías al
considerar, bajo la acción del Espíritu Santo, la magnificencia de este nobilísimo
vástago y la sublimidad y excelencia de su dulcísimo fruto, vaticinó así: Aquel
día, el vástago del Señor será joya y gloria, fruto del país.
Estos dos padres que, con preferencia a otros, recibieron de modo muy
explícito la promesa de la venida del Salvador, en la genealogía del Señor según
san Mateó, merecieron justamente un primero y destacado lugar. El exordio del
evangelio según san Mateo suena así: Genealogía de Jesucristo, hijo de David,
hijo de Abrahán. Con estas palabras del evangelio están de acuerdo tanto los
oráculos de los profetas como la predicación apostólica. Que el Mediador entre
Dios y los hombres debía nacer, según la carne, del linaje de Abrahán, el profeta
Isaías se preocupó por inculcarlo de manera tajante, cuando dijo en la persona
de Dios Padre: Tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi elegido; estirpe de Abrahán, mi
amigo.
Tú, a quien cogí.
Aquel que, liberado de las tinieblas de la ignorancia e iluminado con la luz
de la fe, llamó, en el evangelio, Hijo de Dios al Hijo de David, mereció recibir no
sólo la luz del espíritu, sino también la corporal. Cristo, el Señor, quiere ser
llamado con este nombre, porque sabe que no se nos ha dado otro nombre que
pueda salvar al mundo. Por lo cual, amadísimos hermanos, para merecer ser
salvados por él que es el Salvador, digamos todos individualmente: ¡Señor, Hijo
de David, ten compasión de nosotros! Amén.

Responsorio Jr 23, 5. 6
R. Mirad que vienen días, dice el Señor, en que suscitaré a David un germen justo,
que reinará como rey prudente, y practicará el derecho y la justicia en la tierra; *
y éste es el nombre con que lo llamarán: Señor-nuestra-justicia.
V. En sus días, Judá estará a salvo e Israel habitará seguro.
R. Y éste es el nombre con que lo llamarán: Señor- nuestra-justicia.

22 DE DICIEMBRE

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 43, 1-13
Liberación de Israel
Y ahora esto dice el Señor, que te creó, Jacob, que te ha formado, Israel:

41
«No temas, que te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mío.
Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo, la corriente no te anegará; cuando
pases por el fuego, no te quemarás, la llama no te abrasará.
Porque yo, el Señor, soy tu Dios; el Santo de Israel es tu salvador. Entregué
Egipto como rescate, Etiopía y Saba a cambio de ti, porque eres precioso ante
mí, de gran precio, y yo te amo. Por eso entrego regiones a cambio de ti, pueblos
a cambio de tu vida.
No temas, porque yo estoy contigo. Desde Oriente traeré a tu estirpe, te
reuniré desde Occidente. Diré al Norte: devuélvelo, y al Sur: no lo retengas. Haz
venir a mis hijos desde lejos, y a mis hijas del extremo de la tierra, a todos los
que llevan mi nombre, a los que creé para mi gloria, a los que he hecho y he
formado.
Saca afuera a un pueblo que tiene ojos, pero está ciego, que tiene oídos,
pero está sordo. Que todas las naciones se congreguen y todos los pueblos se
reúnan. ¿Quién de entre ellos podría anunciar esto, o proclamar los hechos
antiguos? Que presenten sus testigos para justificarse, que los oigan y digan: es
verdad.
Vosotros sois mis testigos —oráculo del Señor —, y también mi siervo, al
que yo escogí, para que sepáis y creáis y comprendáis que yo soy Dios.
Antes de mí no había sido formado ningún dios, ni lo habrá después.
Yo, yo soy el Señor, fuera de mí no hay salvador. Yo lo anuncié y os salvé;
lo anuncié y no hubo entre vosotros dios extranjero. Vosotros sois mis testigos
—oráculo del Señor—: yo soy Dios. Lo soy desde siempre, y nadie se puede
liberar de mi mano. Lo que yo hago ¿quién podría deshacerlo?

Responsorio Is 43, 10; Jn 3, 31. 32


R. Vosotros sois mis testigos —oráculo del Señor —, y mis siervos a quienes
escogí, * para que supierais y me creyerais, para que comprendierais que soy yo.
V. El que ha venido del cielo está por encima de todos y habla como testigo de
cosas que ha visto y oído.
R. Para que supierais y me creyerais, para que comprendierais que soy yo.

SEGUNDA LECTURA
De unos sermones antiguos traducidos del griego al latín (Sermón 12: PLS 4, 770-771)
Nos fue enviado el Señor como redentor, vida y salvación

Puesto que ha llegado el tiempo de hablar a vuestra venerable caridad de


la venida y encarnación del Señor, no son días éstos en que se pueda callar.
Regocíjate, Sión; mira que viene tu rey. Regocíjate, pues, Sión, es decir, nuestra
alma, pensando en los bienes futuros, rechazando de sí los males. Mira, viene a
habitar en medio de ti. ¿Quién es este morador sino el que quiso hacernos suyos,
congregarnos y confirmarnos como pueblo predilecto? Este morador es aquel de
quien en otro lugar cantó el profeta, diciendo: Habitaré y caminaré con ellos; seré
su Dios, y ellos serán mi pueblo.
Cuando este morador se posesione de nuestro mundo interior, hará de
modo que en nosotros todo sea santo, perfecto, irreprensible. Que él posea a
quienes redimió, perfeccione lo que comenzó, conduzca a la meta a quienes

42
sacó de Babilonia.
Este nuestro morador descansa en nosotros, es glorificado en nosotros,
cuando los hombres vean nuestras buenas obras y den gloria a nuestro Padre que
está en el cielo. De este Padre somos hijos no a causa de nuestra obsequiosidad
o de nuestros méritos ni tampoco de nuestro buen comportamiento, sino que
por su misericordia hemos recibido la libertad y hemos sido escogidos para la
adopción de hijos.
Así pues, Dios es glorificado en nosotros de este modo: cuando
progresamos en sentimientos de caridad, hacemos lo que él mandó y nos
mantenemos firmes en lo que él ordenó. Entonces es Dios glorificado en
nosotros. Ahora sabemos que nos fue enviado el Señor como redentor, vida y
salvación, piedad y gracia gratuita. Y cuando vemos que de la arcilla del suelo él
nos eleva a los premios celestiales, alégrese y regocíjese el corazón de los
creyentes: busque nuestra alma al Señor, no como muerta sino como exuberante
de vida.
¿Cómo pagaremos al Señor por estos bienes?
Dobleguemos la cerviz, agachemos la cabeza y golpeémonos el pecho,
repitiendo lo que dijo el publicano: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Y
como en su piedad perfecciona lo imperfecto, prosigue diciendo: Se escribían
todas en tu libro. Alegraos por tantos beneficios, regocijaos de tantas bondades:
no os apropiéis lo que de él habéis recibido, no sea que perdáis lo que tenéis.
Debéis saber que nada poseéis que no hayáis recibido: Y, si lo habéis recibido, no
os gloriéis como si no lo hubierais recibido, para que lo que habéis recibido se
os mantenga y el bien de que carezcáis, se os dé en plenitud. Amén.

Responsorio Hch 10, 43; 2, 21. 39


R. Todos los profetas dan testimonio de él; todo el que cree en él, alcanza,
por su nombre, el perdón de los pecados. * Y todo el que invoque el nombre
del Señor se salvará.
V. La promesa es para cuantos llame el Señor Dios nuestro.
R. Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.

23 DE DICIEMBRE

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 43, 18-28
Renovación de Israel

Esto dice el Señor:


«No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo
algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?
Abriré un camino en el desierto, corrientes en el yermo. Me glorificarán las
bestias salvajes, chacales y avestruces, porque pondré agua en el desierto,
corrientes en la estepa, para dar de beber a mi pueblo elegido, a este pueblo que
me he formado para que proclame mi alabanza.
Pero tú no me invocabas, Jacob, porque te cansaste de mí, Israel. No me

43
ofreciste tus ovejas en holocausto ni me honraste con tus sacrificios. Yo no te
agobié exigiéndote ofrendas ni te cansé pidiéndote incienso.
Pero tú no me compraste caña aromática, ni me has satisfecho con la grasa
de tus sacrificios. Al contrario, me has agobiado con tus pecados, me has
cansado con tus culpas.
Yo, soy yo quien por mi cuenta cancelo tus crímenes y olvido tus pecados.
Hazme recordar y discutiremos, cuenta tu versión para justificarte. Pecó tu
primer padre, tus jefes se rebelaron contra mí. Por eso traté como impíos a los
jerarcas del santuario, entregué a Jacob al exterminio y a Israel a los ultrajes».

Responsorio Is 43, 19. 25; Jn 1, 29


R. Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? * Yo, yo era
quien por mi cuenta borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados.
V. Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
R. Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes y no me acordaba de tus
pecados.

SEGUNDA LECTURA
De los Tratados sobre los Salmos de San Jerónimo, presbítero (Salmo 84: CCL 78, 107-108)
El que nació una vez de María, nace a diario en nosotros

La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan.


¡Qué amistad más excelente! La misericordia y la fidelidad se encuentran. ¿Eres
pecador? Escucha lo que dice:
«Misericordia». ¿Eres santo? Escucha lo que dice:
«Fidelidad». Ni desesperes si eres pecador, ni te ensoberbezcas si eres
santo. Ensayemos otra interpretación.
Dos son los pueblos creyentes: uno integrado por los paganos y otro
formado por los judíos. A los judíos se les prometió un salvador; a nosotros que
vivíamos al margen de la ley, no se nos prometió.
Por tanto, la misericordia se ejercita con el pueblo de los paganos, la
fidelidad, en el de los judíos, ya que se cumplió lo que se les había prometido,
es decir, lo prometido a los padres tuvo su cumplimiento en los hijos.
La justicia y la paz se besan. Mirad lo que dice: la justicia y la paz se besan.
Es lo mismo que dijo anteriormente: misericordia y fidelidad. Pues misericordia
equivale a paz, y fidelidad es sinónimo de justicia. Si alguna cosa dice relación
con la paz, dice relación con misericordia; y si algo tiene que ver con la fidelidad,
tiene que ver con justicia. Mirad en efecto lo que dice: La justicia y la paz se
besan.
Esto es, la misericordia y la fidelidad se hicieron amigas, es decir, judíos y
paganos están bajo el cayado de un solo pastor: Cristo.
La fidelidad brota de la tierra. Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. El que
dijo: Yo soy la verdad, brotó de la tierra. Y ¿cuál es esta verdad que ha brotado
de la tierra? Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un
vástago. Y en otro lugar: Tú, oh Dios, ganaste la victoria en medio de la tierra.
Mirad, la verdad, el Salvador, brotó de la tierra, es decir, de María.
Y la justicia mira desde el cielo. Era justo que el Salvador tuviera compasión

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de su pueblo. Mirad lo que dice: ¡Qué insondables sus decisiones y qué
irrastreables sus caminos! La verdad brota de la tierra, esto es, el Salvador. Y de
nuevo: Y la justicia mira desde el cielo. La justicia, esto es, el Salvador.
¿Cómo brotó de la tierra? ¿Cómo miró desde el cielo?
Brotó de la tierra, naciendo como hombre; miró desde el cielo, porque
Dios está siempre en los cielos. Esto es, brotó, es verdad, de la tierra, pero el que
nació de la tierra está siempre en el cielo. Esto es, apareció en la tierra sin
abandonar el cielo, pues está en todas partes. Miró, porque mientras pecábamos,
apartaba de nosotros su vista. Lo que dice es esto: Es justo que el alfarero tenga
compasión de la obra de sus manos, que el pastor se compadezca de su rebaño.
Nosotros somos su pueblo, somos sus criaturas. Para esto, pues, brotó de la
tierra y miró desde el cielo: para cumplir toda justicia y tener compasión de su
obra.
Finalmente, para que sepáis que la palabra «justicia» no connota crueldad,
sino misericordia, mirad lo que dice: El Señor nos dará la lluvia. Para esto miró
desde el cielo: para compadecerse de sus obras. Y nuestra tierra dará su fruto. La
fidelidad brotó de la tierra, así, en pretérito. Ahora se expresa en futuro: Y
nuestra tierra dará su fruto.
No debéis desesperar por haber nacido una sola vez de María: a diario nace
en nosotros. Y la, tierra dará su fruto: También nosotros, si queremos, podemos
engendrar a Cristo. Y la tierra dará su fruto: del que se confeccione el pan
celestial. De él dice: Yo soy el pan bajado del cielo.
Todo lo dicho se refiere a la misericordia de Dios, que vino precisamente
para salvar al género humano.

Responsorio Sal 84, 11. 13; cf. Is 2, 3


R. Misericordia y verdad se encontrarán: justicia y paz se abrazarán. * El Señor
esparcirá su bien, y nuestra tierra dará su fruto.
V. Nos indicará sus caminos, y seguiremos sus sendas.
R. El Señor esparcirá su bien, y nuestra tierra dará su fruto.

24 DE DICIEMBRE

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 44, 1-8. 21-23
Promesas del redentor de Israel

«Ahora escucha, Jacob, siervo mío, Israel, mi elegido.


Esto dice el Señor que te hizo, que te formó en el vientre y te auxilia: No
temas, siervo mío, Jacob, a quien corrijo, mi elegido; derramaré agua sobre el
suelo sediento, arroyos en el páramo; derramaré mi espíritu sobre tu estirpe y mi
bendición sobre tus vástagos.
Brotarán como en un prado, como sauces a la orilla de los ríos.
Uno dirá: ―Soy del Señor‖; otro se pondrá por nombre ―Jacob‖; uno
escribirá sobre su mano: ―Del Señor‖, lo llamarán con respeto ―Israel‖».

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Esto dice el Señor, rey de Israel, su libertador, el Señor todopoderoso:
«Yo soy el primero y yo soy el último, fuera de mí no hay dios.
¿Quién es como yo? Que lo proclame, lo declare y lo demuestre. ¿Quién
anunció desde antiguo lo que acontecería? Que anuncien lo que aún debe venir.
No tembléis, no tengáis miedo. ¿No lo había anunciado yo? ¿No lo había
proclamado desde antiguo? Vosotros sois mis testigos: ¿Hay un dios fuera de
mí? ¡No hay otra Roca! No la conozco».
Acuérdate de todo esto, Jacob, porque tú eres mi siervo, Israel. Te he
formado como siervo mío; Israel, no me defraudes.
He disipado como una nube tus rebeliones, como niebla tus pecados.
Vuelve a mí, yo te he rescatado.
Exultad, cielos, porque el Señor ha actuado, aclamad, profundidades de la
tierra, romped en gritos de júbilo, montañas, el bosque con todos sus árboles,
porque el Señor ha rescatado a Jacob, ha manifestado su gloria en Israel.

Responsorio Is 40, 9
R. Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; * di a las ciudades de Judá: «Aquí
está vuestro Dios.»
V. Alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén.
R. Di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios.»

SEGUNDA LECTURA
Del Comentario sobre el profeta Isaías de San Cirilo de Alejandría, obispo (Lib. 3,
t. 4: PG 70, 802-803)
Todos verán la salvación de Dios

Habiendo cantado el profeta la liberación de Israel y el perdón de los


pecados de Jerusalén; habiendo solicitado para ella el consuelo —un consuelo
ya próximo y como quien dice, pisando los talones a lo ya dicho—, añadió: viene
nuestro salvador. Le precede como precursor enviado por Dios el Bautista, que
en el desierto de Judá grita y dice: Preparad el camino del Señor, allanad los
senderos de nuestro Dios.
Habiéndoselo revelado el Espíritu, también el bienaventurado Zacarías, el
padre de Juan, profetizó diciendo: Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor, a preparar sus caminos. De él dijo el mismo
Salvador a los judíos: Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis
gozar un instante de su luz.
Pues el sol de justicia y la luz verdadera es Cristo.
La sagrada Escritura compara al Bautista con una lámpara. Pues si
contemplas la luz divina e inefable, si te fijas en aquel inmenso y misterioso
esplendor, con razón la medida de la mente humana puede ser comparada a una
lamparita, aunque esté colmada de luz y sabiduría. Qué signifique:
Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos, lo explica cuando dice:
Elévense los valles, desciendan los montes y colinas: que lo torcido se enderece,
lo escabroso se iguale.
Pues hay vías públicas y senderos casi impracticables, escarpados e
inaccesibles, que obligan unas veces a subir montes y colinas y otras a bajar de

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ellos, ora te ponen al borde de precipicios, ora te hacen escalar altísimas
montañas. Pero si estos lugares señeros y abruptos se abajan y se rellenan las
cavidades profundas, entonces sí, entonces lo torcido se endereza totalmente,
los campos se allanan y los caminos, antes escarpados y tortuosos, se hacen
transitables. Esto es, pero a nivel espiritual, lo que hace el poder de nuestro
salvador. Más una vez que se hizo hombre y carne — como dice la Escritura—,
en la carne destruyó el pecado, y abatió a los soberanos, autoridades y poderes
que dominan este mundo. A nosotros nos igualó el camino, un camino aptísimo
para correr por las sendas de la piedad, un camino sin cuestas arriba ni bajadas,
sin baches ni altibajos, sino realmente liso y llano.
Se ha enderezado todo lo torcido. Y no sólo eso, sino que se revelará la
gloria del Señor, y todos verán la salvación de Dios. Ha hablado la boca del
Señor. Pues Cristo era y es el Verbo unigénito de Dios, en cuanto que existía
como Dios y nació de Dios Padre de modo misterioso, y en su divina majestad
está por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima
de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Él es el
Señor de la gloria y hemos contemplado su gloria que antes no conocíamos,
cuando hecho hombre como nosotros según el designio divino, se declaró igual
a Dios Padre en el poder, en el obrar y en la gloria: sostiene el universo con su
palabra poderosa, obra milagros con facilidad, impera a los elementos, resucita
muertos y realiza sin esfuerzo otras maravillas.
Así pues, se ha revelado la gloria del Señor y todos han contemplado la
salvación de Dios, a saber, del Padre, que nos envió desde el cielo al Hijo como
salvador.

Responsorio 2Cro 20, 17


R. Sed perseverantes: veréis la salvación que el Señor obrará por vosotros. Oh
Judá y Jerusalén, no temáis: * mañana saldréis: el Señor estará con vosotros.
V. Purificaos, hijos de Israel, dice el Señor, y estad preparados.
R. Mañana saldréis: el Señor estará con vosotros.

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CUARESMA
MIÉRCOLES DE CENIZA

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 58, 1-12
El ayuno agradable a Dios

Así dice el Señor:


Grita a pleno pulmón, no te contengas; alza la voz como una trompeta,
denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados.
Consultan mi oráculo a diario, desean conocer mi voluntad. Como si
fuera un pueblo que practica la justicia y no descuida el mandato de su Dios,
me piden sentencias justas, quieren acercarse a Dios.
« ¿Para qué ayunar, si no haces caso; mortificarnos, si no te enteras?». En
realidad, el día de ayuno hacéis vuestros negocios y apremiáis a vuestros
servidores; ayunáis para querellas y litigios, y herís con furibundos puñetazos. No
ayunéis de este modo, si queréis que se oiga vuestra voz en el cielo.
¿Es ese el ayuno que deseo en el día de la penitencia: inclinar la cabeza
como un junco, acostarse sobre saco y ceniza? ¿A eso llamáis ayuno, día
agradable al Señor?
Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las
correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu
pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves
desnudo y no desentenderte de los tuyos.
Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas,
ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor y te responderá; pedirás ayuda y te dirá:
«Aquí estoy». Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la
calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida,
brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía.
El Señor te guiará siempre, hartará tu alma en tierra abrasada, dará vigor a tus
huesos. Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas que no engañan.
Tu gente reconstruirá las ruinas antiguas, volverás a levantar los cimientos de
otros tiempos; te llamarán «reparador de brechas», «restaurador de
senderos», para hacer habitable el país.

Responsorio Is 58, 6. 7. 9; Mt 25, 31. 34. 35


R. El ayuno que yo quiero es éste —dice el Señor—: partir tu pan con el que
tiene hambre, dar hospedaje a los pobres que no tienen techo. * Entonces
clamarás al Señor y él te responderá, gritarás y él te dirá: «Aquí estoy.»
V. Cuando venga el Hijo del hombre dirá a los que están a su derecha: «Venid,
pues tuve hambre y me disteis de comer.»
R. Entonces clamarás al Señor y él te responderá, gritarás y él te dirá: «Aquí
estoy.»

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SEGUNDA LECTURA
De la carta de san Clemente de Roma, papa, a los Corintios (Caps. 7, 4-8, 5-9. 1; 13, 1-
4; 19, 2: Funck 1, 71-73.77-78.87)
Convertíos

Fijemos con atención nuestra mirada en la sangre de Cristo, y


reconozcamos cuán preciosa ha sido a los ojos de Dios, su Padre, pues,
derramada por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la penitencia para todo el
mundo.
Recorramos todos los tiempos, y aprenderemos cómo el Señor, de
generación en generación, concedió un tiempo de penitencia a los que
deseaban convertirse a él. Noé predicó la penitencia, y los que lo escucharon
se salvaron. Jonás anunció a los ninivitas la destrucción de su ciudad, y ellos,
arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón a Dios y, a fuerza de súplicas,
alcanzaron la indulgencia, a pesar de no ser del pueblo elegido.
De la penitencia hablaron, inspirados por el Espíritu Santo, los que
fueron ministros de la gracia de Dios. Y el mismo Señor de todas las cosas
habló también, con juramento, de la penitencia diciendo: Por mi vida — oráculo
del Señor—, juro que no quiero la muerte del malvado, sino que cambie de
conducta; y añade aquella hermosa sentencia: Cesad de obrar mal, casa de
Israel. Di a los hijos de mi pueblo: «Aunque vuestros pecados lleguen hasta el
cielo, aunque sean como púrpura y rojos como escarlata, si os convertís a
mí de todo corazón y decís: "Padre", os escucharé como a mi pueblo
santo».
Queriendo, pues, el Señor que todos los que él ama tengan parte en la
penitencia, lo confirmó así con su omnipotente voluntad.
Obedezcamos, por tanto, a su magnífico y glorioso designio, e,
implorando con súplicas su misericordia y benignidad, recurramos a su
benevolencia y convirtámonos, dejadas a un lado las vanas obras, las
contiendas y la envidia, que conduce a la muerte.
Seamos, pues, humildes, hermanos, y, deponiendo toda jactancia,
ostentación e insensatez, y los arrebatos de la ira, cumplamos lo que está
escrito, pues lo dice el Espíritu Santo: No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se
gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza; el que se
gloríe, que se gloríe en el Señor, para buscarle a él y practicar el derecho y la
justicia; especialmente si tenemos presentes las palabras del Señor Jesús,
aquellas que pronunció para enseñarnos la benignidad y la longanimidad.
Dijo, en efecto: Sed misericordiosos, y alcanzaréis misericordia;
perdonad, y se os perdonará; como vosotros hagáis, así se os hará a vosotros;
dad, y se os dará; no juzguéis, y no os juzgarán; como usareis la benignidad,
así la usarán con vosotros; la medida que uséis la usarán con vosotros.
Que estos mandamientos y estos preceptos nos comuniquen firmeza
para poder caminar, con toda humildad, en la obediencia a sus santos
consejos. Pues dice la Escritura santa: En ése pondré mis ojos: en el humilde y
el abatido que se estremece ante mis palabras.
Comoquiera, pues, que hemos participado de tantos, tan grandes y tan ilustres

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hechos, emprendamos otra vez la carrera hacia la meta de paz que nos fue
anunciada desde el principio y fijemos nuestra mirada en el Padre y Creador del
universo, acogiéndonos a los magníficos y sobreabundantes dones y beneficios
de su paz.

Responsorio Is 55, 7; Jl 2, 13; cf. Ez33,11


R. Que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes; que regrese al
Señor y él tendrá piedad; * porque el Señor, nuestro Dios, es compasivo y
misericordioso y se arrepiente de las amenazas.
V. No se complace el Señor en la muerte del pecador, sino en que cambie de
conducta y viva.
R. Porque el Señor, nuestro Dios, es compasivo y misericordioso y se
arrepiente de las amenazas.

