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1. Definición.
Toda norma procesal se construye sobre la elección de algún lineamiento o principio, de donde
es posible encontrar su razón de ser. Para interpretar una norma procesal, no es suficiente el análisis
exegético de la misma, sino es necesario tratar de encontrar en el conjunto normativo las líneas
directrices que le sirven de sustento y desarrollo.
Esas líneas directrices que inspiran un ordenamiento procesal, es lo que podemos denominar
principios procesales. Como dice Peyrano "Son las vigas maestras que sustentan, armonizan y
explican el edificio procedimental todo"(1).
Optar por el sistema dispositivo, como lo hicieron la mayoría de los Códigos en el siglo XIX,
significa el recorte de los poderes del Juzgador, desconfianza en la injerencia del Estado en las
relaciones jurídicas entre los particulares y otorgar amplios poderes a las partes para el desarrollo
del proceso. Esta opción en aquella época se justificaba porque al igual que en el campo político,
significaba una reacción frente al yugo sufrido en manos de las monarquías absolutas. Recordemos
que en aquellas monarquías, el aparato judicial no era más que un apéndice del aparato político; los
jueces eran meros delegados del poder político.
3. Principio de autoridad.
Como una forma de atenuar los efectos de un sistema dispositivo "puro", que coloca al Juzgador
en una situación de espectador, donde la dirección del proceso la tienen las partes, se va
configurando el principio de autoridad. Al decir de PEYRANO, este principio ha pasado
desapercibido porque, en buena cuenta, constituye el cúmulo de vallas colocadas al principio
dispositivo. Los autores han preferido enunciar las implicancias, antes de mencionar expresamente
el principio de autoridad (4).
Una de las manifestaciones más conocidas del principio de autoridad, son las facultades de dictar
medidas para mejor proveer, es decir, la posibilidad de que el Juzgador tomando conciencia de que
las pruebas ofrecidas no son suficientes, puede disponer medidas para mejor resolver. Esta facultad
viene de antiguo y en los sistemas tradicionales sustentados en el principio dispositivo, siempre ha
sido considerado para mitigar los efectos del poder de las partes. Otra de las manifestaciones
del principio de autoridad, es el aforismo iura novit curia, que traducido significa: el Juez conoce el
Derecho. Las partes son las que disponen de la relación jurídica sustancial y, en consecuencia, son
las que pueden promover los procesos civiles, ellas son las que fijan la controversia, relatan los
hechos y actúan los medios probatorios tendentes a acreditar sus respectivas pretensiones. Sin
embargo, el que aplica la norma jurídica pertinente es el Juez, como técnico que es, como
conocedor de las normas jurídicas vigentes. Respecto de los hechos y de las pretensiones, el Juez no
tiene injerencia alguna, no puede alterarlas, se somete a lo que le plantean las partes, pero cuando
los hechos que sustentan una pretensión han sido debidamente acreditadas con las pruebas
pertinentes, él es el que aplica la norma jurídica adecuada, aun cuando las partes hubieren incurrido
en error o en omisión. El Juez no está sujeto al fundamento jurídico invocado por las partes(5).
El principio Iura Novit Curia, debe ser respetuoso del principio de congruencia, debiendo
resolver lo que es materia de controversia. No se transgrede el principio de congruencia cuando se
aplica el Iura Novit Curia, por cuanto el Juez resuelve las pretensiones de las partes, en función a
los hechos invocados por ellas y que han sido debidamente acreditados con los medios probatorios
pertinentes.
Con esta línea de pensamiento concluimos, al igual que PEYRANO, que en el control de la
constitucionalidad de las leyes, se está aplicando el principio Iura Novit Curia, ya que si el Juez es
el conocedor del Derecho, él es el que aplica la norma jurídica pertinente, es evidente que ante un
conflicto entre una norma legal y una norma constitucional, deberá aplicar la pertinente, en este
caso, la constitucional, por el principio de jerarquía de normas (6).
Existen también excepciones, en las que no es posible al juzgador aplicar el aforismo, como es el
caso de la prescripción, debiendo sujetarse al petitorio de las partes (art. 1992 del Código Civil
Peruano).
4. Principio de contradicción.
Este principio también se le denomina de bilateralidad, y significa que las partes sobre las que va
a recaer las consecuencias de la sentencia que dictará el juzgador, deben ser escuchadas
previamente por éste. Este principio está plasmado en la Constitución Política del Estado peruano
de 1993, en el inc. 14 del art. 139, cuando reconoce que es principio de la función jurisdiccional el
no ser privado del derecho de defensa en ningún estado del proceso.