JUEVES DESPUÉS DE CENIZA

PRIMERA LECTURA
Comienza el libro del Deuteronomio 1, 1. 6-18
Últimas palabras de Moisés en Moab

Estas son las palabras que Moisés dijo a todo Israel, al otro lado del
Jordán, en el desierto, en la Arabá, frente a Suf, entre Farán y Tofel, Labán,
Jaserot y Dizahab:
«El Señor nuestro Dios nos dijo en el Horeb: ―Ya habéis pasado bastante
tiempo en esta montaña. Poneos en marcha y dirigíos a la montaña de los
amorreos y a todos los pueblos vecinos de la Arabá, a la montaña, a la Sefelá,
al Negueb y a la costa —el territorio cananeo— al Líbano y hasta el Río Grande,
el Éufrates. Mirad: yo os entrego esa tierra; id y tomad posesión de la tierra que
el Señor juró dar a vuestros padres, Abrahán, Isaac y Jacob, y a sus
descendientes‖.
Entonces yo os dije: ―Yo solo no puedo cargar con vosotros. El Señor,
vuestro Dios, os ha multiplicado, y hoy sois tan numerosos como las estrellas
del cielo. Que el Señor, Dios de vuestros antepasados, os haga crecer mil veces
más y os bendiga, como os prometió. Pero ¿cómo voy a soportar yo solo
vuestras cargas, vuestros asuntos y vuestros pleitos? Elegid entre vuestras
tribus hombres sabios, prudentes y expertos, y yo los nombraré jefes
vuestros‖. Y me contestasteis: ―Está bien lo que nos propones‖.
Entonces tomé de los jefes de vuestras tribus, hombres sabios y
expertos, y los constituí jefes vuestros: jefes de mil, de cien, de cincuenta y de
diez, y oficiales para vuestras tribus. Y di esta orden a vuestros jueces:
―Escuchad a vuestros hermanos y juzgad con justicia las causas que surjan
entre vuestros hermanos o con emigrantes. No seáis parciales en la sentencia,
oíd por igual a pequeños y grandes; no os dejéis intimidar por nadie, que la
sentencia es de Dios. Si una causa os resulta demasiado difícil, pasádmela, y yo
la resolveré‖. En aquella circunstancia os mandé todo lo que teníais que
hacer.»

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Responsorio
R. El Señor, vuestro Dios, es Dios de dioses, Dios grande, fuerte y terrible, * él no
es parcial ni acepta soborno.
V. Oíd por igual al pequeño y al grande; no os dejéis amedrentar por nadie,
que la sentencia es de Dios.
R. Él no es parcial ni acepta soborno.

SEGUNDA LECTURA
De los discursos de san Juan Crisóstomo, obispo (Discurso 3, contra los judíos: PG 48,
867-868)
Ayunamos por nuestros pecados, pues vamos a acercarnos a los sagrados misterios

¿Por qué ayunamos durante estos cuarenta días? En el pasado, muchos se


acercaban a los sagrados misterios temerariamente y sin ninguna preparación,
especialmente en estos días en que Cristo se entregó a sí mismo. Por ese
motivo, los Padres, conscientes del daño que podía derivarse de ese acercarse
irresponsablemente a los misterios, juzgaron oportuno prescribir cuarenta días
de ayuno, de oraciones, de escucha de la palabra de Dios y de reuniones, para
que todos, diligentemente purificados por la plegaria, la limosna, el ayuno, las
vigilias, las lágrimas, la confesión y las demás obras, podamos acercarnos a los
sagrados misterios con la conciencia limpia, según nuestra capacidad receptiva.
La experiencia nos dice que, con esta unánime decisión, aseguraron, incluso
para los tiempos venideros, algo grande y excelente, consiguiendo hacernos
llegar a la habitual observancia del ayuno.
De hecho, aunque durante todo el año, nosotros no nos cansamos de
predicar y proclamar el ayuno, nadie presta atención a nuestras palabras. En
cambio, al solo anuncio de la Cuaresma, aunque nadie estimule, aunque nadie
exhorte, hasta el más negligente se reanima y acoge las exhortaciones y las
incitaciones que nos hace el mismo tiempo cuaresmal.
Por tanto, si alguno te pregunta por qué ayunas, no digas que es por la
Pascua, ni siquiera por la cruz. En efecto, no ayunamos ni por la Pascua ni por la
cruz, sino a causa de nuestros pecados, pues vamos a acercarnos a los
sagrados misterios. Además, la Pascua no es motivo de ayuno o de luto, sino
de alegría y de gozo.
Finalmente, la cruz tomó sobre sí el pecado, fue expiación por todo el
mundo y reconciliación de un odio inveterado, abrió las puertas del cielo,
devolvió a la amistad a los que antes eran enemigos, nos hizo subir al cielo,
colocó a nuestra naturaleza a la derecha del trono, y nos concedió otros
innumerables bienes.
Así que no debemos llorar y afligirnos por todas estas cosas, sino
gozarnos y alegrarnos. El mismo san Pablo dice: Dios me libre de gloriarme
sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Y de nuevo: La prueba de que
Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por
nosotros.
En el mismo sentido se expresa claramente san Juan: Tanto amó Dios al
mundo. ¿Cómo le amó? Dejando perder todas las demás cosas, levantó una cruz.
Después de haber dicho: Tanto amó Dios al mundo, añadió: que entregó a su

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Hijo único para que lo crucificaran, para que no perezca ninguno de los que
creen en él, sino que tengan vida eterna. Luego si la cruz es motivo de amor y
de glorificación, no digamos que nos afligimos por ella. Nunca jamás lloremos
por la cruz, sino por nuestros pecados. Por eso ayunamos.

Responsorio Cf. Ba 3, 2; Sal 105, 6


R. Enmendémonos de nuestros pecados, cometidos por ignorancia, para que,
sorprendidos por la muerte, no busquemos el tiempo de hacer penitencia sin
encontrarlo. * Escucha, Señor, ten piedad, porque hemos pecado contra ti.
V. Hemos pecado como nuestros padres, obramos el mal, hemos sido impíos.
R. Escucha, Señor, ten piedad, porque hemos pecado contra ti.

VIERNES DESPUÉS DE CENIZA

PRIMERA LECTURA
Del libro del Deuteronomio 4, 1-8. 32-40
¿Qué nación tiene un Dios tan cercano como el nuestro?

En aquellos días, dijo Moisés al pueblo estas palabras:


«Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para
que, cumpliéndolos, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor,
Dios de vuestros padres, os va a dar. No añadáis nada a lo que yo os mando
ni suprimáis nada; observaréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os
mando hoy. Vuestros ojos han visto lo que el Señor hizo en Baal Peor: el
Señor, tu Dios, exterminó de en medio de ti a todos los que se fueron detrás de
Baal Peor. En cambio, vosotros, que os pegasteis al Señor, seguís hoy todos
con vida.
Mirad: yo os enseño los mandatos y decretos, como me mandó el Señor,
mi Dios, para que los cumpláis en la tierra donde vais a entrar para tomar
posesión de ella. Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y
vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales, cuando tengan
noticia de todos estos mandatos, dirán: ―Ciertamente es un pueblo sabio e
inteligente esta gran nación‖. Porque ¿dónde hay una nación tan grande que
tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que
lo invocamos? Y ¿dónde hay otra nación tan grande que tenga unos mandatos
y decretos tan justos como toda esta ley que yo os propongo hoy?
Pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en
que Dios creó al hombre sobre la tierra; pregunta desde un extremo al otro
del cielo, ¿sucedió jamás algo tan grande como esto o se oyó cosa semejante?
¿Escuchó algún pueblo, como tú has escuchado, la voz de Dios, hablando
desde el fuego, y ha sobrevivido? ¿Intentó jamás algún dios venir a escogerse
una nación entre las otras mediante pruebas, signos, prodigios y guerra y con
mano fuerte y brazo poderoso, con terribles portentos, como todo lo que hizo
el Señor, vuestro Dios, con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos? Te han
permitido verlo, para que sepas que el Señor es el único Dios y no hay otro
fuera de él. Desde el cielo hizo resonar su voz para enseñarte y en la tierra te

52
mostró su gran fuego, y de en medio del fuego oíste sus palabras. Porque amó a
tus padres y eligió a su descendencia después de ellos, él mismo te sacó de
Egipto con gran fuerza, para desposeer ante ti a naciones más grandes y
fuertes que tú, para traerte y darte sus tierras en heredad; como ocurre hoy. Así
pues, reconoce hoy, y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios allá
arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Observa los
mandatos y preceptos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus
hijos, después de ti, y se prolonguen tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te
da para siempre».

Responsorio Dt 4, 1; cf. 31, 19. 20; Sal 80, 9


R. Escucha, Israel, los mandamientos del Señor y escríbelos en tu corazón
como en un libro; * y te daré una tierra que mana leche y miel.
V. Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti; ¡ojalá me escuchases,
Israel!
R. Y te daré una tierra que mana leche y miel.

SEGUNDA LECTURA
San Juan Crisóstomo, Homilía sobre el diablo tentador (2, 6: PG 49, 263-264)
Cinco caminos de penitencia

¿Queréis que os recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay


ciertamente muchos, distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo.
El primer camino de penitencia consiste en la acusación de los
pecados: Confiesa primero tus pecados, y serás justificado. Por eso dice el
salmista: Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa» y tú perdonaste mi culpa y mi
pecado. Condena, pues, tú mismo, aquello en lo que pecaste, y esta confesión
te obtendrá el perdón ante el Señor, pues, quien condena aquello en lo que faltó,
con más dificultad volverá a cometerlo; haz que tu conciencia esté siempre
despierta y sea como tu acusador doméstico, y así no tendrás quien te acuse ante
el tribunal de Dios.
Este es un primer y óptimo camino de penitencia; hay también otro, no
inferior al primero, que consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de
nuestros enemigos, de tal forma que, poniendo a raya nuestra ira, olvidemos
las faltas de nuestros hermanos; obrando así, obtendremos que Dios perdone
aquellas deudas que ante él hemos contraído; he aquí, pues, un segundo modo
de expiar nuestras culpas. Porque si perdonáis a los demás sus culpas –dice el
Señor–, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros.
¿Quieres conocer un tercer camino de penitencia? Lo tienes en la oración
ferviente y continuada, que brota de lo íntimo del corazón.
Si deseas que te hable aún de un cuarto camino, te diré que lo tienes en la
limosna: ella posee una grande y extraordinaria virtualidad.
También, si eres humilde y obras con modestia, en este proceder
encontrarás, no menos que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un modo de
destruir el pecado: De ello tienes un ejemplo en aquel publicano, que, si bien
no pudo recordar ante Dios su buena conducta, en lugar de buenas obras
presentó su humildad y se vio descargado del gran peso de sus muchos
pecados.
53
Te he recordado, pues, cinco caminos de penitencia: primero, la
acusación de los pecados; segundo, el perdonar las ofensas de nuestro
prójimo; tercero, la oración; cuarto, la limosna; y quinto, la humildad.
No te quedes, por tanto, ocioso, antes procura caminar cada día por la
senda de estos caminos: ello, en efecto, resulta fácil, y no te puedes excusar
aduciendo tu pobreza, pues, aunque vivieres en gran penuria, podrías
deponer tu ira y mostrarte humilde, podrías orar asiduamente y confesar tus
pecados; la pobreza no es obstáculo para dedicarte a estas prácticas. Pero,
¿qué estoy diciendo? La pobreza no impide de ninguna manera el andar por
aquel camino de penitencia que consiste en seguir el mandato del Señor,
distribuyendo los propios bienes –hablo de la limosna–, pues esto lo realizó
incluso aquella viuda pobre que dio sus dos pequeñas monedas.
Ya que has aprendido con estas palabras a sanar tus heridas, decídete a
usar de estas medicinas, y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte
confiado a la mesa santa y salir con gran gloria al encuentro del Señor, rey de la
gloria, y alcanzar los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la
benignidad de nuestro Señor Jesucristo.

Responsorio Cf. Tb 12, 8-9; Lc, 37-38


R. Buena es la oración con ayuno; mejor es hacer limosna que atesorar oro * La
limosna purifica de todo pecado.
V. Perdonad, y seréis perdonados; dad y se os dará
R. La limosna purifica de todo pecado.

LUNES I

PRIMERA LECTURA
Del libro del Deuteronomio 7, 6-14; 8, 1-6
Israel, el pueblo elegido
En aquellos días, dijo Moisés al pueblo estas palabras: «Porque tú eres un
pueblo santo para el Señor, tu Dios; el Señor, tu Dios, te eligió para que seas,
entre todos los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad.
Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no fue por ser vosotros
más numerosos que los demás, pues sois el pueblo más pequeño, sino que,
por puro amor a vosotros y por mantener el juramento que había hecho a
vuestros padres, os sacó el Señor de Egipto con mano fuerte y os rescató de la
casa de esclavitud, del poder del faraón, rey de Egipto.
Reconoce, pues, que el Señor, tu Dios, es Dios; él es el Dios fiel que
mantiene su alianza y su favor con los que lo aman y observan sus preceptos,
por mil generaciones. Pero castiga en su propia persona a quien lo odia,
acabando con él. No se hace esperar; a quien lo odia, lo castiga en su propia
persona. Observa, pues, el precepto, los mandatos y decretos que te mando
hoy que cumplas.
Si escucháis estos decretos, los observáis y los cumplís, el Señor, tu
Dios, te mantendrá la alianza y el favor que juró a tus padres. Y te amará, te
bendecirá y te multiplicará. Bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tus

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tierras, tu trigo, tu mosto y tu aceite, las crías de tus reses y el parto de tus
ovejas, en la tierra que juró a tus padres darte. Serás bendito entre todos los
pueblos; no habrá estéril ni impotente entre los tuyos ni en tu ganado.
Observaréis cuidadosamente todos los preceptos que yo os mando hoy,
para que viváis, os multipliquéis y entréis a tomar posesión de la tierra que el
Señor prometió con juramento a vuestros padres.
Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer
estos cuarenta años por el desierto, para afligirte, para probarte y conocer lo
que hay en tu corazón: si observas sus preceptos o no. Él te afligió, haciéndote
pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni
conocieron tus padres, para hacerte reconocer que no solo de pan vive el
hombre, sino que vive de todo cuanto sale de la boca de Dios. Tus vestidos no
se han gastado ni se te han hinchado los pies durante estos cuarenta años.
Reconoce, pues, en tu corazón, que el Señor, tu Dios, te ha corregido, como un
padre corrige a su hijo, para que observes los preceptos del Señor, tu Dios,
sigas sus caminos y lo temas.»

Responsorio 1 Jn 4, 10. 16; cf. Is 63, 8. 9


R. Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados;
* y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él.
V. El Señor fue nuestro salvador, con su amor y su clemencia nos rescató.
R. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él.

SEGUNDA LECTURA
De la Constitución dogmática Lumen Gentium, sobre la Iglesia, del Concilio
Vaticano II (Núms. 2.16)
Yo salvaré a mi pueblo

El Padre eterno, por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y


de su bondad, creó el mundo universo, decretó elevar a los hombres a la
participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los
abandonó, sino que les otorgó siempre los auxilios necesarios para la
salvación, en atención a Cristo redentor, que es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda criatura. El Padre, desde toda la eternidad, conoció a los
que había escogido y los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el
primogénito de muchos hermanos.
Determinó reunir a cuantos creen en Cristo en la santa Iglesia, la cual fue
ya prefigurada desde el origen del mundo y preparada admirablemente en la
historia del pueblo de Israel y en el antiguo Testamento, fue constituida en los
últimos tiempos y manifestada por la efusión del Espíritu y se perfeccionará
gloriosamente al fin de los tiempos. Entonces, como se lee en los santos
Padres, todos los justos descendientes de Adán, desde Abel el justo hasta el
último elegido, se congregarán delante del Padre en una Iglesia universal.
Por su parte, todos aquellos que todavía no han recibido el Evangelio
están ordenados al pueblo de Dios por varios motivos.
Y, en primer lugar, aquel pueblo a quien se confiaron las alianzas y las
promesas, y del que nació Cristo según la carne; pueblo, según la elección,

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amadísimo a causa de los padres: porque los dones y la vocación de Dios son
irrevocables.
Pero el designio de salvación abarca también a todos los que reconocen al
Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que, confesando
profesar la fe de Abrahán, adoran con nosotros a un solo Dios,
misericordioso, que ha de juzgar a los hombres en el último día.
Este mismo Dios tampoco está lejos de aquellos otros que, entre sombras
e imágenes, buscan al Dios desconocido, puesto que es el Señor quien da a
todos la vida, el aliento y todas las cosas, y el Salvador quiere que todos los
hombres se salven.
Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio y la Iglesia de
Cristo, pero buscan con sinceridad a Dios y se esfuerzan, bajo el influjo de la
gracia, en cumplir con sus obras la voluntad divina, conocida por el dictamen de
la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. Y la divina Providencia no
niega los auxilios necesarios para la salvación a aquellos que, sin culpa por su
parte, no han llegado todavía a un expreso conocimiento de Dios y se
esfuerzan, con la gracia divina, en conseguir una vida recta.
La Iglesia considera que todo lo bueno y verdadero que se da entre
estos hombres es como una preparación al Evangelio y que es dado por aquel
que ilumina a todo hombre para que al fin tenga la vida.

Responsorio Ef 1, 9.10; Col 1, 19-20


R. Dios estableció de antemano según su designio misericordioso, para
realizarlo en la plenitud de los tiempos, hacer que todo tenga a Cristo por
cabeza, * lo que están en los cielos y lo que está en la tierra.
V. Pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud, y por él
reconciliar consigo todas las cosas.
R. Lo que están en los cielos y lo que está en la tierra.

MARTES I

PRIMERA LECTURA
Del libro del Deuteronomio 9, 7-21. 25-29
Pecados del pueblo e intercesión de Moisés

En aquellos días, dijo Moisés al pueblo estas palabras: «Recuerda y no


olvides que provocaste al Señor, tu Dios, en el desierto: desde el día que
saliste de la tierra de Egipto hasta que entrasteis en este lugar habéis sido
rebeldes al Señor. En el Horeb provocasteis al Señor, y el Señor se irritó con
vosotros y os quiso destruir.
Cuando yo subí al monte a recibir las tablas de piedra, las tablas de la
alianza que concertó el Señor con vosotros, me quedé en el monte cuarenta
días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua. Luego el Señor me
entregó las dos tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios; en ellas estaban
todas las palabras que os dijo el Señor en la montaña, desde el fuego, el día de la
asamblea. Al cabo de cuarenta días y cuarenta noches, me entregó el Señor las
dos tablas de piedra, las tablas de la alianza, y me dijo el Señor: ―Levántate,
baja de aquí enseguida, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de
56
Egipto. Pronto se han apartado del camino que les mandaste, se han fundido
un ídolo‖.
El Señor continuó diciéndome: ―He visto que este pueblo es un pueblo de
dura cerviz. Déjame destruirlo y borrar su nombre bajo el cielo; de ti haré un
pueblo más fuerte y numeroso que él‖.
Yo me volví y bajé de la montaña, mientras la montaña ardía; llevaba en
las manos las dos tablas de la alianza. Miré y, en efecto, habíais pecado
contra el Señor, vuestro Dios, os habíais hecho un becerro de fundición. Pronto
os apartasteis del camino que el Señor os había mandado. Entonces agarré las
tablas, las arrojé con las dos manos y las estrellé ante vuestros ojos. Luego, me
postré ante el Señor cuarenta días y cuarenta noches, como la vez anterior, sin
comer pan ni beber agua, pidiendo perdón por el pecado que habíais
cometido, haciendo el mal a los ojos del Señor, irritándolo. Porque tenía
miedo de que la ira y la cólera del Señor contra vosotros os destruyese.
También aquella vez me escuchó el Señor.
Con Aarón se irritó tanto el Señor que quería destruirlo, y entonces
tuve que interceder también por Aarón. Después cogí el pecado que os habíais
fabricado, el becerro, y lo quemé, lo machaqué, lo trituré hasta pulverizarlo
como ceniza, y arrojé la ceniza en el torrente que baja de la montaña.
Me postré ante el Señor, estuve postrado cuarenta días y cuarenta
noches, porque el Señor pensaba destruiros. Y supliqué al Señor, diciendo:
―Señor mío, no destruyas a tu pueblo, la heredad que redimiste con tu
grandeza, que sacaste de Egipto con mano fuerte. Acuérdate de tus siervos,
Abrahán, Isaac y Jacob, no te fijes en la terquedad de este pueblo, en su
crimen y en su pecado, no sea que digan en la tierra de donde nos sacaste: ‗No
pudo el Señor introducirlos en la tierra que les había prometido‘, o: ‗Los sacó
por odio, para matarlos en el desierto‘. Son tu pueblo, la heredad que sacaste
con tu gran fuerza y con tu brazo extendido‖.»

Responsorio Cf. Ex 32, 11. 12. 13. 14; 33, 17


R. Moisés suplicó al Señor, su Dios, diciendo: «¿Por qué, Señor, se ha de
encender tu ira contra tu pueblo? Abandona el ardor de tu cólera; acuérdate
de Abraham, Isaac y Jacob, a quienes juraste dar una tierra que mana leche y
miel.» * Y el Señor renunció a la amenaza que había lanzado contra su pueblo.
V. Dijo el Señor a Moisés: «Has hallado gracia ante mis ojos, pues te he
conocido más que a todos.»
R. Y el Señor renunció a la amenaza que había lanzado contra su pueblo.

SEGUNDA LECTURA
De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre la carta a los Romanos
(Hom. 14, 8: PG 60, 534-535)
¿Qué es lo que Dios no ha hecho por nosotros?

¿Qué es, pues, lo que Dios no ha hecho por nosotros? Por nosotros hizo
tanto el mundo corruptible como el incorruptible; por nosotros permitió que
los profetas fueran mal acogidos; por nosotros los envió a la cautividad; por
nosotros permitió que fueran arrojados al horno y que soportaran males sin
cuento.

57
Por nosotros suscitó a los profetas y también a los apóstoles; por nosotros
entregó al Unigénito; quiso sentarnos a su derecha; por nosotros padeció
oprobios, pues dice: Las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. Sin
embargo, después de tantas y tales deserciones, él no nos abandona, sino que
nos exhorta de nuevo y predispone a otros para que intercedan por nosotros,
para poder otorgarnos su gracia. Es el caso de Moisés. Le dice, en efecto:
Déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos, para inducirle a
interceder por ellos.
Y otro tanto en la actualidad, otorgándonos el don de la plegaria. Y
obraba así, no porque tenga necesidad de nuestras súplicas, sino para que
nosotros, creyéndonos a salvo, no nos hiciéramos peores. Por eso dice a
menudo a los israelitas que se reconcilia con ellos por amor a David o a
cualquier otro, reservándose de este modo una coartada para la
reconciliación. Si bien es verdad que quedaría mejor él, si dijera que deponía su
indignación espontáneamente y no porque otro se lo pedía. Pero no era esto
lo que Dios pretendía; lo que Dios quería era evitar que el trámite de
reconciliación no fuera para los que habían de salvarse motivo de
infravaloración. Por eso decía a Jeremías: No intercedas por este pueblo, que no
te escuchará. Y no es que quisiera que el profeta dejase de orar; lo que
quería era atemorizarlos. El profeta, que así lo comprendió, no cesó de suplicar.
Y así como a los ninivitas, al comunicarles la sentencia sin fijar límites de tiempo
ni insinuarles resquicio alguno de esperanza, les inspiró un profundo terror
induciéndolos a penitencia, lo mismo hace en este pasaje: mete la
preocupación en el ánimo de los israelitas, hace al profeta más venerable a sus
ojos, para ver si al menos así le escuchan. Luego, comoquiera que padecían un
mal sin remedio y no reaccionaban tampoco ante las amenazas de los
profetas que les enviaba, primero les intima que permanezcan allí; y al
mostrarse renuentes y planear la evasión a Egipto, Dios condesciende, no sin
rogarles que eviten caer en la impiedad de los egipcios. Como tampoco en esto
le hicieron caso, manda con ellos al profeta para que no se esquinasen
totalmente con él.
¿Y qué es lo que los profetas no padecían por su causa? Aserrados,
exilados, ultrajados, lapidados, sufrieron una infinidad de otros graves
tormentos. Y no obstante todo esto, los israelitas acudían a ellos una y otra
vez. Samuel no cesó nunca de llorar a Saúl, a pesar de haber sufrido ultrajes y
tratos intolerables por su culpa: toda injuria estaba olvidada. Jeremías, por su
parte, compuso para el pueblo judío unas lamentaciones que puso por escrito; y
habiéndole concedido el jefe de la guardia persa facultad para vivir en seguridad
y libertad donde quisiese, prefirió a su casa el compartir la suerte de los
infelices de su pueblo y una mísera morada en tierra extranjera.

Responsorio St 5, 10-11; Jdt 8, 27b


R. Tomad, hermanos, como modelo de sufrimiento y de paciencia a los
profetas, que hablaron en nombre del Señor. * Mirad cómo proclamamos felices
a los que sufrieron con paciencia.
V. Es para corrección que el Señor castiga a los que nos acercamos a él.
R. Mirad cómo proclamamos felices a los que sufrieron con paciencia.

58
MIÉRCOLES I

PRIMERA LECTURA
Del libro del Deuteronomio 10, 12-11, 9. 26-28
Elegid al Señor como único Dios

En aquellos días, dijo Moisés al pueblo estas palabras:


«Ahora Israel ¿qué te pide el Señor, tu Dios, sino que temas al Señor, tu Dios,
siguiendo todos sus caminos, y que le ames y que sirvas al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón y con toda tu alma, observando los preceptos del Señor y los
mandatos que yo te mando hoy, para tu bien.
Cierto: del Señor son los cielos, hasta el último cielo, la tierra y todo
cuanto la habita. Mas solo de vuestros padres se enamoró el Señor, los amó, y
de su descendencia os escogió a vosotros entre todos los pueblos, como
sucede hoy. Circuncidad vuestro corazón, no endurezcáis vuestra cerviz, pues el
Señor, vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, el Dios grande,
fuerte y terrible, que no es parcial ni acepta soborno, que hace justicia al
huérfano y a la viuda, y que ama al emigrante, dándole pan y vestido. Amaréis al
emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto. Temerás al Señor, tu Dios, le
servirás, te adherirás a él y en su nombre jurarás.
Él es tu alabanza y él es tu Dios, que hizo a tu favor las terribles
hazañas que tus ojos han visto. Setenta eran tus padres cuando bajaron a
Egipto, y ahora el Señor, tu Dios, te ha hecho numeroso como las estrellas del
cielo.
Amarás al Señor, tu Dios; observarás siempre sus órdenes, sus
mandatos, sus decretos y sus preceptos.
Sabedlo hoy: no se trata de vuestros hijos, que ni entienden ni han
visto la ley de vuestro Dios, su grandeza, su mano fuerte y su brazo extendido,
los signos y hazañas que hizo en medio de Egipto contra el faraón, rey de
Egipto, y contra todo su territorio; lo que hizo al ejército egipcio, a sus carros y
caballos: precipitó sobre ellos las aguas del mar Rojo cuando os perseguían y
acabó con ellos el Señor, hasta el día de hoy; lo que hizo con vosotros en el
desierto, hasta que llegasteis a este lugar; lo que hizo con Datán y Abirón,
hijos de Eliab, hijo de Rubén: la tierra abrió sus fauces y se los tragó con sus
familias y tiendas, y con su servidumbre y ganado, en medio de todo Israel; se
trata de vosotros, que habéis visto con vuestros ojos las grandes hazañas que
hizo el Señor.
Observaréis todo precepto que yo os mando hoy; para que seáis fuertes y
entréis y toméis posesión de la tierra adonde vais a entrar para someterla; así
se prolonguen vuestros días sobre la tierra que el Señor, vuestro Dios,
prometió dar a vuestros padres y a su descendencia: una tierra que mana
leche y miel.
Mira: yo os propongo hoy bendición y maldición: la bendición, si
escucháis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy; la
maldición, si no escucháis los preceptos del Señor, vuestro Dios, y os apartáis
del camino que yo os mando hoy, yendo en pos de otros dioses que no
conocéis.»

59
Responsorio 1 Jn 4, 19; 5, 3; 2, 5
R. Amemos a Dios, porque él nos amó primero. En esto consiste el amor a
Dios: en que guardemos sus mandamientos; * y sus mandamientos no son
pesados.
V. Quien guarda su palabra posee el perfecto amor de Dios.
R. Y sus mandamientos no son pesados.

SEGUNDA LECTURA
De los capítulos de Diadoco de Foticé, sobre la perfección espiritual (Caps. 12.13.14: PG
65, 1171- 1172)
Hay que amar solamente a Dios

El que se ama a sí mismo no puede amar a Dios; en cambio, el que,


movido por la superior excelencia de las riquezas del amor a Dios, deja de
amarse a sí mismo ama a Dios. Y, como consecuencia, ya no busca nunca su
propia gloria, sino más bien la gloria de Dios. El que se ama a sí mismo busca su
propia gloria, pero el que ama a Dios desea la gloria de su Hacedor.
En efecto, es propio del alma que siente el amor a Dios buscar siempre y
en todas sus obras la gloria de Dios y deleitarse en su propia sumisión a él, ya
que la gloria conviene a la magnificencia de Dios; al hombre, en cambio, le
conviene la humildad, la cual nos hace entrar a formar parte de la familia de
Dios. Si de tal modo obramos, poniendo nuestra alegría en la gloria del Señor, no
nos cansaremos de repetir, a ejemplo de Juan Bautista: Él tiene que crecer y yo
tengo que menguar.
Sé de cierta persona que, aunque se lamentaba de no amar a Dios
como ella hubiera querido, sin embargo, lo amaba de tal manera que el mayor
deseo de su alma consistía en que Dios fuera glorificado en ella, y que ella
fuese tenida en nada. El que así piensa no se deja impresionar por las palabras
de alabanza, pues sabe lo que es en realidad; al contrario, por su gran amor
a la humildad, no piensa en su propia dignidad, aunque fuese el caso que
sirviese a Dios en calidad de sacerdote; su deseo de amar a Dios hace que se
vaya olvidando poco a poco de su dignidad y que extinga en las profundidades
de su amor a Dios, por el espíritu de humildad, la jactancia que su dignidad
pudiese ocasionar, de modo que llega a considerarse siempre a sí mismo como
un siervo inútil, sin pensar para nada en su dignidad, por su amor a la humildad.
Lo mismo debemos hacer también nosotros, rehuyendo todo honor y toda
gloria, movidos por la superior excelencia de las riquezas del amor a Dios, que
nos ha amado de verdad.
Dios conoce a los que lo aman sinceramente, porque cada cual lo ama según
la capacidad de amor que hay en su interior. Por tanto, el que así obra desea con
ardor que la luz de este conocimiento divino penetre hasta lo más íntimo de su ser,
llegando a olvidarse de sí mismo, transformado todo él por el amor.
El que es así transformado vive y no vive; pues, mientras vive en su cuerpo, el
amor lo mantiene en un continuo peregrinar hacia Dios; su corazón, encendido en el
ardiente fuego del amor, está unido a Dios por la llama del deseo, y su amor a Dios
le hace olvidarse completamente del amor a sí mismo, pues, como dice el Apóstol,
si empezamos a desatinar, a Dios se debía; si ahora nos moderamos es por
vosotros.

60
Responsorio Jn e, 16; 1Jn 4, 10
R. Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, * para que todo el que
crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
V. En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en
que él nos amó.
R. Para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

JUEVES I
PRIMERA LECTURA
Del libro del Deuteronomio 12, 1-14
La ley del único templo

En aquellos días, Moisés dijo al pueblo estas palabras: «Estos son los
mandatos y decretos que debéis observar y cumplir en la tierra que el Señor,
Dios de tus padres, va a darte en posesión, mientras dure vuestra vida sobre la
tierra.
Debéis destruir por completo todos los lugares donde las naciones que
vais a desposeer han dado culto a sus dioses: en lo alto de los montes, en las
colinas y bajo todo árbol frondoso. Demoleréis sus altares, destrozaréis sus
estelas, prenderéis fuego a sus postes, derribaréis las imágenes de sus dioses y
borraréis su nombre de aquel lugar.
No os comportaréis así con el Señor, vuestro Dios, sino que buscaréis el
lugar que el Señor vuestro Dios eligiere de entre todas vuestras tribus para
poner allí su nombre y morar en él, e iréis allí y allí llevaréis vuestros
holocaustos y vuestros sacrificios de comunión, vuestros diezmos y vuestras
contribuciones, vuestros votos y vuestras ofrendas voluntarias, y los
primogénitos de vuestro ganado mayor y menor. Allí comeréis, vosotros y
vuestras familias, en presencia del Señor, vuestro Dios, y os regocijaréis por
todas las empresas que el Señor, tu Dios, haya bendecido. No haréis cada uno
lo que le parece bien, como nosotros hacemos hoy aquí, porque todavía no
habéis entrado en el lugar de descanso, en la heredad que el Señor, tu Dios, te
da. Cuando paséis el Jordán y habitéis en la tierra que el Señor, vuestro Dios, os
dé en heredad y os conceda descanso de vuestros enemigos de alrededor y
viváis tranquilos, llevaréis todo lo que yo os mando al lugar que eligiere el
Señor, vuestro Dios, para que more allí su nombre: vuestros holocaustos y
vuestros sacrificios de comunión, vuestros diezmos y vuestras contribuciones, y
lo más selecto de los votos que hayáis hecho al Señor, y os regocijaréis en
presencia del Señor, vuestro Dios, vosotros, vuestros hijos y vuestras hijas,
vuestros siervos y vuestras siervas, y el levita que vive en vuestras ciudades,
pues él no tiene porción ni heredad como vosotros.
Guárdate de ofrecer tus holocaustos en cualquier lugar que veas, sino
solo en el lugar que el Señor elija en una de tus tribus. Allí ofrecerás tus
holocaustos y allí harás todo lo que te mando.»

Responsorio 2 R 21, 7-8; 2 Co 6, 16


R. En este templo pondré mi nombre para siempre; ya no dejaré que Israel

61
ande errante, * a condición de que pongan por obra cuanto les mandé.
V. Nosotros somos templo del Dios vivo, como dijo Dios: «Habitaré en medio de
ellos y andaré entre ellos.»
R. A condición de que pongan por obra cuanto les mandé.

SEGUNDA LECTURA
De las cartas de San Fulgencio de Ruspe (Carta 14, 36-37: CCL 91, 429-431)
Cristo vive siempre para interceder en nuestro favor

Fijaos que en la conclusión de las oraciones decimos: «Por nuestro


Señor Jesucristo, tu Hijo»; en cambio, nunca decimos: «Por el Espíritu Santo».
Esta práctica universal de la Iglesia tiene su explicación en aquel misterio,
según el cual, el mediador entre Dios y los hombres es el hombre Cristo
Jesús, sacerdote eterno según el rito de Melquisedec, que entró una vez para
siempre con su propia sangre en el santuario, pero no en un santuario
construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, donde
está a la derecha de Dios e intercede por nosotros.
Teniendo ante sus ojos este oficio sacerdotal de Cristo, dice el Apóstol:
Por su medio, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es
decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre. Por él, pues, ofrecemos el
sacrificio de nuestra alabanza y oración, ya que por su muerte fuimos
reconciliados cuando éramos todavía enemigos. Por él, que se dignó hacerse
sacrificio por nosotros, puede nuestro sacrificio ser agradable en la presencia
de Dios. Por esto, nos exhorta san Pedro: También vosotros, como piedras
vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un
sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo. Por este motivo, decimos a Dios Padre: «Por nuestro Señor
Jesucristo».
Al referirnos al sacerdocio de Cristo, necesariamente hacemos alusión al
misterio de su encarnación, en el cual el Hijo de Dios, a pesar de su condición
divina, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, según la
cual se rebajó hasta someterse incluso a la muerte; es decir, fue hecho un
poco inferior a los ángeles, conservando no obstante su divinidad igual al
Padre. El Hijo fue hecho un poco inferior a los ángeles en cuanto que,
permaneciendo igual al Padre, se dignó hacerse como un hombre cualquiera. Se
abajó cuando se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo. Más aún,
el abajarse de Cristo es el total anonadamiento, que no otra cosa fue el tomar
la condición de esclavo.
Cristo, por tanto, permaneciendo en su condición divina, en su
condición de Hijo único de Dios, según la cual le ofrecemos el sacrificio igual
que al Padre, al tomar la condición de esclavo, fue constituido sacerdote, para
que, por medio de él, pudiéramos ofrecer la hostia viva, santa, grata a Dios.
Nosotros no hubiéramos podido ofrecer nuestro sacrificio a Dios si Cristo no se
hubiese hecho sacrificio por nosotros: en él nuestra propia raza humana es un
verdadero y saludable sacrificio. En efecto, cuando precisamos que nuestras
oraciones son ofrecidas por nuestro Señor, sacerdote eterno, reconocemos
en él la verdadera carne de nuestra misma raza, de conformidad con lo que dice

62
el Apóstol: Todo sumo sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para
representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios
por los pecados. Pero, al decir: «tu Hijo», añadimos: «que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo», para recordar, con esta adicción, la unidad de
naturaleza que tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y significar, de
este modo, que el mismo Cristo, que por nosotros ha asumido el oficio de
sacerdote, es por naturaleza igual al Padre y al Espíritu Santo.

Responsorio Hb 4, 16. 15
R. Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, * a fin de obtener
misericordia y hallar gracia para una ayuda en el momento oportuno.
V. Pues no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras
debilidades.
R. A fin de obtener misericordia y hallar gracia para una ayuda en el
momento oportuno.

VIERNES I

PRIMERA LECTURA
Del libro del Deuteronomio 15, 1-18
Remisión de las deudas

En aquellos días, Moisés dijo al pueblo estas palabras: «Cada siete


años harás la remisión. Esta será la norma de la remisión: todo acreedor
perdonará la deuda del préstamo hecho a su prójimo. No apremiará a su
prójimo o hermano, pues ha sido proclamada la remisión del Señor. Podrás
apremiar al extranjero, pero lo que hayas prestado a tu hermano lo
perdonarás. En realidad, no habrá ningún pobre entre los tuyos —pues el
Señor te colmará de bendiciones en la tierra que el Señor, tu Dios, va a darte en
herencia para que la poseas— a condición de que escuches atentamente la voz
del Señor, tu Dios, observando y cumpliendo todo lo que yo te mando hoy.
Porque el Señor, tu Dios, te bendecirá, como te ha dicho: prestarás a muchas
naciones, y no pedirás prestado; dominarás a muchas naciones, y no te
dominarán.
Cuando haya entre los tuyos un pobre, entre tus hermanos, en una de tus
ciudades, en la tierra que va a darte el Señor, tu Dios, no endurezcas tu
corazón ni cierres tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le
prestarás a la medida de su necesidad. Guárdate de decir en tu corazón esta
palabra mezquina: ―Se acerca el año séptimo, año de la remisión‖, mirando así
con malos ojos a tu hermano pobre y no dándole nada, pues él gritará al Señor
contra ti y tú incurrirás en delito. Dale generosamente, sin que se sienta mal tu
corazón por darle, pues por esa acción bendecirá el Señor, tu Dios, todas tus
empresas y todas tus tareas. Nunca dejará de haber pobres en la tierra; por
eso, yo te mando: ―Abre tu mano a tu hermano, al indigente, al pobre de tu
tierra‖.
Si tu hermano, hebreo o hebrea, se vende a ti, te servirá seis años, y al
séptimo lo dejarás libre. Cuando lo dejes libre, no lo despaches con las manos

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vacías. Abastécele de bienes de tu rebaño, de tu era y tu lagar, le darás de
aquello con que te ha bendecido el Señor tu Dios. Recuerda que fuiste esclavo
en la tierra de Egipto y que el Señor, tu Dios, te rescató. Por eso yo te mando
hoy esto. Pero si él te dice: ―No quiero marcharme de tu lado‖ —porque te
ama a ti y a tu familia, pues le iba bien contigo—, tomarás un punzón,
agujerearás su oreja contra la puerta y será tu esclavo para siempre. Lo mismo
harás con tu esclava. No te parezca muy duro dejarlo libre, pues los seis años
que te ha servido corresponden al doble del servicio de un jornalero. Y el Señor,
tu Dios, te bendecirá en todo lo que hagas.»

Responsorio Lc 6, 35. 36. 37-38


R. Amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a
cambio; * sed misericordiosos, como es misericordioso vuestro Padre.
V. Perdonad y seréis perdonados, dad y se os dará.
R. Sed misericordiosos, como es misericordioso vuestro Padre.

SEGUNDA LECTURA
De las homilías de san Asterio de Amasea (Hom. 13, PG 40, 355-358. 362)
Imitemos el estilo pastoral que empleó el mismo Señor

Si queréis emular a Dios, puesto que habéis sido creados a su imagen,


imitad su ejemplo. Vosotros, que sois cristianos, que con vuestro mismo nombre
estáis proclamando la bondad, imitad la caridad de Cristo.
Pensad en los tesoros de su benignidad, pues, habiendo de venir como
hombre a los hombres, envió previamente a Juan como heraldo y ejemplo de
penitencia, y, por delante de Juan, envió a todos los profetas, para que
indujeran a los hombres a convertirse, a volver al buen camino y a vivir una
vida fecunda.
Luego, se presentó él mismo, y clamaba con su propia voz: Venid a mí
todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. ¿Y cómo acogió a
los que escucharon su voz? Les concedió un pronto perdón de sus pecados, y
los liberó en un instante de sus ansiedades: la Palabra los hizo santos, el
Espíritu los confirmó, el hombre viejo quedó sepultado en el agua, el nuevo
hombre floreció por la gracia. ¿Y qué ocurrió a continuación? El que había
sido enemigo se convirtió en amigo, el extraño resultó ser hijo, el profano vino a
ser sagrado y piadoso.
Imitemos el estilo pastoral que empleó el mismo Señor; contemplemos los
evangelios, y, al ver allí, como en un espejo, aquel ejemplo de diligencia y
benignidad, tratemos de aprender estas virtudes.
Allí encuentro, bosquejada en parábola y en lenguaje metafórico, la
imagen del pastor de las cien ovejas, que, cuando una de ellas se aleja del
rebaño y vaga errante, no se queda con las otras que se dejaban apacentar
tranquilamente, sino que sale en su busca, atraviesa valles y bosques, sube a
montañas altas y empinadas, y va tras ella con gran esfuerzo, de acá para allá
por los yermos, hasta que encuentra a la extraviada.
Y, cuando la encuentra, no la azota ni la empuja hacia el rebaño con
vehemencia, sino que la carga sobre sus hombros, la acaricia y la lleva con las
otras, más contento por haberla encontrado que por todas las restantes.
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Pensemos en lo que se esconde tras el velo de esta imagen.
Esta oveja no significa, en rigor, una oveja cualquiera, ni este pastor es un
pastor como los demás, sino que significan algo más. En estos ejemplos se
contienen realidades sobrenaturales. Nos dan a entender que jamás
desesperemos de los hombres ni los demos por perdidos, que no los
despreciemos cuando se hallan en peligro, ni seamos remisos en ayudarlos,
sino que cuando se desvían de la rectitud y yerran, tratemos de hacerlos
volver al camino, nos congratulemos de su regreso y los reunamos con la
muchedumbre de los que siguen viviendo justa y piadosamente.

Responsorio Cf. Za 7, 9; Mt 6, 14
R. Practicad la justicia y la fidelidad. * Ejerced la piedad y la misericordia cada
uno con su hermano.
V. Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a
vosotros vuestro Padre celestial
R. Ejerced la piedad y la misericordia cada uno con su hermano.

LUNES II

PRIMERA LECTURA
Del libro del Deuteronomio 24, 1-25, 4
Preceptos referentes al prójimo

En aquellos días, dio Moisés al pueblo estas normas: «Si uno se casa con
una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, y le
escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa, y ella sale de la
casa, va y se casa con otro, y el segundo también la aborrece, le escribe el acta
de divorcio, se la entrega y la echa de casa, o bien muere el segundo marido, el
primer marido, que la despidió, no podrá casarse otra vez con ella, porque ha
quedado impura; sería una abominación ante el Señor; no eches un pecado
sobre la tierra que el Señor, tu Dios, va a darte en heredad.
Si uno es recién casado, no está obligado al servicio militar ni a otros
trabajos públicos; quedará libre en su casa durante un año, para disfrutar de la
mujer con quien se ha casado.
No tomarás en prenda las dos piedras de un molino, ni siquiera la
muela, porque sería tomar en prenda una vida.
Si descubren que uno ha secuestrado a un hermano suyo de los hijos de Israel,
para explotarlo o venderlo, el secuestrador morirá. Así extirparás el mal de en
medio de ti.
Tened cuidado con las afecciones de la piel, observando y cumpliendo
todo lo que os enseñen los sacerdotes levitas. Observad y cumplid lo que yo
les he mandado. Recuerda lo que hizo el Señor, tu Dios, a María cuando
salisteis de Egipto.
Si haces un préstamo cualquiera a tu hermano, no entres en su casa a
recobrar la prenda; espera afuera, y el prestatario saldrá a devolverte la prenda.
Y, si es pobre, no te acostarás sobre la prenda; se la devolverás a la caída del
sol y así él se acostará sobre su manto y te bendecirá, y tuyo será el mérito ante

65
el Señor, tu Dios.
No explotarás al jornalero, pobre y necesitado, sea hermano tuyo o
emigrante que vive en tu tierra, en tu ciudad; cada jornada le darás su jornal,
antes que el sol se ponga, porque pasa necesidad y está pendiente del salario.
Así no gritará contra ti al Señor y no incurrirás en pecado.
No serán ejecutados los padres por culpas de los hijos, ni los hijos por
culpas de los padres; cada uno será ejecutado por su propio pecado.
No defraudarás el derecho del emigrante y del huérfano ni tomarás en prenda
las ropas de la viuda; recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que de allí te
rescató el Señor, tu Dios; por eso yo te mando hoy cumplir esto.
Cuando siegues la mies de tu campo y olvides en el suelo una gavilla, no
vuelvas a recogerla; déjasela al emigrante, al huérfano y a la viuda, y así
bendecirá el Señor todas tus tareas. Cuando varees tu olivar, no repases las
ramas; déjaselas al emigrante, al huérfano y a la viuda. Cuando vendimies tu
viña, no rebusques los racimos; déjaselos al emigrante, al huérfano y a la
viuda.
Acuérdate de que fuiste esclavo en Egipto; por eso yo te mando hoy
cumplir esto.
Cuando dos hombres tengan un pleito, vayan a juicio y los juzguen,
absolviendo al inocente y condenando al culpable, si el culpable merece una
paliza, el juez lo hará tenderse en tierra, y en su presencia le darán los azotes
que merece su delito. Pero solo le podrán dar hasta cuarenta y no más, no sea
que, si se exceden en el número y la paliza resulte excesiva, tu hermano quede
infamado a tus ojos.
No le pondrás bozal al buey que trilla.»

Responsorio Cf. Mc 12, 32-33; Sir 35, 4-5


R. Maestro, tienes razón al decir que Dios es único y que hay que amarlo con
todo el corazón, y que * amar al prójimo como a sí mismo vale más que
todos los holocaustos y sacrificios.
V. Dar limosna equivale a ofrecer sacrificios de alabanza; apartarse del mal es
complacer al Señor.
R. Amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y
sacrificios.