Esto significa que el o los demandados deben ser notificados de la existencia del proceso, a fin
de que hagan valer su derecho de defensa en la forma que prescribe la ley. Esta constituye una carga
procesal, ya que si bien no está obligado a defenderse, el no hacerlo le va a traer consecuencias
procesales en su contra (rebeldía), y ello no ocasiona la nulidad del proceso. La garantía es brindarle
la oportunidad de defensa, dependerá de su propia voluntad hacerlo o no.
Por otro lado, todos los actos procesales deben ser puestos a conocimiento de las partes, con la
finalidad de que expresen lo que consideren conveniente o impugnen las resoluciones que
consideren perjudica sus intereses o el debido proceso. Sin embargo, repetimos, no existe
obligación de defenderse.
Son pocas las resoluciones que se dictan sin escuchar a la parte contraria. Ejemplo de ello lo
tenemos con las medidas cautelares que se dictan inaudita pars, es decir, sin escuchar a la otra parte,
como una forma de brindar celeridad a la medida, y fundamentalmente seguridad, con lo que se
logra la eficacia de dicho acto procesal. Evidentemente que, después de haberse concretado la
medida, se notifica al demandado y éste puede hacer valer su derecho de defensa.
5. Principio de moralidad.
Es posible apreciar a través del proceso la conducta de las partes, quienes no siempre se ajustan a
la verdad y probidad, observándose, más bien, una actitud dolosa o fraudulenta para retardar el
proceso o para torcer la voluntad del juzgador en base a mentiras. En el sistema dispositivo, este
principio estaba soterrado, toda vez que las partes actuaban con sagacidad para obtener la victoria;
no siempre el que tenía la razón obtenía la victoria, sino, muchas veces, el que desarrollaba mejores
habilidades y audacia. El Juez carente de autoridad, sin la menor posibilidad de inmediación, pasaba
por alto estas apreciaciones consideradas por algunos como subjetivas.
Los procesos, en nuestro medio, regulados por el Código de Procedimientos Civiles, han sido
una demostración palpable de la ausencia de autoridad en lo que respecta al control de la conducta
procesal de las partes. El proceso se convirtió en el instrumento de la mala fe, de la conducta
sinuosa de las partes; escondido detrás del escudo de la formalidad, olvidamos las finalidades de los
procesos para convertirnos en adoradores de las formas; más que formalistas, fuimos ritualistas,
pero siempre como pretexto para la defensa de intereses mezquinos. Bajo esta concepción ritualista
poco importaba la verdad material, imponiéndose la verdad formal que, muchas veces, no
concordaba con la primera. El proceso, así, era un instrumento donde imperaba la impunidad, donde
se mentía descaradamente, donde se abusaba de las articulaciones y, en general, de los actos
procesales que la propia ley concedía para el cumplimiento de determinadas finalidades, las mismas
que culminaban siendo distorsionadas.
"El proceso era algo que había que temer, no prestaba confianza; no existía la seguridad de que
acudiendo al órgano jurisdiccional para definir una controversia, el resultado sería favorable a sus
justas pretensiones; así, el proceso se convirtió en el instrumento de la mala fe, del litigante
malicioso, en instrumento de los sentimientos bajos del ser humano, en un instrumento más de
opresión (...)"(7).
Este principio de moralidad, ha sido calificado por PEYRANO como el "ave fénix"(8),
afirmación que se hace palpable en el caso peruano, con la entrada en vigencia del nuevo Código
procesal Civil, ya que el principio en referencia ha resucitado de sus cenizas, siendo considerado en
el Título Preliminar en el art. IV., estableciendo el deber del juzgador de reprimir cualquier
conducta ilícita o dilatoria. En efecto, se indica con claridad meridiana, en el citado dispositivo que
TODOS los partícipes en un proceso deben adecuar su conducta a los deberes de veracidad,
probidad, lealtad y buena fe. A ello se agrega que, entre los deberes, taxativamente señalados para
los jueces está el de sancionar al abogado o a la parte que actúe en el proceso con dolo o fraude
(Art. 50 inc.5).
A todo ello se suman, los deberes y responsabilidades expresamente señalados para las partes,
sus abogados y sus apoderados, en los arts. 109, 110, 111 y 112. En efecto, el art. 109 inc. 1 señala
que las partes, sus abogados y sus apoderados deben proceder con veracidad, probidad, lealtad y
buena fe en todos sus actos. El inc.2 del mismo numeral señala que "las partes, los abogados y sus
apoderados no deben actuar temerariamente en el ejercicio de sus derechos procesales". En este
punto, se perfila el abuso del derecho en el campo procesal. Si bien la expresión temerariamente
denota un extremo de conducta, carente totalmente de sustento, que debe ser reprimida por el Juez,
también pueden ocurrir situaciones en las que sin llegar a dicho extremo, represente un abuso en el
ejercicio de los derechos que el Código concede a las partes y a los abogados. Si bien el Código no
menciona el abuso del derecho en forma expresa, debe tenerse en consideración toda vez que ha
sido recogido por la Constitución Política de 1993. Los derechos no pueden ser ejercidos en
términos absolutos, sin contemplación de ninguna clase, sino que deben responder a las finalidades
para las que fueron instituidos. Si en el ejercicio de los derechos concedidos por el ordenamiento
procesal, se excede el titular, transgrediendo la finalidad de la norma, creando una situación de
injusticia, estaremos frente al abuso en el ejercicio del derecho que nuestro sistema jurídico
reprueba"(9).
Los incisos 3, 4, 5 y 6 del art. 109 contienen reglas de conducta que deben asumir las partes, sus
abogados y apoderados en aras del respeto a las personas intervinientes y al mejor desarrollo del
proceso y el cumplimiento de sus finalidades.
Además de los deberes mencionados anteriormente para las partes, abogados y apoderados, el
Código establece responsabilidades para ellos, por los perjuicios que ocasionen con sus actuaciones
temerarias o de mala fe, pudiendo el Juez imponer multas que van de 5 a 20 unidades de referencia
procesal (URP). Si se trata de la actuación temeraria o de mala fe del abogado, además de lo
expresado anteriormente, el Juez remitirá copia de lo actuado al Ministerio Público y al Colegio de
Abogados correspondiente, para las sanciones a que hubiere lugar. (arts. 110 y 111 del CPC).
Como podemos observar, el Código Procesal Civil, sumándose a la corriente procesal universal,
ha introducido expresamente el principio de moralidad, a fin de que la autoridad del Juez cobre
especial valoración, y el proceso se convierta en un instrumento jurídico sano, útil, para la
consecución de las finalidades del mismo.
En nuestro país rige el pago de una tasa judicial para lograr el acceso a la justicia, y, para la
actuación de determinados actos procesales, existiendo exoneración de ella cuando la cuantía de los
asuntos es mínima y en determinadas causas, como los procesos de alimentos.
Sin embargo, es un clamor, actualmente, que las tasas sean reducidas a un monto razonable,
acorde a la realidad económica y social que vive nuestro país. Existe conciencia de que el
presupuesto asignado al Poder Judicial siempre ha sido reducido, y aún cuando existiera la voluntad
política de otorgarle mayores recursos, debe existir un costo que asuman los justiciables, pero ello
tiene que ser mínimo, para que no se convierta en una barrera que impida el acceso al servicio de la
justicia.
- Economía de esfuerzos.- Significa este tema que el proceso debe ser terminado en el más breve
plazo y que ello se logre con la menor cantidad de actos posibles.
Esta faceta del principio de economía procesal tiene como propósito el simplificar los procesos,
a fin de ir aliviando la pesada carga que soportan los jueces, y llegar lo más pronto posible al
cumplimiento de las finalidades del proceso. En el diseño de las vías procedimentales, es evidente,
está presente esta faceta, ya que algunas son más expeditas que otras. La vía procedimental del
proceso ejecutivo significa un ahorro de esfuerzos para todos, pero está reservado para
determinados asuntos y sujeto a determinadas condiciones. Lo mismo podemos afirmar del proceso
sumarísimo y abreviado. En ellos está presente la idea de que existen asuntos que no requieren de
agotar todos los esfuerzos diseñados para el proceso de conocimiento.
A) Principio de celeridad.
A través de este principio se apunta a impedir la inercia de las partes, los abogados y
magistrados, que conspira con una pronta solución del proceso. Las partes y el Juez tienen el deber
de actuar diligentemente, cumplir con los actos procesales en las fechas previstas, es decir, impedir
la paralización del proceso.