SEGUNDA LECTURA
De la Constitución pastoral Gaudium et Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual,
del Concilio Vaticano II (Núm. 48)
Santidad del matrimonio y de la familia

El hombre y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino


una sola carne, con la íntima unión de personas y de obras se ofrecen
mutuamente ayuda y servicio, experimentando así y logrando, más plenamente
cada día, el sentido de su propia unidad.
Esta íntima unión, por ser una donación mutua de dos personas, y el
mismo bien de los hijos exigen la plena fidelidad de los esposos y urgen su
indisoluble unidad.
Cristo, el Señor, bendijo abundantemente este amor multiforme que
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brota del divino manantial del amor de Dios y que se constituye según el
modelo de su unión con la Iglesia.
Pues, así como Dios en otro tiempo buscó a su pueblo con un pacto de
amor y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la
Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por el sacramento del
matrimonio. Permanece, además, con ellos para que, así como él amó a su
Iglesia y se entregó por ella, del mismo modo, los esposos, por la mutua
entrega, se amen mutuamente con perpetua fidelidad.
El auténtico amor conyugal es asumido por el amor divino y se rige y
enriquece por la obra redentora de Cristo y por la acción salvífica de la Iglesia,
para que los esposos sean eficazmente conducidos hacia Dios y se vean
ayudados y confortados en su sublime papel de padre y madre.
Por eso, los esposos cristianos son robustecidos y como consagrados
para los deberes y dignidad de su estado, gracias a este sacramento particular; en
virtud del cual, cumpliendo su deber conyugal y familiar, imbuidos por el
espíritu de Cristo, con el que toda su vida queda impregnada de fe, esperanza y
caridad, se van acercando cada vez más hacia su propia perfección y mutua
santificación, y así contribuyen conjuntamente a la glorificación de Dios.
De ahí que, cuando los padres preceden con su ejemplo y oración familiar,
los hijos, e incluso cuantos conviven en la misma familia, encuentran más
fácilmente el camino de la bondad, de la salvación y de la santidad. Los
esposos, adornados de la dignidad y del deber de la paternidad y maternidad,
habrán de cumplir entonces con diligencia su deber de educadores, sobre
todo en el campo religioso, deber que les incumbe a ellos principalmente.
Los hijos, como miembros vivos de la familia, contribuyen a su manera a la
santificación de sus padres, pues, con el sentimiento de su gratitud, con su
amor filial y con su confianza, corresponderán a los beneficios recibidos de sus
padres y, como buenos hijos, los asistirán en las adversidades y en la
soledad de la vejez.

Responsorio Ef 5, 32.25.33
R. Este misterio es grande: lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia. * Cristo
amó a la Iglesia y se entregó a si mismo por ella.
V. Que cada uno ame a su mujer como a si mismo; y la mujer debe respetar a su
mari do.
R. Cristo amó a la Iglesia y se entregó a si mismo por ella.

MARTES II

PRIMERA LECTURA
Del libro del Deuteronomio 26, 1-19
Profesión de fe de los hijos de Abraham

En aquellos días, dijo Moisés al pueblo estas palabras: «Cuando entres en


la tierra que el Señor, tu Dios, va a darte en heredad, cuando la tomes en
posesión y habites en ella, tomarás una parte de las primicias de todos los
frutos que coseches de la tierra que va a darte el Señor, tu Dios, las meterás en

67
una cesta, irás al lugar que el Señor, tu Dios, haya elegido para morada de su
nombre, te presentarás al sacerdote que esté en funciones por aquellos días y le
dirás: ―Declaro hoy al Señor, mi Dios, que he entrado en la tierra que el Señor
juró a nuestros padres que nos daría‖.
El sacerdote tomará de tu mano la cesta y la pondrá ante el altar del
Señor, tu Dios. Entonces tomarás la palabra y dirás ante el Señor, tu Dios: ―Mi
padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí como
emigrante, con pocas personas, pero allí se convirtió en un pueblo grande,
fuerte y numeroso. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos
impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de
nuestros padres, y el Señor escuchó nuestros gritos, miró nuestra indefensión,
nuestra angustia y nuestra opresión. El Señor nos sacó de Egipto con mano
fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y prodigios, y
nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por
eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has
dado‖. Los pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor,
tu Dios. Y te regocijarás con el levita y el emigrante que vivan en tu vecindad,
por todos los bienes que el Señor, tu Dios, te haya dado, a ti y a tu casa.
Cada tres años, el año del diezmo, cuando termines de separar el diezmo
de todas tus cosechas y se lo hayas dado al levita, al emigrante, al huérfano
y a la viuda, para que coman hasta saciarse en tus ciudades, dirás ante el
Señor, tu Dios: ―He apartado de mi casa lo consagrado; se lo he dado al levita,
al emigrante, al huérfano y a la viuda, conforme al precepto que me mandaste.
No he quebrantado ni olvidado ningún precepto. No he comido de ello estando
de luto, ni lo he apartado estando impuro, ni se lo he ofrecido a un muerto. He
escuchado la voz del Señor, mi Dios, he cumplido lo que me mandaste. Mira
desde tu santa morada, desde el cielo, y bendice a tu pueblo, Israel, y a esta
tierra que nos diste, como habías jurado a nuestros padres, una tierra que mana
leche y miel‖.
Hoy el Señor, tu Dios, te manda que cumplas estos mandatos y decretos.
Acátalos y cúmplelos con todo tu corazón y con toda tu alma.
Hoy has elegido al Señor para que él sea tu Dios y tú vayas por sus
caminos, observes sus mandatos, preceptos y decretos, y escuches su voz. Y el
Señor te ha elegido para que seas su propio pueblo, como te prometió, y
observes todos sus preceptos. Él te elevará en gloria, nombre y esplendor, por
encima de todas las naciones que ha hecho, y serás el pueblo santo del Señor,
tu Dios, como prometió.»

Responsorio Cf. 1 Pe 2, 9. 10; Dt 7, 6. 8


R. Vosotros sois pueblo adquirido por Dios; vosotros que en otro tiempo no
erais pueblo sois ahora pueblo de Dios; * vosotros que estabais excluidos de la
misericordia sois ahora objeto de la misericordia de Dios.
V. El Señor os eligió sólo por el amor que os tiene, y os rescató de la
esclavitud.
R. Vosotros que estabais excluidos de la misericordia sois ahora objeto de la
misericordia de Dios.

68
SEGUNDA LECTURA
San Cirilo de Alejandría, Sobre la adoración en espíritu y en verdad (Lib. 8: PG 68,
574- 575)
Después de Moisés y la ley, Cristo se ha hecho nuestro guía

En el antiguo Testamento hallamos perfectamente prefigurado de muchas


maneras el misterio de Cristo y, en cierto modo se nos describe la Pasión del
Salvador, por la que hemos sido liberados de todo el mal que pudiera
perturbarnos y que nos había arrojado a una irremediable miseria. La disposición
relativa a la condonación, en el año séptimo, de las deudas prefiguraba el
tiempo de la remisión universal; e incluso el hecho de que el castigo de los
azotes no debía rebasar los cuarenta golpes, nos está indicando el tan
anhelado tiempo de la salvación operada por aquel Hijo unigénito después
que hubo asumido la carne, tiempo en que sus cicatrices nos curaron. El fue
triturado por nuestros crímenes cuando los israelitas lo cubrieron de insultos y
Pilato lo hizo flagelar, mientras nosotros éramos liberados de las penas y del
suplicio.
Hubo efectivamente un tiempo en que los golpes de flagelo infligidos al
pecador eran muchos, pero Cristo fue flagelado por nosotros: como murió por
todos, también por todos fue flagelado, habiéndose puesto en lugar de todos.
Pero la ley no permite que se exceda el número de cuarenta golpes,
porque hasta la venida de Cristo los suplicios no debían rebasar la medida: en
cierto modo les pone coto y, al mismo tiempo, preanuncia el tiempo de la
remisión. Las figuras contienen, de hecho, en germen la belleza de la verdad.
Es también interesante notar que Israel, por haber ofendido a Dios,
vagó cuarenta años por el desierto: Dios había jurado no introducirlos en la
tierra prometida; pero transcurrido este tiempo su ira se aplacó, y sus hijos
pasaron el Jordán y entraron en aquella tierra, porque su indignación no
superó los cuarenta años.
Así pues, fue clara figura de todo esto el hecho de que algunos
recibieran hasta cuarenta azotes, ya que a este número estaba condicionado el
tiempo de la remisión, recordándonos el místico tránsito del Jordán y también
aquellos cuchillos de piedra, es decir, la circuncisión espiritual, y asimismo
aquella soberana potestad de Jesús. Porque, después de Moisés y la ley, Cristo se
ha hecho nuestro guía.

Responsorio Is 53, 5; 1Pe 2, 24


R. Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras
iniquidades. El castigo que trae la paz recayó sobre él. * Por sus heridas hemos
sido curados.
V. Él llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero de la cruz, a fin de
que, muertos al pecado, vivamos para la justicia
R. Por sus heridas hemos sido curados.

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MIÉRCOLES II

PRIMERA LECTURA
Del libro del Deuteronomio 29, 1-5. 9-29
Maldición sobre los transgresores de la Alianza

En aquellos días, Moisés convocó a todo Israel y les dijo: «Vosotros


habéis visto todo lo que hizo el Señor a vuestros ojos en la tierra de Egipto con el
faraón, con todos sus servidores y con todo su país: aquellas grandes pruebas
que vieron vuestros ojos, aquellos grandes signos y prodigios; pero el Señor no
os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para escuchar,
hasta hoy.
―Yo os he conducido cuarenta años por el desierto; no se os gastaron
los vestidos que llevabais ni se os estropearon las sandalias de los pies; no
comisteis pan ni bebisteis vino ni licor; para que reconozcáis que yo soy el
Señor, vuestro Dios.‖
Os habéis colocado hoy en presencia del Señor, vuestro Dios, todos
vosotros —vuestros jefes de tribu, vuestros ancianos, vuestros magistrados y
todos los hombres de Israel; vuestros niños, vuestras mujeres y los emigrantes
que están en el campamento, desde tu leñador hasta tu aguador—, para entrar en
la alianza del Señor, tu Dios —y en el juramento imprecatorio —, que el Señor,
tu Dios, concierta hoy contigo, a fin de constituirte hoy su pueblo, y ser él tu
Dios, como te dijo y como había jurado a tus padres, a Abrahán, Isaac y
Jacob. No solo con vosotros concierto yo esta alianza, con sus imprecaciones,
sino también con el que está hoy aquí con nosotros, en presencia del Señor, y
con el que hoy no está aquí con nosotros.
Vosotros sabéis que habitamos en la tierra de Egipto y que pasamos
por medio de otros pueblos y vimos sus monstruos y sus ídolos, de madera y
piedra, de plata y oro. Que no haya nadie entre vosotros, hombre o mujer,
familia o tribu, cuyo corazón se aparte hoy del Señor, nuestro Dios, yendo a
servir a los dioses de esas naciones; que no arraiguen en vosotros plantas
amargas y venenosas. Que nadie, al escuchar las palabras de esta imprecación,
se felicite diciendo por dentro: ―Tendré paz, aunque siga en la obstinación de
mi corazón‖, pues la riada se llevará lo secano, porque el Señor no está
dispuesto a perdonarlo. La ira del Señor y su celo se encenderán contra ese
hombre, caerá sobre él toda imprecación escrita en este libro y el Señor
borrará su nombre bajo el cielo. El Señor lo apartará, para su perdición, de todas
las tribus de Israel, conforme a las imprecaciones de la alianza, escritas en
el libro de esta ley.
La generación venidera —vuestros hijos que surjan después de
vosotros y el extranjero que venga de un país lejano, al ver las plagas de esta
tierra y las enfermedades con que las castigará el Señor: azufre y sal, tierra
calcinada donde no se siembra, ni brota ni crece la hierba, catástrofe como la
de Sodoma y Gomorra, Adamá y Seboín, arrasadas por la ira y la cólera del
Señor— se preguntará junto con todas las naciones: ―¿Por qué trató el Señor así
a esta tierra? ¿Qué significa esta cólera terrible?‖. Y les responderán:
―Porque abandonaron la alianza que el Señor Dios de sus padres concertó con

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ellos al sacarlos de la tierra de Egipto y fueron a servir a otros dioses y se
postraron ante ellos —dioses que no conocían y que él no les había asignado
—; por eso la ira del Señor se encendió contra esta tierra, haciendo recaer
sobre ella todas las imprecaciones escritas en este libro; por eso, el Señor los
arrancó de su suelo con ira, furor y gran indignación, y los arrojó a otra tierra,
como sucede hoy‖. Lo oculto es del Señor, nuestro Dios; lo revelado es nuestro
y de nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras
de esta ley.»

Responsorio Ga 3, 13-14: cf. Dt 8, 14


R. Cristo se hizo maldición por nosotros, a fin de que la bendición de Abraham
alcanzara a todas las naciones, * para que recibiéramos por la fe el Espíritu
prometido por Dios.
V. Dios nos sacó de la tierra de Egipto y de la casa de esclavitud.
R. Para que recibiéramos por la fe el Espíritu prometido por Dios.

SEGUNDA LECTURA
De los sermones de san Bernardo de Claraval, sobre el Cantar de los cantares
(Sermón 61, 3-5: Opera omnia, edic. cisterciense, 2, 1958, 150-151)
Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia

¿Dónde podrá hallar nuestra debilidad un descanso seguro y tranquilo,


sino en las llagas del Salvador? En ellas habito con seguridad, sabiendo que él
puede salvarme. Grita el mundo, me oprime el cuerpo, el diablo me pone
asechanzas, pero yo no caigo, porque estoy cimentado sobre piedra firme. Si
cometo un gran pecado, me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz,
porque me acordaré de las llagas del Señor. El, en efecto, fue traspasado por
nuestras rebeliones. ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la
muerte de Cristo? Por esto, si me acuerdo que tengo a mano un remedio tan
poderoso y eficaz, ya no me atemoriza ninguna dolencia, por maligna que sea.
Por esto, no tenía razón aquel que dijo: Mi culpa es demasiado grande
para soportarla. Es que él no podía atribuirse ni llamar suyos los méritos de
Cristo, porque no era miembro del cuerpo cuya cabeza es el Señor.
Pero yo tomo de las entrañas del Señor lo que me falta, pues sus entrañas
rebosan misericordia. Agujerearon sus manos y pies y atravesaron su costado
con una lanza, y, a través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre y
aceite de rocas de pedernal, es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor.
Sus designios eran designios de paz, y yo lo ignoraba. Porque, ¿quién
conoció la mente del Señor?, ¿quién fue su consejero? Pero el clavo
penetrante se ha convertido para mí en una llave que me ha abierto el
conocimiento de la voluntad del Señor. ¿Por qué no he de mirar a través de
esta hendidura? Tanto el clavo como la llaga proclaman que en verdad Dios
está en Cristo reconciliando al mundo consigo. Un hierro atravesó su alma,
hasta cerca del corazón, de modo que ya no es incapaz de compadecerse de
mis debilidades.
Las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su
corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable
misericordia de nuestro Dios, por la que nos ha visitado el sol que nace de lo

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alto. ¿Qué dificultad hay en admitir que tus llagas nos dejan ver tus entrañas? No
podría hallarse otro medio más claro que estas tus llagas para comprender que
tú, Señor, eres bueno y clemente, y rico en misericordia. Nadie tiene una
misericordia más grande que el que da su vida por los sentenciados a muerte y
a la condenación.
Luego mi único mérito es la misericordia del Señor. No seré pobre en
méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y, porque la misericordia del
Señor es mucha, muchos son también mis méritos. Y, aunque tengo
conciencia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más desbordante fue
la gracia. Y, si la misericordia del Señor dura siempre, yo también cantaré
eternamente las misericordias del Señor. ¿Cantaré acaso mi propia justicia?
Señor, narraré tu justicia, tuya entera. Sin embargo, ella es también mía, pues tú
has sido constituido mi justicia de parte de Dios.

Responsorio Rm 5, 10. 8
R. Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de
su Hijo, * mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados
por su vida.
V. Siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.
R. Mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su
vida.

JUEVES II
PRIMERA LECTURA
Del libro del Deuteronomio 30, 1-20
Promesa de perdón después del destierro

En aquellos días, dijo Moisés al pueblo estas palabras: «Cuando se


cumplan en ti todas estas palabras —la bendición y la maldición que te he
propuesto— y las medites en tu corazón, en medio de los pueblos adonde te
expulsará el Señor, tu Dios, si te vuelves hacia el Señor, tu Dios, y escuchas su
voz, conforme a todo lo que yo te mando hoy, con todo tu corazón y con toda
tu alma, tú y tus hijos, el Señor, tu Dios, cambiará tu suerte y se compadecerá de
ti; volverá y te reunirá de en medio de todos los pueblos por donde el
Señor, tu Dios, te dispersó. Aunque tus dispersos se encuentren en los confines
del cielo, de allí te reunirá el Señor, tu Dios, y de allí te recogerá. El Señor, tu
Dios, te traerá a la tierra que poseyeron tus padres y la poseerás; te hará el bien
y te hará crecer más que tus padres.
El Señor, tu Dios, circuncidará tu corazón y el de tus descendientes
para que ames al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, y así
vivas. El Señor, tu Dios, hará recaer todas estas imprecaciones sobre tus
enemigos, los que te habían perseguido con saña, y tú volverás a escuchar la
voz del Señor, tu Dios, y cumplirás todos los preceptos suyos que yo te mando
hoy. El Señor, tu Dios, te hará prosperar en todas tus empresas, en el fruto de tu
vientre, el fruto de tu ganado y el fruto de tu suelo, porque el Señor, tu Dios,
volverá a complacerse en tu bienestar, como lo hizo en el bienestar de tus
padres, si escuchas la voz del Señor, tu Dios, observando sus preceptos y

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mandatos, lo que está escrito en el libro de esta ley, y si vuelves al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma.
Porque este precepto que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es
inalcanzable. No está en el cielo, para poder decir: ―¿Quién de nosotros subirá al
cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?‖. Ni está más
allá del mar, para poder decir: ―¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo
traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?‖. El mandamiento está muy
cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas.
Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo
te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus
preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás y el Señor, tu Dios, te
bendecirá en la tierra donde vas a entrar para poseerla.
Pero, si tu corazón se aparta y no escuchas, si te dejas arrastrar y te
postras ante otros dioses y les sirves, yo os declaro hoy que moriréis sin
remedio; no duraréis mucho en la tierra adonde tú vas a entrar para tomarla en
posesión una vez pasado el Jordán.
Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra. Pongo
delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida,
para que viváis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su
voz, adhiriéndote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que juró
dar a tus padres, Abrahán, Isaac y Jacob.»

Responsorio Jr 29, 13-14; Mt 7, 7


R. Me buscaréis y me encontraréis si me buscáis de todo corazón. * Me dejaré
encontrar y cambiaré vuestra suerte.
V. Buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá.
R. Me dejaré encontrar y cambiaré vuestra suerte.

SEGUNDA LECTURA
De los sermones de san Juan Mediocre de Nápoles (Sermón 7: PLS 4, 785-786)
Ama al Señor y sigue sus caminos

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Dichoso el que así


hablaba, porque sabía cómo y de dónde procedía su luz y quién era el que lo
iluminaba. El veía la luz, no esta que muere al atardecer, sino aquella otra que no
vieron ojos humanos. Las almas iluminadas por esta luz no caen en el
pecado, no tropiezan en el mal.
Decía el Señor: Caminad mientras tenéis luz. Con estas palabras, se
refería a aquella luz que es él mismo, ya que dice: Yo he venido al mundo
como luz, para que los que ven no vean y los ciegos reciban la luz. El Señor,
por tanto, es nuestra luz, él es el sol de justicia que irradia sobre su Iglesia
católica, extendida por doquier. A él se refería proféticamente el salmista,
cuando decía: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El hombre interior, así iluminado, no vacila, sigue recto su camino,
todo lo soporta. El que contempla de lejos su patria definitiva aguanta en las
adversidades, no se entristece por las cosas temporales, sino que halla en Dios su
fuerza; humilla su corazón y es constante, y su humildad lo hace paciente. Esta
luz verdadera que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre, el Hijo,
73
revelándose a sí mismo, la da a los que lo temen, la infunde a quien quiere y
cuando quiere.
El que vivía en tiniebla y en sombra de muerte, en la tiniebla del mal y en
la sombra del pecado, cuando nace en él la luz, se espanta de sí mismo y sale
de su estado, se arrepiente, se avergüenza de sus faltas y dice: El Señor es mi luz
y mi salvación, ¿a quién temeré? Grande es, hermanos, la salvación que se nos
ofrece. Ella no teme la enfermedad, no se asusta del cansancio, no tiene en
cuenta el sufrimiento. Por esto, debemos exclamar, plenamente convencidos,
no sólo con la boca, sino también con el corazón: El Señor es mi luz y mi
salvación, ¿a quién temeré? Si es él quien ilumina y quien salva, ¿a quién
temeré? Vengan las tinieblas del engaño: el Señor es mi luz. Podrán venir
pero sin ningún resultado, pues, aunque ataquen nuestro corazón, no lo
vencerán. Venga la ceguera de los malos deseos: el Señor es mi luz. El es, por
tanto, nuestra fuerza, el que se da a nosotros, y nosotros a él. Acudid al
médico mientras podéis, no sea que después queráis y no podáis.

Responsorio Cf. Sb 9, 10.4


R. Envía, Señor, la Sabiduría de los cielos santos, para que a mi lado participe en
mis trabajos * y sepa yo lo que te es agradable.
V. Dame la Sabiduría, que se sienta junto a tu trono.
R. Y sepa yo lo que te es agradable.

VIERNES II
PRIMERA LECTURA
Del libro del Deuteronomio 31, 1-15. 23
Últimas palabras de Moisés

En aquellos días, Moisés se dirigió a todo Israel y pronunció estas


palabras. Les dijo: «Tengo ya ciento veinte años, y ya no puedo salir ni entrar;
además el Señor me ha dicho: ―No pasarás ese Jordán‖. El Señor, tu Dios,
pasará delante de ti. Él destruirá delante de ti esas naciones y tú las tomarás en
posesión. Josué pasará delante de ti, como ha dicho el Señor.
El Señor los tratará como a los reyes amorreos Sijón y Og, y como a sus
tierras, que arrasó. El Señor os los entregará y vosotros los trataréis conforme a
toda esta prescripción que yo os he mandado. ¡Sed fuertes y valientes, no
temáis, no os acobardéis ante ellos!, pues el Señor, tu Dios, va contigo, no te
dejará ni te abandonará».
Después Moisés llamó a Josué, y le dijo en presencia de todo Israel:
«Sé fuerte y valiente, porque tú has de introducir a este pueblo en la tierra
que el Señor, tu Dios, juró dar a tus padres y tú se la repartirás en heredad. El
Señor irá delante de ti. Él estará contigo, no te dejará ni te abandonará. No
temas ni te acobardes».
Moisés escribió esta ley y la consignó a los sacerdotes levitas que llevan el
Arca de la Alianza del Señor, y a todos los ancianos de Israel, y les mandó:
«Cada siete años, en una fiesta del Año de la Remisión, en la fiesta de las
Tiendas, cuando todo Israel acuda a presentarse ante el Señor, tu Dios, en el

74
lugar que él elija, se proclamará esta ley ante todo Israel, a sus oídos. Congrega
al pueblo, hombres, mujeres y niños, y al emigrante que esté en tus ciudades,
para que escuchen y aprendan y teman al Señor, vuestro Dios, y observen
todas las palabras de esta ley para cumplirla. Y así sus hijos, que no la conocen,
la escucharán y aprenderán a temer al Señor, vuestro Dios, todos los días que
viváis en la tierra que vais a poseer después de pasar el Jordán».
El Señor dijo a Moisés: «Está cerca el día de tu muerte. Llama a Josué,
presentaos en la Tienda del Encuentro, y yo le daré mis órdenes».
Moisés y Josué fueron a presentarse a la Tienda del Encuentro. El
Señor se les apareció en la Tienda, en una columna de nubes, que fue a
colocarse a la entrada de la Tienda. El Señor ordenó a Josué, hijo de Nun:
«¡Sé fuerte y valiente, que tú has de introducir a los hijos de Israel en la tierra que
les prometí con juramento. Yo estaré contigo!».

Responsorio Dt 31, 23. 6. 8; Pr 3, 26


R. Sé fuerte y valeroso, que el Señor es tu Dios. * Él avanzará ante ti, él estará
contigo: no temas.
V. El Señor estará a tu lado y será tu tranquilidad, él preservará a tu pie de
caer en la trampa.
R. Él avanzará ante ti, él estará contigo: no temas.

SEGUNDA LECTURA
Del comentario de san Juan Fisher, sobre el salmo 101 (Opera omnia, edic. 1597, pp.
1588- 1589)
Las maravillas de Dios

Primero, Dios liberó al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, con


grandes portentos y prodigios; los hizo pasar el mar Rojo a pie enjuto; en el
desierto, los alimentó con manjar llovido del cielo, el maná y las codornices;
cuando padecían sed, hizo salir de la piedra durísima un perenne manantial de
agua; les concedió la victoria sobre todos los que guerreaban contra ellos; por
un tiempo, detuvo de su curso natural las aguas del Jordán; les repartió por
suertes la tierra prometida, según sus tribus y familias. Pero aquellos
hombres ingratos, olvidándose del amor y munificencia con que les había
otorgado tales cosas, abandonaron el culto del Dios verdadero y se entregaron,
una y otra vez, al crimen abominable de la idolatría.
Después, también a nosotros, que, cuando éramos gentiles, nos
sentíamos arrebatados hacia los ídolos mudos, siguiendo el ímpetu que nos
venía, Dios nos arrancó del olivo silvestre de la gentilidad, al que pertenecíamos
por naturaleza, nos injertó en el verdadero olivo del pueblo judío, desgajando
para ello algunas de sus ramas naturales, y nos hizo partícipes de la raíz de su
gracia y de la rica sustancia del olivo. Finalmente, no perdonó a su propio
Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros como oblación y víctima de
suave olor, para rescatarnos de toda maldad y para prepararse un pueblo
purificado.
Todo ello, más que argumentos, son signos evidentes del inmenso amor y
bondad de Dios para con nosotros; y, sin embargo, nosotros, sumamente

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ingratos, más aún, traspasando todos los límites de la ingratitud, no tenemos en
cuenta su amor ni reconocemos la magnitud de sus beneficios, sino que
menospreciamos y tenemos casi en nada al autor y dador de tan grandes bienes;
ni tan siquiera la extraordinaria misericordia de que usa continuamente con los
pecadores nos mueve a ordenar nuestra vida y conducta conforme a sus
mandamientos.
Ciertamente, es digno todo ello de que sea escrito para las generaciones
futuras, para memoria perpetua, a fin de que todos los que en el futuro han de
llamarse cristianos reconozcan la inmensa benignidad de Dios para con nosotros
y no dejen nunca de cantar sus alabanzas.

Responsorio Sal 67, 27; 95, 1


R. Bendecid a Dios en vuestras asambleas. * Bendecid al Señor, vosotros
linaje de Israel.
V. Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra.
R. Bendecid al Señor, vosotros linaje de Israel.

LUNES III

PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 2, 5-18
Jesús, autor de la salvación, se ha hecho semejante a sus hermanos

Hermanos: Dios no sometió a los ángeles el mundo venidero, del que


estamos hablando; de ello dan fe estas palabras:
¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el ser humano, para
que mires por él?
Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad,
todo lo sometiste bajo sus pies.
En efecto, al someterle todo, nada dejó fuera de su dominio. Pero
ahora no vemos todavía que le esté sometido todo. Al que Dios había hecho
un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y
honor por su pasión y muerte. Pues, por la gracia de Dios, gustó la muerte por
todos.
Convenía que aquel, para quien y por quien existe todo, llevara muchos
hijos a la gloria perfeccionando mediante el sufrimiento al jefe que iba a
guiarlos a la salvación. El santificador y los santificados proceden todos del
mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos, pues dice:
Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te
alabaré.
Y también: En él pondré yo mi confianza. Y de nuevo: Aquí estoy yo
con los hijos que Dios me dio.
Por tanto, lo mismo que los hijos participan de la carne y de la sangre, así
también participó Jesús de nuestra carne y sangre, para aniquilar mediante la
muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por
miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos. Notad que tiende una
mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en

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todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo
que a Dios se refiere, y expiar los pecados del pueblo. Pues, por el hecho
de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son
tentados.

Responsorio Hb 2, 11. 17; Ba 3, 38


R. Tanto el que santifica como los que son santificados tienen un mismo
origen; por eso Cristo debía ser semejante en todo a sus hermanos, * para
poderse apiadar de ellos y ser su fiel pontífice.
V. Dios apareció en la tierra y convivió entre los hombres.
R. Para poderse apiadar de ellos y ser su fiel pontífice.

SEGUNDA LECTURA
Del comentario de san Juan Fisher, sobre el salmo 129 (Opera omnia, ed. 1579 p.
1610)
Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre

Cristo Jesús es nuestro sumo sacerdote, y su precioso cuerpo, que inmoló


en el ara de la cruz por la salvación de todos los hombres, es nuestro sacrificio.
La sangre que se derramó para nuestra redención no fue la de los becerros y
los machos cabríos (como en la ley antigua), sino la del inocentísimo
Cordero, Cristo Jesús, nuestro salvador.
El templo en el que nuestro sumo sacerdote ofrecía el sacrificio no era
hecho por manos de hombres, sino que había sido levantado por el solo poder
de Dios; pues Cristo derramó su sangre a la vista del mundo: un templo
ciertamente edificado por la sola mano de Dios.
Y este templo tiene dos partes: una es la tierra, que ahora nosotros
habitamos; la otra nos es aún desconocida a nosotros, mortales.
Así, primero, ofreció su sacrificio aquí en la tierra, cuando sufrió la
más acerba muerte. Luego, cuando revestido de la nueva vestidura de la
inmortalidad entró por su propia sangre en el santuario, o sea, en el cielo,
presentó ante el trono del Padre celestial aquella sangre de inmenso valor,
que había derramado una vez para siempre en favor de todos los hombres,
pecadores.
Este sacrificio resultó tan grato y aceptable a Dios, que así que lo hubo
visto, compadecido inmediatamente de nosotros, no pudo menos que otorgar
su perdón a todos los verdaderos penitentes.
Es además un sacrificio perenne, de forma que no sólo cada año (como
entre los judíos se hacía), sino también cada día, y hasta cada hora y cada
instante, sigue ofreciéndose para nuestro consuelo, para que no dejemos de
tener la ayuda más imprescindible.
Por lo que el Apóstol añade: Consiguiendo la liberación eterna.
De este santo y definitivo sacrificio se hacen partícipes todos aquellos
que llegaron a tener verdadera contrición y aceptaron la penitencia por sus
crímenes, aquellos que con firmeza decidieron no repetir en adelante sus
maldades, sino que perseveran con constancia en el inicial propósito de las
virtudes. Sobre lo cual, san Juan se expresa en estos términos: Hijos míos, os

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escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que
aboga ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por
nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo
entero.

Responsorio Rm 5, 10. 8
R. Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de
su Hijo, * mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por
su vida.
V. Siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.
R. Mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su
vida.

MARTES III

PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 3, 1-19
Jesús, apóstol de nuestra fe

Hermanos santos, vosotros que compartís una vocación celeste,


considerad al apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos: a Jesús, fiel al
que lo nombró, como lo fue Moisés en toda la familia de Dios. Pero el honor
concedido a Jesús es superior al de Moisés, pues el que funda la familia tiene
mayor dignidad que la familia misma. En efecto, cada familia tiene un fundador,
mas quien lo ha fundado todo es Dios. Moisés, ciertamente, fue fiel en toda su
casa, como servidor para atestiguar cuanto había de anunciarse. En cambio,
Cristo, como Hijo, está al frente de la familia de Dios; y esa familia somos
nosotros, con tal que mantengamos firme la seguridad y la gloria de la
esperanza.
Por eso dice el Espíritu Santo: Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis
vuestros corazones como cuando la rebelión, en el día de la prueba en el
desierto, cuando me pusieron a prueba vuestros padres, y me provocaron, a
pesar de haber visto mis obras cuarenta años. Por eso me indigné contra
aquella generación y dije: Siempre tienen el corazón extraviado; no
reconocieron mis caminos, por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en
mi descanso.
¡Atención, hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e
incrédulo, que lo lleve a desertar del Dios vivo.
Animaos, por el contrario, los unos a los otros, cada día, mientras dure este
hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado. En
efecto, somos partícipes de Cristo si conservamos firme hasta el final la
actitud del principio. Al decir: Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis el
corazón, como cuando la rebelión, ¿quiénes se rebelaron, al escucharlo?
Ciertamente, todos los que salieron de Egipto por obra de Moisés. Y ¿contra
quiénes se indignó durante cuarenta años? Contra los que habían pecado,
cuyos cadáveres cayeron en el desierto. Y ¿a quiénes juró que no entrarían en su
descanso sino a los rebeldes? Y vemos que no pudieron entrar por falta de fe.

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Responsorio Hb 3, 6; Ef 2, 21
R. Cristo es fiel en su calidad de Hijo al frente de su propia casa; * y su casa
somos nosotros.
V. Por Cristo todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta
formar un templo consagrado al Señor.
R. Y su casa somos nosotros.

SEGUNDA LECTURA
Del comentario de san Cirilo de Alejandría, sobre el evangelio de san Juan (Lib. 11,
cap. 8: PG 74, 506-507)
Cristo, pontífice y mediador

Cristo intercede por nosotros como hombre de Dios y reconciliador y


mediador de los hombres. El es realmente nuestro sumo y santísimo pontífice
que, ofreciéndose por nosotros, aplaca con sus súplicas el ánimo de su
Progenitor. El es, en efecto, víctima y sacerdote, él es el mediador y el sacrificio
inmaculado, el verdadero cordero que quita el pecado del mundo.
Un cierto tipo y sombra de la mediación de Cristo manifestada en los
últimos tiempos, fue aquella antigua mediación de Moisés; y el pontífice de la
ley prefiguró al pontífice que estaba por encima de la ley. Los preceptos legales
son efectivamente sombras de la verdad. Por eso, el hombre de Dios, Moisés, y
con él, el venerable Aarón, fueron los eternos mediadores entre Dios y la
asamblea del pueblo, unas veces aplacando la ira de Dios provocada por los
pecados de los israelitas e implorando la suprema bondad sobre aquellos
corazones arrepentidos; otras veces haciendo votos, bendiciendo, y ofreciendo
los sacrificios legales y las ofrendas por el pecado según ordena la ley; otras,
finalmente, presentando acciones de gracias por los beneficios recibidos de Dios.
Cristo, que en los últimos tiempos brilló como pontífice y mediador,
superando tipos y figuras, ruega ciertamente por nosotros como hombre, pero
derrama su bondad sobre nosotros juntamente con Dios Padre en cuanto
Dios, distribuyendo sus dones a los que son dignos. Es lo que abiertamente
nos enseña Pablo, al decir: Os deseo la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y
del Señor Jesucristo.
Así pues, quien ruega como hombre, es el mismo que distribuye dones
como Dios. Siendo como es pontífice santo, inocente y sin mancha, se ofrece a sí
mismo no por su propia fragilidad —como ordena la ley a los sacerdotes—,
sino por la salvación de nuestras almas. Hecho esto una sola vez por nuestros
pecados aboga por nosotros ante el Padre. El es víctima de propiciación por
nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo
entero. Es decir, por todos los que, por medio de la ley, iban a ser llamados a la
justicia y a la santificación procedente de toda nación y raza.

Responsorio Hb 4, 14.16; Rm 3, 25
R. Teniendo, pues, tal sumo sacerdote, Jesús, el Hijo de Dios, * acerquémonos
confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la
gracia de un auxilio en el momento oportuno.
V. Dios lo destinó a ser instrumento de propiciación por su propia sangre,
mediante la fe.
79
R. Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener
misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio en el momento oportuno.

MIÉRCOLES III

PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 4, 1-13
Apresurémonos a entrar en el descanso del Señor

Hermanos: Temamos, no sea que, estando aún en vigor la promesa de


entrar en su descanso, alguno de vosotros crea haber perdido la oportunidad.
También nosotros hemos recibido la buena noticia, igual que ellos; pero el
mensaje que oyeron no les sirvió de nada a quienes no se adhirieron por la fe a
los que lo habían escuchado. Así pues, los creyentes entremos en el descanso,
de acuerdo con lo dicho:
He jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso, y eso que sus
obras estaban terminadas desde la creación del mundo. Acerca del día
séptimo se dijo: Y descansó Dios el día séptimo de todo el trabajo que había
hecho. En nuestro pasaje añade: No entrarán en mi descanso. Puesto que,
según esto, quedan algunos por entrar en él, y los primeros que recibieron la
buena noticia no entraron por su rebeldía, Dios señala otro día, hoy, al decir
mucho tiempo después, por boca de David, lo antes citado: Si escucháis hoy
su voz, no endurezcáis vuestros corazones.
Si Josué les hubiera dado el descanso, Dios no habría hablado luego de
otro día; por consiguiente, todavía queda un tiempo de descanso para el pueblo
de Dios, pues el que entra en su descanso, también él descansa de sus tareas,
como Dios de la suyas. Empeñémonos, por tanto, en entrar en aquel descanso,
para que nadie caiga, imitando aquella desobediencia.
Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de
doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu,
coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón. Nada se le
oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de
rendir cuentas.
Responsorio Gn 2, 3; Hb 4, 10
R. Bendijo Dios el día séptimo y lo consagró; * descansó de todo el trabajo que
había hecho cuando creó.
V. El que entra en el reposo de Dios descansa también de sus tareas, como
Dios descansó de las suyas.
R. Descansó de todo el trabajo que había hecho cuando creó.

SEGUNDA LECTURA
San Cirilo de Alejandría, Sobre la adoración en espíritu y en verdad (Lib. 3: PG 68,
290- 291)
Cristo se ofreció a sí mismo por nosotros y se sometió espontáneamente a la muerte

La ciudad santa es la Iglesia, cuyos habitantes —a mi modo de ver— son los

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que van camino de la perfecta santidad alimentados por el pan vivo. También
aquel bendito de David se acuerda de esta tan augusta y admirable ciudad,
diciendo:
¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!
Cristo, que es la vida y dador de vida, estableció su morada en nosotros:
por eso aleja de los consagrados al exterminador. Pues, una vez instituida
aquella sagrada mesa, veladamente significada por la hora de aquella cena, ya
no le está permitido vencer. Nos libertó Cristo, prefigurado en la persona de
David. Pues al ver que los habitantes del país eran presa de la muerte, se erigió
en abogado defensor de nuestra causa, se sometió espontáneamente a la
muerte y paró los pies al exterminador afirmando que la culpa era suya. Y no
porque él personalmente hubiera cometido pecado alguno, sino porque, como
dice la Escritura, fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de
muchos e intercedió por los pecadores –aunque personalmente no conoció el
pecado–, haciéndose por nosotros un maldito.
Además, Cristo afirma ser más equitativo que sea el pastor y no las
ovejas, quien expíe las penas: pues, como buen pastor, él dio la vida por las
ovejas. Después, por inspiración divina, el santo David erigió un altar en el
mismo sitio en que había visto detenerse el ángel exterminador, y ofreció
holocaustos y sacrificios de comunión. Por la era del jebuseo has de entender la
Iglesia: cuando Cristo llegó a ella y finalmente se detuvo, la muerte quedó
destruida, y el exterminador retiró aquella mano que antes todo lo arrasaba
con la violencia de su furor. La Iglesia es efectivamente la casa de aquella
vida, que es vida por su misma naturaleza, es decir, de Cristo.
Decimos que la era de Arauná es la Iglesia, basados en cierta similitud
figurativa. En ella, cual gavillas de trigo, se recogen aquellos que, en el campo de
las preocupaciones seculares, son segados por los santos segadores, es
decir por la predicación de los apóstoles y evangelistas, para ser almacenados
en la era celestial y depositados, como trigo ya limpio, en los graneros del
Señor, esto es, en aquella celestial Jerusalén; una vez depuestas las inútiles y
superfluas no sólo acciones, sino incluso sensaciones del alma, que puedan
ser parangonadas con la paja.
Cristo dijo efectivamente a los santos apóstoles: ¿No decís vosotros
que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo: Levantad los ojos y
contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está
recibiendo el salario y almacenando fruto para la vida eterna. Y de nuevo: La
mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que
envíe obreros a su mies.
Pienso que apellidó mies espiritual a la muchedumbre de los que habían de
creer, y que llamó santos segadores a los que en la mente y en la boca tienen
aquella palabra viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta
el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos.
Esta era espiritual, es decir, la Iglesia, Cristo la compró por medio kilo de
plata, lo cual supone un precio considerable; pues él mismo se dio por ella y en
ella erigió un altar. Y siendo al mismo tiempo sacerdote y víctima, se ofreció
a sí mismo, a semejanza y en figura de los bueyes de la trilla, convirtiéndose en
holocausto y sacrificio de comunión.

81
Responsorio Jn 10, 15.18; Jr 12,7
R. Yo doy mi vida por las ovejas. * Nadie me la quita, yo la doy
voluntariamente.
V. He abandonado mi casa, he rechazado mi heredad, he entregado lo que
más quería al poder de mis enemigos.
R. Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente.

JUEVES III
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 4, 14-5, 10
Jesucristo, Sumo Sacerdote

Hermanos, ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha


atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe.
No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras
debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el
pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para
a lcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.
Todo sumo sacerdote, escogido de entre los hombres, está puesto para
representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios
por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, porque
también él está sujeto a debilidad. A causa de ella, tiene que ofrecer sacrificios
por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este
honor sino el que es llamado por Dios, como en el caso de Aarón. Tampoco
Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino que la
recibió de aquel que le dijo: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy; o,
como dice en otro pasaje: Tú eres sacerdote para siempre según el rito de
Melquisedec.
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó
oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por
su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a
la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de
salvación eterna, proclamado por Dios sumo sacerdote según el rito de
Melquisedec.
Responsorio Hb 5, 8. 9. 7
R. Cristo, aunque era Hijo de Dios, aprendió por experiencia, en sus
padecimientos, la obediencia, * y se convirtió en causa de salvación para
todos los que lo obedecen.
V. En los días de su vida mortal, habiendo elevado oraciones con poderoso
clamor, fue escuchado en atención a su actitud reverente y filial.
R. Y se convirtió en causa de salvación para todos los que lo obedecen.

SEGUNDA LECTURA
De las homilías pascuales de san Cirilo de Alejandría (Hom. pascual 26, 3: PG 77, 926)
Cristo se hizo pontífice misericordioso

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Cristo se hizo por nosotros pontífice misericordioso siguiendo poco
más o menos el siguiente proceso. La ley promulgada a los israelitas mediante
el ministerio de los ángeles, disponía que quienes hubieran incurrido en
alguna falta debían satisfacer la pena correspondiente y esto
inmediatamente. Lo atestigua el sapientísimo Pablo cuando escribe: Al que
viola la ley de Moisés lo ejecutan sin compasión, basándose en dos o tres
testigos. Por eso, los que según lo prescrito por la ley, ejercían el ministerio
sacerdotal, no ponían ningún interés ni se preocupaban de usar de misericordia
con los que habían delinquido por negligencia. En cambio, Cristo se hizo
pontífice misericordioso. Y no sólo no exigió de los hombres pena alguna en
reparación de los pecados, sino que los justificó a todos por la gracia y la
misericordia. Nos hizo además adoradores en espíritu y puso ante nuestros ojos
clara y abiertamente la verdad, es decir, aquel módulo de vida honesta, que
encontramos meridianamente explanado en el sublime mensaje evangélico.
Y no mostró la verdad condenando las prescripciones mosaicas y
subvirtiendo las antiguas tradiciones, sino más bien disipando las sombras de la
letra de la ley y conmutando el contenido de las figuras en una adoración y en
un culto en espíritu y en verdad. Por eso declaraba expresamente: No creáis
que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar
plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de
cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
Por tanto, quien da el paso de las figuras a la realidad, no anula las
figuras, sino que las perfecciona. Pasa como con los pintores, quienes al aplicar
la variada gama de colores al bosquejo inicial, no lo anulan, sino que lo hacen
resaltar con mayor nitidez: algo parecido hizo Cristo perfilando aquellas rudas
figuras hasta transmitirles la sutileza de la verdad. Pero Israel no comprendió
este misterio, a pesar de que la ley y los profetas lo habían preanunciado de
diversas maneras, y no obstante que las innumerables acciones de Cristo,
nuestro Salvador, les hubieran podido inducir a creer que, aunque
manifestándose como hombre según una singular decisión de la Providencia en
favor nuestro, él seguía siendo lo que siempre fue, es decir, Dios.
Por esta razón, realizó cosas que exceden las posibilidades humanas e
hizo milagros que sólo Dios puede hacer: resucitó de los sepulcros a muertos
que ya olían mal y que presentaban señales de descomposición, dio luz a los
ciegos, increpó con autoridad a los espíritus inmundos cual creador de todo;
con un simple gesto curó a los leprosos, realizando además, otras muchas
maravillas imposibles de enumerar y que superan nuestra capacidad admirativa.
Por eso decía: Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las
hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras.

Responsorio Hb 4, 15-16; Is 53,12


R. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras
debilidades, habiendo sido probado en todo igual que nosotros, a
excepción del pecado. * Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de
gracia, a fin de alcanzar misericordia y obtener la gracia de un auxilio en el
momento oportuno.
V. Él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los pecadores.

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R. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar
misericordia y obtener la gracia de un auxilio en el momento oportuno.

VIERNES III

PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 5, 11-6, 8
Exhortación a aprender las enseñanzas de lo que es perfecto

Hermanos: Sobre este particular tenemos mucho que decir, aunque es


difícil de explicar, porque os habéis vuelto torpes de oído. Pues, debiendo
vosotros ser ya maestros, por razón del tiempo, seguís necesitando que alguien
os vuelva a enseñar los primeros rudimentos de los oráculos divinos; y estáis
necesitados de leche y no de alimento sólido. Quien vive de leche,
desconoce la doctrina de la justicia, pues es todavía un niño. El alimento
sólido es para perfectos, que con la práctica y el entrenamiento de los sentidos
saben distinguir el bien del mal.
Dejando aparte el mensaje inicial sobre Cristo, elevémonos a lo
perfecto, sin poner otra vez los cimientos, o sea: el arrepentimiento de las
obras muertas, la fe en Dios, la instrucción sobre las abluciones, la imposición de
manos, la resurrección de muertos y el juicio definitivo. También esto lo
haremos si Dios nos lo concede. Pues a quienes fueron iluminados de una vez
para siempre, gustaron el don celeste, participaron del Espíritu Santo,
saborearon la palabra buena de Dios y los prodigios del mundo futuro, y, a
pesar de todo, apostataron, es imposible renovarlos otra vez llevándolos al
arrepentimiento, crucificando de nuevo al Hijo de Dios y exponiéndolo al
escarnio. La tierra que recoge la lluvia frecuente y produce plantas útiles para los
que la cultivan, recibe una bendición de Dios, pero si da cardos y espinas, es
inútil, está cerca de la maldición, y acabará abrasada.

Responsorio Hb 5, 12. 14; 1 Co 3, 2


R. Debiendo ser ya maestros con el tiempo que lleváis, os habéis vuelto tales
que necesitáis leche y no manjar sólido. * El alimento sólido es propio de
perfectos.
V. Os di a beber leche; no os ofrecí manjar sólido, porque aún no lo admitíais.
R. El alimento sólido es propio de perfectos.