Por ello es que se crean algunas instituciones que tratan de que el principio de celeridad tenga
plena vigencia, como la perentoriedad de los plazos, la caducidad de la instancia, el impulso de
oficio. Algunas disposiciones como la notificación por nota, la audiencia como acto único, etc,
tienden a la celeridad procesal. Veamos algunas de ellas.
- Impulso de oficio.
Vinculado estrechamente con la perentoriedad de los plazos, está el impulso de oficio. En efecto,
contribuye a la celeridad del proceso el establecimiento de la perentoridad de los plazos, y
consecuentemente, el impulso de oficio, pues el Juez no requerirá de petición de parte para
establecer la perentoridad del plazo, sino que de oficio establecerá el cumplimiento del mismo y
pasará a la siguiente etapa procesal.
Existen varias opciones legislativas para regular la perención o caducidad, también denominada
por nuestro sistema procesal: Abandono.
Parecería una contradicción, esta última posibilidad, si como lo estamos haciendo, enmarcamos
la figura de la perención, abandono para el Perú, como principio consecuencial al de celeridad
procesal, pues es evidente que, en nada contribuye con éste, si se va a permitir la posibilidad de
purgar el abandono por la voluntad de las partes. Parecería que esta posibilidad en comentario, en
nada contribuye a la concepción publicística del proceso, pues de ella se vislumbra una concepción
contractualista del mismo.
El Código Procesal Civil peruano, acoge la figura del abandono, afiliándose a la segunda
posibilidad legislativa mencionada, es decir, a la del abandono declarado, de tal suerte que la
resolución del Juzgador es constitutiva de la misma. Y aún más, la restringe, de tal suerte que sólo a
petición de parte, el Juez puede declarar el abandono. (Art. 346)
Aparentemente la opción del legislador peruano no ha sido coherente con la estructura de todo el
proceso, concebido bajo una perspectiva publicística; sin embargo, establecer el abandono
automático, implicaría una contradicción con el principio del impulso de oficio.
Es necesario idear alguna fórmula que compatibilice el principio de autoridad del Juez, los
principios de economía procesal, celeridad procesal, presentes en una concepción publicística del
proceso, con el interés de las partes quienes son los dueños de las pretensiones.
B) Principio de preclusión.
Este principio cumple dos finalidades fundamentales: por un lado, permite ordenar el debate, y,
por otro lado, posibilita el avance del proceso. El significado de la expresión es clausurar, impedir,
y en efecto, esta idea se introduce con la finalidad de no confundir los distintos momentos o etapas
en que está diseñado todo proceso. A través de este principio es posible fijar un orden en que las
partes y el Juzgador tienen facultades que deben hacerlas valer oportunamente, en el momento
adecuado, porque clausurada una etapa ya no será posible hacer valer recursos que pudieron
interponerse en la primera etapa.
Al establecerse etapas en el proceso, lo que permite fijar un orden al mismo, es posible también,
al determinarse la clausura de cada una de ellas, pasar a la etapa siguiente, consiguiendo de esta
forma, el avance y progreso del proceso.
El principio de preclusión está presente en los procesos, en menor o mayor grado. Es evidente
que, en los procesos predominantemente escritos la preclusión cobra mayor incidencia que en los
procesos orales. Aún en los procesos diseñados con etapas abiertas, no diseñadas como estancos, en
algún momento se cierra el debate para los efectos de pasar a la sentencia respectiva.
- Principio de eventualidad.
Este principio es consecuencial al principio de preclusión. ARAZI lo describe: "Íntimamente
vinculado con el de preclusión, impone la proposición simultánea de pretensiones, defensas,
pruebas y recursos que se pudieren oponer subsidiariamente, de manera que en caso de que una de
ellas fuese rechazada pudiera paralelamente obtenerse un pronunciamiento favorable respecto de la
otra u otras. En otras palabras, las alegaciones propias de cada una de las etapas en que se divide el
proceso, deben ser propuestas simultáneamente y no sucesivamente, considerando la eventualidad
de que una u otra no prospere"(12)
En otras palabras, por este principio es necesario introducir de una sola vez, por un acto único y
por orden de prioridad, todos los medios de defensa y ataque, pruebas y recursos propios de la etapa
procesal, de tal suerte que, ante la eventualidad de que fuese desestimado alguno de ellos, existan
los demás, y no perder la oportunidad de hacerlo.