SEGUNDA LECTURA
De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre la segunda carta a los
Corintios (Hom. 2, 4-5: PG 61, 397- 399)
Eficacia de la oración

Muchísimas veces, cuando Dios contempla a una muchedumbre que ora


en unión de corazones y con idénticas aspiraciones, podríamos decir que se
conmueve hasta la ternura. Hagamos, pues, todo lo posible para estar
concordes en la plegaria, orando unos por otros, como los corintios rezaban
por los apóstoles. De esta forma, cumplimos el mandato y nos estimulamos a la
caridad. Y al decir caridad, pretendo expresar con este vocablo el conjunto de

84
todos los bienes; debemos aprender, además, a dar gracias con un más
intenso fervor.
Pues los que dan gracias a Dios por los favores que los otros reciben, lo
hacen con mayor interés cuando se trata de sí mismos. Es lo que hacía David,
cuando decía: Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su
nombre; es lo que el Apóstol recomienda en diversas ocasiones; es lo que
nosotros hemos de hacer, proclamando a todos los beneficios de Dios, para
asociarlos a todos a nuestro cántico de alabanza.
Pues si cuando recibimos un favor de los hombres y lo celebramos,
disponemos su ánimo a ser más solícitos para merecer nuestro agradecimiento, con
mayor razón nos granjearemos una mayor benevolencia del Señor cada vez que
pregonamos sus beneficios. Y si, cuando hemos conseguido de los hombres algún
beneficio, invitamos también a otros a unirse a nuestra acción de gracias, hemos de
esforzarnos con mucho mayor ahínco por convocar a muchos que nos ayuden a dar
gracias a Dios. Y si esto hacía Pablo, tan digno de confianza, con más razón habremos
de hacerlo nosotros también.
Roguemos una y otra vez a personas santas que quieran unirse a nuestra
acción de gracias, y hagamos nosotros recíprocamente lo mismo. Esta es una de
las misiones típicas del sacerdote, por tratarse del más importante bien común.
Disponiéndonos para la oración, lo primero que hemos de hacer es dar gracias
por todo el mundo y por los bienes que todos hemos recibido. Pues si bien
los beneficios de Dios son comunes, sin embargo tú has conseguido la
salvación personal precisamente en comunidad. Por lo cual, debes por tu
salvación personal elevar una común acción de gracias, como es justo que por
la salvación comunitaria ofrezcas a Dios una alabanza personal. En efecto, el sol
no sale únicamente para ti, sino para todos en general; y sin embargo, en parte
lo tienes todo: pues un astro tan grande fue creado para común utilidad de
todos los mortales juntos. De lo cual se sigue, que debes dar a Dios tantas
acciones de gracias, como todos los demás juntos; y es judío que tú des gracias
tanto por los beneficios comunes, como por la virtud de los otros.
Muchas veces somos colmados de beneficios a causa de los otros. Pues si
se hubieran encontrado en Sodoma al menos diez justos, los sodomitas no
habrían incurrido en las calamidades que tuvieron que soportar. Por tanto, con
gran libertad y confianza, demos gracias a Dios en representación también de
los demás: se trata de una antigua costumbre, establecida en la Iglesia desde
sus orígenes. He aquí por qué Pablo da gracias por los romanos, por los corintios
y por toda la humanidad.

Responsorio Cf. Jl 2, 17
R. En el ayuno y en el llanto los sacerdotes oraban diciendo: * Perdona, Señor, a
tu pueblo, y no entregues tu heredad al oprobio.
V. Entre el vestíbulo y el altar los sacerdotes lloren y digan:
R. Perdona, Señor, a tu pueblo, y no entregues tu heredad al oprobio.

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LUNES IV
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 7, 11-28
El sacerdocio eterno de Cristo

Hermanos: Si la perfección se alcanzara mediante el sacerdocio levítico —


pues el pueblo había recibido una ley respecto al mismo—, ¿qué falta hacía
que surgiese otro sacerdote en la línea de Melquisedec y no en la línea de
Aarón? Porque cambiar el sacerdocio implica forzosamente cambiar la ley; y
aquel de quien habla el texto pertenece a una tribu diferente, de la cual nadie ha
oficiado en el altar. Es cosa sabida que nuestro Señor procede de Judá, una tribu
de la que nunca habló Moisés tratando del sacerdocio. Y esto resulta mucho
más evidente si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que no ha
llegado a serlo en virtud de una legislación carnal, sino en fuerza de una vida
imperecedera; pues está atestiguado: Tú eres sacerdote para siempre según el
rito de Melquisedec.
De este modo, por un lado, se deroga una disposición anterior, por ser
ineficaz e inútil, pues la ley no llevó nada a la perfección, y, por otro, se
introduce una esperanza más valiosa, por la cual nos acercamos a Dios. Además,
aquí no falta un juramento, pues aquellos fueron sacerdotes sin juramento;
este, en cambio, por el juramento que le hicieron al decirle:
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote para siempre.
Esto es señal de que Jesús es garante de una alianza más valiosa. De
aquellos ha habido multitud de sacerdotes, porque la muerte les impedía
permanecer; en cambio, este, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio
que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios
por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos.
Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin
mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Él no
necesita ofrecer sacrificios cada día como los sumos sacerdotes, que ofrecían
primero por los propios pecados, después por los del pueblo, porque lo hizo
de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. En efecto, la ley hace
sumos sacerdotes a hombres llenos de debilidades. En cambio, la palabra del
juramento, posterior a la ley, consagra al Hijo, perfecto para siempre.

Responsorio Hb 5, 5. 6; 7, 20. 21
R. Cristo no se dio a sí mismo la gloria del sumo sacerdocio, sino que la
recibió de aquel que le dijo: * «Tú eres sacerdote eterno según el rito de
Melquisedec.»
V. Los sacerdotes de la antigua ley fueron constituidos sin juramento, pero
Jesús fue constituido con juramento, pronunciado por aquel que le dijo:
R. «Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec.»

SEGUNDA LECTURA
Del tratado de san Fulgencio de Ruspe, sobre la verdadera fe a Pedro (Cap. 22, 62:
CCL 91A, 726.750-751)
Él mismo se ofreció por nosotros

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En los sacrificios de víctimas carnales que la Santa Trinidad, que es el
mismo Dios del antiguo y del nuevo Testamento, había exigido que le fueran
ofrecidos por nuestros padres, se significaba ya el don gratísimo de aquel
sacrificio con el que el Hijo único de Dios, hecho hombre, había de inmolarse a
sí mismo misericordiosamente por nosotros.
Pues, según la doctrina apostólica, se entregó por nosotros a Dios como
oblación y víctima de suave olor. El, como Dios verdadero y verdadero sumo
sacerdote que era, penetró por nosotros una sola vez en el santuario, no con la
sangre de los becerros y los machos cabríos, sino con la suya propia. Esto era
precisamente lo que significaba aquel sumo sacerdote que entraba cada año con
la sangre en el santuario.
Él es quien, en sí mismo, poseía todo lo que era necesario para que se
efectuara nuestra redención, es decir, él mismo fue el sacerdote y el sacrificio, él
mismo fue Dios y templo: el sacerdote por cuyo medio nos reconciliamos, el
sacrificio que nos reconcilia, el templo en el que nos reconciliamos, el Dios
con quien nos hemos reconciliado.
Como sacerdote, sacrificio y templo, actuó solo, porque aunque era
Dios quien realizaba estas cosas, no obstante las realizaba en su forma de
siervo; en cambio, en lo que realizó como Dios, en la forma de Dios, lo realizó
conjuntamente con el Padre y el Espíritu Santo.
Ten, pues, por absolutamente seguro, y no dudes en modo alguno, que el
mismo Dios unigénito, Verbo hecho carne, se ofreció por nosotros a Dios
como oblación y víctima de suave olor, el mismo en cuyo honor, en unidad
con el Padre y el Espíritu Santo, los patriarcas, profetas y sacerdotes ofrecían, en
tiempos del antiguo Testamento, sacrificios de animales; y a quien ahora, o sea,
en el tiempo del Testamento nuevo, en unidad con el Padre y el Espíritu Santo,
con quienes comparte la misma y única divinidad, la santa Iglesia católica
no deja nunca de ofrecer, por todo el universo de la tierra, el sacrificio del pan y
del vino, con fe y caridad.
Así, pues, en aquellas víctimas carnales se significaba la carne y la sangre de
Cristo; la carne que él mismo, sin pecado como se hallaba, había de ofrecer por
nuestros pecados, y la sangre que había de derramar en remisión también de
nuestros pecados; en cambio, en este sacrificio se trata de la acción de gracias y
del memorial de la carne de Cristo, que él ofreció por nosotros, y de la sangre,
que, siendo como era Dios, derramó por nosotros. Sobre esto afirma el
bienaventurado Pablo en los Hechos de los apóstoles: Tened cuidado de vosotros
y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la
Iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre.
Por tanto, aquellos sacrificios eran figura y signo de lo que se nos daría en
el futuro; en este sacrificio, en cambio, se nos muestra de modo evidente lo que
ya nos ha sido dado.
En aquellos sacrificios se anunciaba de antemano al Hijo de Dios, que había de
morir a manos de los impíos; en este sacrificio, en cambio, se le anuncia ya muerto
por ellos, como atestigua el Apóstol al decir: Cuando nosotros todavía estábamos sin
fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; y añade: Cuando éramos
enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.

87
Responsorio Col 1, 21-22; Rm 3, 25
R. A vosotros, que en otro tiempo fuisteis extraños y enemigos por vuestros
pensamientos y malas obras, Cristo os ha reconciliado ahora, por medio de la
muerte de su cuerpo de carne. * Para presentaros santos, inmaculados e
irreprensibles delante de él.
V. Dios lo destinó a ser instrumento de propiciación por su propia sangre,
mediante la fe.
R. Para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles delante de él.

MARTES IV

PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 8, 1-13
El sacerdocio de Cristo en la Nueva Alianza

Hermanos: Esto es lo principal de todo el discurso: Tenemos un sumo


sacerdote que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos, y
es ministro del Santuario y de la Tienda verdadera, construida por el Señor y no
por un hombre. En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones
y sacrificios; de ahí la necesidad de que también Jesús tenga algo que ofrecer.
Ahora bien, si estuviera en la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo otros
que ofrecen los dones según la ley. Estos sacerdotes están al servicio de una
figura y sombra de lo celeste, según el oráculo que recibió Moisés cuando
iba a construir la Tienda: Mira, le dijo Dios, te ajustarás al modelo que te fue
mostrado en la montaña. Mas ahora a Cristo le ha correspondido un ministerio
tanto más excelente cuanto mejor es la alianza de la que es mediador: una
alianza basada en promesas mejores. Si la primera hubiera sido perfecta, no
habría lugar para una segunda. Pero les reprocha:
Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de
Israel y con la casa de Judá una alianza nueva; no como la alianza que hice con
sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto. Ellos
fueron infieles a mi alianza y yo me desentendí de ellos —oráculo del
Señor—.
Así será la alianza que haré con la casa de Israel después de aquellos
días —oráculo del Señor—: pondré mis leyes en su mente y las escribiré en sus
corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.
Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano,
diciendo: «Conoce al Señor», porque todos me conocerán, del menor al mayor,
pues perdonaré sus delitos y no me acordaré ya de sus pecados.
Al decir alianza nueva, declaró antigua la anterior; y lo que envejece y
queda anticuado, está para desaparecer.

Responsorio Hb 8, 1-2; 9, 24
R. Tenemos un sumo sacerdote que está sentado a la diestra del trono de la
Majestad en los cielos: él es ministro del santuario y de la verdadera Tienda de
Reunión, * para comparecer ahora ante la faz de Dios en favor nuestro.

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V. Pues no entró Cristo en un santuario levantado por mano de hombre,
figura del verdadero santuario, sino en el mismo cielo.
R. Para comparecer ahora ante la faz de Dios a favor nuestro.

SEGUNDA LECTURA
De los sermones de san León Magno, papa (Sermón 60, 1-2, sobre la Pasión del Señor:
CCL 138A, 363-365)
En la inmolación de Cristo está la verdadera Pascua y el único sacrificio

Amadísimos: El sacramento de la pasión del Señor, decretado desde


tiempo inmemorial para la salvación del género humano y anunciado de muchas
maneras a todo lo largo de los siglos precedentes, no esperamos ya que se
manifieste, sino que lo adoramos cumplido. Para informarnos de ello concurren
tanto los nuevos como los antiguos testimonios, pues lo que cantó la trompeta
profética, nos lo hace patente la historia evangélica, y como está escrito: Una
sima grita a otra sima con voz de cascadas; pues a la hora de entonar un
himno a la gloriosa generosidad de Dios sintonizan perfectamente las voces de
ambos Testamentos, y lo que estaba oculto bajo el velo de las figuras, resulta
evidente a la luz de la revelación divina. Y aunque en los milagros que el
Salvador hacía en presencia de las multitudes, pocos advertían la presencia
de la Verdad, y los mismos discípulos, turbados por la voluntaria pasión del
Señor, no se evadieron al escándalo de la cruz sin afrontar la tentación del
miedo, ¿cómo podría nuestra fe comprender y nuestra conciencia recabar
la energía necesaria, si lo que sabemos consumado, no lo leyéramos
preanunciado?
Ahora bien: después que con la asunción de la debilidad humana la
potencia de Cristo ha sido glorificada, las solemnidades pascuales no deben
ser deslucidas por la aflicción indebida de los fieles; ni debemos con tristeza
recordar el orden de los acontecimientos, ya que de tal manera el Señor se
sirvió de la malicia de los judíos, que supo hacer de sus intenciones
criminales, el cumplimiento de su voluntad de misericordia.
Y si cuando Israel salió de Egipto, la sangre del cordero les valió la
recuperación de la libertad, y aquella fiesta se convirtió en algo sagrado, por haber
alejado, mediante la inmolación de un animal, la ira del exterminador, ¿cuánto
mayor gozo no debe inundar a los pueblos cristianos, por los que el Padre
todopoderoso no perdonó a su Hijo unigénito, sino que lo entregó a la muerte por
nosotros, de modo que, en la inmolación de Cristo, la Pascua pasara a ser el
verdadero y único sacrificio, mediante el cual fue liberado, no un solo pueblo de la
dominación del Faraón, sino todo el mundo de la cautividad del diablo?
Responsorio Hb 9, 22.23; Lv 17,11
R. Según la ley, sin efusión de sangre no hay remisión; * por eso era necesario
que las figuras de las realidades celestiales fueran purificadas con víctimas
más excelentes que aquéllas.
V. El Señor dijo: yo os he concedido poner la sangre en el altar para expiación
por vuestras vidas.
R. Por eso era necesario que las figuras de las realidades celestiales fueran
purificadas con víctimas más excelentes que aquéllas.

89
MIÉRCOLES IV

PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 9, 1-10
La antigua Alianza es insuficiente

Hermanos: También la primera alianza tenía sus ritos para el culto y su


santuario de este mundo. Se instaló una primera tienda, llamada el Santo, donde
estaban el candelabro y la mesa de los panes presentados. Detrás de la segunda
cortina estaba la tienda llamada Santo de los Santos, que contenía el altar de oro
para los perfumes y el Arca de la Alianza, revestida toda ella de oro, en la que
se hallaban la urna de oro con maná, la vara florecida de Aarón y las tablas de la
alianza. Encima del Arca estaban los querubines de la Gloria, que cubrían con su
sombra el Propiciatorio. No hace falta explicarlo ahora al detalle.
Una vez instalado todo, los sacerdotes entran continuamente en la
primera tienda para oficiar allí. En la segunda solo entra el sumo sacerdote,
una vez al año, con la sangre que ofrece por sí y por los pecados de
inadvertencia del pueblo. Con lo cual daba a entender el Espíritu Santo que,
mientras está en pie la primera tienda, no está patente el acceso al santuario.
Estos son símbolos del tiempo presente: allí se ofrecen dones y sacrificios
incapaces de perfeccionar la conciencia del que oficia; pues consisten en
comidas, bebidas y abluciones diversas: disposiciones humanas en vigor hasta el
momento del orden nuevo.

Responsorio Hb 9, 14; cf. Is 59, 19b-20a


R. La sangre de Cristo, que por medio del Espíritu eterno se ofreció
inmaculado a Dios, * purificará nuestra conciencia de las obras muertas, para
dar culto al Dios vivo.
V. Vendrá como torrente encajonado, empujado por el Espíritu del Señor; a
Sión vendrá el Redentor.
R. Purificará nuestra conciencia de las obras muertas, para dar culto al Dios
vivo.

SEGUNDA LECTURA
De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre la segunda carta a los
Corintios (Hom. 11, 3-4: PG 61, 478-480)
Al que no había pecado, Dios lo hizo expiar nuestros pecados

El Padre envió al Hijo para que, en su nombre, exhortara y asumiera el


oficio de embajador ante el género humano. Pero como quiera que, una vez
muerto, él se ausentó, nosotros le hemos sucedido en la embajada, y os
exhortamos en su nombre y en nombre del Padre. Pues aprecia tanto al género
humano, que le dio a su Hijo, aun a sabiendas de que habrían de matarlo, y
a nosotros nos ha nombrado apóstoles para vuestro bien. Por tanto, no
creáis que somos nosotros quienes os rogamos: es el mismo Cristo el que os
ruega, el mismo Padre os suplica por nuestro medio.
¿Hay algo que pueda compararse con tan eximia bondad? Pues
ultrajado personalmente como pago de sus innumerables beneficios, no sólo

90
no tomó represalias, sino que además nos entregó a su Hijo para reconciliarnos
con él. Mas quienes lo recibieron, no sólo no se cuidaron de congraciarse con
él, sino que para colmo lo condenaron a muerte.
Nuevamente envió otros intercesores, y, enviados, es él mismo quien por
ellos ruega. ¿Qué es lo que ruega? Reconciliaos con Dios. No dijo: Recuperad
la gracia de Dios, pues no es él quien provoca la enemistad, sino vosotros;
Dios efectivamente no provoca la enemistad. Más aún: viene como enviado a
entender en la causa.
Al que no había pecado –dice–, Dios lo hizo expiar nuestros pecados.
Aun cuando Cristo no hubiera hecho absolutamente nada más que hacerse
hombre, piensa, por favor, lo agradecidos que debiéramos de estar a Dios por
haber entregado a su Hijo por la salvación de aquellos que le cubrieron de
injurias. Pero la verdad es que hizo mucho más, y por si fuera poco, permitió
que el ofendido fuera crucificado por los ofensores.
Dice: Al que no había pecado, sino que era la misma justicia, lo hizo
expiar nuestros pecados: esto es, toleró que fuera condenado como un
pecador y que muriese como un maldito: pues maldito todo el que cuelga de
un árbol. Era ciertamente más atroz morir de este modo, que morir
simplemente. Es lo que él mismo viene a sugerir en otro lugar: Se rebajó hasta
someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz. Considerad, pues, cuántos
beneficios habéis recibido de él.
En consecuencia, si amamos a Cristo como él se merece, nosotros mismos
nos impondremos el castigo por nuestros pecados. Y no porque sintamos un
auténtico horror por el infierno, sino más bien porque nos horroriza ofender a
Dios; pues esto es más atroz que aquello: que Dios, ofendido, aparte de
nosotros su rostro. Reflexionando sobre estos extremos, temamos ante todo el
pecado: pecado significa castigo, significa infierno, significa males incalculables.
Y no sólo lo temamos, sino huyamos de él y esforcémonos por agradar
constantemente a Dios: esto es reinar, esto es vivir, esto es poseer bienes
innumerables. De este modo entraremos ya desde ahora en posesión del reino
y de los bienes futuros, bienes que ojalá todos consigamos por la gracia y la
benignidad de nuestro Señor Jesucristo.

Responsorio 1Pe 2, 22.24; Is 53,5


R. Él no cometió pecado y no se halló engaño en su boca: llevó nuestros
pecados en su cuerpo sobre el madero de la cruz, * a fin de que, muertos al
pecado, vivamos para la justicia.
V. El castigo que nos trae la paz recayó sobre él; por sus heridas hemos sido
curados.
R. A fin de que, muertos al pecado, vivamos para la justicia.

91
JUEVES IV
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 9, 11-28
Cristo, Suma Sacerdote, entró de una vez para siempre en el santuario con su propia sangre

Hermanos: Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes


definitivos. Su tienda es más grande y más perfecta: no hecha por manos de
hombre, es decir, no de este mundo creado. No lleva sangre de machos cabríos,
ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez
para siempre, consiguiendo la liberación eterna.
Si la sangre de machos cabríos y de toros, y la ceniza de una becerra,
santifican con su aspersión a los profanos, devolviéndoles la pureza externa,
¡cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha
ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia
de las obras muertas, para que demos culto al Dios vivo!
Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una
muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y
así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna. Donde hay
testamento tiene que darse la muerte del testador; pues el testamento entra en
vigor cuando se produce la defunción; mientras vive el testador no tiene
vigencia. De ahí que tampoco faltase sangre en la inauguración de la primera
alianza. Cuando Moisés acabó de leer al pueblo toda la ley, tomó la sangre de
los becerros y los machos cabríos, además de agua, lana escarlata e hisopo, y
roció el libro mismo y al pueblo, diciendo: Esta es la sangre de la alianza que
Dios ordenó para vosotros. Con la misma sangre roció la tienda y todos los
utensilios litúrgicos. Según la ley, casi todo se purifica con sangre, y sin efusión
de sangre no hay perdón. Era necesario que todas estas cosas, que son figura de
las realidades celestes, se purificaran con tales ritos, pero las realidades
celestes mismas necesitan sacrificios superiores a estos.
Pues bien, Cristo entró no en un santuario construido por hombres,
imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios,
intercediendo por nosotros. Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces
como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecía
sangre ajena. Si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces,
desde la fundación del mundo. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al
final de los tiempos, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. Por
cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez; y después de la
muerte, el juicio. De la misma manera, Cristo se ofreció una sola vez para
quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al
pecado, para salvar a los que lo esperan.
Responsorio Hb 9, 28; Is 53, 11
R. Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados, *
aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, para dar la
salvación a los que lo esperan.
V. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó sobre sí los crímenes de ellos.
R. Aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, para dar la
salvación a los que lo esperan.
92
SEGUNDA LECTURA
Del comentario de Orígenes, presbítero, sobre la carta a los Romanos (Lib. 3, 8: PG
14, 950-951)
Sin derramamiento de sangre no hay perdón

Examinemos ahora cada uno de los nombres que se le han dado al


Salvador y consideremos con mayor diligencia el porqué y el significado de
cada uno de estos atributos. Así caerás en la cuenta de que ciertamente en él
quiso Dios que residiera toda la plenitud de la divinidad corporalmente, de
que él mismo es el lugar de la expiación, el pontífice y el sacrificio que se
ofrece por el pueblo.
Sobre su calidad de pontífice habla claramente David en el salmo y el
apóstol Pablo escribiendo a los Hebreos. Que sea también sacrificio, lo
atestigua Juan cuando dice: Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo. En su calidad de sacrificio, se convierte, por su sangre, en víctima de
propiciación por los pecados del pasado; esta propiciación llega, por el
camino de la fe, a cada uno de los creyentes. Si no nos otorgara la remisión de
los pecados del pasado, no tendríamos la prueba de que la redención se he
operado ya.
Ahora bien: constándonos de la remisión de los pecados, es seguro que se
ha llevado a cabo la propiciación mediante la efusión de su preciosa sangre: pues
sin derramamiento de sangre —como dice el Apóstol— no hay perdón de los
pecados.
Pero para que no creas que Pablo es el único en dar a Cristo el título de
víctima de propiciación, escucha cómo también Juan está perfectamente de
acuerdo en este tema, cuando dice: Hijos míos, os escribo esto para que no
pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a
Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no
sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. Así pues, por la
renovada propiciación de la sangre de Cristo se opera la remisión de los
pecados del pasado, con la tolerancia de Dios, en la espera de mostrar su
justicia salvadora.
La tolerancia de Dios radica en que el pecador no es inmediatamente
castigado cuando comete el pecado, sino que, como el Apóstol dice en el
mismo lugar, por la paciencia, Dios le empuja a la conversión; y se nos dice
que en esto manifiesta Dios su justicia. Y con razón añade: en este tiempo;
pues la justicia de Dios consiste, en este tiempo presente, en la tolerancia; la
del futuro, en la retribución.

Responsorio Ef 1, 9-10; Col 1, 19-20


R. Dios estableció, para realizarlo en la plenitud de los tiempos, el designio de
hacer que todo tenga a Cristo por cabeza, * lo que está en los cielos y lo que
está en la tierra.
V. Pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud, y por él reconciliar
consigo todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz,
R. Lo que está en los cielos y lo que está en la tierra.

93
VIERNES IV

PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 10, 1-10
Vuestra santificación se opera por el sacrificio de Cristo

Hermanos: La ley, que presenta solo una sombra de los bienes futuros y
no la realidad misma de las cosas, no puede nunca hacer perfectos a los que se
acercan, pues lo hacen año tras año y ofrecen siempre los mismos sacrificios.
Si no fuera así, ¿no habrían dejado de ofrecerse, porque los ministros del culto,
purificados de una vez para siempre, no tendrían ya ningún pecado sobre su
conciencia? Pero, en realidad, con estos sacrificios se recuerdan, año tras año,
los pecados. Porque es imposible que la sangre de los toros y de los machos
cabríos quite los pecados. Por eso, al entrar él en el mundo dice:
Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no
aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias.
Entonces yo dije: He aquí que vengo —pues así está escrito en el
comienzo del libro acerca de mí— para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad.
Primero dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni
víctimas expiatorias, que se ofrecen según la ley. Después añade: He aquí que
vengo para hacer tu voluntad. Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y
conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del
cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

Responsorio Hb 10, 5. 6. 7. 4 (Sal 39, 7-8)


R. No quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no te
complaciste en holocaustos ni en sacrificios por el pecado; entonces yo
exclamé: * «Ya estoy aquí, oh Dios, para cumplir tu voluntad.»
V. Es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos borre los
pecados; por eso Cristo, al entrar en el mundo, dice:
R. «Ya estoy aquí, oh Dios, para cumplir tu voluntad.»

SEGUNDA LECTURA
De las cartas de san Ambrosio de Milán, obispo (Carta 67, 47-50: PL 16,1253-1254)
Cristo no se arrogó el sacerdocio: lo aceptó

El médico bueno, que cargó con nuestras enfermedades, sanó nuestras


dolencias, y sin embargo, no se arrogó la dignidad de sumo sacerdote; pero el
Padre, dirigiéndose a él, le dijo: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy. Y en
otro lugar le dice también: Tú eres sacerdote eterno según el rito de
Melquisedec. Y como había de ser el tipo de todos los sacerdotes, asumió una
carne mortal, para, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas,
presentar oraciones y súplicas a Dios Padre. El, a pesar de ser Hijo, aprendió,
sufriendo, a obedecer, para enseñarnos a ser obedientes y así convertirse para
nosotros en autor de salvación. Y de este modo, consumada la pasión y, llevado
él mismo a la consumación, otorgó a todos la salud y cargó con el pecado
de todos.

94
Por eso se eligió a Aarón como sacerdote, para que en la elección
sacerdotal no prevaleciera la ambición humana, sino la gracia de Dios; no el
ofrecimiento espontáneo ni la propia usurpación, sino la vocación celestial, de
modo que ofrezca sacrificios por los pecados, el que pueda comprender a los
pecadores, por estar él mismo –dice–envuelto en debilidades. Nadie debe
arrogarse este honor; Dios es quien llama, como en el caso de Aarón; por eso
Cristo no se arrogó el sacerdocio: lo aceptó.
Finalmente, como la sucesión aaronítica efectuada de acuerdo con la
estirpe, tuviera más herederos de la sangre, que partícipes de la justicia, apareció
–según el tipo de aquel Melquisedec de que nos habla el antiguo
Testamento– el verdadero Melquisedec, el verdadero rey de la paz, el
verdadero rey de la justicia, pues esto es lo que significa el nombre: sin padre,
sin madre, sin genealogía; no se menciona el principio de sus días ni el fin de su
vida. Esto puede decirse igualmente del Hijo de Dios, que no conoció
madre en aquella divina generación, ni tuvo padre en el nacimiento de la
virgen María; nacido antes de los siglos únicamente de Padre, nacido de sola la
Virgen en este siglo, ni sus días pudieron tener comienzo, él que existía
desde el principio. Y ¿cómo podría tener fin la vida de quien es el autor de la
vida de todos? Él es el principio y el fin de todas las cosas. Pero es que,
además, esto lo aduce como ejemplo. Pues el sacerdote debe ser como quien
no tiene ni padre ni madre: en él no debe mirarse la nobleza de su cuna, sino la
honradez de sus costumbres y la prerrogativa de las virtudes.
Debe haber en él fe y madurez de costumbres: no lo uno sin lo otro, sino
que ambas cosas coincidan en la misma persona juntamente con las buenas
obras y acciones. Por eso el apóstol Pablo nos quiere imitadores de aquellos que,
por la fe y la paciencia, poseen en herencia las promesas hechas a Abrahán,
quien, por la paciencia, mereció recibir y poseer la gracia de bendición que se le
había prometido. El profeta David nos advierte que debemos ser imitadores del
santo Aarón, a quien para nuestra imitación, colocó entre los santos del Señor,
diciendo: Moisés y Aarón con sus sacerdotes, Samuel con los que invocan su
nombre.
Responsorio Hb 5, 4.6; Sir 45, 16
R. Nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón. *
Del mismo modo Cristo no se arrogó la dignidad de sumo sacerdote, sino que
fue llamado por Dios a semejanza de Melquisedec.
V. El Señor le eligió entre todos los vivientes para presentarle la ofrenda.
R. Del mismo modo Cristo no se arrogó la dignidad de sumo sacerdote, sino que
fue llamado por Dios a semejanza de Melquisedec.

LUNES V

PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 11, 1-19
La fe de los antiguos padres

Hermanos: La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que


no se ve. Por ella son recordados los antiguos.

95
Por la fe sabemos que el universo fue configurado por la palabra de
Dios, de manera que lo visible procede de lo invisible.
Por la fe, Abel ofreció a Dios un sacrificio mejor que Caín; por ella, Dios
mismo, al recibir sus dones, lo acreditó como justo; por ella sigue hablando
después de muerto.
Por la fe fue arrebatado Henoc, sin pasar por la muerte; no lo encontraron,
porque Dios lo había arrebatado; en efecto, antes de ser arrebatado se le
acreditó que había complacido a Dios, y sin fe es imposible complacerlo, pues el
que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo
buscan.
Por la fe, advertido Noé de lo que aún no se veía, tomó precauciones y
construyó un arca para salvar a su familia; por ella condenó al mundo y
heredó la justicia que viene de la fe.
Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a
recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero en la
tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos
de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo
arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Por la fe también Sara, siendo estéril, obtuvo vigor para concebir cuando ya
le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía. Y así, de un
hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del
cielo y como la arena incontable de las playas.
Con fe murieron todos estos, sin haber recibido las promesas, sino
viéndolas y saludándolas de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos
en la tierra. Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues si
añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver. Pero
ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en
llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad.
Por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único,
el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu
descendencia». Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de
entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac.

Responsorio Hb 11, 17. 19; Rm 4, 17


R. Por la fe, puesto a prueba, ofreció Abrahán a Isaac; y ofrecía a su unigénito, a
aquel que era el depositario de las promesas; * concluyó de todo ello que Dios
podía resucitarlo de entre los muertos.
V. Creyó en aquel que da la vida a los muertos y llama a la existencia a lo que no es.
R. Concluyó de todo ello que Dios podía resucitarlo de entre los muertos.

SEGUNDA LECTURA
De las homilías pascuales de san Cirilo de Alejandría, obispo (Hom. Pascual 5, 7: PG
77, 495-498)
Por nuestra salvación, Cristo se hizo obediente al Padre

Esta es la historia de todo lo ocurrido que, consignada en los Libros


sagrados, describe, como en un cuadro, el misterio del Salvador, consumado
hasta en sus más ínfimos detalles. Es incumbencia nuestra adaptar la luz

96
espléndida de la verdad a los acontecimientos que sucedieron en figura, y
explicar con mayor claridad y uno por uno todos los sucesos que hemos
propuesto. De esta forma, les resultará más fácil a los creyentes captar
claramente el abstruso y recóndito misterio del amor.
Tomó, pues, el bienaventurado Abrahán al muchacho y se fue de prisa al
lugar que Dios le había indicado. El muchacho era conducido al sacrificio por
su padre, como símbolo y confirmación de que no debe atribuirse al poder
humano o a la maldad de los enemigos el hecho de que Jesucristo, nuestro
Señor, fuera conducido a la cruz, sino a la voluntad del Padre, el cual permitió —
de acuerdo con una decisión previamente pactada— que él sufriese la muerte
en beneficio de todos. Es lo que en un momento dado el mismo Jesús dio a
entender a Pilato: No tendrías —dijo— ninguna autoridad sobre mí, si no te lo
hubieran dado de lo alto; y en otro momento, dirigiéndose a su Padre del cielo,
se expresó así: Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz; pero no se haga lo
que yo quiero, sino lo que tú quieres.
Abrahán tomó la leña para el sacrificio, y se lo cargó a su hijo Isaac.
Igualmente los judíos, sin vencer ni coaccionar el poder de la naturaleza divina
que eventualmente les fuera contrario, sino permitiéndolo así el eterno Padre en
cumplimiento de un acuerdo anteriormente tomado y al que en cierto modo
ellos servían sin saberlo, cargaron la cruz sobre los hombros del Salvador.
Como testigo de ello —un testigo ajeno a cualquier sospecha de mentira—,
podemos aducir al profeta Isaías, que se expresa de este modo: Nuestro
castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos
como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él nuestra
iniquidad.
Cuando finalmente el patriarca llegó al sitio que le había dicho Dios, con
mucha destreza y arte construyó un altar; sin duda para darnos con esto a
entender, que la cruz impuesta a nuestro Salvador y que los hombres tenían
por un simple leño, a los ojos del Padre común de la humanidad era
considerada como un grandioso y excelso altar, erigido para la salvación del
mundo e impregnado del incienso de una víctima santa y purísima.
Por eso Cristo, mientras su cuerpo era flagelado y al mismo tiempo
escupido por los atrevidísimos judíos, decía, por el profeta Isaías, estas
palabras: Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban
mi barba. Pues el Padre es un solo Dios, y Jesucristo, un solo Señor: ¡bendito él
por siempre! El cual, desdeñando la ignominia por nuestra salvación, y hecho
obediente al Padre, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, para que
habiendo el Salvador dado su vida por nosotros y en nuestro lugar, pudiera a su
vez resucitarnos de entre los muertos, vivificados por el Espíritu Santo;
situarnos en el domicilio celestial, abiertas de par en par las puertas del cielo y
colocar en la presencia del Padre y ante sus ojos, aquella naturaleza humana,
que desde tiempo inmemorial se le había sustraído huyendo de él por el
pecado.
Amados hermanos, que por estas egregias hazañas de nuestro Salvador,
prorrumpan las bocas de todos en alabanza, y que todas las lenguas se afanen
en componer cantos de alabanza en su honor, haciendo suyo aquel dulcísimo
cántico: Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas.

97
Asciende una vez consumada la obra de la salvación humana. Y no sólo sube,
sino que: subiste a la cumbre llevando cautivos, te dieron tributo de hombres.

Responsorio Flp 2, 6.8; Is 53, 5


R. Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a
Dios. * Él se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.
V. El castigo que nos trae la paz recayó sobre él; por sus heridas hemos sido
curados.
R. Él se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.

MARTES V

PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 11, 20-31
La fe de los antiguos padres

Hermanos: Por la fe bendijo Isaac el futuro de Jacob y Esaú.


Por la fe, Jacob, estando para morir, bendijo a cada uno de los hijos de
José, y se inclinó apoyado en el extremo del bastón.
Por fe, José, al final de la vida, evocó el éxodo de los israelitas y dio
órdenes acerca de sus huesos.
Por fe, cuando nació Moisés, sus padres lo ocultaron tres meses, viendo
que era un niño hermoso, y sin temer el decreto real.
Por fe, Moisés, ya crecido, renunció al título de hijo de una hija del
faraón, y prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios al disfrute efímero del
pecado, estimando que la afrenta de Cristo valía más que los tesoros de Egipto, y
atendiendo a la recompensa.
Por fe abandonó Egipto sin temer la cólera del rey, y se apoyó en el
invisible como si lo viera. Por fe celebró la Pascua, e hizo la aspersión de la
sangre para que el exterminador no tocase a sus primogénitos. Por fe
atravesaron el mar Rojo como por tierra firme, mientras que los egipcios, al
intentarlo, se ahogaron. Por fe, la muralla de Jericó, después de ser rodeada
durante siete días, se derrumbó. Por fe, la prostituta Rajab acogió
amistosamente a los espías y no pereció con los rebeldes.

Responsorio Hb 11, 24-26a


R. Por la fe Moisés, siendo ya adulto, rehusó ser llamado hijo de una hija del
Faraón, * y prefirió sufrir males con el pueblo de Dios a disfrutar de las
ventajas del pecado.
V. Tuvo por mayor riqueza el oprobio de Cristo que los tesoros de Egipto.
R. Y prefirió sufrir males con el pueblo de Dios a disfrutar de las ventajas del
pecado.

SEGUNDA LECTURA
De los sermones de san Agustín, obispo (Sermón 22, 1: Edit. Maurist. t. 5, 116-118)
Todo se escribió como ya ocurrido, pero preanunciando el futuro
Antes que naciera Abrahán existo yo. Él es efectivamente el Verbo de

98
Dios, por cuyo medio se hicieron todas las cosas; pero, colmando de su Espíritu
a los profetas, predijo por su medio que había de venir en la carne. Ahora
bien, la pasión está estrechamente ligada a su encarnación, pues no habría
podido padecer lo que el evangelio nos refiere, sino en aquella carne mortal y
pasible que había asumido.
En el evangelio leemos que, cuando el Señor fue clavado en la cruz, los
soldados que le crucificaron se repartieron su ropa; y habiendo descubierto
que la túnica era sin costura, tejida toda de una pieza, no quisieron rasgarla,
sino que la echaron a suertes, para que aquel a quien le tocara la tuviera
entera. Esta túnica significaba la caridad, que no puede ser dividida.
Estos acontecimientos narrados en el evangelio, fueron muchos años
antes cantados en el salmo como ya sucedidos, mientras preanunciaban
acontecimientos futuros: Me taladran las manos y los pies, puedo contar mis
huesos. Ellos me miran triunfantes, se reparten mi ropa, echan a suerte mi
túnica. Todo se escribió como ya ocurrido, mientras se anuncia de antemano el
suceso futuro. Y no sin motivo las cosas venideras se han escrito como ya
ocurridas.
Cuando se decía que la Iglesia de Cristo tenía que extenderse a todo el
mundo, pocos eran los que lo decían y muchos los que se reían. Ahora ya se
ha confirmado lo que mucho antes se había predicho: la Iglesia está esparcida
por todo el mundo. Hace más de mil años le había sido prometido a Abrahán:
Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo. Vino Cristo, de la
estirpe de Abrahán, y todas las naciones han sido ya bendecidas en Cristo. Se
predijeron persecuciones, y las persecuciones vinieron provocadas por los
reyes adoradores de ídolos. A causa de estos enemigos del nombre de Cristo,
la tierra pululó de mártires. De la semilla de esta sangre derramada ha
germinado la mies de la Iglesia. No en vano la Iglesia oró por sus enemigos:
muy a menudo han acabado aceptando la fe.
También se dijo que los mismos ídolos acabarían por ser abatidos en el
nombre de Cristo: esto lo encontramos también en las Escrituras. Hasta no
hace mucho, los cristianos leían esto, pero sin verlo; lo esperaban como algo
futuro y así se fueron de esta vida: no lo vieron, pero en la convicción de que
había de suceder, en esta creencia se fueron con el Señor; en nuestro tiempo
también esto nos es dado ver. Todo lo que anteriormente se predijo de la
Iglesia, vemos que se ha cumplido; ¿sólo queda por venir el día del juicio? Y
éste que todavía no es más que un anuncio, ¿no se va a cumplir? ¿Hasta tal
punto somos empedernidos y duros de corazón que, al leer las Escrituras y
comprobar que todo lo que se escribió, absolutamente todo, se ha cumplido a
la letra, y desesperamos del cumplimiento del resto?
¿Qué es lo que queda en comparación de lo que vemos ya cumplido?
Dios que nos ha mostrado tantas cosas, ¿va a defraudarnos en lo que aún
queda? Vendrá el juicio a dar la recompensa por los méritos: a los buenos
bienes, a los malos males. Seamos buenos, y esperemos seguros al juez.

Responsorio 1Pe 1, 10.12; Mt 13, 17


R. Investigaron e indagaron los profetas, que profetizaron sobre la gracia
destinada a vosotros. * Les fue revelado que no en beneficio propio sino en

99
favor vuestro eran ministros de un mensaje que ahora os es anunciado.
V. ¡Muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo
vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron!
R. Les fue revelado que no en beneficio propio sino en favor vuestro eran
ministros de un mensaje que ahora os es anunciado.

MIÉRCOLES V
PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 11, 32-40
El ejemplo de los santos del Antiguo Testamento

Hermanos: ¿Para qué seguir? No me da tiempo de referir la historia de


Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas; estos, por fe,
conquistaron reinos, administraron justicia, vieron promesas cumplidas,
cerraron fauces de leones, apagaron hogueras voraces, esquivaron el filo de la
espada, se curaron de enfermedades, fueron valientes en la guerra, rechazaron
ejércitos extranjeros; hubo mujeres que recobraron resucitados a sus muertos.
Pero otros fueron torturados hasta la muerte, rechazando el rescate, para
obtener una resurrección mejor. Otros pasaron por la prueba de las burlas y los
azotes, de las cadenas y la cárcel; los apedrearon, los aserraron, murieron a
espada, rodaron por el mundo vestidos con pieles de oveja y de cabra, faltos
de todo, oprimidos, maltratados —el mundo no era digno de ellos—,
vagabundos por desiertos y montañas, por grutas y cavernas de la tierra.
Y todos estos, aun acreditados por su fe, no consiguieron lo prometido,
porque Dios tenía preparado algo mejor a favor nuestro, para que ellos no
llegaran sin nosotros a la perfección.

Responsorio Cf. Hb 11, 39; cf. 12, 1; cf. Sir 44, 7. 10. 11
R. Todos éstos recibieron la aprobación de Dios por el testimonio de su fe; en
consecuencia, teniendo en torno nuestro tan grande nube de testigos, *
corramos con constancia la carrera para nosotros preparada.
V. Todos éstos fueron la gloria de su tiempo; su esperanza no se acabó, sus
bienes perduran.
R. Corramos con constancia la carrera para nosotros preparada.

SEGUNDA LECTURA
Del libro de san Basilio Magno, sobre el Espíritu Santo (Cap. 15, 35: PG 32 127-130)
Es una sola la muerte en favor del mundo y una sola la resurrección de entre los muertos

Nuestro Dios y Salvador realizó su plan de salvar al hombre levantándolo


de su caída y haciendo que pasara del estado de alejamiento, al que le había
llevado su desobediencia, al estado de familiaridad con Dios. Este fue el motivo
de la venida de Cristo en la carne, de sus ejemplos de vida evangélica, de
sus sufrimientos, de su cruz, de su sepultura y de su resurrección: que el
hombre, una vez salvado, recobrara, por la imitación de Cristo, su antigua
condición de hijo adoptivo.
Y así, para llegar a una vida perfecta, es necesario imitar a Cristo, no sólo

100
en los ejemplos que nos dio durante su vida, ejemplos de mansedumbre, de
humildad y de paciencia, sino también en su muerte, como dice Pablo, el
imitador de Cristo: Muriendo su misma muerte, para llegar un día a la
resurrección de entre los muertos.
Más, ¿de qué manera podremos reproducir en nosotros su muerte?
Sepultándonos con él por el bautismo. ¿En qué consiste este modo de
sepultura, y de qué nos sirve el imitarla? En primer lugar, es necesario cortar con
la vida anterior. Y esto nadie puede conseguirlo sin aquel nuevo nacimiento
de que nos habla el Señor, ya que la regeneración, como su mismo nombre
indica, es el comienzo de una vida nueva. Por esto, antes de comenzar esta vida
nueva, es necesario poner fin a la anterior. En esto sucede lo mismo que con los
que corren en el estadio: éstos, al llegar al fin de la primera parte de la carrera,
antes de girar en redondo, necesitan hacer una pequeña parada o pausa, para
reemprender luego el camino de vuelta; así también, en este cambio de vida,
era necesario interponer la muerte entre la primera vida y la posterior, muerte
que pone fin a los actos precedentes y da comienzo a los subsiguientes.
¿Cómo podremos, pues, imitar a Cristo en su descenso a la región de los
muertos? Imitando su sepultura mediante el bautismo. En efecto, los cuerpos de
los que son bautizados quedan, en cierto modo, sepultados bajo las aguas. Por
esto el bautismo significa, de un modo misterioso, el despojo de las obras de la
carne, según aquellas palabras del Apóstol: Fuisteis circuncidados con una
circuncisión no hecha por hombres, cuando os despojaron de los bajos
instintos de la carne, por la circuncisión de Cristo. Por el bautismo fuisteis
sepultados con él, ya que el bautismo en cierto modo purifica el alma de las
manchas ocasionadas en ella por el influjo de esta vida en carne mortal, según
está escrito: Lávame: quedaré más blanco que la nieve. Por esto reconocemos
un solo bautismo salvador, ya que es una sola la muerte en favor del mundo y
una sola la resurrección de entre los muertos, y de ambas es figura el bautismo.

Responsorio Cf. Mc 14, 36. 38


R. En el huerto de Getsemaní, Jesús oraba: ¡Abbá, Padre! ¡Todo es posible
para ti; aparta de mí esta copa! * Pero no sea lo que yo quiero, sino que
quieras tú.
V. El espíritu está pronto, pero la carne es débil.
R. Pero no sea lo que yo quiero, sino que quieras tú.

JUEVES V

PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 12, 1-13
Con Cristo a la cabeza, corramos la carrera que se nos propone

Hermanos: Teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con


constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y
al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe,
Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la
ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al

101
que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el
ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el
pecado, y habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron:
Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su
reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos
preferidos.
Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a
hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? Si os eximen de la corrección, que
es patrimonio de todos, es que sois bastardos y no hijos. Ciertamente
tuvimos por educadores a nuestros padres carnales y los respetábamos; ¿con
cuánta más razón nos sujetaremos al Padre de nuestro espíritu, y así
viviremos? Porque aquellos nos educaban para breve tiempo, según sus luces;
Dios, en cambio, para nuestro bien, para que participemos de su santidad.
Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero
luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella. Por eso,
fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por
una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura.

Responsorio Hb 12, 2; Flp 2, 8


R. Jesús, caudillo y consumador de la fe, para ganar el gozo que se le ofrecía,
sufrió con toda constancia la cruz, pasando por encima de su ignominia; * Y está
sentado a la diestra del trono de Dios.
V. Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte.
R. Y está sentado a la diestra del trono de Dios.