- Principio de concentración.
Este principio tiende a que el proceso se desarrolle en el menor tiempo posible y con la menor
cantidad de actos procesales. Combate la dispersión de los trámites, que distrae la atención del
juzgador. Es un principio concomitante con el sistema oral, y, en el caso peruano, cobra singular
importancia en el diseño de las audiencias, donde el debate se concentra, teniendo su mejor
expresión en el proceso sumarísimo, donde en un sólo acto se lleva a cabo el saneamiento, la
conciliación, la fijación de puntos controvertidos, la admisión de los medios probatorios, la
actuación de los medios probatorios y la sentencia.
La mejor demostración de la eficacia del principio de concentración la tenemos en la actuación
de los medios probatorios. Es evidente que, si los medios probatorios se van a actuar con un
intervalo temporal entre cada uno de ellos, la apreciación del Juzgador corre el riesgo de no ser lo
más acertada. Tendrá que revisar el Juez una y otra vez, el desarrollo de cada una de las pruebas
para hacer una valoración en conjunto. Esta forma, en la realidad, con la tremenda carga procesal
que tienen los juzgados, impedirá una ponderación adecuada. En cambio, concentrada la actuación
de los medios probatorios en un solo acto, permitirá al juzgador una cabal apreciación de los
mismos, sobre todo una apreciación en conjunto, que es lo que permite formar convicción.
C) Principio de saneamiento.
También denominado de expurgación, a través del cual se confiere al juzgador una serie de
deberes y facultades, a fin de que sean resueltas in limine, todas las cuestiones que pudieran
entorpecer el pronunciamiento sobre el fondo de la causa, o cuya dilucidación, en determinado
sentido, pueda provocar la inmediata finalización del proceso.
Algunos consideran que el origen del saneamiento está en el proceso formulario romano, el
mismo que lo dividen en dos: in iure et in iudicio, fases con funciones y fines distintos.
LINO ENRIQUE PALACIO, sostiene que la primera etapa tiene lugar ante un magistrado
(pretor) que se encargaba de establecer los límites de la controversia. La segunda etapa se
desarrollaba ante un Juez privado, designado por las partes de común acuerdo y a quien le
corresponde resolver la controversia, aunque carecía de imperium necesario para hacer cumplir la
decisión (13).
Otros sostienen que el embrión debe verse en la figura de la praeparatoria iudicii del proceso
italiano medioeval. Los doctores del Derecho común sentían la necesidad de resolver las cuestiones
previas antes de la sentencia definitiva, de lo que resultaron verdaderas aplicaciones empíricas.
Finalmente, otros consideran que el origen se puede encontrar en la institución del demurrer, por
la que se inclina Couture. El destacado procesalista Uruguayo decía: "En el proceso de fusión que
en los siglos XII y XIII se operó en el Derecho germánico y el Derecho romano-canónico para
formar el procedimiento común inglés, el Derecho germánico contribuyó con elementos muy
preponderantes. Entre estas contribuciones se hallaba el “demurrer”, es decir, la atestación de la
eficacia legal de la demanda a instancia de la parte contraria, antes de toda actividad de prueba.....
Esta solución constituye un instrumento de depuración procesal.... Los procesos modernos han
adoptado, en torno a un fenómeno de esta índole, distintas soluciones con diferentes grados de
detención del proceso principal para pronunciarse, en forma preliminar, sobre la admisibilidad o
inadmisibilidad de la demanda"(14).
La primera expresión del principio del saneamiento procesal lo tenemos cuando el Juzgador
examina los requisitos de admisibilidad y procedibilidad de la demanda. (arts.426 y 427).
a) Establece que la relación jurídica procesal es válida y continúa el proceso, con la etapa de la
conciliación.
b) Establece que la relación jurídica procesal es inválida e insubsanable, dando por concluido
el proceso.
c) Establece que la relación procesal es inválida, pero subsanable, por lo que concede un plazo
para que se subsanen los defectos.
Si declara fundada la excepción interpuesta, y dependiendo de cuál de las excepciones sea, dará
por concluido el proceso o concederá plazo para la subsanación de los defectos.
La resolución que declara concluido el proceso y la que concede plazo para subsanar los
defectos, son apelables con efecto suspensivo.
Consentida la resolución que declara la validez de la relación jurídico procesal, precluye toda
petición referida a la validez de la citada relación.
7. Principio de inmediación.
Este principio implica la relación directa del Juez con las partes. El Juez, director del proceso,
apreciará la conducta procesal de las partes, sus reacciones, y se formará un concepto respecto de
ellas, que puede constituir un elemento importante cuando realice la valoración de los medios
probatorios; pero, no sólo es el contacto directo con las partes y los abogados, sino además, con
todo el material del proceso.
Por este principio se requiere que el juez tome conocimiento del proceso en toda su extensión, no
sólo cuando va a sentenciar. "El Juez debe asumir el proceso desde que se interpone la demanda,
calificándola para admitirla, saneando el proceso y dirigiendo las audiencias personalmente, a fin de
tomar contacto con las partes, conocerlas, apreciar su personalidad, y, especialmente, actuar los
medios probatorios directamente. Sólo así podemos considerar que el Juez no será un mero
aplicador de normas, sino que tomando contacto con la vida misma resolverá de acuerdo con su
conciencia y solvencia jurídica. No resolverá sobre papeles, sino que, apreciando las
personalidades, definirá un problema humano"(15).
Es cierto que este principio ha debido labrar su existencia con gran resistencia, debido a la
desconfianza de que el juzgador quiebre el principio de imparcialidad. El contacto con las partes,
dicen los impugnadores de este principio, pone en peligro el deber de imparcialidad del Juez; es
preferible que el mismo guarde una relación impersonal con las partes.
Pese a ello, el principio se ha impuesto a la actualidad, sobre la base de una mayor confianza en
el juzgador. PEYRANO, remarca las bondades de este principio, indicando: "Partiendo de la base
de las condiciones morales e intelectuales que debe reunir todo Juez que se desempeñe en la
actualidad, sólo pueden ensalzarse las excelencias que arroja la aplicación de este principio. Difícil
es concebir herramienta más poderosa para la búsqueda de la verdad histórica que conferir al oficio
el derecho-deber de ver y escuchar a los litigantes, a sus defensores y a los testigos deponentes.
Sólo cuando es proceso es "vivido" por el Juez, puede éste ponderar las reacciones y gestos de los
declarantes; gestos y reacciones que, a veces, son pautas inapreciables para descubrir al mendaz o
comprobar la veracidad de los dichos"(16)
Este principio, presenta algunos problemas en su aplicación, cuando se trata de revisar una
sentencia emitida por el Juez inferior, sustentada en la apreciación de la conducta de las partes,
hecho que, indudablemente, no lo podrá efectuar el Superior, debiendo confiarse en el tino y
ponderación del A-Quo. Muchas veces, no sólo el contenido de las pruebas, sino la forma como
actúan las partes en el desarrollo de las mismas, permiten formar convicción en el juzgador. Si esta
apreciación es el sustento de la sentencia qué puede hacer el Superior ?.
PEYRANO nos transcribe parte de un fallo judicial que nos demuestra la dificultad que se
presentaría al Superior, cuando debe resolver en apelación de una sentencia sustentada en la
apreciación personal y directa del Juez: "Por si alguna duda pudiera quedar respecto de la solución
del caso de autos, la audiencia convocada por este tribunal a fs. 297 y 308, a la que concurrieron
ambas partes, la hizo desaparecer, pues ella ha dejado en mi espíritu la más plena y rotunda
impresión de que era la actora quien decía la verdad. Frente a la firmeza de sus expresiones, a los
detalles de tiempo y lugar que dio respecto de su vinculación con R.G. y de la vida del mismo que
demostró conocer perfectamente, y a las reacciones emocionales que le produjeron algunas
negativas del demandado, éste, por el contrario, se manifestó reticente y a veces contradictorio, en
una situación de verdadera apatía, hasta rehuyendo enfrentar a la actora con su mirada. Esta no
podía ser la conducta de un hombre, de ser verdad su afirmación de que dolosamente trataba de
adjudicársele una hija que no le pertenecía. .... Por último, agrego que en la citada audiencia hemos
podido comprobar el parecido físico que existe entre G. y la menor M.E., lo que refuerza mi
convicción en el sentido ya indicado"(17)
Ante un fallo de esta magnitud, no le queda al Superior sino tres caminos: Confiar plenamente en
el Juez (diríamos ciegamente), observar si en la diligencia el Juez hizo constar las apreciaciones que
aparecen como fundamento de la sentencia, es decir, si consta en el acta la afirmación de que la
menor es parecida físicamente al demandado; si es así, y no ha existido mayor impugnación a ello,
el superior debe aceptar la conclusión del juzgador; si no es así, el juzgador puede determinar la
nulidad de la sentencia y ordenar que se lleve a cabo nuevamente la audiencia, a fin de que el
juzgador haga constar en ella las apreciaciones personales de derivan de la actuación de las partes
en dicho acto procesal.