SEGUNDA LECTURA
De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre la carta a los Hebreos
(Hom. 28, 2: PG 63, 195)
Para aprender a correr rectamente, fijémonos en Cristo

Corramos —dice el Apóstol— en la carrera que nos toca. Seguidamente


presenta a Cristo, que es el primero y el último, como motivo de consuelo y de
exhortación: Fijos los ojos —dice— en el que inició y completa nuestra fe:
Jesús. Es lo que el mismo Jesús decía incansablemente a sus discípulos: Si al
dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados! Y de
nuevo: Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo.
Fijos los ojos, dice: esto es, para aprender a correr, fijémonos en Cristo. Pues así
como en todas las artes y competiciones fijándonos en los maestros, se nos va
grabando en la mente un arte, deduciendo de la observación algunas
reglas, aquí sucede lo mismo: si queremos competir, si queremos aprender a
competir diestramente, no apartemos los ojos de Cristo, que es quien inició y
completa nuestra fe.
Y esto, ¿qué es lo que quiere decir? Quiere decir que Cristo mismo nos
infundió la fe, él la inició. Lo declaraba Cristo a sus discípulos: No sois vosotros
los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido. Y Pablo dice también:
Entonces podré conocer como Dios me conoce. Y si Cristo es quien nos inició,
también es él quien completa nuestra fe. Él renunciando al gozo inmediato,
soportó la cruz, despreciando la ignominia. Es decir, si hubiese querido, no

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hubiera padecido, ya que él no cometió pecado ni encontraron engaño en su
boca. Lo dice él mismo en los evangelios: Se acerca el Príncipe de este mundo;
no es que él tenga poder sobre mí. Le hubiera, pues, sido fácil, de haberlo
querido, evitar la cruz, pues como él mismo afirmó: Tengo poder para entregar
mi vida y tengo poder para recuperarla. Por tanto, si el que en modo alguno
merecía ser crucificado, por nosotros soportó la cruz, ¿cuánto más justo no
será que nosotros lo soportemos todo con ánimo varonil?
Renunciando —dice— al gozo inmediato, soportó la cruz despreciando la
ignominia. ¿Qué significa: despreciando la ignominia? Eligió —dice— una
muerte ignominiosa. Como no estaba sometido al pecado, la eligió,
enseñándonos a ser audaces frente a la muerte, despreciándola
olímpicamente.
Y escucha ahora cuál será el fin: Está sentado a la derecha del trono de
Dios. ¿Ves cuál es el premio de la competición? También san Pablo escribe
sobre el tema y dice:
Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-
todo-nombre», de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble. Se
refiere a Cristo en su condición de hombre. Y aun cuando no se nos hubiera
prometido ningún premio por la competición, bastaría —y con creces— un
ejemplo tal para persuadirnos a soportar espontáneamente todos los
contratiempos; pero es que además se nos prometen premios, y no unos
premios cualquiera, sino magníficos e inefables premios.
Por lo cual, cuando también nosotros hayamos padecido algo semejante,
pensemos en Cristo antes que en los apóstoles. ¿Y eso? Pues porque toda su
vida estuvo llena de ultrajes; oía continuamente hablar mal de él, hasta el punto
de llamársele loco, seductor, impostor. Y esto se lo echaban en cara, mientras él
les colmaba de beneficios, hacía milagros y les mostraba las obras de Dios.

Responsorio Rm 8, 15; Ga 4, 6
R. No recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor. *
Recibisteis el espíritu de hijos adoptivos.
V. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el
Espíritu de su Hijo.
R. Recibisteis el espíritu de hijos adoptivos.

VIERNES V

PRIMERA LECTURA
De la carta a los Hebreos 12, 14-29
El acceso al monte del Dios vivo

Hermanos: Buscad la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie


verá al Señor. Procurad que nadie se quede sin la gracia de Dios, y que
ninguna raíz amarga rebrote y haga daño, contaminando a muchos. Que nadie
se prostituya ni profane como Esaú, que solo por una comida vendió su
primogenitura. Sabéis que más tarde quiso heredar la bendición, pero fue
excluido, pues no obtuvo la retractación, por más que la pidió hasta con

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lágrimas.
No os habéis acercado a un fuego tangible y encendido, a densos
nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni al estruendo de las
palabras, oído el cual, ellos rogaron que no continuase hablando, pues no
podían soportar lo que mandaba: Quien toque el monte, aunque sea un
animal, será apedreado. Y tan terrible era el espectáculo, que Moisés exclamó:
Estoy temblando de miedo. Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte
Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a las miríadas de ángeles, a la
asamblea festiva de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos;
a las almas de los justos que han llegado a la perfección, y al Mediador de la
nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla
mejor que la de Abel.
Cuidado con rechazar al que habla, pues si aquellos no escaparon por
haber rechazado al que transmitía los oráculos en la tierra, cuánto menos
nosotros, si nos apartamos del que habla desde el cielo. Su voz entonces hizo
temblar la tierra, pero ahora hace esta promesa: Una vez más haré temblar no
solo la tierra, sino también el cielo. Al decir «una vez más» indica la
desaparición de lo que tiembla, por ser creado, para que quede lo
inconmovible.
Por eso, nosotros, que recibimos un reino inconmovible, hemos de
mantener esta gracia; y, mediante ella, ofrecer a Dios un culto que le sea
grato, con respeto y reverencia, porque nuestro Dios es fuego devorador.

Responsorio Dt 5, 23. 24; cf. Hb 12, 22


R. Vosotros, cuando oísteis la voz que salía de la tiniebla, mientras el monte
ardía, os acercasteis a Moisés y le dijisteis: * «El Señor, nuestro Dios, nos ha
mostrado su gloria y su grandeza.»
V. Ahora os habéis acercado al monte de Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén
del cielo.
R. El Señor, nuestro Dios, nos ha mostrado su gloria y su grandeza.

SEGUNDA LECTURA
Del tratado de san Agustín, obispo, sobre el evangelio de san Juan (Tratado 84, 1-2:
CCL 36, 536- 538)
La plenitud del amor

El Señor, hermanos muy amados, quiso dejar bien claro en qué consiste
aquella plenitud del amor con que debemos amarnos mutuamente, cuando
dijo: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Consecuencia de ello es lo que nos dice el mismo evangelista Juan en su carta:
Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida
por los hermanos, amándonos mutuamente como él nos amó, que dio su vida
por nosotros.
Es la misma idea que encontramos en el libro de los Proverbios: Sentado
a la mesa de un señor, mira bien qué te ponen delante, y pon la mano en ello
pensando que luego tendrás que preparar tú algo semejante. Esta mesa de
tal señor no es otra que aquella de la cual tomamos el cuerpo y la sangre de

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aquel que dio su vida por nosotros. Sentarse a ella significa acercarse a la
misma con humildad. Mirar bien lo que nos ponen delante equivale a tomar
conciencia de la grandeza de este don. Y poner la mano en ello, pensando que
luego tendremos que preparar algo semejante, significa lo que ya he dicho
antes: que así como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos
dar la vida por los hermanos. Como dice el apóstol Pedro: Cristo padeció por
nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Esto significa
preparar algo semejante. Esto es lo que hicieron los mártires, llevados por un
amor ardiente; si no queremos celebrar en vano su recuerdo, y si nos acercamos
a la mesa del Señor para participar del banquete en que ellos se saciaron, es
necesario que, tal como ellos hicieron, preparemos luego nosotros algo
semejante.
Por esto, al reunirnos junto a la mesa del Señor, no los recordamos del
mismo modo que a los demás que descansan en paz, para rogar por ellos, sino
más bien para que ellos rueguen por nosotros, a fin de que sigamos su ejemplo,
ya que ellos pusieron en práctica aquel amor del que dice el Señor que no hay
otro más grande. Ellos mostraron a sus hermanos la manera como hay que
preparar algo semejante a lo que también ellos habían tomado de la mesa del
Señor.
Lo que hemos dicho no hay que entenderlo como si nosotros
pudiéramos igualarnos al Señor, aun en el caso de que lleguemos por él hasta el
testimonio de nuestra sangre. El era libre para dar su vida y libre para
volverla a tomar, nosotros no vivimos todo el tiempo que queremos y
morimos aunque no queramos; él, en el momento de morir, mató en sí mismo a la
muerte, nosotros somos librados de la muerte por su muerte; su carne no
experimentó la corrupción, la nuestra ha de pasar por la corrupción, hasta
que al final de este mundo seamos revestidos por él de la incorruptibilidad; él no
necesitó de nosotros para salvarnos, nosotros sin él nada podemos hacer; él, a
nosotros, sus sarmientos, se nos dio como vid, nosotros, separados de él, no
podemos tener vida.
Finalmente, aunque los hermanos mueran por sus hermanos, ningún
mártir derrama su sangre para el perdón de los pecados de sus hermanos,
como hizo él por nosotros, ya que en esto no nos dio un ejemplo que imitar,
sino un motivo para congratularnos. Los mártires, al derramar su sangre por sus
hermanos, no hicieron sino mostrar lo que habían tomado de la mesa del Señor.
Amémonos, pues, los unos a los otros, como Cristo nos amó y se entregó
por nosotros.

Responsorio Cf. Jn 13, 1; Lc 22, 19


R. Antes de pasar de este mundo al Padre, Jesús dejó el memorial de su
muerte. * Instituyó el sacramento de su cuerpo y sangre.
V. Dios su cuerpo como alimento, su sangre como bebida, diciendo: Haced
esto como mi memorial.
R. Instituyó el sacramento de su cuero y sangre.

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LUNES SANTO
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Isaías 52,13-53, 12
El Siervo del Señor, maltratado por nuestros pecados

Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.


Como muchos se espantaron de él porque desfigurado no parecía
hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los
reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y comprender algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio?; ¿a quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura,
sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los
hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el
cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo
estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por
nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable
cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el
Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como
cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no
abría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su
estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo
hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados y una tumba con los malhechores,
aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como
expiación: verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere
prosperará por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de
conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de
ellos.
Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una
muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los
pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.

Responsorio Cf. Is 53, 7. 12


R. Fue conducido como oveja al matadero, fue maltratado y se humilló,
enmudecía y no abría la boca; fue entregado a la muerte, * para dar la vida a su
pueblo.
V. Se entregó a sí mismo a la muerte y fue contado entre los malhechores.
R. Para dar la vida a su pueblo.
SEGUNDA LECTURA
De las homilías de Orígenes, presbítero, sobre el libro del profeta Jeremías (Hom.
10, 1-3: PG 13, 358-362)

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La muerte de Cristo se ha convertido en espiga de trigo

Veamos qué es lo que el Salvador dice por boca del profeta: Yo, como
cordero manso, llevado al matadero, no sabía los planes homicidas que contra mí
planeaban: «Metamos un leño en su pan, arranquémoslo de la tierra vital, que su
nombre no se pronuncie más». También Isaías dice que Cristo fue como
cordero llevado al matadero y que como oveja ante el esquilador, enmudecía y
no abría la boca. Si en este pasaje habla el profeta de Cristo, en aquel es el
mismo Cristo el que habla de sí: Yo —dice—, como cordero manso, llevado al
matadero, no sabía. No conocía el mal ni el bien, no conocía el pecado o la
injusticia; en una palabra: No conocía. Te ha dejado el encargo de que
investigues qué es lo que desconocía. Lee el Apóstol: Al que no conocía el
pecado, Dios lo hizo expiar nuestros pecados.
Ellos tramaban contra mí, diciendo: Metamos un leño en su pan. El pan
de Jesús, del que nosotros nos alimentamos, es su palabra. Y como,
cuando enseñaba, algunos intentaron poner obstáculos a su enseñanza,
crucificándolo dijeron: Venid, metamos un leño en su pan. A la palabra y a la
enseñanza de Jesús le hicieron seguir la crucifixión del Maestro: éste es el
leño metido en su pan. Ellos, es verdad, dijeron insidiosamente: Venid,
metamos un leño en su pan, pero yo voy a decir algo realmente maravilloso: el
leño metido en su pan mejoró el pan.
Tenemos de ello un precedente en la ley de Moisés: lo mismo que el
leño metido en el agua amarga la volvió dulce, así el leño de la pasión de
Cristo, hizo más dulce su pan. En efecto, antes de meter el leño en su pan,
cuando era solamente pan y no leño, su voz no había resonado por toda la
tierra; en cambio, cuando recibió fortaleza del leño, el relato de su pasión se
conoció en todo el universo. El agua del antiguo Testamento se convirtió en
dulce al contacto con el leño, en virtud de la cruz que en él estaba prefigurada.
Arranquémoslo de la tierra vital, que su nombre no se pronuncie más. Lo
mataron con la intención de erradicar totalmente su nombre. Pero Jesús sabe
por qué y cómo morir. Por eso dice: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
queda infecundo. Por tanto, la muerte de Jesucristo, cual espiga de trigo,
produjo siete veces y mucho más de lo que se había sembrado.
Pensemos por un momento en la eventualidad de que no hubiera sido
crucificado ni, después de la muerte, descendido a los infiernos: el grano de
trigo hubiera quedado solo y de él no habrían nacido otros. Presta mucha
atención a las palabras divinas, para ver qué es lo que quieren darnos a
entender: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. La
muerte de Jesús dio como fruto todos éstos. Por tanto, si la muerte ha
producido una cosecha tan abundante, ¿de qué abundancia no será portadora la
resurrección?

Responsorio Hb 5, 7.9; Es 17, 11


R. En los días de su vida mortal, * Cristo ofreció ruegos y súplicas con
poderoso clamor y lágrimas, y fue escuchado por su actitud reverente; por eso
se convirtió en causa de salvación para todos los que le obedecen.
V. Mientras Moisés tenía alzadas las manos, prevalecía Israel.
R. Cristo ofreció ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas, y fue

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escuchado por su actitud reverente; por eso se convirtió en causa de salvación
para todos los que le obedecen.

MARTES SANTO

PRIMERA LECTURA
Comienza el libro de las Lamentaciones 1, 1-12. 18-20
Desolación de Jerusalén

¡Qué solitaria se encuentra la ciudad populosa! Como una viuda ha


quedado la primera de las naciones. La princesa de las provincias, sometida a
tributo.
Pasa la noche llorando: las lágrimas riegan sus mejillas; ninguno de sus
amantes le ofrece consuelo; todos sus amigos la han traicionado, se han vuelto
sus enemigos.
Judá marcha al destierro, humillada y esclavizada; habita entre gentiles,
no encuentra descanso; sus perseguidores la han dado caza y se encuentra
angustiada.
Los caminos de Sión están de luto, nadie acude a las fiestas; sus puertas
están desoladas, sus sacerdotes, llorando; sus doncellas están apenadas, y
ella misma llena de amargura.
Sus enemigos están al frente, sus adversarios prosperan, pues el Señor la
ha afligido por sus muchos delitos; sus niños marchan al cautiverio delante del
enemigo.
La hija de Sión ha perdido toda su hermosura; sus príncipes, como
ciervos que no encuentran pasto, se derrumban desfallecidos ante el
perseguidor.
Jerusalén recuerda sus días tristes de vida errante, añorando los tesoros
que había reunido desde antiguo, cuando su pueblo caía en manos enemigas
y nadie la socorría; la miran los enemigos y se ríen de su destrucción.
Gravemente pecó Jerusalén, se ha convertido en sarcasmo; al verla
desnuda, la desprecian cuantos la honraban; y ella, entre sollozos, se vuelve de
espaldas.
Lleva su impureza en los vestidos, no imaginó este final. Asombrosa ha
sido su caída, no hay quien la consuele. «¡Mira, Señor, mi aflicción, cómo se
crece el enemigo!».
El enemigo se ha apropiado de todos sus tesoros; ella ha visto entrar en su
santuario a los gentiles, a quienes habías prohibido entrar en tu asamblea.
Todo su pueblo, entre sollozos, anda buscando pan; ofrece sus tesoros
para comer y recobrar las fuerzas. «¡Mira, Señor, contempla qué envilecida
estoy!
Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como el
dolor que me atormenta, con el que el Señor me afligió el día de su ardiente ira.
«Justo ha sido el Señor, pues fui rebelde a su mandato. Escuchad, por
favor, todos los pueblos y ved mi dolor; mis doncellas y mis jóvenes han
marchado al cautiverio.
Llamé a mis amantes, pero me han traicionado; mis sacerdotes y mis

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ancianos murieron en la ciudad, mientras buscaban alimento para recobrar las
fuerzas.
¡Contempla, Señor, mi angustia; me bullen las entrañas!; se me revuelve
dentro el corazón, porque he sido muy rebelde; fuera, la espada me deja sin
hijos; en casa, la muerte.

Responsorio Jb 16, 17; Lm 1, 116. 18. 12


R. Un velo de sombras ha oscurecido mis ojos a causa del llanto, pues está
lejos de mí el que me consolaba; mirad, pueblos todos, * si hay dolor
semejante a mi dolor.
V. ¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino! Mirad y ved.
R. Si hay dolor semejante a mi dolor.

SEGUNDA LECTURA
Del tratado de san Hilario de Poitiers, sobre el salmo 131 (Trat. 6-7: CSEL 22, 666-667)
Cristo, que es la vida, quiso morir para hacernos digna morada de Dios

Nuestro Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, que, siendo justo,


llevó a cabo todos los misterios de la humana salvación y al que los profetas
vieron representado en David, tuvo un interés particular en realizar una cosa: que
el hombre, instruido en la ciencia divina, se convirtiera en digna morada de
Dios. Y que el hombre está destinado a convertirse en morada de Dios, lo
sabemos por el mismo
Dios, quien dice por boca del profeta: Habitaré y caminaré con ellos, y yo
seré su Dios, y ellos serán mi pueblo; y de nuevo: Que se alegren con júbilo
eterno y habitarás en medio de ellos.
Más tarde, el Señor dice en el evangelio: El que me ama guardará mi
palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. Y
también el Apóstol dice: Sois templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en
vosotros.
Dios viene a habitar en el alma de los creyentes no a través de una
pasarela corporal, ni siquiera abriéndose una brecha en la espesura de la
naturaleza humana, como si, saliendo de un lugar, se encerrase allí donde ha
entrado; no, penetra en los corazones purificados de las pasiones terrenas, en
virtud de una energía espiritual y se introduce como luz en las almas abiertas a
la inocencia, para iluminarlas.
Por tanto, el Hijo unigénito de Dios, asumido con el cuerpo, jura que no
entrará bajo el techo de su casa es decir, no retornará a su morada celestial,
hasta que el corazón del hombre se haya convertido en sede del Señor. De
igual modo hace voto de no subir al lecho de su descanso. El lecho significa el
descanso de las fatigas humanas. Y como quiera que en el cielo está en
continuo reposo, y la naturaleza divina es incapaz de experimentar el cansancio,
Dios está siempre en el lecho, o sea, en actitud de descanso.
Nuestro Señor Jesucristo, permaneciendo Dios, asumió la condición de
esclavo y se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. ¡Ignoro si
hubiera podido soportar un sufrimiento superior a la muerte! Y se sometió
incluso a la muerte de cruz, sólo por esto: para ofrecernos la posibilidad de

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convertirnos en morada de Dios. El que es la vida, quiso no obstante morir y no
dudó en asumir —con inagotable fuerza de amor— la precaria habitación del
cuerpo para hacer suya, aun permaneciendo Dios, la condición de esclavo.
Se levantó, pues, del lecho de su eterna beatitud cuando —por
obedecer la voluntad del Padre- Dios— se hizo hombre; de poderoso, débil,
muerto. ¡El que da la vida, eterno juez de los tiempos, juzgado reo de cruz!

Responsorio Flp 2, 6-7; Rm 15, 1.3


R. Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a
Dios; * sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo
haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre.
V. Nosotros debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles y no
complacernos a nosotros mismos; porque tampoco Cristo buscó su propia
complacencia.
R. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose
semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre.

MIÉRCOLES SANTO

PRIMERA LECTURA
Del libro de las Lamentaciones 2, 1-10
La pena infligida por el Señor

¡Cómo ha nublado el Señor, en su ira, a la hija de Sión!; ha precipitado


desde el cielo hasta la tierra la gloria de Israel; no se ha acordado del escabel
de sus pies en el día de su ira.
Ha destruido el Señor, sin piedad, todas las moradas de Jacob; ha
destrozado, lleno de cólera, las fortalezas de la hija de Judá; echó por tierra y
profanó el reino y a sus príncipes.
En el ardor de su ira, quebró el poder de Israel; retiró su diestra delante
del enemigo; prendió en Jacob como fuego, como llama que devora
alrededor.
Tensó su arco como un enemigo, ha afirmado su derecha; aniquiló
como un adversario a los más apuestos; en la tienda de la hija de Sión derramó
como fuego su furor.
El Señor se portó como un enemigo: devastó a Israel; destruyó todos sus
palacios, aniquiló sus fortalezas; multiplicó en la casa de Judá tristeza y
aflicción.
Destrozó su choza cual huerto, destruyó su lugar de reunión; el Señor dio
al olvido en Sión fiestas y sábados; indignado y furioso ha desechado al rey y
al sacerdote.
El Señor repudió su altar, aborreció su santuario; entregó en manos
enemigas los muros de sus palacios; gritaban en la casa del Señor, como en
día de fiesta.
El Señor decidió destruir la muralla de la hija de Sión; extendió el
cordel y no contuvo su mano destructora; ha vestido de luto muros y
baluartes, juntos se desmoronan.

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Se han desplomado sus puertas, rompió y quebró sus cerrojos; su rey y sus
príncipes están entre los gentiles, no hay ley; tampoco sus profetas reciben
visiones del Señor.
Se sientan silenciosos en el suelo los ancianos de la hija de Sión; cubren
de polvo su cabeza y se ciñen con saco; humillan hasta el suelo su cabeza
las doncellas de Jerusalén.

Responsorio Jr 12, 10; 9, 2


R. Muchos pastores destruyeron mi viña, han pisoteado mi parcela, * hicieron de
mi parcela preciosa un desierto desolado.
V. Quién me diera una posada en el desierto para abandonar a mi pueblo y
alejarme de él.
R. Hicieron de mi parcela preciosa un desierto desolado.

SEGUNDA LECTURA
De los sermones del Beato Guerrico de Igny, en el domingo de Ramos (Sermón 2,1:
PL 185, 130-131)
Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo

En estos días en que se celebra solemnemente el aniversario memorial de


la pasión y cruz del Señor, ningún tema de predicación más apropiado – según
creo– que Jesucristo, y éste crucificado. E incluso en cualquier otro día, ¿puede
predicarse algo más conforme con la fe? ¿Hay algo más saludable para el
auditorio o más apto para sanear las costumbres? ¿Hay algo tan eficaz como
el recuerdo del Crucificado para destruir el pecado, crucificar los vicios, nutrir y
robustecer la virtud?
Hable, pues, Pablo entre los perfectos una sabiduría misteriosa,
escondida; hábleme a mí, cuya imperfección perciben hasta los hombres,
hábleme de Cristo crucificado, necedad ciertamente para los que están en vías
de perdición, pero para mí y para los que están en vías de salvación es fuerza
de Dios y sabiduría de Dios; para mí es una filosofía altísima y nobilísima,
gracias a la cual me río yo de la infatuada sabiduría tanto del mundo como de la
carne.
¡Cuán perfecto me consideraría, cuán aprovechado en la sabiduría si
llegase a ser por lo menos un idóneo oyente del crucificado, a quien Dios ha
hecho para nosotros no sólo sabiduría, sino también justicia, santificación y
redención! Si realmente estás crucificado con Cristo, eres sabio, eres justo,
eres santo, eres libre. ¿O no es sabio quien, elevado con Cristo sobre la tierra,
saborea y busca los bienes de allá arriba? ¿Acaso no es justo aquel en quien ha
quedado destruida su personalidad de pecador y él libre de la esclavitud al
pecado? ¿Por ventura no es santo el que a sí mismo se presenta como hostia
viva, santa, agradable a Dios? ¿O no es verdaderamente libre aquel a quien el
Hijo liberó, quien, desde la libertad de la conciencia, confía hacer suya aquella
libre afirmación del Hijo: Se acerca el Príncipe de este mundo; no es que él
tenga poder sobre mí? Realmente del Crucificado viene la misericordia, la
redención copiosa, que de tal modo redimió a Israel de todos sus delitos, que
mereció salir libre de las calumnias del Príncipe de este mundo.
Que lo confiesen, pues, los redimidos por el Señor, los que él rescató de la

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mano del enemigo, los que reunió de todos los países; que lo confiesen,
repito, con la voz y el espíritu de su Maestro; Dios me libre de gloriarme si no es
en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
Responsorio Flp 1, 21; Ga 6, 14
R. Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia; * ¡Dios me libre de
gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!
V. Por la cual el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el
mundo
R. ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!

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