8. Principio de publicidad.
El principio de publicidad constituye una garantía para lograr la actuación trasparente de las
partes y del juzgador. Con el triunfo de la Revolución Francesa se privilegió este principio, como
una forma de controlar la actuación de los magistrados. Sin embargo, se presenta en ocasiones un
verdadero conflicto con la libertad de información, que la asumen los medios de comunicación
masiva, con pretensiones de derecho absoluto.
La publicidad dentro del proceso, es garantía para las partes, quienes deben conocer de todo lo
actuado. El problema es frente a los terceros, quienes basados en la libertad de información toman
conocimiento directo de los actos procesales, o indirectamente a través de los medios de
comunicación masiva. Los límites son difíciles de establecerlos, pero es indudable que a la
actualidad, los medios de comunicación masiva pueden ejercer una fuerte presión en los
magistrados, distorsionándose la finalidad del principio de publicidad. Hay necesidad de fijar
parámetros para proteger el desarrollo del proceso, libre de presiones, pero asegurando la libertad de
información, aun cuando esta última no debe ser considerada en términos absolutos.
Al respecto, es posible apreciar dos corrientes en el desarrollo del principio en comentario; una,
que la hace extensivo a todos los actos procesales; y la otra, restringida a las aportaciones del
proceso de material de conocimiento, especialmente, en lo que se refiere a la prueba.
Cualquiera fuere la postura, es indudable que con el aumento de las facultades de dirección del
juzgador, por el desarrollo del sistema inquisitivo, el principio de adquisición adquiere mayor
relevancia.
NOTAS:
(1) PEYRANO, Jorge, " El Proceso Civil", Ed. Astrea, Buenos Aires, Argentina, Pag. 1
(2) IBIDEM. Pags. 44-48
(3) ARAZI, Roland. "Elementos de Derecho Procesal". Ed. Astrea, Buenos Aires, Argentina Pag. 133. En términos similares se
expresa COUTURE, Eduardo, cuando señala que "Toda ley procesal, todo texto particular que regula un trámite del proceso, es , en
primer término, el desenvolvimiento de un principio procesal; y ese principio es, en sí mismo, un partido tomado, una elección entre
varios análogos, que el legislador hace para asegurar la realización de la justicia que enuncia la Constitución": Estudios de Derecho
Procesal Civil T. III. Pag. 51.
(4) PEYRANO, Jorge. Op. Cit. Pag. 73
(5) El aforismo iura novit curia está recogido por el art. VII del Título Preliminar del Código Procesal Civil y por al art. VII del
Título Preliminar del Código Civil Peruano de 1984.
(6) PEYRANO, Jorge. Op. Cit. Pags. 100-101
(7) MORALES GODO, Juan. "Deberes de los Jueces en el nuevo Código Procesal Civil", Revista del Foro. Colegio de Abogados
de Lima, Año LXXXI. N.2 Pag. 66
(8) PEYRANO, Jorge, Op. Cit. Pag. 171
(9) MORALES GODO, Juan. Op. Cit. Pag. 71 . Sin embargo, es necesario mencionar el art. 4 del Código Procesal Civil que se
refiere al ejercicio irregular o arbitrario del derecho de acción. Como el derecho de acción es subjetivo, abstracto y autónomo, esto es, no
tiene condicionamiento, puede prestarse a un ejercicio abusivo, lo que es reprimido por el numeral mencionado.
(10) GOZAINI, Osvaldo, "Derecho Procesal Civil" T.I. Pag. 355.
(11) IBIDEM, Pag. 358
(12) ARAZI, Roland. Op. Cit. Pag. 148
(13) PALACIO, Lino Enrique. "Derecho Procesal Civil", T.I. Pags. 76-77.
(14) PEYRANO, Jorge, Op. Cit. Pag. 284
(15) MORALES GODO, Juan. Op. Cit. Pag. 73.
(16) PEYRANO, Jorge, Op. Cit. Pags. 292-293
(17) PEYRANO, Jorge. Op. Cit. Pags. 295 - 296